Discursos 1979 374


VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN PÍO V


A LOS MAESTROS Y PROFESORES MIEMBROS DE LA PARROQUIA



Domingo 28 de octubre de 1979




Este encuentro con vosotros, profesores y profesoras, maestros y maestras que pertenecéis a esta parroquia de San Pío V, me resulta especialmente agradable, porque me siento rodeado de personas beneméritas, cuya dignidad y valía han atraído siempre mi estima y mi gratitud.

Estima, ante todo, por la alta misión que se os ha confiado en la escuela, a lo que me complazco añadir el deseo de que, con vuestro cristiano modo de vivir y con el constante esfuerzo por presentar a los jóvenes los valores religiosos, como coronación de los valores humanos, podáis establecer unas relaciones interpersonales capaces de abrir con ellos un diálogo constructivo y satisfacer así sus verdaderas exigencias.

Gratitud, también, por la dedicación, más todavía, quiero esperar, por le abnegación, con la que ciertamente desarrolláis vuestro delicado servicio en la formación cultural y espiritual de las nuevas generaciones. Que vuestra actitud sea siempre inteligente, humilde y edificante, de modo que hagáis no solamente apreciar, sino también, y sobre todo; amar la verdad.

Vuestra actividad se desarrolla en una época en la que se ha ofrecido al laicado católico la invitación a participar en la misión apostólica de la Iglesia. Sabréis ciertamente que el Concilio Vaticano II ha hecho gran hincapié en vuestra colaboración, la cual efectuada "por el testimonio de la vida y por la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo" (Lumen gentium LG 35).

375 En esta perspectiva, sabed encontrar siempre vuestra referencia ideal en la figura de Jesús Maestro, es decir, como he dicho ya en la reciente Exhortación sobre la catequesis, en "la imagen de Cristo que enseña, a la vez majestuosa y familiar, impresionante y tranquilizadora"; que El nos inspire el respeto de la "fe católica de los jóvenes, incluso facilitándoles la educación, el arraigo, la consolidación, la libre expresión y la práctica" (cf. Catechesi tradendae CTR 8 y 69)

Que El os sostenga en vuestra obra educativa y os ilumine con su gracia, mientras por mi parte os aseguro que os seguiré de cerca con el afecto, la oración y la bendición, que ahora os imparto, así como a vuestros seres queridos y a los alumnos de vuestras escuelas.





VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN PÍO V

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS


Domingo 28 de octubre de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas en el Señor:

En esta visita pastoral no podía faltar un encuentro particular con todos vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, que en gran número residís en esta parroquia.

Muy gustosamente, pues, me encuentro aquí con vosotros y os expreso toda mi alegría de padre, de hermano, de amigo: y en este breve encuentro quisiera sugeriros algunas consideraciones que nacen de las exigencias de nuestro tiempo.

¿Cuál es la característica general del tiempo en que nos ha llamado a vivir la Providencia? Parece que se puede responder que es una gran crisis espiritual: de ideas, de la fe religiosa y, en consecuencia, de la vida moral.

Nosotros estamos llamados a vivir en esta época nuestra y a amarla para salvarla. ¿Cuáles son, pues, las exigencias que nos presenta?

1. Nuestro tiempo exige ante todo profundas convicciones filosóficas y teológicas.

Muchos naufragios en la fe y en la vida consagrada, pasados y recientes, y muchas situaciones actuales de angustia y perplejidad, tienen en su origen una crisis de naturaleza filosófica. Es necesario cuidar con extrema seriedad la propia formación cultural. El Concilio Vaticano II ha insistido en la necesidad de tener siempre a Santo Tomás de Aquino como maestro y doctor, porque sólo a la luz y sobre la base de la "filosofía perenne", se puede construir el edificio tan lógico y exigente de la doctrina cristiana, León XIII, de venerada memoria, en su célebre y siempre actual Encíclica Aeterni Patris, cuyo centenario celebramos este año, reafirmó e ilustró maravillosamente la validez del fundamento racional para la fe cristiana.

Por esto, nuestra primera preocupación hoy debe ser la de la verdad, tanto por necesidad interior nuestra, como para nuestro ministerio. ¡No podemos sembrar el error o dejar en la sombra de la duda! La fe cristiana de tipo hereditario y sociológico, se hace cada vez más personal, interior, exigente, y esto ciertamente es un bien, ¡pero nosotros debemos tener para poder dar! ¡Recordemos lo que San Pablo escribía a su discípulo Timoteo: "Guarda el depósito a ti confiado, evitando las vanidades impías y las contradicciones de la falsa ciencia que algunos profesan, extraviándose de la fe"! (1Tm 6,20).

376 Es una exhortación especialmente válida para nuestra época tan sedienta de certeza y claridad y tan íntimamente acechada y atormentada.

2. Nuestro tiempo exige personalidades maduras y equilibradas.

La confusión ideológica da origen a personalidades sicológicamente inmaduras y pobres; la misma pedagogía resulta incierta y a veces desviada. Precisamente por este motivo el mundo moderno anda en busca afanosa de modelos, y la mayoría de las veces queda desilusionado, confundido, humillado. Por esto, nosotros debemos ser personalidades maduras, que saben controlar la propia sensibilidad, que asumen las propias tareas de responsabilidad y guía, que tratan de realizarse en el lugar y en el trabajo donde se encuentran.

Nuestro tiempo exige serenidad y valentía para aceptar la realidad como es, sin críticas depresivas y sin utopías, para amarla y salvarla.

Esforzaos todos, por lo tanto, para alcanzar estos ideales de "madurez", mediante el amor al propio deber, la meditación, la lectura espiritual, el examen de conciencia, la recepción metódica del sacramento de la penitencia, la dirección espiritual. La Iglesia y la sociedad moderna necesitan personalidades maduras: ¡Debemos serlo con la ayuda de Dios!

3. Finalmente, nuestro tiempo exige un compromiso serio en la propia santificación.

¡Las necesidades espirituales del mundo actual son inmensas! Si miramos las selvas sin límites de los bloques de casas en las modernas metrópolis, invadidas por multitudes sin número, es para asustarse. ¿Cómo podremos llegar a todas estas personas y llevarles a Cristo?

Viene en nuestra ayuda la certeza de ser sólo instrumentos de la gracia: quien actúa en cada una de las almas es Dios mismo. con su amor y su misericordia.

Nuestro compromiso verdadero y constante debe ser el de la santificación personal, para convertirnos en instrumentos aptos y eficaces de la gracia. El deseo más verdadero y más sincero que puedo expresares es sólo éste: ¡Haceos santos y pronto santos!, mientras os repito las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: "El Dios de la paz os santifique cumplidamente, y que se conserve entero vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sin mancha para la venid, de nuestro Señor Jesucristo" (
1Th 5,23).

Queridísimos:

Estemos contentos ele vivir en estos tiempos nuestros y comprometámonos con valentía en el designio que la Providencia realiza misteriosamente, también por medio de nosotros.

377 San Pío V, "cuya excelsa figura —decía Juan XXIII— está unida a grandes pruebas que la Iglesia debió soportar en tiempos bastante más difíciles que los nuestros" (Discorsi, messaggi e colloqui, vol. II, pág. 720, 6 de mayo de 1960), nos enseña a recurrir, también a nosotros en nuestras dificultades a María Santísima, nuestra Madre celeste, la vencedora de todo error y de toda herejía. Recémosle siempre, recémosle especialmente con el santo Rosario, para que nuestro único y supremo ideal sea siempre la salvación de las almas.

De todo corazón os imparto mi especial bendición apostólica.






A UN GRUPO DE OBISPOS DE COLOMBIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 29 de octubre de 1979



Venerables hermanos en el Episcopado:

Os recibo con profunda alegría, en este encuentro colectivo, que me hace alargar mi mirada, llena de afecto, a la querida Iglesia en Colombia que vosotros representáis aquí, y que se ha hecho y se hace peregrina espiritual para ver al Sucesor de Pedro, con vosotros y con los hermanos obispos que os han precedido.

En estos momentos de comunión, reunidos en el nombre del Señor, sentimos también la presencia de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, miembros de los Movimientos de apostolado y pueblo fiel todo, a cuyo servicio abnegado y gozoso nos insta el mandato de amor del Divino Maestro.

En efecto, el amor al hombre, imagen de Dios, es concreción de nuestra fe en el Señor, don que nos une en la Iglesia, sacramento universal de salvación.

La visión de fe en el servicio del hombre, de todos los hombres, especialmente de los más necesitados, implica que el ejercicio de la misión absolutamente primordial de la evangelización, y en ella de la catequesis, "no ceda en nada a cualquier otra preocupación" (Catechesi tradendae CTR 63). La evangelización y la catequesis, adecuadamente concebidas, constituyen el eje mismo de vuestra solicitud pastoral. Como oportunamente lo expresa el Documento de Puebla, "el servicio a los pobres es la medida privilegiada, aunque no excluyente, de nuestro seguimiento de Cristo. El mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente" (Nb 1145).

La evangelización tiene un lugar insustituible en la familia, por la cual debéis seguir trabajando con vigor y esperanza. En los hogares se descubre el rostro de Dios en la oración, se aquilatan los valores del verdadero humanismo y crece la Iglesia. En los umbrales de este año observé: "Los problemas humanos más profundos están relacionados con la familia. La Iglesia quiere recordar que a la familia van unidos los valores fundamentales que no se pueden violar sin daños incalculables de naturaleza moral... Es necesario defender estos valores fundamentales con tenacidad y firmeza, porque su quebranto lleva consigo daños incalculables para la sociedad y, en último término, para el hombre... El primero es el valor de la persona, que se expresa en la fidelidad mutua absoluta hasta la muerte... La consecuencia de esta afirmación del valor de la persona, que se manifiesta en la recíproca relación entre los cónyuges, debe ser también el respeto al valor de la nueva vida, es decir, al niño, desde el primer momento de su concepción. La Iglesia jamás puede dispensar de la obligación de salvaguardar estos dos valores fundamentales, unidos con la vocación de la familia" (Homilía en el último día del año 1978 , núm. Nb 2).

Conocéis asimismo la esperanza que deposita la Iglesia y que tiene el Papa en la juventud. Repetidles a vuestros jóvenes lo que dije en Irlanda: "Creo en los jóvenes con todo mi corazón y con plena convicción". Asegurad por todos los medios la más esmerada catequesis a la niñez y a la juventud: una catequesis integral, fiel al contenido total del Evangelio, con un lenguaje adaptado, que no desvirtúe el contenido del Credo, que no turbe los espíritus y que forme cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe. Son éstos algunos de los puntos a los que me referí ampliamente en la reciente Exhortación Apostólica sobre la catequesis y que brindo como criterios a quienes están comprometidos en esa nobilísima tarea que la Iglesia les encomienda.

Seguid, pues, animando todos los esfuerzos sanos que en el campo de la catequesis se realizan. Sabéis bien que, por desgracia, no han faltado tampoco "ensayos y publicaciones equívocas y perjudiciales para los jóvenes y para la vida de la Iglesia" (Catechesi tradendae CTR 49). Es lamentable comprobar que se difunden a veces, sustrayéndose a la vigilancia de los Pastores. El Espíritu nos urge para que comuniquemos las certezas de nuestra fe. Ojalá que también las editoriales y librerías católicas, fieles a la misión y a las exigencias que tal denominación comporta, colaboren, en la gran medida en la que pueden hacerlo, en esta importante tarea.

378 Responsables como sois de las comunidades que el Señor os confía, ayudados por todos vuestros próvidos colaboradores, en primer lugar los sacerdotes, llevad la juventud a Cristo, el único capaz de dar plena respuesta a sus aspiraciones. Que como anotaron los obispos en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, "La pastoral juvenil sea la pastoral de la alegría y de la esperanza que transmite el mensaje gozoso de la salvación a un mundo muchas veces triste, oprimido y desesperanzado en busca de su liberación" (Nb 1205).

Sé muy bien que tratáis de ejercer ese ministerio evangelizador en estrecho contacto con vuestros fieles y siguiendo de cerca las circunstancias concretas ambientales en las que se desarrolla su vida como cristianos. Ello os hace testigos de no pocas situaciones penosas, que derivan de la falta de formación moral y religiosa, de cultura, de trabajo, de lamentables condiciones de injusticia, en las que siguen aumentando las distancias entre quienes tienen en exceso y quienes carecen de lo esencial.

En vista de ello, no dejéis de hacer todo lo posible en favor de una formación integral de las personas, prestando toda la debida atención a la dimensión social que debe también tener vuestro ministerio. Con esa fina sensibilidad que distingue hoy a tantas personas, sobre todo jóvenes, deseosas de ver implantado un sistema de relaciones sociales mucho más justas.

Desde una gran fidelidad al Evangelio y con una clara noción de lo que es la misión específica de la Iglesia, sed —con vuestra enseñanza, con vuestras obras, con el aliento dado a vuestros colaboradores— eficaces promotores de auténtica justicia en todos los campos, de acuerdo con las pautas marcadas por la Iglesia en sus documentos de doctrina social.

Amados hermanos: Confortados con mi palabra y aliento, proseguid vuestra misión, y llevad a todos los miembros de vuestras respectivas Iglesias el afecto y la bendición del Papa. Y con ella, el deseo de paz, de alegría y esperanza en la fidelidad a Cristo, el Salvador.






A UN GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 30 de octubre de 1979



Señor Cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado:

1. Bienvenidos seáis a este encuentro, con el que culmina vuestra visita a la sede de los Apóstoles Pedro y Pablo.

En espíritu de fe, habéis emprendido vuestra peregrinación hasta Roma, con el vivo deseo de reforzar vuestra comunión con el Pastor de toda la Iglesia, y hacerle partícipe de vuestros éxitos, propósitos y esperanzas, así como de las dificultades y obstáculos que se interponen en el diario camino del servicio apostólico a vuestras comunidades eclesiales.

Gracias por la especial alegría que me trae vuestra visita. Sí, porque a través de vuestros rostros que bien conozco, de las confidencias recibidas de vuestros corazones de Pastores y, más inmediatamente, a través de las expresivas y sentidas palabras que acaba de pronunciar en nombre de todos el Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, el Señor Cardenal Arzobispo de Guadalajara, se me hacen presentes, junto a vosotros, las dilatadas muchedumbres de vuestros fieles —que representan casi la mitad de la Iglesia en vuestro país— y de todo el querido pueblo de México, con el que pasé días imborrables en mi primer viaje apostólico y que sigue ocupando en mí recuerdo y en mí corazón un lugar muy destacado.

379 Quisiera que la sintonía de sentimientos que se creó en aquellas mis jornadas mexicanas y la abundante semilla evangélica depositada, tuvieran su mejor fruto y complemento en una creciente profundización de la fe y de la vida cristiana en vuestra patria.

2. Todo ello requiere de vosotros, ayudados por cuantos colaboran en la misión apostólica, una perseverante y sistemática obra de evangelización a todos los niveles, para que cada miembro de vuestras comunidades reciba la Buena Nueva de salvación, desarrolle de modo cada vez más consciente y personal la fe recibida y llegue a la plenitud de la vida en Cristo. Tarea larga, urgente, pero nobilísima y meritoria, en la que me alegra constatar el espíritu de ayuda mutua que reina entre vuestras Iglesias particulares, con adecuados planteamientos pastorales a nivel regional y con la asistencia recíproca entre diócesis que pueden socorrer a las más necesitadas en medios y sobre todo en agentes cualificados de evangelización.

Vosotros que llegáis de tierras que han ligado estrechamente su nombre con tan valiosos documentos sobre la evangelización, no necesitáis que me extienda mucho en este punto, en el que os sé comprometidos con todas vuestras fuerzas y convicción. Permitidme, sin embargo, que os aliente una vez más en el desempeño de esa grave responsabilidad eclesial, para que cumpla fielmente su misión la Iglesia, que desea siempre ser «una buena madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, anunciando el Evangelio, administrando los sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del Santo Sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad» (Homilía en la basílica de Guadalupe, 27 de enero de 1979).

3. Como punto de partida que os facilitará mucho vuestra labor, podéis contar con la profunda religiosidad de vuestro pueblo, que en tantas formas lo evidencia. Ello, a pesar de las lagunas que presenta, ofrece un campo bien dispuesto a la recepción del Evangelio que hay que saber valorar y aprovechar con oportuna disponibilidad.

En aquellos casos en los que la fe cristiana se presenta mezclada a formas menos perfectas de religiosidad popular, se impone un prudente criterio pastoral, para no apagar la fe más o menos auténtica, sino —partiendo de ella— purificarla, robustecerla e integrarla gradualmente en la vivencia consciente del misterio integral de Cristo.

4. Un puesto de singular relieve entre vuestros fieles ocupa la devoción a la Virgen María, que desde Guadalupe —verdadero «Santuario del pueblo de México»— y también desde Zapopán o de tantos otros lugares tan queridos al alma del México mariano, acompaña a sus hijos en su peregrinar de fe. Vuestra historia os enseña qué papel tan primordial ha tenido y tiene la figura de María en la vida cristiana de vuestro pueblo.

Cultivad, por ello, con todo mimo esa faceta religiosa de vuestros fieles que sienten y viven la devoción a María Santísima como algo que pertenece a su identidad propia. Sea Ella la que, mediante una perfecta comprensión de su lugar en la economía de la gracia, y siguiendo su ejemplo de perfecta cristiana, conduzca a vuestros fieles por el camino de los verdaderos discípulos de Jesús, el Salvador. Y sean sus santuarios, mediante una pastoral bien cuidada y orientada «lugares privilegiados para el encuentro de una fe cada vez más purificada» (Homilía en el Santuario de Zapopán, 30 de enero 1979).

5. Una de las notas más características de vuestro ambiente eclesial es la juventud de la población, en la que el 60 por ciento no llega a los 20 años. Ello constituye para vosotros un verdadero desafío que la Iglesia no puede perder. Esos jóvenes de hoy, son la Iglesia y la sociedad de mañana, son su futuro, su esperanza. Hay que saber conducirlos a Cristo, presentándolo a ellos como el único ideal grande que puede colmar sus inquietudes, sus deseos de libertad, de justicia, de autenticidad, de transformación de los corazones y, con ello, de una sociedad tantas veces injusta y enferma. Sólo así, con ideas nobles en su mente, y con vivencias generosas en sus corazones, podrán superar vacíos existenciales que están a la raíz de tristes fenómenos de violencia, de droga y sexo, o de desviaciones a ideologías que finalmente son contradictorias con los ideales dignos por los que se creía luchar.

6. La causa de una profunda educación moral de las conciencias, sobre todo en los ámbitos de la parroquia, de la familia, de los centros de formación, no puede disociarse de esa oportuna orientación moral social, en la que la Iglesia ha insistido con tanta frecuencia en los documentos dedicados a ese tema, y que forman una parte importante de su enseñanza.

A lo largo de la historia de vuestra comunidad eclesial no han faltado ejemplos y figuras, que arrancando de las indicaciones de la doctrina social de los Papas, especialmente desde León XIII, han dado prueba —aún en medio de difíciles circunstancias externas— de una fecunda inserción en campo social y asociativo, sosteniendo las justas reivindicaciones de los sectores necesitados, obreros y campesinos, en una línea de verdadero humanismo y de inspiración en los principios cristianos. Obra que continúa, que debe proseguir con fuerza y empeño renovados, bajo el impulso del Episcopado. Ojalá que cuantos trabajan en dicho campo, sacerdotes, religiosos, laicos católicos, se atengan a estos criterios, para que su esfuerzo sea fecundo y eclesial, sin crear estridencias, tensiones o rupturas dañosas.

En este terreno no quiero dejar de recomendares un especial cuidado de un sector particular de vuestra grey : las comunidades de indios. Recuerdo con afecto mi encuentro de Cuilapán con algunos grupos aborígenes y os remito a cuanto allí dije.

380 7. Queridos hermanos: Otros puntos merecerían nuestra atención, pero no puedo alargar más este encuentro. A ellos me referiré al recibir a los otros miembros del Episcopado mexicano.

Continuad con renovado brío y entusiasmo vuestra misión de maestros, pastores y padres. Mantened entre vosotros y también como Conferencia Episcopal una estrecha unión en el desarrollo de vuestras responsabilidades personales y colectivas, para la edificación en la fe de vuestras Iglesias.

A todos y cada uno de los miembros de las mismas, de los grupos que encontré en los diversos momentos de mi peregrinación a México, a cuantos no pudieron verme por enfermedad o por otros motivos, alargo mi pensamiento lleno de afecto y mis brazos para bendecirles.

Concluyo con un entrañable deseo que se hace plegaria : Sea la dulce Señora del Tepeyac, la Madre de Guadalupe, a cuyo Santuario sigue el Papa peregrinando espiritualmente y cuya imagen conserva muy cerca, la que indique a todos: «Id a Jesús», camino, verdad, vida. Así sea.





PALABRAS DE SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN NUMEROSO GRUPO DE TAXISTAS


DESDE LA VENTANA DE SU DESPACHO


Jueves 1 de noviembre de 1979



Queridísimos:

La sociedad romana "Radiotaxi" en colaboración con el "Assessorato" del Deporte y la Cultura del ayuntamiento de Roma, ha organizado esta "Primera marcha ecológica" por las calles de nuestra ciudad, y ha querido recibir el saludo del Papa. Os agradezco de corazón este detalle y con gusto doy a todos la enhorabuena.

La marcha que estáis a punto de comenzar y que os lleva a atravesar las magníficas calles de la capital, os una y os haga cada vez más buenos y comprensivos, a fin de que entre vosotros, ciudadanos de Roma, reinen siempre la paz, la caridad, el respeto y la ayuda fraterna.

Y puesto que lleváis a cabo esta marcha precisamente hoy 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, a todos deseo que sintáis íntimamente el gozo que nace de la certeza de caminar cada día hacia el cielo, nuestra meta última, para la que hemos sido creados y donde juntos seremos felices eternamente.

Os deseo una mañana alegre y serena.

Os ayude mi bendición que imparto con particular afecto a los organizadores y participantes, y a vuestros seres queridos.






A LOS DELEGADOS DEL CENTRO DE ENLACE


DE LOS EQUIPOS DE INVESTIGACIÓN Y A LOS MIEMBROS


DEL CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DE LA FEDERACIÓN


INTERNACIONAL DE ACCIÓN FAMILIAR


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Sábado 3 de noviembre de 1979



Queridos amigos:

1. Me siento particularmente complacido al encontrarme aquí con los miembros del "Centro de Enlace de los Equipos de Investigación" (CLER). En el apostolado de los hogares —en el que ha insistido tanto el Decreto conciliar Apostolicam actuositatem, 11, habéis desempeñado papel de pioneros, mucho antes del Concilio Vaticano II. Y actualmente vuestros equipos —en los que médicos, sicólogos, consejeros conyugales y educadores, ponen en común sus competencias respectivas y sus convicciones cristianas— juegan un papel muy apreciable no sólo en el estudio de las cuestiones referentes a la regulación de la natalidad y a la fecundidad de la pareja, sino en la ayuda concreta a los hogares en todos los problemas de su vida conyugal y familiar, y en la colaboración, en el mejor sentido, para la educación sexual de los jóvenes. Habéis mantenido la confianza en la Iglesia y su Magisterio, seguros de que actuando así no os equivocabais. Vuestra peregrinación brinda ocasión de dar gracias al Señor y reflexionar sobre la obra realizada, con el fin de proseguirla con más coraje y fidelidad cada vez, y de estrechar los vínculos con la Iglesia a la que queréis servir, precisamente en el momento en que se prepara el Sínodo de los Obispos sobre la misión de la familia cristiana. A la vez que os presento el agradecimiento de la Iglesia, os felicito y aliento enardecidamente.

2. Permitidme saludar a la vez que a vosotros, a los miembros del consejo de administración de la Federación Internacional de Acción Familiar (FIDAF o IFFLP) que va a reunirse en Roma con los miembros y consejeros de nuestro Comité para la Familia: esta Federación se propone también, ante las grandes Organizaciones internacionales, un trabajo similar en el que el CLER continúa tomando parte muy importante: la investigación y promoción de los métodos naturales de la planificación familiar y de la educación a la vida familiar. Me complazco en la seriedad y amplitud de vuestras actividades y en su convergencia con la acción pastoral de la Iglesia católica en estos campos.

Tratándose de vosotros, no hay necesidad de que el Papa se extienda en consideraciones que son ya objeto de convicciones firmes de parte vuestra. Además, últimamente he tenido ocasión de hablar con frecuencia de los problemas de la familia: por ejemplo, a los seglares reunidos en Limerick (Irlanda), a los obispos americanos, y a las familias concentradas para la Misa en el "Capitol MalI" de Washington. Sin embargo, recalcaré algunos aspectos importantes.

3. En primer lugar es capital para los cristianos elevar el debate abarcando enseguida el aspecto teológico de la familia y, en consecuencia, meditando la realidad sacramental del matrimonio. La sacramentalidad no puede comprenderse si no es a la luz de la historia de la salvación. Ahora bien, esta historia de la salvación se califica de historia de alianza y de comunión entre Yavé e Israel primeramente, y después entre Jesucristo y la Iglesia en este tiempo de Iglesia, mientras se espera la alianza escatológica. Asimismo precisa el Concilio: "El Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio" (Gaudium et spes GS 48,2). Este matrimonio constituye, por tanto, a la vez un memorial, una actualización y una profecía de la historia de la alianza. "Este misterio es grande", dice San Pablo. Al casarse, los esposos cristianos no comienzan sólo su aventura, incluso cuando se la entiende con sentido de santificación y misión; comienzan una aventura que los inserta de modo responsable en la gran aventura de la historia universal de la salvación. En cuanto memorial, el sacramento les confiere la gracia y el deber de recordar las grandes obras de Dios y de ser testimonio de éstas ante sus hijos; como actualización, les confiere la gracia y el deber de poner en práctica en el momento actual las exigencias de un amor que perdona y rescata al uno respecto del otro y con sus hijos; siendo profecía, les confiere la gracia y el deber de vivir y testimoniar la esperanza del encuentro futuro con Cristo.

4. Claro está que todo sacramento comporta una participación en el amor nupcial de Cristo a la Iglesia. Pero en el matrimonio la modalidad y el contenido de esta participación son específicos. Los esposos participan como esposos, los dos, siendo pareja, hasta el punto de que el efecto primario e inmediato del matrimonio (“res et sacramentum”)no es la gracia sobrenatural en sí, sino el vínculo conyugal cristiano, una comunión de dos típicamente cristiana porque representa el misterio de la encarnación de Cristo y su misterio de alianza. Y el contenido de la participación en la vida de Cristo es también específico, pues el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos integrantes de la persona —llamada del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y la afectividad. aspiración del espíritu y la voluntad—; tiende a una unidad profundamente personal, aquella en que más allá de la unión en una sola carne, lleva a no ser sino un solo corazón y una sola alma; exige indisolubilidad y fidelidad en la donación recíproca definitiva; se abre a la fecundidad (cf. Humanae vitae HV 9). En una palabra, se trata ciertamente de las características normales de todo amor conyugal natural, pero con significación nueva que no solamente las purifica y consolida, sino que las eleva hasta hacer de ellas expresión de valores propiamente cristianos. Esta es la perspectiva a la que deben elevarse los esposos cristianos; ésta es su grandeza; ésta su fuerza; ésta su exigencia; éste su gozo también.

5. Igualmente se debe enfocar con esta perspectiva la paternidad responsable de los esposos cristianos. En este terreno los esposos, los padres, pueden encontrarse con cierto número de problemas que no pueden resolverse sin amor profundo, un amor que implique también esfuerzo de continencia. Estas dos virtudes, amor y continencia, apelan a la decisión común de los esposos y a la voluntad de someterse también ellos a la doctrina de la fe, a la enseñanza de la Iglesia. Sobre este vasto tema me contentará con tres observaciones.

6. En primer lugar no hay que trampear con la doctrina de la Iglesia tal como ha sido claramente expuesta por el Magisterio, por el Concilio, por mis predecesores; pienso sobre todo en la Encíclica Humanae vitae de Pablo VI, en su discurso a los Equipos de Nuestra Señora, el 4 de mayo de 1970, y en otras numerosas intervenciones suyas. Es hacia este ideal de relaciones conyugales nobles y respetuosas de la naturaleza y finalidades del acto matrimonial, hacia donde hay que tender sin cesar las aspiraciones, y no a una concesión más o menos amplia, más o menos confesada, a las teorías y la práctica ele los usos anticonceptivos. Dios llama a los esposos a la santidad del matrimonio, para bien de ellos mismos y en pro de la calidad de su testimonio.

7. Una vez que este punto quede firme por obediencia a la Iglesia —y es honor vuestro mantenerla, cueste lo que costare—, no es menos importante ayudar a los matrimonios cristianos y a los otros, a fortificar las propias convicciones buscando con ellos razones hondamente humanas para actuar de este modo. Es bueno que comiencen a comprender cómo esta ética natural corresponde a la antropología bien entendida, a fin de esquivar las manipulaciones de una opinión pública o una ley permisiva, e incluso para contribuir en la medida de lo posible, a sanear esta opinión pública. Muchos elementos de reflexión pueden contribuir a forjarse convicciones sanas que ayuden a reforzar la obediencia del cristiano o la actitud del hombre de buena voluntad. Y sé también que ésta es una parte importante de vuestra tarea educativa. Por ejemplo, en una época en que tantas corrientes ecológicas piden respeto a la naturaleza, ¿qué pensar de la invasión de procedimientos y sustancias artificiales en este terreno eminentemente personal? Sustituir con técnicas el dominio de sí, la renuncia propia en favor del otro, y el esfuerzo común de los esposos, ¿no marca retroceso en lo que constituye la nobleza del hombre? ¿No vemos que la naturaleza del hombre está subordinada a la moral? ¿Hemos medido todo el impacto del rechazo del hijo, rechazo incesantemente acentuado, sobre la sicología de los padres, ya que éstos llevan inscrito en su naturaleza el deseo del hijo? ¿Y el alcance de este rechazo en el porvenir de la sociedad? Y, ¿qué pensar de una educación de los jóvenes a la sexualidad que no les ponga en guardia contra el afán de placer inmediato y egoísta, disociado de las responsabilidades del amor conyugal y la procreación? Sí, es necesario educar de muchas maneras al amor verdadero para evitar que el tejido moral y espiritual de la comunidad humana se degrade en este punto capital a base de ideas engañosas o falseadas.

8. El respeto de la vida humana ya concebida forma parte evidentemente, y a título particular, ele las convicciones que se han de aclarar y fortificar. Es un punto en el que la responsabilidad del hombre y la mujer les debe llevar a acoger y proteger el ser humano del que han sido los procreadores y a quien jamás tienen el derecho de eliminar; es un terreno donde el ambiente, la sociedad, los médicos, los consejeros matrimoniales y los legisladores tienen el deber de permitir que tal responsabilidad se ejerza siempre en la dirección del respeto de la vida humana, no obstante las dificultades y proporcionando a la vez ayuda mutua en casos de dificultad. Es un punto sobre el que la Iglesia se ha pronunciado unánimemente en todos los países, de modo que no hay necesidad de insistir. La legalización del aborto podrá llevar fatalmente a muchos a no sentir este respeto y responsabilidad hacia la vida humana. infravalorando así una falta grave. Incluso es necesario añadir que la generalización de las prácticas anticonceptivas a base de métodos artificiales, lleva también al aborto pues ambos se sitúan, si bien a niveles diferentes, en la misma línea del miedo al hijo, rechazo de la vida, falta de respeto al acto y al fruto de la unión tal como la ha querido entre e] hombre y la mujer el Creador de la naturaleza. Los que estudian a fondo estos problemas saben muy bien todo esto, muy al contrario de cuanto ciertos argumentos o ciertas corrientes ele opinión podrían inducir a creer. Se os felicita por lo que hacéis y haréis para formar las conciencias en este punto del respeto a la vida.


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