Discursos 1980 19


A LOS COMITÉS CIENTÍFICO Y EJECUTIVO


DEL INSTITUTO PABLO VI DE BRESCIA


Sábado 26 de enero de 1980



1. Estoy muy contento de encontrarme con vosotros, miembros ilustres del Comité científico y del Comité ejecutivo del Instituto Pablo VI, para manifestaros mi aprecio y mi estímulo; y agradezco al doctor Giuseppe Camadini las palabras que ha querido dirigirme, interpretando vuestros sentimientos.

20 La diócesis de Brescia —en la que mi venerado predecesor Pablo VI vio la luz del sol y nació a la vida sobrenatural, y en la que se preparó para el sacerdocio— ha querido honrar la memoria del más grande de sus hijos del modo mejor. El Instituto Pablo VI, que ella ha querido y sostiene, podrá, en efecto, ser un medio realmente fundamental para el estudio de la vida, del pensamiento y de la obra de Pablo VI, y también para el estudio de los tiempos y vicisitudes, frecuentemente trágicas, en las que participó siempre con la limpidez de su testimonio sacerdotal y con las excepcionales dotes de su mente y de su corazón. Mi sincera gratitud a la diócesis de Brescia por el compromiso que ha asumido y por el servicio que intenta realizar.

Y expreso una gratitud igualmente sentida a todos vosotros, que habéis acogido la invitación de la diócesis de Brescia para dar al Instituto vuestra generosa y preciosa colaboración. Muchas veces, durante el primer año de mi pontificado, he tenido ocasión de recordar cuánto debe la vida de la Iglesia a la enseñanza y a la obra de Pablo VI. En mi primera Carta Encíclica le he reconocido como mi "verdadero padre" (Redemptor hominis
RH 4). Podéis comprender bien, por lo tanto, cuánto me alegra todo lo que hagáis para honrar su memoria y prolongar, en cierto modo, su presencia en medio de nosotros.

2. Cuanto más pasa el tiempo tanto mejor se comprende la grandeza del Papa Pablo VI. Y a esta comprensión debe orientarse el compromiso del Instituto y de todos vosotros. Permitidme que, junto con vosotros, recuerde algunas características de este compromiso.

Estudiad con amor a Pablo VI. En el curso de su vida no siempre fue comprendido; él conoció la cruz, no estuvo exento de "insultos" y "salivazos:' (cf. Homilía en la Capilla Papal, 16 septiembre de 1979). El amor, pues. es un acto de reparación debido a su memoria, además de una potente ayuda para penetrar en su espíritu y comprenderlo mejor.

Estudiadlo con rigor científico. La verdad hará siempre justicia a ese gran Papa, que inundó de luz y sabiduría al mundo entero durante 15 años.

Estudiadlo con la convicción de que su herencia espiritual continúa enriqueciendo a la Iglesia y puede alimentar la conciencia de los hombres de hoy, tan necesitados de "palabras de vida eterna".

3. Con un particular interés he sabido que estáis organizando un primer congreso internacional de estudio dedicado a la Encíclica Ecclesiam suam, que escribió Pablo VI en 1964. A esa Encíclica me remití en la Redemptor hominis (Nb 3), como par; continuar una reflexión y para sacar inspiración y consuelo. Pablo VI estudió la verdad de la Iglesia a lo largo de toda su vida. Exploró continuamente su profundidad, gustó su belleza, dejó que su espíritu fuese iluminado y conquistado por ella. Hasta el último aliento su pensamiento y sus energías fueron para la Iglesia, en una donación heroica de todas sus fuerzas. Los católicos de hoy tienen necesidad de modo particular de un amor así por la Iglesia, fuerte, fiel, generoso, a quienes vosotros, con vuestro estudio, podréis ayudar a crecer y a convertirse en luz y testimonio para beneficio de toda la humanidad.

Os conforte la bendición apostólica, que imparto con sincero afecto a vosotros y a todos vuestros seres queridos.





AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS GRANDES DUQUES DE LUXEMBURGO


Sábado 26 de enero de 1980



Señor, Señora:

La visita de hoy me brinda feliz ocasión de manifestar mi estima profunda hacia Vuestras Altezas Reales y saludar cordialmente al Gobierno y a todo el pueblo del Gran Ducado de Luxemburgo.

21 Lo hago con gran alegría porque este país tiene relaciones excelentes con la Santa Sede. Además, la gran mayoría de los ciudadanos profesan la religión católica; y me permito dirigir un saludo particular a esta comunidad que puede enorgullecerse de la solidez de su fe y de su compromiso activo y cristiano a la vez que mantiene la unidad en torno a su abnegado Pastor, mons. Jean Hengen. Aliento de todo corazón a vuestros queridos hijos a servir lealmente a su país.

Todos saben que a pesar de que el territorio es reducido, el Gran Duque de Luxemburgo mantiene alto su puesto en el plano internacional, bien se trate de las diversas instituciones políticas europeas o de organizaciones mundiales Esta apertura y actividades son dignas de aprecio, tanto por la vitalidad de vuestro país como por su participación en el progreso de la comunidad internacional.

La complejidad de las cuestiones económicas, políticas, jurídicas y sociales, y la trabazón mutua de los procedimientos no deben desalentar ni hacer olvidar que se hallan en juego cuestiones graves de las que dependen la paz y la calidad de la civilización del mañana. La justicia social y la equidad en los intercambios, la solidaridad con personas y pueblos pobres y desvalidos, el respeto de la vida humana y de los derechos del hombre, y también otros valores morales y espirituales, deben garantizarse e impulsarse al mismo tiempo que el progreso material; pues sin aquéllos lo que construyamos se parecerá a la torre de Babel con su carácter inhumano y su vacío espiritual.

Una preocupación que debe interesar particularmente a los Estados y a la Iglesia, es la de la familia. Ojalá que la fuerza de las instituciones junto con la educación al amor y a la responsabilidad, favorezcan la estabilidad de los hogares y su florecimiento e irradiación.

La Santa Sede no duda de que todas las fuerzas responsables del Gran Ducado de Luxemburgo prestarán a ello contribución positiva, como corresponde a sus tradiciones mejores.

Por mi parte, formulo votos fervientes para Vuestras Altezas Reales a quienes agradezco la visita amable, y para vuestra espléndida familia. Saludo cordialmente asimismo a los miembros de la Delegación que les acompaña. Y a la vez que les doy una bendición particular, pido al Señor infunda y colme de sus bienes a todos los ciudadanos del Gran Ducado de Luxemburgo y a sus gobernantes.





DISCURSO EL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO PARA OBSTÉTRICAS


ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN CATÓLICA


DE AUXILIARES MÉDICOS


Sábado 26 de enero de 1980



Hermanas queridísimas:

1. Muy gustoso he accedido al deseo que habéis manifestado de un encuentro particular en el que pudierais testimoniar la devoción que os une al Papa, y recibir una palabra suya de aliento y orientación en el cumplimiento de los delicados deberes vinculados a vuestra profesión.

Conozco las altas finalidades que se propone vuestra Asociación, y también me son conocidas las opciones valientes que ha hecho en estos últimos años para mantenerse fiel a los dictados de la conciencia iluminada por la fe. Por ello, me da alegría poder manifestaros personalmente mi aprecio cordial y dirigiros al mismo tiempo mi exhortación paterna a perseverar en el propósito de adhesión coherente a las normas deontológicas de vuestra profesión, sometida no pocas veces a presiones fuertes de parte de quien quisiera doblegarla a prestaciones que están en contraste directo con los objetivos para que nació y según los cuales actúa.

El "servicio a la vida y a la familia" ha sido y es de hecho la razón esencial de ser de esta profesión, como habéis subrayado con acierto en el mismo tema del congreso; y precisamente en este noble servicio es donde reside el secreto de su grandeza. Corresponde a vosotras velar con solicitud por el proceso admirable y misterioso de la generación que se lleva a cabo en el seno materno, a fin de ir siguiendo su desenvolvimiento regular y favorecer la conclusión feliz con la llegada a la luz de una criatura nueva. Sois, por tanto, quienes custodiáis la vida humana que se renueva en el mundo; trayendo a éste el gozo (cf. Jn Jn 16,21) y la esperanza de un futuro mejor, con la sonrisa lozana del recién nacido.

22 2. Por ello es necesario que cada una fomente en sí la conciencia del valor sumo de la vida humana; en el ámbito de toda la creación visible la vida humana es un valor único. Pues el Señor ha creado todas las demás cosas sobre la tierra para el hombre; en cambio, como afirmó de nuevo el Concilio Vaticano II, el hombre es "la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por Si mismo" (Gaudium et spes GS 24).

Ello significa que en cuanto respecta a su ser y esencia, el hombre no puede tener por fin a ninguna criatura, sino sólo a Dios. Es éste el contenido profundo del pasaje bíblico tan conocido según el cual "Creó Dios al hombre a imagen suya... y los creó macho y hembra" (Gn 1,27); y es esto mismo lo que se quiere recordar cuando se afirma que la vida humana es sagrada. El hombre en cuanto ser dotado de inteligencia y voluntad libre, recibe el derecho a la vida inmediatamente de Dios de quien es imagen, no de los padres ni de una sociedad o autoridad humana. Sólo Dios puede "disponer", por tanto, de este don suyo singular: "Ved, pues, que soy yo, yo solo, y que no hay Dios alguno más que yo. Yo doy la vida, yo doy la muerte, yo hiero y yo sano. No hay nadie que se libre de mi mano" (Dt 32,39).

El hombre, pues, posee la vida como don del que, por otra parte, tampoco puede considerarse dueño; por tanto, no puede sentirse árbitro de la propia vida ni de la ajena. El Antiguo Testamento formula esta conclusión en un precepto del Decálogo: "No matarás" (Ex 20,13), con la aclaración que sigue luego: "No hagas morir al inocente y al justo, porque yo no absolveré al culpable de ello" (Ex 23,7). En el Nuevo Testamento Cristo vuelve a indicar dicho precepto como condición para "entrar en la vida" (cf. Mt Mt 19,18); pero muy significativamente pone detrás la mención del precepto que sintetiza en sí todo aspecto de la norma moral y lo lleva a cumplimiento, es decir, el precepto del amor (ib., 19, 19). Sólo quien ama puede acoger hasta el fondo las exigencias que brotan del respeto a la vida del prójimo.

Sin duda recordáis a este propósito las palabras de Cristo en el "sermón de la montaña"; en dicha ocasión Jesús alude casi polémicamente al "no matarás" veterotestamentario, viendo en él una expresión de la justicia "insuficiente" de los escribas y fariseos (cf. Mt Mt 5,20), e invitando a mirar más a fondo dentro de sí mismo para descubrir las raíces perversas de donde brota toda violencia contra la vida; culpable es no sólo quien mata, sino quien abriga sentimientos malévolos y sale de repente con palabras ofensivas contra el prójimo (cf. Mt Mt 5,21). Hay una violencia verbal que prepara el terreno y favorece el. brote de premisas sicológicas que hacen desencadenarse la violencia física.

Quien quiere respetar la vida y hasta ponerse generosamente a su servicio, debe cultivar en sí sentimientos de comprensión con los demás, de participación en sus vicisitudes, de solidaridad humana; en una palabra, sentimientos de amor sincero. El creyente tiene facilidad para ello, porque sabe reconocer en todo hombre a un hermano (cf. Mt Mt 23,8), con el que se identifica Cristo hasta el punto de considerar hecho a El lo que se hace con aquél (cf Mt 25,40 Mt 25,45).

3. Pero es hombre también el niño que todavía no ha nacido; e incluso, si es título privilegiado de identificación con Cristo el contarse entre los "más pequeños" (cf. Mt Mt 25,40), ¿cómo no ver una presencia particular de Cristo en el ser humano en gestación que entre todos los demás seres humanos es de verdad el más pequeño e inerme, carente de todo medio de defensa hasta de la voz para reclamar contra las ofensas inferidas a sus derechos elementales?

Es obligación vuestra dar testimonio ante todos de la estima y respetó de la vida humana que nutrís en el corazón; defenderla valientemente si fuera necesario; negaros a cooperar a su supresión directa. No hay disposición humana que pueda legitimar una acción intrínsecamente inicua, ni menos aún obligar a nadie a consentir en ella. En efecto, la ley recibe su valor vinculante de la función que desempeña —en fidelidad a la ley divina— al servicio del bien común; y esto es así, a su vez, en la medida en que promueve el bienestar de las personas. Por tanto, ante una ley que se halle en contraste directo con el bien de la persona, que reniegue incluso de la persona en sí, usurpándole el derecho a vivir, el cristiano no puede dejar de oponer su rechazo cortés y firme a la vez, recordando las palabras del Apóstol Pedro ante el Sanedrín: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Ac 5,29).

Sir embargo, vuestra tarea no se limita a esta función negativa por así decir. Se extiende también a un conjunto de deberes positivos de gran importancia. A vosotras toca robustecer en el ánimo de los padres el deseo y la alegría en vista de la vida nueva que ha brotado de su amor; a vosotras, sugerir la visión cristiana de la misma mostrando con vuestra actitud que reconocéis en el niño formado en el seno materno un don y una bendición de Dios (cf. Sal Ps 126,3 Ps 127,3 ss.); a vosotras toca también estar al lado de la madre para reavivar en ella la conciencia de la nobleza de su misión y reforzar su resistencia frente a las posibles insinuaciones de la pusilanimidad humana; a vosotras corresponde, en fin, prodigaros con toda clase de cuidados para garantizar al niño un nacimiento sano y feliz.

Y en una visión más amplia de vuestro servicio a la vida, ¿cómo no recordar la aportación importante del consejo y orientación práctica que podéis ofrecer a cada uno de los matrimonios, con el deseo de que se lleve a cabo una procreación responsable dentro del respeto del orden establecido por Dios? También se dirigen a vosotras las palabras de mi predecesor Pablo VI, cuando exhortó a los componentes del personal sanitario a perseverar "en promover constantemente las soluciones inspiradas en la fe y en la recta razón", y esforzarse "en fomentar la convicción y el respeto de las mismas en su ambiente" (Humanae vitae HV 27).

Para responder convenientemente a todos estos deberes complejos y delicados, es obvio que necesitáis preocuparos de adquirir una competencia profesional íntegra, puesta al día constantemente a la luz de los progresos más recientes de la ciencia. Esta competencia comprobada, además de permitiros intervenir con oportunidad y preparación a nivel estrictamente profesional, os garantizará ante los que recurren a vosotras la consideración y el crédito que pueden disponer el ánimo a aceptar vuestros consejos en las cuestiones morales relacionadas con vuestra misión.

4. He trazado algunas líneas directrices según las cuales os exhorto a orientar vuestra actuación cívica y cristiana. Es una misión que presupone fuerte sentido del deber y adhesión generosa a los valores morales, comprensión humana y paciencia incansable, firmeza valiente y ternura maternal. Dotes nada fáciles, como os lo enseña la experiencia. Pero son dotes requeridas por una profesión que se sitúa por propia naturaleza a nivel de misión. Y dotes que, por otra parte, son pagadas con testimonios de estima y agradecimiento afectuoso de quienes se han beneficiado de vuestra ayuda.

23 A la luz de María invoco sobre vosotras y vuestra actividad, dones copiosos de la bondad divina, a la vez que, en prenda de afecto especial, concedo a todas la propiciatoria bendición apostólica.






DURANTE UNA VELADA CON LOS UNIVERSITARIOS


DEL MOVIMIENTO "COMUNIÓN Y LIBERACIÓN"


Sala Regia

Sábado 26 de enero de 1980



Estos últimos días de enero; hace precisamente un año, salí por vez primera del Vaticano para visitar México. Tuve un encuentro con el Presidente y mantuve con él una conversación de una hora: era la primera vez que tenía un diálogo en español con un Presidente. El comenzó diciendo: "Ya sabe usted que México es un país surrealista", y he de confesar que esta introducción facilitó la entrevista sobre problemas fundamentales que no faltaban ni faltan en México, como es sabido. Recuerdo este episodio para decir que el surrealismo no pertenece únicamente a la tierra mexicana: también en el Vaticano es como de casa. Porque yo me pregunto en primer lugar, ¿cómo han acertado a entrar hasta aquí estos jóvenes?; después me vuelvo a preguntar —y tengo aquí presente un testigo ocular, el dr. Griegel, de Cracovia—, ¿cómo podíamos haber imaginado hace poco más de un año una velada como ésta en que estudiantes italianos cantan con el Papa? Es sin duda algo surrealista. Pero al lado de la palabra "surrealismo" hay otra muy parecida y, a la vez, sumamente diferente, la palabra "sobrenatural"; ésta no es surrealista sino muy real; y yo veo que vosotros tratáis de vivir dentro de la realidad. Ello me proporciona alegría, al igual que todos nuestros encuentros comenzando por éste, el primero del año.

Quiero decir con suma brevedad —si bien sobre este tema habría para escribir un tratado— que el camino elegido por vosotros es muy adecuado a la situación del hombre de hoy, porque la nuestra es una época de gran poder del hombre que, al mismo tiempo, se siente desarraigado de sí mismo. Podemos decir con certeza que no se puede descubrir la identidad del hombre en el aspecto económico de la socialidad; si se quiere descubrir al hombre y acercarse a su identidad humana, hay que ir a la cultura: la cultura hace al hombre y el hombre hace la cultura. Es ésta una referencia fundamental, y me parece que la teoría y la práctica de vuestro Movimiento intenta encontrar al hombre —lo que significa encontrarse a sí mismo— en su cultura, en sus raíces culturales; basta participar media hora en vuestros cantos para percibirlo. Al oír el texto de los cantos medievales, los he encontrado parecidos a los textos polacos de la misma época. Se ve que los caminos de la cultura humana y sus manifestaciones vienen a seguir la misma trayectoria en los distintos pueblos. Al encontrar al hombre— en su— cultura y a través de su cultura, se llega a la comunidad humana auténtica, a la dimensión comunitaria de la vida humana; se llega a las distintas comunidades en su variedad, en su pluralismo, y con sus parecidos y paralelismos al mismo tiempo. Este breve encuentro me ha dado ocasión de constatar que vuestro modo de abordar los problemas es cercano al mío; o mejor, es el mismo. Os agradezco esta constatación y también el haberme enseñado el camino para entrar en el Vaticano... Dios os bendiga este año que acaba de comenzar: que sea bueno y pacífico. Feliz año. Y espero que volváis de nuevo, ya que habéis aprendido el camino...






A LOS SEMINARISTAS LEGIONARIOS DE CRISTO


Domingo 27 de enero de 1980



Amadísimos seminaristas Legionarios de Cristo:

Después de habernos alimentado con la Palabra de Dios y con el Pan de vida en la Eucaristía que hemos compartido hace pocos momentos, he deseado ardientemente reservar a vosotros unos instantes de intimidad, para establecer un diálogo, aunque sea breve, de corazón a corazón.

Quiero ante todo manifestaros mi profunda estima y afecto, como jóvenes y como seminaristas. Os aseguro que vosotros ocupáis un puesto de preferencia en mi oración y en mi pensamiento, que se llenan a la vez de confianza al veros caminar con paso decidido hacia la meta del sacerdocio de Cristo.

Estos hermosos años de preparación que estáis viviendo, aunque a veces puedan parecer largos, nunca podrán ser suficientes si miráis la finalidad e importancia de la tarea estupenda a realizar. En efecto, llenarse “de los sentimientos del mismo Cristo en el estudio, en la oración, en la obediencia, en la formación del propio carácter” (Discurso a los seminaristas mexicanos, 30 de enero de 1979, es una empresa exigente, progresiva, merecedora del más generoso esfuerzo.

El objetivo al que ello va destinado requiere todo el entusiasmo de unas fuerzas juveniles. Sí, porque os preparáis nada menos que a ser ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1Co 4,1).

24 Preparaos, por ello, con el mayor esmero, para copiar en vosotros la imagen de Cristo y mostrarla luego a los demás, con corazón valiente e indiviso a través de una ofrenda alegre y perseverante en la castidad, en un amor sin fronteras que os llenará de gozo interior y de fecunda paz.

En ese camino, tened bien claras les prioridades que se impondrán en vuestro futuro como sacerdotes: la oración y el ministerio de la Palabra. Efectivamente, “la oración nos ayuda a creer, a esperar y amar” (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1979, 8 de abril de 1979). Y en la Palabra de Dios “se halla el comienzo y el final del ministerio, la orientación de toda actividad pastoral, la fuente rejuvenecedora de la perseverancia fiel, y aquello que puede dar significado y unidad a les distintas actividades de un sacerdote” (Discurso a los seminaristas de Filadelfia, 3 de octubre de 1979).

Renovaos sin cesar en esas fuentes genuinas y en la recepción de los Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía. Y tomad por guía y ejemplo constante a la dulce Madre de Jesús y Madre nuestra, camino válido y seguro hacia su Hijo.

Os alienten en vuestra vida estas ideas que os dejo. Y os confirme en vuestra vocación la Bendición que a cada uno os doy con cordial afecto.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PUEBLO MEXICANO


Lunes 28\i \Ide enero de 1980

Queridos Hermanos e hijos de México:

Al cumplirse el primer aniversario de mi visita a vuestro País, quiero haceros llegar mi palabra de saludo, de recuerdo, de agradecimiento y de aliento en el camino del bien.

El beso que estampé a mi llegada a la sierra mexicana quería ser un sincero homenaje a la Nación y una prueba de afecto y estima, que iniciaba aquel intenso intercambio de sentimientos que, en gozosa sintonía de corazones, fue manifestándose, durante mi permanencia en la ciudad de México, en Puebla, Oaxaca, Guadalajara y Monterrey, extendiéndose desde allí a todos los hogares mexicanos.

Al evocar ahora aquellos momentos imborrables, deseo repetir mi gratitud por vuestra magnífica acogida, que tenía por marco aquel acontecimiento eclesial evangelizador que encontró su concreción mejor en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

Recordando aquí lo que fue precisamente el objetivo centrar de mi visita, es decir, ofrecer por mi parte toda la contribución posible a la causa de la evangelización, desearía una vez más alentaros a robustecer vuestra conciencia cristiana, vuestra vida de fe, vuestra alegría en la práctica esperanzada del mensaje de Cristo, vuestra decisión de trabajar por el bien espiritual y material de todos.

No me es posible, en estos breves momentos, deciros todo lo que desearía para ayudaros en el sendero de la fidelidad a Cristo.

25 A los Hermanos en el Episcopado renuevo mi confianza y cordial benevolencia, asegurándoles que los acompaño en sus solicitudes y desvelos constantes, así como en su generosa entrega a la Iglesia y al bien de cada uno de sus fieles.

A los sacerdotes, religiosos, religiosas y a cuantos se preparan a una consagración específica a Dios y a los hermanos, los animo con intenso afecto en su valiente elección y los aliento a mantenerle fieles a su vocación, caminando siempre en el amor a Cristo (cf. Ef
Ep 5,2), con una constante mirada de fe acerca de su propia identidad y del valor de su entrega eclesial.

Al laicado católico organizado y a todos los que desde su tarea personal, familiar o profesional se esfuerzan con denuedo por hacer presente a Cristo en vuestra sociedad, los invito a afianzar la conciencia de su pertenencia eclesial y de su llamada al apostolado derivada del propio bautismo (cf. Apostolicam actuositatem AA 3).

Al mundo de los intelectuales, universitarios, estudiantes y jóvenes en general, exhorto a considerar su vida no sólo en función de una sólida formación personal, sino como una verdadera vocación a promotores de elevación humana y moral en la sociedad, para hacerla más digna, más justa, más a la medica del hombre completo (Discurso a los estudiantes de las Universidades católicas de México, 31 de enero de 1979).

A los niños, que tantas veces se hicieron presencia alegre en mi camino, ofrezco mi oración particular, para que sean educados como buenos cristianos, en la imitación del modero más sublime: Jesús, el Dios hecho hombre (Catechesi tradendae CTR 35-38).

Mi palabra se dirige asimismo, con acentos de especial intensidad vivencial, a los miembros de les comunidades indígenas, a los sectores rural y obrero. Sois depositarios de una gran dignidad personal y de valores que merecen, queridos hijos, todo respeto, consideración y apoyo. Sed conscientes de ese vuestro importante papel en la sociedad y en la Iglesia, aspirando y esforzándoos por conseguir mesas más altas, humanas y cristianas (Discurso a los indígenas y campesinos de México, en Cuilapán, 29 de enero de 1979; cf. también Discurso a los campesinos, empleados y obreros de Monterrey, 31 de enero de 1979).

Finalmente, al mundo del dolor, a los enfermos y a cuantos sufren, reservo mi recuerdo de predilección, que se hace oración por todos. En medio del sufrimiento, mantened la esperanza y ánimo, recordando que, unida a la cruz de Cristo, vuestra soledad interior se transforma en gracias de salvación para vosotros y para toda la Iglesia (Col 1,24 ss.; 2Co 12,10)

Amados Hermanos e hijos: ninguno se sienta olvidado por el Papa, que a todos abarca en este recorrido panorámico global. Hagamos todos juntos, yo en medio de vosotros, una peregrinación de fe al hogar y santuario de México. A los pies de la bendita Madre Nuestra, la Virgen de Guadalupe, quiero depositar con vosotros plegaria: que con su ayuda, esa Iglesia de Dios, cuya vitalidad quise potenciar con mi visita, experimente un crecimiento pujante, una renovada floración espiritual, un incremento de vida cristiana, una consolidación de las fuerzas evangelizadoras, un acercamiento constante del México fiel a Cristo, meta y objetivo de nuestro quehacer de cada día.

Como hermano y amigo pico al Padre del cielo que os colme de su gracia y paz, mientras bendigo de corazón a cada uno de los mexicanos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA FUNDACIÓN «LUCIANO RE CECCONI»


Lunes 28 de enero de 1980



Queridos socios de la Fundación "Luciano Re Cecconi":

26 Os doy las gracias por esta visita con la que habéis querido mostrarme vuestros sentimientos de cristianos y de socios de esta Fundación benéfica. Me complazco en que nacida hace poco en memoria de este conocido futbolista joven, quiere contribuir a "eliminar toda forma de violencia —sea física o ideológica— y trabajar por el progreso de la conciencia en la afirmación de los principios de libertad, hermandad y justicia social", como se dice en vuestro estatuto de fundación.

Alabo este compromiso programático cuyo valor humano y cristiano merece el respeto de cuantos se preocupan del bien verdadero de los hombres y de la tranquilidad de su convivencia civil. Claro está que no puedo entrar ahora en el análisis pormenorizado de todos los elementos que componen el triste fenómeno de la violencia en general y, en particular, de la que actúa en las manifestaciones deportivas; sin embargo, no quiero dejar de haceros una recomendación. Y es ésta: al poner en práctica los objetivos de vuestra Asociación, dejaos guiar siempre de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, como orientación de base. Procurad conocer las directrices del Concilio Vaticano II y las indicaciones de las Encíclicas y alocuciones pontificias, que ayudan a comprender, evaluar y prevenir muchos fenómenos oscuros que manchan de sangre los campos de deporte en esta sociedad nuestra que vive hoy bajo la pesadilla de la violencia.

Con demasiada frecuencia se olvida que toda actividad humana y el deporte en particular, no pueden prescindir de un orden moral; éste, lejos de perjudicar o empobrecer la actividad deportiva, por el contrario la engrandece y enriquece con prestaciones de prestigio incomparable. Pues el deporte tiene por fin al hombre, a todo el hombre, en su dimensión corporal y en la espiritual. Las competiciones son importantes precisamente porque representan un momento de liberación del peso de la jornada, del trabajo agotador y monótono, de las ocupaciones y preocupaciones de la vida; y al mismo tiempo, es un momento de recreo y realización de sí mismo en el modo que mejor corresponde a las capacidades y aspiraciones de cada uno.

Estas finalidades que son esenciales en toda clase de deportes, deben mover asimismo el deporte profesional y, por practicarse no tanto para diversión del jugador cuanto para entretener a los espectadores, se transforma en espectáculo y está más expuesto a las tentaciones de la violencia. Por desgracia, es precisamente en estos "espectáculos" donde el significado del deporte se desvía a finalidades extrañas e incluso contrarias a su misma naturaleza. Entonces se lo manipula para otros fines y, lo que es peor, se aprovechan a veces tales manifestaciones para desahogar las pasiones innobles del odio, la rivalidad y la venganza, transformando así lugares y momentos de diversión, gozo y serenidad, en lugares y momentos de espanto, terror y luto.

Recordemos que la violencia es siempre una ofensa, un insulto al hombre, sea a quien la ejecuta o a quien la padece. Pero la violencia es un contrasentido, un absurdo monstruoso, cuando se lleva a cabo en ocasión de manifestaciones deportivas en los estadios u otros sitios, pues el deporte tiene por meta el gozo y no el terror, la diversión y no el espanto, la solidaridad y no el odio, la hermandad y no las divisiones.

La violencia es una ofensa al hombre, pero es ofensa sobre todo al cristiano, pues el cristiano reconoce siempre en todos los hombres a hermanos y no a enemigos. Para el cristiano todos los lugares y todas las circunstancias son momentos aptos para manifestar sus sentimientos de hermandad y solidaridad con los demás. Pero esto es especialmente válido en los momentos y lugares en que se ejercita la actividad deportiva, porque ésta ya por sí misma está enderezada a suscitar sentimientos de solidaridad, hermandad, amor, alegría, paz.

Queridos hermanos: Este encuentro con el Papa sea de verdad para vosotros ocasión providencial para dar orientación decididamente cristiana a vuestra vida y vuestra obra. Y contribuya a situar de nuevo en la perspectiva exacta los únicos valores capaces de dar significado, dignidad y finalidad a vuestra existencia; es decir, el amor de Dios por encima de todo, y después el amor generoso y práctico a los hermanos, especialmente a los más probados. A este propósito me complazco en el gesto de solidaridad que habéis tenido con los prófugos camboyanos.

Pido al Señor que este momento de gracia sea fecundo en frutos duraderos para vuestras almas y para las actividades de la Asociación a que pertenecéis.

Extiendo gustoso mi saludo cordial y mi aprecio por su presencia, a los dirigentes y jugadores de los dos equipos deportivos romanos "la Roma" y "la Lazio". A todos imparto de corazón mi bendición.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA REUNIÓN DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS Y CANADÁ,


DALLAS (28-31 DE ENERO DE 1980)




Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Con gran esperanza y gran entusiasmo envío un saludo a todos los que estáis reunidos en Dallas. Esta importante reunión de trabajo, patrocinada por el Centro Papa Juan XXIII de Investigación y Educación médico-moral, y generosamente sufragada por los Caballeros de Colón, es una iniciativa espléndida al servicio de la verdad y al servicio de la persona humana. El haberos reunido tantos obispos de Estados Unidos y Canadá, revela que tenéis conciencia de vuestras responsabilidades pastorales en cuanto maestros auténticos del Pueblo de Dios, que está llamado a vivir su vida cristiana en el mundo moderno.


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