Discursos 1980 13


A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 14 de enero de 1980



Excelencias,
Señoras, Señores:

1. Los calurosos sentimientos y los fervientes deseos que acaba de expresar vuestro Decano como intérprete de vuestros pensamientos constituyen un conmovedor testimonio que agradezco vivamente. La perspectiva que ha delineado sobrepasa ciertamente mis méritos personales, pero me alegro con vosotros de lo que puede manifestar, a través de mi actividad, la vitalidad de la Iglesia y el papel particular de la Santa Sede.

Mi saludo y mis personales deseos de augurio van dirigidos a todos y cada uno de los diplomáticos presentes, así como a sus familias. Aparte de vosotros, saludo también a los pueblos y las naciones a las que pertenecéis, a los países que representáis, a los Gobiernos en nombre de los cuales desempeña vuestras funciones cerca de la Sede Apostólica. Hago extensivo hoy mi saludo a todos los países y a todos los pueblos, incluso aunque no estén representados aquí. Algunos de vuestros países tienen, en efecto, con la Iglesia católica vínculos de tradiciones seculares, porque los hombres y mujeres de estas naciones, en su gran mayoría, profesan desde hace mucho tiempo la fe católica. En otros, la Iglesia católica está sólo presente a través de un grupo reducido, a veces muy reducido, de fieles; pero quienes ejercen en ellos el poder estiman, sin embargo oportuno mantener relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Me alegro sobre todo de poder saludar a lías países que han establecido tales relaciones en el curso del año pasado. aunque sus Embajadores no se hallen todavía entre vosotros. Sin olvidar a ninguna de estas naciones, que nos son igualmente queridas, quisiera citar especialmente a Grecia, con todo lo que la evocación de este nombre representa para la civilización y la cristiandad. Finalmente, no puedo dejar de pensar en otros países cuyas poblaciones, profundamente católicas, aspirarían a entablar relaciones aún más estrechas con la Santa Sede.

14 En definitiva, la composición del Cuerpo Diplomático permite comprender mejor, de un modo justo, el importante problema de la presencia de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Esta forma no resta evidentemente nada a la urgencia del apostolado de los miembros de la Iglesia gracias a su testimonio cotidiano y a su acción en todos los campos temporales en los que se hallan insertados por su vida y su profesión. Pero las relaciones diplomáticas permiten, a otro nivel, una presencia a la vez directa y discreta de la Iglesia católica, en cuanto tal y en su cabeza, ante los pueblos más diversos, ante sus gobernantes o ante sus representantes. En estos países, la Iglesia respeta sus sistemas políticos y sus responsabilidades temporales, a la vez que les aporta el concurso de las ayudas y las exigencias espirituales y morales de las que ella da testimonio y que sus hijos se esfuerzan por poner en práctica. En este sentido, ella trata de contribuir al bien de las poblaciones de cada país. Y a su vez, la actividad de cada uno de los representantes diplomáticos favorece el cumplimiento de la misión que la Iglesia, como deber propio, tiene que realizar en el mundo contemporáneo. Esta misión concierne a las diversas dimensiones de la existencia humana y a las diversas comunidades: y también, por tanto, a la dimensión política y a las comunidades políticas.

Los viajes apostólicos

2. Nuestro encuentro tiene lugar al comienzo del nuevo año. Sin embargo, bueno sería echar una ojeada al pasado, recordando algunos acontecimientos que, para la Santa Sede y sobre todo para quien os habla, han sido profundamente significativos y encierran de cara al futuro una importancia capital. Vuestro Decano ha tenido la bondad de evocarlos. Se trata de mis viajes: ellos han constituido otras tantas ocasiones de profundos contactos con los pueblos y sus gobernantes, si bien han tenido siempre como primaria finalidad apostólica fortalecer la comunión con las Iglesias locales.

En primer lugar mi visita a México, en relación con la Conferencia de Puebla, y para responder al deseo de la Conferencia Episcopal Latinoamericana y en particular de los obispos mexicanos. Si pude desempeñar allí mi servicio pastoral, fue también gracias al señor Presidente de México, que me invitó a pesar de no tener relaciones diplomáticas, y a los organismos administrativos, que facilitaron con generosidad el programa. Era ésta la primera vez que el Sucesor de Pedro pisaba tierra mexicana y se dirigía como peregrino a Nuestra Señora de Guadalupe. Era justo rendir homenaje al pueblo católico de México, que tan grandes méritos ha conquistado. No olvido tampoco el simpático encuentro con el pueblo de Santo Domingo, que tanto sufrió después con el tifón, y finalmente la escala en las islas Bahamas.

Tenía igualmente una deuda particular que saldar con el pueblo polaco, y éste fue el motivo de mi peregrinación el pasado mes de junio. Era la primera visita de un Papa a esta tierra y a este pueblo de Polonia, y lo que es más, del primer Papa salido precisamente de suelo polaco, del primer Papa eslavo. ¡Cómo expresar la fuerza de los sentimientos que marcaron esta peregrinación, haciendo eco a todo el contenido de la historia y del momento presente! Más allá del aspecto personal, esta peregrinación debía encuadrarse en toda la trama de la historia, basada sobre la fe y la tradición cristianas, y testimoniar la unión —que, después de tantas pruebas históricas, continúa en la situación actual— entre la nación y la Iglesia. Debo hacer notar también la actitud cortés y hospitalaria que mostraron, en tal circunstancia, las autoridades civiles.

En las Naciones Unidas

En otoño, camino de la O.N.U., me sentía asimismo llamado a visitar Irlanda por dos razones. La Iglesia y la cristiandad deben mucho al pueblo irlandés por su contribución histórica y su vigor actual, y yo debía confirmar a estos hermanos y a estos hijos en su fe y animarles en su identidad cristiana. Además, la situación presente constituya a la vez un desafío y un grito que loe atraían a esos lugares para pronunciar allí vigorosas exhortaciones a la paz, al perdón, a la colaboración fraterna en la justicia Sigo esperando que un día sean oídas por estos hermanos divididos y atormentados, y ante todo por los responsables políticos.

A continuación, no quise presentarme en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, sin antes cumplir con mi tarea pastoral tomando contacto con la Iglesia y la sociedad de los Estados Unidos de América, visitando, al menos por el momento, las poblaciones de algunas ciudades y tierras prestigiosas. Aprecié enormemente la acogida dispensada por aquellas gentes, católicas seguramente, pero también miembros de otras confesiones o religiones, y estimé en su justo valor el gesto sin precedentes del Presidente Carter y de su Gobierno al invitarme a la Casa Blanca. Rindo homenaje a los responsables políticos que saben realizar intercambios con los responsables espirituales en beneficio de la paz.

Finalmente, en mi reciente viaje a Turquía, he encontrado igualmente comprensión por parte de las autoridades turcas, siendo así que los ciudadanos son casi todos de religión musulmana y que el Estado ha optado por mantenerse neutral frente a las religiones, separando netamente los asuntos religiosos y la conducta política. Aunque mi visita había sido motivada ante todo por el deseo de encontrarme con el Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Dimitrios I, con una finalidad ecuménica, y con las demás comunidades cristianas, en particular los armenios, abrigaba también la esperanza de promover vínculos de amistad con el país y las poblaciones turcas, especialmente en la persona de sus gobernantes. Era también una ocasión para reafirmar los grandes principios del Concilio Vaticano II respecto a las relaciones con las religiones no cristianas, y especialmente con el Islam.

Todas estas visitas, Excelencias, han querido servir a la causa de la paz, y ésta es la razón por la que me he permitido evocarlas ante vosotros. Ciertamente están por entero al servicio de fines religiosos, pastorales, ecuménicos; pero, al mismo tiempo, al conducir al Papa a diversos puntos del globo, constituyen la ocasión de encuentros con sociedades, realidades e incluso sistemas políticos bien diversos. ¿Cómo dejar de ver que tales visitas favorecen el acercamiento? En esto hay que ver también un papel de la Iglesia, que quiere unir, que quiere servir a la fraternidad de los hombres y de los pueblos, pasando por encima de lo que los separa y, a veces, los opone. Los conflictos de la hora presente.

La Iglesia y su misión de paz

15 3. Con esta misión de paz fue consagrada especialmente mi visita a la Organización de las Naciones Unidas. Los continuos esfuerzos de la Santa Sede por asegurar y reforzar la paz en el mundo encontraron allí una expresión suplementaria. No se trataba sólo de hacer una declaración, de dar un mensaje, sino de profundizar en la búsqueda de los fundamentos mismos de la paz entre las naciones, entre los países, entre los sistemas, en la línea de las Encíclicas Pacem in terris y Populorum progressio, prolongando la actividad de Juan XXIII y de Pablo VI.

La Iglesia, en efecto, tiene su propio método para abordar el problema de la paz, un método que corresponde a su misión doctrinal y pastoral, y que ha querido encontrar su expresión sintética en el discurso a la O.N.U., así como en el Mensaje anual para el primero de enero, centrado este año en el tema «La verdad, fuerza de la paz», y en general en la actitud y las actividades de la Sede Apostólica.

En Nueva York, tanto para mí como para mi predecesor Pablo VI, el encuentro del Papa, Jefe de una comunidad espiritual universal, con los Representantes de casi todos los países del mundo, fue una ocasión única en su género, que revestía un significado excepcional. Manifiesta, como dije, que «la Organización de las Naciones Unidas acepta y respeta la dimensión religioso-moral de los problemas humanos, de los cuales la Iglesia se ocupa, en virtud del mensaje de verdad y de amor que debe llevar al mundo»(Discurso a las Naciones Unidas, n. 5). Por su parte, la Iglesia se interesa profundamente por los ideales que persigue esta Organización, la cual, garantizando los mismos derechos a todos los hombres y todas las mujeres, así como todas las naciones grandes y pequeñas, trata de ayudarles a respetarse y a colaborar. Sí, la Iglesia aprecia altamente los esfuerzos de la O.N.U. por instaurar la cooperación pacifica entre estas naciones. Viendo en esta Organización, incluso con sus imperfecciones o sus debilidades, «el camino obligado de la civilización moderna y de la paz mundial», como dijo Pablo VI, ella le desea que encuentre cada vez mejor los métodos y los medios adecuados a tan importante fin, y que vea reconocida y respetada por doquier la autoridad que le es necesaria para llevar a buen fin su tarea al servicio de todos. El bien común que debe promover desborda necesariamente los intereses particulares de cada nación.

Preocupación por al situación actual

Los problemas que surgen en la hora presente no dejan de ser preocupantes: bien sea el de la peligrosa proliferación de los armamentos en todo el mundo o el de las luchas armadas en ciertos puntos calientes de Asia, entre otras la situación de Afganistán, vecina inmediata del Irán.

Sí, de cara a los hechos dramáticos que ocurren en Afganistán y que tienen en suspenso a la opinión pública de casi todo el mundo, no podemos dejar de preguntarnos por los móviles capaces de desencadenar acontecimientos tan graves y amenazadores para la seguridad internacional. Pero, ¿es verdaderamente posible pretender circunscribir el problema de una región desvinculándolo del contexto de todo un conjunto al que se halla ligado? ¿No es ciertamente a todos, pero de una manera particularmente grave a quienes detentan los más altos poderes, a quienes competen también las más grandes responsabilidades? Digo esto en el marco de mi misión espiritual, para reforzar, en unos y en otros, la conciencia de las exigencias fundamentales de la vida pacífica internacional, ante todo el respeto a la independencia de cada país, el derecho de los pueblos a conducir su propio destino según sus sentimientos patrióticos y religiosos. Lo digo para defender a las poblaciones que sufren las consecuencias de los endurecimientos de los conflictos. Lo digo para apelar, como hice en el Mensaje del primero de enero, a un crecimiento de verdad y de justicia. Todo esto vale también para los demás puntos calientes de Asia. Mi solicitud y mi simpatía van dirigidas en particular al pueblo del Irán, cuya gloriosa historia y sus tradiciones humanitarias son universalmente conocidas: todos le deseamos que supere las dificultades actuales, y formulo mis mejores votos para su vida, su tranquilidad y su progreso.

No olvidamos, sin embargo, los otros continentes. Pienso también en las relaciones pacíficas de los Estados Americanos, en la Organización a la que tuve el honor de dirigir la palabra con ocasión de mi visita a la O.N.U. No querría que el vasto continente africano se hallase ausente de la solicitud de la familia humana, so pretexto de que los grandes desafíos económicos se sitúen hoy en otras partes. África ha conocido y conoce todavía terribles contraposiciones fratricidas, de las que a veces ciertos poderes parecen querer sacar provecho; pero también puede superarlas y poner en marcha acuerdos positivos, como el que se han esforzado por establecer Zimbabwe-Rodesia. Ella lleva pacientemente adelante, a menudo con medios limitados, sus esfuerzos de desarrollo; ella debe proseguir su camino hacia la paz, con una ayuda mutua desinteresada que respete su propio genio y las cualidades humanas y espirituales de sus civilizaciones. En el curso del pasado año, he tenido la satisfacción de recibir aquí varios Jefes de Estado de este continente.

4. ¿Cuál es, pues, el principio que inspira a la Sede Apostólica cuando se dirige a los políticos o se ocupa de los asuntos políticos? Una frase del Concilio Vaticano II lo resumiría bien: «La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia de carácter trascendente de la persona humana» (Gaudium et spes, núm. 76, par. 2). Es también uno de los principios que constituyen la base de mi primera Encíclica Redemptor hominis (cf. núm.
Nb 13).

La dignidad de la persona humana

Es verdad que el bien común de una sociedad, de una nación, debe ser promovido de múltiples formas, como el conjunto de condiciones sociales, permitiendo la expansión interna de los grupos y de las personas, y este bien común adquiere una extensión cada vez más universal. Pero «crece, al mismo tiempo, la conciencia de la excelsa dignidad de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables" (Gaudium et spes GS 26). El prólogo de la Carta de las Naciones Unidas reafirma «la fe (de los pueblos signatarios) en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y en el valor de la persona humana». Lo que la sabiduría de las naciones reconoce, la Iglesia tiene especiales y muy profundas razones para dar testimonio de ello y asegurar su salvaguardia, porque Cristo se ha unido a cada uno de los hombres y su solicitud por todo hombre que ha rescatado se ha convertido en la de la Iglesia: ella «no puede permanecer insensible a todo lo que sirve para el verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza» (Encíclica Redemptor hominis RH 13). Esta es la razón por la que en esta Encíclica, al igual que en el discurso a las Naciones Unidas, pude insistir en los derechos del hombre y enumerar un cierto número de ellos (cf. Discurso a la O.N.U. , núm. Nb 13); el conjunto de los derechos del hombre corresponde efectivamente a la sustancia de la dignidad del ser humano, comprendido en su integridad y no reducido a una sola dimensión. Muy a menudo he tenido ocasión de insistir en este asunto capital. El Evangelio de Cristo ilumina todos los problemas de nuestro tiempo

Además es necesario concebir estos derechos en su justo significado. El derecho a la libertad, por ejemplo, no incluye evidentemente el derecho al mal moral, como si se pudiese reclamar, entre otros, el derecho a suprimir la vida humana, como en el caso del aborto, o la libertad para usar materias nocivas para sí o para los demás. Del mismo modo, no se debería tratar de los derechos del hombre sin tener en cuenta también sus deberes correlativos, que traducen con precisión su propia responsabilidad y su respeto de los derechos de los demás y de la comunidad.

16 Libertad de conciencia y de religión

Séame permitido todavía insistir en uno de los derechos humanos fundamentales, evidentemente muy querido a la Iglesia: el de la libertad de conciencia y de religión. ¡Cuántas veces la Santa Sede ha dirigido llamamientos, a veces dramáticos, en favor de las personas, de los grupos, de las Iglesias privadas del derecho fundamental de profesar su fe, en forma personal y comunitaria! Lo he recordado solemnemente ante la Organización de las Naciones Unidas (cf. núm.
Nb 20). La Santa Sede considera deber suyo dirigirse una vez más, a este respecto, a las autoridades de todos los Estados, así como a las Organizaciones internacionales. Todavía hoy son numerosos los casos de verdadera violación de la libertad religiosa, sean cuáles fueren las explicaciones y razones que se aduzcan, y yo mismo recibo frecuentemente testimonio de ello. La Santa Sede piensa igualmente que las comunidades religiosas tienen un título particular para hacer oír su voz cuando se trata de formular las aplicaciones concretas del principio de la libertad religiosa o de velar por su puesta en práctica.

5. Pero volvamos al objeto de la presente reunión, que es el de señalar el comienzo de un año nuevo, incluso de un decenio nuevo. Paso, pues, finalmente a los fervientes votos que deseo ofreceros. Teniendo en cuenta el carácter universal de la Santa Sede y la universalidad del amor de Cristo, que tengo la misión de testimoniar como primer Jefe, a pesar de mi indignidad, me atrevo a decir que mis augurios van dirigidos a toda la familia humana, a todos los pueblos, a todas las comunidades políticas, nacionales e internacionales, particularmente a las naciones y a sus gobernantes aquí representados. Que Dios les conceda a todos poder avanzar en la paz y en la verdad, que es condición para la paz, hacia situaciones más felices y más justas, gracias a un constante progreso material, social y moral.

Nuestro pensamiento se dirige especialmente a cada uno de los países que sufren, todavía hoy, la prueba de los conflictos armados, o que están aún bajo el choc de una postración indecible, como Camboya.

Mis deseos de felicidad alcanzan también a esas categorías de personas que constituyen el objeto de una atención especial a nivel internacional. ¡Sean principalmente los niños de los diferentes países quienes puedan continuar beneficiándose de la solicitud que les ha propiciado el Año del Niño!

El Año del Niño

En demasiados países, estos niños, y con ellos un gran número de adultos. padecen trágicamente el hambre. ¿Qué ocurrirá con las generaciones de mañana? Actualmente la situación alimentaria mundial se presenta muy grave. El año pasado pude visitar la sede de la FAO, por amable invitación de su Director general, para compartir con los responsables de esta Organización internacional la preocupación por la urgencia que existe de aumentar y repartir más equitativamente los productos alimenticios. Pero los generosos planes que deberían atenuar la penuria presente y futura se hallan comprometidos por cantidad de obstáculos, que dependen menos de las posibilidades de la naturaleza que de la carencia de los propios hombres: de su despreocupación por este problema, de su falta de solidaridad, del mal empleo de sus recursos. Esto es lo que debería inmovilizar a los hombres y hacer converger los esfuerzos de todos. Pero en lugar de esto, ¡cuántos fondos consagrados a multiplicar los armamentos y los ingenios mortales! ¡Cuántas incoherencias en los intercambios comerciales! ¡Cuántas energías derrochadas en luchas ideológicas, en políticas de prestigio y de poder! ¿Pero poder para quién? ¿Para qué? ¿Para qué bien común? Las generaciones futuras nos pedirán cuentas de ello. Dios nos las pide ahora. Que nosotros, Excelencias, reunidos hoy en este lugar, símbolo de paz y de caridad, contribuyamos con todos los medios a nuestro alcance a que la angustiosa realidad del hambre de nuestros hermanos ocupe un lugar de privilegio en las políticas de nuestros países.

Señoras, Señores, mis últimos deseos de felicidad son para vosotros, para vuestras personas y vuestras familias. Espero que encontréis numerosas satisfacciones en vuestras funciones de Embajadores cerca de la Santa Sede, que son "sui generis". ¡Que Dios os colme de alegría y de paz!






A LOS MIEMBROS DEL GRUPO PROMOTOR


DEL "ISTITUTO UNIVERSITARIO INTERNAZIONALE


COLUCIO SALUTATI" DE PESCIA


Miércoles 23 de enero de 1980



Ilustres señores,
queridos hermanos y hermanas:

17 Me complazco en dirigiros mi saludo cordial a vosotros que con el obispo de Pescia, mons. Giovanni Bianchi, habéis querido hacerme esta grata visita deferente y filial.

Sé que representáis al grupo promotor del "Istituto Universitario Internazionale Coluccio Salutati" de letras y ciencias, que surgió en Pescia para la formación cultural de jóvenes de todo linaje y proveniencia; os deseo que rinda siempre un buen servicio en la preparación científica de dirigentes en el campo internacional.

Todos sabemos qué necesario es hoy un nivel de estudios serio para afrontar la complejidad de los problemas planteados por la sociedad contemporánea, basada en altas especializaciones. Es igualmente importante, sin embargo, que todo ello se amalgame con un buen patrimonio de sabiduría interior, hecho de madurez humana y sensibilidad cristiana.

Me gusta desear todo esto al nuevo instituto para que sea y crezca cada vez más como verdadera forja de hombres íntegros y de cristianos auténticos.

Y con estos votos me complazco en conceder la particular y propiciadora bendición apostólica al obispo que ha acogido esta iniciativa en su diócesis, a vosotros todos y a cuantos representáis tan dignamente, a los varios responsables y profesores del instituto, y especialmente a los jóvenes que confiarán con fe a éste la tarea de su formación.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE ALUMNOS OFICIALES DE LA MARINA ARGENTINA


Jueves 24 de enero de 1980

Amadísimos hijos:

Es para mí motivo de gran alegría tener este encuentro con vosotros, que recién terminados los estudios en la escuela prefectura "General Matías de Irigoyen", os aprestáis a servir a la nación como oficiales ayudantes de la Marina Argentina.

Espero que vuestro servicio, en el cumplimiento fiel de vuestras tareas diarias, esté informado por la vocación cristiana, en sintonía con las nobles tradiciones del pueblo argentino. Conscientes de formar parte de la comunidad humana, habéis de esforzaros por dar vida a esa vocación, colaborando en la construcción de una paz activa y total, fruto del respeto a los derechos fundamentales de la persona y de la convivencia social. No olvidéis que ella es posible, allí donde se da la aceptación de unos valores que trascienden los límites de lo temporal; urge pues poner en práctica los valores espirituales del amor. Tened siempre presente en lo más profundo del corazón que la paz es posible, allí donde los hombres aman y buscan la verdad.

Termino estas palabras, diciéndoos con el Apóstol San Pablo: "A ser posible y cuanto de vosotros depende, tened paz con todos" (Rm 12,18). A vosotros, a vuestras familias y a todos los amadísimos argentinos imparto de corazón la bendición apostólica.






A LOS CAPELLANES CASTRENSES DE ITALIA


Jueves 24 de enero de 1980



18 Excelentísimo señor,
queridísimos sacerdotes:

Es la primera vez que los capellanes castrenses de Italia se reúnen todos en Roma y vienen a la audiencia del Papa. Por ello, es éste un momento verdaderamente histórico, emocionante e importante para vosotros y también para mí.

Es grande mi alegría y consuelo por encontrarme entre vosotros y agradezco de corazón, por tanto, al Ordinario castrense, mons. Mario Schierano, y os agradezco también a vosotros este acto de devoción profunda hacia mi persona.

Os saludo con afecto a cada uno, queridos capellanes castrenses, y os confieso mi complacencia sincera y mi estima más cordial por la obra que realizáis con sacrificio e interés entre las Fuerzas Armadas de las unidades territoriales del Ejército, los sectores de la Aviación, los departamentos marítimos y los distintos Cuerpos de Carabineros, Policía y Aduanas. Vuestra acción pastoral merece el aplauso y comprensión de todos.

Y al saludaros a vosotros aquí presentes, me propongo llegar con el afecto a todos los ex-capellanes castrenses que han gastado su vida sacerdotal en este sector importante y, en particular, a los que acompañaron a sus soldados en todos los ejércitos de combate durante el último conflicto terrible, con angustia en el corazón por tanta destrucción tan injusta y cruel, confortándoles en los campos de batalla y de prisión. Y un recuerdo reverente junto con una oración de sufragio fraterno se elevan asimismo por todos los capellanes caídos en el cumplimiento del deber, víctimas también ellos al lado de los jóvenes que les estaban encomendados.

Quisiera que os hicierais portadores de mi saludo a todos los jóvenes de Italia que tenéis cerca, acompañáis y amáis durante el servicio militar. Haceos intérpretes del afecto y amor del Papa. Decid a todos que el Papa les ama y recuerda en sus preocupaciones y su oración.

Queridos capellanes castrenses: Habéis terminado un largo ciclo de puesta al día sobre los temas de la "promoción humana, la familia y la catequesis", temas de importancia esencial; y me complazco sinceramente en vuestra buena voluntad e interés.

1. Ante todo me imagino vuestras dificultades. Cada vida sacerdotal tiene las suyas; pero puede decirse que la vuestra es particularmente difícil, sobre todo en la situación actual de la sociedad. Dificultades para seguir un plan pastoral orgánico; dificultades para acercasse y relacionarse con cada joven; dificultades por la heterogeneidad de los ambientes; dificultades para alcanzar las metas fijadas y superar las desilusiones que nunca faltan; dificultades asimismo por las condiciones ideológicas y sicológicas particulares en que se hallan sobre todo los jóvenes, turbados y agobiados por el tumulto incesante de los acontecimientos.

También vosotros tenéis necesidad de comprensión, también vosotros sentiréis alguna vez el drama de la soledad. Pues bien, sabed que contáis con mi amistad y mi oración. Entre las muchas preocupaciones que inquietan la mente y el corazón del Papa, estáis también vosotros, capellanes castrenses de Italia. Os sigo y acompaño junto con vuestros obispos y superiores. Pero os exhorto sobre todo a mantener vivas y altas la valentía y la certeza. Llamados por la Providencia a ejercer un cualificado servicio sacerdotal, vuestra vida está bien empleada, aunque no tengáis siempre el consuelo de palpar la eficacia y los resultados de vuestro ministerio. Alegraos de servir a Cristo y a la humanidad siendo capellanes castrenses, imitando a Jesús que colmó de gracia y amistad también al centurión romano. A vosotros, en especial, repito las palabras famosas de San Pablo a los Efesios: "Confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder; vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir. Estad, pues alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia, y calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la paz. Embrazad en todo momento el escudo de la fe... Tomad el yelmo de la salud y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. Orad en todo momento... velando a este fin con plena perseverancia" (
Ep 6,10 Ep 6,13-18).

2. El encuentro de hoy debe servir también de estímulo para cumplir cada vez mejor la obra a que habéis sido llamados. Están encomendados a vosotros nada menos que 350.000 jóvenes que pasan cada año por los cuarteles de Italia, además del personal fijo de los sectores varios de las Fuerzas Armadas. No hay duda de que tenéis una gran responsabilidad, pues la Iglesia, cada familia, los superiores y los jóvenes han puesto su confianza en vosotros y de vosotros esperan luz, consejo, fuerza espiritual y un punto seguro de referencia. Sentid hondamente esta responsabilidad, pero experimentad al mismo tiempo la alegría de poder anunciar a Cristo y su mensaje salvífico a tantos jóvenes que se hallan en trance de búsqueda y elección en medio de íntimos sufrimientos quizá.

19 El joven llamado al servicio militar en el momento más delicado e importante de su existencia, tiene una sicología particular; se encuentra de repente arrancado de su ambiente natural y normal, y de sus costumbres de vida; y por ello, lógicamente se siente solo, amargado, atemorizado, y se da cuenta de que necesita gran esfuerzo de voluntad para aceptar el nuevo tipo de vida; además, obligado a un ritmo de actividades diversas o contrarias a sus gustos y entre personas desconocidas y diferentes por mentalidad y temperamento, se siente impulsado a evadirse de alguna manera para mantener su personalidad y llenar el vacío afectivo y la soledad que le atormentan, cediendo alguna vez a experiencias perjudiciales; y al ponerse en contacto con otros modos de pensar y vivir, puede llegar a sufrir incluso crisis espirituales violentas. Pues bien, vosotros estáis llamados a estar cerca de estos jóvenes en este momento tan delicado; podéis conocerlos, amarlos, iluminarlos. Ellos tienen necesidad de vuestra amistad y afecto.

3. Y concretamente, ¿en qué debe consistir esta amistad y afecto?

— Ante todo debe ser delicado y respetuoso. En una sociedad tan abiertamente pluralista y autónoma hay que tener comprensión con todas las experiencias. Tratar de comprender para amar mejor, no quiere decir justificar; significa sólo ganarse la confianza, abrirse a la simpatía recíproca, crear relaciones de amistad, proponer recorrer juntos este trozo de camino. Se necesita, por tanto, gran paciencia, gran sentido del equilibrio y tener madurez.

— Vuestro afecto debe ser iluminador. Nunca como hoy ha tenido necesidad el joven de certeza sobre el significado auténtico de la vida y de su destino. Nunca como hoy ha sentido el joven la necesidad de convicciones personales probadas y demostradas, para poder encontrarse con seguridad absoluta con Dios, con Cristo y con la Iglesia, a pesar de los avatares de la historia y la variedad de ideologías. Por ello se necesita una buena apologética, una explicación exhaustiva de los "preámbulos de la fe" que disipe las tinieblas del error, de los prejuicios, de la confusión. Sed, siempre, por tanto, coherentes y lógicos al anunciar sin temor, toda la verdad.

— Y, en fin, vuestro afecto debe ser siempre formativo. Dad a conocer a Jesús y hacedlo amar, haced comprender y estimar la vida de gracia y la perspectiva eterna y responsable de la existencia humana. Toda actitud de jactancia o de mundanidad, de crítica o de tibieza, hace banal la vida del sacerdote y la vacía de su valor de testimonio. Sed siempre conscientes de vuestra dignidad de ministros de Cristo, y con la ayuda de jóvenes ya maduros y formados, sabed crear otro tipo de mentalidad que espiritualice y eleve el ambiente.

Queridos capellanes castrenses: Hoy celebramos a San Francisco de Sales, cuyas enseñanzas son "tan adecuadas a las necesidades de nuestro tiempo", como dijo Pablo VI de venerada memoria (Carta Apostólica Sabaudiae gemma, 29 de enero de 1967); y me complace concluir dejándoos un pensamiento suyo. ¿Os acordáis de lo que escribía en la "Introducción a la vida devota"? "Es un error o más bien una herejía —decía— querer proscribir la vida devota de los cuarteles de soldados, del taller de los artesanos, de la corte de los príncipes, y de la vida de la familia de los casados" (Parte primera, cap. II). Para poder llevar esta vida cristiana hecha de fe y gracia, todos tienen necesidad de un director espiritual en quien poner "confianza absoluta y reverencia sagrada... Este guía espiritual deberá ser como un ángel... Deberá estar lleno de caridad, ciencia y prudencia" (ib., cap IV). Sed vosotros los "ángeles" visibles de los jóvenes confiados a vosotros.

Os ayude la intercesión del Santo Doctor de la Iglesia.

Os haga sentir su amor materno María Santísima.

Con mi bendición apostólica portadora de consuelo.






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