Discursos 1979 344


VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


DURANTE LA CELEBRACIÓN ECUMÉNICA


EN EL «TRINITY COLLEGE»


Washington

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Domingo 7 de octubre de 1979



Muy amados en Cristo:

1. Estoy agradecido a la providencia de Dios, que me permite. en mi visita a los Estados Unidos de América, tener este encuentro con otros líderes religiosos y poder unirme con vosotros en la oración por la unidad de todos los cristianos.

Constituye ciertamente una adecuada circunstancia el hecho de que nuestro encuentro tenga lugar precisamente poco antes de cumplirse el XV aniversario del Decreto sobre el Ecumenismo Unitatis redintegratio, del Concilio Vaticano II. Desde el comienzo de mi pontificado, hace casi un año, he procurado dedicarme al servicio de la unidad cristiana; porque, como manifesté en mi primera Encíclica, es cierto «que, en la presente situación histórica de la cristiandad y del mundo, no se ve otra posibilidad de cumplir la misión universal de la Iglesia, en lo concerniente a los problemas ecuménicos, que la de buscar lealmente: con perseverancia, humildad y con valentía, las vías de acercamiento y de unión» (Redemptor hominis RH 6). En una ocasión anterior, dije que el problema de la división en el cristianismo "compromete de modo especial al Obispo de esta antigua Iglesia de Roma, fundada sobre la predicación y el testimonio del martirio de San Pedro y San Pablo" (Audiencia general, 17 de enero de 1979) Y hoy deseo reiterar ante vosotros la misma convicción.

2. Con gran satisfacción y gozo acojo la oportunidad de abrazaros, en la caridad de Cristo, como hermanos cristianos amados y compañeros discípulos del Señor Jesús. Constituye un privilegio poder dar expresión. en vuestra presencia y juntamente con vosotros, al testimonio de Juan de que "Jesús es el Hijo de Dios" (1Jn 4,15), y proclamar que "hay un Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús" (1Tm 2,5).

En la común confesión de fe en la divinidad de Jesucristo, sentimos un gran amor mutuo y una gran esperanza cíe cara a toda la humanidad. Experimentamos una inmensa gratitud para con el Padre, que ha enviado a su Hijo como nuestro Salvador, "El es la propiciación por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo" (1Jn 2,2).

Por gracia divina estamos unidos en la estima y el amor por la Sagrada Escritura, que reconocemos como la Palabra inspirada de Dios. Y es precisamente en esta Palabra de Dios donde aprendemos lo mucho que desea que seamos totalmente uno en El y en su Padre. Jesús ruega porque todos sus seguidores sean uno "para que el mundo crea..." (Jn 17,21). El hecho de que la credibilidad de la evangelización dependa, conforme al plan de Dios, de la unidad de sus seguidores, supone para todos nosotros un tema de continua reflexión.

3. Deseo rendir homenaje a las iniciativas ecuménicas tan espléndidas realizadas en este país mediante la acción del Espíritu Santo. En los últimos quince años ha habido una positiva respuesta al ecumenismo por parte de los obispos de los Estados Unidos. A través de su comité para asuntos ecuménicos e interreligiosos, han establecido una relación fraternal con otras Iglesias y comunidades eclesiales, relación que, así lo espero, continuará siendo más profunda en años venideros. Van progresando las conversaciones con nuestros hermanos del Este, los ortodoxos. Deseo acentuar aquí que esta relación ha sido fuerte en los Estados Unidos, y que pronto comenzará un diálogo teológico, sobre una amplia base, para intentar resolver las dificultades que se oponen a una plena unidad. También se han abierto en América diálogos con los anglicanos, los luteranos, las Iglesias reformadas, los metodistas y los Discípulos de Cristo (todo ello con sus correspondientes referencias a nivel internacional). Existe asimismo un fraterno intercambio entre los baptistas del Sur y los teólogos americanos.

Mi gratitud a cuantos colaboráis en el campo de la investigación teológica mixta, cuya meta es siempre la plena dimensión evangélica y cristiana de la verdad. Hay que esperar que, mediante tal investigación, las personas que se hallen bien preparadas, con una sólida base en su propia tradición, contribuyan a una profundización de la comprensión plenamente histórica y doctrinal de los problemas.

El clima y las tradiciones particulares de los Estados Unidos han conducido a un testimonio común en la defensa de los derechos de la persona humana, en la consecución de las metas de paz y justicia social, y en las cuestiones de moralidad pública. Estas áreas de interés deben continuar beneficiándose de una acción ecuménica creativa, como debe serlo el fomento de la estima por la sacralidad del matrimonio y la defensa de una sana vida familiar como principal contribución al bienestar de la nación. En este contexto, hay que prestar atención a la profunda división existente todavía en materias éticas y morales. La vida moral y la vida de fe están tan profundamente unidas que es imposible separarlas.

4. Muchas cosas se han realizado, pero todavía hay mucho que hacer. Debemos continuar, sin embargo, con espíritu de esperanza. Incluso el deseo mismo de una completa unidad en la fe (que falta entre nosotros, y que debe llevarse a cabo antes de poder celebrar la Eucaristía juntos en la verdad) constituye en sí mismo un don del Espíritu Santo, y por el cual elevamos a Dios una humilde alabanza. Estamos seguros de que, mediante nuestra oración común, el Señor Jesús nos conducirá, en un momento dependiente de la soberana acción del Espíritu Santo, a la plenitud de la unidad eclesial.

346 La fidelidad al Espíritu Santo exige conversión interior y ferviente oración. En palabras del Concilio Vaticano II: "Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como alma de todo el Movimiento ecuménico..." (Unitatis redintegratio UR 8). Es importante que todo cristiano (hombre o mujer) examine su corazón para ver lo que puede obstruir el logro de la total unión entre los cristianos. Y recemos todos porque la genuina necesidad de paciencia en la espera de la hora de Dios nunca sea ocasión de complacencia en el status quo de la división en la fe. Que la gracia divina ayude a que la necesidad de paciencia nunca se convierta en un sucedáneo de la definitiva y generosa respuesta, que Dios nos pide, a su invitación a una perfecta unidad en Cristo.

Por eso, al reunirnos aquí para celebrar el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, seamos conscientes de la llamada a mostrar una suprema fidelidad al deseo de Cristo. Pidamos todos con perseverancia al Espíritu Santo que remueva todas las divisiones de nuestra fe, que nos conceda aquella perfecta unidad en la verdad y en el amor por la que Cristo oró, por la que Cristo murió: "para reunir en uno a todos lose hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 52).

Envío mi respetuoso saludo de gracia y paz a quienes representáis, a cada una de vuestras respectivas congregaciones, a cuantos anhelan la venida "del gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús" (Tt 2,13).





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


A LOS PROFESIONALES DE LA INFORMACIÓN


Washington

Domingo 7 de octubre de 1979



Queridos amigos de los medios de comunicación:

Una vez más nos reunimos al final de otro viaje, un viaje que, en esta ocasión, me ha llevado a Irlanda, a las Naciones Unidas y a los Estados Unidos de América. El propósito de este viaje ha sido el de permitir al Papa ejercer su misión de heraldo de la paz, en nombre de Cristo, a quien se llamó Príncipe de la Paz. Este mensaje de paz fue anunciado especialmente en aquellos lugares y ante aquellas audiencias donde el problema de la guerra y de la paz se percibe con una sensibilidad especial, y donde se dan las condiciones de comprensión, de buena voluntad, y los medios necesarios para construir la paz y la cooperación entre todas las naciones y entre todos los pueblos.

La palabra "paz" es una síntesis. Tiene muchos componentes. Ya he mencionado varios de ellos a lo largo de este viaje; y vosotros os habéis encargado de informar con diligencia sobre las reflexiones en torno a la paz. Las habéis comentado; las habéis interpretado; habéis cumplido con el servicio de estimular a la gente a pensar en el modo en que ellos pueden contribuir a la firme consolidación de la paz, a la cooperación y a la justicia entre todas las personas.

Ahora nos encontramos, en el momento de mi partida, en la capital de una de las naciones más poderosas del mundo. Creo que el poder de este país no proviene solamente de su bienestar material, sino de su riqueza de espíritu.

De hecho, el nombre de esta ciudad y, del vistoso monumento que la domina recuerda el espíritu de George Washington, primer Presidente de la nación, quien (con Thomas Jefferson, de quien también aquí existe un imponente monumento conmemorativo, y otras brillantes personalidades) edificó este país sobre una base no sólo humana, sino también profundamente religiosa.

Por eso, la Iglesia católica ha podido florecer aquí. Los millones de fieles pertenecientes a la Iglesia testimonian esa realidad, al poder ejercitar los derechos y deberes que se desprenden de su fe. El gran santuario nacional de la Inmaculada Concepción de esta ciudad testifica en favor de esa realidad. Lo mismo puede decirse de la existencia, en esta capital, de dos Universidades Católicas (Georgetown y la Universidad Católica de América). He podido observar que el pueblo de los Estados Unidos de. América rinde lealtad a su República como a "una nación sometida a Dios"

347 Esta nación se compone de muchos miembros (miembros de todas las razas, de todas las religiones, de todas las condiciones de vida), de tal modo que forma una especie de microcosmos de la comunidad mundial y constituye un reflejo preciso del lema E pluribus unum. Que este país, de igual modo que abolió con valentía la plaga de le esclavitud bajo la presidencia de Abraham Lincoln, no deje nunca de luchar por el bien efectivo de todos los habitantes de esta nación y por la unidad que refleja su lema nacional. Por esta razón, los Estados Unidos de América proporcionan a todos la ocasión de reflexionar en una disposición de ánimo que, bien aplicada, puede proporcionar resultados beneficiosos para la paz de la comunidad mundial.

Sinceramente espero que todos vosotros hayáis podido aprovechar este viaje, y que hayáis tenido la oportunidad de reflexionar una vez más sobre los valores que el cristianismo aportó a la civilización de este nuevo continente. Pero es, sobre todo, el ejemplo de personas de todas las razas, de todas las nacionalidades y de todas las religiones, que son capaces de vivir juntas en paz y unidad, lo que puede proporcionarnos la esperanza en una comunidad mundial en paz.

Ahora que nos preparamos para marchar, queridos amigos, me consuela el hecho de que continuaréis informando y formando la opinión pública mundial con una profunda conciencia de vuestra responsabilidad, y advirtiendo que muchas personas dependen de vosotros.

Para terminar, os digo adiós a vosotros y a América. Os doy las gracias de nuevo, y pido a Dios de todo corazón que os bendiga a vosotros y a vuestras familias.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


AL CONSEJO SUPREMO DE LOS CABALLEROS DE COLÓN


Washington

Domingo 7 de octubre de 1979



Queridos Caballeros de Colón:

Me proporciona un grato placer poder estar con vosotros con ocasión de mi visita pastoral a los Estados Unidos. Os agradezco muy sinceramente el respeto y amor que me habéis manifestado como Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal.

En la persona del Caballero Mayor y de los miembros del Consejo Supremo, saludo a todos los Caballeros de Colón: a más de un millón trescientos mil católicos laicos que despliegan por todo el mundo un espíritu de profunda vinculación a su fe cristiana y de lealtad a la Sede Apostólica.

Muchas veces en el pasado, pero también ahora, habéis expresado vuestra solidaridad con la misión del Papa. Veo en vuestra ayuda una prueba más (si otra más fuera necesario esperar) de vuestra conciencia de que los Caballeros de Colón valoran altamente su vocación a participar en el esfuerzo evangelizador de la Iglesia. Me siento feliz de poder recordar aquí lo que mi venerado predecesor Pablo VI, dijo acerca de esta tarea en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, al resaltar el papel específico del laicado: "El campo propio de actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional. el sufrimiento, etc." (Nb 70).

Estas palabras de quien nunca cesó de animaros indican con claridad el camino que debe seguir vuestra Asociación. Soy consciente de los muchos esfuerzos que desplegáis por promover el uso de los medios de comunicación en la propagación del Evangelio y en la amplia difusión de mis propios mensajes. Que el Señor os lo premie, y que, a través de vuestros esfuerzos, se cosechen abundantes frutos de evangelización en la Iglesia. Que, a su vez, vuestra entrega y actividad os ayuden a desarrollar en vosotros esas actividades interiores, de las que no podernos prescindir en una auténtica evangelización: confianza en el poder del Espíritu Santo, verdadera santidad de vida, profundo interés por la verdad y un creciente amor hacia todos los hijos de Dios.

348 Que el Señor os bendiga constantemente a vosotros, a vuestras familias y a todos los Caballeros de Colón.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto Andrews

Domingo 7 de octubre de 1979



Queridos amigos de América,
queridos hermanos y hermanas en la fe de nuestro Señor Jesucristo:

Al dejar esta capital de Washington. deseo expresar mi gratitud al Presidente de los Estados Unidos y a todas las autoridades religiosas y civiles de este país.

Mis pensamientos se vuelven asimismo hacia todo el pueblo americano: a todos los que he saludado personalmente: a cuantos han estado cerca de mí a través de los providenciales medios de la prensa, la radio y la televisión; a quienes, de tantos modos, me han abierto sus corazones. Vuestra hospitalidad ha sido cálida y llena de amor, y agradezco a todos vuestra amabilidad.

Creo firmemente en el mensaje de esperanza que os he presentado, en la justicia, el amor y la verdad que he ensalzado, y en la paz que he pedido al Señor que os conceda a todos.

Ahora debo dejar los Estados Unidos y volver a Roma. Pero a todos os recordaré constantemente en mis plegarias, que considero la mejor expresión de mi lealtad y amistad.

Por eso, hoy, mi oración final es ésta: que Dios bendiga América, para que siga convirtiéndose (y lo sea de verdad y por mucho tiempo) en "una. nación, sometida a Dios, indivisible. Con libertad y justicia para todos".

¡Dios bendiga América!

349 ¡Dios bendiga América!





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A SU LLEGADA AL AEROPUERTO LEONARDO DA VINCI

DE FIUMICINO


Lunes 8 de octubre de 1979



En el momento en que después de las emociones imborrables de más de una semana de celebraciones litúrgicas, encuentros y coloquios, piso de nuevo el suelo de la querida Italia, surge de mi espíritu un sentimiento de profunda gratitud gozosa y conmovida hacia el Señor, que me ha concedido en su bondad providente una vez más encontrarme personalmente con tantos hermanos e hijos y con hombres tan representativos y autorizados, hombres de buena voluntad.

Los breves días de mi permanencia en Irlanda me han permitido conocer de cerca esa nación, admirar sus antiguas tradiciones de fe, los testimonios de adhesión a la Sede Apostólica y captar sus preciosos valores morales. Estoy contento de haber aceptado la invitación de los obispos irlandeses para celebrar con todos aquellos fieles el primer centenario de la aparición mariana de Knock, para rendir así un tributo de gratitud filial a María, que en cada país ofrece signos evidentes y tangibles de su patrocinio materno, de su amorosa asistencia, que hemos invocado sobre todo por la paz y reconciliación en esa querida isla.

Mi encuentro después con la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde hay representantes y, por decirlo así, están reunidos los pueblos del mundo, se inserta en la continuidad ideal del que realizó, ahora hace 14 años, en el ámbito y signo de una misión perseverante de paz, mi inolvidable predecesor Pablo VI. También yo he querido, secundando con gusto la invitación del Secretario General de esa Organización, dar a las naciones la certeza de que la Iglesia está cerca de los que trabajan por la paz, que quiere inspirar y sostener sus esfuerzos, con el único deseo de prestar un servicio a la humanidad. Efectivamente, la Iglesia quiere esa paz que resulta de la noción veraz del hombre, del respeto a sus derechos y de la asunción de sus deberes, que se basa, en definitiva, sobre la justicia; la Iglesia nunca cesará de invitar a pensar en los destinos futuros de la convivencia humana y del mundo con una mentalidad siempre renovada y convertida.

Finalmente, secundando el deseo del Presidente de los Estados Unidos de América y de los dignísimos miembros del Episcopado, he permanecido algunos días en el territorio de su gran país, al que compete ciertamente una tarea eminente y una grave responsabilidad —precisamente a causa del alto nivel de bienestar y de progreso técnico-social alcanzado— en orden a la construcción de un mundo justo y digno del hombre. Se ha tratado ante todo de un contacto eclesial con los fieles, con los Pastores, para reanimar sus espíritus y acrecentar su valentía para pensar y vivir "según Dios y no según los hombres" (Mc 8,33).

La acogida devota y exultante de los fieles y de todo el pueblo de los Estados Unidos ha dejado en mi ánimo el deseo de un contacto cada vez más directo y familiar con esos queridísimos hijos.

Al término de estas breves alusiones, expreso mi viva y agradecida complacencia, ante todo al Señor Presidente del Consejo, por las nobles y fervientes palabras con que ha querido ofrecerme la bienvenida a la tierra de Italia. También dirijo, con profundo respeto, mi justo agradecimiento a los eminentísimos cardenales, a las ilustres personalidades del Estado y del Gobierno italiano, a los distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático con su dignísimo Decano a la cabeza, a las personalidades de la Curia Romana y, finalmente, a cuantos han querido reservarme esta acogida jubilosa para hacerme más agradable la hora del regreso con su amable presencia.

Siento, por fin, el grato deber de manifestar mi satisfacción agradecida a los dirigentes de las Compañías Aéreas, a los pilotos y tripulaciones de los aviones, y a todos los que han cooperado, con dedicación generosa, al éxito total de este viaje mío.

Mientras presento una vez más a Cristo Señor, Príncipe de la Paz, las aspiraciones y los propósitos de convivencia serena, de colaboración fraterna y de solidaridad humana y cristiana de los pueblos de la tierra, invoco con mi bendición apostólica las efusiones divinas de gracia y misericordia sobre los que estáis aquí presentes y sobre los queridísimos hijos de la Urbe y de toda la humanidad.






A LOS FIELES AL COMIENZO DE LA AUDIENCIA GENERAL


DEL MIÉRCOLES


Miércoles 10 de octubre de 1979



350 Queridísimos hermanos y hermanas en el Señor:

Heme aquí de nuevo entre vosotros después de mi viaje pastoral a Irlanda y los Estados Unidos.

Después de este acontecimiento tan gozoso para mí, siento la necesidad de dar las gracias de nuevo a cuantos han tenido parte en el feliz éxito del viaje. Doy las gracias a los que me han acogido con tantas atenciones; en primer lugar al Presidente de Irlanda, Hillery; al Secretario General de las Naciones Unidas, Kurt Waldheim; al Presidente de los Estados Unidos, Carter; a todas las autoridades religiosas, civiles o militares y, ante todo, a los Episcopados; doy las gracias a los que me han llevado y acompañado con tanta gentileza; doy las gracias a los que me han prestado servicio de orden y vigilancia, a los que han transmitido y comentado las varias noticias de los distintos acontecimientos; doy las gracias sobre todo, con vivo afecto, a las multitudes inmensas que se han apiñado en torno al Vicario de Cristo como en abrazo fraterno y filial en todas las etapas del viaje. Pero quiero daros las gracias también a vosotros que sin duda habréis rezado por mí.

He sentido siempre la cercanía espiritual de millones y millones de personas que con su oración han hecho posible, y sin duda eficaz, este viaje de fe.

Pues en realidad ha sido sólo un viaje de fe realizado únicamente para anunciar el Evangelio, "confirmar a los hermanos", consolar a los afligidos, testimoniar el amor de Dios y mostrar a la humanidad su destino trascendente.

Como San Pablo, no he predicado sino a Cristo, y Cristo crucificado y resucitado para nosotros (cf.
1Co 1,23).

Ha sido un viaje de fe y, por ello, ha sido un viaje de oración centrado siempre en la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Eucaristía y la invocación a la Virgen Santísima.

Ha sido también una "catequesis itinerante" en la que he tenido intención de subrayar, en todas partes y a todo género de personas, el auténtico e imborrable patrimonio de la doctrina católica.

Ha sido también un viaje de paz, amor y fraternidad, que me ha llevado a la sede de la ONU. Sobre todo allí, como en todos los encuentros con las muchedumbres, en nombre de Cristo y de la Iglesia me he hecho intérprete de los pueblos hambrientos de justicia y de paz, en nombre de los pobres, los que sufren, los oprimidos, los humildes, los niños.

Por todo ello demos gracias juntos al Señor y a María Santísima.

Quiera el cielo que los hombres sean cada vez más buenos, estén más unidos, se entreguen más al bien, al perdón y al amor fraterno.

351 Y para agradecerlo a la Virgen Santísima con mayor fervor aún e implorar la gracia de la conversión y la paz, con inmensa alegría os anuncio ahora que el domingo 21 de octubre iré en peregrinación al santuario de Pompeya.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CONGRESO MARIOLÓGICO Y MARIANO


INTERNACIONAL DE ZARAGOZA




Señor Cardenal Legado,
Venerables Hermanos en el Episcopado,
Amadísimos hijos en Cristo,

¡La paz del Señor sea siempre con vosotros!

Es para mí motivo de gran satisfacción asociarme, como en una única demostración de gratitud y afecto filial hacia la Madre de Dios, con todos cuantos os habéis reunido estos días en Zaragoza, en torno a la Virgen del Pilar, para participar en los dos Congresos Internacionales, ahí celebrados: el VIII Mariológico y el XV Mariano.

Y en vosotros, Congresistas, saludo también cordialmente a todos los hijos de la Iglesia, estudiosos o peregrinos que, atraídos por la presencia siempre acogedora de María, han venido a Zaragoza para robustecer el espíritu.

Un saludo especial y entrañable quiero dirigir hoy a todos los hijos de la noble nación española, cuya distinguida piedad mariana y cuyo fervor por cuanto significa honor para la Madre de Dios tienen pulsación propia, desde época inmemorial, a ritmo con su historia y su creciente patrimonio espiritual.

1. En efecto, desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen, como consta por algunos monumentos de la antigüedad de los que se conservan preciosos testimonios. Ese culto se vio enriquecido y renovado por la labor incansable de los grandes Santos, gloria de la España visigótica, como Isidoro de Sevilla, Ildefonso de Toledo, Braulio de Zaragoza y otros; a ello contribuyó sobremanera la liturgia de aquel tiempo, que celebró con especial devoción las fiestas marianas, creando también para ellas bellísimas oraciones y plegarias.

Esta devoción se acrecentó en la Edad Media, como lo atestiguan el gran número de ermitas, iglesias, monasterios y santuarios dedicados a Nuestra Señora y donde se veneraron imágenes que aún hoy siguen escuchando voces de alabanza y confidencias del pueblo fiel. La literatura y el arte, la hagiografía y la vida de la Iglesia se han dado cita, como en un certamen de familia, para unirse a María en un canto perenne del Magníficat; pregón de esa unión familiar con la Virgen y su figura en la historia de la salvación, es el rezo del Santo Rosario, propagado por los hijos de Santo Domingo de Guzmán. No os oculto mi admiración y mi emoción, cuando he visto palpitante, en tierras del Nuevo Continente, la devoción a la Virgen que junto con la luz del evangelio sembraron allá los españoles. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “ tierra de María ”. Los numerosos santuarios diseminados como hitos de luz por todas las regiones españolas, cuyo símbolo es en estos momentos la Basílica del Pilar, son todavía testigos de la fe viva y de la devoción del pueblo español a la Virgen María, así como su expresión de vida cristiana que yo, como Supremo Pastor y Sucesor de San Pedro, quiero bendecir y alentar.

Vosotros, queridos Congresistas, sois hoy los testigos cualificados de esa devoción a María, que forma parte del rico patrimonio espiritual de la Iglesia.

352 2. Al tiempo que os recuerdo todo esto, que puede ser estímulo para acrecentar vuestra vida de piedad, no quiero dejar pasar esta oportunidad sin animaros a continuar por ese camino y por el de la renovación interior, base de la renovación cristiana y eclesial.

El culto mariano, come enseñó mi Predecesor de feliz memoria, el Papa Pablo VI en el gran documento Marialis Cultus, subordinado al culto a Cristo Salvador y en conexión con El, es una poderosa fuerza de renovación interior; porque el culto verdadero incluye la imitación, como nos recuerda el Vaticano II (cf. Lumen gentium
LG 67), y María, que es la primera cristiana, nos lleva y nos acerca más a Cristo. Ella es modelo para todos los fieles; y lo es porque nos mueve a imitarla en las actitudes fundamentales de la vida cristiana: actitud de fe, esperanza, caridad y obediencia. María es el ejemplo de ese culto espiritual, que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda al Señor. Su fiat, aceptando la realización de la Encarnación, fue luego permanente y definitivo en su vida; por lo mismo, nos manifiesta una actitud ejemplar para todos los seguidores de Jesús, que se precian de adorar al Padre en espíritu y en verdad (cf. Jn Jn 4,24). Cuando saludamos a María como la llena de gracia (cf. Lc Lc 1,28)debe brotar en nuestros corazones el deseo eficaz de vernos adornados y enriquecidos con el tesoro de la gracia y de la amistad divinas. Como María llevó en su seno al Salvador, así también nosotros debemos llevarlo espiritualmente en nuestro corazón, como dice San Agustín (Serm. 180, 3; Morin, Ser. post Maurinos reperti, Roma 1930, pág. 211). Todo esto contribuye a la auténtica renovación interior y a que reflejemos en nosotros la imagen de Jesús, para lo que fuimos predestinados según los designios divinos, como nos enseña San Pablo.

En el XV Congreso Internacional Mariano habéis estudiado la figura de María y la misión de la Iglesia. Efectivamente, según una feliz expresión teológica, María y la Iglesia están estrechamente unidas, por voluntad de Dios en el plan de la redención: ambas engendran a Cristo aquí, en esta tierra (Isaac de Stella, Serm. 51; Ml 194,71). María dio el Salvador al mundo, realizando primero en sí misma el tipo de la Iglesia; y ésta, a su vez, siguiendo a María, continúa manifestándolo al mundo, a plasmarlo en el corazón de los hombres. Una Iglesia fiel a la acción del Espíritu Santo, al igual que María, tiene que dar testimonio de la unión en la fe y en la caridad, en Cristo Jesús. El espíritu mueve a los miembros del cuerpo eclesial a la comunión y exige a su vez de ellos una conducta coherente con la dignidad de la vocación cristiana, una conciencia activa de que hay una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos (cf. Ef Ep 4,1 ss.). De ahí que en medio de la diversidad de “ dones ” se ha de tener presente esa unidad de fe y caridad, fundamento y culmen de la edificación eclesial bajo la animación del Espíritu divino y la guía de la Jerarquía, a la que está confiado el cuidado de la grey (cf. 1P 5,1 s.) en medio de las diversas esferas de la existencia humana (cf. Redemptor hominis RH 21

Consiguientemente, todos los miembros de la comunidad cristiana, impulsados por el Espíritu de Dios y siguiendo su vocación eclesial, deben ser dentro de la sociedad artífices de la unión de los hombres entre sí, promotores del diálogo, de la reconciliación, de la justicia social y de la paz. A través de la presencia de los cristianos y de su testimonio, la Iglesia realiza su vocación de “germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano” (Lumen gentium LG 9).

Clausuráis hoy esas jornadas de las que debe quedar grabado en el recuerdo de todos que María es la personificación del verdadero discípulo de Jesús, que encuentra su identidad más profunda en el servicio a la Iglesia, en trasmitir a todos los hombres el mensaje de salvación.

María, Madre de la Iglesia, está siempre presente, con el ejemplo de su entrega a los planes de Dios y con su intercesión maternal, en las tareas evangelizadoras y en la preocupación de la Iglesia por las tareas de los hombres. “La característica de este amor materno que la Madre de Dios infunde en el misterio de la Redención y en la vida de la Iglesia –como dije en otra ocasión– tiene su expresión en su singular proximidad al hombre y a todas sus vicisitudes. En esto consiste el misterio de la Madre... Y en esto reconoce la Iglesia la vía de su vida cotidiana, que es todo hombre” (Redemptor hominis RH 22

Toda la Iglesia debe sentirse pues obligada, especialmente en nuestro tiempo, a iluminar con los valores evangélicos la vida de los hombres en todas sus expresiones: cultura, formas de pensamiento, juicios de valor que configuran la vida social, estructuras sociales, políticas y económicas. María nos inspira con su sencillez evangélica, con la pureza de su alma y con su consagración incondicional a la persona y a la obra de su Hijo (cf. Lumen gentium LG 56), cómo debe ser vivido y presentado a los hombres de hoy su misterio para que influya en la renovación de la vida cristiana.

3. Mi exhortación a vosotros en estos momentos es ésta: sed testigos vivos, luminosos, de la auténtica devoción mariana promovida por la Iglesia en la línea marcada por el Concilio Vaticano II, en particular, cuando nos recuerda a todos: obispos, sacerdotes, religiosos y seglares, que la devoción a la Virgen debe proceder de la fe verdadera por la que somos movidos a reconocer las excelencias de la Madre de Dios, a amarla con piedad de hijos y a imitar sus virtudes (cf. Lumen gentium LG 67).

Necesitamos conocer mejor a María. Necesitamos, sobre todo, imitar su actitud espiritual y sus virtudes, base de la vida cristiana. De esta manera reflejaremos en nosotros la imagen de Jesús. ¡Id con María a Jesús! Ella os recordará de continuo lo que dijo en las bodas de Caná: “ Haced lo que El os diga! ” (Jn 2,5).

A todos, finalmente, os doy mi Bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.

JUAN PABLO II





A LOS OBISPOS DE CHILE EN VISITA "AD LIMINA"


13 de octubre de 1979



Señor Cardenal,
353 Venerables y queridos Hermanos en el Episcopado,

SIENTO INMENSO GOZO al recibiros hoy, Obispos de la Iglesia en Chile. Sé que con no pocos sacrificios habéis emprendido este largo viaje “Beatorum Apostolorum sepulchra veneraturi” y, como tan adecuadamente lo ha expresado el Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, para confirmar vuestra filial adhesión y estrecha comunión con el Sumo Pontífice, Pastor de la Iglesia romana: “ ad hanc enim Ecclesiam, propter potiorem principalitatem, necesse est omnem convenire Ecclesiam ”.

No es éste un encuentro esporádico. El contacto del Pastor de la Iglesia universal con los pastores de las Iglesias locales es una realidad permanente, por el vínculo interior de la oración y de la unidad en la fe, esperanza y caridad, como también a través de los representantes del Romano Pontífice en cada nación y de los organismos de la Curia, que trabajan en su nombre y con su autoridad para bien de las Iglesias y al servicio de sus responsables.

Pero el encontrarnos aquí reunidos personalmente en el nombre de Cristo, es un momento privilegiado. Me alegra mucho, en verdad, que vuestra visita “ ad limina ” se desarrolle colectivamente, en cierto modo como manifestación y anhelo de la unidad de vuestras almas, y me complazco vivamente que pueda veros después de vuestra peregrinación a Tierra Santa, mientras intuyo las impresiones recogidas por vosotros recorriendo en oración los lugares santificados por Jesús, Fundador de la Iglesia.

Conozco bien vuestra abnegada y eficiente labor, la incansable solicitud de vuestra Conferencia Episcopal, y el plan pastoral sobre “ La Conducta Humana ”, del cual, como de raíces hondas, brotan orientaciones precisas para una renovación espiritual y religiosa, profunda y completa, del Pueblo de Dios confiado a vosotros.

Como una modesta contribución a vuestras tareas pastorales, a vuestros anhelos y esfuerzos, quisiera referirme a dos temas que tienen especial importancia en el ejercicio de vuestra misión en el momento presente: la evangelización y las vocaciones.

La evangelización es tarea permanente y esencial del ministerio episcopal. “ Para la Iglesia – decía ya nuestro amado predecesor Pablo VI – evangelizar es llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde adentro, renovar a la humanidad misma: He aquí que hago nuevas todas las cosas ”. “ No hay verdadera evangelización mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios ”.

San Mateo parece interrumpir bruscamente su Evangelio para terminarlo con el envío de los Apóstoles al mundo: “ Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra: id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación de los siglos ”.

Encomiendo encarecidamente este texto a vuestra meditación. ¡Cuánta importancia atribuye Cristo a la misión de los Apóstoles, dado que para realizarla hace referencia a la plenitud de poder que ha recibido sobre todo lo creado! El os transmite a vosotros, sucesores de los Apóstoles, el mismo mandato de anunciarle a El como Salvador, de provocar la conversión y adhesión a El mismo y de incorporar, finalmente, a todos a la comunidad en la cual se mantenga y acreciente la presencia de Dios en el mundo.

El Señor non quiere que el anuncio esté exclusivamente dirigido a la inteligencia, como una doctrina teórica, ya que debe conducir a la profunda unidad de fe y vida en el quehacer cotidiano personal y social, nacional e internacional. Esto no se logra sin sacrificio, sin un gran esmero para aplicar la palabra eterna a las circunstancias concretas, y mostrándoos vosotros mismos testigos vivientes del mensaje evangélico.

Vuestra misión está en seguir las huellas de Cristo, Buen Pastor. No sois ni un simposio de expertos, ni un parlamento de políticos, ni un congreso de científicos o técnicos, sino que sois Pastores de la Iglesia a los cuales corresponde, como recordé en la memorable reunión del Episcopado Latinoamericano en Puebla, ser maestros de la Verdad, signos constructores de la unidad y defensores y promotores de la dignidad del hombre. Así podréis contribuir a la instauración de un orden cada vez más cristiano y, por lo mismo, cada vez más justo.

354 En vuestras tareas deberéis dirigiros a todos los hombres, sin excepción, tanto a los que ya caminan en la fe como a los ajenos a ella, a los pobres y a los ricos, a obreros y a profesionales, a sanos y a enfermos, como lo hizo el Maestro. Por el bien de todos, especialmente de los más necesitados, será vuestra atenta solicitud iluminar a los que actúan en el campo de la cultura, de la ciencia, de la técnica, a los que tienen una mayor responsabilidad por el bien común, para que la luz del Evangelio vivificante dirija y promueva ese progreso integral que, sin ella, se vuelve finalmente contra el hombre.

Por lo que se refiere en particular a la salvaguardia de la dignidad del hombre, de sus derechos y de sus deberes como ya tuve ocasión de expresaros en otra oportunidad “ se inspiren vuestros propósitos en los principios del Evangelio, bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, mirando a Cristo Hombre, modelo, maestro y redentor de sus hermanos ”. Con renovada “ confianza y esperanza os exhorto a un adecuado empeño de iluminación, sobre todo insistiendo en el amor, indispensable fundamento de la comunión eclesial y de la convivencia humana, en la perspectiva del fin trascendente del hombre, hijo de Dios. De este modo, también en este campo de tanta importancia, la Iglesia aparecerá como signo de salvación y sacramento de unidad para todos ”.

Campo esencialmente vital para vuestras Iglesias es el de la pastoral vocacional. Muchas de vuestras diócesis, debido a la escasez de sacerdotes, recurren a una ayuda del exterior. Es una colaboración valiosísima pero precaria: la comunidad diocesana, para su maduración orgánica, ha de engendrar en su propio seno las fuerzas vitales que sean adecuadamente suficientes para el progreso espiritual de los fieles. Por esto doy gracias a Dios y bendigo vuestros valiosos esfuerzos en este sector y observo con inmensa alegría el prometedor incremento en Chile de las vocaciones sacerdotales: anuncio de una nueva primavera en vuestras iglesias.

Obviamente el problema va más allá del simple aumento numérico de los candidatos; comprende también su sólida formación y ulterior seguimiento durante sus actividades sacerdotales. Es preciso aclarar que ésta no es tarea individual y aislada de cada uno de vosotros, pues las vocaciones se forman al servicio de la Iglesia. Por ello tendréis presente el contexto nacional, las exigencias del presente y las del futuro y actuar en todo de común acuerdo con los demás Prelados, especialmente con los de la propia Provincia Eclesiástica. Prestaréis también la debida atención a los documentos difundidos por la Sagrada Congregación para la Educación Católica referentes a la formación de los aspirantes al sacerdocio: en ellos encontraréis directrices seguras.

El sacerdote es, además, el Pontífice “ tomado de entre los hombres, en favor de los hombres e instituido para las cosas que miran a Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados para que pueda compadecerse de los ignorantes y extraviados, por cuanto él está también rodeado de flaqueza y a causa de ella debe por si mismo ofrecer sacrificios por los pecados, igual que por el pueblo ”.

Por ello el sacerdote es el hombre de oración, el liturgo que conduce a la comunidad a rendir a Dios el culto de toda la Iglesia, culto digno, universal, de incomparable belleza. Los seminaristas deben ser formados teórica y prácticamente para que se asegure en el futuro la genuina renovación litúrgica, en la cual se expresa una de las más insistentes recomendaciones del Concilio y de la Santa Sede.

Es necesario, sobre todo, que ya desde el Seminario los futuros sacerdotes vayan siendo formados de manera que tengan una conciencia tan clara acerca de su misión específica, que la tentación e la eficacia no los lleve más tarde a asumir métodos reñidos con el Evangelio, fundados en principios puramente humanos y orientados a metas meramente temporales.

Está claro que la formación del sacerdote se funda en una sólida eclesiología, partiendo de la persona de Cristo tal como es presentada en el Evangelio, excluyendo sus inconsistentes relecturas. Lo he dicho en Puebla y por su importancia deseo reiterarlo a vosotros: Nuestro deber es proclamar la liberación en el sentido integral y profundo, como la anunció Jesucristo, la liberación de todo lo que oprime al hombre, pero sobre todo, del pecado; “ si la Iglesia se hace presente en la defensa o en la promoción de la dignidad del hombre, lo hace en la línea de su misión, que aun siendo de carácter religioso y no social o político, no puede menos de considerar al hombre en la integridad de su ser ”.

Muchos esfuerzos valiosos realizados en los seminarios se pierden a veces por un descuido posterior. Seguid pues de cerca a vuestros sacerdotes con solicitud y confianza, con amor de padres para que, a la medida que se van integrando al apostolado, puedan ser vuestros valiosos y fieles colaboradores.

Este amplio campo que os he recordado, más aún, toda la acción pastoral encuentra en vosotros, como lo enseña el Vaticano II, el principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia particular.

La unidad de vuestras iglesias se construye en torno a cada uno de vosotros y en torno a todos vosotros, en comunión con el Sucesor de Pedro, en respuesta a la exhortación y la plegaria de Cristo, siguiendo la línea luminosamente trazada por el Concilio Vaticano II.

355 Os aliento, pues, de la manera más encarecida a fin de que esta visita “ ad limina ” constituya un renovado compromiso a continuar vuestra tarea evangelizadora en plena convergencia no sólo de intentos, sino también de métodos y de acción.

La unidad en la Iglesia no nace de formas externas sino de una fuerza interior que arraiga en la verdad y en el bien. No se obtiene sin una lucha interior, no se consigue sin negación de si mismo, no se alcanza si no es cuestionándose diariamente y aprendiendo a aceptar a los demás. “ Veritatem autem facientes in caritate, crescite in Eo quod est caput Christus ”: Cristo ha de ser el inspirador y el centro de la unidad, así como, para lograrla, nos da la gracia a fin de realizarla en la plena medida que El desea.

Esa unidad eclesial, fruto del encuentro en Cristo, será a la vez la gran fuerza que os anime y sostenga en la generosa entrega a la obra de pacificación de los espíritus, por encima de cualquier límite o barrera. A este propósito quiero manifestaros mi complacencia por el decidido apoyo que habéis prestado a la causa de la paz entre vuestro País y Argentina, causa a la que yo he dedicado y dedico particular solicitud, como bien sabéis. Continuad con el ejemplo, la palabra y la oración, trabajando en esa hermosa tarea de fraternidad entre hombres y pueblos que se reconocen como hijos del mismo Padre.

A María, Madre de la Iglesia, encomendamos la unidad de los Pastores y de los fieles; a Ella, Madre y Reina de Chile.

El Señor os guiará y sostendrá en vuestra misión. Yo, en Su nombre, con especial afecto y como signo de comunión, os bendigo: a vosotros, Obispos y Pastores del Señor, a vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, a vuestros seminaristas y ministros, y a todos vuestros fieles: ¡por todos rezo, por todos vivo!






Discursos 1979 344