Audiencias 1980 9

Miércoles 23 de enero de 1980



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se está celebrando (del 18 al 25 de enero), nos llama una vez más a reflexionar y a orar con mayor intensidad por la perfecta restauración de la plena unidad de todos los cristianos. Cada año que pasa se hace más urgente la unidad. Y esta semana especial de oración se convierte como en la ocasión anual para un examen de conciencia frente al Señor. Aún cuando nos hace constatar inevitablemente, por desgracia, que la unidad no se ha logrado aún y que permanecen divergencias entre los cristianos, sin embargo también pone de relieve que el Señor y el Espíritu Santo están presentes y operantes entre los cristianos, que se manifiestan cada vez más sensibles a la cuestión de la unidad. Particularmente en esta semana, católicos, ortodoxos, protestantes, se reúnen para orar juntos. Este ponerse así ante el Señor es ya una respuesta positiva a su llamada a la unidad, y es la expresión de la voluntad común y del compromiso común para proseguir, con obediencia a la fe, hacia la plena unidad.

10 Sin embargo, la búsqueda de la unidad, y especialmente la oración, deben comprometernos a todos, porque, como ha afirmado el Concilio Vaticano II, "a preocupación por establecer la unidad afecta a toda la Iglesia, tanto a los fieles como a los Pastores, y a cada uno según su propia capacidad" (Unitatis redintegratio UR 5). Por eso en mi Exhortación Apostólica sobre la catequesis, siguiendo las sugerencias presentadas por el Sínodo de los Obispos de 1977, he creído necesario subrayar la importancia de la formación ecuménica. Efectivamente, "la catequesis no puede permanecer ajena a esta dimensión ecuménica cuando todos los fieles, según su propia capacidad y su situación en la Iglesia, son llamados a tomar parte en el movimiento hacia la unidad" (Catechesi tradendae CTR 32).

Una adecuada dimensión ecuménica en la catequesis habilita a los cristianos no sólo a percibir el significado y la importancia de la unidad de la Iglesia, sino a hacerse verdaderos artífices de comunión con la oración, con la palabra, con la acción de toda la vida cristiana. Esta formación, por una parte, ayudará a los católicos mismos para profundizar en la propia fe, para tener convicciones más sólidas y, por otra, los pondrá en condiciones de conocer mejor y de estimar a los otros cristianos, facilitando así la búsqueda común del camino hacia la plena unidad, en toda la verdad (cf. ib.). De este modo la búsqueda de la unidad vuelve a entrar en las preocupaciones normales de la actividad pastoral de la Iglesia, y está llamada a asumir dimensiones de prioridad. El Concilio ha exhortado "a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica" (Unitatis redintegratio UR 4).

2. La importancia que tiene la unidad de los cristianos se puede percibir claramente en el tema elegido este año por la comisión mixta entre los representantes de la Iglesia católica y del Consejo Ecuménico de las Iglesias: "Venga tu reino" (Mt 6,10). Se ha querido recordar así que la unidad de los cristianos está en relación estrecha con la venida del Reino de Dios a los hombres, se inserta en el designio salvífico de Dios y tiene una implicación que abraza a toda la familia humana.

Cristo anuncia la venida del Reino y llama a la conversión: "Arrepentíos, porque se acerca el reino de Dios" (Mt 4,17); El libera de la esclavitud del mal, del pecado: "Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11,20). Cristo sana y rehabilita al hombre (cf. Lc 11,5); muere y resucita, porque ha venido "a dar su vida en redención de muchos" (Mc 10,45); derrama sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Ac 2,23). Así instituye una nueva comunidad con aquellos que le han acogido como su Señor: la Iglesia. Ha fundado la Iglesia en la unidad para que sea signo e instrumento del Reino de Dios.

La división entre los cristianos es un acontecimiento contrario a las exigencias del Reino de Dios, opuesto a la naturaleza misma de la Iglesia, que es el comienzo y el instrumento de este Reino. Además, la división empaña la proclamación del Reino de Dios, obstaculiza su eficacia, haciendo más débil su testimonio. "Daña a la causa santísima de la proclamación del Evangelio a todos los hombres", había afirmado el Decreto conciliar sobre el Ecumenismo (Unitatis redintegratio UR 1).

Esto proviene de la permanencia parcial de los residuos del pecado entre los cristianos, de la no plena realización de las exigencias del Reino. Por esto precisamente el Concilio Vaticano II (Unitatis redintegratio), al tratar de la práctica del ecumenismo, ha hablado de exigencia de conversión interior, de renovación de la mente (UR 7), de santidad de vida, de exigencia de oración pública y privada (UR 8), de renovación de la Iglesia como fidelidad mayor a la propia vocación (UR 6).

Estas exigencias para la búsqueda de la unidad son idénticas a las que requiere la realización del Reino de Dios: efectivamente, la Iglesia está en camino hacia la plenitud del Reino.

Pero el Reino de Dios se instaura en la historia concreta de los hombres. Pero, ¿cómo silenciar que, en este tiempo nuestro, se violan los derechos del hombre? En varios países crece el terrorismo, aumenta la inquietud y el miedo. Sin embargo, también en estas situaciones concretas es necesario anunciar la venida del Reino, para transformarlas no sólo en lugares de convivencia pacífica, sino más aún, en comunión de vida, en el respeto recíproco y servicio de los unos a los otros.

El Reino de Dios, escribía San Pablo a los primeros cristianos de esta ciudad de Roma, "es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,17).

Nosotros, que Creemos en Jesucristo en quien se ha manifestado el Reino de Dios, estamos llamados a convertirnos en artífices de reconciliación, de pacificación, de fraternidad, entre los hombres. Estamos llamados a ser los heraldos del Reino de Dios. Pero precisamente por esto se hace sentir más viva la exigencia urgente de la restauración de la unidad plena entre los cristianos, que los habilitará para dar un testimonio cada vez más eficaz, y para proclamar, con mayor credibilidad, la venida del Reino.

3. Cada vez que rezamos el "Padrenuestro" pedimos: "Venga tu Reino". Estando la venida del Reino estrechamente unida, como he dicho, con la causa de la unión de los cristianos, he aquí entonces que el rezo cotidiano y repetido del "Pater" puede convertirse en una intención de oración por la unidad.

11 Y debemos pedir cada día al Señor la unidad hasta que todos los cristianos, superadas las divergencias y alcanzada la plena unidad de fe, puedan celebrar y participar juntos en la única Eucaristía del Señor, sacramento del Reino de Dios que viene.

Esta semana nos hace reflexionar sobre cuanto se ha realizado en este último año en el campo de la búsqueda de la perfecta unidad de los cristianos. Damos gracias al Señor por cuánto nos ha concedido. Las relaciones entre la Iglesia católica y las otras Iglesias y Comunidades eclesiales se han desarrollado con ritmo intenso, tanto con las Iglesias de Oriente como con las Iglesias y Comunidades eclesiales de Occidente. El diálogo teológico profundiza en su trabajo positivo. Tengo personalmente todavía vivo el recuerdo del encuentro fraterno con el Patriarca Dimitrios I, en el Patriarcado Ecuménico, y nuestra oración tanto en la iglesia ortodoxa de San Jorge en el Fanar, cuanto en la iglesia católica dedicada al Espíritu Santo. ¡Que el Espíritu de Dios nos guíe hasta la plena unidad!

Ciertamente, en el camino de la unidad, existen todavía serias dificultades, tanto de índole teológica como sicológica. Precisamente por esto la Semana de Oración, mientras hace elevar a Dios el coro concorde de las voces de todos los cristianos que imploran la unidad, debe renovar y fortalecer el compromiso, caldear el corazón, afianzar la esperanza.

Oración

Elevemos, pues, nosotros también, ahora, nuestra plegaria, y digamos juntos: "Que todos sean una sola cosa ".

Para que, desde ahora, los cristianos den un testimonio común al servicio de su Reino. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

Para que todas las comunidades cristianas se unan en la búsqueda de la plena unidad. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

Para que se realice la perfecta unidad de todos los cristianos, de modo que Dios sea glorificado por todos los hombres en Cristo Señor. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

12 Para que todos los pueblos de la tierra superen los conflictos y los egoísmos y encuentren la plena reconciliación y la paz en el Reino de Dios. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

Oremos: Acuérdate, Señor de tu Iglesia: presérvala de todo mal; hazla perfecta en tu amor; santifícala y reúnela de los cuatro puntos cardinales en tu Reino, que has preparado para ella. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos (Didaché, 10, 5).

Amén.

Saludos

Con gran alegría doy la bienvenida al nutrido grupo de oficiales, suboficiales y marineros de los cruceros "Vittorio Veneto" y "Andrea Doria" y del barco "Stromboli" de la Marina Militar italiana, que están presentes en esta audiencia con sus capellanes, presididos por el Ordinario militar, mons. Mario Schierano, el Jefe de Estado Mayor de la Marina, almirante Giovanni Torrisi, y los Comandantes de las tres unidades.

Al daros las gracias, queridísimos hermanos, por este acto de cortesía, quiero elogiaros y agradeceros la noble misión que realizasteis el verano pasado, salvando a los prófugos vietnamitas, cuyas vicisitudes nos tenían a todos impresionados.

Conozco los riesgos que afrontasteis, el amor fraterno que os movía y el espíritu de abnegación y sacrificio que os fueron necesarios para salvar al mayor número posible de hermanos a punto de naufragar. Sé asimismo que muchos miembros de vuestras tripulaciones continúan con solicitud cristiana su generosa obra de ayuda a familias vietnamitas. Al felicitaros cordialmente por ello, animo a todos los presentes a poner en práctica siempre la caridad que ha depositado la bondad divina en el corazón humano. Con este deseo invoco sobre vosotros, vuestras familias y todos vuestros seres queridos, la plenitud de los dones celestiales, e imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica.

(Saludos a diversos grupos)

Un saludo afectuoso dirijo a vosotros, socios del Círculo de suboficiales, reclutas y carabineros de la "Legione Allievi Guardia di Finaza", presentes en esta audiencia con vuestros familiares. Os sirva de consuelo en el cumplimiento de vuestros deberes, la fe en la ayuda divina.

Mi bendición apostólica que imparto a vosotros y a todos vuestros seres queridos, dé mayor valor a vuestros generosos propósitos.

13 Saludo asimismo a los participantes en una "Semana de Espiritualidad de la familia Salesiana" que, procedentes de numerosas naciones, se han reunido en Roma estos días y están haciendo un trabajo útil de revisión y profundización de la praxis educativa de San Juan Bosco, subrayando en particular los valores espirituales que deben animar hoy a los jóvenes. Queridos hermanos: Os aseguro que aprecio profundamente la oportunidad de esta iniciativa, os agradezco todo el bien que hacéis y os bendigo, con el deseo de que el espíritu de San Juan Bosco, vuestro fundador, anime siempre vuestros propósitos y vuestra obra educativa.

Un. recuerdo particularmente afectuoso vaya ahora al grupo numeroso de los Ex-Internados romanos que durante la II Guerra mundial estuvieron. recluidos en campos de concentración nazis de Polonia y Alemania. Os agradezco sinceramente la visita que habéis querido hacerme hoy por iniciativa de vuestra Asociación nacional. Vuestra presencia trae a la memoria a las innumerables figuras heroicas y valerosas que, junto con vosotros y como vosotros, sufrieron en su propia carne por los propios hermanos, y tienen todavía en el propio cuerpo y en el propio espíritu las señales y terribles consecuencias de la guerra. Y recuerdo con vosotros al Beato Kolbe, el lugar de cuyo holocausto, el campo de Oswiecim, visité con intensa emoción en mi viaje a Polonia. Sabed que el Papa os está cercano, os aprecia y os da la confortadora bendición apostólica, en signo de su continua benevolencia.

Deseo dirigir un saludo afectuoso a la numerosa representación de la Asociación internacional de las Hijas de María y de las Comunidades Marianas del Lacio, Campania y Sicilia.

Como hicieron. mis predecesores, en particular Pío IX que dio la primera solemne aprobación a vuestra benemérita Asociación, Pío XII y Pablo VI, también yo deseo manifestaros mi viva complacencia por vuestra presencia y, sobre todo, por el celo interior que anima a vuestra Asociación, cuyos miembros se comprometen a profesar especial devoción filial a la Virgen y, consecuentemente, a una fervorosa vida cristiana animada por la meditación constante de la Palabra de Dios, la oración continua y la caridad dinámica y práctica para con los hermanos y hermanas necesitados.

A vosotros aquí presentes y a toda la Asociación internacional Mariana, mi bendición apostólica.

A todos los jóvenes y las jóvenes presentes en este encuentro dirijo un saludo cordial, con un recuerdo especial para los pertenecientes al Movimiento GEN, que están reunidos estos días en el Centro Mariápolis de Rocca di Papa.

Queridísimos: Sed siempre agradecidos a Dios por vuestra gran suerte, que no es sólo la de la juventud, llena de energías, ideales y esperanzas, sino especialmente la de ser cristianos, hijos de Dios; una suerte que nunca se pierde si no es por el pecado; una fortuna que es garantía de una juventud eterna. El Papa reza por vosotros, para que el Señor y su Madre Santísima os ayuden a mantener siempre viva en el alma esta luz y esta alegría. Con mi augurio y mi bendición.

Entre las peregrinaciones de estudiantes deseo recordar una que es particularmente numerosa: los alumnos del centro romano de enseñanza "Virginia Centurione Bracelli".

Queridos muchachos y muchachas: Sabed sacar provecho de estos años para prepararos con seriedad y afán a las tareas que os esperan en la vida. El Señor esté cerca de vosotros con su asistencia, que invoco de corazón sobre vosotros, mientras os imparto mi bendición.

Saludo con afecto particular a los enfermos y a cuantos padecen tribulaciones en el cuerpo o en el espíritu. Queridos enfermos: Sois una presencia especial del Señor entre nosotros y en el mundo; tenéis una semejanza singular con Cristo Redentor; a vosotros está encomendada una misión de salvación, para vosotros y para los demás.

El Señor os conforte con la abundancia de su gracia, os libre de vuestros padecimientos si ésa es su voluntad, y os dé serenidad, valentía y mucha fe. Por esta intención también el Papa pide por vosotros y os da su bendición.

14 Mi saludo y enhorabuena y mis buenos deseos para los recién casados, para su nueva familia. Amados esposos: Habéis querido que Jesús estuviera presente en vuestra boda mediante el sacramento del matrimonio. Os deseo de corazón que caminéis al lado de Jesús toda la vida, en el amor recíproco, en el acuerdo mutuo, en la comprensión y en el gozo de la fatiga diaria. Os acompañe mi bendición que os imparto de corazón

(A los periodistas holandeses)

Me da alegría saludar a los periodistas holandeses que han venido a Roma con ocasión del Sínodo particular en curso aquí actualmente. Comprendo que tengáis un interés especial por este acontecimiento sumamente importante para la Iglesia de vuestro país, pero también para el conjunto de la Iglesia en la que los católicos de los Países Bajos han tenido una tarea misional sin igual y suscitan todavía una atención particular. Sin duda, como profesionales de los medios de comunicación, siempre deseáis conocer con el máximum de detalles y directamente el desarrollo de tales reuniones. Pero estoy seguro también de que comprendéis asimismo la necesidad de la Iglesia, al igual que de toda familia, de disponer en determinadas ocasiones por lo menos, de momentos de diálogo, de discusión y de decisión, en intimidad y discreción, para mayor libertad de los participantes y por respeto a personas y situaciones. Os agradezco lo que hagáis con los elementos esenciales a vuestra disposición para dar cuenta de la atmósfera de este Sínodo, de sus finalidades, de los puntos principales que están en juego, teniendo en cuenta los hechos exactos y la naturaleza particular de la Iglesia. ¡Que el Señor os ayude, que os bendiga y bendiga a todos los vuestros!

He sabido con satisfacción, además, el modo como los sacerdotes y fieles de los Países Bajos han acogido mi invitación a la oración. Sí, necesitamos orar todos para que este Sínodo dé los mejores frutos de comunión, verdad, santidad y espíritu misionero. Y ello depende de muchas personas e instituciones. La Iglesia que está en los Países Bajos vive un momento importante y delicado de su historia. Aquí todos hacemos votos por la calidad de su vida eclesial y su testimonio, y por su obra de evangelización.



Miércoles 30 de enero de 1980

El misterio del estado originario del hombre

1. La realidad del don y del acto de donar, delineada en los primeros capítulos del Génesis, como contenido constitutivo del misterio de la creación, confirma que la irradiación del amor es parte integrante de este mismo misterio. Sólo el amor crea el bien y, en definitiva, sólo puede ser percibido en todas sus dimensiones y perfiles a través de las cosas creadas y sobre todo del hombre. Su presencia es como el resultado final de las hermenéutica del don que aquí estamos realizando. La felicidad originaria, el "principio" beatificante del hombre al que Dios creó "varón y mujer" (Gn 1,27), el significado esponsalicio del cuerpo en su desnudez originaria: todo esto expresa el arraigo en el amor. Este donar coherente, que se remonta hasta las raíces más profundas de la conciencia y de la subsconciencia, a los últimos estratos de la existencia subjetiva de ambos, varón y mujer, y que se refleja en su recíproca "experiencia del cuerpo", da testimonio del arraigo del amor. Los primeros versículos de la Biblia hablan tanto de ello, que disipan toda duda. Hablan no sólo de la creación del mundo y del hombre en el mundo, sino también de la gracia, esto es, de la comunicación en la santidad, de la irradiación del Espíritu, que produce un estado especial de "espiritualización" en ese hombre, que de hecho fue el primero. En el lenguaje bíblico, esto es, en el lenguaje de la revelación, la calificación de "primero" significa precisamente "de Dios": "Adán, hijo de Dios" (Cf. Lc 3,38).

2. La felicidad es el arraigarse en el amor. La felicidad originaria nos habla del "principio" del hombre, que surgió del amor y ha dado comienzo al amor. Y esto sucedió de un modo irrevocable, a pesar del pecado sucesivo y de la muerte. A su tiempo, Cristo será testigo de este amor irreversible del Creador y Padre, que ya se había manifestado en el misterio de la creación y en la gracia de la inocencia originaria. Y por esto también el "principio" común del varón y la mujer, es decir, la verdad originaria de su cuerpo en la masculinidad y feminidad, hacia el que dirige nuestra atención el Génesis 2, 25, no conoce la vergüenza. Este "principio" se puede definir también como inmunidad originaria y beatificante de la vergüenza por efecto del amor.

3. Esta inmunidad nos orienta hacia el misterio de la inocencia originaria del hombre. Es un misterio de su existencia anterior a la ciencia del bien y del mal, y como "al margen" de ésta. El hecho de que el hombre exista en este mundo, antecedentemente a la ruptura de la primera Alianza con su Creador pertenece a la plenitud del misterio de la creación. Si, como hemos dicho antes, la creación es un don hecho al hombre, entonces su plenitud es la dimensión más profunda y determinada de la gracia, esto es, de la participación en la vida íntima de Dios mismo, en su santidad. Esta es también en el hombre fundamento interior y fuente de su inocencia originaria. Con este concepto —y más precisamente con el de "justicia originaria"—, la teología define el estado del hombre antes del pecado original. En el presente análisis del "principio", que nos allana los caminos indispensables para la comprensión de la teología del cuerpo, debemos detenernos sobre el misterio del estado originario del hombre. En efecto, precisamente esa conciencia del cuerpo —más aún, la conciencia del significado del cuerpo— que tratamos de iluminar a través del análisis del "principio", revela la peculiaridad de la inocencia originaria.

Lo que se manifiesta quizá mayormente en el Génesis 2, 25, es precisamente el misterio de esta inocencia, que tanto el hombre como la mujer llevan desde los orígenes, cada uno en sí mismo. Su mismo cuerpo es testigo, en cierto sentido, "ocular" de esa característica. Es significativo que la afirmación encerrada en Génesis 2, 25 —acerca de la desnudez recíprocamente libre de vergüenza—, sea una enunciación única en su género dentro de toda la Biblia, tanto, que no se repetirá jamás. Al contrario, podemos citar muchos textos en los que la desnudez está unida a la vergüenza, o incluso, en sentido todavía más fuerte a la "ignominia"[1]. En este amplio contexto son mucho más claras las razones para descubrir en el Génesis 2, 25 una huella particular del misterio de la inocencia originaria y un factor especial de su irradiación en el sujeto humano. Esta inocencia pertenece a la dimensión de la gracia contenida en el misterio de la creación, es decir, a ese misterioso don hecho a lo más íntimo del hombre al "corazón" humano que permite a ambos, varón y mujer, existir desde el "principio" en la recíproca relación del don desinteresado de sí. En esto está encerrada la revelación y a la vez del descubrimiento del significado "esponsalicio" del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Se comprende por qué hablamos, en este caso, de revelación y a la vez de descubrimiento. Desde el punto de vista de nuestro análisis, es esencial que el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo, que leemos en el testimonio del libro del Génesis, se realice a través de la inocencia originaria; más aún, este descubrimiento es quien la revela y la hace patente.

4. La inocencia originaria pertenece al misterio del "principio" humano, del que se separó después el hombre "histórico" cometiendo el pecado original. Pero esto no significa que no esté en disposición de acercarse a ese misterio mediante su ciencia teológica. El hombre "histórico" trata de comprender el misterio de la inocencia originaria como a través de un contraste, esto es, remontándose a la experiencia de la propia culpa y del propio estado pecaminoso [2]. Trata de comprender la inocencia originaria como característica esencial para la teología del cuerpo, partiendo de la experiencia de la vergüenza; efectivamente, el mismo texto bíblico lo orienta así. La inocencia originaria es, pues, lo que "radicalmente", esto es, en sus mismas raíces, excluye la vergüenza del cuerpo en la relación varón-mujer, elimina su necesidad en el hombre, en su corazón, o sea, en su conciencia. Aunque la inocencia originaria hable sobre todo del don del Creador, de la gracia que ha hecho posible al hombre vivir el sentido de la donación primaria del mundo, y en particular el sentido de la donación recíproca del uno al otro a través de la masculinidad y feminidad en este mundo, sin embargo esta inocencia parece referirse ante todo al estado interior del "corazón" humano, de la voluntad humana. Al menos indirectamente, en ella está incluida la revelación y el descubrimiento de la humana conciencia moral, la revelación y el descubrimiento de toda la dimensión de la conciencia —obviamente, antes del conocimiento del bien y del mal—. En cierto sentido, se entiende como rectitud originaria.

15 5. En el prisma de nuestro "a posteriori histórico" tratamos de reconstruir, en cierto modo, la característica de la inocencia originaria, entendida cual contenido de la experiencia recíproca del cuerpo como experiencia de su significado esponsalicio (según el testimonio del Gn 2,23-25). Puesto que la felicidad y la inocencia están inscritas en el marco de la comunión de las personas, como si se tratase de dos hilos convergentes de la existencia del hombre en el misterio de la creación, la conciencia beatificante del significado del cuerpo —esto es, del significado esponsalicio de la masculinidad y la feminidad humanos— está condicionada por la inocencia originaria. No parece que haya impedimento alguno para entender aquí esa inocencia originaria como una particular "pureza de corazón", que conserva una fidelidad interior al don según el significado esponsalicio del cuerpo. Por consiguiente, la inocencia originaria, concebida así, se manifiesta como un testimonio tranquilo de la conciencia que (en este caso) precede a cualquier experiencia del bien y del mal; y sin embargo este testimonio sereno de la conciencia es algo mucho más beatificante. Efectivamente, se puede decir que la conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en su masculinidad y feminidad, se hace "humanamente" beatificante sólo por medio de este testimonio.

Dedicaremos la próxima meditación a este tema, esto es, al vínculo que, en el análisis del "principio" del hombre, se delinea entre su inocencia (pureza de corazón) y su felicidad.

[1] La "desnudez", en el sentido de "falta de vestido", en el antiguo Oriente Medio significaba el estado de abyección de los hombres privados de libertad: esclavos, prisioneros de guerra o condenados, los que no gozaban de la protección de la ley. La desnudez de las mujeres se consideraba deshonor (cf., por ejemplo, las amenazas de los Profetas: Os 1, 2, y Ez 23, 26, 29).

El hombre libre, atento a su dignidad, debía vestirse suntuosamente: cuanta más mayor cola tenían los vestidos, tanto más alta era la dignididad (cf., por ejemplo el vestido de José, que inspiraba celos en sus hermanos; o de los fariseos, que alargaban sus franjas).

El segundo significado de la "desnudez", en sentido eufemístico, se refería al acto sexual. La palabra hebrea cerwat significa un vacío especial (por ejemplo, del paisaje), falta de vestido, expolio, pero no comportaba nada de oprobioso.

[2] "Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo del pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago... Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado, que habita en mí. Por consiguiente, tengo en mí esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; porque me deleito en la ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros. ¡Desdichado de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rm 7,14-15 Rm 7,17-24 cf. , "Video meliora proboque, deteriora sequor", Ovidio, Metamorph. VII, Rm 20).



Saludos

(A la Pía Asociación del Sagrado Corazón de Jesús en Trastévere)

Me da alegría dirigir ahora un saludo particularmente afectuoso a los miembros de la Pía Asociación del Sagrado Corazón de Jesús en Trastévere, que han querido concluir la conmemoración de los noventa años de fundación de la benemérita Asociación haciendo una visita al Sucesor de Pedro, para expresarle los sentimientos de devoción y fidelidad que les inculcara su gran fundador, el Siervo de Dios, cardenal Rafael Merry del Val, Secretario de Estado de San Pío X, de cuya muerte se cumplen cincuenta años el próximo 26 de febrero.

El recuerdo de este digno servidor de la Iglesia constituya una invitación y un estímulo para todos vosotros a profundizar la personal identidad cristiana en la aceptación confiada de la voluntad de Dios, en el ejercicio fiel de los deberes del propio estado, en una oración perseverante y en un testimonio límpido de rectitud y honradez de costumbres.

La puesta al día de vuestro estatuto, aprobado hace poco por el cardenal Vicario, sea ocasión privilegiada para dar nuevo impulso a la vida asociada, que os deseo rebosante de frutos de bien. Acompañe vuestros propósitos generosos de renovación mi bendición apostólica, que extiendo de corazón a vuestras familias y a vuestro trabajo.

16 (A un grupo de religiosos participantes en un curso de espiritualidad)

Saludo con complacencia particular al grupo de religiosos participantes en un curso de espiritualidad organizado por el Centrum Ignatianum Spiritualitatis con objeto de preparar directores espirituales y promotores de ejercicios ignacianos. Queridos hermanos y hermanas: Me gozo y congratulo con vosotros por la misión necesaria y delicada que os aprestáis a emprender en la guía espiritual de tantas almas. El Señor os ilumine en estas semanas de oración y reflexión, para que comprendáis plenamente lo que El exige hoy de vosotros a fin de ser mañana, no sólo anunciadores de Cristo, sino también y sobre todo testimonios suyos con la vida y con las obras: Con esta intención os doy una bendición especial.

(A las Hermanas de la Sociedad del Santo Niño Jesús)

Me da satisfacción particular saludar a las Hermanas de la Sociedad del Santo Niño Jesús, que están celebrando capítulo general en Roma. Durante más de un siglo vuestra congregación se ha esforzado por ver a Cristo —por formar a Cristo— en la juventud. Ello ha sido un gran logro de valor perenne, del que toda la comunidad de la Iglesia manifiesta hoy su gratitud. Pero vuestra mayor aportación desde los días de Cornelia Connelly no es lo que hacéis, si lo que sois, lo que habéis llegado ser por la gracia de Dios: mujeres especialmente consagradas en amor a Jesucristo; mujeres que viven por Cristo y por su Iglesia "en la obediencia de fe" (
Rm 1,5); mujeres que encuentran en Jesucristo plenitud de sabiduría y justicia, de santificación y redención (cf. 1Co 1,30), para comunicarla a un mundo que padece necesidad. Queridas hermanas: Que nuestra bendita Madre María os revele a Cristo en cada ser humano, y con su intercesión os mantenga a todas en fidelidad y alegría.

(Al Notre Dame International School de Roma)

Mi saludo cordial va también a los estudiantes y profesorado de "Notre Dame International School" de Roma. Es un auténtico gozo para mí ver a muchos de vosotros hoy aquí. Lo que deseo deciros es lo que dije a la juventud en América: "No tengáis miedo al esfuerzo honrado ni al trabajo honrado; no tengáis miedo a la verdad... Abrid vuestros corazones al Cristo de los Evangelios, a su amor, a su verdad y a su gozo". Dios os bendiga a todos.

(Movimiento femenino de Labradores)

Ahora dedico un saludo cordial a las dirigentes y afiliadas del Movimiento femenino de Labradores de la provincia de Turín, presentes en la audiencia. Y con el saludo, un deseo: que vuestro trabajo. con frecuencia penoso, al poneros en contacto más directo con, la naturaleza y con los fenómenos maravillosos que el cambio de estaciones produce en ella, mantenga siempre vivo en vosotras la conciencia de la acción omnipotente de Dios que «alimenta los pájaros del cielo y viste los lirios del campo» (cf. Mt 6 Mt 26 s. ), y confirme en vosotras, junto con el abandono confiado en su Providencia (cf. Mt 6,52), el orgullo legítimo de cooperar con El en el sustento de hermanos y hermanas. A vosotras mi bendición.

(A un grupo de alumnas de obstetricia)

Deseo saludar después a las alumnas de obstetricia del policlínico "Umberto I" de Roma, que toman parte en la audiencia con su capellán. Hijas queridas: Preparaos con gran sentirlo de responsabilidad a la altísima misión que os espera: estáis llamadas a prestar colaboración preciosa al despertar de la vida, ese inestimable don de Dios que constituye el presupuesto y el fundamento de todo otro don suyo. Vuestro afán de hoy y de mañana sea uno sólo: ¡Servir a la vida, bajo los ojos de Dios! Con mi bendición apostólica.

(A un grupo de artistas de circo)

17 Están presentes en la audiencia los artistas del Circo Darix Togni que han deseado mucho este encuentro de hoy. A ellos va mi saludo afectuoso y cordial.

Quiero deciros, ante todo, queridísimos hermanos y hermanas, mi estima profunda y mi fuerte aliento en vuestro trabajo que os cuesta renuncias, estudios, sacrificios —es verdad—, pero os proporciona tanta satisfacción serena, y comunica a los demás, a vuestros espectadores, pequeños y mayores, tanta alegría sana y tonificante. En vuestra vida, que es un largo y continuo peregrinar por el mundo, servid siempre al Señor en la alegría (cf.
Ps 99 [100], 2) y transmitid a cuantos se os acercan o asisten a vuestros espectáculos incomparables, lo tradicionales valores religiosos y morales de la gente de circo: la fe sencilla y fuerte en Dios Padre y Providente, la unión tenaz a la familia, el amor entrañable a los niños, la solidaridad práctica, sobre todo en los monmentos de sufrimiento y necesidad.

Os deseo muy de corazón toda clase de éxitos en vuestra noble profesión y os doy una especial bendición apostólica.

(A un grupo de obreros)

Participa en la audiencia de esta mañana un grupo de obreros sardos, que se están especializando en la empresa ANIC de Manfredonia, y saldrán después al extranjero con sus familias. Al dirigiros mi saludo afectuoso y mis mejores deseos, quiero dejaros una palabra particular de consejo: procurad alimentar en vosotros y en vuestras familias la llama de la fe y la adhesión a los sanos principios en que habéis sido educados. Ello os ayudará a superar las dificultades inevitables que comporta la inserción en un ambiente nuevo y, más aún, os permitirá dar testimonio convincente de cristianismo vivido y de solidaridad humana. Os acompañe mi bendición.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Saludo cordialmente a los jóvenes aquí presentes. Entre ellos se encuentra el grupo GEN de los Focolarinos que se han reunido estos días procedente de todas las partes del mundo en el centro Mariápolis de Rocca di Papa para su congreso anual. Los jóvenes son para mí, lo sabéis, fuente creciente de gozo y esperanza, porque cuando son conquistados por Cristo lo entregan todo, como el muchacho del Evangelio (cf. Jn 6,9) que ofreció sus panes y peces, y a base de estos se hizo el milagro.

A vosotros mi bendición para que os acompañe toda la vida.

Y vosotros, enfermos, no me sois menos queridos. Ciertamente Dios os mira con afecto particular porque os asemejáis más a su Hijo en el dolor y la humillación de la cruz. Me doy cuenta de la dureza de vuestra vida y del desconcierto que alguna vez puede turbaros. Pero os exhorto con corazón paterno a mirar siempre a lo alto, de donde vienen la luz y la gracia. Y, además, a través de vuestros sufrimientos unidos a los del Señor, la Iglesia se purifica cada día. Con estos sentimientos estoy siempre muy cerca de vosotros y os bendigo.

Para vosotros, recién casados, el Apóstol Pablo tiene palabras de exhortación que parecen un canto. Os recuerda que el esposo representa a Cristo y la esposa a la Iglesia. ¡Cuánta dignidad en esta imagen! Pero es lo ideal: como Cristo ama a la Iglesia, así ame el esposo a la esposa. Y ésta sea toda para hombre: vida, afecto, actividad, como la Iglesia se ofrece a sí misma y dedica sus alabanzas a Cristo. La conciencia de esta dignidad vuestra, si se vive día a día, os estimulará a la fidelidad sin quiebras y será fuente de alegría serena.

Os bendigo de corazón a vosotros y a todos vuestros seres queridos.







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Febrero de 1980


Audiencias 1980 9