Discursos 1979 368


AL SEÑOR DOUVA DAVID GBAGUIDI,


EMBAJADOR DE BENIN ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 25 de octubre de 1979



Señor Embajador:

Al darle las gracias por sus palabras y los votos que me ha transmitido de parte de Su Excelencia el Presidente Mathieu Kérékou. quiero expresarle mis mejores deseos para sus compatriotas y dirigentes. ¿Cómo no esperar que las relaciones diplomáticas establecidas entre la Santa Sede y la República Popular de Benin produzcan los frutos que esperan vuestro país y la Iglesia católica?

Me complace ver la atención que Su Excelencia ha prestado a los ideales de justicia y paz reafirmados frecuentemente. por la Santa Sede. Después de la Encíclica Redemptor hominis que ha tenido la bondad de citar, he tenido ocasión muy recientemente de exponer en la sede de las Naciones Unidas, los fundamentos de la justicia y la paz. Ello esta de acuerdo no sólo con las convicciones de la Iglesia católica y su experiencia milenaria, sino también con los derechos fundamentales del hombre formulados en la célebre Declaración universal, a la que los pueblos han dado amplio asentimiento. Viene espontáneo el recuerdo de la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de naciones grandes y pequeñas. Las amenazas surgen de muchos lados; a veces de la distribución injusta de bienes materiales —que ha adquirido proporciones enormes en ciertos países e incluso a escala planetaria— y también, de distintas formas de injusticia a nivel del espíritu, de la conciencia humana, de la relación del hombre con Dios "Se puede herir al hombre en su relación interior con la verdad, en su conciencia, en sus convicciones más personales, en su concepción del mundo, en su fe religiosa, así como en la esfera de las llamadas libertades civiles, en las que es decisiva la igualdad de derechos sin discriminación por razones de origen, raza, sexo, nacionalidad, confesión, convicciones políticas o razones semejantes" (Discurso en la ONU , núm. Nb 19 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. EN 15). Pues la dimensión espiritual del hombre es una realidad fundamental sin la que la sociedad corre el riesgo de enfocar el significado de la vida humana prevalentemente a los múltiples condicionamientos materiales y económicos y, de este modo, frustrar a sus miembros. ¿Qué país puede no desear la realización plena de todos sus ciudadanos unidos para conseguir el progreso?

Si se mira al pueblo de Benin, constatamos que una parte notable ha prestado adhesión ya libremente y desde hace tiempo a la fe católica. Ello implica el interés de estos católicos, que se une al de los otros creyentes, de disfrutar concretamente bajo la guía de sus Pastores y sacerdotes, de las condiciones necesarias al mantenimiento de esta fe, y de manifestarla personal y comunitariamente a un tiempo. Además, esta fe no ha dejado de producir frutos apreciables, y no sólo espirituales, sino morales y culturales, que han permitirlo y permiten a estos cristianos el poder aportar a la construcción civil de la patria y a su desarrollo, que tanto les interesa, competencia y calidades de trabajo, honradez y entrega desinteresada, elementos muy valiosos para la sociedad. La ventaja de una educación cristiana bien llevada, a nadie pasan desapercibidas, y tal contribución se encuadra en un porvenir que lodos desean feliz y próspero para honor de la nación de Benin.

Señor Embajador: Con este espíritu formulo los mejores votos para su misión ante la Santa Sede, cerca de la que seréis testigo de nuestra colaboración leal. Ruego a Dios Todopoderoso que ilumine a vuestro Presidente en la tarea que le compete hoy al servicio de sus compatriotas. Y con sumo gusto le pido también que bendiga a todos los habitantes de Benin.






A LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL


Viernes 26 de octubre de 1979



Venerables hermanos y queridos hijos:

1. Con gran alegría os saludo a vosotros, miembros de la Comisión Teológica Internacional y ante todo a su Presidente, cardenal Franjo Seper, así como al cardenal Joseph Ratzinger, al reuniros por vez primera en el Vaticano conmigo, como Pastor de la Iglesia universal.

Me agrada decir inmediatamente que apruebo totalmente, estimo en gran manera y espero mucho de vuestra Comisión, constituida por mi venerable predecesor Pablo VI el año 1969. A la vez os doy las más rendidas gracias por la múltiple labor ya realizada, especialmente en este quinquenio próximo pasado que ya ha llegado a su fin.

369 2. Vosotros no sois solamente investigadores de la ciencia teológica, y muy eximios por cierto, sino que os ha llamado la suprema autoridad de la Iglesia para que prestéis vuestra ayuda al Magisterio, ante todo al Romano Pontífice y a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, colaborando en el campo teológico. Vuestro trabajo llega también a las Iglesias locales, que en nuestra época pueden intercomunicarse más fácilmente que antes.

De todo esto se deduce vuestro gran deber o "responsabilidad" de la que participáis en cierto modo con el Magisterio de la Iglesia. Digo "en cierto modo", porque, como afirmó sabiamente nuestro citado predecesor Pablo VI, el Magisterio auténtico cuyo origen es divino, "está dotado del carisma cierto de la verdad, que no puede compartir con otros y al que nadie puede sustituir" (Alocución del 11 de octubre de 1973: AAS 65, págs. 557 s.).

3. Por lo demás, este servicio que prestáis al Magisterio y a la Iglesia, lo habéis realizado ya espléndidamente en estos años, conscientes de que debéis insertaros en la vida eclesial, que está acosada hoy por tantas dificultades y tantas opiniones diversas y peligrosas. Quiero recordar algunas cosas: Os habéis dedicado con laudable interés y no poca utilidad a esclarecer la cuestión del sacerdocio ministerial, sobre el que se ha discutido tanto durante estos años: tuvo mucha importancia el tema de la unidad de la fe y del pluralismo teológico: habéis abordado también algunas cuestiones sobre metodología de la teología moral, así como sobre criterios del acto honesto; habéis examinado diligentemente las relaciones entre el Magisterio eclesiástico y los teólogos; os habéis dedicado a tratar el tema tan actual de la teología de la liberación, que suscita el interés de muchos, especialmente en algunas regiones de la Iglesia católica, y que puede abrir camino a conclusiones que merecen ser puestas en cuestión; y no podemos pasar por alto que habéis tratado cuestiones doctrinales sobre el sacramento del matrimonio, que realmente necesitan el trabajo de los teólogos, a fin de que se proponga apta y persuasivamente a los hombres de nuestro tiempo la voluntad de Dios Creador y Salvador sobre estas cuestiones.

Por eso estimo mucho lo que habéis realizado y os doy las gracias por ello; pero a la vez os exhorto encarecidamente a que prosigáis con ardor la obra comenzada, y así, en este mundo tan difícil pero también tan lleno de auténtica esperanza, abráis camino a todos los discípulos del Señor para el gozo y la paz en la fe (cf. Pablo VI, Alocución, l. c., pág. 557; cf. Rom
Rm 15,13).

4. Sé que en esta sesión plenaria habéis tratado cuestiones especiales de cristología y esperamos que vuestro trabajo producirá frutos iguales a los anteriores. Ya he examinado mucho material, tanto relaciones como estudios históricos y teológicos, que se refieren a esto, y leeré atentamente las conclusiones que elaboraréis sabiamente. Pues en cristología pueden aparecer nuevos aspectos, que han de ser investigarlos atentamente, pero siempre a la luz que brota de las verdades contenidas en la fuente de la Revelación y que han sido expuestas infaliblemente por el Magisterio en el curso los siglos.

"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16): éste es el testimonio que el Príncipe de los Apóstoles, iluminado por la gracia y sacándolo de su propia experiencia, expresó abiertamente; "no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre que está los cielos" (ib., 17). En estas palabras se ofrece como un compendio de toda nuestra fe. Pues la fe cristológica, que profesa la Iglesia católica, se apoya, bajo la guía y la fuerza de la gracia, en la experiencia de Pedro y de los demás Apóstoles, así como de los discípulos del Señor que vivieron con Jesús, que vieron y con sus manos palparon al Verbo de la vida (cf. 1Jn 1,1). Lo que de este modo experimentaron, después lo interpretaron a la luz de la cruz y de la resurrección, así como bajo la moción del Espíritu Santo. De ahí surgió aquella primera "síntesis" que se manifiesta en las profesiones e himnos de las Cartas apostólicas. En el correr de los tiempos, la Iglesia, volviéndose continuamente a estos testimonios y viviéndolos experimentalmente, expresó su fe con palabras cada vez más precisas en los artículos de los grandes Concilios. Vosotros, como teólogos de esta Comisión, os habéis dedicado al estudio de estos Concilios, especialmente el de Nicea y Calcedonia. Pues las formulaciones de estos Sínodos universales tienen vigor permanente; cierto que no hay que dejar de tener en cuenta sus coyunturas históricas y las cuestiones que en aquellos tiempos se planteaban en la Iglesia y a las que ésta respondió con las definiciones de los Concilios. Sin embargo, las cuestiones que surgen hoy se relacionan con las cuestiones de los primeros siglos, y las soluciones adoptadas entonces determinan las nuevas respuestas: puesto que las respuestas de hoy presuponen siempre de algún modo los enunciados de la Tradición, aunque no puedan reducirse totalmente a ellos. Esta fuerza permanente de las formulaciones dogmáticas se explica más fácilmente, ya que están expresadas con palabras corrientes que se usan en el lenguaje ordinario aunque a veces hay algunas de tipo filosófico. De ahí no se sigue que el Magisterio se haya adherido a alguna escuela peculiar, puesto que las mismas palabras sólo significan lo que se encuentra en toda experiencia humana. Habéis investigado también en qué relación están estas fórmulas con la Revelación del Nuevo Testamento, tal como la entiende la Iglesia.

5. Realmente es claro que el estudio de los teólogos no se circunscribe, por así decirlo, a la sola repetición de las formulaciones dogmáticas, sino que conviene que ayude a la Iglesia para adquirir cada vez un conocimiento más profundo del misterio de Cristo. El Salvador habla también al hombre de nuestro tiempo: pues advierte el Concilio Vaticano II: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado". Porque "Cristo. el nuevo Adán; en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Pues El mismo, Hijo do Dios, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón ele hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Gaudium et spes GS 22).

Con razón, pues, en la Encíclica que comienza con las palabras Redemptor hominis, he escrito: "El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo... debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidacl, con su vida y con su muerte acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe 'apropiarse' y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo" (Nb 10).

Así, pues, está claro cuánta importancia tiene el estudio de los que, de acuerdo con lar ciencia más alta, investigan este misterio de Cristo. Esta es vuestra misión, ésta la importancia de vuestra presencia en la Iglesia. La teología casi desde los comienzos de la Iglesia se desarrolló juntamente con la práctica pastoral y siempre le dio y le sigue dando gran fuerza. como a la catequesis. Sin embargo, es conveniente que este trabajo vuestro de investigación vaya por varios caminos: es sabido que desde antiguo existían muchas escuelas teológicas; y también en esta época se reconocen diversas opiniones y sentencias legítimas, de tal manera que se puede hablar de un sano pluralismo. Sin embargo, siempre se ha de procurar que permanezca íntegro el "depósito de la fe" y que el teólogo rechace aquellas opiniones filosóficas que no puedan compaginarse con la misma fe.

6. Se toca aquí de paso la cuestión de la relación entre "ciencias humanas" y Revelación, de la que habéis tratado profundamente. Algunos, ampliando excesivamente el campo propio de estas ciencias, llegan a vaciar el misterio de Cristo, como lamenta San Pablo, y desprecian la locura de la cruz, exaltando la sabiduría humana. Felizmente sucede quo los teólogos, en su gran mayoría, a ejemplo ele Santo Tomás de Aquino, están persuadidos de que han de llevar la filosofía a las metas de la fe. Pues toda ciencia se funda en sus propios principios como en sus raíces; de donde resulta que la teología juzga que debe resolver todas las cuestiones, en definitiva, según los principios de la fe. Obraría en contra de su naturaleza si, adhiriéndose a principios extraños, estuviese de acuerdo con conclusiones que no pueden concordar con sus propios principios.

7. A veces surgen también dificultades por lo que se refiere a las relaciones entre el Magisterio y los mismos teólogos. Como ya he indicado, habéis tratadlo este tema en vuestra sesión especial celebrada hace pocos años, examinando tres aspectos del mismo, a saber, elementos comunes, los que pertenecen tanto al Magisterio como a la misión de los teólogos, diferencia entre Magisterio y teología. Quiero poner de relieve el primero de estos aspectos, por ser de gran importancia: el Magisterio y los teólogos, en cuanto deben servir a la verdad, están ligados con los mismos vínculos, es decir; están vinculados a la Palabra de Dios, al "sentirlo de la fe", que estuvo en vigor en la Iglesia de los tiempos pasados y está vigente en la actualidad, a los documentos de la Tradición en los que se propone la fe común del pueblo, finalmente a la tarea pastoral y misional, a la que deben atender tinos y otro.

370 Si se tiene en cuenta todo esto, en el debido modo, acaso se venzan fácilmente las dificultades que se presenten. Además, los teólogos que enseñan a los alumnos en los centros superiores de estudio. recuerden siempre que no enseñan por su propia autoridad, sino en virtud de la misión recibida de la Iglesia, como se advierte en la Constitución Apostólica Sapientia christiana (cf. art. 27, par. 1).

Todas estas cosas a las que hemos aludido, ponen suficientemente de relieve la importancia de la teología y por lo mismo de vuestra misión. Procurad enriquecer también en el futuro a la Iglesia con los frutos de vuestra investigación y de vuestro servicio. Obrad así para que vosotros, en cuanto maestros, forméis a los jóvenes inteligentes, alumnos vuestros, de tal manera que la Iglesia cuente siempre con esos teólogos bien preparados de los que continuamente tiene necesidad.

En esta oportunidad que se nos ofrece. hay que recordar a dos miembros, Edward Dhanis y Otto Semmelroth, s.j., a quienes la muerte ha separado de vosotros y cuyas almas encomendamos encarecidamente a Dios.

Finalmente, abrazándoos con caridad sincera, ruego intensamente al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, a la que invocamos como Trono de la Sabiduría, que os asista constantemente, os fortalezca os premie por vuestros méritos. Confirme estos deseos la bendición apostólica que muy gustosa mente os imparto.






A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA ANUAL


DEL CONSEJO PONTIFICO "COR UNUM"


Sábado 27 de octubre de 1979



Con sumo gusto recibo ya por segunda vez al Pontificio Consejo Cor Unum con ocasión de su asamblea general. Como a lo largo de este año he podido seguir más de cerca vuestras actividades, me alegra especialmente este encuentro que me permite un contacto más profundo con el conjunto de miembros de vuestro Consejo.

1. En primer lugar. ¿cómo no evocar con vosotros el recuerdo de los que están especialmente presentes estos días en vuestra memoria y oración? Nos han dejado sucesivamente el p. John Molloy, religioso monfortiano, que fue uno de esos colaboradores discretos y valiosos que garantizan la eficacia del trabajo. Después. el cardenal Jean Villot, vuestro primer Presidente tan querido de todos nosotros. Estuvo estrechamente ligado a la fundación y encauzamiento de Cor Unum y sabéis todos el interés que tenía por seguir, a pesar de sus muchas y graves responsabilidades, vuestras actividades y daros el aliento necesario. Y en fin, el p. Henry de Riedmatten, o.p., que puso sin regateos y hasta el extremo de sus fuerzas, al servicio a Cor Unum, es decir, al servicio de los más pobres, capacidades y una competencia fuera de serie que han distinguido los primeros años de esta institución y de las que seguís beneficiándoos vosotros.

Los encomendamos al Señor con el deseo de proseguir la obra de Iglesia a la que cada uno se consagró con fidelidad en la parte que le tocaba.

2. Dos perspectivas inspiraron a mi predecesor el Papa Pablo VI cuando instituyó el Pontificio Consejo Cor Unum,. Primero, la visión realista de las cosas; las necesidades son inmensas, llamadas angustiosas llegan de todas partes, los recursos son limitados, el amor fraterno y el deber de compartir al que llama se han enfriado en muchas ocasiones. Por tanto, hay que posibilitar la ayuda del "prójimo"; hay que organizarla, evitar la dispersión de fuerzas y recursos, y coordinar iniciativas por medio de la colaboración de los diferentes organismos dedicados a la acción caritativa. Pero el segundo aspecto, el más importante, se refería a una viva concientización de las implicaciones eclesiales de la exigencia evangélica de la caridad con los hombres. Al sentido del prójimo, que es natural a todo hombre consciente de su propia naturaleza y dignidad, el Evangelio añade una exigencia suplementaria —caritas Christi urget nos!—, y ésta comporta una forma de participación en la vida de la Iglesia que es esencial para dar al compartir y a la ayuda fraterna su significación plena que es expresar la caridad de Cristo. Esta perspectiva evangélica espiritual y eclesial constituye la justificación más profunda de la existencia del Consejo Cor Unum. Pues en definitiva se funda en la conciencia de la Iglesia de ser Cuerpo místico de Cristo. Esta orientación que mi gran predecesor Pablo VI quiso dar al conjunto de las actividades caritativas, la hago plenamente mía hoy, puesto que al llamarme a la Sede de Pedro el Señor me ha llamado a presidir de hecho "la caridad universal".

3. Desde hace ocho años os esforzáis por actuar en este sentido. En estos breves momentos no me quiero detener en cómo esta perspectiva eclesial ha inspirado las relaciones mantenidas con las Conferencias Episcopales, así como vuestras relaciones ecuménicas e igualmente vuestra actuación frente a las situaciones de catástrofe y emergencia, tan numerosas por desgracia, y los estudios que lleváis a cabo sobre el modo auténticamente cristiano de enfocar los problemas de la promoción humana y de la sanidad. Quisiera más bien aprovechar nuestro encuentro de esta mañana para afrontar las perspectivas del porvenir.

4. En la línea que acabo de recordar, con razón ha puesto Cor Unum en el primer plano de sus preocupaciones el afán por colaborar cada vez más activamente y con mayor empuje con las Conferencias Episcopales, tanto las de los países que proporcionan ayuda material como las de los que la reciben. No es cuestión solamente —lo repito— de eficacia en las realizaciones, sino de la concepción misma de Iglesia. la cual debe expresar en el ejercicio de la caridad concreta, la caridad espiritual que la anima y es fruto del Espíritu Santo. Os exhorto, por tanto, a seguir en esta línea con el deseo de que Cor Unum sea cada vez más un espacio —en particular con ocasión de las visitas ad Limina— donde se comparte "la solicitud de todas las Iglesias" en la perspectiva que os es propia. ¿No sería de desear que los obispos encontrasen normal acudir a la sede de Cor Unum como van también a otros organismos de la Curia y como los representantes de Cor Unum visitan a las mismas Conferencias cuando van en misión?

371 5. Por otra parte, sé que vosotros, los responsables de centros de ayuda local y cuantos trabajan con vosotros, estáis absorbidos por la obligación de hacer frente a las urgencias de toda clase que os acosan día tras día. Y sin embargo, necesitáis estar más atentos aún a la autenticidad propiamente eclesial de vuestra actividad. El hombre no vive sólo de pan, de ese pan que tanta falta hace a gran parte de la humanidad; vive también de la verdad, vive de la Palabra de Dios. Si el papel de los centros de ayuda y de las instituciones caritativas está en la actuación práctica, es preciso que esta acción se inspire siempre en el Evangelio. Si bien son diferentes en sí la misión propiamente evangélica de la Iglesia y su acción caritativa, ambas proceden de una misma fuente, el amor de Cristo redentor que revela plenamente el hombre a sí mismo (cf. Redemptor hominis RH 10). Por tanto, no deben dar jamás ni siquiera la impresión de inspirarse en fuentes diferentes. Es, pues, necesaria vuestra colaboración con las Conferencias Episcopales de los países interesados. En el Cuerpo místico de Cristo cada uno da y recibe según lo que el Señor le ha otorgado, pero jamás hay intercambio en una sola dirección. Es necesario también enjuiciar de modo propiamente cristiano, evangélico, los acontecimientos; esto constituye el fundamento de la doctrina social de la Iglesia dentro de su carácter específico y de su amplitud; es lo que lleva su acción caritativa mucho más allá de las perspectivas propiamente técnicas y políticas que con demasiada frecuencia condicionan en el mundo la evaluación de las necesidades y el modo de remediarlas.

6. La tarea de coordinación que siguiendo al Papa Pablo VI quiero ver realizada por vuestro organismo, se sitúa en estas perspectivas. Del Vicario de Cristo, a quien el Pontificio Consejo tiene informado sobre los problemas concretos, recibís el aliento y el impulso que son garantía de esta perspectiva evangélica que es preciso no dejar debilitar o desnaturalizarse. Esta perspectiva es lo que justifica y orienta la labor de coordinación que os está confiada. Es aquélla la que debe inspirar igualmente la coordinación recíproca de todas las organizaciones miembros por medio del intercambio de informaciones y consultas sobre la oportunidad de las acciones a emprender.

Y nadie tema que la eficacia técnica y material y el alivio de los sufrimientos humanos, que constituyen vuestra meta, disminuyan por ello. Muy al contrario, el desprendimiento de los hijos de Dios y la caridad de Cristo brillarán todavía más a los ojos de los hombres. Sí, que a través de la actuación de todas las obras caritativas, sea la compasión del Señor con las muchedumbres que sufren, lo que quede patente.

7. Con estos sentimientos os animo fuertemente a profundizar sin tregua en las instituciones que llevaron a mi venerado predecesor a fundar el Pontificio Consejo Cor Unum. Volved a tomar los documentos, que son la Carta de vuestra institución, y meditadlos.

Agradeciéndoos todo lo que hacéis, os doy muy de corazón la bendición apostólica a vosotros y a cuantos colaboran con vosotros y representáis aquí.






A UNA PEREGRINACIÓN DE LA REGIÓN ITALIANA DE FRIULI


Sábado 27 de octubre de 1979



Venerable hermano,
queridísimos hijos e hijas:

A la vez que agradezco sinceramente las palabras que me ha dirigido el arzobispo de Udine con ocasión de este encuentro querido por vosotros, me gozo en saludaros a todos con vivo afecto. Saludo a cada uno de los miembros del "Fogolár Furlán" de Roma, al grupo de sordomudos con sus familiares, y a cuantos proceden de la región de Friuli.

Permitidme deciros que veo en vosotros a los representantes de una gente noble como lo es la friulana, que une armónicamente en sí preclaras cualidades humanas de orgullo, laboriosidad y sensatez, con una fe cristiana sólida y profunda que la hizo grande en el pasado y la fortalece en el presente. Vuestra ubicación geográfico-cultural, que antiguamente tuvo su centro glorioso en la sede patriarcal de Aquileya, os constituye en un pueblo-gozne de dos civilizaciones, latina y eslava, que han encontrado y pueden seguir encontrando ahora en el cristianismo el punto alto de coincidencia; aquéllas os confieren una disponibilidad providencial a la universalidad de pensamiento y de fe, que os hace trascender toda tentación de particularismo. Un pueblo que se hace Iglesia: he aquí un motivo de gozo auténtico y de alabanza del Señor.

Lo que quiero desearos de todo corazón es que no perdáis jamás el patrimonio y la eficacia de estos valores que contienen en sí la capacidad de manteneros por encima y, por tanto, más fuertes que cualquier deplorable dificultad o sufrimiento. Tanto la aludida escasez de recursos económicos con la obligada emigración que de ello se sigue, como sobre todo este no lejano y terrible terremoto, deben constituir otros tantos estímulos para animar y consolidar por encima de toda pasiva resignación o, peor aún, de toda desesperación estéril, vuestra firmeza espiritual y vuestro laudable sentido de solidaridad que hace de todos vosotros un solo "hogar".

372 Agradezco, por tanto, con vosotros al Señor las admirables iniciativas de ayuda cristiana que ha suscitado el desastroso terremoto ya mencionado, liberando, por así decir, energías latentes de auténtico espíritu evangélico y poniendo de manifiesto así toda la concreción extrema y fecunda de algunas palabras fundamentales del vocabulario cristiano, como son comunión, amor, servicio, don, altruismo. De modo que vuestras necesidades han sido no sólo ocasión de fraternidad cristiana, que por gracia de Dios y para su gloria se ha fortalecido brillantemente, sino también banco de prueba de esa fraternidad, si bien por desgracia no todo se ha resuelto todavía.

¡Animo, por tanto! Vuestra fe y el Señor mismo sean siempre vuestra fuerza, porque no abandona a quien espera en El. De su ayuda benéfica es prenda mi bendición apostólica que imparto de corazón a todos y en particular a los que sufren y a los niños, y os encargo de transmitirla a cuantos amáis como signo de afecto paterno.






A UN GRUPO DE OBISPOS ARGENTINOS


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Domingo 28 de octubre de 1979



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Doy gracias al Señor que me concede este deseado encuentro con vosotros, obispos de la Iglesia en Argentina. Es un encuentro cuyo gozo se ve ensombrecido por el reciente fallecimiento del cardenal Antonio Caggiano, que durante su larga vida ha dejado tantos ejemplos de virtud y obras tan fecundas.

Culmina hoy vuestra visita ad Limina, que viene a ser a la vez como un complemento a la que realizaron los otros prelados argentinos que os han precedido.

He podido así encontrarme personalmente con cada uno de vosotros y, a través de vosotros, con vuestros colaboradores: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de cada una de las diócesis de un .país geográficamente lejano, pero muy cercano a mi corazón de Pastor de la Iglesia universal.

Deseo desde ahora expresareis. mi gratitud y aprecio por vuestro empeño apostólico, y quiero deciros cuánto me complace el espíritu cristiano que se refleja en las comunidades eclesiales confiadas a vuestra responsabilidad.

2. Sigo con especial interés la laudable solicitud con la que habéis ido poniendo en pie una pastoral orgánica de la familia, y miro con esperanza el pleno desarrollo del "Programa de acción pastoral Matrimonio y Familia", que vuestra Conferencia Episcopal —como acaba de recordar el señor arzobispo de Corrientes— ha puesto en marcha con carácter prioritario, desde hace algunos años, para todas las Iglesias particulares de Argentina.

Me complace que, en vistas de ese objetivo, hayáis podido llegar a una pastoral de conjunto, capaz de unir y valorizar las fuerzas apostólicas, a todos los niveles, haciéndolas confluir armónicamente hacia metas de alcance nacional. Así se contribuye eficazmente a ese feliz resultado que sólo la convergencia de propósitos, de acción y de métodos puede proporcionar en una obra tan trascendental como es la de formar y dirigir las familias en todo el ámbito de una vida verdaderamente cristiana.

3. Es también para mí motivo de alegría vuestra decisión de presentar a la Santísima Virgen María el fruto de vuestros trabajos en el Congreso Mariano Nacional, que celebraréis en Mendoza el año próximo. Estoy seguro de que será un fruto muy agradable al Señor, porque madurará bajo la asistencia de la Madre, cuya devoción os esforzáis por fomentar en vuestras comunidades eclesiales y en las familias, como una garantía para el éxito de vuestros intentos.

373 Os aliento a proseguir en el camino iniciado, con la mayor amplitud y profundidad posibles, ya que sus efectos benéficos se harán sentir tanto en la Iglesia como en la sociedad civil.

De esta manera iréis caminando por las sendas marcadas por el Concilio Vaticano II, que en sus documentos ha insistido en la importancia del matrimonio y de la familia (cf. Lumen gentium
LG 11,41 Gaudium et spes GS 47-52 Apostolicam actuositatem AA 11 Gravissimum educationis momentum GE 3 , 3.. ). Es asimismo un tema al que yo me he referido en tantas ocasiones, en este primer año de pontificado.

4. Hablando a obispos latinoamericanos, no quiero dejar de indicar que en el discurso inaugural de la Conferencia de Puebla señalé el tema de la familia como una de las tareas prioritarias a atender (IV, a). A ello dediqué, igualmente, mi homilía en el seminario Palafoxiano. Encomiendo a vuestra reflexión cuanto allí dije.

Es un preciso deber de los Pastores enseñar y defender la doctrina de la Iglesia acerca del matrimonio y de la institución familiar, para salvaguardar sus elementos constitutivos, sus exigencias y valores perennes.

Gracias a Dios, en vuestro pueblo se conserva muy arraigado el sentido de familia; pero no podemos desconocer que las tendencias permisivas de la sociedad moderna tienen un creciente impacto en ese vital sector, que la Iglesia debe tutelar con todas sus energías.

El matrimonio, sobre el que se basa la familia, es una comunidad de vida y de amor, instituida por el Creador para la continuación del género humano, y que tiene un destino no sólo terreno, sino también eterno (cf. Gaudium et spes GS 48). Esforzaos, por ello, en defender su unidad e indisolubilidad, aplicando a la vida familiar el pensamiento central de la Conferencia de Puebla: comunión y participación.

Comunión, es decir, disposición interna de comprensión y amor de los padres entre sí y de éstos para con sus hijos. Participación, o sea, mutuo respeto y donación, tanto en los momentos felices como en los de prueba.

Dentro de esta unidad, vivificada por el amor, resplandece el matrimonio como fuente de la vida humana, de acuerdo con las leyes establecidas por el mismo Dios. Esto nos indica la necesidad de insistir en el sentido cristiano de la paternidad responsable, en la línea de la Encíclica Humanae vitae de Pablo VI. No vaciléis tampoco en proclamar un derecho fundamental del ser humano: el de nacer (cf. Discurso inaugural de Puebla, I11, 5).

Una adecuada pastoral familiar habrá de tener muy en cuenta la triple función que ha de configurar a las familias latinoamericanas como "educadoras en la fe, formadoras de personas, promotoras de desarrollo" (Homilía en el seminario de Puebla, 2).

En efecto, el hogar cristiano debe ser la primera escuela de la fe, donde la gracia bautismal se abre al conocimiento y amor de Dios, de Jesucristo, de la Virgen, y donde progresivamente se va ahondando en la vivencia de las verdades cristianas, hechas norma de conducta para padres e hijos. La catequesis familiar, en todas las edades y con diversas pedagogías, es importantísima. Ha de hacerse operante con la iniciación cristiana desde antes de la primera comunión y deberá tener un especial desarrollo mediante una recepción consciente y responsable de los otros sacramentos. Así la familia será de veras una Iglesia doméstica (cf. Lumen gentium LG 11 Apostolicam actuositatem AA 11).

Como formadora de personas, la familia tiene un papel singular que le confiere un cierto carácter sagrado, con derechos propios fundados en última instancia en la dignidad de la persona humana, y por ello deben ser siempre respetados. Acabo de expresarlo en mi discurso a la Organización de Estados Americanos: "Cuando hablamos de derecho a la vida, a la integridad física y moral, al alimento, a la vivienda, a la educación, a la salud, al trabajo, a la responsabilidad compartida en la vida de la nación, hablamos de la persona humana. Es esta persona humana la que la fe nos hace reconocer corno creada a imagen de Dios y destinada a una meta eterna" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de noviembre de 1979, pág. 7). Una pastoral familiar debe velar, pues, por la defensa de estos derechos. Así se contribuye a la vez a hacer de la familia un verdadero y eficaz agente de desarrollo.

374 Por otra parte, es evidente que para poder trabajar con eficacia en ese campo, es necesario esforzarse seriamente por eliminar las causas profundas de las que brotan tantos factores desequilibradores de la sociedad y, por consiguiente, de la familia. Nadie deja de ver, a este respecto, la repercusión enorme, no sólo de orden moral, que tienen ciertas situaciones de clara injusticia social o que afectan igualmente al sector de las relaciones laborales.

Por ello, como parte de vuestro ministerio, no dejéis de proponer y difundir. una sana doctrina moral pública, en plena consonancia con la línea marcada por la enseñanza social de la Iglesia que, si llevada a la práctica con fidelidad y sin tergiversaciones de ninguna tendencia, hará que sean realidad fecunda las exigencias de orden humano y evangélico que ella intenta tutelar.

5. Si con la justa preocupación por la salvaguardia de estos derechos humanos, ponéis bien de relieve los principios antes enunciados, encontraréis en la falta del respeto debido a esos principios la raíz del desatarse de la violencia. A fin de contribuir, en cuanto está en vuestro poder, a que se disuelva definitivamente el ciclo funesto de la violencia, proceded, venerables hermanos, con todo celo en el cumplimiento de vuestros deberes pastorales, procurando que la sociedad y la célula primera de esa sociedad, es decir, la familia, se integren en aquella civilización del amor, tan deseada por mi predecesor Pablo VI.

6. Si ante las exigencias de vuestro vasto y no fácil programa, pudiera parecer inadecuado, el número de colaboradores de que disponéis —a pesar del reciente aumento de vocaciones— os sirva de aliento esta prometedora aserción conciliar: "Las familias que están animadas de un espíritu de fe, de caridad y de piedad, prestan una contribución valiosísima para el fomento de las vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y, en general, a las de especial consagración" (cf. Optatam totius
OT 2).

Dios ha querido dejarnos un modelo muy cercano a nosotros en la Sagrada Familia de Nazaret. Que Jesús, María y José inspiren, acompañen y alienten vuestra pastoral familiar y la tarea de todos vuestros colaboradores.

7. Antes de concluir este encuentro, quiero aludir a la gratitud que me habéis expresado por la tarea de mediador que he aceptado, para contribuir a la paz y amistad entre dos pueblos hermanos: Argentina y Chile. Sabed que aprecio muy de veras el que estéis facilitando mi trabajo con vuestra acción, pastoral, la cual, fundada en la oración y en las enseñanzas del Evangelio, contribuye eficazmente a crear la atmósfera apta para la anhelada solución, en bien de todos.

Os doy, finalmente, un particular encargo: que llevéis a vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, agentes de apostolado y a todos vuestros diocesanos el saludo y bendición del Papa, que en todos piensa y por todos ora con gran afecto y con viva esperanza. Con ellos os bendigo a todos vosotros.





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