Audiencias 1980 104


Miércoles 23 de julio de 1980

La concupiscencia hace perder la libertad interior de la donación mutua

1. El cuerpo humano, en su originaria masculinidad y feminidad, según el misterio de la creación —como sabemos por el análisis del Génesis 2, 23-25— no es solamente fuente de fecundidad, o sea, de procreación, sino que desde "el principio" tiene un carácter nupcial; lo que quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el hombre-persona se hace don, verificando así el profundo sentido del propio ser y del propio existir. En esta peculiaridad suya, el cuerpo es la expresión del espíritu y está llamado, en el misterio mismo de la creación, a existir en la comunión de las personas "a imagen de Dios". Ahora bien, la concupiscencia "que viene del mundo" —y aquí se trata directamente de la concupiscencia del cuerpo— limita y deforma el objetivo modo de existir del cuerpo, del que el hombre se ha hecho partícipe. El "corazón" humano experimenta el grado de esa limitación o deformación, sobre todo en el ámbito de las relaciones recíprocas hombre-mujer. Precisamente en la experiencia del "corazón" la feminidad y la masculinidad, en sus mutuas relaciones, parecen no ser ya la expresión del espíritu que tiende a la comunión personal, y quedan solamente como objeto de atracción, al igual, en cierto sentido, de lo que sucede "en el mundo" de los seres vivientes que, como el hombre, han recibido la bendición de la fecundidad (cf. Gn 1).

2. Tal semejanza está ciertamente contenida en la obra de la creación; lo confirma también el Génesis 2 y especialmente el versículo 24. Sin embargo, lo que constituía el substrato "natural", somático y sexual de esa atracción, ya en el misterio de la creación expresaba plenamente la llamada del hombre y de la mujer a la comunión personal; en cambio, después del pecado, en la nueva situación de que habla Génesis 3, tal expresión se debilitó y se ofuscó, como si hubiera disminuido en el delinearse de las relaciones recíprocas, o como si hubiese sido rechazada sobre otro plano. El substrato natural y somático de la sexualidad humana se manifestó como una fuerza casi autógena, señalada por una cierta "constricción del cuerpo", operante según una propia dinámica, que limita la expresión del espíritu y la experiencia del intercambio de donación de la persona. Las palabras del Génesis 3, 16, dirigidas a la primera mujer parecen indicarlo de modo bastante claro ("buscarás con ardor a tu marido que te dominará").

3. El cuerpo humano, en su masculinidad / feminidad ha perdido casi la capacidad de expresar tal amor, en que el hombre-persona se hace don, conforme a la más profunda estructura y finalidad de su existencia personal, según hemos observado ya en los precedentes análisis. Si aquí no formulamos este juicio de modo absoluto y hemos añadido la expresión adverbial "casi", lo hacemos porque la dimensión del don —es decir, la capacidad de expresar el amor con que el hombre, mediante su feminidad o masculinidad se hace don para el otro— en cierto modo no ha cesado de empapar y plasmar el amor que nace del corazón humano. El significado nupcial del cuerpo no se ha hecho totalmente extraño a ese corazón: no ha sido totalmente sofocado por parte de la concupiscencia, sino sólo habitualmente afectado. El corazón se ha convertido en el lugar de combate entre el amor y la concupiscencia. Cuanto más domina la concupiscencia al corazón, tanto menos éste experimenta el significado nupcial del cuerpo y tanto menos sensible se hace al don de la persona, que en las relaciones mutuas del hombre y la mujer expresa precisamente ese significado. Ciertamente, también el "deseo" de que Cristo habla en Mateo 5, 27-28, aparece en el corazón humano en múltiples formas; no siempre es evidente y patente, a veces está escondido y se hace llamar "amor", aunque cambie su auténtico perfil y oscurezca la limpieza del don en la relación mutua de las personas. ¿Quiere acaso esto decir que debamos desconfiar del corazón humano? ¡No! Quiere decir solamente que debemos tenerlo bajo control.

4. La imagen de la concupiscencia del cuerpo que surge del presente análisis tiene una clara referencia a la imagen de la persona, con la cual hemos enlazado nuestras precedentes reflexiones sobre el tema del significado nupcial del cuerpo. En efecto; el hombre como persona es en la tierra, "la única criatura que Dios quiso por sí misma" y, al mismo tiempo, aquel que no puede "encontrarse plenamente sino a través de una donación sincera de sí mismo"[1]. La concupiscencia en general —y la concupiscencia del cuerpo en particular— afecta precisamente a esa "donación sincera": podría decirse que sustrae al hombre la dignidad del don, que queda expresada por su cuerpo mediante la feminidad y la masculinidad y, en cierto sentido, "despersonaliza" al hombre, haciéndolo objeto "para el otro". En vez de ser "una cosa con el otro" —sujeto en la unidad, más aún, en la sacramental "unidad del cuerpo"—, el hombre se convierte en objeto para el hombre: la mujer para el varón, y viceversa. Las palabras del Génesis 3, 16 —y antes aún, de Génesis 3, 7— lo indican, con toda la claridad del contraste, con respecto a Génesis 2, 23-25.

5. Violando la dimensión de donación recíproca del hombre y de la mujer, la concupiscencia pone también en duda el hecho de que cada uno de ellos es querido por el Creador "por sí mismo". La subjetividad de la persona cede, en cierto sentido, a la objetividad del cuerpo. Debido al cuerpo, el hombre se convierte en objeto para el hombre: la mujer para el varón y viceversa. La concupiscencia significa, por así decirlo, que las relaciones personales del hombre y la mujer son vinculadas unilateral y reducidamente al cuerpo y al sexo, en el sentido de que tales relaciones llegan a ser casi inhábiles para acoger el don recíproco de la persona. No contienen ni tratan la feminidad / masculinidad según la plena dimensión de la subjetividad personal, no constituyen la expresión de la comunión sino que permanecen unilateralmente determinados "por el sexo".

6. La concupiscencia lleva consigo la pérdida de la libertad interior del don. El significado nupcial del cuerpo humano está ligado precisamente a esta libertad. El hombre puede convertirse en don —es decir, el hombre y la mujer pueden existir en la relación del recíproco don de sí— si cada uno de ellos se domina a sí mismo. La concupiscencia, que se manifiesta como una "constricción 'sui generis' del cuerpo", limita interiormente y restringe el autodominio de sí y, por eso mismo, en cierto sentido, hace imposible la libertad interior del don. Además de esto, también sufre ofuscación la belleza, que el cuerpo humano posee en su aspecto masculino y femenino, como expresión del espíritu. Queda el cuerpo como objeto de concupiscencia y, por tanto, como "terreno de apropiación" del otro ser humano. La concupiscencia, de por sí, no es capaz de promover la unión como comunión de personas. Ella sola no une, sino que se adueña. La relación del don se transforma en la relación de apropiación.

Llegados a este punto, interrumpimos por hoy nuestras reflexiones. El último problema aquí tratado es de tan gran importancia, y es además sutil, desde el punto de vista de la diferencia entre el amor auténtico (es decir, la "comunión de las personas") y la concupiscencia, que tendremos que volver sobre el tema en nuestro próximo encuentro.



Notas

105 [1] Gaudium et spes, GS 24: «Más aún, el Señor cuando ruega al Padre que todos sean uno como nosotros también somos uno (Jn 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».

Saludos

(A la archicofradía de San Esteban

Una especial palabra de saludo ahora al grupo de monaguillos de Inglaterra pertenecientes a la archicofradía de San Esteban, guiados por mons. Anthony Howe. Soy feliz al saber que este año celebráis vuestro 75 aniversario. Tenéis una importante tarea que cumplir, asegurando una digna y fervorosa celebración de la liturgia de la Iglesia. Que Dios os bendiga mientras prestáis este servicio.

(A los fieles de la diócesis de Nicosia)

Quiero dirigir un afectuoso y cordial saludo a los fieles de la diócesis de Nicosia, quienes, guiados por su celoso Pastor, mons. Salvatore Di Salvo, han venido en peregrinación a Roma para venerar las tumbas de los Apóstoles y para expresar su devoto obsequio al Sucesor de Pedro.

Al manifestaros mi viva satisfacción por tal gesto, lleno de significado espiritual, hago votos para que vuestra fe cristiana sea siempre sólida y fuerte sobre el fundamento de la Palabra de Dios y de la enseñanza de la Iglesia; que siempre sea limpia y serena en medio de la corriente de los acontecimientos humanos; que sea generosa y valiente sin ningún respeto humano. ¡Sed "firmes en la fe... y en la gracia de Dios"!, os exhorto con las mismas palabras de Pedro (cf. 1P 5,9 1P 12); y conservad con celo esas sanas, santas y valiosas tradiciones que os han transmitido, por tantos siglos, vuestros padres.

San Felipe de Agira y el Beato Félix de Nicosia sigan inspirando con sus enseñanzas y sus ejemplos vuestro testimonio cristiano, y la Virgen Santísima, que veneráis con filial ardor, os proteja siempre con su materna protección.

Acompaño estos votos con mi bendición apostólica, que imparto a vuestro obispo, a vosotros aquí presentes y a todos los hermanos y hermanas de la querida diócesis de Nicosia.

(A las religiosas)

Saludo de corazón a los muchos centenares de religiosas reunidas aquí, entre las que se distingue el numeroso grupo de las adheridas al Movimiento de los Focolares.

106 Os doy gracias a todas por vuestra presencia, y a todas os auguro que este encuentro de fe pueda afianzaros aún más en Vuestra generosa dedicación al Señor y a su Iglesia. Vuestro testimonio evangélico en el mundo os convierta siempre en lámparas encendidas para iluminar y calentar a todos cuantos encontréis en vuestro camino.

Y os acompañe siempre mi bendición.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Dirijo ahora un saludo particularmente afectuoso a los jóvenes, que con su estallante entusiasmo llenan y alegran esta plaza de San Pedro.

Os doy las gracias, carísimos, por esta vuestra presencia. Si os acojo con especial afecto es porque realmente confío en vosotros, porque, en mi experiencia entre los jóvenes, como profesor en la universidad y en mis anteriores encuentros con ellos en círculos culturales y en las excursiones en la montaña, he llegado a la convicción de que precisamente vosotros los jóvenes sois una de las vías significativas de la Iglesia, porque con entusiasmo sincero y con nobleza de ideales dais abierto testimonio de fe, glorificando así al Redentor del hombre, Jesús, nuestro hermano y nuestro verdadero amigo.

Con estos sentimientos, os deseo un sereno descanso estivo y os bendigo de corazón.

Toda mi atención va ahora a vosotros, enfermos de la archidiócesis de Malta, que después de haber estado en piadoso peregrinaje en el santuario mariano de Lourdes, habéis querido deteneros en Roma para dar vuestro saludo al Papa.

A vosotros y a todos los otros enfermos que están hoy presentes aquí, también con esfuerzo y sacrificio, digo: sabed que el Papa está a vuestro lado con el afecto y la oración diaria. Tened confianza: el Señor no os abandonará, en los momentos más duros de prueba dirigíos a El y decid, con las mismas palabras que indiqué recientemente en Brasil:

"Señor, concedednos paciencia, serenidad y valor; haced que vivamos en caridad alegre, por vuestro amor, para con quien sufre más que nosotros y para con otros que, aun no sufriendo, no tienen claro el sentido de la vida" (cf. Discurso en la leprosería de Marituba, 8 de julio de 1980).

Con esta exhortación, os imparto la consoladora bendición apostólica.

Deseo, finalmente, dirigir un saludo particular a los recién casados presentes en esta audiencia para reforzar con bendición del Papa esa unión que ha sido santificada y sancionada por el sacramento del matrimonio.

107 Os auguro que vuestro amor, que hoy os une tan fuertemente, no sólo no se debilite nunca, sino que crezca día a día en una armoniosa unidad de intenciones y de voluntad, tanto en el plano humano como en el sobrenatural, en que el amor conyugal es figura del mismo amor que existe entre Cristo y la Iglesia, su esposa mística.

Invoco sobre vuestras nacientes familias y sobre vuestro camino en pareja, que habéis iniciado hace poco, gracias escogidas y bendiciones celestiales.



Miércoles 30 de julio de 1980

La donación mutua del hombre y la mujer en el matrimonio

1. Las reflexiones que venimos haciendo en este ciclo se relacionan con las palabras que Cristo pronunció en el discurso de la montaña sobre el "deseo" de la mujer por parte del hombre. En el intento de proceder a un examen de fondo sobre lo que caracteriza al "hombre de la concupiscencia", hemos vuelto nuevamente al libro del Génesis. En él, la situación que se llega a crear en la relación recíproca del hombre y de la mujer, está delineada con gran finura. Cada una de las frases de Génesis 3, es muy elocuente. Las palabras de Dios-Jahvé dirigidas a la mujer en Génesis 3, 16: "Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará", parecen revelar, analizándolas profundamente, el modo en que la relación de don recíproco, que existía entre ellos en el estado original de inocencia, se cambió, tras el pecado original, en una relación de recíproca apropiación.

Si el hombre se relaciona con la mujer hasta el punto de considerarla sólo como un objeto del que apropiarse y no como don, al mismo tiempo se condena a sí mismo a hacerse también él, para ella, solamente objeto de apropiación y no don. Parece que las palabras del Génesis 3, 16, tratan de tal relación bilateral, aunque directamente sólo se diga: "él te dominará". Por otra parte, en la apropiación unilateral (que indirectamente es bilateral) desaparece la estructura de la comunión entre las personas; ambos seres humanos se hacen casi incapaces de alcanzar la medida interior del corazón, orientada hacia la libertad del don y al significado nupcial del cuerpo, que le es intrínseco. Las palabras del Génesis 3, 16 parecen sugerir que esto sucede más bien a expensas de la mujer y que. en todo caso, ella lo siente más que el hombre.

2. Merece la pena prestar ahora atención al menos a ese detalle. Las palabras de Dios-Jahvé según el Génesis 3, 16: "Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará", y las de Cristo, según Mateo 5, 27-28: "El que mira a una mujer deseándola...", permiten vislumbrar un cierto paralelismo. Quizá, aquí no se trata del hecho de que es principalmente la mujer quien resulta objeto del "deseo" por parte del hombre, sino más bien se trata de que —como precedentemente hemos puesto de relieve— el hombre "desde el principio" debería haber sido custodio de la reciprocidad del don y de su auténtico equilibrio. El análisis de ese "principio" (Gn 2,23-25) muestra precisamente la responsabilidad del hombre al acoger la feminidad como don y corresponderla con un mutuo, bilateral intercambio. Contrasta abiertamente con esto el obtener de la mujer su propio don, mediante la concupiscencia. Aunque el mantenimiento del equilibrio del don parece estar confiado a ambos, corresponde sobre todo al hombre una especial responsabilidad, como si de él principalmente dependiese que el equilibrio se mantenga o se rompa, o incluso —si ya se ha roto— sea eventualmente restablecido. Ciertamente, la diversidad de funciones según estos enunciados, a los que hacemos aquí referencia como a textos-clave, estaba también dictada por la marginación social de la mujer en las condiciones de entonces (y la Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento proporciona suficientes pruebas de ello); pero también hay en ello encerrada una verdad, que tiene su peso independientemente de los condicionamientos específicos debidos a las costumbres de esa determinada situación histórica.

3. La concupiscencia hace que el cuerpo se convierta algo así como en "terreno" de apropiación de la otra persona. Como es fácil comprender, esto lleva consigo la pérdida del significado nupcial del cuerpo. Y junto con esto adquiere otro significado también la recíproca "pertenencia" de las personas, que uniéndose hasta ser "una sola carne" (Gn 2,24), son a la vez llamadas a pertenecer una a la otra. La particular dimensión de la unión personal del hombre y de la mujer a través del amor se expresa en las palabras "mío... mía". Estos pronombres, que pertenecen desde siempre al lenguaje del amor humano, aparecen frecuentemente en las estrofas del Cantar de los Cantares y también en otros textos bíblicos [1]. Son pronombres que en su significado "material" denotan una relación de posesión, pero en nuestro caso indican la analogía personal de tal relación. La pertenencia recíproca del hombre y de la mujer, especialmente cuando se pertenecen como cónyuges "en la unidad del cuerpo", se forma según esta analogía personal. La analogía —como se sabe— indica a la vez la semejanza y también la carencia de identidad (es decir, una sustancial desemejanza). Podemos hablar de la pertenencia recíproca de las personas solamente si tomamos en consideración tal analogía. En efecto, en su significado originario y específico. La pertenencia supone relación del sujeto con el objeto: relación de posesión y de propiedad. Es una relación no solamente objetiva, sino sobre todo "material"; pertenencia de algo, por tanto de un objeto, a alguien.

4. Los términos "mío... mía", en el eterno lenguaje del amor humano, no tienen —ciertamente— tal significado. Indican la reciprocidad de la donación, expresan el equilibrio del don —quizá precisamente esto en primer lugar—; es decir, ese equilibrio del don en que se instaura la recíproca communio personarum. Y si esta queda instaurada mediante el don recíproco de la masculinidad y la feminidad, se conserva en ella también el significado nupcial del cuerpo. Ciertamente, las palabras "mío... mía", en el lenguaje del amor, parecen una radical negación de pertenencia en el sentido en que un objeto-cosa material pertenece al sujeto-persona. La analogía conserva su función mientras no cae en el significado antes expuesto. La triple concupiscencia y, en especial, la concupiscencia de la carne, quita a la recíproca pertenencia del hombre y de la mujer la dimensión que es propia de la analogía personal, en la que los términos "mío... mía" conservan su significado esencial. Tal significado esencial está fuera de la "ley de la propiedad", fuera del significado del "objeto de posesión"; la concupiscencia, en cambio. está orientada hacia este último significado. Del poseer, el ulterior paso va hacia el "gozar": el objeto que poseo adquiere para mí un cierto significado en cuanto que dispongo y me sirvo de él, lo uso. Es evidente que la analogía personal de la pertenencia se contrapone decididamente a ese significado. Y esta oposición es un signo de que lo que en la relación recíproca del hombre y de la mujer "viene del Padre" conserva su persistencia y continuidad en contraste con lo que viene "del mundo". Sin embargo, la concupiscencia de por sí empuja al hombre hacia la posesión del otro como objeto, lo empuja hacia el "goce", que lleva consigo la negación del significado nupcial del cuerpo. En su esencia, el don desinteresado queda excluido del "goce" egoísta. ¿No lo dicen acaso ya las palabras de Dios-Jahvé dirigidas a la mujer en Génesis 3, 16?

5. Según la primera Carta de Juan 1Jn 2,16, la concupiscencia muestra sobre todo el estado del espíritu humano. También la concupiscencia de la carne atestigua en primer lugar el estado del espíritu humano. A este problema convendrá dedicarle un ulterior análisis. Aplicando la teología de San Juan al terreno de las experiencias descritas en Génesis 3, como también a las palabras pronunciadas por Cristo en el discurso de la montaña (Mt 5,27-28), encontramos, por decirlo así, una dimensión concreta de esa oposición que —junto con el pecado— nació en el corazón humano entre el espíritu y el cuerpo. Sus consecuencias se dejan sentir en la relación recíproca de las personas, cuya unidad en la humanidad está determinada desde el principio por el hecho de que son hombre y mujer. Desde que en el hombre se instaló otra ley "que repugna a la ley de mi mente" (Rm 7,23) existe como un constante peligro en tal modo de ver, de valorar, de amar, por el que el "deseo del cuerpo" se manifiesta más potente que el "deseo de la mente". Y es precisamente esta verdad sobre el hombre, esta componente antropológica lo que debemos tener siempre presente, si queremos comprender hasta el fondo el llamamiento dirigido por Cristo al corazón humano en el discurso de la montaña.

Notas

108 [1] Cf. por ej. Ct 1,9 Ct 1,13 Ct 1,14 Ct 1,15 Ct 1,16; Ct 2,2 Ct 2,3 Ct 2,8 Ct 2,9 Ct 2,10 Ct 2,13 Ct 2,14 Ct 2,16 Ct 2,17; Ct 3,2 Ct 3,4 Ct 3,5; Ct 4,1 Ct 4,10 Ct 5,1 Ct 5,2 Ct 5,4; Ct 6,2 Ct 6,3 Ct 6,4 Ct 6,9 Ct 7,11 Ct 8,12 Ct 8,14. Cf., además por ej. Ez 16,8 Os 2,18; Tob 8, 7.

Saludos

Mi pensamiento y mi saludo se dirigen ahora a vosotros, jóvenes aquí presentes, que venís de todas partes del mundo en este período de descanso de vuestras normales actividades estudiantiles. Viendo hombres y ciudades tendréis la oportunidad de enriquecer vuestro conocimiento; pero procurad mantener siempre intacta la lozanía de vuestra juventud y la solidez de vuestra fe cristiana, vivida en la continua alegría, que procede de la profunda amistad con Cristo. Dirijo un particular saludo a vosotros, responsables y miembros del Movimiento juvenil de las "Pontificias Obras Misioneras?, que en estos días celebráis en Roma vuestro convenio sobre el tema: "Misión - Vocación - Catequesis", y os auguro que llevéis siempre en vuestro corazón y difundáis especialmente entre vuestros coetáneos el ardor y el empeño del testimonio personal del mensaje de Jesús.

Mi bendición apostólica confirme estos augurios.

Y no puedo olvidar en esta circunstancia a los numerosos recién casados: a vosotros os deseo que vuestro amor, consagrado por Dios en el matrimonio, se mantenga siempre ferviente en medio del flujo de los acontecimientos humanos y se haga cada vez más firme, animado por las virtudes cristianas, especialmente por la fidelidad mutua, que son el valioso tesoro de las familias, según el plan de Dios, quien, "desde el principio", ha querido sagrado, inviolable e indisoluble el vínculo que os une para toda la vida.

Con verdadera alegría imparto a vuestras nacientes familias cristianas mi especial bendición apostólica.

(En inglés)

Deseo añadir unas palabras de saludo para el grupo que trabaja en "Mission Studies and Information Management", que acaba de terminar una semana de debate y estudio en Roma. Aprecio vuestros esfuerzos para hacer conocer mejor a Dios, amarlo y servirlo y para enseñar a todas las naciones a observar todo lo que Jesús manda. Que Cristo esté siempre con todos vosotros

(A los jóvenes del centro espiritual Notre-Dame de Vie)

Saludo también a los grupos de jóvenes y, de manera particular, a los jóvenes del centro espiritual Notre-Dame de Vie. Queridos amigos, quiero alabar y alentar con gran fuerza vuestra preocupación por dar, en vuestra vida de cada día, como lo habéis hecho durante vuestro camino, un lugar privilegiado a la oración, en la escuela de los Maestros espirituales del Carmelo. Nuestra época necesita maestros de oración: necesita apóstoles enraizados en la oración, en una oración gratuita, y casi continua. De esta manera los cristianos vivirán en la serenidad de una fe profunda y darán testimonio de lo esencial del Evangelio.

¡Que el Espíritu Santo os guíe y os inspire! Os bendigo de todo corazón.

109 Y a vosotros, queridísimos hermanos enfermos, que en el sufrimiento y la dolencia estáis unidos a Jesús de manera especial, os dirijo un saludo lleno de afecto y cordialidad e, interpretando también los sentimientos de cuantos están presentes en esta audiencia, os deseo que podáis vivir en plenitud "la bienaventuranza de las lágrimas" (cf. Mt 5,5), proclamada por Cristo para sus seguidores más fieles. El camino de la cruz es humanamente muy duro, pero lleva a la luz, a la paz, al gozo sin fin.

A todos vosotros os imparto de corazón una particular bendición apostólica, recomendándome, a mí y a toda la Iglesia, a vuestras oraciones, hechas valiosas por el dolor.

(A dos grupos de religiosas)

Entre los diferentes grupos, me alegra saludar a las Ursulinas de Jesús, de Chavagnes-en-Paillers, reunidas en Roma y luego en Loreto para la segunda sesión de su capítulo general. Os aliento, queridas hijas, a seguir la obra de evangelización que hoy se os confía en diversos países, según "el Espíritu del Verbo encarnado", como decía vuestro fundador, Louis-Marie Baudouin, es decir, al mismo tiempo un espíritu de contemplación de Dios, en quien ponéis vuestro amor, y un espíritu de proximidad a los hombres, especialmente a los jóvenes, los pobres y los enfermos. Servidles, en la alegría, con Jesús. ¡Y que su bendición os acompañe!

De Malta viene un grupo de religiosas Franciscanas del Corazón de Jesús, cuya congregación celebra este año el centenario de su fundación. Que Dios bendiga a vosotras y a vuestra congregación. Os conserve a todas devotas, fuertes y llenas de gozo.



Miércoles 6 de agosto de 1980

El matrimonio a la luz del Sermón de la Montaña

1. Prosiguiendo nuestro ciclo, volvemos hoy al discurso de la montaña y precisamente al enunciado "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adultera con ella en su corazón" (Mt 5,8). Jesús apela aquí al "corazón".

En su coloquio con los fariseos, Jesús, haciendo referencia al "principio" (cf. los análisis precedentes), pronuncia las siguientes palabras referentes al libelo de repudio: "Por la dureza de vuestro corazón, os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así" (Mt 19,8). Esta frase encierra indudablemente una acusación. "La dureza de corazón" [1] indica lo que según el ethos del pueblo del Antiguo Testamento, había fundado la situación contraria al originario designio de Dios-Jahvé según el Génesis 2, 24. Y es ahí donde hay que buscar la clave para interpretar toda la legislación de Israel en el ámbito del matrimonio y, con un sentido más amplio en el conjunto de las relaciones entre hombre y mujer. Hablando de la "dureza de corazón", Cristo acusa, por decirlo así, a todo el "sujeto interior", que es responsable de la deformación de la ley. En el discurso de la montaña (Mt 5,27-28) hace también una alusión al "corazón", pero las palabras pronunciadas ahí no parecen una acusación solamente.

2. Debemos reflexionar una vez más sobre ellas, insertándolas lo más posible en su dimensión "histórica". El análisis hecho hasta ahora, tendiente a enfocar al "hombre de la concupiscencia" en su momento genético casi en el punto inicial de su historia entrelazada con la teología, constituye una amplia introducción, sobre todo antropológica, al trabajo que todavía hay que emprender. La sucesiva etapa de nuestro análisis deberá ser de carácter ético. El discurso de la montaña, y en especial ese pasaje que hemos elegido como centro de nuestros análisis, forma parte de la proclamación del nuevo ethos: el ethos del Evangelio. En las enseñanzas de Cristo, está profundamente unido con la conciencia del "principio"; por tanto, con el misterio de la creación en su originaria sencillez y riqueza. Y, al mismo tiempo, el ethos, que Cristo proclama en el discurso de la montaña, está enderezado de modo realista al "hombre histórico", transformado en hombre de la concupiscencia. La triple concupiscencia, en efecto, es herencia de toda la humanidad y el "corazón" humano realmente participa en ella. Cristo, que sabe "lo que hay en todo hombre" (Jn 2,25) [2], no puede hablar de otro modo, sino con semejante conocimiento de causa. Desde ese punto de vista, en las palabras de Mt 5, 27-28, no prevalece la acusación, sino el juicio: un juicio realista sobre el corazón humano, un juicio que de una parte tiene un fundamento antropológico y, de otra, un carácter directamente ético. Para el ethos del Evangelio es un juicio constitutivo.

3. En el discurso de la montaña Cristo se dirige directamente al hombre que pertenece a una sociedad bien definida. También el Maestro pertenece a esa sociedad, a ese pueblo. Por tanto, hay que buscar en las palabras de Cristo una referencia a los hechos, a las situaciones, a las instituciones con que estaba cotidianamente familiarizado. Hay que someter tales referencias a un análisis por lo menos sumario, a fin de que surja más claramente el significado ético de las palabras de Mateo 5, 27-28. Sin embargo, con esas palabras, Cristo se dirige también, de modo indirecto pero real, a todo hombre "histórico" (entendiendo este adjetivo sobre todo en función teológica). Y este hombre es precisamente el "hombre de la concupiscencia", cuyo misterio y cuyo corazón es conocido por Cristo ("pues El conocía lo que en el hombre había": Jn 2,25). Las palabras del discurso de la montaña nos permiten establecer un contacto con la experiencia interior de este hombre, casi en toda latitud y longitud geográfica, en las diversas épocas, en los diversos condicionamientos sociales y culturales. El hombre de nuestro tiempo se siente llamado por su nombre en este enunciado de Cristo, no menos que el hombre de "entonces", al que el Maestro directamente se dirigía.

110 4. En esto reside la universalidad del Evangelio, que no es en absoluto una generalización. Quizá precisamente en ese enunciado de Cristo que estamos ahora analizando, eso se manifiesta con particular claridad. En virtud de ese enunciado, el hombre de todo tiempo y de todo lugar se siente llamado en su modo justo, concreto, irrepetible; porque precisamente Cristo apela al "corazón" humano, que no puede ser sometido a generalización alguna. Con la categoría del "corazón", cada uno es individualizado singularmente más aún que por el nombre; es alcanzado en lo que lo determina de modo único e irrepetible; es definido en su humanidad "desde el interior".

5. La imagen del hombre de la concupiscencia afecta ante todo a su interior [3]. La historia del "corazón" humano después del pecado original, está escrita bajo la presión de la triple concupiscencia, con la que se enlaza también la más profunda imagen del ethos en sus diversos documentos históricos. Sin embargo, ese interior es también la fuerza que decide sobre el comportamiento humano "exterior" y también sobre la forma de múltiples estructuras e instituciones a nivel de vida social. Si de estas estructuras e instituciones deducimos los contenidos del ethos, en sus diversas formulaciones históricas, siempre encontramos ese aspecto íntimo, propio de la imagen interior del hombre. Esta es, en efecto, la componente más esencial. Las palabras de Cristo en el discurso de la montaña, y especialmente las de Mateo 5, 27-28, lo indican de modo inequívoco. Ningún estudio sobre el ethos humano puede dejar de lado esto con indiferencia.

Por tanto, en nuestras sucesivas reflexiones trataremos de someter a un análisis más detallado ese enunciado de Cristo que dice: "Habéis oído que fue dicho: no adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (o también: Ya la ha hecho adúltera en su corazón).

Para comprender mejor este texto analizaremos primero cada una de sus partes, a fin de obtener después una visión global más profunda. Tomaremos en consideración no solamente los destinatarios de entonces, que escucharon con sus propios oídos el discurso de la montaña, sino también, en cuanto sea posible, a los contemporáneos, a los hombres de nuestro tiempo.

[1] El término griego sklerokardia ha sido forjado por los Setenta para expresar lo que en hebreo significaba: "incircuncisión de corazón" (cf. como ej.
Dt 10,16 Jr 4,4 Si 3,26 s.) y que, en la traducción literal del Nuevo Testamento, aparece una sola vez (Ac 7,51).

La "incircuncisión" significaba el "paganismo", la "impureza", la "distancia de la Alianza con Dios"; la "incircuncisión de corazón" expresaba la indómita obstinación en oponerse a Dios. Lo confirma la frase del diácono Esteban: "Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros" (Ac 7,51).

Por tanto hay que entender la "dureza de corazón" en este contexto filológico.

[2] Cf. Ap 2,23: "...el que escudriña las entrañas y los corazones..."; Ac 1,24: "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos..." (kardiognostes).

[3] "Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre..." (Mt 15,19-20).



Saludos

(A los jóvenes, a los enfermos y a os recién casados)

111 Habéis venido en gran número de varias localidades, queridos jóvenes, a esta audiencia, y yo os doy las gracias por vuestra participación. La liturgia de hoy nos hace festejar un misterioso y confortador episodio de la vida de Jesús: la Transfiguración de su aspecto corpóreo, investido de la gloria del Padre, sobre el Monte Tabor. Remontándome a aquel hecho, quiero repetiros una frase de mi mensaje a los jóvenes de París: "Tened un gran respeto hacia vuestro cuerpo y el de los demás! ¡Que vuestro cuerpo esté al servicio de vuestro yo profundo! ¡Que vuestros gestos, vuestras miradas sean siempre el reflejo de vuestra alma! ¿Adoración del cuerpo? ¡No, jamás! ¿Desprecio del cuerpo? ¡Tampoco! ¿Dominio sobre el cuerpo? ¡Sí! ¿Transfiguración del cuerpo? ¡Mejor todavía!" (1 de junio de 1980. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de junio de 1980, pág. 9).

Esto os auguro con afecto. Que os ayude mi paternal bendición.

También a vosotros, carísimos enfermos, dirijo mi amoroso y agradecido saludo.

Hace dos años, la tarde del domingo 6 de agosto, el Papa Pablo VI dejaba esta tierra por el cielo. Para el "Ángelus" de aquel día había escrito: "La Transfiguración del Señor proyecta una luz deslumbrante sobre nuestra vida diaria... Ese cuerpo que se transfigura ante los ojos atónitos de los Apóstoles es el cuerpo de Cristo nuestro hermano, pero es también nuestro cuerpo destinado a la gloria; la luz que lo inunda es y será también nuestra parte de herencia y de esplendor" (Pablo VI, Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1978, pág. 255).

Estas últimas palabras del gran Pontífice os sirvan de consuelo y de aliento en vuestras penas, junto con mi bendición.

Carísimos recién casados, en vuestro viaje de bodas habéis querido incluir también la visita al Papa. Os doy las gracias de corazón por este gentil pensamiento vuestro, y con gran afecto os dirijo a todos mi saludo más sentido. Y, en la luz de la Transfiguración, os deseo también a vosotros que mantengáis vivo el significado de ese milagro en vuestra nueva vida: que la luz de la fe y de la gracia resplandezca siempre en la fidelidad de vuestro amor.

Este es el augurio que os hago, para que podáis siempre ser felices en el Señor, mientras os acompaño con mi bendición.

(A la peregrinación nacional de Camerún)

Quiero dirigir un saludo cordial a los miembros de la peregrinación nacional de Camerún que celebra este año el noventa aniversario de su evangelización. En esta ocasión, habéis venido muchos, acompañados por mons. Simon Tonye, obispo de Douala, y por mons. Jean Pasquier, obispo auxiliar de Garoua, para dar gracias al Señor por el don de la fe. Antes de ir a Tierra Santa, donde el Señor predicó el Evangelio y murió por todos nosotros, vosotros rogaréis aquí a los Santos Apóstoles para que hagan vuestra fe parecida a la suya: fuerte y profunda. Pedidles la fidelidad a Cristo y a su Iglesia, para vosotros mismos y para todos aquellos que aquí representáis. A todos, doy mi afectuosa bendición apostólica.

(A los miembros de la "Cruzada del Evangelio")

Estoy contento de dar la bienvenida y de dirigir mis palabras de aliento a los numerosos participantes en la asamblea nacional de la "Cruzada del Evangelio", que tiene lugar en estos días en Riano Flaminio.

112 Sé que habéis venido de todas partes de Italia para vuestro anual encuentro de estudio, de reflexión y de oración; y, mientras me complazco sinceramente con vosotros por el empeño que ponéis en profundizar el conocimiento del Evangelio, para que su luz os ilumine en el camino de la vida, os deseo que sea cada vez más vivo en vosotros el anhelo por escuchar, como María de Betania a los pies de Jesús, su voz que nos habla. Sólo El tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68), sólo El es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). En el Evangelio está su palabra, en el Evangelio está su arcana presencia, que nos atrae, nos da calor, nos alienta a vivir según su ley, para ser en este mundo, a menudo tan árido y cruel, antorchas de fe y de amor, para gloria del Padre.

Esto os auguro con gran afecto, mientras a todos os imparto la bendición apostólica.

(A varios grupos de peregrinos)

Están presentes en la audiencia de hoy numerosos peregrinos de varias partes de Italia y, entre ellos, las participantes en la asamblea general de la Pequeña Familia Franciscana, Instituto secular que celebra el cincuenta aniversario de su fundación; la peregrinación parroquial procedente de Introdacqua, diócesis de Sulmona, y la de Monte San Giovanni Campano, diócesis de Vérpli.

A todos dirijo mi afectuoso saludo y, al recomendaros que seáis siempre coherentes testimonios del Evangelio con las palabras y con la vida, os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica, que de buen grado extiendo a todos vuestros seres queridos.

(En inglés)

Mi especial bienvenida va a los grupos de presbiterianos, metodistas y discípulos de Cristo presentes hoy aquí. Vuestra visita nos da la oportunidad para expresar nuestra común fe en Jesucristo Salvador del mundo, repitiéndole las palabras de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo" (Mt 16,16). Os pido llevéis mis cordiales y respetuosos saludos a vuestras familias y a todos los miembros de vuestras comunidades eclesiales.

(En francés)

Me es grato saludar al grupo "Entre Jeunes" y a todos los grupos semejantes presentes en esta audiencia, y hablarles de mi confianza. Lo sabéis, queridos amigos, el futuro que se abre ante vosotros lleva la esperanza del mundo y de la Iglesia; dependerá en gran parte de lo que vosotros seáis y de lo que vosotros hagáis. Por eso quiero alentaros para que toméis cada vez más conciencia de vuestra responsabilidad y seáis generosos ante los deberes que os incumben. Que la Virgen María os ayude a servir al Señor en toda vuestra vida.

(Palabras dedicadas al atentado de Bolonia)

En esta jornada de luto nacional para Italia, en ocasión de la horrible matanza perpetrada el sábado pasado en la estación ferroviaria de Bolonia, renuevo mi dolor por aquel trágico acontecimiento, que ha truncado numerosas vidas, sobre todo de jóvenes y de niños, ha causado muchos heridos y ha sumergido en el dolor a enteras familias. No hay palabras para expresar adecuadamente la pena, la execración, el espanto ante crímenes tan viles, tan absurdos, que demuestran a qué abismos puede llegar la mente de crueles asesinos, cuando se olvida el respeto debido a los hermanos, pisoteando de modo tan bárbaro todo elemental sentido de humanidad.

113 Yo elevo mi oración acongojada a Dios, para que toque el corazón de quien se ha podido manchar de una culpa tan grave; y mientras recomiendo a su amor las pobres inocentes víctimas, mi pensamiento afectuoso se dirige! hacia cuantos, en este momento, sufren en el cuerpo y en el espíritu, los bendigo a todos y bendigo a Italia pana que, en la mutua concordia, en la fidelidad a sus fuertes tradiciones cristianas, en la voluntad invicta de edificar la paz, sumo bien de las naciones, continúe su camino de sereno progreso, con la ayuda omnipotente de Dios.

(Recuerdo de Pablo VI)

Y ahora, antes de cantar todos juntos el "Pater noster", no puedo olvidar que, hace dos años, mi predecesor Pablo VI estaba concluyendo ya su larga y laboriosa jornada terrena. Dentro de pocas horas, él se presentaba a Cristo Señor para contemplar su rostro, para decirle, con Pedro y como Pedro: Rabbi, bonum est nos hic esse: "Maestro, es bueno estarnos aquí" (
Mc 9,5); ¡es bueno estar contigo, para siempre!

En esta hora del atardecer, que el recuerdo colorea de tristeza, dirijamos el pensamiento hacia aquel gran pontífice, que realmente se consumió hasta el final en el servicio de la Iglesia, amada por él como la niña de sus ojos, exaltada por él, defendida por él contra los contrastes opuestos, guiada por él sobre las olas a veces agitadas de la renovación post-conciliar, ilustrada por él con una catequesis incansable, que ha expuesto admirablemente su íntima naturaleza, su realidad escondida y, al mismo tiempo, visible, su estructura orgánica externa y el carisma del Espíritu Santo que la mueve desde el interior, su configuración "mariana" de obediencia y de servicio, en el "sí" que el hombre dice a Dios, sin límites.

¿Cómo olvidar sus palabras y sus discursos, siempre incisivos y alados? ¿Cómo no recordar sus grandes Documentos, como la Populorum progressio, la Humanae vitae, la Sacerdotalis caelibatus, la Octogesima adveniens, la Marialis cultus, la Gaudete in Domino, la Evangelii nuntiandi? ¿Cómo no volver a sus viajes apostólicos, que han abierto definitivamente los caminos del mundo al actual testimonio del Sucesor de Pedro?

El Señor, en el día de su Transfiguración, lo llamó a contemplar su gloría; y sabemos, como han testimoniado sus más íntimos colaboradores que, en aquella última tarde de su vida, la oración que continuamente subió a sus labios, al irse debilitando las energías físicas, fue precisamente el "Pater noster". Al recordarlo todos juntos, esta tarde, con las mismas palabras del "Pater", pidamos al Padre celestial que lo inunde con su luz eternamente radiante, y conceda a todos nosotros seguir fielmente sus enseñanzas y sus ejemplos, que aun hoy nos edifican y conmueven.




Audiencias 1980 104