Discursos 1979 426

426 A este respecto, quisiera llamar especialmente vuestra atención sobre la oportunidad de dar nuevo impulso a las misiones tradicionales, las cuales —como he dicho también en el reciente Documento sobre la catequesis— se manifiestan, si son llevadas de acuerdo con criterios conformes a la mentalidad moderna, como un instrumento insustituible para la renovación periódica y vigorosa de la vida cristiana (cf. Exhort. Apost. Catechesi tradendae CTR 47). San Alfonso, como bien sabéis, ponía en ellas grandísima confianza.

3. Deseo además poner de relieve que vuestra acción pastoral en servicio de las "almas más abandonadas", mediante la proclamación explícita de la Palabra de Dios, alcanzará eficazmente sus finalidades. si se tiene cuidado de atenerse a dos criterios de fondo, fijados en vuestras constituciones: el de "hacer en común" la programación y ejecución de las iniciativas apostólicas (cf. Const. 2, 21, 45) y el de la apertura. pronta y disponible a las sugerencias y a las solicitaciones del Ordinario diocesano (cf. Const. 18). La evangelización no ha sido confiada a cada uno en particular, sino a la Iglesia (cf. Mc Mc 16,15 par.) y por lo tanto es esencial que se lleve a cabo en plena sintonía con las orientaciones de quienes han recibido de Cristo la tarea de "apacentar" la grey de los fieles: sintonía en cuanto al contenido de la predicación y sintonía en las expresiones concretas del compromiso apostólico. Las dificultades que opone el mundo de hoy al fermento evangélico han hecho cada vez más necesaria una programación orgánica de la actividad pastoral que, utilizando racionalmente todas las fuerzas disponibles en el ámbito de la Iglesia local. aseguren su coordinación oportuna y su máxima incisividad.

4. Sin embargo, queda fuera de duda que, cuando se trata de la conversión de las almas, cualquiera sea el proyecto programático, cualquiera el desplegamiento de fuerzas, por muy imponente que sea, no tienen relevancia alguna, si no interviene la acción de Aquel "que da el crecimiento" (1Co 3,7). Con todo, esta acción transformadora de la gracia es impetrada de ordinario por la santidad de vida del que anuncia el Evangelio. Sólo cuando el evangelizador es también un testigo, su palabra hace brecha en los corazones. Vuestro fundador ha confirmado esto muchas veces en sus escritos y demostró esto de modo inequívoco con el ejemplo de su vida.

Por lo tanto, no hace falta gastar palabras para subrayar la importancia del compromiso ascético, que los antiguos calificaban con expresión sugerente "studium deificum". Vale la pena, sin duda, recordar la aportación fundamental que da la "vida común" al progreso en la virtud, si se acepta generosamente en todas las dimensiones previstas por las constituciones. Crear una convivencia verdaderamente fraterna y responsable, basada en la fe y alimentada constantemente en las fuentes de la oración personal y comunitaria, es un deber al que ninguno puede sustraerse: en ello va su bien, el de la congregación y, en definitiva, el bien mismo de las almas.

5. Queridos hijos, que tomáis del nombre santísimo del Redentor el título que distingue vuestro instituto, al final de este encuentro tan espontáneo y cordial, quiero dejaron especialmente una palabra como recuerdo y consigna espiritual: haced espacio en vuestro espíritu a Cristo Redentor. de manera que El se convierta cada vez más en el centro natural de los pensamientos, en el polo magnético de los afectos, en la razón última de cada opción de vida. Acompaño este deseo con una especial bendición apostólica, que hago extensiva con afecto paterno a todos vuestros hermanos esparcidos por todas las regiones del mundo.






AL CENTRO FEMENINO ITALIANO


Viernes 7 de diciembre de 1979



Queridísimas hijas:

Antes de nada quiero manifestaros mi profunda alegría por poder encontrarme hoy con vosotras, responsables del centro femenino italiano y representantes cualificadas de las mujeres italianas. Os saludo a todas muy cordialmente y os doy las gracias por haber deseado este encuentro; se me brinda así ocasión de conoceros más a vosotras y vuestro Movimiento que tanto trabaja en la realidad concreta del querido pueblo italiano.

1. Sé que me estoy dirigiendo a personas particularmente comprometidas y os expreso enseguida mi consideración y estima sincera. Actuáis en el contexto sociocultural de nuestro tiempo, difícil y prometedor a la vez, que se nos presenta tan denso de fermentos siempre en acción pero no siempre positivamente fecundos. En efecto, me parece que la sociedad contemporánea en que nos toca vivir y actuar, padece una crisis de crecimiento. Por una parte ofrece ejemplos alentadores de tensión creciente hacia metas de justicia, comunión recíproca y nivel humano de vida más alto, crece el sentido de la solidaridad e interdependencia. unido a una sana exigencia de respeto de la identidad propia y de los valores propios. Pero, por otra parte, tampoco son infrecuentes las manifestaciones irracionales de egoísmo que llegan hasta el libertinaje y la violencia, actúan con éxito fuerzas tendentes a disgregar los tejidos sociales de conexión; se exaltan unas formas de la llamada reapropiación de la vida que conducen por el contrario a la destrucción propia y de los demás. Nos encontramos frente a una generosidad viciada por el orgullo, frente a formas de auténtico altruismo coexistentes con un individualismo desenfrenado, frente a cacareados planes de defensa de la vida e incluso de la ecología, unidos estridentemente a intentos reales de humillarla y ahogarla.

Digo todo esto pensando en la invitación bíblica: “probadlo todo y quedaos con lo bueno” (1Th 5,21); pues en el mundo debemos ser “sencillos como palomas”, pero también “prudentes como serpientes” (Mt 10,16).

2. En una sociedad así formada, la Iglesia tiene una función propia y precisa que ha recibido “para edificar, no para destruir” (2Co 13,10), es decir, para impulsar el crecimiento ordenado y completo hacia la plena madurez. En este proceso delicado, pero decisivo a la vez, la Iglesia reconoce a la mujer una aportación esencial. De ella espera una entrega y un testimonio no ambiguos en favor de todo lo que fundamenta y constituye la auténtica dignidad del hombre, su realización a nivel personal y comunitario y, por lo mismo, su felicidad más honda. En efecto, las mujeres han recibido de Dios un carisma peculiar innato, hecho de sensibilidad aguda y fina percepción de la medida, de sentido de lo concreto y amor providencial a lo que se halla en estado germinal y necesitado, por ello, de cuidados solícitos. Son cualidades todas ellas proyectadas a favorecer el crecimiento humano. Pues bien, yo os pido que trasplantéis la práctica de estas preciadas cualidades desde la esfera de lo privado a la pública y social, y que lo hagáis con responsabilidad y sabiduría: supliendo las deficiencias ajenas, corrigiendo desviaciones, alentando e impulsando los factores que aprovechan y son útiles a todos.

427 3. Me parece ver que vuestra tarea se puede desarrollar en dos ámbitos diferentes y complementarios. En primer lugar, el mismo mundo femenino necesita un modelo sano y equilibrado de mujer integral. Se trata de hacer valer derechos justos, de modo que toda mujer pueda inserirse honradamente en la sociedad tanto en lo humano como en lo profesional, por encima de todo miedo y discriminación. Pero es necesario guardarse de consentir que reivindicaciones y propuestas muy justas en el punto de partida, cedan el puesto luego a degeneraciones de polémica exarcebada o apología arbitraria y antinatural. No es lícito introducir elementos de ruptura allí donde el Creador ha previsto y querido la armonía humanamente más alta.

En segundo lugar, tenéis también una tarea que desempeñar en el marco más amplio de la sociedad con referencia a la postura que se ha de asumir en relación a su planteamiento general, en particular sobre los problemas de la familia. A este propósito me complazco con vosotras por vuestro interés y actitud respecto de la problemática de la preparación al matrimonio y de la defensa de la vida desde su concepción, bien sea en las costumbres que tienen tanta influencia en la formación de las generaciones jóvenes sobre todo, o en la legislación, puesto que la ley no debe ser mera denotación de lo que acontece sino modelo y estímulo para lo que se debe hacer. La Iglesia está profundamente convencida de que la sabiduría de una legislación brilla al máximo allí donde se asume la defensa más enérgica de los miembros más débiles e indefensos a partir ya de los primeros instantes de vida. Por tanto, toda concesión en esta materia no puede hacerse sin daño de la misma dignidad humana. Y además es necesario, siempre con respeto e incluso amor a todos, guardarse de posturas comprometedoras de aquiescencia a fuerzas ideológicas en contraste con la fe cristiana.

Entre los miembros más débiles de la sociedad se cuentan también los niños, los enfermos, los ancianos, los desocupados, los faltos de cultura y, en general, todos los que están expuestos a ser explotados y oprimidos de distintas maneras. Todo proyecto que emprendáis o llevéis a efecto en estos sectores es muy digno de atención y aliento. Una cosa es cierta: existe una coherencia cristiana también en la vida pública; el que es cristiano debe serlo siempre, a todos los niveles, sin vacilaciones ni concesiones, con las obras y no sólo de nombre.

4. Por mi parte os aliento y exhorto vivamente a continuar por vuestro camino que está hecho de servicio actualizado y responsable a la sociedad italiana, tanto a nivel de sensibilización inteligente de la opinión pública como, y sobre todo en el de la promoción humana concreta en el plano cultural, social y caritativo. Sed siempre portadoras de una dignidad que no sea presunción, de un amor que no sea permisivismo, de una paz que no sea conformismo. Y que vuestros afanes arranquen siempre de convicciones íntimas sólidamente enraizadas y vividas gozosamente. Y ante todo, sed vosotras, individualmente y como asociación, ejemplos vivientes y presentables de un proyecto creíble de mujer. que realice en sí o por lo menos se esfuerce en realizar todo lo mejor que la naturaleza humana y la revelación cristiana tienen que ofrecer a este respecto.

A tales deseos cordiales de verdad, uno complacido mi bendición apostólica, signo de mi afecto y auspicio de consuelo celestial para vosotras, los miembros de vuestro centro y todas las mujeres italianas.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA UNIÓN DE JURISTAS CATÓLICOS ITALIANOS


Viernes 7 de diciembre de 1979



Ilustres señores e hijos queridísimos:

1. Saludo con deferencia y afecto a vuestra "Unión" que celebra estos días su XXX congreso nacional de estudio sobre un tema de gran actualidad, "La dimensión social en la alternativa entre la esfera pública y la privada".

Deseo ante todo expresar mi gozo por la grata oportunidad, que me brinda vuestra visita, de tomar contacto con vuestra benemérita Asociación, y de testimoniar mi aprecio por el empeño que pone en favorecer el estudio y profundización de los problemas del mundo contemporáneo a la luz de los principios cristianos.

Una asociación profesional que se precia del calificativo de "católica" es ante todo de hecho un lugar privilegiado donde los laicos toman conciencia de ser parte viva de la Iglesia y de ello sacan las consecuencias obligadas, asumiendo con responsabilidad la tarea de animar cristianamente el sector específico de su profesión.

Ello supone, como es obvio, el examen previo de los problemas que van surgiendo, el análisis atento de sus componentes y el intento de hacer una síntesis que comprenda lo más posible todo viso de verdad contenido en ellos. De tal esfuerzo, llevado con rigor y honradez intelectual, podrán derivarse propuestas serias y ponderadas, capaces de ofrecer una solución equilibrada y armoniosa a las instancias humanas que están en juego.

428 2. Es lo que laudablemente os proponéis llevar a cabo en vuestro congreso con referencia al problema particularmente complejo de las relaciones entre lo público y lo privado. Debe considerarse sumamente oportuna la elección de este tema. Porque bien mirado, las relaciones entre la esfera pública y la privada constituyen un punto crucial en la experiencia de la humanidad de hoy que, mientras en algunos países se encuentra con ordenamientos jurídicos en los que lo público tiene la primacía hasta anular casi lo privado, en otros, en cambio, se halla actuando dentro de sistemas jurídicos que subordinan las exigencias e intereses colectivos, incluso fundamentales, a los intereses individuales. Por desgracia, tanto en un planteamiento como en otro, siempre es el hombre el que queda sacrificado en su dimensión privada o en la social, por la utilización del poder legislativo cual instrumento de dominio —sea del individuo o de la colectividad— en vez de cómo instrumento de justicia.

Es urgente, por tanto, que se reaccione ante ciertas corrientes de opinión unilaterales y deformantes, y con valentía se ponga un dique al fenómeno preocupante de la expropiación de lo privado por parte de lo público, de un lado, y de la prevaricación de lo público por parte de lo privado, del otro lado.

3. El criterio para orientarse en esta materia compleja es sólo uno fundamentalmente: el del respeto de la persona humana. Y esto es lo que volvió e afirmar solemnemente el Concilio Vaticano II, sosteniendo con la tradición anterior constante que «el principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana» (Gaudium et spes,
GS 25).

En efecto, la persona «significar id quod est perfectissimum in tota natura» (S. Th. I, q. 29, a. 3), según la formulación eficaz de Santo Tomás, que la doctrina siguiente no ha dejado de considerar. La inteligencia de que el hombre está dotado, lo coloca por encima de todas las criaturas del mundo visible, y fundamenta su dignidad peculiar haciendo de él un ser «naturaliter libeer et propter seipsum existens» (S. Th. II-II q. 64 ad 3). De esta dignidad superior se deriva precisamente la consecuencia según la cual el cuerpo social y su ordenamiento tienen razón de medio respecto del hombre, como hizo notar puntualmente el Doctor Angélico: «el hombre no está ordenado a la comunidad política ni en todo su ser ni en todas sus cosas" (S. Th. I-I1, q. 21, a. 4 ad 3).

Sin embargo, ello no quita que el hombre necesite la aportación de la comunidad para la plena realización de él mismo, ya sea porque sólo en el encuentro con los otros puede revelarse totalmente a sí mismo, o también porque fuera de un contexto social adecuado, contexto que se suele designar con el término de "bien común", no le sería posible desarrollar y alcanzar la madurez de las posibilidades que porta dentro de sí. De aquí el que esté ordenado «secundum quid» a la comunidad (cf. S. Th. -II-II, q. 47, a. 10).

Por tanto, la persona dice ordenación al bien común porque la sociedad a su vez está ordenada a la persona y al bien de ésta, por hallarse las dos subordinadas al fin supremo que es Dios. Y remontándonos a estos principios supremos es como se llega a encontrar la luz necesaria para plantear rectamente las relaciones entre esfera privada y pública, y para superar los contrastes que puedan surgir.

4. Si la comunidad humana está atravesando una crisis profunda, hasta el punto de comprometer valores fundamentales sobre los que en el pasado se ha tratado fatigosamente de construir una convivencia civil, ello se debe a que en las costumbres y la legislación se ha obnubilado la dignidad de la persona humana y las instancias irrenunciables que brotan lógicamente de tal dignidad. Resulta de gran importancia, por tanto, que los católicos —y entre ellos especialmente los que como vosotros despliegan su actividad en el delicado sector del derecho— sientan hondamente la inquietud de aportar su propia contribución a la afirmación y tutela de la dignidad de la persona considerada en toda la riqueza multiforme de su existencia espiritual y material. Servir al hombre y no a una ideología, ésta debe ser la norma orientadora tanto de la acción de los individuos como de la del Estado.

5. Estoy seguro de que vuestro esfuerzo se mueve en esta dirección y, a la vez que me congratulo con vosotros por cuanto habéis hecho en años pasados, expreso el augurio de que en la espinosa materia que estudiáis, los trabajos de vuestro congreso actual sepan ofrecer respuestas sabias e iluminadoras tales, que lleguen a satisfacer las expectativas de las personas honradas e interesadas en el verdadero bien de la nación.

A la vez que invoco sobre vosotros y vuestro esfuerzo la ayuda del Omnipotente, confío mi oración a la intercesión de Aquella que nos disponemos a ensalzar en el candor original de su "Inmaculada Concepción", pidiéndole que os guíe en la reflexión conjunta de estos días y os sostenga después en el cumplimiento de vuestras tareas respectivas con adhesión coherente a los valores cristianos que profesáis.

Con estos votos concedo de corazón a vosotros aquí presentes y a cuantos representáis, la bendición apostólica, prenda de mi benevolencia y auspicio de copiosos favores celestiales.






A LOS PARTICIPANTES EN EL XII CONGRESO NACIONAL


DE LA ASOCIACIÓN ITALIANA DE MAESTROS CATÓLICOS (AIMC)


Viernes 7 de diciembre de 1979



429 Queridísimos hermanos de la Asociación italiana de Maestros Católicos:

1. Al recibiros hoy en audiencia especial y de este modo dar respuesta positiva a la amable carta de vuestro presidente, es grande mi alegría y sincera la complacencia porque se me brinda ocasión de conocer de cerca otra floreciente Asociación profesional de inspiración cristiana. Al acogeros, no puedo menos de recordar el encuentro que tuve a principios del mes pasado con los representantes de la UCIM, o sea, de la Asociación de Profesores de Enseñanza Media, con ocasión de su asamblea nacional. Y me resulta fácil y casi natural establecer correlación, por así decir, entre las dos Asociaciones, no sólo por darse la misma circunstancia de que también vosotros estáis reunidos en congreso, sino sobre todo por el hecho de que una y otra están formadas por personas que han hecho una opción segura de fe, y por la razón también de que una y otra actúan en la enseñanza y para la enseñanza.

2. Hablé entonces de los alumnos (los llamados "teen-agers") que están confiados para su debida formación a aquellos profesores durante un período de importancia decisiva en la vida. Pero ¿qué diré de vuestros alumnos, de los niños y niñas pequeños que os son "entregados" por los padres desde la más tierna edad con el frescor de su inocencia para ser gradualmente acompañados y sabiamente guiados hasta la enseñanza media? Si en el caso de vuestros compañeros de la UCIM la responsabilidad es de verdad grave por la trascendencia objetiva de la edad que "media", como dije entonces, en el paso de la niñez a la primera madurez, aquélla no es menor en vuestro caso, porque la edad de vuestros alumnos es y seguirá siendo fundamental en la vida; no carece de significado que el sector en que trabajáis se denomine enseñanza básica. De ello resulta una responsabilidad específica que os obliga ante los padres y la sociedad civil, y anteriormente —diría yo— ante vuestra conciencia y, en consecuencia, ante Dios que "escudriña el corazón y la mente" (
Jr 11,20 cf. Hch Ac 1,24 Rm 8,27 Ap 2,23).

Mirad: tenemos que poner mucha atención en los términos que utilizamos. Al introducir el discurso he hablado ya de "confiar", "entregar", "guiar" y "acompañar", para llegar al concepto recapitulador y eminentemente moral de responsabilidad. La acción pedagógica —quiero decir— se cualifica inmediatamente, originariamente, por su función intrínseca de "conducir a los niños", "coger de la mano" a los más pequeños, para enseñarles a caminar por el sendero de la vida. De esta función y del modo en que la ejerzáis, estáis obligados a responder; he aquí por qué, queridos amigos y hermanos que me escucháis, vuestro trabajo es propiamente una misión que por naturaleza entra en la esfera ético- religiosa. Sois hombres que ayudáis a los niños aún pequeños a llegar a ser hombres; es éste un contacto que se verifica directamente entre personas. Es evidente, por tanto, que ello os exija delicadeza, empeño, fidelidad, entrega y, por lo mismo, gran sentido de responsabilidad.

3. Estáis celebrando el congreso nacional para ahondar en un tema que habéis tratado ampliamente ya en numerosas asambleas de sección y en los congresos provinciales, antes de elegir a los delegados. A este propósito deseo congratularme por la elección que habéis hecho, ya que considerando los no pocos problemas planteados por las innovaciones legislativas y por el movimiento incesante de las transformaciones socio-culturales, habéis querido poner de relieve y centrar la reflexión en la profesionalidad del maestro en la enseñanza básica. ¿Qué significa todo esto? Antes que los elementos propiamente técnicos contenidos en el concepto de profesionalidad, antes que el análisis-evaluación de la correlación entre tipo de trabajo y competencia, habéis reafirmado una exigencia indeclinable y objetiva que también es de orden moral: la preparación debida. La misión educativa se fundamenta, debe fundamentarse, en una preparación sólida, y ésta no se improvisa ni se obtiene con un estudio superficial, ni puede considerarse adquirida "semel pro semper". Por el contrario, debe ser un hecho permanente y traducirse en un esfuerzo diario y perseverante. ¿Acaso no hablamos de educación permanente para todos los alumnos de la enseñanza, o sea, de una acción prolongada en el tiempo, sin interrupciones ni abandonos? A tal empeño debe corresponder paralelamente el deber de preparación permanente por parte de los maestros. Resumiendo, hay que formarse para formar, hay que mantenerse al día para poder enseñar eficazmente, hay que alcanzar un nivel intelectual y moral adecuado para elevar asimismo la mente y el corazón de los niños.

Por este motivo, al vislumbrar dichos elementos en la esencia de la temática del congreso sobre la profesionalidad, me complazco de ello públicamente ante vosotros, deseándoos a la vez que el mejoramiento cualitativo a que aspiráis en vuestra actividad de maestros suscite el desarrollo integral simultáneo y afortunado de vuestros alumnos. De este modo podréis contribuir a superar las dificultades no pequeñas que revierten —como es sabido— desde la sociedad circundante al interior de la enseñanza.

4. Toca ya a su término el "Año internacional del Niño" que en todas las partes del mundo ha suscitado interés primordial hacia las exigencias, expectativas y derechos de la infancia, y ha favorecido la puesta en marcha de no pocas iniciativas culturales, educativas caritativas y legislativas. Quisiera preguntar a este respecto: ¿qué puede y debe hacer el maestro católico en relación no sólo con tal circunstancia conmemorativa, sino con la amplia problemática que ésta ha vuelto a plantear? Teniendo en cuenta el valor del adjetivo calificativo que está al lado de vuestro nombre me parece que la respuesta debe ser ésta: el maestro católico debe trabajar con nuevo esfuerzo de buena voluntad para hacer crecer en los alumnos de su escuela aquellas semillas evangélicas —las enuncio rápidamente: fe en Dios creador, admiración de las cosas creadas por Él, amor a los hermanos, virtudes de sencillez, humildad, mansedumbre, obediencia, etc.— que a la vez que configuran el ideal educativo cristiano, se integran asimismo y se armonizan sin violencia ninguna con las varias disciplinas de estudio y con el ideal mismo de educación auténticamente cristiana.

5. En la vida de cada uno de nosotros ha existido el período de la infancia; período alegre y sereno que con tanta frecuencia se vuelve a presentar a nuestro espíritu juntamente con los recuerdos más queridos. ¿Y cuántas veces, al lado de la imagen de los padres, evocamos la de nuestro maestro o maestra de la enseñanza elemental? Hay una razón profundamente psicológica en este volver la mente a la edad primera y en esta asociación de recuerdos. El maestro ha sido para nosotros no sólo una persona que nos transmitió muchos conocimientos útiles y nos enseñó a leer y escribir; al lado de otras personas el maestro fue para nosotros una presencia típica que encarnaba ante nuestros ojos soñadores la imagen del hombre, del amigo, y del bienhechor. ¡Fue para nosotros como un hermano mayor!

Es necesario tener presente este dato de orden interior y personal queridos hermanos, para reavivar la función nobilísima que se os pide. Si esta convicción está siempre viva, entonces no os faltará la valentía necesaria para superar los obstáculos de estos años difíciles y responder a ese "retrato" que vosotros mismos lleváis también en el corazón por la experiencia de cuando erais niños. Soy maestro, por tanto debo ser ejemplo siempre —ejemplo viviente y creíble de saber y virtud— para mis pequeños alumnos. Soy maestro católico, y por ello el deber del ejemplo se hace todavía más exigente y se transforma en la responsabilidad aún mas alta de dar testimonio de Jesús Maestro, de su verdad y su gracia (cf. Jn Jn 1,14 Jn 14,6 Mt 23,8).

Al dirigiros estas palabras, confío en que serán acogidas no sólo por los aquí presentes, sino por todos vuestros compañeros y amigos diseminados por todas las partes de Italia. En señal de aliento y estima, a vosotros y a ellos imparto una bendición apostólica especial que extiendo a vosotros estudiantes y familiares.





PLEGARIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA VIRGEN INMACULADA


Plaza de España, Roma

430

Sábado 8 de diciembre de 1979



¡Ave!

Venimos hoy a saludarte. María, que has sido elegida para ser Madre del Verbo Eterno.

Venimos a este lugar guiados por una especial tradición, y te decimos: ¡Ave! Bendita seas, llena de gracia ("Ave Maria gratia plena").

Nos servimos de estas palabras, pronunciadas por Gabriel, Mensajero de la Santísima Trinidad.

Nos servimos de estas palabras, pronunciadas por todas las generaciones del Pueblo de Dios, que en el espacio de ya casi dos milenios realiza su peregrinación sobre esta tierra. Nos servimos de estas palabras que dictan nuestros corazones: "Ave, Maria, gratia plena": llena de gracia. Venimos hoy, día en que la Iglesia, con la veneración más grande, recuerda la plenitud de esta Gracia, de que te ha colmado Dios desde el primer momento de tu concepción.

Nos llenan de alegría las palabras del Apóstol: "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).

Estamos contentos por esta abundancia especial de la gracia divina en ti, que lleva el nombre de "Inmaculada Concepción"

Venimos hoy a este lugar sobre todo nosotros romanos, habitantes de esta ciudad, que la Providencia Divina ha elegido para ser la sede de Pedro y de sus Sucesores. Venimos muy numerosos desde que Pío XII comenzó este gesto de homenaje filial, casi un siglo después que Pío IX bendijese este monumento a la Inmaculada. Venimos todos, aun cuando no estemos todos presentes aquí físicamente; pero estamos presentes en espíritu. Ancianos y jóvenes, padres e hijos. sanos y enfermos, representantes de diversos ambientes y profesiones, sacerdotes, religiosos y religiosas, autoridades civiles de la ciudad de Roma, de la provincia del Lacio, todos consideramos como un privilegio especial el estar hoy aquí con el Obispo de Roma, junto a esta columna mariana, para rodearte, Madre, con nuestra veneración y nuestro amor.

¡Acógenos, así como somos, aquí junto a ti, en este encuentro anual!

¡Acógenos! ¡Mira a nuestros corazones! ¡Acoge nuestras solicitudes y nuestras esperanzas!

431 Ayúdanos, Tú, llena de Gracia, a vivir la gracia, a perseverar en la gracia y, si fuese necesario, a volver a la gracia del Dios viviente, que es el bien más grande y sobrenatural del hombre.

¡Prepáranos a la venida de tu Hijo!

¡Acógenos!, con nuestros problemas cotidianos, nuestras debilidades y deficiencias, nuestras crisis y faltas personales, familiares y sociales.

¡No permitas que perdamos la buena voluntad! ¡No permitas que perdamos la sinceridad de la conciencia y la honestidad de la conducta!

Obtennos con tu oración la justicia. ¡Salva la paz en todo el mundo!

Dentro de poco, todos nos alejaremos de este lugar. Pero deseamos volver a nuestras casas con esta gozosa certeza de que estás con nosotros, Tú, Inmaculada, Tú elegida desde los siglos para ser Madre del Redentor. Quédate con nosotros. Quédate con Roma. Quédate con la Iglesia y con el mundo. Amén






A LA ASOCIACIÓN «VIA CONDOTTI» DE ROMA


Lunes 10 de diciembre de 1979



Queridos e ilustres señores:

Me da alegría recibiros en la casa del Padre común y dialogar con vosotros representantes de la Asociación "Via Condotti": habéis venido a manifestar personalmente vuestros sentimientos de fe cristiana y de afecto espiritual al Papa, que se siente "romano" no sólo por la llamada divina a la Sede de Pedro, sino también por el afecto que ha profesado desde siempre a esta Ciudad Eterna "cunctarum gentium eccellentissima", como la han cantado los peregrinos a lo largo de los siglos.

Vuestra Asociación tiene la sede y recibe el nombre de una calle que se impone a la atención del visitante no sólo por los edificios típicos que la flanquean, sino sobre todo por la escenografía pintoresca en que está enmarcada, con la vista estupenda de la escalinata de "Trinità dei Monti" y de la contigua plaza de España que hace pocos días tuve la alegría de volver a visitar con ocasión de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, para venerar con muchos romanos la histórica imagen de la Virgen Santísima que preside y bendice vuestro barrio entero.

Os agradezco esta visita y el gesto delicado hacia mi persona; os manifiesto asimismo mi vivo aprecio por la actividad que desarrolláis, al que añado el deseo de que la consideréis y ejerzáis como promoción del bien común y servicio de la sociedad, que cuenta mucho con vuestro sentido de responsabilidad inspirado en las altas exigencias de la ética cristiana, y mucho espera de la competencia y empeño que cada uno despliega en la rama que le es propia.

432 Estoy seguro de que con el buen sentido característico de la tradición romana, sabréis ver en todas las expresiones de vuestro trabajo esas dimensiones más altas y menos efímeras que se pueden sintetizar en el famoso interrogante del Señor Jesús: "¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?" (Mt 16,26), No tengo duda de que ésta es la disposición de vuestro ánimo, que queda confirmada por vuestra fidelidad a las tradiciones religiosas de vuestros antepasados y por vuestro deseo de hoy de ver al Vicario de Cristo que está llamado a proclamar las verdades eternas del Evangelio.

Con gran complacencia invoco sobre vosotros, por intercesión de San Francisco de Asís, vuestro patrono celestial, la protección continua del Señor en cuyo nombre bendigo a todos, deseando todo bien a vosotros y a todos los afiliados y sobre todo a vuestras familias.






A LOS OBISPOS DEL ECUADOR


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Martes 11 de diciembre de 1979



Señor cardenal,
amadísimos hermanos en el Episcopado,

1. Me es sumamente grato tener con vosotros este encuentro colegial, en el marco de la visita “ ad Limina ” que estáis realizando los Obispos del Ecuador. Estos días de diálogo intenso acerca de vuestras Comunidades han sido para mí de gran consuelo, a medida que se ha ido desvelando ante mis ojos el dinamismo real y las actuales perspectivas prometedoras de la Iglesia en el Ecuador.

Doy por ello gracias al Señor, “ como es justo, porque se acrecienta en gran manera vuestra fe y va en progreso la caridad; hasta tal punto que me glorío de vosotros por vuestra constancia y fe en los trabajos que soportáis ” por amor a la Iglesia (cf. 2Th 1,3 y ss.).

Vuestra visita es una muestra visible de comunión y unidad fraterna que, tan deseada por el Divino Maestro (cf. Jn Jn 17), se realiza en beneficio constante del único rebaño de Cristo, congregado en torno de sus Pastores.

Esta causa de la íntima comunión dentro de la Iglesia, tutelándola celosamente y reforzándola con todos los medios en cada momento, es una de las finalidades esenciales del encuentro con quien, como Sucesor de Pedro y cabeza del Colegio apostólico, está colocado por voluntad divina como centro y garantía de unidad en la fe y en la caridad eclesiales (cf. Lumen gentium LG 23).

Por ello, a la vez que os expreso mi vivo gozo por la unión de mentes y corazones que existe entre vosotros, os aliento a preservar siempre ese don precioso, de modo que en todas vuestras iniciativas y orientaciones como Pastores se irradie la unión fraternal y, como reflejo de ello, se corrobore la solidaridad de intentos en las comunidades cristianas a vosotros encomendadas.

2. El primer campo al que esa vivencia unitaria se traspasará muy benéficamente será el de los sacerdotes y colaboradores más inmediatos vuestros en el cuidado de las almas. Se impone ahí una actitud verdaderamente eclesial y que se hace tanto más imperiosa cuanto mayores son las exigencias de suficientes fuerzas evangelizadoras. Estas, precisamente por ser hoy insuficientes, tienen creciente necesidad de evitar dispersiones, que pudieran resultar inútiles y aun esterilizantes.


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