Audiencias 1980 79

Plaza de San Pedro,

Miércoles 21 de mayo de 1980



1. Hoy deseo hablar de África, de mi peregrinación de diez días a ese continente. Lo hago, ante todo, para responder a una necesidad del corazón, y también —al menos como esbozo provisional— a las exigencias de un primer balance. Efectivamente, seria difícil pensar en un saldo total de la deuda, que mediante esta visita he contraído con tantos hombres, como con las sociedades e Iglesias africanas. Sería mucho más difícil "narrar" en un discurso, relativamente breve, este acontecimiento o, mejor, toda la serie de los acontecimientos que han tenido lugar, tan elocuentes y llenos de múltiples contenidos. Es un tema sobre el que se debe volver más veces y que ha de fructificar todavía a la larga.

Desde los primeros días de mi servicio pastoral en la Sede romana de San Pedro, sentí una profunda necesidad de acercarme al continente negro. Y por esto acepté con alegría, primero, la invitación del Episcopado del Zaire, invitación vinculada con el primer centenario de la evangelización en ese gran país. Luego, llegó otra invitación parecida del Episcopado de Ghana, donde, igualmente, el comienzo de la misión evangelizadora de la Iglesia se remonta al año 1880.

Sin embargo, junto con estas invitaciones, justificadas por un aniversario particular, aparecieron pronto otras de diversos países de África. Provenían de varios Episcopados y también de los representantes de las autoridades civiles. Han sido tan numerosas las invitaciones, que no hubo modo de aceptarlas todas durante este primer viaje. A pesar de que el itinerario de diez días haya abarcado, además del Zaire y Ghana también el Congo-Brazzaville, Kenia, Alto Volta y Costa de Marfil, ésta es solamente una parte de la tarea que he de desarrollar y que, con la ayuda de Dios, deseo realizar. Más aún, lo considero mi deber pastoral

2. Se puede mirar de diversos modos los acontecimientos citados, así como se puede valorar diversamente todo este modo de ejercitar el servicio pastoral del Obispo de Roma en la Iglesia universal. Sin embargo, está el hecho de que ya Juan XXIII preveía estas posibilidades, y Pablo VI las realizó en amplio radio. Esto está ciertamente vinculado también al desarrollo de los modernos medios de comunicación, pero sobre todo está vinculado a la nueva conciencia misionera de la Iglesia. Debernos esta conciencia al Concilio Vaticano II, que ha mostrado, hasta las raíces más profundas, el significado teológico de la verdad, según la cual la Iglesia se encuentra continuamente en estado de misión (in statu missionis). Y no puede ser de otra manera, dado que permanece en ella constantemente la misión, es decir, el mandato apostólico de Cristo, Hijo de Dios, y la misión invisible del Espíritu Santo, que el Padre da a la Iglesia y, mediante la Iglesia, a los hombres y a los pueblos por obra de Cristo crucificado y resucitado.

Se puede decir, pues, que después del Vaticano II no es posible realizar servicio alguno en la Iglesia, sino con el sentido de la conciencia misionera así formada. Esta se ha convertido, de cierta manera, en una dimensión fundamental de la fe viva de cada cristiano, en un modo de vivir de cada parroquia, de cada congregación religiosa y de las distintas comunidades. Se ha convertido en una característica esencial de cada Iglesia "particular", esto es, de cada diócesis. Por lo tanto, se ha convertido también en un modo propio y adecuado de realizar la misión pastoral del Obispo de Roma. Parece que después del Concilio Vaticano II, el Papa no puede realizar su servicio de otro modo, sino saliendo hacia los hombres, por lo tanto, hacia los pueblos y las naciones, de acuerdo con el espíritu de las palabras tan claras de Cristo, que manda a los Apóstoles ir a todo el mundo y enseñar "a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,18),

3. La doctrina del Concilio Vaticano II ha constituido la preparación más adecuada para la peregrinación del Papa a África, como un "manual" indispensable. Y, al mismo tiempo, se puede decir que este mismo viaje o peregrinación no es más que la realización, esto es, la introducción, en la vida concreta, de la doctrina del Vaticano II. Quizá esto pueda sorprender a alguno, pero precisamente es así. En efecto, la doctrina del Concilio no es sólo una colección de conceptos abstractos y de fórmulas sobre el tema de la Iglesia, sino que es una enseñanza profunda y global sobre la vida de la Iglesia. Esta vida de la Iglesia es una misión en la que, a través de la historia de cada uno de los hombres y, al mismo tiempo, a través de la historia de las naciones y de las generaciones se desarrolla y realiza el misterio eterno del amor de Dios revelado en Cristo. El continente africano es un terreno inmenso en el que este proceso dinámico se realiza muy expresivamente. El alma de África merece que se diga de ella lo que, en otro tiempo, dijo Tertuliano, africano él mismo, es decir, que es ''naturaliter christiana". En todo caso, es un alma profundamente religiosa en los estratos, cada vez más amplios, de su religiosidad tradicional, sensible a la dimensión sagrada de todo el ser, convencida de la existencia de Dios y de su influencia en la creación, abierta a lo que está más allá de lo terreno y más allá de la tumba.

Y aunque sólo una parte de los habitantes del continente negro (de los que el 13 por ciento son católicos) haya aceptado el Evangelio, sin embargo, es grande la disponibilidad a su aceptación; también es significativo el entusiasmo de la fe y la vitalidad de la Iglesia. Se puede decir que todo esto —tanto la misión interna de la Iglesia, como el ecumenismo, como también por otra parte el influjo del islamismo y el radio cada vez más amplio y quizá predominante de la religión tradicional, o animismo—, sólo se comprende de manera justa con la ayuda de la enseñanza que el Concilio ha dado en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, "Lumen gentium", y especialmente en el capítulo sobre el Pueblo de Dios. En ella cada uno de los miembros de este Pueblo ha sido definido en relación a la eterna voluntad salvífica de Dios, Creador y Padre, y a la realidad de la redención y de la mediación de Cristo, que no excluyen a nadie, como también, finalmente en relación a la acción misteriosa del Espíritu Santo, que penetra los corazones humanos y las conciencias.

4. Teniendo ante los ojos esta imagen rica y diferenciada que ha delineado el Concilio, nos movemos entre los hombres y los pueblos de África no sólo con la conciencia viva de la misión, sino también con la esperanza particular de la salvación que —si se realiza también fuera de la Iglesia visible—, sin embargo, se realiza mediante Cristo que actúa en la Iglesia. Y quizá con esto se explica también esa relación única establecida con un peregrino, que no representaba a ninguna potencia temporal, sino que iba exclusivamente, en el nombre de Cristo, para dar testimonio de su infinito amor hacia los hombres, hacia cada uno de los hombres y hacia todos, incluso hacia los que todavía no le conocen y no han aceptado aún plenamente su Evangelio, junto con el ministerio sacramental de la Iglesia.

80 Al mismo tiempo este encuentro grande y a la vez tan diferenciado testimonia lo enorme que es siempre la tarea misionera de la Iglesia en este continente tan prometedor. Y a pesar de que en cada uno de los países la mayor parte de los Episcopados esté constituida ya por obispos negros, sin embargo no sólo una gran parte del clero y del personal comprometido en la evangelización lo forman todavía misioneros y misioneras, sino que además sus peticiones continúan siendo numerosas, más aún, son quizá más numerosas que nunca. Los Pastores más celosos —hijos del continente negro— hablan de ello frecuentemente, añadiendo que ha llegado una hora especial de África en la historia de la evangelización, y que verdaderamente "la mies es mucha" (Mt 9,37). Por lo tanto, ¡cuán dignos de admiración son, por ejemplo, esos obispos blancos que, después de haber cedido el puesto a sus sucesores africanos, continúan trabajando como misioneros en la pastoral ordinaria cotidiana de esas Iglesias! ¡Cómo debe arrastrar su ejemplo a otros!

5. En este marco sintético, debo aún la última palabra a las jóvenes sociedades africanas, independientes desde hace poco, a los nuevos Estados soberanos de ese continente. La Iglesia, guiada por motivos de naturaleza no política, sino ante todo ética, les atribuye gran importancia, como lo testimonia, por ejemplo, la Constitución "Gaudium et spes". Por todas partes, pues, he tratado de manifestar la alegría proveniente del hecho de que, gracias a la soberanía de las sociedades africanas, se actúan los derechos naturales de la nación que, viviendo y desarrollándose autónomamente realiza su dignidad innata, la propia cultura, y puede servir más plenamente a las otras sociedades, mediante los frutos de su actividad madura. La Iglesia, que en los diversos continentes trata, por su parte, de ayudar al desarrollo de las naciones y de las sociedades, se alegra de lo que en este campo ha podido hacer ya en el continente africano y desea servir también en el futuro a las jóvenes naciones del continente negro con toda entrega y amor.

Pienso que mi primera peregrinación a los países africanos ha dado la debida e indispensable expresión a esta realidad, Y, por esto, renuevo una vez más mi gratitud a Dios mismo, que ha dirigido mis pasos en esos países, y también a todos los hombres que, de diversos modos, me han ayudado a desarrollar esta tarea,

Dios bendiga a África: a todos sus hijos y sus hijas.

Saludos

(En francés)

Entre los grupos de peregrinos me complazco en saludar a los de la región Provenza-Mediterráneo con sus Pastores. La fiesta cercana de Pentecostés nos llevará a contemplar la aurora de la Iglesia. Queridos hermanos y hermanas: Aquí cobráis mayor conciencia de la universalidad de la Iglesia, en unión con sus hijos venidos de todo el universo. Sed vosotros mismos miembros activos de vuestra Iglesia; que el Espíritu Santo os establezca en la paz y gozo cristianos, y os conceda dar testimonio del amor de Jesucristo en vuestras familias, en vuestros ambientes y en vuestras ciudades. Con mi bendición apostólica.

(En alemán)

En la audiencia de hoy dirijo un especial saludo de bienvenida a la peregrinación del "Periódico eclesiástico para la archidiócesis de Colonia". Que mi bendición os acompañe a vosotros y a toda la diócesis en este aniversario de vuestra magnífica iglesia episcopal, la catedral de Colonia. Que este sagrado templo de Dios, en su extraordinaria monumentalidad artística, sea expresión y testimonio visible de una vida religiosa y eclesialmente activa, de una vida consagrada a la alabanza a Dios y a la construcción de su Reino en este mundo. Que cada vez seáis más conscientes de vuestra dignidad y de vuestra misión como cristianos y que siempre permanezcáis firmes en vuestra fe y en vuestro amor a Cristo y a su Iglesia. En vuestra peregrinación a la Ciudad Eterna sea esto lo que os conceda el Dios de toda gracia a través de mi bendición apostólica.

(En holandés)

Con una gran alegría saludo igualmente a dos corales de Holanda aquí presentes: "De Haagse Zangers", de La Haya, y el "Rotte's Mannenkoor", de Rotterdam.

81 A todos y a cada uno agradezco vuestra presencia y vuestro hermoso canto. Que la alegría que transmitís a los demás con vuestras canciones quede reflejada también en vuestra propia vida y os estimule a vosotros mismos en vuestro progreso espiritual.

Este es hoy mi sincero deseo en mi bendición y oración por vosotros.

(A visitantes japoneses)

Saludo en particular al grupo de visitantes budistas de Japón. Os doy una bienvenida calurosa. Os deseo bendiciones de paz. Paz interior que descansa en la aceptación de la verdad sobre nosotros mismos y sobre el objeto de nuestra existencia. Paz con los demás que descansa en el respeto de la dignidad de cada ser humano. Que Dios os muestre su favor.

(En español)

Saludo ahora con afecto a los grupos de Amas de casa y del Banco Guipuzcoano, procedentes de Logroño, que están presentes en esta Audiencia.

Que este encuentro deje en vuestro ánimo, queridos hermanos y hermanas, un renovado propósito de fidelidad a vuestro compromiso cristiano y de difundir los valores del espíritu en vuestro respectivo ambiente familiar y social.

Asegurándoos un recuerdo en mi oración, bendigo cordialmente a vosotros y a todos vuestros seres queridos.

(Al buque-escuela "Custódio de Mello" de Brasil)

Quiero saludar en particular a los oficiales y marinos del buque-escuela "Custódio de Mello" de Brasil, aquí presentes.

¡Bienvenidos! Me es muy grata vuestra visita, homenaje a la Sede Apostólica y gesto deferente para con el Sucesor de San Pedro.

82 De corazón os deseo que, como hombres de una escuela de valor, abnegación y espíritu de servicio, seáis mensajeros de fraternidad en vuestros derroteros por el mundo; como marinos en contacto con las grandezas y maravillas de la creación, glorifiquéis siempre al Creador respetando la naturaleza, a vosotros mismos y a vuestros semejantes; y como amados de Dios, os conceda El vivir con amor a fin de contribuir al bien y la paz de todos los hombres; y que El os bendiga siempre, así como a vuestros seres queridos.

(En italiano)

Están presentes en la audiencia los representantes de dos parroquias de Roma dedicadas, respectivamente, a San Juan Bautista de Rossi y a Jesús Divino Maestro. Deseo dirigirles un saludo particularmente cordial pues pertenecen a la diócesis del Papa, a mi diócesis.

A vosotros, feligreses de la parroquia de San Juan Bautista de Rossi, que celebráis los cuarenta años de fundación, os recomiendo de corazón que conozcáis y meditéis la vida del Santo cuyo nombre lleva: San Juan Bautista de Rossi (1698- 1764), que gastó su vida por el bien de Roma entre sufrimientos y dificultades, apóstol del confesonario y de la formación de los sacerdotes. Os enseñe él a estar unidos siempre en la hermandad de la comunidad parroquial con creciente afán de fervor y eficacia de vida cristiana.

A vosotros, muchachos y jóvenes de la "parroquia de Jesús Divino Maestro", que habéis seguido el curso bienal de preparación a los Sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Confirmación, os expreso ante todo mi complacencia por la buena voluntad de que habéis dado muestras con la diligencia e interés prestados en la preparación a acontecimientos tan importantes de vuestra vida; y después os recomiendo que perseveréis en la escucha y seguimiento del Divino Maestro Jesús con convencimiento y coherencia, participando activamente en las varias actividades formativas y culturales de vuestra parroquia, a fin de que vuestro cristianismo vaya creciendo y madurando



También hoy están presentes varios grupos de mis coetáneos que han querido venir a felicitarme personalmente. Agradezco de corazón esta muestra de afecto, y correspondo augurando a cada uno todo lo hermoso y bueno que desee. Entre otros, doy las gracias al grupo de los de 60 años de Borgomanero, diócesis de Novara, y les ruego lleven mi saludo a la "Virgencita" que está en su plaza.



(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Extiendo mi saludo cordial a todos los muchachos y jóvenes aquí reunidos con el fin de manifestar al Papa sus sentimientos de fe viva y devoción afectuosa.

Queridísimos: Al daros mi bienvenida cordial, me complazco en recordaros la inminencia de la solemnidad de Pentecostés que constituye un acontecimiento de importancia capital para la Iglesia, por ser nada menos que su presentación al mundo, el nacimiento oficial con el bautismo en el Espíritu. La venida del Espíritu Santo, cumplimiento de la Pascua, sobre los discípulos de Jesús resucitado de ayer, de hoy y de todos los tiempos, es principio de vida nueva, de una vida de verdad, gracia y amor para su corazón y su actividad. Por tanto, toda la vida del cristiano está bajo el signo e influjo del Espíritu Santo recibido en el bautismo y en la confirmación, que son nuestro "Pentecostés". Pensando en especial en cuantos han recibido estos días la primera comunión y el sacramento de la confirmación, os bendigo cordialmente..

Al saludar afectuosamente a todos los enfermos aquí presentes, quiero recordaros también a vosotros la festividad de Pentecostés que nos disponemos a celebrar con fe viva y profundo gozo del corazón.

Siguiendo las enseñanzas del Apóstol de las Gentes sabemos que toda la creación gime y sufre hasta el día de hoy; y también nosotros gemimos y lloramos cuando nos envuelven miserias y dolores de todo género; pero el Señor nos conforta y nos exhorta a esperar siempre. Queridísimos: Sabed que el Espíritu Santo se ha infundido en vuestros corazones por el bautismo y la confirmación. Pues que El siga iluminando vuestras mentes para que comprendáis vuestra vocación y el valor de vuestro sufrimiento santificado; siga El dándoos ánimo y fortaleza para que podáis superar con dignidad y mérito toda prueba dolorosa; siga siendo El, en fin, para vosotros: "Consolador perfecto, dulce huésped del alma, descanso dulcísimo" (de la Liturgia).

83 Os bendigo a todos y a las personas que os atienden con tanto amor.

Ahora deseo reservar una palabra de saludo especial a los recién casados presentes en esta audiencia general.

Queridísimos: Junto con un gracias cordial por vuestro testimonio de afecto filial, os expreso un augurio alentador que os acompañe todo el viaje de vuestra vida conyugal.

Que el Espíritu Santo ilumine con su luz vuestras mentes y sostenga con su gracia divina vuestras voluntades.

Con la bendición apostólica propiciadora.



Miércoles 28 de mayo de 1980

El "hombre de la conciencia originaria" y el "hombre de la concupiscencia"

1. Estamos leyendo de nuevo los primeros capítulos del libro del Génesis, para comprender cómo con el pecado original el "hombre de la concupiscencia" ocupó el lugar del "hombre de la inocencia" originaria. Las palabras del Génesis 3, 10: "temeroso porque estaba desnudo, me escondí", que hemos considerado hace dos semanas, demuestran la primera experiencia de vergüenza del hombre en relación con su Creador: una vergüenza que también podría ser llamada "cósmica".

Sin embargo, esta "vergüenza cósmica" —si es posible descubrir por ella los rasgos de la situación total del hombre después del pecado original— en el texto bíblico da lugar a otra forma de vergüenza. Es la vergüenza que se produce en la humanidad misma, esto es, causada por el desorden íntimo en aquello por lo que el hombre, en el misterio de la creación, era la "imagen de Dios", tanto en su "yo" personal, como en la relación interpersonal, a través de la primordial comunión de las personas, constituida a la vez por el hombre y por la mujer. Esta vergüenza, cuya causa se encuentra en la humanidad misma, es inmanente y al mismo tiempo relativa: se manifiesta en la dimensión de la interioridad humana y a la vez se refiere al "otro". Esta es la vergüenza de la mujer "con relación" al hombre, y también del hombre "con relación" a la mujer: vergüenza recíproca, que les obliga a cubrir su propia desnudez, a ocultar sus propios cuerpos, a apartar de la vista del hombre lo que constituye el signo visible de la feminidad, y de la vista de la mujer lo que constituye el signo visible de la masculinidad. En esta dirección se orientó la vergüenza de ambos después del pecado original, cuando se dieron cuenta de que "estaban desnudos", como atestigua el Génesis 3, 7. El texto yahvista parece indicar explícitamente el carácter "sexual" de esta vergüenza: "Cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores". Sin embargo, podemos preguntarnos si el aspecto "sexual" tiene sólo un carácter "relativo"; en otras palabras: si se trata de vergüenza de la propia sexualidad sólo con relación a la persona del otro sexo.

2. Aunque a la luz de esa única frase determinante del Génesis 3, 7, la respuesta a la pregunta parece mantener sobre todo el carácter relativo de la vergüenza originaria, no obstante, la reflexión sobre todo el contexto inmediato permite descubrir su fondo más inmanente. Esa vergüenza, que sin duda se manifiesta en el orden "sexual", revela una dificultad específica para hacer notar lo esencial humano del propio cuerpo: dificultad que el hombre no había experimentado en el estado de inocencia originaria. Efectivamente, así se pueden entender las palabras: "Temeroso porque estaba desnudo", que ponen en evidencia las consecuencias del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal en lo íntimo del hombre. A través de estas palabras, se descubre una cierta fractura constitutiva en el interior de la persona humana, como una ruptura de la originaria unidad espiritual y somática del hombre. Este se da cuenta por vez primera que su cuerpo ha dejado de sacar la fuerza del Espíritu, que lo elevaba al nivel de la imagen de Dios. Su vergüenza originaria lleva consigo los signos de una específica humillación interpuesta por el cuerpo. En ella se esconde el germen de esa contradicción, que acompañará al hombre "histórico" en todo su camino terreno, como escribe San Pablo: "Porque me deleito en la ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente" (Rm 7,22-23).

84 3. Así, pues, esa vergüenza es inmanente. Contiene tal agudeza cognoscitiva que crea una inquietud de fondo en toda la existencia humana, no sólo frente a la perspectiva de la muerte, sino también frente a esa de la que depende el valor y la dignidad mismos de la persona en su significado ético. En este sentido la vergüenza originaria del cuerpo ("estaba desnudo") es ya miedo ("temeroso") y anuncia la inquietud de la conciencia vinculada con la concupiscencia. El cuerpo que no se somete al espíritu como en el estado de inocencia originaria, lleva consigo un constante foco de resistencia al espíritu, y amenaza de algún modo la unidad del hombre-persona, esto es, de la naturaleza moral, que hunde sólidamente las raíces en la misma constitución de la persona. La concupiscencia, y en particular la concupiscencia del cuerpo, es una amenaza específica a la estructura de la autoposesión y del autodominio, a través de los que se forma la persona humana. Y constituye también para ella un desafío específico. En todo caso, el hombre de la concupiscencia no domina el propio cuerpo del mismo modo, con igual sencillez y "naturalidad", como lo hacía el hombre de la inocencia originaria. La estructura de la autoposesión, esencial para la persona, está alterada en él, de cierto modo, en los mismos fundamentos; se identifica de nuevo con ella en cuanto está continuamente dispuesto a conquistarla.

4. Con este desequilibrio interior está vinculada la vergüenza inmanente. Y ella tiene un carácter "sexual", porque precisamente la esfera de la sexualidad humana parece poner en evidencia particular ese desequilibrio, que brota de la concupiscencia y especialmente de la "concupiscencia del cuerpo". Desde este punto de vista, ese primer impulso, del que habla el Génesis 3, 7 ("viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores"), es muy elocuente; es como si el "hombre de la concupiscencia" (hombre y mujer, "en el acto del conocimiento del bien y del mal") experimentase haber cesado sencillamente, de estar también, a través del propio cuerpo y sexo, por encima del mundo de los seres vivientes o "animalia". Es como si experimentase una específica fractura de la integridad personal del propio cuerpo, especialmente en lo que determina su sexualidad y que está directamente unido con la llamada a esa unidad, en la que el hombre y la mujer "serán una sola carne" (
Gn 2,24). Por esto, ese pudor inmanente y al mismo tiempo sexual es siempre, al menos indirectamente, relativo. Es el pudor de la propia sexualidad "en relación" con el otro ser humano. De este modo el pudor se manifiesta en el relato del Génesis 3, por el que somos, en cierto modo, testigos del nacimiento de la concupiscencia humana. Está suficientemente clara, pues, la motivación para remontarnos de las palabras de Cristo sobre el hombre (varón), que "mira a una mujer deseándola" (Mt 5,27-28), a ese primer momento en el que el pudor se desarrolla mediante la concupiscencia y la concupiscencia mediante el pudor. Así entendemos mejor por qué y en qué sentido Cristo habla del deseo como "adulterio" cometido en el corazón; por qué se dirige al "corazón" humano.

5. El corazón humano guarda en sí, al mismo tiempo, el deseo y el pudor. El nacimiento del pudor nos orienta hacia ese momento, en el que el hombre interior, "el corazón", cerrándose a lo que "viene del Padre" se abre a lo que "procede del mundo". El nacimiento del pudor en el corazón humano va junto con el comienzo de la concupiscencia —de la triple concupiscencia según la teología de Juan (cf. 1Jn 2,16)—, y en particular de la concupiscencia del cuerpo. El hombre tiene pudor del cuerpo a causa de la concupiscencia. Más aún, tiene pudor no tanto del cuerpo cuanto precisamente de la concupiscencia: tiene pudor del cuerpo a causa de la concupiscencia. Tiene pudor del cuerpo a causa de ese estado de su espíritu, al que la teología y la psicología dan la misma denominación sinónima: deseo o concupiscencia, aunque con significado no igual del todo. El significado bíblico y teológico del deseo y de la concupiscencia difiere del que se usa en la psicología. Para esta última, el deseo proviene de la falta o de la necesidad, que debe satisfacer el valor deseado. La concupiscencia bíblica, como deducimos de 1 Jn 2, 16, indica el estado del espíritu humano alejado de la sencillez originaria y de la plenitud de los valores, que el hombre y el mundo poseen "en las dimensiones de Dios". Precisamente esta sencillez y plenitud del valor del cuerpo humano en la primera experiencia de su masculinidad-feminidad, de la que habla el Génesis 2, 23-25, ha sufrido sucesivamente, "en las dimensiones del mundo", una transformación radical. Y entonces, juntamente con la concupiscencia del cuerpo, nació el pudor.

6. El pudor tiene un doble significado: indica la amenaza del valor y al mismo tiempo protege interiormente este valor [1]. El hecho de que el corazón humano, desde el momento en que nació allí la concupiscencia del cuerpo, guarde en sí también la vergüenza, indica que se puede y se debe apelar a él cuando se trata de garantizar esos valores, a los que la concupiscencia quita su originaria y plena dimensión. Si recordamos esto, estamos en disposición de comprender mejor por qué Cristo, al hablar de la concupiscencia, apela al "corazón" humano.

[1] Cf. Karol Wojtyla, Amor y responsabilidad, cap. 2. "Metafísica del pudor".



Saludos
Llamamiento al sentido de humanidad de los secuestradores


Siento el deber de hacerme intérprete una vez más de los sentimientos de ansiedad y temor de algunas familias que están viviendo días de angustia agotadora por el secuestro de un ser querido. Va mi pensamiento al niño Giovanni Furci, a los jóvenes Francesco Coppola, Enrico Zappino y Leonardo Rossi; a los señores Antonio Rullo y Giuseppe Gulli, y a cuantos están secuestrados.

Al dirigir públicamente un llamamiento al sentido de humanidad que no puede haberse extinguido en el alma de los secuestradores, os invito a todos a uniros a mí en la oración para obtener que el Señor toque su corazón y los induzca a poner fin a estas situaciones insostenibles, concediendo a sus víctimas volver a abrazar cuanto antes a sus familiares tan duramente probados por un período ya largo de separación forzada.

(A los peregrinos alemanes)

Un especial saludo de bienvenida dirijo ahora a los peregrinos procedentes de Baviera, cuyo viaje a Roma en la semana de Pentecostés está motivado por el deseo de celebrar aquí el aniversario de San Benito. Saludo igualmente a los peregrinos de la archidiócesis de Bamberg, a quienes pido que, en una visita a la catedral de Sutri, no dejen de venerar la memoria de su antiguo obispo Suidgerus, elegido Papa en el año 1046 con el nombre de Clemente II. Es bueno y justo que nosotros conservemos siempre actual la vida y el testimonio de fe de nuestros antepasados, especialmente de nuestros santos, intentando orientarnos con su ejemplo. Como a ellos los llamó un día Cristo, así también nos llama hoy a nosotros en su seguimiento. Que sepamos responder a su llamada con aquella disponibilidad magnánima y aquella fidelidad con que lo hicieron ya tantos hermanos y hermanas nuestros en la fe. Esta es la gracia que de todo corazón pido para vosotros con mi bendición apostólica.

85 Saludo también muy cordialmente a los numerosos peregrinos, señoras y señores, lectores del periódico eclesiástico de arzobispado de Paderborn, periódico que lleva por título "La catedral".El templo visible, la iglesia-catedral, en la que el nombre de vuestro periódico os hace pensar continuamente, es un signo sensible de la presencia invisible de Dio en medio de su pueblo. Pero este signo debe recordaros a la vez que vosotros mismos, como cristianos, estáis llamado a ser templos vivos del Espíritu Santo. Sed conscientes siempre de esta llamada y de esta dignidad, y procurad responder a ella cada vez mejor con una auténtica vida de fe. Para esto os imparto ahora en el amor de Cristo la bendición apostólica.

(A dos grupos de religiosos)

Es un placer tener aquí a dos grupos de hermanos religiosos: los Hermano Cristianos que están terminando el terceronado en Roma, y los Hermanos d San Gabriel de Asia. Oro para que vuestra estancia en Roma os refuerce la estima de vuestra vocación especial. La Iglesia concede gran importancia no sólo a la ayuda que le prestáis especialmente en el campo de la educación, sino también a vuestro llamamiento en sí, pues sin la dimensión que dan los hermanos religiosos, al testimonio de la Iglesia le faltaría algo de su esplendor. Dios os bendiga y os dé fuerza en vuestro trabajo y vocación.

(A varios grupos italianos)

Saludo ahora al grupo de peregrinos de la parroquia de Santa María in Trastevere, que han venido a devolverme la visita que hice a su comunidad hace poco tiempo. Al agradeceros, hijos queridísimos, este amable gesto, os exhorto a perseverar en el compromiso de adhesión fiel a Cristo y de devoción filial a María Santísima, emulando las generosas tradiciones cristianas que os legaron vuestros antepasados. A todos vosotros y a vuestras familias, mi paterna bendición apostólica.

Está presente en esta audiencia un grupo de marinos y obreros del puerto de Marghera, que han querido recordar el XXV aniversario de la institución de la benemérita Obra de Santa María del Puerto, con una peregrinación. a Roma, acompañados de su patriarca, el cardenal Marco Cé. Queridísimos hijos: Recibid mi saludo agradecido y gozoso, a la vez que pido al Señor bendiga vuestro trabajo y vuestra dedicación generosa, y os colme a vosotros y a vuestras familias de los consuelos de que es prenda mi bendición apostólica.

Y ahora un recuerdo igualmente afectuoso a los numerosos peregrinos de las diócesis de Macerata, Tolentino, Cingoli, Treia y Recanati que representan, en su mayoría, el mundo del trabajo y de la empresa. Gracias porque habéis querido encontraros con el Padre común. Me gusta participar en vuestra fatiga con el deseo ferviente de que sea para vosotros no sólo fuente de sustento material, sino también motivo de elevación personal, enriqueciendo y estimulando vuestras capacidades de entendimiento y de corazón para el bien común, así como para la serenidad de vuestras personas y familias; a todos imparto mi bendición apostólica, propiciatoria de los dones del Divino Espíritu.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

A los jóvenes presentes en esta audiencia vaya como de costumbre mi saludo cordial y afectuoso.

Pentecostés nos sugiere que dirijamos nuestra oración al Espíritu Santo. Es El quien ilumina nuestra mente para comprender que Jesucristo es la esperanza cierta del hombre, sin la que éste vive en la soledad y en la tristeza.

Queridos jóvenes: Que el Espíritu de Dios llene también vuestros corazones de su alegría y renueve vuestras voluntades, haciéndolas dóciles a sus inspiraciones.

86 Un abrazo particular a vosotros, queridos hermanos enfermos. Por vuestra misma condición representáis la debilidad humana y al mismo tiempo el poder y la misericordia de Dios.

Os estoy cercano con el afecto y más aún con la oración; pero a mi vez recomiendo las necesidades de toda la Iglesia a vuestras oraciones, tan poderosas ante Dios, que "eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes" (
1Co 1,27).

Os ayude a ello mi confortadora bendición apostólica.

A las numerosas parejas de recién casados que participan en esta audiencia, dirijo mi saludo y enhorabuena cordial.

El amor que os une —y que ha sido santificado y corroborado en el sacramento del matrimonio— mantenga intacta la lozanía jubilosa de estos días, en la convicción de que todo cristiano es portador de una esperanza cierta de vida, esperanza de que debe dar razón siempre (cf. 1P 3,15).

Os bendiga Dios, queridos recién casados, y os ayude la Virgen Santísima.




Audiencias 1980 79