Discursos 1980 8

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


AL ALCALDE DE ROMA Y A LA JUNTA MUNICIPAL


Lunes 7 de enero de 1980



1. Me proporciona alegría esta oportunidad de acogerlo, Sr. Alcalde, en una visita que después del rápido encuentro en la plaza de España hace un mes me brinda ocasión de departir más detenidamente con usted en su calidad de primer ciudadano de Roma. Me alegra asimismo recibirle con sus compañeros de la junta municipal y con una representación selecta de todo el consejo municipal. A usted y a ellos deseo en primer lugar expresar mi agradecimiento y complacencia porque el encontrarnos juntos otra vez al comienzo del año, no sólo responde a la costumbre agradable y muy digna de aprecio de felicitarnos mutuamente, sino que se verifica en nombre y bajo la mirada —por así decir— de una ciudad a la que nosotros todos tenemos el deber de servir, si bien a títulos diferentes, aunque objetivamente convergentes.

2. Es natural, por tanto, que del encuentro entre las personas se pase a la realidad de la Urbe tal y como se presenta a comienzos de los años ochenta dentro del marco más amplia de la realidad nacional e internacional. Conocemos bien la historia de Roma en el entramado de una trayectoria plurisecular que ya desde la edad más antigua la ha visto —quiero sintetizar lo más posible— conquistadora de un imperio, maestra del derecho, centro de irradiación de la fe de Cristo y sede de su Vicario. Pero Roma tiene también un presente y es el de ser una metrópoli moderna y dinámica en creciente desarrollo y caminando legítima y confiadamente hacia el futuro. Y precisamente esta mirada a la "actualidad de la Urbe" es la que nos lleva a descubrir simultáneamente en ella exigencias, necesidades y los problemas consiguientes.

Se trata de problemas comunes a toda comunidad ciudadana en expansión, pero se trata también de los peculiares de una ciudad que tiene ciertas funciones típicas y originales ante Italia y el mundo. Asimismo son problemas cívico-administrativos y, a la vez, del campo moral y espiritual. Solamente enumerarlos nos llevaría ya no poco tiempo; por ello prefiero mencionar sólo algunos para deducir una consideración que llevo muy en el corazón y que vosotros compartiréis conmigo, estoy seguro.

Pienso, por ejemplo, en el problema de la vivienda que produce un estado persistente de malestar, sobre todo en los matrimonios jóvenes que dan vida a nuevas familias, y que si bien se nota más en algunas zonas de la periferia, por desgracia, no es desconocido en los barrios propiamente urbanos y hasta en el mismo centro histórico. Pienso también en el problema de la enseñanza que se traduce (prescindiendo de temáticas más amplias de la pedagogía moderna) en carencia de estructuras y aulas, lo cual no pocas veces impone a profesores y alumnos la necesidad de turnos didácticos fatigosos y en horas inconvenientes. Podría añadir el problema de la juventud con los peligros resultantes de la dificultad de encontrar trabajo, el desempleo, la violencia, la droga, el permisivismo, etc. Y hasta es demasiado fácil hacer notar que en éstos como en otros casos, estamos frente a problemas sociales gravísimos.

Y aquí precisamente quisiera incluir una consideración ya esbozada y que para mí es muy importante. Estos problemas presentan aspectos diversos, pero no siempre se les puede aplicar rígidamente en la práctica distinciones conceptuales, ni tampoco son del todo válidas para resolverlos las medidas legislativas o las intervenciones de orden técnico. ¿El problema de la vivienda, acaso se resuelve sólo construyendo casas, o existe más bien detrás de él o, mejor, anteriormente, una "exigencia humana" legítima, o sea, una situación de verdadera necesidad que reclama intervenir con urgencia? ¿La crisis de la vivienda, no implica quizá o se entrelaza con ciertas situaciones de precariedad e inestabilidad familiar? Y por lo que toca a la enseñanza, no es cuestión sólo de edificios evidentemente, sino de algo mucho más complejo en donde se refleja —-al igual que también en otros sectores— la crisis misma de la sociedad.

Quiero llegar a la conclusión de que al reflexionar sobre los problemas actuales de la Urbe, no es nada fácil determinar la competencia específica de esta o aquella autoridad en cada caso; sino que es necesario admitir un aspecto inseparable o reflejo de orden moral y espiritual, que apela a otras responsabilidades entre las que no es la última la de la Iglesia.

3. Es justamente a nivel ético-religioso donde se descubre la misión que tiene la Iglesia de sensibilizarse y hacerse presente para impulsar y contribuir, en cuanto le sea posible, a la solución de los problemas de Roma arriba mencionados. Por su índole compleja, por su conexión mutua, por la presencia en ellos de elementos que tocan competencias diversas, recuerdan a todos los responsables su deber de colaborar.

Llamado por el Señor a guiar la Iglesia universal y consciente a la vez de que la función de Obispo de Roma es fundamento de aquélla, no puedo dejar de repetir ante vosotros lo que ya he tenido ocasión de declarar otras veces: mi disponibilidad a hacer cuanto esté en mi poder en favor del desarrollo integral de Roma. Las mismas visitas que estoy haciendo de semana en semana a las varías parroquias, a la vez que responden a la intención primaria de tomar parte personalmente en la renovación de una actividad evangelizadora capilar, también se proponen conocer de cerca a personas y organizaciones, fuerzas y posibilidades, y sobre todo las expectativas y problemas tal y como se presentan concretamente en cada una de las zonas urbanas y periféricas. Para mí, venido de lejos, la condición preliminar de tal colaboración es el conocimiento directo y completo, en cuanto me sea posible, de la realidad ciudadana, para poder ofrecerle de este modo la colaboración específica correspondiente a mi función pastoral. Si la solución de estos problemas numerosos es ardua y requiere el esfuerzo de todos, está claro que no se puede pensar —sería una ilusión—en una obra prevalentemente personal, como si ésta pudiera tener poder milagroso. Entra en la naturaleza misma de la colaboración el basarse en la disponibilidad, confianza, lealtad y buena voluntad, dotes morales todas ellas que confirman la idea de que al abordar esos problemas no debe faltar un "suplemento de alma", es decir, carga humana y sensibilidad solícita ante las necesidades y derechos de aquellos a quienes se endereza nuestro servicio.

9 Hacia estas mismas metas, puedo afirmar que se dirige, además de mi interés, el de toda la Iglesia que está en Roma con las fuerzas vivas de sus sacerdotes, religiosos y seglares generosos dispuestos a tomar parte en el trabajo conjunto. Aplicándose cada uno en la esfera de sus competencias al objetivo de una actuación encaminada al bien verdadero de la comunidad ciudadana que es invisible, podrá ocurrir que comiencen a solucionarse los problemas del presente y se le prepare a Roma un porvenir más seguro al que tiene derecho plenamente.

4. Aprovecho gustoso la ocasión de esta costumbre cristiana ya mencionada de darnos mutuamente las felicitaciones al comienzo del año nuevo, y quiero dar a la misma una doble dimensión. Ante todo deseo presentaros mi felicitación ferviente a cada uno de vosotros, a vuestras personas y a vuestras familias, y también a las actividades de cada uno, para que en los sectores de vuestra competencia realicéis la "parte del bien común" que se os pide.

Extiendo también mi felicitación más cordial a todos los ciudadanos para que el año próximo se consolide y desarrolle entre ellos, con la indispensable ayuda de Dios "dador de todo bien", una concordia activa y fecunda. «Concordia —recordaba el famoso historiador romano— parvae res crescunt, discordia rnaximae dilabuntur» (Salustio, Bellum Iugurthinum, X, 6). De este modo se asistirá a un nuevo crecimiento de la Urbe según la línea ejemplar de civilización humana y cristiana que distingue inconfundiblemente su perfil. Sobre todos los amados ciudadanos, a quienes se endereza a título directo e inmediato mi ministerio de Obispo, invoco los favores más escogidos del cielo, con una bendición especial.





DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LAS CAPITULARES DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD


DE SAN VICENTE DE PAÚL


Viernes 11 de enero de 1980



Reverenda madre,
hermanas mías:

¡Imaginaos conmigo que San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, vuestros dos fundadores, que tan unidos estuvieron en su pasión evangélica de servir a los pobres y que regresaron hacia el Señor con algunos meses de diferencia hace ya más de tres siglos, estuvieran presentes en este encuentro familiar! Pues ellos están con nosotros misteriosamente. Permitidme dejarles la palabra, siendo tan sólo su intérprete.

Mientras proseguís los trabajos de la asamblea general de la Compañía, aquellos que veneráis como vuestro Padre y vuestra Madre, quieren en primer lugar confirmaros en la actualidad de vuestra vocación. El calor de la caridad es algo de lo que los seres humanos tienen una imperiosa necesidad hoy como siempre. Es cierto que las miserias sociales del siglo XVII y la época de la Fronde están muy lejanas. Pero "los pobres están siempre entre nosotros". ¿Quién será capaz de darnos las estadísticas precisas de la pobreza real de cada país y a escala mundial? A menudo se publican números referidos al comercio, la agricultura, la industria, los bancos, el armamento, etc. Pero ¡en la época de los ordenadores sabemos el número exacto de analfabetos, de niños abandonados, de subalimentados, de ciegos, de enfermos, de hogares desquiciados, de prisioneros, de marginados, de prostitutas, de parados, de gentes que viven en los suburbios del mundo entero!... Queridas hermanas, tened sólo ojos y corazón para los pobres, como "monsieur Vincent" y "mademoiselle Legras". Para estimularos aún —si es que esto fuese necesario— os dicen: Escuchad a Nuestro Señor Jesucristo, escuchadle repetir el sentido de su misión: "El Espíritu del Señor está sobre mí... me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos..." (Lc 4,18). Así es, el Evangelio nos presenta casi siempre a Cristo en medio de los pobres. Es su medio de vida.

Del mismo modo me parece que estos dos grandes Santos de la caridad os exigen con ternura y firmeza defender y desarrollar vuestra pertenencia radical a Jesucristo, según las promesas que renovais cada año el 25 de marzo. La castidad por Cristo y el Evangelio es el signo más profundo de esta pertenencia. Lejos de ser una alienación de la persona, supone una asombrosa promoción de las capacidades y de las necesidades de maternidad de toda mujer. Vosotras sois madres. ¡Colaboráis en la protección, la orientación, la apertura, el cuidado y el final apacible de tantas vidas humanas, tanto en el plano físico como en el moral y religioso! Ved siempre vuestro celibato consagrado como un camino de vida para los demás, y revelad este secreto a las jóvenes que vacilan en tomar el camino que vosotras habéis seguido. Amad no sólo a los pobres, sino también el ser pobres vosotras mismas en espíritu y de hecho. San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac dijeron más sobre esto con su servicio concreto a los pobres día y noche, que con largos tratados sobre la pobreza. También San Francisco de Asís fue más elocuente al despojarse de sus vestiduras que si hubiera sacado una publicación periódica sobre el desasimiento de los bienes terrenos. Y Carlos de Foucauld aportó más con su sonrisa y su bondad en medio de los pobres que publicando su autobiografía de joven oficial convertido, que eligió el último lugar en medio de los pobres. Podríamos recordar también a mi veneradísimo predecesor Pablo VI, al abandonar la tiara, realizó un gesto que aún no ha terminado de dar sus frutos en la Iglesia.

Finalmente escucháis a vuestros dos modelos de vida que os apremian a no dejar en absoluto desaparecer el espíritu de dependencia, mientras que la tendencia actual es reservarse un espacio libre en que uno no dependa de nadie, para abandonarse mejor a la propia imaginación y la propia fantasía. Sabéis que la obediencia religiosa es el más agudo de los tres clavos de oro que os ligan a Cristo a sus imitadores e imitadoras. ¿Es posible mirar a la cruz del Señor Jesús, sin conformarse a su misterio de obediencia al Padre? ¡Que los superiores religiosos sean humanos y comprensivos, pues es su deber! ¡Pero que los súbditos sean por su parte cada vez más adultos y responsables, hasta el punto de profundizar y de vivir el valor oblativo de la obediencia!

En una palabra, vuestros fundadores os dicen a vosotras y a todas vuestras compañeras: "Permaneced en el mundo sin dejaros contaminar jamás por el espíritu del mundo de que habla San Juan". Sabéis que la sal, una vez diluida, se vuelve sosa. ¡Lo que brilla es la pureza del cristal!

10 A usted, reverenda madre, que acaba de ser reelegida, le deseo con particular gozo un fructífero servicio a la Compañía. A las capitulares, cuya visita agradezco, y a todas las Hijas de la Caridad que sirven a Cristo en sus pobres en todo el mundo —sin olvidar su muy apreciado servicio al Vaticano— imparto mi afectuosa bendición apostólica.






AL CONSEJO NACIONAL DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Sábado 12 de enero de 1980



Queridísimos hermanos y hermanas:

"Gracia a vosotros de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (2Th 1,2),

1. Con alegría sincera y gran satisfacción me encuentro hoy con vosotros, miembros del consejo nacional de la Acción Católica Italiana, reunidos estos días en Roma para meditar juntos sobre el tema: "Construir en cuanto laicos la comunidad eclesial para animar como cristianos la sociedad civil italiana". Dedico un saludo cordial al presidente nacional, prof. Mario Agnes, al consiliario general, mons. Giuseppe Costanzo, a los vicepresidentes y responsables de los distintos Movimientos, y a cada uno de vosotros individualmente que con entrega y afán desempeñáis los cargos centrales y más gravosos, por tanto, de la gran familia de la Acción Católica Italiana.

Sed bienvenidos a la casa del Papa y sabed que os estima, os quiere y sigue y aprecia el trabajo complejo que debéis realizar continuamente para que el laicado católico italiano bien organizado en las varias estructuras, siga prestando a la Iglesia y a la sociedad civil la aportación concreta y eficaz de colaboración y vitalidad acertadamente expresadas en el tema de vuestro encuentro, con dos términos: "construir" y "animar"; como es sabido, son palabras que sintetizan el luminoso magisterio del Concilio Vaticano II referente a las tareas, funciones y deberes de los seglares en el ámbito de la comunidad eclesial y en el de la comunidad civil donde transcurre día a día su vida.

2. Además, en este momento tan significativo quisiera reiterar públicamente mi aplauso a todos los miembros de la Acción Católica, que ha superado ya el siglo de vida. En estos cien años largos de existencia, cuántos ejemplos admirables de afán apostólico y de profunda vida espiritual; cuántos sacrificios y cuántos heroísmos han hecho hombres y mujeres, jóvenes, muchachos y muchachas, niños y niñas seriamente conscientes de que su adhesión a la Acción Católica significaba participación personal, vital y dinámica en la misma misión salvífica de la Iglesia.

La Acción Católica Italiana, nacida en un período particularmente delicado y difícil para las relaciones entre la Sede Apostólica y la nación italiana, ha demostrado que se puede profesar amor profundo a la Iglesia y, al mismo tiempo, respeto leal a la patria.

Vuestra Asociación ha sido forja de padres y madres de familia ejemplares, de profesionales, obreros y políticos; firmemente convencidos todos ellos de que "la responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte" (cf. Lumen gentium LG 17 Apostolicam actuositatem AA 3), han dado al mundo y a la Italia contemporánea en particular, un testimonio luminoso de vida cristiana, y han puesto en práctica a costa de muchos sacrificios y de entrega constante, lo que afirma el Concilio Vaticano II: "Los seglares... están llamados por Dios a contribuir a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento, desempeñando su profesión guiados por el espíritu evangélico. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás primordialmente mediante el testimonio de su vida por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad" (Lumen gentium LG 31).

3. He leído con atención particular los esquemas referentes a la sesión de estudio en que estáis afrontando problemas de gran interés para la vida de la Asociación. Entre tantos elementos tan ricos y oportunos, merecedores todos de adecuada profundización, deseo subrayar uno de manera especial hoy, la fidelidad a vuestra identidad.

Sí, queridos hermanos y hermanas. Sea siempre fiel a sí misma la Acción Católica Italiana, es decir, a los fines, tareas e ideales que ha asumido desde la fundación ante la Iglesia y, por la mismo, ante los propios afiliados. A este propósito hago mías la palabras que os dirigía mi predecesor Pablo VI el 11 de enero de 1975: "La Iglesia os pide que asumáis vuestra responsabilidad en el mundo contemporáneo sin perder vuestra identidad, pero estando íntimamente presentes en la vida social, cultural, política y económica de vuestros compatriotas, aunque sin perder de vista la dimensión universal de las distintas realidades y la comunidad internacional de los pueblos" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 26 de enero de 1975, pág. 2).

11 Fidelidad a vuestra identidad quiere decir ante todo dar testimonio claro de virtudes cristianas, de fe ardiente, esperanza serena y caridad activa, en unión profunda y vital con Cristo. "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt 5,16 cf. 1P 2,12).

Ser fieles a vuestra identidad quiere decir situar la evangelización y la educación permanente en la fe entre los temas prioritarios y fundamentales, según insistí en mi Exhortación Apostólica sobre la catequesis; las varias Asociaciones y Movimientos conseguirán mejor sus objetivos específicos y servirán mejor a la Iglesia si aciertan a dar lugar importante a la formación religiosa seria de los miembros en su organización interna y en sus métodos de acción: "En este sentido toda asociación de fieles en la Iglesia debe ser educadora en la fe, por definición" (Catechesi tradendae CTR 70).

Ser fieles a vuestra identidad quiere decir, como lo indica vuestro nombre, actuar apostólicamente y siempre en sintonía perfecta, gozosa, leal y amorosa con la jerarquía, precisamente porque la Acción Católica es uno de los modos en que los laicos son llamados a "colaborar más inmediatamente con el apostolado de la jerarquía" (Lumen gentium LG 33). Significa asimismo no ser fáciles a seguir orientaciones distintas o contrarias incluso a las indicaciones del Episcopado y, menos aún, a dar muestras de debilidad ante ideologías y prácticas en contraste con la fe católica. "No hagáis nada sin. el obispo" recomendaba vivamente San Ignacio de Antioquía ( Trallianos 2, -1; Funk 1. 242).

4. Quince años después de la terminación del Concilio Vaticano II habéis propuesto a los afiliados un lema que quiere ser programa y consigna: "1980. El Concilio hoy". Sí, es necesario seguir estudiando, ahondando y reflexionando sobre las enseñanzas conciliares contenidas de modo preeminente en la Constitución dogmática Lumen gentium y en el Decreto Apostolicam actuositatem. Pero estas enseñanzas deben animar la vida diaria concreta en los niveles varios; en la vida espiritual ante todo, que se fortalezca en los sacramentos; en los que se comunica y alimenta —sobre todo en la Eucaristía— el amor a Dios y a los hombres, que es el "alma de todo apostolado" (Lumen gentium LG 33); en consecuencia, estas enseñanzas deben llevarse a la práctica en la vida de relación, en la familia, la enseñanza, el puesto de trabajo, la asociación, la parroquia, los grupos, el barrio, la cultura, los instrumentos de comunicación social; entre los niños, los jóvenes, los pobres, los marginados, los que sufren. El campo de vuestra actividad apostólica se ensancha hasta perderse de vista; es vasto como la misión misma de la Iglesia llamada a ser "en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (cf. Lumen gentium LG 1).

¡Animo! la Iglesia espera mucho de vosotros; el Papa cuenta con vuestro entusiasmo siempre joven y grávido de promesas "Veri et germani estote christiani; —os repito con San Agustín— nolite imitare nomine christianos, opere vacuos"; o sea, "sed cristianos verdaderos y auténticos, no imitéis a los que son cristianos de nombre, pero carecen de obras" (Sermo 363, IV; PL 39, 1562).

A vosotros, a todos los miembros de la Acción Católica italiana, la seguridad de mi afecto, mi confianza y esperanza, que confirmo con una bendición apostólica especial.





DISCURSO DEL PAPA A LOS HERMANOS RELIGIOSOS


DE LOS INSTITUTOS CLERICALES Y LAICALES DE ROMA


Sala de las Bendiciones

Sábado 12 de enero de 1980



Hijos queridísimos:

1. Estoy verdaderamente contento de encontrarme con vosotros esta mañana en la familiaridad de una audiencia. Atribuyo a este diálogo una importancia especial de significado y de afecto. En realidad este afecto hoy es todo para vosotros, hermanos laicos de diversas congregaciones, cuya aportación es tan importante para la vida y para la actividad de las respectivas familias religiosas, y, más en general, para la vida de toda la Iglesia. Y, al recibiros, es mi intención subrayar el aprecio que la Iglesia tiene por vuestra función, y dar espacio a algunas reflexiones, que enfoquen los aspectos propios de vuestra opción de vida.

Por lo tanto, al abriros las puertas de mi casa, hermanos queridísimos, os abro también de par en par las de mi corazón y os dirijo un saludo afectuoso que, a través de vuestras personas, quiere llegar a todos los religiosos laicos esparcidos por el mundo, y llevarles el testimonio de mi estima sincera y de mi profundo aprecio.

12 Vosotros estáis llamados a caminar hacia la perfección por la vía de los consejos evangélicos, profesados con generosa totalidad de compromiso. Efectivamente sois "religiosos" con pleno título. El Concilio Vaticano II como sabéis, ha recalcado solemnemente el principio según el cual vuestra opción de vida «constituye en sí misma un estado completo de profesión de los consejos evangélicos» (Decreto Perfectae caritatis PC 10) y ha dicho una palabra especial para «confirmaros» en vuestra vocación (cf. ib.). para que de la renovada «seguridad» acerca de la validez de vuestro compromiso pudiera derivarse una consolidación de los propósitos y un impulso más generoso de dinamismo creativo.

Por eso reavivad en vosotros la conciencia y la alegría de vuestro estado de personas consagradas: Cristo debe ser la finalidad y la medida de vuestra vida. Del encuentro con El nació vuestra vocación: la fe en El ha determinado el "sí" de vuestro compromiso, la esperanza de su ayuda sostiene ahora su cumplimiento perseverante, el amor que El ha encendido en vuestros corazones alimenta el impulso necesario para superar las inevitables dificultades y para la renovación cotidiana de vuestra ofrenda.

3. En Cristo, que «por nosotros los hombres y, por nuestra salvación bajó del cielo», vosotros habéis descubierto, además, la razón profunda de vuestro don a los hermanos. Este es un punto que merece un momento de reflexión. Vuestra consagración religiosa no sólo ha reforzado el don bautismal de unión con la Trinidad, sino que os ha llamado también a un servicio mayor al Pueblo de Dios.

Debéis vivir vuestro servicio, cualquiera que sea, con espíritu abierto a toda la Iglesia: vosotros contribuís a su vida con vuestra actividad y con vuestro testimonio (cf. Lumen gentium LG 44). Aquí es oportuno descender a lo concreto, con la intención de destacar algún aspecto característico de la riqueza que representa para la Iglesia vuestra vida religiosa laical.

Vuestra profesión religiosa se sitúa ante todo en la línea de la consagración bautismal, y expresa la bipolaridad del sacerdocio universal, que se funda en esta consagración. Efectivamente, en la vida religiosa laical se realiza la ofrenda del sacrificio espiritual, el ejercicio del culto en espíritu y verdad, a que está llamado cada uno de los cristianos; al mismo tiempo, resuena en ella ante el mundo la proclamación clarísima de las maravillas de la salvación. Una doble dirección, pues, hacia Dios y hacia los hombres, caracteriza vuestra vida; y en la base de la una y de la otra está el mismo único sacerdocio bautismal, en la una y en la otra se expresa el mismo amor difundido en el corazón por el Espíritu (cf. Rom Rm 5,5), en ambas se vive en plenitud el idéntico carisma del "laicado", conferido por la gracia de los sacramentos de la iniciación cristiana.

Hay más: el texto del Decreto Perfectae caritatis señala una forma especial de "servicio eclesial" que están llamados a desarrollar los religiosos laicos. Ellos participan de manera utilísima «en la actividad pastoral de la Iglesia en la educación de la juventud, en la asistencia a los enfermos y en otros ministerios» (Nb 10), que no se especifican ulteriormente, pero que cada uno de vosotros puede ejemplificar muy bien, pensando en la actividad que desarrolla. Así, pues, es importante que cada uno de vosotros sea plenamente consciente del carácter esencialmente eclesial de su trabajo, cualquiera que sea.

Esto es verdad sobre todo según el dinamismo interior de la gracia, ya que vuestra consagración religiosa, por su naturaleza, orienta a la vida del Cuerpo místico cada una de las formas de actividad, a la que estáis llamados en virtud de la obediencia. El creyente sabe bien que la importancia de la aportación propia a la vida de la Iglesia no depende tanto del tipo de actividad que desarrolla, cuanto, sobre todo, de la carga de fe y de amor que sabe poner en el cumplimiento del propio servicio, por humilde que pueda aparecer.

Me apremia subrayar después cómo se complementan vuestro testimonio y el del laicado "secular". Efectivamente el testimonio de los laicos que viven en el mundo, puede seros útil para recordaros que vuestra consagración no debe dejaros indiferentes ante la salvación de los hombres ni ante el progreso terreno, que también es querido por Dios. Por otra parte, en reciprocidad, vuestro testimonio puede recordar provechosamente al laicado comprometido que el progreso terreno no es un fin en sí mismo.

Esto os sitúa, si se me permite la expresión, en punto de "soldadura" entre realidades humanas y eclesiales, entre reino del hombre y Reino de Dios: con vuestras tareas materiales, que condicionan la buena marcha de toda la comunidad, con vuestro servicio apostólico junto a los hermanos sacerdotes, con vuestra presencia en el mundo de la enseñanza, del trabajo, de la tecnología, estáis llamados a desarrollar una función de enlace tanto en el interior de las respectivas familias religiosas con miras a una mejor unidad orgánica, como en el mundo exterior de las profesiones y del trabajo, donde podéis jugar un papel importantísimo para favorecer un nuevo acercamiento de esos ambientes a la Iglesia.

4. Está claro que la delicadeza de semejante posición lleva consigo también riesgos: efectivamente, subsiste siempre la tentación de perder de vista las "cosas eternas", de "laicizarse", dejando enfriar las relaciones vitales con Dios y perdiendo así el contacto con la Fuente de la que se deriva el alimento y el apoyo de toda actividad.

En efecto; vuestro trabajo resulta una expresión viviente de la consagración al Señor, sólo si hace referencia a El explícitamente con un propósito conscientemente renovado de vida consagrada. Esto supone, ante todo, una cotidiana revisión de vida sobre la fidelidad a los compromisos asumidos con la profesión religiosa. Sed generosos, hijos queridísimos, en corresponder a la voz de Cristo, que os llama a seguirlo de cerca mediante la práctica de la pobreza, de la castidad y de la obediencia.

13 5. Sabed conservar, además, ese «primado de la vida espiritual» del que habla el Decreto Perfectae caritatis (cf. núm. Nb 6). La vida interior se alimenta —como allí se recuerda— mediante el recurso asiduo a las fuentes genuinas de la espiritualidad cristiana, que son la Sagrada Escritura y la liturgia.

A propósito de esta última, recordad siempre que la participación consciente en la oración litúrgica os ayudará a conoceros más afondo a vosotros mismos y el sentido de vuestra presencia en la Iglesia. Sin embargo, es necesario añadir que una participación semejante no sería posible, si faltase el hábito de la oración personal. Es necesario que cada uno aprenda a orar también dentro de si y por propia cuenta. La devoción personal, la meditación cultivada en la intimidad del propio espíritu, el coloquio filial y espontáneo con Dios Uno y Trino, que habita en la profundidad del alma, constituyen el presupuesto de una oración auténticamente litúrgica.

Quiero indicar todavía una condición para la autenticidad de vuestro testimonio y para su plena eficacia apostólica: sabed ofrecer vuestra adhesión cordial y responsable a la vida común. Vivir en una comunidad religiosa es expresión concreta de amor a los otros, y es secreto de maduración personal serena y armoniosa. La aceptación del hermano con sus cualidades y sus limitaciones, el esfuerzo de coordinación de las propias iniciativas con las decisiones maduradas conjuntamente, la autocrítica impuesta por la relación continua con las valoraciones y los puntos de vista de los otros; se convierten no sólo en una palestra eficacísima de virtudes humanas y cristianas, sino también en ocasión preciosa de verificación constante de la seriedad con que se compromete a traducir en la vida las obligaciones asumidas en la profesión religiosa.

6. Hijos queridísimos, que gastáis las energías mejores de la mente y del corazón en la educación de la juventud; y vosotros que con entrega fraterna y paciente atendéis al cuidado de los enfermos, viendo en ellos a Cristo que sufre (cf. Mt Mt 25,36); y también vosotros que prestáis vuestro trabajo, tan precioso como humilde, junto a los hermanos sacerdotes, sed conscientes de la misión especial que os ha confiado el Señor en la vida de su Iglesia.

Sabed cultivar una espiritualidad que, abriéndose a la percepción de la acción de Dios en el mundo, asuma responsablemente la tarea de cooperar a la actuación de sus designios de salvación. Debéis ingeniaros con todos los recursos de vuestra perspicacia para captar las exigencias de los hombres, contemporáneos vuestros, a fin de tratar luego de corresponder con toda la riqueza de vuestro corazón. Os corresponde comprometeros en hacer rendir todas las dotes de vuestra inteligencia, para que vuestro servicio sea cada vez más calificado y por lo mismo más digno de ese Jesús a quien sabéis encontrar en cada uno de los hermanos, hacia los qué vais empujados por el amor.

Y vivid contentos en el ejercicio cotidiano de vuestras tareas, porque está escrito que «Dios ama al que da con alegría» (2Co 9,7). Con este deseo confío los generosos propósitos que guardáis en vuestros corazones a la materna intercesión de la Virgen Santísima, vuestra Patrona especial y modelo continuo en la vida oculta de Nazaret; y, mientras invoco sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la abundancia de los dones y de los consuelos celestes, concedo a todos mi bendición apostólica, como prenda de mi benevolencia especial.






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