Audiencias 1980 86

Junio de 1980

Miércoles 4 de junio de 1980

Relación entre la concupiscencia y la comunión de las personas

1. Al hablar del nacimiento de la concupiscencia en el hombre, según el libro del Génesis, hemos analizado el significado originario de la vergüenza, que aparece con el primer pecado. El análisis de la vergüenza, a la luz del relato bíblico, nos permite comprender todavía más a fondo el significado que tiene para el conjunto de las relaciones interpersonales hombre-mujer. El capítulo tercero del Génesis demuestra sin duda alguna que esa vergüenza aparece en la relación recíproca del hombre con la mujer y que esta relación, a causa de la vergüenza misma, sufrió una transformación radical. Y puesto que ella nació en sus corazones juntamente con la concupiscencia del cuerpo, el análisis de la vergüenza originaria nos permite, al mismo tiempo, examinar en qué relación permanece esta concupiscencia respecto a la comunión de las personas, que, desde el principio, se concedió y asignó como incumbencia al hombre y a la mujer por el hecho de haber sido creados "a imagen de Dios". Por lo tanto, la ulterior etapa del estudio sobre la concupiscencia, que "al principio" se había manifestado a través de la vergüenza del hombre y de la mujer, según el Génesis 3, es el análisis de la insaciabilidad de la unión, esto es, de la comunión de las personas, que debía expresarse también por sus cuerpos, según la propia masculinidad y feminidad específica.

87 2. Así, pues, sobre todo esta vergüenza que, según la narración bíblica, induce al hombre y a la mujer a ocultar recíprocamente los propios cuerpos y en especial su diferenciación sexual, confirma que se rompió esa capacidad originaria de comunicarse recíprocamente a sí mismos de que habla el Génesis 2, 25. El cambio radical del significado de la desnudez originaria nos permite suponer transformaciones negativas de toda la relación interpersonal hombre-mujer. Esa recíproca comunión en la humanidad misma mediante el cuerpo y mediante su masculinidad y feminidad, que tenía una resonancia tan fuerte en el pasaje precedente de la narración yahvista (cf. Gn 2,23-25), en este momento queda alterada. como si el cuerpo, en su masculinidad y feminidad, dejase de constituir el "insospechable" substrato de la comunión de las personas, como si su función originaria fuese "puesta en duda" en la conciencia del hombre y de la mujer. Desaparecen la sencillez y la "pureza" de la experiencia originaria, que facilitaba una plenitud singular en la recíproca comunión de ellos mismos. Obviamente los progenitores no cesaron de comunicarse mutuamente a través del cuerpo, de sus movimientos, gestos, expresiones; pero desapareció la sencilla y directa comunión entre ellos ligada con la experiencia originaria de la desnudez recíproca. Como de improviso, aparece en sus conciencias un umbral infranqueable, que limitaba la originaria "donación de sí" al otro, confiando plenamente todo lo que constituía la propia identidad y, al mismo tiempo, diversidad, femenina por un lado, masculina por el otro. La diversidad, o sea, la diferencia del sexo masculino y femenino, fue bruscamente sentida y comprendida como elemento de recíproca contraposición de personas. Esto lo atestigua la concisa expresión del Génesis 3, 7: "Vieron que estaban desnudos", y su contexto inmediato. Todo esto forma parte también del análisis de la vergüenza primera. El libro del Génesis no sólo delinea su origen en el ser humano, sino que permite también descubrir sus grados en ambos, en el hombre y en la mujer.

3. El cerrarse de la capacidad de una plena comunión recíproca, que se manifestaba como pudor sexual, nos permite entender mejor el valor originario del significado unificante del cuerpo. En efecto, no se puede comprender de otro modo ese respectivo cerrarse, o sea, la vergüenza, sino en relación con el significado que el cuerpo, en su feminidad y masculinidad, tenía anteriormente para el hombre en el estado de inocencia originaria. Ese significado unificante se entiende no sólo en relación con la unidad, que el hombre y la mujer, como cónyuges, debían constituir, convirtiéndose en "una sola carne" (Gn 2,24) a través del acto conyugal, sino también en relación con la misma "comunión de las personas", que había sido la conyugal, sino también en relación con la misma "comunión de las personas, que había sido la dimensión propia de la existencia del hombre y de la mujer en el misterio de la creación. El cuerpo, en su masculinidad y feminidad, constituía el "substrato" peculiar de esta comunión personal. El pudor sexual, del que trata el Génesis 3, 7, atestigua la pérdida de la certeza originaria de que el cuerpo humano, a través de su masculinidad y feminidad, sea precisamente ese "substrato" de la comunión de las personas, que "sencillamente" la exprese, que sirva a su realización (y así también a completar la "imagen de Dios" en el mundo visible). Este estado de conciencia de ambos tiene fuertes repercusiones en el contexto ulterior del Génesis 3, del que nos ocuparemos dentro de poco. Si el hombre, después del pecado original, había perdido, por decirlo así, el sentido de la imagen de Dios en sí, esto se manifestó con la vergüenza del cuerpo (cf. especialmente Gn 3,10-11). Esa vergüenza, al invadir la relación hombre mujer en su totalidad, se manifestó con el desequilibrio del significado originario de la unidad corpórea, esto es, del cuerpo como "substrato" peculiar de la comunión de las personas.Como si el perfil personal de la masculinidad y feminidad, que anteponía en evidencia el significado del cuerpo para una plena comunión de las personas, cediese el puesto sólo a la sensación de la "sexualidad" respecto al otro ser humano. Y como si la sexualidad se convirtiese en "obstáculo" para la relación personal del hombre con la mujer. Ocultándola recíprocamente, según el Génesis 3, 7, ambos la manifiestan como por instinto.

4. Este es, a un tiempo, como el "segundo" descubrimiento del sexo, que en la narración bíblica difiere radicalmente del primero. Todo el contexto del relato comprueba que este nuevo descubrimiento distingue al hombre "histórico" de la concupiscencia (más aún, de la triple concupiscencia) del hombre de la inocencia originaria. ¿En que relación se coloca la concupiscencia, y en particular la concupiscencia de la carne, respecto a la comunión de las personas a través del cuerpo, de su masculinidad y feminidad, esto es, respecto a la comunión asignada, "desde el principio", al hombre por el Creador? He aquí la pregunta que es necesario plantearse, precisamente con relación al "principio", acerca de la experiencia de la vergüenza, a la que se refiere el relato bíblico. La vergüenza, como ya hemos observado, se manifiesta en la narración del Génesis 3 como síntoma de que el hombre se separa del amor, del que era partícipe en el misterio de la creación, según la expresión de San Juan: lo que "viene del Padre". "Lo que hay en el mundo", esto es, la concupiscencia, lleva consigo como una constitutiva dificultad de identificación con el propio cuerpo; y no sólo en el ámbito de la propia subjetividad, sino más aún respecto a la subjetividad del otro ser humano: de la mujer para el hombre, del hombre para la mujer.

5. De aquí la necesidad de ocultarse ante el "otro" con el propio cuerpo, con lo que determina la propia feminidad-masculinidad. Esta necesidad demuestra la falta fundamental de seguridad, lo que de por sí indica el derrumbamiento de la relación originaria "de comunión". Precisamente el miramiento a la subjetividad del otro, y juntamente a la propia subjetividad, suscitó en esta situación nueva, esto es, en el contexto de la concupiscencia, la exigencia de esconderse, de que habla el Génesis 3, 7.

Y precisamente aquí nos parece descubrir un significado más profundo del pudor "sexual" y también el significado pleno de ese fenómeno al que nos remite el texto bíblico para poner de relieve el límite entre el hombre de la inocencia originaria y el hombre "histórico" de la concupiscencia. El texto íntegro del Génesis 3 nos suministra elementos para definir la dimensión más profunda de la vergüenza; pero esto exige un análisis aparte. Lo comenzaremos en la próxima reflexión.

Saludos

Deseo hoy expresar mi agradecimiento a Dios por la gracia del servicio, qué recientemente he podido realizar en París y en Lisieux.

Invitado por el Señor Director General de la UNESCO, he tenido ocasión de tomar la palabra durante la 109 sesión del Consejo Ejecutivo, el pasado 2 de junio, y hablar de la importancia y de las funciones de la cultura en la vida del hombre, de las naciones y de la humanidad. Al mismo tiempo, el arzobispo de París ha hecho todo lo posible para que mi presencia se convirtiese en una verdadera peregrinación y en auténtico servicio pastoral no sólo hacia la Iglesia en París, sino, por reflejo, hacia toda Francia. Doy las gracias por ello a la Conferencia Episcopal, con su Presidente a la cabeza. Agradezco, además, al Señor Presidente de la República Francesa, y a los representantes de distrito, su benévola actitud en relación con mi visita; y, por lo que respecta a mi estancia en París, doy las gracias al señor alcalde de esa estupenda capital.

Estoy agradecido al obispo de Bayeux y Lisieux por la invitación al santuario de Santa Teresa del Niño Jesús; también estoy agradecido a la comunidad y a las autoridades por la hospitalidad que me han deparado. De este modo mi peregrinación ha podido tener una plena elocuencia misionera junto a la tumba de aquella a quien la Iglesia ha declarado patrona de las misiones.

Basten por hoy estas primeras palabras de agradecimiento que, al mismo tiempo, dirijo a todos aquellos a quienes debo verdadera gratitud por la preparación y el desarrollo de la visita. Sin embargo, sería difícil no buscar una forma más plena para manifestar la importancia de este acontecimiento. Intento hacerlo en una próxima ocasión.

(Procesión del Corpus Domini)

88 Con las primeras Vísperas hemos comenzado ya la gran solemnidad del Corpus Domini que, según una tradición secular de la Iglesia, cae el jueves después de la fiesta de la Santísima Trinidad, es decir, mañana. Me uno en espíritu con todos los que en este día rendirán públicamente homenaje a Cristo en la Eucaristía. En cambio, allí donde —como por ejemplo en Italia, desde hace tiempo— la solemnidad externa del Corpus Domini, a causa del día laborable, se ha trasladado al domingo siguiente, recomiendo que tengan todos un recuerdo especial del Santísimo Sacramento, de este Pan divino que nos da la vida eterna.

Este año la solemnidad dominical, junto con la procesión del Corpus Domini, teniendo en cuenta las circunstancias particulares, se celebrará aquí en la Plaza de San Pedro. Como Obispo de Roma invito al clero y a todos los fieles de la Ciudad Eterna a participar en estos actos. Que se manifieste en ellos nuestra veneración y nuestro amor al Santísimo Sacramento.

(En español)

Saludo ahora con afecto al grupo compuesto por oyentes y colaboradores de Radio Miramar, de Barcelona, España.

Sé que representáis a numerosas personal, unidas a través de les ondas radiofónicas en un noble y cristiano empeño: proporcionar ayuda a quienes tienen problemas de soledad, enfermedad, carencias económicas o incomprensión.

Me alegro profundamente de esta hermosa iniciativa, tan humana y tan digna de cristianos, y os aliento a proseguir en la benemérita tarea de ayudar a sectores que, por diversos motivos, pueden no hallar una plena inserción en la sociedad actual. Aprovechad les grandes posibilidades que ofrece la radio para difundir la palabra amiga y la voz de Dios.

A los responsables y oyentes doy cordialmente mi especial Bendición.

Doy también mi cordial bienvenida a los miembros de otro numeroso grupo de peregrinos procedentes de diversos lugares de España y que me traen el homenaje de las familias católicas españolas.

Os agradezco ante todo, queridos hermanos y hermanas, esta visita que habéis querido hacerme. Sé que en el centro del programa de vuestro viaje está el propósito de orar ante les tumbas de los Apóstoles por la Iglesia universal y por vuestra Patria. Me complazco de ello y os animo a profundizar durante la permanencia en Roma esa visión de fe que os haga dar a Dios el puesto que le corresponde en vuestra vida personal, en el ámbito familiar y social.

La familia sigue siendo, para la Iglesia y para la sociedad, un campo importantísimo. Cultivad, pues, los grandes valores que han de distinguirla y orientarla. A vosotros y a les familias católicas de España imparto con gran afecto la bendición apostólica.

(A una peregrinación de la Legión sudafricana)

89 Quisiera saludar en particular a los antiguos combatientes y a sus familias que componen la peregrinación de la Legión sudafricana, que están visitando los cementerios de guerra de Europa. Os prometo mis oraciones por los muertos de vuestro país que fallecieron lejos de sus hogares. Descansen en paz, y que vosotros disfrutéis también de las bendiciones de paz verdadera, de esa paz que brota de la armonía con la voluntad de Dios.

(A la Asociación romana "Centro italiano Arte y Cultura")

Saludo ahora con particular intensidad de afecto a los dirigentes y miembros, con sus respectivas familias, de la Asociación romana "Centro italiano Arte y Cultura" que, al cumplirse el X aniversario de fundación, han querido testimoniar su adhesión al Sucesor de San Pedro, y sobre todo el empeño que ponen en salvaguardar y promocionar una cultura y un arte inspirados en los valores superiores de la fe cristiana y de la hermandad universal.

Sé también que este año tal centro benemérito, que reúne intelectuales, escritores, poetas, pintores, escultores, comediógrafos y músicos, ha sido designado para organizar una exposición de arte visual dentro de los .actos conmemorativos del XV centenario del nacimiento de San Benito, que tendrán lugar próximamente en la basílica de San Pablo extramuros.

Queridos artistas: Me congratulo con vosotros por vuestra actividad y os doy las gracias de la inspiración cristiana que anima vuestro afán. Sabed que el Papa aprecia vuestro esfuerzo encaminado a revestir de palabras, colores y formas, vuestras obras de arte. Al expresaros mi augurio ferviente de toda clase de satisfacciones espirituales y profesionales, os reitero mi complacencia paterna, que hago más valiosa con una bendición especial, extensiva a todos vuestros compañeros, amigos y familiares.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Queridísimos jóvenes: A vosotros dirijo la invitación bíblica del libro de Qohelet: "Alégrate, mozo, en tu mocedad y alégrese tu corazón en los días de tu juventud... Echa la tristeza fuera de tu corazón" (
Qo 11,9-10). Estad alegres en el Señor Jesús porque El ha vencido al mundo y cuanto es del mundo: "concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida" (1Jn 2,16), y os comunica continuamente su victoria mediante la fe en su palabra, y os hace fuertes (cf. 1Jn 2,14). Que tal seguridad interior alimente vuestra serenidad, dé fundamento a vuestra alegría y sostenga vuestra confianza en el mañana. Con mi bendición.

También a vosotros, enfermos, mi invitación cordial al gozo cristiano, madurado y ahondado en la experiencia del dolor. Deseo recordaros a este propósito las palabras confortadoras de la primera Carta de San Pedro: "Pero si por haber hecho el bien padecéis y lo lleváis con paciencia, esto es lo grato a Dios" (1P 2,20). El ofrecimiento confiado y gozoso de vuestro dolor atrae la misericordia del Padre, prolonga la obra redentora del Hijo, coopera a la difusión del Espíritu Santo en los corazones humanos. Vosotros edificáis así la Iglesia y contribuís al bien de muchos hermanos. Os ayude mi oración y bendición afectuosa.

Queridos recién casados: Gracias por vuestra presencia. A vosotros que iniciáis una vida nueva de amor, que es compromiso de unión, de fidelidad y de indisolubilidad familiar, en una sociedad difícil para tales valores altísimos, dirijo mi aliento más ferviente y mi palabra de exhortación. Demostrad vuestra fe en Cristo Señor y en su obra de salvación, a través del ejercicio ejemplar de esta responsabilidad nobilísima e insustituible. Os diré con San Pablo: "No te avergüences jamás del testimonio de nuestro Señor; sino... confía en la fuerza de Dios que nos llamó y salvó con vocación santa" (2Tm 1,7-8).

Os sostenga mi bendición.



Miércoles 11 de junio de 1980



90 1. Recuerdo constantemente la reciente visita a Francia: París y Lisieux, y hoy quiero manifestar, al menos en parte, lo que ha supuesto para mí.

Ante todo fue una invitación llegada mediante los hombres, pero sería difícil no entrever en ella la mano de la Providencia. Esta visita no estaba prevista. Desde hace tiempo había tomado en consideración el viaje al Congreso Eucarístico Internacional de Lourdes, que se celebrará en julio de 1981. En cambio, la invitación a París sólo surgió últimamente, con ocasión de una circunstancia particular, esto es, la sesión de la UNESCO.

Deseo agradecer aquí particularmente al Señor Amadou Mahtar M'Bow, Director General de esa Organización mundial, quien, desde hace ya tiempo, me había invitado a hacerles una visita.

La sigla UNESCO significa: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Nos encontramos, pues, en el ámbito de la gran estructura de las Naciones Unidas que, desde el final de la terrible segunda guerra mundial, se ha convertido en una necesidad particular de nuestra época; ella —a pesar de las muchas dificultades de las que todos somos conscientes— no cesa de servir a la causa de la convivencia pacífica de las naciones de toda la tierra. En octubre del año pasado tuve el honor de participar en la reunión plenaria de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York, tras la invitación por parte del Secretario General, doctor Kurt Waldheim. Después, en noviembre del año pasado, por invitación del Director General, señor Edouard Saouma, estuve en la sede romana de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, que se ocupa, en la dimensión de todo el globo, de los problemas ligados de manera más fundamental a la vida del hombre. De ello estamos convencidos, sobre todo nosotros que, según las palabras del mismo Jesús, pedimos constantemente al Padre: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy". Y a través de estas palabras sentimos que problema es para los hombres contemporáneos, especialmente en algunas zonas de la tierra, el hambre, la falta de pan...

2. La UNESCO sirve, en la misma dimensión de toda la humanidad, a nivel internacional, a la causa de la cultura, de la ciencia y de la educación. Estos son los problemas en cuyo ámbito el hombre vive y se desarrolla como hombre, como persona, y como comunidad, como familia, como nación. Efectivamente, "no sólo de pan vive el hombre" (cf. Mt
Mt 4,4)..., más aún, los problemas del pan están ligados al nivel de la cultura, de la ciencia y de la ética. La UNESCO no está directamente al servicio del problema del pan, sino de las cuestiones de la cultura, de la educación y de la ciencia, por lo tanto, del problema en cuyo ámbito se manifiesta más profundamente y se confirma lo que es el hombre, precisamente como hombre. Por esto, la Organización que dedica toda su actividad de modo directo a estos problemas, tiene una importancia del todo esencial para la consolidación en el mundo de los derechos del hombre, de la familia, de una nación, para asegurar la dignidad humana mediante la relación justa con la verdad y con la libertad.

Todos estos problemas, tan cercanos a las incumbencias de la Iglesia en todo tiempo, y en particular en nuestra época, han constituido una motivación amplia para mi visita a la sede de la UNESCO el día 2 de junio. Ella ha creado una ocasión particular para poner de relieve esa relación de la Iglesia con la cultura, que encontró su expresión en la enseñanza del Concilio Vaticano II, y especialmente en la Constitución Gaudium et spes. Esta visita ha sido también la ocasión para recordar, mediante una llamada particular a los científicos de todo el mundo, la gran causa de la paz.

3. París es la ciudad particularmente adecuada para albergar la sede de la UNESCO. Gracias a la iniciativa del arzobispo de París, cardenal Marty, la visita a la sede de esa Organización ha tenido, al mismo tiempo, plenamente un carácter pastoral hacia la Iglesia que está en Francia. Hablo de ello con una especial gratitud, que dirijo tanto a los representantes de la Iglesia, como a los del pueblo y de cada una de las instancias del poder civil.

Juntamente con el Episcopado francés, he apreciado mucho la participación tan significativa del Presidente de la República Francesa, sus palabras de saludo, como también la participación de todo el Gobierno con el Primer Ministro a la cabeza, y del Cuerpo Diplomático. Por lo que se refiere a la ciudad de París, sería difícil no expresar gratitud al alcalde y a la junta municipal, así como a toda la población. Lo mismo debo decir respecto a la visita realizada en Lisieux.

Séame permitido hacer extensivas estas expresiones de agradecimiento a todas las personas y a las instituciones que han contribuido a la organización de esta visita, y han asegurado su desarrollo. De modo especial pienso en aquellos a quienes no he podido expresar personalmente esta gratitud, y hacia quienes me siento tan deudor y obligado. Les agradezco el haberme hecho posible, en todas las etapas y en cada una en particular, el servicio para el que iba a Francia. Gracias por haberlo hecho con tanta delicadeza, comprensión, benevolencia, con tanta maestría y cordial hospitalidad.

4. El servicio pastoral del Obispo de Roma tiene relación sobre todo con la Iglesia, pero al mismo tiempo, con la sociedad, con todos los hombres, con el "mundo" en el que la Iglesia está presente, y al que ha sido enviada. En el curso de estos pocos días he podido participar, de modo especial, en la misión que la Iglesia realiza en París, y así, indirectamente, he podido participar en la misión que realiza en toda Francia. Una expresión particular de esta participación fue el encuentro con toda la Conferencia del Episcopado Francés, bajo la guía del cardenal Roger Etchegaray, y con la participación de los otros cardenales, de todos los arzobispos y obispos franceses. La mirada colegial sobre el rico y no fácil panorama de las tareas que se vinculan con la misión episcopal, en relación con el propio ambiente social, debe completarse con una mirada más amplia; aunque no fuese más que por el influjo que la Iglesia francesa, así como la cultura francesa, ejercen más allá de las fronteras de esa nación.

Se trata de una Iglesia que tiene grandes méritos, tanto por lo que se refiere al florecimiento de las formas del pensamiento y de la espiritualidad cristiana, como también por el desarrollo de la actividad misionera. Parecía, pues, muy justificada la visita a Lisieux para honrar a Santa Teresa, que desde el Carmelo de esa ciudad ha indicado a muchos contemporáneos un particular camino interior hacia Dios, y a la que, al mismo tiempo, la Iglesia ha reconocido como la patrona de las misiones en todo el mundo.

91 La conciencia de que toda la Iglesia es "misionera", que está siempre y en todas partes "in statu missionis" —conciencia a la que ha dado expresión tan plena el Concilio Vaticano II— parece ofrecer nuevo impulso de modo especial al catolicismo en París y en Francia. Sería difícil analizar aquí, por una parte, los motivos particulares que contribuyen a esto y, por otra, las varias formas de acción de esta Iglesia, que dan testimonio de ello.

En el curso de mi breve visita he podido encontrarme con los sacerdotes, con los seminaristas, con las religiosas de las congregaciones, tanto activas como contemplativas, con los diversos grupos del apostolado de los laicos, con las Organizaciones Católicas Internacionales, con el Instituto Católico de París, con el mundo del trabajo en Saint-Denis, y con los jóvenes.

Son recuerdos inolvidables. Particularmente los dos últimos encuentros "abiertos", con la participación de algunas decenas de millares de personas, y llevados —por lo que se refiere al encuentro con los jóvenes— con el método del "diálogo", han quedado profundamente grabados en mi corazón. No se puede olvidar que París y Francia albergan, desde hace algunas generaciones, una numerosa emigración polaca, con la que he podido encontrarme durante la visita, así como con los otros grupos, sobre todo el portugués y el español, que en los últimos tiempos se han incrementado notablemente. A esto es necesario añadir el encuentro, que en cierto sentido continúa perdurando, con la gente, primero en París, luego en Lisieux, en el ámbito de las grandes plazas, a lo largo de las calles, y sobre todo a lo largo del Sena, desde la primera tarde. Este encuentro ha tenido también su "programa" no previsto y su elocuencia.

Conservo con gratitud en la memoria todos los lugares en los que he podido celebrar la Eucaristía, en particular ante la catedral de Notre Dame, ante la basílica de Saint-Denis, donde reposan los Reyes de Francia, en Bourget, ante la basílica de Lisieux, y los lugares en los que he podido rezar junto con los habitantes y con los que habían llegado de fuera: particularmente en rue du Bac y en Montmartre.

Conservo en la memoria el encuentro ecuménico, lleno de contenido profundo y —pienso— de comprensión recíproca; como también el encuentro con los representantes de las comunidades religiosas judías, y con los representantes de las comunidades musulmanas que actualmente en Francia son más bien amplias (más o menos dos millones). Recuerdo, además, los distintos encuentros con los hombres de la ciencia y de la cultura, con los escritores y con los artistas. Todos los encuentros forman parte de un conjunto muy variado y complejo, quizá con un programa excesivamente denso, pero muy rico y auténtico, por lo que no ceso de dar gracias a Dios y a los hombres.

"¿Amas tú?", "¿Me amas tú?", preguntó Cristo a Pedro después de la resurrección. La misma pregunta he repetido ante la basílica de Notre Dame, mostrando su significado clave para el futuro del hombre y del mundo, de Francia y de la Iglesia. Espero que en esta pregunta hayamos podido encontrar juntos de nuevo a Aquel que es la piedra angular de la historia —y juntamente con la hija primogénita de la Iglesia—, hacernos conscientes de cuán profundamente provenimos de Él, y de cuán intensamente debemos fijar la mirada en Él, en Cristo, por estos caminos que nos conducen —como Iglesia y como humanidad— hacia el futuro.

Saludos

(A un grupo del Seminario Francés de Roma)

He visto entre los grupos presentes a los alumnos del Seminario Francés de Roma y a sus formadores. Ya tuve ocasión de hablaros en la Universidad Gregoriana y pensaba en vosotros al dirigirme a los seminaristas de Issy-les-Moulineaux. No olvido ni mucho menos vuestra casa de "Via Santa Chiara". Que vuestros estudios, vuestra formación espiritual, vuestra vida comunitaria y vues­tros afanes apostólicos, os preparen lo mejor posible a ser mañana los sacerdotes que tanto necesita vuestro país. Os bendigo de todo corazón.

(A los enfermos ayudados por The Across Trust)

Deseo dirigir una palabra especial de saludo a las personas enfermas y minusválidas que han venido a Roma ayudados por The Across Trust. Confío en que vuestra peregrinación constituya un tiempo de gracias abundantes para vosotros y vuestras personas queridas.

92 (A un grupo de la Academia Antoniana de arte dramático)

Deseo dirigir ahora mi saludo cordial a la nutrida representación de la Academia Antoniana de arte dramático de Bolonia. A los artistas presentes, junto con el cuerpo docente y las familias, deseo recordar que la presencia cristiana en el campo del arte expresivo ha sido muy importante siempre, pero hoy es incluso urgente. Por ello mi saludo quiere también ser un signo de aplauso y aliento unido al deseo de éxito siempre creciente, del que es prenda mi bendición.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Vuestra presencia, queridos jóvenes, me trae a la mente el episodio del joven del Evangelio (cf.
Mt 19,16 y ss) que se presentó a Jesús preguntándole qué debía hacer para alcanzar la vida eterna.

— Cumple los mandamientos.

— Los he cumplido desde mi niñez ¿Qué me queda por hacer?

Y Jesús, mirándolo con amor como os miro yo ahora, respondió:

— Si quieres ser perfecto, va y vende cuanto tienes y dalo a los pobres. Después, ven y sígueme.

Queridos jóvenes: Dos son los escalones que la Iglesia ha propuesto siempre a los corazones más generosos: el cumplimiento de los mandamientos y, para los más fuertes, la renuncia voluntaria a los bienes y afectos, incluso a los más legítimos, para servirle a El con libertad ilimitada de corazón. No cerréis los oídos a estas solicitaciones de la gracia.

Un recuerdo particularmente .afectuoso dedico también a vosotros, queridos enfermos. ¡Cuántas veces se lee en el Evangelio que Jesús hablaba a los enfermos, los sanaba, los confortaba! Yo, humilde Vicario suyo, siento en el corazón sentimientos semejantes a los de Jesús, o sea, gozo profundo al veros, participación paterna en vuestros dolores, que quisiera hacerse todo para todos, y deseo de todo bien para vosotros y vuestros seres queridos. Pido a Dios que mitigue vuestras penas a fin de que aceptéis y soportéis con tranquila confianza vuestro peso. Sí, os amo y ruego por vosotros. ¡Y vosotros ofreced los tesoros de vuestros sufrimientos por la Iglesia y por el Papa!

Vosotros, recién casados, estáis en el cénit de la vida lleno de sol y de fiesta. El amor mutuo que abrigáis en el corazón, y que supera todo otro sentimiento humano, es un don de Dios en vista a las tareas que os esperan: la construcción de la familia y la educación de los hijos. Tarea gozosa y de inmenso alcance social y religioso, pero ardua. Mañana la sociedad será como la hayáis preparado en vosotros y en vuestros hijos.

93 Que el Señor os sostenga y acompañe, con mi bendición.



Miércoles 18 de junio de 1980

El fenómeno de la vergüenza originaria del hombre como consecuencia del pecado original

1. En el Génesis 3 se describe con precisión sorprendente el fenómeno de la vergüenza, que apareció en el primer hombre juntamente con el pecado original. Una reflexión atenta sobre este texto nos permite deducir que la vergüenza, subintrada en la seguridad absoluta ligada con el anterior estado de inocencia originaria en la relación recíproca entre el hombre y la mujer, tiene una dimensión profunda. A este respecto es preciso volver a leer hasta el final el capítulo tercero del Génesis, y no limitarse al versículo 7 ni a los versículos 1011, que contienen el testimonio acerca de la primera experiencia de la vergüenza. He aquí que, después de esta narración, se rompe el diálogo de DiosYahvé con el hombre y la mujer, y comienza un monólogo. Yahvé se dirige a la mujer y habla en primer lugar de los dolores del parto que, de ahora en adelante, la acompañarán: "Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos." (Gn 3,16).

A esto sigue la expresión que caracteriza la futura relación de ambos, del hombre y de la mujer: "Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará" (Gn 3,16).

2. Estas palabras, igual que las del Génesis 2, 24, tienen un carácter de perspectiva. La formulación incisiva de 3, 16 parece referirse al conjunto de los hechos, que en cierto modo surgieron ya en la experiencia originaria de la vergüenza, y que se manifestarán sucesivamente en toda la experiencia interior del hombre "histórico". La historia de las conciencias y de los corazones humanos comportará la confirmación de las palabras contenidas en el Génesis 3, 16. Las palabras pronunciadas al principio parecen referirse a una "minoración" particular de la mujer en relación con el hombre. Pero no hay motivo para entenderla como una minoración o una desigualdad social. En cambio, inmediatamente la expresión: "buscarás con ardor a tu marido, que te dominará", indica otra forma de desigualdad de la que la mujer se resentirá como falta de unidad plena precisamente en el amplio contexto de la unión con el hombre, a la que están llamados los dos según el Génesis 2, 24.

3. Las palabras de DiosYahvé: "Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará" (Gn 3,16) no se refieren exclusivamente al momento de la unión del hombre y de la mujer, cuando ambos se unen de tal manera que se convierten en una sola carne (cf. Gn 2,24), sino que se refiere al amplio contexto de las relaciones, aún indirectas, de la unión conyugal en su conjunto. Por primera vez se define aquí al hombre como "marido". En todo el contexto de la narración yahvista estas palabras dan a entender sobre todo una infracción, una pérdida fundamental de la primitiva comunidadcomunión de personas. Esta debería haber hecho recíprocamente felices al hombre y a la mujer mediante la búsqueda de una sencilla y pura unión en la humanidad, mediante una ofrenda recíproca de sí mismos, esto es, la experiencia del don de la persona expresado con el alma y con el cuerpo, con la masculinidad y la feminidad ("carne de mi carne": Gn 2,23), y finalmente mediante la subordinación de esta unión a la bendición de la fecundidad con la "procreación".

4. Parece, pues, que en las palabras que DiosYahvé dirige a la mujer, se encuentra una resonancia más profunda de la vergüenza, que ambos comenzaron a experimentar después de la ruptura de la Alianza originaria con Dios. Encontramos allí, además, una motivación más plena de esta vergüenza. De modo muy discreto, y sin embargo bastante descifrable y expresivo, el Génesis 3, 16 testifica cómo esa originaria beatificante unión conyugal de las personas será deformada en el corazón del hombre por la concupiscencia.Estas palabras se dirigen directamente a la mujer, pero se refieren al hombre o, más bien, a los dos juntos.

5. Ya el análisis del Génesis 3, 7, hecho anteriormente, demostró que en la nueva situación, después de la ruptura de la Alianza originaria con Dios, el hombre y la mujer se hallaron entre sí, más que unidos, mayormente divididos e incluso contrapuestos a causa de su masculinidad y feminidad. El relato bíblico, al poner de relieve el impulso instintivo que había incitado a ambos a cubrir sus cuerpos, describe al mismo tiempo la situación en la que el hombre, como varón o mujer —antes era más bien varón y mujer— se siente como más extrañado del cuerpo, como la fuente de la originaria unión en la humanidad ("carne de mi carne"), y más contrapuesto al otro precisamente basándose en el cuerpo y en el sexo. Esta contraposición no destruye ni excluye la unión conyugal, querida por el Creador (cf. Gn 2,24), ni sus efectos procreadores; pero confiere a la realización de esta unión otra dirección, que será propia del hombre de la concupiscencia. De esto habla precisamente el Génesis 3, 16.

La mujer, que "buscará con ardor a su marido" (cf. Gn 3,16), y el hombre que responde a ese instinto, como leemos: "te dominará", forman indudablemente la pareja humana, el mismo matrimonio del Génesis 2, 24, más aún, la misma comunidad de personas; sin embargo, son ya algo diverso. No están llamados ya solamente a la unión y unidad, sino también amenazados por la insaciabilidad de esa unión y unidad, que no cesa de atraer al hombre y a la mujer precisamente porque son personas, llamadas desde la eternidad a existir "en comunión". A la luz del relato bíblico, el pudor sexual tiene su significado profundo, que está unido precisamente con la insaciabilidad de la aspiración a realizar la recíproca comunión de las personas en la "unión conyugal del cuerpo" (cf. Gn 2,24).


Audiencias 1980 86