Audiencias 1980 67

Miércoles 30 de abril de 1980

La doctrina bíblica sobre la triple concupiscencia

1. Durante nuestra última reflexión hemos dicho que las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña hacen referencia directamente al "deseo" que nace inmediatamente en el corazón humano; indirectamente, en cambio, esas palabras nos orientan a comprender una verdad sobre el hombre, que es de importancia universal.

Esta verdad sobre el hombre "histórico", de importancia universal, hacia la que nos dirigen las palabras de Cristo tomadas de Mt 5, 27-28, parece que se expresa en la doctrina bíblica sobre la triple concupiscencia. Nos referimos aquí a la concisa fórmula de la primera Carta de San Juan 2, 16-17: "Todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre". Es obvio que para entender estas palabras hay que tener muy en cuenta el contexto en el que se insertan, es decir, el contexto de toda la "teología de San Juan", sobre la que se ha escrito tanto [1]. Sin embargo, las mismas palabras se insertan, a la vez, en el contexto de toda la Biblia; pertenecen al conjunto de la verdad revelada sobre el hombre, y son importantes para la teología del cuerpo. No explican la concupiscencia misma en su triple forma, porque parecen presuponer que "la concupiscencia del cuerpo, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida" sean, de cualquier modo, un concepto claro y conocido. En cambio, explican la génesis de la triple concupiscencia al indicar su proveniencia no "del Padre", sino "del mundo".

2. La concupiscencia de la carne y, junto con ella, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida está "en el mundo" y, a la vez, "viene del mundo", no como fruto del misterio de la creación, sino como fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gn 2,17) en el corazón del hombre. Lo que fructifica en la triple concupiscencia no es el "mundo" creado por Dios para el hombre, cuya "bondad" fundamental hemos leído más veces en Gén 1: "Vio Dios que era bueno... era muy bueno". En cambio, en la triple concupiscencia fructifica la ruptura de la primera Alianza con el Creador, con Dios-Elohim, con Dios-Yahvé. Esta Alianza se rompió en el corazón del hombre. Sería necesario hacer aquí un análisis cuidadoso de los acontecimientos descritos en Gén 3, 1-6. Sin embargo, nos referimos sólo en general al misterio del pecado, en los comienzos de la historia humana. Efectivamente, sólo como consecuencia del pecado, como fruto de la ruptura de la Alianza con Dios en el corazón humano —en lo íntimo del hombre—, el "mundo" del libro del Génesis se ha convertido en el "mundo" de las palabras de San Juan (1, 2, 15-16): lugar y fuente de concupiscencia.

Así, pues, la fórmula según la cual, la concupiscencia "no viene del Padre, sino del mundo" parece dirigirse una vez más hacia el "principio" bíblico. La génesis de la triple concupiscencia, presentada por Juan, encuentra en este principio su primera y fundamental dilucidación, una explicación que es esencial para la teología del cuerpo. Para entender esa verdad de importancia universal sobre el hombre "histórico" contenida en las palabras de Cristo durante el sermón de la montaña (cf. Mt 5,27-28), debemos volver una vez más al libro del Génesis, detenernos una vez más "en el umbral" de la revelación del hombre "histórico". Esto es tanto más necesario cuanto que este umbral de la historia de la salvación es, al mismo tiempo, umbral de auténticas experiencias humanas, como comprobaremos en los análisis sucesivos. Allí revivirán los mismos significados fundamentales que hemos obtenido de los análisis precedentes, como elementos constitutivos de una antropología adecuada y substrato profundo de la teología del cuerpo.

68 3. Puede surgir aún la pregunta de si es lícito trasladar los contenidos típicos de la teología de San Juan, que se encuentra en toda la primera Carta (especialmente EN 1-2), al terreno del sermón de la montaña según Mateo, y precisamente de la afirmación de Cristo tomada de Mt 5, 27-28 ("Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón"). Volveremos a tocar este tema más veces: a pesar de esto, hacemos referencia desde ahora al contenido bíblico general, al conjunto de la verdad sobre el hombre, revelada y expresada en ella. Precisamente, en virtud de esta verdad, tratamos de captar hasta el fondo al hombre que indica Cristo en el texto de Mt 5, 27-28, es decir, al hombre que "mira" la mujer "deseándola". Esta mirada, en definitiva, ¿no se explica acaso por el hecho de que el hombre es precisamente un "hombre de deseo", en el sentido de la primera carta de San Juan; más aún, que ambos, esto es, el hombre que mira para desear a la mujer que es objeto de tal mirada, se encuentran en la dimensión de la triple concupiscencia, que "no viene del Padre, sino del mundo"? Es necesario, pues, entender lo que es esa concupiscencia, o mejor, lo que es ese bíblico "hombre de deseo", para descubrir la profundidad de las palabras de Cristo según Mt 5, 27-28, y para explicar lo que signifique su referencia, tan importante para la teología del cuerpo, al "corazón" humano.

4. Volvamos de nuevo al relato yahvista, en el que el mismo hombre, varón y mujer, aparece al principio como hombre de inocencia originaria —antes del pecado original— y luego como aquel que ha perdido esta inocencia, quebrantando la alianza originaria con su Creador. No intentamos hacer aquí un análisis completo de la tentación y del pecado, según el mismo texto de Gén 3, 15, la correspondiente doctrina de la Iglesia y la teología.

Solamente conviene observar que la misma descripción bíblica parece poner en evidencia especialmente el momento clave, en que en el corazón del hombre se puso en duda el don. El hombre que toma el fruto del "árbol de la ciencia del bien y del mal" hace, al mismo tiempo, una opción fundamental y la realiza contra la voluntad del Creador, Dios Yahvé, aceptando la motivación que le sugiere el tentador: "No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal"; según traducciones antiguas: "seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" [2]. En esta motivación se encierra claramente la puesta en duda del don y del amor, de quien trae origen la creación como donación. Por lo que al hombre se refiere, él recibe en don "al mundo" y, a la vez, la "imagen de Dios", es decir, la humanidad misma en toda la verdad de su duplicidad masculina y femenina. Basta leer cuidadosamente todo el pasaje del Gén 3, 15 para determinar allí el misterio del hombre que vuelve las espaldas al "Padre" (aún cuando en el relato no encontremos este apelativo de Dios). Al poner en duda, dentro de su corazón, el significado más profundo de la donación, esto es, el amor como motivo específico de la creación y de la Alianza originaria (cf. especialmente Gn 3,5), el hombre vuelve las espaldas al Dios-Amor, al "Padre". En cierto sentido lo rechaza de su corazón. Al mismo tiempo, pues, aparta su corazón y como si lo cortase de aquello que "viene del Padre": así, queda en él lo que "viene del mundo".

5. "Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores (Gn 3,7). Esta es la primera frase del relato yahvista que se refiere a la "situación" del hombre después del pecado y muestra el nuevo estado de la naturaleza humana. ¿Acaso no sugiere también esta frase el comienzo de la "concupiscencia" en el corazón del hombre? Para dar una respuesta más profunda a esta pregunta, no podemos quedarnos en esa primera frase, sino que es necesario volver a leer todo el texto. Sin embargo, vale la pena recordar aquí lo que se dijo en los primeros análisis sobre el tema de la vergüenza como experiencia "del límite" [3]. El libro del Génesis se refiere a esta experiencia para demostrar la "línea divisoria" que existe entre el estado de inocencia originaria (cf. especialmente Gn 2,25 al que hemos dedicado mucha atención en los análisis precedentes) y el estado de situación de pecado del hombre al "principio" mismo. Mientras el Génesis 2, 25 subraya que "estaban desnudos... sin avergonzarse de ello", el Génesis 3, 6 habla explícitamente del nacimiento de la vergüenza en conexión con el pecado. Esa vergüenza es como la fuente primera del manifestarse en el hombre —en ambos, varón y mujer—, lo que "no viene del Padre, sino del mundo".

[1] Cf. p. es.: J. Bonsirven, Epitres de Saint Jean, París 1954 (Beauchesne), págs. 113-119; E. Brooke, Critical and Exegetical Commentary on the Johannine Epistles (International Critical Commentary), Edimburgo 1912 (Clark), págs. 47-49; P. De Ambroggi, Le Epistole Cattoliche, Turín 1947 (Marietti), págs. 216-217; C. H. Dodd, The Johannine Epistles (Moffatt New Testament Commentary), Londres 1946, págs. 41-42; J. Houlden, A Commentary on the Johannine Epistles, Londres 1973 (Black), págs. 73-74; B. Prete, Lettere di Giovanni, Roma 1970 (Ed. Paulinas), pág. 61; R. Schnackenburg, Die Johannesbriefe, Friburgo 1953 (Herders Theologischer Kommentar zum Neuen Testament), págs. 112-115; J. R. W. Stott, Epistles of John (Tyndale New Testament Commentaries), Londres 1969, págs. 99-101.

Sobre el tema de la teología de Juan, cf. en particular A. Feuillet, Le mystère de l' amour divin dans la théologie johannique, París 1972 (Gabalda).

[2] El texto hebreo puede tener ambos significados, porque dice: "Sabe Elohim que el día en que comáis de él (del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal) se abrirán vuestros ojos y seréis como Elohim, conocedores del bien y del mal". El término elohim es plural de eloah ("pluralis excellentiae").

En relación a Yahvé, tiene un significado particular: pero puede indicar el plural de otros seres celestes o divinidades paganas (por ejemplo, Ps 8 Ps 6 Ex 12,12 Jg 10,16 Os 31,1 y otros).

Aducimos algunas versiones:

— Italiano: "diverreste come Dio, conoscendo il bene e il male." (Pont. Inst. Bíblico, 1961).

— Francés: "...vous serez comme des dieux, qui connaissent le bien et le mal" (Biblia de Jerusalén, 1973).

69 — Ingles: "you will be like God, knowing good and evil" (Versión Standard revisada, 1966).

— Español: "seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (S. Ausejo, Barcelona, 1964).

"Seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal" (A. Alonso-Schökel, Madrid, 1970).

[3] Cf. la audiencia general del 12 de diciembre de 1979 (L´Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 16 de diciembre de 1979, pág. 3).



Saludos

(A los delegados diocesanos y beneficiarios del Socorro Católico)

Quiero dedicar un saludo caluroso a los dos mil peregrinos franceses, delegados diocesanos y beneficiarios del Socorro Católico, cuya labor caritativa se despliega tan maravillosamente desde hace más de treinta años, en unión con las otras Caritas del mundo. Subrayo al mismo tiempo sus iniciativas de ayudas numerosas, ingeniosas y eficaces, y su empeño por educar a la caridad en el surco del tan llorado mons. Jean Rodhain.

Queridos amigos: Os cuadra bien la palabra de San Pablo: "Caritas Christi urget nos" (
2Co 5,14). No hay desgracia que os sea indiferente. Y sacáis esta caridad de su misma fuente, de Jesucristo. Sabéis reconocerlo cuando os hace señas en quien no tiene pan o vestido, en el anciano o extranjero, en el que se halla enfermo o en la cárcel (cf. Mt 25,34-40). Dejáis para otros las disertaciones sobre la pobreza y sobre las posibles reformas necesarias para su plan; vosotros os dedicáis a las miserias reales y actuales de todos los marginados de nuestro tiempo, pues la caridad no espera.

Lo hacéis en vuestro país, donde os es necesario estar atentos a las nuevas pobrezas; la situación de los parados ha ocupado particularmente vuestra atención. Pero, al mismo tiempo, para vosotros la caridad tiene siempre dimensión universal; queréis aportar ayuda concreta a los dramas producidos por el hambre, la guerra y las catástrofes, y abrir el corazón de vuestros compatriotas a estos dramas. Os felicito en especial por vuestra preocupación por los refugiados del mundo y, más concretamente, del Sudeste Asiático, cuya situación harto precaria conocéis bien.

En fin, para vosotros la ayuda que prestáis entra en la promoción humana de toda la persona. Aliento vuestro afán de no hacer del hombre un mero asistido y ayudarle, en cambio, a asumir él mismo propia promoción. En resumen, queréis la dignidad de vuestros hermanos, y esto es amor.

Gracias en nombre de estos amigos amados y asistidos, gracias en nombre de la Iglesia que reconoce en ello el testimonio que está obligada a dar. Que esta cadena de solidaridad se extienda cada vez más en el mundo, en particular con las generaciones jóvenes. De todo corazón os bendigo.

(En inglés)

70 Pasado mañana comienzo mi visita pastoral a África. Por ello saludo con especial cordialidad a los africanos aquí presentes. Pienso en particular en el grupo de Uganda, uno de la serie de grupos de ese país que comenzaron a llegar la semana pasada. Gracias por haber venido hoy aquí. Dios os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos. Dios bendiga a vuestro país y a Africa entera.

(En alemán)

Saludo muy cordialmente al grupo de peregrinos del "Servicio católico de colonización", presentes aquí con el obispo auxiliar de Münster, mons. Wilhelm Wöste. Os doy mi enhorabuena en el 50 aniversario de vuestra Asociación, aniversario que habéis querido celebrar aquí en Roma. Las muchas empresas católicas que habéis llevado adelante han permitido en las últimas décadas, con la erección de viviendas sociales, que numerosas familias, y en especial un grandísimo número de jóvenes y niños encontraran su propio hogar, ayudándoles así a poder llevar una vida familiar en espíritu cristiano. Este servicio a la familia, que es al mismo tiempo un servicio a la vida y una ayuda para la comunión eclesial, merece una expresión sincera de aprobación y gratitud. Os animo de corazón a proseguir vuestra tarea y pido para vosotros, con mi bendición apostólica, la asistencia y continua protección de Dios.

Otro cordial saludo de bienvenida dirijo a los miembros aquí presentes de la "Asociación central de joyeros, plateros y orfebres" de la República Federal de Alemania. Me alegro de vuestra visita y agradezco vuestro afectuoso homenaje con el que manifestáis vuestro aprecio a mis meditaciones escénicas sobre el sacramento del matrimonio en el libro "El taller del orfebre". Con mis mejores deseos y con mi bendición apostólica, mi corazón os acompaña a vosotros y vuestro trabajo en esa profesión siempre digna de estima.

(A los miembros de la Asociación católica de padres de familia de la diócesis de Vitoria)

Con gran afecto saludo al grupo compuesto por los miembros de la Asociación Católica de Padres de Familia de la Diócesis de Vitoria, España

Sé que en la base de vuestro programa como Asociación está la promoción y salvaguardia de los valores cristianos y humanos de la familia. Continuad, amadísimos hermanos y hermanas, en ese meritorio y valioso esfuerzo. Y procurad ante todo que en vuestros propios hogares tenga Dios el lugar que le corresponde y que sea la constante inspiración para la educación de vuestros hijos en la fe, en el camino de la rectitud moral, del respeto y convivencia cívica.

Con estos deseos bendigo de corazón a vosotros, a vuestros familiares y a los miembros de vuestra Asociación.

(A los miembros del Movimiento "Cursillos de Cristiandad")

Está presente en esta audiencia un nutrido grupo de miembros de "Cursillos de Cristiandad". A vosotros mi saludo cordial; hijos queridísimos. Vuestro Movimiento, que celebró hace poco los treinta a años de fundación, se propone suscitar en los cristianos el compromiso de vivir con coherencia la propia fe, sea individualmente o como comunidades, y de llevar este fermento a los ambientes que frecuentan. Se trata de descubrir de nuevo la verdad explosiva del mensaje evangélico, es decir, que Dios, Padre de todos, nos ha salido al encuentro en Jesucristo para reunirnos, mediante la gracia del Espíritu, en una sola familia que es la Iglesia. En ella y ya desde ahora podemos hacer experiencia verdadera, si bien inicial, del amor que será la fuente inagotable del gozo sin fin en el cielo. Aquí está la síntesis de todo el cristianismo. Dejaos conquistar cada vez más y sed apóstoles infatigables de vuestro ambiente; en realidad, éste es el anuncio que espera todo corazón humano, aun sin saberlo. Os acompañe mi bendición apostólica en prenda de la gracia divina en la que cada uno de vosotros se esfuerza por vivir siempre.

(A los peregrinos de Croacia)

71 Saludo a todos los peregrinos de Croacia y en particular al grupo de jóvenes presididos por el padre jesuita Bozidar Nagy y el padre conventual Marijam Tolj, que han venido a Roma, a la Ciudad Eterna, para conmemorar la peregrinación que trajo a Roma el difunto profesor y doctor, el Siervo de Dios Ivan Merz. Vosotros os habéis comprometido a seguir los pasos de este gran laico.

Saludo también a los peregrinos que han venido con ocasión del jubileo d San Benito, Patrono de Europa, presididos por el abad benedictino p. Martin Kirigin y el padre franciscano Rok Tomic Los ideales de San Benito tienen gran importancia también para la Europa de hoy.

Mis queridos croatas: Seguid siempre a Jesucristo, a la Madre celestial, María a la Santa Iglesia. Cuando volváis vuestras casas recordad y decid que el Papa os ama y bendice complacido a todos vosotros y a vuestros seres queridos.

(A los peregrinos de la diócesis de Gravina, Italia)

Con el mismo espíritu de gratitud acojo a los peregrinos de la diócesis de Gravina, venidos a Roma para recordar a mi predecesor Benedicto XIII, ilustre conciudadano suyo, con ocasión del 250 aniversario de su muerte; y tengo el gusto de ver unidos a ellos a los fieles de la prelatura de Altamura y Acquaviva delle Fonti, presididos por mons. Salvatore Isgró, Pastor de ambos comunidades eclesiales. Queridísimos hijos: Al agradecer a todos esta muestra de homenaje filial y afecto, os exhorto a que vuestro testimonio cristiano en cada familia y en la sociedad sea cada vez más generoso y ferviente, con creciente espíritu de cohesión fraterna, para que se manifieste en vosotros la victoria de Cristo resucitado. Con este deseo os bendigo de corazón a vosotros, vuestras familias y todas vuestras personas queridas.

(A los guardias forestales italianos)

Dirijo un saludo especial a los miembros de la "Asociación nacional de suboficiales y guardias forestales", que se han reunido en Roma para su segundo Congreso nacional, en el que participan también las delegaciones de las Asociaciones forestales europeas.

Queridísimos: La Iglesia aprecia vuestro compromiso de conocer y dar a conocer cada vez mejor la naturaleza y sus recursos, para amarla como don de Dios y medio de vida, y sobre todo para custodiarla y defenderla. Invoco de corazón para vosotros la ayuda del Señor, por intercesión de vuestro protector San Juan Gualberto y de San Francisco de Asís, designado recientemente, como sabéis, "Patrono de la ecología".

Os acompañe siempre mi bendición apostólica.

(A la Archicofradía de la Misericordia de Florencia)

Deseo dirigir ahora una palabra particular de saludo al grupo de miembros de la Venerable Archicofradía de la Misericordia de Florencia, que han venido tan numerosos a esta audiencia general.

72 Queridísimos: os agradezco vuestra presencia, que manifiesta ciertamente devoción y adhesión a la Sede de Pedro y a su Sucesor; pero sobre todo me complace el testimonio de caridad que dais a través de la activa, voluntaria y desinteresada participación en múltiples iniciativas asistenciales promovidas por vuestro benemérito, secular sodalicio, que, nacido de una auténtica matriz cristiana. conserva todavía hoy plena validez. Es conocida la gloriosa y antigua historia de la obra florentina que lleva el nombre de "Misericordia", para referirse precisamente a la virtud cristiana, florecida de la caridad, que quiere promover entre los asociados, y para indicar las obras de misericordia que trata de realizar hacia los que se encuentran en todo género de necesidad material y espiritual. Muy gustosamente expreso el deseo de que vuestra "Venerable Archicofradía de la Misericordia" y todas las otras "Misericordias" toscanas puedan continuar su obra benéfica, según la originaria inspiración cristiana, recordando siempre la enseñanza del Señor en el sermón de la montaña: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7).

Con estos sentimientos os animo en vuestro generoso compromiso de caridad y os bendigo a todos los aquí presentes, a vuestros familiares y a todos los socios de vuestro benemérito sodalicio.

(A los participantes en un curso sobre Método de Ovulación Billings)

Dirijo un saludo particular a los participantes en el curso de formación sobre el Método de Ovulación Billings, que se está celebrando en el Auditorium de la Universidad Católica del Sagrado Corazón.

Queridísimos: Me congratulo con vosotros del afán generoso que ponéis en promover una regulación de la natalidad que respete la ley de Dios y, por consiguiente, la auténtica dignidad del hombre. No os desalienten las dificultades que podáis encontrar en vuestro camino. Servís al hombre, causa nobilísima por la que es muy justo afanarse incluso a costa de vuestra persona. Os bendigo a todos con particular efusión del corazón.

(A los peregrinos de la parroquia romana de San Pío V)

Me complazco en dirigir un saludo afectuoso a los miembros de la peregrinación de la parroquia romana de San Pío V, que están celebrando la fiesta litúrgica de su patrono celestial, que tanto amó y trabajó por la Iglesia; con tal ocasión han querido con gran amabilidad devolverme la visita que les hice el 28 de octubre pasado.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Un saludo paterno va ahora a vosotros, jóvenes presentes en esta audiencia, tan queridos siempre para mí, pues con vuestro mundo lleno de vida y entusiasmo representáis una gran esperanza para la Iglesia de Dios.

"Los jóvenes ejercen —dice el Concilio— una fuerza de extraordinaria importancia en la sociedad actual" (Apostolicam actuositatem AA 12). Sed conscientes de esta gran realidad y, ante todo, dad muestras de plena responsabilidad, de entrega al cumplimiento de vuestros deberes y de entusiasmo generoso en el desempeño de la misión de cada uno.

En este programa de vida os ayude la Virgen María que nos ofrece, en el próximo mes de mayo dedicado a Ella, el ejemplo de sus virtudes. Y a la vez os bendigo de todo corazón.

73 Dedico una palabra especial de saludo y ánimo a todos los enfermos aquí presentes, a cuya meditación quisiera ofrecer al principio del mes de mayo, la imagen de la Virgen al pie de la cruz.

"Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre" (
Jn 19,25). La Virgen ha participado, de modo del todo particular, con su dolor de Madre en la pasión ele Jesús, cooperando íntimamente a la salvación del género humano. Como María, cada uno de nosotros puede y debe unirse a Jesús paciente, a fin de ser parte activa con su dolor en la redención del inundo actuada por El en el misterio pascual.

Con estos deseos os acompañe a vosotros y a cuantos os atienden en vuestra oblación diaria, mi bendición confortadora que adquiere más valor por la ayuda de María.

Es siempre grata la presencia del grupo de recién casados. También a vosotros invito a mirar a María en su vida de Nazaret e imitarla a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II: "...hechos a imagen de Dios vivo, estén unidos con un mismo cariño, idéntico modo de pensar e igual santidad" (cf. Gaudium et spes GS 52). En la pobre casa de Nazaret, María se entregó plenamente a Jesús junto con José. Esta es vuestra vocación de esposos cristianos: santificaras amándoos recíprocamente en el amor de Cristo.

Para que podáis cumplir esta misión cristiana, pido al Señor y a la Virgen María que os sostenga en vuestras responsabilidades y os proteja en las pruebas y peligros. Os doy de corazón la bendición apostólica, que hago extensiva gustosamente a todos vuestros seres queridos.


* * *


(Antes de despedirse de los fieles, Juan Pablo II expresó su alegría por la liberación de los rehenes de Bogotá, pronunciando este breve discurso)

Quiero haceros partícipes también a vosotros; amadísimos hermanos y hermanas aquí presentes, del profundo consuelo que he tenido al recibir la noticia de la liberación de todos los rehenes que estaban detenidos desde hacía dos meses en la Embajada de la República Dominicana en Bogotá. Como sabéis, entre los Representantes diplomáticos de varios países, se encontraba también el Nuncio Apostólico, mons. Angelo Acerbi. Representante de la Santa Sede en Colombia; llegó ayer a Roma y he tenido la alegría de abrazarlo de nuevo.

Juntos demos gracias al Señor por este final que tanto se deseaba y era esperado por todos desde hacía tanto tiempo; y démosle gracias sobre todo porque se ha verificado sin daños irreparables ni a las personas ni a las naciones en sus recíprocas relaciones de paz. Es un gozo para mi y un gozo pata toda la humanidad, porque es una afirmación de los bienes grandes y verdaderos que deben garantizarse a toda costa.

Este aspecto humano es el que sobre todo merece ponerse en evidencia en una circunstancia tan grávida de consecuencias y que podía terminarse incluso trágicamente, y tan rica en conmovedores detalles humanitarios; y que en cambio ha terminado felizmente.

Los largos sufrimientos de quien ha pasado por una experiencia tan dramática; las privaciones, fáciles de intuir, de los interminables días de encierro; el ansia de las familias tan queridas y de cada Gobierno; todo queda reducido ahora a un mal recuerdo ante la realidad consoladora que ha tenido lugar.

74 Hay de verdad motivos para alegrarse cuando triunfan finalmente la razón, la solidaridad, la voluntad efectiva de paz, el respeto de la dignidad humana y la observancia del derecho de gentes, ratificado por tratados referentes a los representantes de los pueblos, considerados personas sagradas e inviolables.

Al agradecer ardientemente al Señor este final feliz, le pedimos que se llegue a encontrar solución, igualmente positiva siempre, también en otro lugar. Allá vuela mi pensamiento, mi deseo, mi oración.



Mayo de 1980

Miércoles 14 de mayo de 1980

(La audiencia iba a celebrarse en la plaza de San Pedro, pero lo impidió una constante lluvia y los peregrinos tuvieron que acomodarse, parte en la basílica de San Pedro, donde, tras unas breves palabras referentes a su viaje a África pronunció su catequesis, y parte en el Aula Pablo VI)



No puedo comenzar el encuentro de hoy de otro modo sino manifestando mi profunda gratitud a Dios que ha guiado mis pasos por los caminos de África y me ha consentido visitar seis países del continente africano en diez días, concediéndome vivir junto con muchos hermanos y hermanas nuestros en la fe el gozo de la comunión espiritual en la única Iglesia de Cristo, y vivir al mismo tiempo la alegría de su independencia joven y de su soberanía con tantas sociedades nuevas que se están abriendo a la vida.

Por todo ello expreso mi agradecimiento más profundo a Dios y a Cristo Redentor del hombre y del mundo y, a la vez, Señor crucificado y resucitado de la historia de la humanidad. Expreso asimismo vivo reconocimiento a cuantos me han acogido en el continente africano como Pastor y al mismo tiempo como Padre y hermano. Eran éstos obispos, sacerdotes, religiosas y hermanos religiosos; eran laicos, hombres y mujeres, jóvenes y niños. Eran éstos Jefes de Estado y autoridades, y también representantes de las antiguas tradiciones tribales. Eran esposos y familias. Eran católicos y cristianos, e incluso musulmanes y seguidores de religiones africanas tradicionales en las que se halla también un núcleo de la revelación primitiva.

Gracias a esta visita he podido verme, si bien brevemente, con aquellos queridos pueblos, disfrutar de su juventud espiritual, rendir homenaje a sus hermosas tradiciones culturales y, a la vez, a las múltiples realizaciones ya logradas.

Al tema de la peregrinación por tierras africanas deseo volver la semana próxima, y quizá también en otras ocasiones. Lo de hoy es sólo una primera manifestación dictada por la profunda necesidad del corazón y por un hondo sentimiento de gratitud.

El pecado y sus consecuencias

1. Hemos hablado ya de la vergüenza que brota en el corazón del primer hombre, varón y mujer, juntamente con el pecado. La primera frase del relato bíblico, a este respecto, dice así: "Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores" (Gn 3,7). Este pasaje, que habla de la vergüenza recíproca del hombre y de la mujer, como síntoma de la caída (status naturae lapsae), se aprecia en su contexto. La vergüenza en ese momento toca el grado más profundo y parece remover los fundamentos mismos de su existencia. "Oyeron a Yahvé Dios, que se paseaba por el jardín al fresco del día, y se escondieron de Yahvé Dios, el hombre y su mujer, en medio de la arboleda del jardín" (Gn 3,8). La necesidad de esconderse indica que en lo profundo de la vergüenza observada recíprocamente, como fruto inmediato del árbol de la ciencia del bien y del mal, ha madurado un sentido de miedo frente a Dios: miedo antes desconocido. "Llamó Yahvé Dios al hombre, diciendo: ¿Dónde estás? Y éste contestó: Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí" (Gn 3,9-10). Cierto miedo pertenece siempre a la esencia misma de la vergüenza; no obstante, la vergüenza originaria revela de modo particular su carácter: "Temeroso, porque estaba desnudo". Nos damos cuenta de que aquí está en juego algo más profundo que la misma vergüenza corporal, vinculado a una reciente toma de conciencia de la propia desnudez. El hombre trata de cubrir con la vergüenza de la propia desnudez el origen auténtico del miedo, señalando más bien su efecto, para no llamar por su nombre a la causa. Y entonces Dios Yahvé lo hace en su lugar: "¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol de que te prohibí comer?" (Gn 3,11).

75 2. Es desconcertante la precisión de ese diálogo, es desconcertante la precisión de todo el relato. Manifiesta la superficie de las emociones del hombre al vivir los acontecimientos, de manera que descubre al mismo tiempo la profundidad. En todo esto, la "desnudez" no tiene sólo un significado literal, no se refiere solamente al cuerpo, no es origen de una vergüenza que hace referencia sólo al cuerpo. En realidad, a través de la "desnudez", se manifiesta el hombre privado de la participación del don, el hombre alienado de ese amor que había sido la fuente del don originario, fuente de la plenitud del bien destinado a la criatura. Este hombre, según las fórmulas de la enseñanza teológica de la Iglesia[1] , fue privado de los dones sobrenaturales y preternaturales que formaban parte de su "dotación" antes del pecado; además, sufrió un daño en lo que pertenece a la misma naturaleza, a la humanidad en su plenitud originaria "de la imagen de Dios". La triple concupiscencia no corresponde a la plenitud de esa imagen, sino precisamente a los daños, a las deficiencias, a las limitaciones que aparecieron con el pecado. La concupiscencia se explica como carencia, que sin embargo hunde las raíces en la profundidad originaria del espíritu humano. Si queremos estudiar este fenómeno en sus orígenes, esto es, en el umbral de las experiencias del hombre "histórico", debemos tomar en consideración todas las palabras que Dios-Yahvé dirigió a la mujer (Gn 3,16) y al hombre (Gn 3,17-19), y además debemos examinar el estado de la conciencia de ambos; y el texto yahvista nos lo facilita expresamente. Ya antes hemos llamado la atención sobre el carácter específico literario del texto a este respecto.

3. ¿Que estado de conciencia puede manifestarse en las palabras: "Temeroso, porque estaba desnudo, me escondí"? ¿A que verdad interior corresponden? ¿Que significado del cuerpo testimonian? Ciertamente este nuevo estado difiere grandemente del originario. Las palabras de Gén 3, 10 atestiguan directamente un cambio radical del significado de la desnudez originaria. En el estado de inocencia originaria, la desnudez, como hemos observado anteriormente, no expresaba carencia, sino que representaba la plena aceptación del cuerpo en toda su verdad humana y, por tanto, personal. El cuerpo, como expresión de la persona, era el primer signo de la presencia del hombre en el mundo visible. En ese mundo, el hombre estaba en disposición, desde el comienzo, de distinguirse a sí mismo, cómo individuarse -esto es, confirmarse como persona- también a través del propio cuerpo. Efectivamente, él había sido, por así decirlo, marcado como factor visible de la trascendencia, en virtud de la cual el hombre, en cuanto persona, supera al mundo visible de los seres vivientes (animalia). En este sentido, el cuerpo humano era desde el principio un testigo fiel y una verificación sensible de la "soledad" originaria del hombre en el mundo, convirtiéndose, al mismo tiempo, mediante su masculinidad y feminidad, en un límpido componente de la donación recíproca en la comunión de las personas. Así, el cuerpo humano llevaba en sí, en el misterio de la creación, un indudable signo de la "imagen de Dios" y constituía también la fuente específica de la certeza de esa imagen, presente en todo el ser humano. La aceptación originaria del cuerpo era, en cierto sentido, la base de la aceptación de todo el mundo visible. Y, a su vez, era para el hombre garantía de su dominio absoluto sobre el mundo, sobre la tierra, que debería someter (cf. Gn 1,28).

4. Las palabras "temeroso porque estaba desnudo, me escondí" (Gn 3,10) testimonian un cambio radical de esta relación. El hombre pierde, de algún modo, la certeza originaria de la "imagen de Dios", expresada en su cuerpo. Pierde también, en cierto modo, el sentido de su derecho a participar en la percepción del mundo, de la que gozaba en el misterio de la creación. Este derecho encontraba su fundamento en lo íntimo del hombre, en el hecho de que él mismo participaba de la visión divina del mundo y de la propia humanidad; lo que le daba profunda paz y alegría al vivir la verdad y el valor del propio cuerpo, en toda su sencillez, que le había transmitido el Creador: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gn 1,31). Las palabras de Gén 3, 10: "Temeroso porque estaba desnudo, me escondí" confirman el derrumbamiento de la aceptación originaria del cuerpo como signo de la persona en el mundo visible. A la vez, parece vacilar también la aceptación del mundo material en relación con el hombre. Las palabras de Dios-Yahvé anuncian casi la hostilidad del mundo, la resistencia de la naturaleza en relación con el hombre y con sus tareas, anuncian la fatiga que el cuerpo humano debería experimentar después en contacto con la tierra que él sometía: "Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado" (Gn 3,17-19). El final de esta fatiga, de esta lucha del hombre con la tierra, es la muerte: "Polvo eres, y al polvo volverás" (Gn 3,19).

En este contexto o, más bien, en esta perspectiva, las palabras de Adán en Génesis 3, 10: "Temeroso, porque estaba desnudo, me escondí", parecen expresar la conciencia de estar inerme, y el sentido de inseguridad de su estructura somática frente a los procesos de la naturaleza, que actúan con un determinismo inevitable.Quizá, en esta desconcertante enunciación se halla implícita cierta "vergüenza cósmica", en la que se manifiesta el ser creado a "imagen de Dios" y llamado a someter la tierra y a dominarla (cf. Gn 1,28), precisamente mientras, al comienzo de sus experiencias históricas y de manera tan explícita, es sometido por la tierra, particularmente en la "parte" de su constitución trascendente representada precisamente por el cuerpo.

Es preciso interrumpir aquí nuestras reflexiones sobre el significado de la vergüenza originaria, en el libro del Génesis. Las reanudaremos dentro de una semana.

Notas

[1] El Magisterio de la, Iglesia se ha ocupado más de cerca de éstos problemas en tres períodos, de acuerdo con las necesidades de la época.

Las declaraciones de los tiempos de las controversias con los pelagianos (siglos V-VI) afirman que el primer hombre, en virtud de la gracia divina, poseía "naturalem possibilitatem et innocentiam" (DS 239), llamada también "libertad' ("libertas", "libertas arbitrii"), (DS 3711, 242, 383, 622). Permanecía en un estado que el Sínodo de Orange (a. 529) denomina "integritas":

"Natura humana, etiamsi in illa integritate, in qua condita est, permaneret, nullo modo se ipsam, Creatore suo non adiuvante, servaret..." (DS 389).

Los conceptos de "integritas" y, particular, el de "libertas", presupone la libertad de la concupiscencia, aunque los documentos eclesiásticos de esta época no la mencionen de modo explícito.

El primer hombre estaba además libre de la necesidad de muerte (DS 222, 372, 1511).

76 El Concilio de Trento define el estado del primer hombre, antes del pecado, como "santidad y justicia" ("sanctitas et iustitia", DS 1511,232), o también como "inocencia" ("innocentia", DS 1521).

Las declaraciones ulteriores en esta materia defienden la absoluta gratuidad del don originario de la gracia, contra las afirmaciones de los jansenistas. La "integritas primae creationis" era una elevación no merecida de la naturaleza humana ("indebita humanae naturae exaltatio") y no "el estado que le era debido por naturaleza" ("naturalis eius conditio", DS 1926). Por lo tanto, Dios habría podido crear al hombre sin estas gracias y dones (DS 1955), esto es, no habría roto la esencia de la naturaleza humana ni la habría privado de sus privilegios fundamentales (DS 1903-1907, 1909, 1921, 1923, 1924, 1926, 1955, 2434, 2437, 2616, 2617).

En analogía con los Sínodos antipelagianos, el Concilio de Trento trata sobre todo el dogma del pecado original, incluyendo en su enseñanza los enunciados precedentes a este propósito. Pero aquí se introdujo una apreciación, que cambió en parte el contenido comprendido en el concepto de "liberum arbitrium". La "libertad" o "libertad de la voluntad" de los documentos antipelagianos, no significaba la posibilidad de opción, inherente a la naturaleza humana, por lo tanto constante, sino que se refería solamente a la posibilidad de realizar los actos meritorios, la libertad que brota de la gracia y que el hombre puede perder.

Ahora bien, a causa del pecado, Adán perdió lo que no pertenecía a la naturaleza humana entendida en el sentido estricto de la palabra, esto es, "integritas", "sanctitas", "innocentia", "iustitia" El "liberum arbitrium", la libertad de la voluntad, no se quitó, se debilitó: "...liberum arbitrium minime exstinctum... viribus licet attenuatum et inclinatum..." (DS 1521 Trid. sess. VI, Decr. de Iustificatione, c. 1).

Junto con el pecado aparece la concupiscencia y la muerte inevitable:

«...primum hominem.., cum mandatum Dei... fuisset transgressus, statim sanctitatem et iustitiam, in qua costitutus fuerat:, amisisse incurrisseque per offensam praevaricationis huiusmodi iram et indignationem Dei atque ideo mortem... et cum morte captivitatem sub eius potestate, qui "mortis" deinde "habuit imperium"... "totumque Adam per illiam praevaricationis offensam secundum corpus et animam in deterius commutatum fuisse..."» (DS 1511, Trid. sess. V, Decre. de pecc. orig., 1).

(Cf. Mysterium salutis, II, Einsiedeln-Zurich-Colonia, 1967, págs. 827-828: W. Seibel, "Der Mensch als Gottes übernatürliches Ebenbild und der Urstand de Menschen").

Aula Pablo VI


Saludos

Me da alegría particular saludar y presentaros a un huésped mío y hermano muy amado en el Señor, Su Santidad Mar Ignatius Yacoub III, Patriarca sirio-ortodoxo de Antioquía y de todo el Oriente, que está haciendo estos días una visita oficial a la Iglesia de Roma.

La Iglesia siria tiene sus raíces en un país de Oriente Medio donde han ido creciendo distintas tradiciones de oración, espiritualidad y pensamiento teológico que caracterizaron profundamente la vida de la Iglesia de Cristo en los primeros siglos.

77 Nuestras Iglesias tienen en común muchos elementos de fe y vida sacramental y disciplinar, si bien no están en comunión eclesial plena desde hace muchos siglos, por razones doctrinales e históricas complejas. Ahora bien, a partir del Concilio Vaticano II las relaciones entre nuestras Iglesias han mejorado de manera verdaderamente notable. Hace nueve años Su Santidad el Patriarca hizo una visita a mi venerado predecesor el Papa Pablo VI. Desde entonces los contactos se han multiplicado en distintos campos de la investigación teológica y la colaboración pastoral. Presento mis mejores saludos al Patriarca, a los siete venerables obispos, al sacerdote y al representante del laicado sirio que le acompañan.

Nos ayude la Santa Madre de Dios, la Theotókos, y nos ayuden también los antiguos mártires cristianos de Roma y Antioquía, que veneramos juntos, para que con su intercesión, alcancemos la plena comunión eclesial deseada,

El Papa terminó invitando a Su Santidad Mar Ignatius Yacoub III a dirigir unas palabras a la asamblea. Y el Patriarca, hablando en siríaco, dijo:

Queridos amigos: Estamos hoy aquí en Roma, para visitar a Su Santidad, el Papa de la Iglesia de Roma. Es la primera vez que nos encontramos con Su Santidad desde su elección. Nos ha llegado el eco de muchas cosas referentes a Su Santidad, aunque su elección es de fecha más bien reciente. Baste recordar sus visitas a tantos lugares y ver lo que ha llevado a todas partes: la esperanza. Estoy hablándoos en mi lengua, que es la siríaca; es la lengua de nuestro Señor Jesucristo, de su Madre y de sus Apóstoles. Todavía hoy la usamos en nuestra liturgia. Ese idioma se ha hecho sagrado desde que lo habló Nuestro Señor. Como sirios, debemos decir que trabajamos intensamente en el campo ecuménico y esperamos que, dentro de no mucho tiempo, seremos uno, como antes éramos. Y así, siempre, rogamos por la unidad de la Iglesia y por Su Santidad el Obispo de Roma.

(A la Federación Internacional de Ciegos)

Me dirijo ahora, con especial afecto paterno, al grupo de participantes en la asamblea plenaria del comité, para el área europea, de la Federación Internacional de Ciegos, venidos aquí de diversos países para expresar al Papa el homenaje de su devoción.

Os acojo gustosamente, carísimos hermanos y hermanas invidentes, y os agradezco vuestra presencia, que es testimonio de fe cristiana. Conozco bien los nobles sentimientos que os distinguen y la dignidad con que sabéis llevar vuestros sufrimientos. Conozco también la fidelidad cristiana que inspira vuestra vida y vuestras acciones, infundiéndoos paz y serenidad. Que vuestra fortaleza interior sea fuente de luz y de inspiración para cuantos tienen ojos para ver, pero a veces no ven, porque no saben ir más allá de las apariencias materiales. La Iglesia os está muy reconocida por la fuerza y el ejemplo con que sabéis sufrir e irradiar los valores imperecederos del espíritu, que nos ponen en comunión con Dios.

En prenda de mi especial benevolencia, os imparto la propiciadora bendición apostólica, que extiendo a todos los que os acompañan y os asisten.

(A un grupo de personas nacidas
EN 1920)

Una palabra de saludo quiero dirigir también al simpático grupo de personas nacidas en 1920, al que yo también pertenezco. Queridos coetáneos: Os expreso mi más viva complacencia por los sentimientos de afecto y de felicitación al Papa, que os han traído aquí. Queriendo intercambiar ese delicado gesto, deseo que sepáis mantener siempre fe a las promesas de vuestro bautismo, haciendo siempre honor al nombre de cristiano y viviendo en vuestro respectivo ambiente el testimonio del Evangelio y la coherencia con las enseñanzas que os fueron impartidas en la familia y en la Iglesia, ya desde la infancia. Con este fin os bendigo, así como a todos vuestros familiares.

(A dos grupos de peregrinos italianos)

78 Saludo también a dos grupos, a quienes aprecio muy especialmente: son, respectivamente, los peregrinos de la parroquia de Santa María de los Ángeles, en la diócesis de Asís, entre los que hay doscientos niños que han recibido la primera comunión y la confirmación, y los participantes en el congreso de la Asociación nacional de Educadores Beneméritos, que han sido condecorados con la "Medalla de oro de la cultura".

Estoy muy agradecido a los primeros por esta visita, que vuelve a despertar en mi mente los hermosos recuerdos de mi peregrinación a Asís al comienzo de mi pontificado. Y doy gracias, sobre todo, a cuantos en la parroquia se preocupan por la preparación a la primera confesión, primera comunión y confirmación de los queridos niños, que son la alegría y la fuerza de la Iglesia. Doy gracias a los del otro grupo por la dedicación con que se entregan en la escuela a la promoción cultural y espiritual de la juventud.

Mientras exhorto a todos a continuar valiente y sabiamente en ese compromiso de educación cristiana, acompaño tal esfuerzo con mi bendición apostólica, en prenda de la continua asistencia divina.

(En francés)

Entre los grupos de lengua francesa, saludo especialmente a la, peregrinación de la diócesis de Grenoble. Deseo a todas esas personas de la tercera edad que aprovechen bien este período más tranquilo de su vida para descubrir tantas bellezas de la historia y del arte, para reavivar en torno a la tumba de Pedro sus convicciones de fe y su amor por la Iglesia. Que Cristo resucitado les ayude a vivir en paz, alegría y convivencia fraternal. A todos, mi afectuosa bendición apostólica.

(En alemán)

Entre los peregrinos aquí presentes saludo cordialmente a los miembros de la "Fraternidad Popular Mariana" de Tréveris. Vuestra peregrinación anual a la Ciudad Eterna es una expresión elocuente de vuestra fidelidad y de vuestro amor a la Iglesia de Cristo, que en Pedro y en sus Sucesores tiene su fundamento visible de fe y su centro de unidad. Permaneced firmes en esa fe y dad testimonio de ella en vuestras familias y comunidades a través de una vida auténticamente cristiana. Esto es lo que pido para vosotros por intercesión de María, vuestra Patrona y Protectora, con mi bendición apostólica.

Una especial alegría supone igualmente para mí la presencia de numerosos peregrinos del "Movimiento Obrero Católico de Suiza".Para vosotros vale también mi sincero saludo de bienvenida a esta audiencia. Por experiencia propia conozco vuestros deseos, vuestras preocupaciones y vuestras esperanzas en el mundo del trabajo. Como obreros católicos, vosotros estáis llamados a luchar decididamente en pro del respeto y de la promoción de la dignidad humana en el trabajo, en la familia y en la sociedad. Con vuestro proceder consciente y responsable contribuid, por convicción cristiana, a hacer cada vez más justo y humano todo el ordenamiento laboral y social. En vuestra profesión os deseo de todo corazón prosperidad y satisfacción personal. Me uno a vosotros y a vuestro trabajo con mi especial bendición apostólica.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Saludo a los jóvenes aquí presentes y les aseguro que les estimo muy sinceramente. Quiero deciros una sola cosa: sed siempre dignos de las expectativas y esperanza que la sociedad y la Iglesia ponen en vosotros. Empeñaos generosamente en no decepcionar jamás a lo que el porvenir del mundo, por lo que a vosotros corresponde, espera de vuestra aportación de inteligencia y amor. Estos propósitos vuestros y los esfuerzos que hagáis en tal sentido, los bendigo con todo el corazón.

A los enfermos, y en particular a los que vienen del Cottolengo de Turín, mi saludo cordial y una palabra especial de confianza y aliento. De confianza, porque la Iglesia espera mucho del valor precioso de vuestro sufrimiento que en las manos del Señor puede llegar a ser muy fecundo para bien de todos. De aliento, porque os aseguro que os amo y oro por vosotros para que podáis llevar con alegría vuestra cruz, con la ayuda de la gracia de Dios que pido abundante y consoladora para todos vosotros.

79 Dirijo un saludo especial también a los recién casados que están con nosotros. Os auguro algo muy sencillo pero sentido de verdad: que vuestra vida juntos sea siempre humanamente feliz y cristianamente luminosa. Es decir, sed un solo corazón y una sola alma de verdad, no solamente por vuestro amor recíproco, sino también al afrontar unidos las varias dificultades de la vida y, sobre todo, al dar testimonio del Señor, de cuyo amor total a la Iglesia sois imagen viva. Y os acompañe siempre mi bendición, que extiendo de corazón también a vuestras futuras familias.




Audiencias 1980 67