Audiencias 1980 49

Sala Pablo VI

Viaje apostólico a África

Hoy tengo la alegría de dar la comunicación oficial de mi nuevo viaje apostólico, que anuncié ya a principios del mes pasado, con ocasión de la audiencia especial a los representantes de las comunidades de las distintas naciones africanas, residentes en Roma. Se trata de la visita a África que realizaré del 2 al 12 del próximo mes de mayo, en respuesta a la invitación de los Episcopados respectivos y de los distintos Jefes de Estado, y que me llevará, si Dios quiere, a seis países diferentes de este grande y prometedor continente: Zaire, República Popular del Congo, Kenia, Ghana, Alto Volta y Costa de Marfil. . Doy cordialmente gracias también a los Episcopados y autoridades civiles de los países a cuya gentil invitación no me es posible corresponder. Deseo asegurarles que tengo en gran aprecio su gesto, y que con esta visita me propongo rendir homenaje a toda África, y expresar mi afecto sincero a todos los habitantes de ese querido continente.

El adjetivo apostólico con el que he calificado enseguida este viaje, indica claramente la intención esencial que mueve mis pasos. En efecto, el objetivo es cumplir mi misión de ministerio universal y encontrarme personalmente con los Pastores y fieles de aquellas comunidades florecientes que, iluminadas ya hace tiempo por la fe de Cristo Señor, aparecen hoy abiertas al soplo del Espíritu. A :este propósito recordaré que en dos de estos países —Zaire y Ghana— se celebra este año el centenario de evangelización; la visita es, por tanto, un reconocimiento obligado, un reconocimiento que por parte de la Iglesia católica se inspira en sentimientos de alegría, satisfacción y esperanza por el desarrollo exuberante que la semilla de la Palabra de Dios ha tenido en dichas regiones, encontrando en ellas la "buena tierra", la cual es garantía —como explica la parábola evangélica— de frutos abundantes (cf. Lc 8,11 Lc 8,15 Mt 13,23).

¿Cómo podría olvidar, por otro lado, el esfuerzo. singular y generoso llevado no pocas veces hasta el heroísmo y el martirio, que han realizado en ese vasto continente falanges innumerables de misioneros y misioneras —sacerdotes, religiosos y laicos—?

Y además, ¿cómo podría olvidar el impulso a un trabajo más intenso y eficiente en tierras de África, que han dado el magisterio y ministerio personal de los Sumos Pontífices de este siglo? Entre tantos ejemplos, deseo recordar al menos la Encíclica Fidei donum, del Papa Pío XII (1957), que dio vida a varias iniciativas benéficas, y también la obra de mi inmediato predecesor Pablo VI, de venerada memoria siempre, que teniendo presente la Constitución conciliar Ad gentes, en octubre de 1968, quiso dirigir un Mensaje ferviente ál Episcopado y a los pueblos de África, al que siguió, después, un importante viaje a Uganda.

Deseo de corazón que mi visita impulse —con la ayuda del Señor— el incremento de la fe cristiana en "aquellas regiones donde las mieses ya blanquean" (Jn 4,35); y estimule al mismo tiempo a todas las poblaciones del continente a trabajar con tesón confiado y decidido por el auténtico progreso humano al servicio de la hermandad y de la paz.

En recuerdo del monseñor Romero

En este momento especial de preocupación y consternación, os invito a uniros a mi dolor y a mi oración por la muerte del arzobispo de San Salvador, mons. Oscar A. Romero y Galdamez. Llegó ayer la noticia de que este prelado había sido bárbaramente asesinado mientras celebraba la Santa Misa: le han matado precisamente en el momento más sagrado, durante el acto más alto y más divino.

Nos hemos quedado sin palabras frente a una violencia tal que para llevar a término su obcecado programa de muerte, no se detuvo ni siquiera en el umbral de una iglesia.

Queridísimos hermanos y hermanas: Dejad que el Papa exprese toda su pena por este nuevo episodio de crueldad, demencia y salvajismo. Ha sido asesinado un hombre que se suma a la lista demasiado numerosa ya, de víctimas inocentes; ha sido asesinado un obispo de la Iglesia de Dios mientras ejercía su misión santificadora ofreciendo la Eucaristía (cf. Lumen gentium LG 26). Es un hermano en el Episcopado el que han matado y, por ello, no es sólo su archidiócesis, sino toda la Iglesia la que sufre por tan inicua violencia, que se suma a todas las demás formas de terrorismo y venganza que degradan la dignidad del hombre hoy en el mundo —¡porque la vida de cada hombre es sagrada!—, conculcan la bondad, la justicia y el derecho y, lo que es más, ofenden el Evangelio y su mensaje de amor, de solidaridad y de hermandad en Cristo. ¿Hacia dónde, hacia dónde va el mundo? Lo repito hoy otra vez: ¿A dónde vamos? Con la barbarie no se mejora la sociedad, no se eliminan los contrastes, ni se construye el mañana. La violencia destruye, nada más. No sustituye a los valores, sino que corre por el borde de un abismo, el abismo sin fondo del odio.

Sólo el amor construye, sólo el amor salva.

Al repetir mi angustioso llamamiento a que en todas las naciones triunfe finalmente la concordia de la paz operosa, reitero mi dolor por la tragedia de este nuevo suceso sangriento, y expreso mi participación con el afecto y la oración particularmente a la querida Iglesia que está en El Salvador, y enviando a todos, obispos, sacerdotes y fieles, mi bendición de hermano y de padre..



Miércoles 2 de abril de 1980: Los problemas del matrimonio a la luz de la visión integral del hombre

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Nuestro encuentro de hoy tiene lugar en el corazón de la Semana Santa, en la víspera inmediata de ese “Triduo pascual”, en el que culmina y se llena de luz todo el año litúrgico. Vamos a revivir los días decisivos y solemnes, en los que se realiza la obra de la redención humana: en ellos Cristo, muriendo, destruyó la muerte y, resucitando, nos dio de nuevo la vida.

Es necesario que cada uno se sienta personalmente implicado en el misterio que la liturgia, también este año, renueva para nosotros. Por tanto, os exhorto cordialmente a participar con fe en las funciones sagradas de los próximos días y a comprometeros en la voluntad de morir al pecado y de resucitar cada vez más plenamente a la nueva vida, que Cristo nos ha traído.

Reanudemos ahora el desarrollo del tema que nos ocupa ya desde hace algún tiempo.

1. El Evangelio según Mateo y según Marcos nos refiere la respuesta que Cristo dio a los fariseos cuando le preguntaron acerca de la indisolubilidad del matrimonio, remitiéndose a la ley de Moisés que admitía, en ciertos casos, la práctica del llamado libelo de repudio. Recordándoles los primeros capítulos del libro del Génesis, Cristo respondió: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre”. Luego, refiriéndose a su pregunta sobre la ley de Moisés. Cristo añadió: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así” (
Mt 19,3 ss.; Mc 12,2 ss.). En su respuesta Cristo se remitió dos veces al “principio” y, por esto, también nosotros, en cl curso de nuestros análisis, hemos tratado de esclarecer del modo más profundo posible el significado de este “principio”, que es la primera herencia de cada uno de los seres humanos en el mundo, varón y mujer, el primer testimonio de la identidad humana según la palabra revelada, la primera fuente de la certeza de su vocación como persona creada a imagen de Dios mismo.

2. La respuesta de Cristo tiene un significado histórico, pero no sólo histórico. Los hombres de todos los tiempos plantean la pregunta sobre el mismo tema. También lo hacen nuestros contemporáneos los cuales, sin embargo, en sus preguntas no se remiten a la ley de Moisés, que admitía el libelo de repudio, sino a otras circunstancias y a otras leyes. Estas preguntas suyas están cargadas de problemas, desconocidos a los interlocutores contemporáneos de Cristo. Sabemos qué preguntas concernientes al matrimonio y a la familia han hecho al último Concilio, al Papa Pablo VI, y se formulan continuamente en el período post conciliar, día tras día, en las más diversas circunstancias. Las hacen muchas personas, esposos, novios, jóvenes, pero también escritores, publicistas, políticos, economistas, demógrafos, en una palabra, la cultura y la civilización contemporánea.

Pienso que entre las respuestas que Cristo daría a los hombres de nuestro tiempo y a sus preguntas, frecuentemente tan impacientes, todavía sería fundamental la que dio a los fariseos. Al contestar a sus preguntas, Cristo se remitiría ante todo al “principio”. Lo haría quizá de modo tanto más decisivo y esencial, cuanto que la situación interior y a la vez cultural del hombre de hoy parece alejarse de ese “principio” y asumir formas y dimensiones que divergen de la imagen bíblica del “principio” en puntos evidentemente cada vez más distantes.

Sin embargo, Cristo no quedaría “sorprendido” por ninguna de estas situaciones, y supongo que continuaría haciendo referencia sobre todo al “principio”.

3. Por esto la respuesta de Cristo exigía un análisis particularmente profundo. En efecto, esa respuesta evoca verdades fundamentales y elementales sobre el ser humano, como varón y mujer. Es la respuesta a través de la cual entrevemos la estructura misma de la identidad humana en las dimensiones del misterio de la creación y, al mismo tiempo en la perspectiva del misterio de la redención. Sin esto, no hay modo de construir una antropología teológica y, en su contexto, una “teología del cuerpo”, de la que traiga origen también la visión plenamente cristiana del matrimonio y de la familia. Lo puso de relieve Pablo VI cuando en su Encíclica dedicada a los problemas del matrimonio y de la procreación, en su significado humana y cristianamente responsable, hizo referencia a la “visión integral del hombre” (Humanae vitae HV 7). Se puede decir que, en la respuesta a los fariseos. Cristo presentó a los interlocutores también esta “visión integral del hombre”, sin la cual no se puede dar respuesta alguna adecuada a las preguntas relacionadas con el matrimonio y la procreación. Precisamente esta visión integral del hombre debe ser construida según el “principio”.

Esto es igualmente válido para la mentalidad contemporánea, tal como lo era, aún cuando de modo diverso, para los interlocutores de Cristo. Efectivamente, somos hijos de una época en la que, por el desarrollo de varias disciplinas, esta visión integral del hombre puede ser fácilmente rechazada y sustituida por múltiples concepciones parciales que, deteniéndose sobre uno u otro aspecto del compositum humanum, no alcanzan al integrum del hombre, o lo dejan fuera del propio campo visivo. Se insertan luego diversas tendencias culturales que —según estas verdades parciales— formulan sus propuestas e indicaciones prácticas sobre el comportamiento humano y, aún más frecuentemente, sobre cómo comportarse con el “hombre”. El hombre se convierte, pues, más en un objeto de determinadas técnicas, que en el sujeto responsable de la propia acción. La respuesta que Cristo dio a los fariseos exige también que el hombre, varón y mujer, sea este sujeto, es decir, un sujeto que decida sobre sus propias acciones a la luz de la verdad integral sobre sí mismo, en cuanto verdad originaria, o sea, fundamento de las experiencias auténticamente humanas. Esta es la verdad que Cristo nos hace buscar en el “principio”. Por eso nos dirigimos a los primeros capítulos del Génesis.

4. El estudio de estos capítulos, acaso más que de otros, nos hace conscientes del significado y de la necesidad de la “teología del cuerpo”. El “principio” nos dice relativamente poco sobre el cuerpo humano, en el sentido naturalista y contemporáneo de la palabra. Desde este punto de vista, en el estudio presente, nos encontramos a un nivel del todo precientífico. No sabemos casi nada sobre las estructuras interiores y sobre las regulaciones que reinan en el organismo humano. Sin embargo, al mismo tiempo —quizá a causa de la antigüedad del texto—, la verdad importante para la visión integral del hombre se revela de modo más sencillo y pleno. Esta verdad se refiere al significado del cuerpo humano en la estructura del sujeto personal.Sucesivamente, la reflexión sobre esos textos arcaicos nos permite extender este significado a toda la esfera de la intersubjetividad humana, especialmente en la perenne relación varón-mujer. Gracias a esto, adquirimos, según esta relación, una óptica que debemos poner necesariamente en la base de toda la ciencia contemporánea acerca de la sexualidad humana, en sentido bio-fisiológico. Esto no quiere decir que debamos renunciar a esta ciencia o privarnos de sus resultados. Al contrario: si éstos deben servir para enseñarnos algo sobre la educación del hombre, en su masculinidad y feminidad, y acerca de la esfera del matrimonio y de la procreación, es necesario —a través de todos y cada uno de los elementos de la ciencia contemporánea— llegar siempre a lo que es fundamental y esencialmente personal, tanto en cada individuo, varón o mujer, cuanto en sus relaciones recíprocas.

Y precisamente en este punto es donde la reflexión sobre el texto arcaico del Génesis se manifiesta insustituible. Constituye realmente el “principio” de la teología del cuerpo. El hecho de que la teología comprenda también al cuerpo no debe maravillar ni sorprender a nadie que sea consciente del misterio y de la realidad de la Encarnación. Por el hecho de que el Verbo de Dios se ha hecho carne, el cuerpo ha entrado, diría, por la puerta principal en la teología, esto es, en la ciencia que tiene como objeto la divinidad. La Encarnación —y la redención que brota de ella— se ha convertido también en la fuente definitiva de la sacramentalidad del matrimonio, del que trataremos más ampliamente a su debido tiempo.

53 5. Las preguntas que se plantean al hombre contemporáneo son también preguntas de los cristianos: de aquellos que se preparan para el sacramento del matrimonio o de aquellos que ya viven en el matrimonio, que es el sacramento de la Iglesia. Estas no son sólo las preguntas de las ciencias, sino, y aún más, las preguntas de la vida humana. Muchos hombres y muchos cristianos buscan en el matrimonio la realización de su vocación. Muchos quieren encontrar en él el camino de la salvación y de la santidad.

Para ellos es particularmente importante la respuesta que Cristo dio a los fariseos, celadores del Antiguo Testamento. Los que buscan la realización de la propia vocación humana y cristiana en el matrimonio, ante todo están llamados a hacer de esta “teología del cuerpo”, cuyo “principio” encuentran en los primeros capítulos del Génesis, el contenido de su vida y de su comportamiento. Efectivamente, ¡cuán indispensable es, en el camino de esta vocación, la conciencia profunda del significado del cuerpo, en su masculinidad y feminidad!, ¡cuán necesaria es una conciencia precisa del significado esponsalicio del cuerpo, de su significado generador, dado que todo esto, que forma el contenido de la vida de los esposos, debe encontrar constantemente su dimensión plena y personal en la convivencia, en el comportamiento, en los sentimientos! Y esto, tanto más en el trasfondo de una civilización, que está bajo la presión de un modo de pensar y valorar materialista y utilitario. La bio-fisiología contemporánea puede suministrar muchas informaciones precisas sobre la sexualidad humana. Sin embargo, el conocimiento de la dignidad personal del cuerpo humano y del sexo se saca también de otras fuentes. Una fuente particular es la Palabra de Dios mismo, que contiene la revelación del cuerpo, esa que se remonta al “principio”.

¡Qué significativo es que Cristo, en la respuesta a todas estas preguntas, mande al hombre volver, en cierto modo, al umbral de su historia teológica! Le ordena ponerse en el límite entre la inocencia-felicidad originaria y la herencia de la primera caída. ¿Acaso no le quiere decir, de este modo, que el camino por el que Él conduce al hombre, varón-mujer, en el sacramento del matrimonio, esto es, el camino de la “redención del cuerpo”, debe consistir en recuperar esta dignidad en la que se realiza simultáneamente el auténtico significado del cuerpo humano, su significado personal y “de comunión”?

6. Por ahora, terminamos la primera parte de nuestras meditaciones dedicadas a este tema tan importante. Para dar una respuesta más exhaustiva a nuestras preguntas, tal vez apremiantes, sobre el matrimonio —o todavía más exactamente: sobre el significado del cuerpo—, no podemos detenernos solamente en lo que Cristo respondió a los fariseos, haciendo referencia al “principio” (cf.
Mt 19,3 ss.: Mc 10,2 ss.). También debemos tomar en consideración todas las demás enunciaciones, entre las cuales destacan especialmente dos, de carácter particularmente sintético: la primera, la del sermón de la montaña, a propósito de las posibilidades del corazón humano respecto a la concupiscencia del cuerpo (cf. Mt 5,8), y la segunda, aquella en que Jesús se refiere a la resurrección futura (cf. Mt 22,24-30 Mc 12,18-27 Lc 20,27-36).

Estas dos enunciaciones serán objeto de nuestras sucesivas reflexiones.

Saludos

(A los jóvenes procedentes de Austria)

Dirijo un saludo especialmente cordial a los numerosos jóvenes de Austria y, al mismo tiempo, a través de la televisión austríaca, saludo también a todos los jóvenes católicos de vuestro país. El más hondo afecto del Papa y su gran esperanza se centra siempre en vosotros y en todos los jóvenes del mundo. La humanidad del mañana será más justa, más pacífica y sobre todo más humana y cristiana sólo en la medida en que vosotros os esforcéis ya hoy por ser así y continuar sin interrupción por este camino.

Como jóvenes católicos, sed portadores de un mensaje de alegría, de la que tanto necesitan los hombres de la sociedad actual, una sociedad llena de extraordinarias posibilidades, pero también de pavorosos peligros. Para vosotros vale hoy el mandato de Cristo de ser sal de la tierra en vuestro ambiente, de contraponeros a la degradación social y moral, de dar testimonio de Cristo resucitado, principio y fin de toda la historia, que es el mismo hoy, mañana y siempre.

Os pido, mis jóvenes amigos, que seáis cada vez más conscientes de vuestra vocación y de vuestra tarea en el mundo de hoy, y que respondáis a ella generosamente con palabras y obras, tal y como corresponde a la juventud. ¡Sed jóvenes católicos de verdad. Sed cristianos dignos de tal nombre! Este es mi deseo y esto es lo que con mi especial bendición apostólica os pido a todos, a los que estáis aquí presentes y a los que percibís mi voz desde vuestro país.

(En francés)

54 Sin poder expresar un saludo especial a todos los grupos de lengua francesa, lo hago, entre los jóvenes, a los estudiantes belgas de retórica de los Institutos católicos de las provincias de Amberes y de Limburgo. Vuestra cultura, queridos amigos, os permite comprender mejor Roma y su historia, y también los testimonios de la vitalidad de la Iglesia. A través de la Iglesia vosotros podéis descubrir mejor la verdad del Cristo, la certeza de su amor, la liberación. interior que trae, su poder de renovación. A todos, mi afectuosa bendición apostólica.

(A una peregrinación de Croacia)

Veo aquí a un grupo de peregrinos de Croacia. Bienvenidos aquí, junto al Padre común. Os saludo a todos y os deseo unas felices fiestas pascuales.

(A los peregrinos japoneses)

A los peregrinos procedentes de Japón deseo dar una acogida calurosa. Invoco sobre vosotros el favor de Cristo que venció la muerte por su muerte. Que Dios os guíe en vuestro camino y os prepare a las alegrías eternas.

(En italiano)

Dirijo ahora un cordial saludo junto con una paterna exhortación a los varios grupos que están presentes en esta audiencia. Sé qué son particularmente numerosos los pertenecientes a institutos escolásticos. Me limito a mencionar el más numeroso: los estudiantes del Liceo-Gimnasio estatal de Viterbo.

Queridísimos jóvenes: La liturgia de este período nos hace vivir de modo totalmente particular en unión con Cristo paciente, que se ofrece a nosotros en la última Cena y se inmola en el Calvario, para resucitar en la alegría de la Pascua. Tal contemplación, seria y devota, os ayude a ser de los "resucitados" con Cristo resucitado y os estimule a caminar siempre "en vida nueva", es decir, a progresar en el camino de la fe, de la esperanza y del amor cristiano.

Es cuanto os deseo de corazón. Con mi bendición apostólica.

Las breves palabras para los enfermos presentes, que son la parte más escogida de esta asamblea, no pueden no estar sugeridas por el Viernes Santo, ya próximo, día único por el recuerdo de la muerte de Cristo, Hijo de Dios. El adorable Salvador, clavado en la cruz, inmolado en el abandono y en el dolor por la salvación del mundo, nos demuestra más que cualquier argumento qué precioso es el sufrimiento a los ojos de Dios. De él, aceptado de las manos de la Providencia, brota siempre una inmensa riqueza espiritual. Así el dolor se hace gozo, consuelo, redención. A cuantos provienen de Cáorle, en la diócesis de Venecia, y a todos los otros enfermos concedo de corazón mi bendición.

La contemplación del Crucifijo, alzado entre el cielo y la tierra el Viernes Santo, tiene algo que decir también a vosotros, recién casados, que un profundo amor ha unido para la vida y para la muerte. El esposo, según el Apóstol Pablo (
Ep 5,25) representa a Cristo; la esposa, a la Iglesia. Y. como Cristo murió para hacer pura e inmaculada a su esposa, así el esposo debe estar dispuesto también a la muerte, por aquella que ama. Y la esposa, como la Iglesia, debe dar todo, afecto y asistencia, en una actitud perenne de amor hacia el esposo.

55 Que Dios os lo conceda.


Súplica por El Salvador


También hoy nuestros pensamientos, llenos de viva solicitud, continúan dirigiéndose hacia El Salvador.

La muerte del arzobispo Romero, que fue bárbaramente muerto por mano asesina, mientras celebraba el Santo Sacrificio, tiene una elocuencia particular. La Iglesia suplica, inclinada en oración, junto a los restos mortales del llorado Pastor, que Dios acepte el sacrificio de su vida, que se ha unido de modo tan particular al Sacrificio de Cristo.

Respeten todos en este acontecimiento doloroso el testimonio particular del Evangelio, que mons. Romero se empeñó en dar durante toda su vida de Pastor, buscando a Cristo especialmente en aquellos a quienes El está más cercano. Así también el arzobispo de San Salvador ha unido su vida con el servicio a los más pobres y a los más marginados.

Después de la noticia. de los nuevos trágicos acontecimientos, que han tenido lugar durante los funerales del arzobispo Romero (acontecimientos que han causado numerosas víctimas entre las personas que asistían al rito), nos dirigimos otra vez a Dios con humilde súplica, para que el sacrificio del Pastor obtenga la justa paz a su patria. Vuelva a la recta razón cualquiera que crea perseguir los propios fines mediante la matanza de seres humanos.

La muerte de mons. Romero traiga un sigilo de paz y de reconciliación, una especie de catarsis espiritual que disipe el odio, la violencia, las tensiones entre los conciudadanos.

A toda la comunidad de San Salvador envío, en el curso de estos santos días que nos acercan a la Pascua, la expresión de mi particular participación y de mi solicitud en Cristo crucificado y resucitado.



Miércoles 9 de abril de 1980

Encuentro con Jesús resucitado

1. "Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo" (Ps 117,24 [118], 24).

56 Con estas palabras la Iglesia expresa su alegría pascual durante toda la octava de Pascua. En todas las jornadas del curso de esta octava, perdura ese único día que hizo el Señor; día que es obra de la potencia de Dios, manifestada en la resurrección de Cristo. La resurrección es el comienzo de la nueva vida y de la nueva época; es el comienzo del nuevo hombre y del nuevo mundo.

Dios Creador, creó el mundo de la nada, introdujo en él la vida y dio comienzo al tiempo. Creó también al hombre a su imagen y semejanza; varón y mujer los creó, para que sometieran el mundo visible (cf.
Gn 1,27).

Este mundo, por obra del hombre, ha sufrido la corrupción del pecado; ha sido sometido a la muerte; y el tiempo se ha convertido en el metro de la vida, que mide horas, días y años, desde la concepción del hombre hasta su muerte.

La resurrección injerta en este mundo, sometido al pecado y a la muerte, el día nuevo; el día que hizo el Señor. Este día es la levadura de la nueva vida, que debe crecer en el hombre sobrepasando en él el límite de la muerte, hacia la eternidad en Dios mismo. Este día es el comienzo del futuro definitivo (escatológico) del hombre y del mundo, que la Iglesia profesa y al que conduce al hombre mediante la fe, "la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna".

El fundamento de esta fe es Cristo, que "padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió, fue sepultado y al tercer día resucitó de entre los muertos".

Y precisamente este tercer día —tercer día entre los del triduo sacro— se ha convertido en el "Día del Señor": el día que canta la Iglesia en el curso de toda la octava y que, jornada tras jornada, describe y medita con gratitud en esta octava

2. En este miércoles pascual, deseo dirigirme a vosotros, queridos participantes en este encuentro, quienes, al visitar en este período como peregrinos la Iglesia de Roma, habéis meditado —en la sede apostólica, junto a las tumbas de San Pedro y San Pablo y de tantos mártires— la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo

Como Obispo de Roma os agradezco cordialmente vuestra presencia, vuestra participación en la plegaria, en la liturgia del Domingo de Ramos, del Jueves Santo, del Viernes Santo, de la Vigilia pascual, del Domingo de Resurrección y de la octava.

¡Qué Preciosa es esta meditación! Somos progenie y herederos de aquellos que participaron los primeros en los acontecimientos de la Pascua de Cristo. Como, por ejemplo, esos dos discípulos que —según leemos hoy en el Evangelio de la Santa Misa—, se encontraron con Cristo, en el camino de Emaús, y no lo reconocieron, mientras conversaban "de todos estos acontecimientos" (Lc 24,14).

Nosotros hemos tenido la misma experiencia. En el curso de este día hemos meditado todo lo que se refiere a Jesús Nazareno, que fue "profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo le entregaron los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados para que fuese condenado a muerte y crucificado... Mas, con todo, van ya tres días desde que esto ha sucedido. Ciertas mujeres de las nuestras..., yendo de madrugada al monumento, no encontraron su cuerpo, y vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles que les dijeron que vivía. Algunos de los nuestros fueron al monumento y hallaron las cosas como las mujeres decían, pero a Él no le vieron" (Lc 24,19-24).

Nosotros hemos seguido del mismo modo, en el curso de estos días, cada uno de los detalles de esos acontecimientos, que nos han transmitido los testigos oculares en toda la sorprendente sencillez y autenticidad de la narración evangélica.

57 Y ahora, cuando debemos regresar a nuestras casas, como aquellos peregrinos que iban de Jerusalén a Emaús, deseamos meditar una vez más sobre todos los detalles, sobre todos los textos de la sagrada liturgia, examinando si nuestros corazones están más dispuestos para "creer todo lo que vaticinaron los profetas. ¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?" (Lc 24,25-26).

La resurrección es la entrada de Cristo en la gloria.Nos dice también a cada uno de nosotros que estamos llamados a su gloria (cf. 1Th 2,12).

3. ¡Cómo se alegra la Iglesia de Roma, antigua Sede de San Pedro, por vuestra presencia tan numerosa en el curso de estos días!

La Semana Santa y la octava de Pascua unen aquí, junto a aquellos que siempre pertenecen a esta Iglesia a los peregrinos de tantas naciones, países, lenguas y continentes. La Iglesia de Roma se alegra por la presencia de todos, porque ve en ellos la universalidad y la unidad del Cuerpo de Cristo, en el que todos somos recíprocamente miembros y hermanos sin distinción de nacionalidad y de raza, de lengua o de cultura. La Sede de San Pedro late casi con la plenitud de la vida de todo el Cuerpo y de toda la comunidad del Pueblo de Dios, a quien ofrece constantemente su servicio

Por tanto, puesto que hoy me es dado, queridos hermanos y hermanas, hablaros una vez más, permitid que exprese sobre todo una ferviente felicitación a todos vosotros y a cada uno personalmente.

En esta felicitación se encierra también un deseo ardiente y cordial, que saca su contenido del acontecimiento de la liturgia de hoy. Os deseo que, mediante vuestra estancia en Roma, se repita perfectamente en cada uno de vosotros lo que sucedió a lo largo del camino de Emaús. Cada uno invite a Cristo como aquellos discípulos que caminaban con Él por ese camino, sin saber con quién caminaban: "Quédate con nosotros, pues el día ya declina" (Lc 24,29).

Que se quede Jesús, tome el pan, pronuncie las palabras de la bendición, lo parta y lo distribuya. Y que entonces se abran los ojos de cada uno, cuando lo reconozca "en la fracción del pan" (Lc 24,35).

Deseo de corazón que regreséis de aquí a vuestras casas con un nuevo conocimiento de Jesucristo, Redentor del hombre. Os deseo que llevéis en vosotros este "Día que hizo el Señor"; que anunciéis, a donde quiera que lleguéis, que "el Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón" (Lc 24,34). Sed realmente en el mundo de hoy testigos de la resurrección de Cristo con vuestra fe sólida y con vuestro compromiso generoso de vivir auténticamente el cristianismo.

Llevad a todos mi saludo y mi felicitación: a vuestras familias, a vuestras parroquias, a vuestras patrias, a vuestro obispos y sacerdotes. El misterio pascual actúe en vuestros corazones y en vuestra mente. Y que Dios sea bendito por este día, que ha hecho para nosotros.

Os acompañe y sostenga mi bendición

Saludos

58 Deseo anunciaros ahora que, si Dios quiere, desde la tarde del viernes 30 de mayo hasta el lunes 2 de junio por la noche, haré una breve visita pastoral a Francia, deteniéndome sobre todo en París.

Corresponderé así a la invitación que me han hecho el Presidente de la Conferencia Episcopal de dicha nación y el cardenal arzobispo de París, como también a una invitación semejante expresada por el Señor Presidente de la República Francesa, y a la del Director General de la UNESCO, a cuya sede iré el lunes 2 de junio, para dirigir allí mi palabra.

Será un viaje rápido durante el cual tendré en el corazón y en los deseos de mi ánimo las aspiraciones de todos los habitantes de la querida y noble nación francesa, como también las altas • finalidades que persigue la UNESCO en el campo de la educación, de la ciencia y de la cultura.

También vosotros, queridísimos fieles presentes en esta audiencia, ayudadme con vuestra oración para que este viaje, que quiere ser como todos los otros exclusivamente apostólico, es decir, religioso y pastoral, sea rico en los frutos deseados.

(En francés)

Hoy, que en esta audiencia los grupos de lengua francesa son numerosos, no puedo saludar a todos como quisiera. Pero he notado la presencia de muchos jóvenes de liceos y colegios, en particular de Estrasburgo; de estudiantes provenientes de Madagascar; de deportistas y de sus educadores de la Federación internacional católica de educación física y deportiva; de militares belgas. A todos estos jóvenes digo: Sentíos felices de ser miembros de la Iglesia, cuyo carácter universal captáis mejor aquí. Cristo ha venido para que tengáis vida, vida en abundancia, no sólo una vida humana exuberante con todos los dones de Dios y la amistad de los demás, sino también la vida de El, su vida divina. No construyáis vuestra vida sin Cristo; acogedlo sin temor; y con El volveos a todos los que tienen necesidad de vuestro gozo, de , vuestra ayuda, para servirles.

Saludo asimismo a las personas de la tercera edad de las diócesis de Cambray y de Lila: ¡Que la fidelidad de Cristo sea vuestra fuerza y vuestra paz!

Y también a los participantes en el congreso de la Sociedad internacional francófona de Uro-Dinámica: Tratáis de hacer progresar la ciencia médica y su aplicación en el punto preciso de la urología, que es vuestra especialidad. ¡Que Dios bendiga vuestros trabajos y vuestro servicio al hombre!

Tengo el gusto de saludar a un grupo cristiano muy particular: el de los policías franceses, agrupados bajo: el nombre de "Policía y humanismo". No sólo han organizado esta peregrinación, sino que se reúnen periódicamente para respaldarse unos a otros en su vida humana y cristiana, y orar juntos.

Queridos amigos:. Os felicito por vuestra iniciativa. Os deseo en primer lugar que tengáis el consuelo de ver reconocido vuestro servicio como útil y necesario; de ser acogidos con simpatía —por no decir con amor—, primeramente en la sociedad que buena necesidad tiene de vosotros para garantizar el bien común de la seguridad, en una justa libertad, y también en la Iglesia: la fe cristiana puede y debe vivirse en vuestra profesión, al igual que en la del centurión del Evangelio o de los soldados que acudían a ver a Juan el Bautista. Os deseo igualmente que os prestéis mutuamente, con vuestros sacerdotes y vuestro diácono permanente, la ayuda amistosa y el estímulo cristiano que os ayuden a superar el aislamiento, los desalientos, las tentaciones de endurecimiento u otras que os acechan, pues es difícil asegurar como conviene el orden público y vivir tantas veces en medio de conflictos sociales, en las fronteras de la violencia, de la delincuencia, de las miserias o enfermedades de nuestra sociedad, con las que os enfrentáis vosotros más que nadie. Considerar vuestra tarea como un servicio, cumplirla lo mejor posible, garantizar cueste lo que cueste el respeto de la dignidad de los demás y también de vosotros mismos, tratar de vivir las exigencias del Evangelio en vuestras funciones de guardianes de la paz o de miembros de la policía judicial, dar testimonio abierto de vuestra fe en vuestro ambiente: he aquí una obra de evangelización en la que tiene interés la Iglesia y quisiera ver extendida. Pido al Señor que os ayude, y bendigo complacido a vuestras personas y vuestras familias.

(En inglés)

59 Dedico un saludo cordial a los participantes en la reunión organizada por el Movimiento de los Focorales, destinada a cristianos de varias partes de Gran Bretaña e Irlanda. Confío en que vuestra estancia en Roma hará de vuestros corazones, sin duda alguna, centros de irradiación del amor de Cristo. Que el calor de su amor nos acerque cada vez más a todos en El, con El y para El. Que Dios os bendiga a todos a través de Cristo.

(A los peregrinos procedentes de Holanda y Flandes)

Me complazco en saludar en su propia lengua a los grupos que han venido de Holanda y Flandes. Vuestra visita a Roma y al Papa os pone en contacto con la vitalidad de la Iglesia universal. Que esta experiencia os ayude a seguir siempre a Cristo resucitado, a familiarizaros con su verdad y a ser testimonios de su amor a todos. Poned vuestra vida bajo la ley del Evangelio, que es ley de amor. Así vuestra vida estará llena de sentido para vosotros mismos y enriquecerá al prójimo, para mayor gloria de Dios.

De todo corazón imparto mi bendición apostólica a todos vosotros y a vuestros seres queridos.

(En italiano)

Me da alegría dirigir un saludo afectuoso al nutrido grupo de seminaristas reunidos estos días en el centro del Movimiento "Focolares" de Rocca di Papa.

Quiero aseguraros, amadísimos hijos, mi cercanía espiritual en vuestro anhelo de intensa preparación al sacerdocio, con el que os comprometéis a edificar el Pueblo de Dios. Por tanto, que Cristo Eterno Sacerdote y luz de vuestras mentes, sea el objetivo principal de vuestro estudio, la guía de vuestras acciones, la orientación de vuestros programas de ministerio sagrado. Os acompañe en vuestros propósitos generosos mi bendición apostólica, que imparto a vosotros y a vuestras familias.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Hoy merecen un saludo particular los numerosos grupos de jóvenes y de niños aquí presentes. Queridos hijos: A vosotros que estáis en la flor de los años os deseo de corazón que recorráis todo el camino de la vida con la misma fortuna de los dos caminantes de Emaús. Y os exhorto a ser testimonio del gozo pascual y de la resurrección de Cristo por las sendas del mundo, en vuestras familias, en vuestras ciudades y en vuestros ambientes de estudio y de juego. Os bendigo a todos muy de corazón.

También a los enfermos que toman parte en esta audiencia quisiera ofrecer el consuelo de una palabra preciosa, la del Apóstol Pablo. Este, después de una larga experiencia de tribulaciones de todo género, escribiendo a la comunidad cristiana de Roma, les confía esta convicción suya: "Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (
Rm 8,18). Ánimo, hijos amados; para vosotros tengo un recuerdo en la oración, a fin de que Cristo, muerto y resucitado, sea para vosotros manantial de serenidad y de esperanza, de luz y de fortaleza, de mérito y de santificación. En prenda de ello os doy mi bendición especial.

Y finalmente un saludo a vosotros, recién casados.Os doy las gracias por vuestra presencia, me gozo por vuestra venida; esta visita vuestra brinda al Papa ocasión de invocar sobre vosotros y sobre vuestra naciente familia la abundancia de los dones divinos para un porvenir sereno, valiente e impregnado de espíritu cristiano auténtico y de sincera bondad evangélica.

60 A todos mi bendición cordialísima.




Audiencias 1980 49