Audiencias 1980 143

Octubre de 1980

Miércoles 1 de octubre de 1980

Análisis de las palabras del Sermón de la Montaña referentes al adulterio

1. Llegamos en nuestro análisis a la tercera parte del enunciado de Cristo en el sermón de la montaña (Mt 5,27-28). La primera parte era: "Habéis oído que fue dicho: No adulterarás". La segunda: "pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola", está gramaticalmente unida a la tercera: "ya adulteró con ella en su corazón".

El método aplicado aquí, que es el de dividir, "romper" el enunciado de Cristo en tres partes que se suceden, puede parecer artificioso. Sin embargo, cuando buscamos el sentido ético de todo el enunciado en su totalidad, puede ser útil precisamente la división del texto empleada por nosotros, con tal de que no se aplique sólo de manera disyuntiva, sino conjuntiva. Y es lo que intentamos hacer. Cada una de las distintas partes tiene un contenido propio y connotaciones que le son específicas, y es precisamente lo que queremos poner de relieve mediante la división del texto; pero al mismo tiempo se advierte que cada una de las partes se explica en relación directa con las otras. Esto se refiere, en primer lugar, a los principales elementos semánticos, mediante los cuales el enunciado constituye un conjunto. He aquí estos elementos: cometer adulterio, desear, cometer adulterio en el cuerpo, cometer adulterio en el corazón. Resultaría especialmente difícil establecer el sentido ético del "desear" sin el elemento indicado aquí últimamente, esto es, el "adulterio en el corazón". El análisis precedente ya tuvo en consideración, de cierta manera, este elemento; sin embargo, una comprensión más plena del miembro "cometer adulterio en el corazón", sólo es posible después de un adecuado análisis.

2. Como ya hemos aludido al comienzo, aquí se trata de establecer el sentido ético. El enunciado de Cristo, en Mt 5, 27-28, toma origen del mandamiento "no adulterarás", para mostrar cómo es preciso entenderlo y ponerlo en práctica, a fin de que abunde en él la "justicia" que Dios Yahvé ha querido como Legislador: a fin de que abunde en mayor medida de la que resultaba de la interpretación y de la casuística de los doctores del Antiguo Testamento. Si las palabras de Cristo, en este sentido, tienden a construir el nuevo "ethos" (y basándose en el mismo mandamiento), el camino para esto pasa a través del descubrimiento de los valores que se habían perdido en la comprensión general veterotestamentaria y en la aplicación de este mandamiento.

144 3. Desde este punto de vista es significativa también la formulación del texto de Mateo 5, 27-28. El mandamiento "no adulterarás" está formulado como una prohibición que excluye de modo categórico un determinado mal moral. Es sabido que la misma ley (decálogo), además de la prohibición "no adulterarás", comprende también la prohibición "no desearás la mujer de tu prójimo" (Ex 20,14 Ex 20,17 Dt 5,18-21). Cristo no hace vana una prohibición respecto a la otra. Aún cuando hable del "deseo", tiende a una clarificación más profunda del "adulterio". Es significativo que, después de haber citado la prohibición "no adulterarás" como conocida a los oyentes, a continuación, en el curso de su enunciado cambie su estilo y la estructura lógica de regulativa en narrativo-afirmativa. Cuando dice "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón", describe un hecho interior, cuya realidad pueden comprender fácilmente los oyentes. Al mismo tiempo, a través del hecho así descrito y calificado, indica cómo es preciso entender y poner en práctica el mandamiento "no adulterarás", para que lleve a la "justicia" querida por el Legislador.

4. De este modo hemos llegado a la expresión "adulteró en el corazón", expresión-clave, como parece, para entender su justo sentido ético. Esta expresión es, al mismo tiempo, la fuente principal para respetar los valores esenciales del nuevo ethos: el ethos del sermón de la montaña. Como sucede frecuentemente en el Evangelio, también aquí volvemos a encontrar una cierta paradoja. En efecto, ¿cómo puede darse el "adulterio" sin "cometer adulterio", es decir, sin el acto exterior que permite individuar el acto prohibido por la ley? Hemos visto cuánto se interesaba la casuística de los "doctores de la ley" para precisar este problema. Pero, aún independientemente de la casuística, parece evidente que el adulterio sólo puede ser individuado "en la carne", esto es, cuando los dos: el hombre y la mujer que se unen entre sí de modo que se convierten en una sola carne (cf. Gn 2,24), no son cónyuges legales: esposo y esposa. Por lo tanto, ¿qué significado puede tener el "adulterio cometido en el corazón"? ¿Acaso no se trata de una expresión sólo metafórica, empleada por el Maestro para realizar el estado pecaminoso de la concupiscencia?

5. Si admitiésemos esta lectura semántica del enunciado de Cristo (cf. Mt 5,27-28) sería necesario reflexionar profundamente sobre las consecuencias éticas que se derivarían de ella, es decir, sobre las conclusiones acerca de la regularidad ética del comportamiento. El adulterio tiene lugar cuando el hombre y la mujer que se unen entre sí, de modo que se convierten en una sola carne (cf. Gn 2,24), esto es, de la manera propia de los cónyuges, no son cónyuges legales. La individuación del adulterio como pecado cometido "en el cuerpo" está unida estrecha y exclusivamente al acto "exterior", a la convivencia conyugal que se refiere también al estado, reconocido por la sociedad, de las personas que actúan así. En el caso en cuestión, este estado es impropio y no autoriza a tal acto (de aquí, precisamente, la denominación: "adulterio").

6. Pasando a la segunda parte del enunciado de Cristo (esto es, a aquella en la que comienza a configurarse el nuevo ethos), sería necesario entender la expresión "todo el que mira a una mujer deseándola", en relación exclusiva a las personas según su estado civil, es decir, reconocido por la sociedad, sean o no, cónyuges. Aquí comienzan a multiplicarse los interrogantes. Puesto que no puede crear dudas el hecho de que Cristo indique el estado pecaminoso del acto interior de la concupiscencia, manifestada a través de la mirada dirigida a toda mujer que no sea la esposa de aquel que la mira de ese modo, por tanto, podemos e incluso debemos preguntarnos si con la misma expresión Cristo admite y comprueba esta mirada, este acto interior de la concupiscencia, dirigido a la mujer que es esposa del hombre que la mira así. A favor de la respuesta afirmativa a esta pregunta parece estar la siguiente premisa lógica: (en el caso en cuestión), puede cometer el "adulterio en el corazón" solamente el hombre que es sujeto potencial del "adulterio en la carne". Dado que este sujeto no puede ser el hombre-esposo con relación a la propia legítima esposa, el "adulterio en el corazón", pues, no puede referirse a él, pero puede culparse a todo otro hombre. Si es el esposo, él no puede cometerlo con relación a su propia esposa. Sólo él tiene el derecho exclusivo de "desear", de "mirar con concupiscencia" a la mujer que es su esposa, y jamás se podrá decir que por motivo de ese acto interior merezca ser acusado de "adulterio cometido en el corazón". Si en virtud del matrimonio tiene el derecho de "unirse con su esposa", de modo que "los dos serán una sola carne", este acto nunca puede ser llamado "adulterio"; análogamente, no puede ser definido "adulterio cometido en el corazón" el acto interior del "deseo" del que trata el sermón de la montaña.

7. Esta interpretación de las palabras de Cristo en Mt 5, 27-28, parece corresponder a la lógica del decálogo, en el cual, además del mandamiento "no adulterarás" (VI), está también el mandamiento "no desearás la mujer de tu prójimo" (IX). Además, el razonamiento que se ha hecho en su apoyo tiene todas las características de la corrección objetiva y de la exactitud. No obstante, queda fundadamente la duda de si este razonamiento tiene en cuenta todos los aspectos de la revelación, además de la teología del cuerpo, que deben ser considerados, sobre todo cuando queremos comprender las palabras de Cristo. Hemos visto ya anteriormente cuál es el "peso específico" de esta locución, cuán ricas son las implicaciones antropológicas y teológicas de la única frase en la que Cristo se refiere "al origen" (cf. Mt 19,8). Las implicaciones antropológicas y teológicas del enunciado del sermón de la montaña, en el que Cristo se remite al corazón humano, confieren al enunciado mismo también un "peso específico" propio y a la vez determinan su coherencia con el conjunto de la enseñanza evangélica. Y por esto, debemos admitir que la interpretación presentada arriba, con toda su objetividad concreta y precisión lógica, requiere cierta ampliación y, sobre todo, una profundización. Debemos recordar que la apelación al corazón humano, expresada quizá de modo paradójico (cf. Mt 5,27-28), proviene de Aquel que "conocía lo que en el hombre había" (Jn 2,25). Y si sus palabras confirman los mandamientos del decálogo (no sólo el sexto, sino también el noveno), al mismo tiempo expresan ese conocimiento sobre el hombre, que —como hemos puesto de relieve en otra parte—, nos permite unir la conciencia del estado pecaminoso humano con la perspectiva de la "redención del cuerpo" (cf. Rm 8,23). Precisamente este "conocimiento" está en las bases del nuevo ethos que emerge de las palabras del sermón de la montaña.

Teniendo en consideración todo esto, concluimos que, como al entender el "adulterio en la carne", Cristo somete a crítica la interpretación errónea y unilateral del adulterio que deriva de la falta de observar la monogamia (esto es, del matrimonio entendido como la alianza indefectible de las personas), así también, al entender el "adulterio en el corazón", Cristo toma en consideración no sólo el estado real jurídico del hombre y de la mujer en cuestión. Cristo hace depender la valoración moral del "deseo", sobre todo de la misma dignidad personal del hombre y de la mujer; y esto tiene su importancia, tanto cuando se trata de personas no casadas, como —y quizá todavía más— cuando son cónyuges, esposo y esposa. Desde este punto de vista, nos convendrá completar el análisis de las palabras del sermón de la montaña, y lo haremos la próxima vez.

Saludos

Saludo con afecto a vosotras, Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia que, procedentes de diversos países, tenéis en Roma unas jornadas de reflexión.

Os exhorto a dedicaros plenamente a vuestro apostolado asistencial, misionero y, sobre todo, de educación de la niñez y juventud, camino tan apto para contribuir a la consolidación de las familias. pidiendo la protección de la Sagrada familia sobre vuestras tareas, os imparto una cordial bendición apostólica.

(A las Hermanitas de Jesús)

Hay aquí un buen número de Hermanitas de Jesús reunidas en torno a su venerable fundadora y a su responsable general. Deseo dedicarles un saludo especial en primer lugar a las que acaban de hacer la profesión perpetua aquí mismo en la basílica de San Pedro, antes de llevar lejos el testimonio de su amor a Jesús y su adhesión a la Iglesia; y después, a todas las que participan en un curso de formación espiritual. Mis queridas hermanas: Por vuestro lugar de origen representáis a casi treinta países de todos los continentes; y según la vocación de hermano universal de Carlos de Foucauld, vais a implantar y hundir vuestras fraternidades —hundirlas como la levadura en la masa— en los cuatro puntos cardinales, sobre todo entre los pobres y marginados de toda suerte, para orar en medio de ellos y compartir la amistad que pide Jesús a sus discípulos. Quiere decirse que vuestra fe y disponibilidad espiritual deben estar alimentándose siempre, como la lámpara de las vírgenes prudentes. Sentíos felices de servir al Señor, a la Iglesia, a vuestros hermanos. En el nombre de Jesús os bendigo de todo corazón, y también a vuestras familias y amigos.

145 (A la Asociación internacional de servicio a la juventud femenina)

Me dirijo ahora a las delegadas —responsables y jóvenes— de la Asociación internacional de servicio a la juventud femenina que celebran su asamblea general en Roma. Queridas amigas: No puedo dejar de alentar vuestro afán de ayudar a las jóvenes alejadas de su ambiente familiar, por razones de trabajo con frecuencia, para que desarrollen lo mejor posible su personalidad a través de las iniciativas que habéis puesto en práctica —hogares, clubs, encuentros...— y sobre todo por el espíritu humano-cristiano que preside todo ello. En el camino de su vida, itinerante muchas veces y probado, estas chicas tienen necesidad de ser acogidas, respetadas, comprendidas y orientadas; tienen necesidad de encontrar no sólo la seguridad indispensable y la garantía de sus derechos humanos, sino también el significado de su vida; tienen necesidad de caminar con otros, libremente, con el apoyo de la amistad, la certeza del amor de Dios y la luz de los principios cristianos. Que el Señor bendiga y fecunde vuestros esfuerzos y que la protección de la Virgen María os acompañe siempre a vosotras y a vuestras personas queridas.

(A los participantes en una Conferencia médica)

Con gran placer advierto la presencia aquí esta tarde junto con el profesor Mario Stirpe, de todos los participantes en la Conferencia internacional de desprendimiento de retina y complicaciones postoperatorias. Me complazco en ofreceros el aliento de la Sede Apostólica a todos vuestros esfuerzos en este delicado campo de trabajo vuestro. Que Dios os sostenga en el servicio competente a la humanidad y con interés compasivo hacia cuantos necesitan vuestra ayuda.

(A una asociación japonesa)

Mi bienvenida cordial va también a los miembros de la Asociación japonesa de "Volinteer Probation Officers". Pido a Dios que bendiga vuestros esfuerzos encaminados a la corrección y rehabilitación de los delincuentes criminales. Por medio de vosotros envío mi saludo respetuoso a vuestros colegas de vuestra patria.

(Aniversario del viaje a Irlanda y de la visita a la ONU)

También deseo recordar que hoy es el aniversario del último día de mi visita pastoral a Irlanda, visita memorable y de gran fruto. Sé que en toda Irlanda la Iglesia está celebrando esta semana el aniversario con funciones litúrgicas especiales acentuando sobre todo el papel del laicado en la Iglesia. Envío mi saludo sincero y mi bendición apostólica a todos los queridos fieles irlandeses que continúan creciendo en la fe de sus padres y dando testimonio de ella.

Cae también en esta semana el aniversario de mi histórica visita a la Organización de las Naciones Unidas. Elevo plegarias pidiendo que este Organismo mundial siga trabajando con todas sus fuerzas por la. paz y. la comprensión entre los pueblos para librar al mundo del flagelo de la guerra.

(A un grupo de trabajadores alemanes)

Saludo de modo especial al numerosísimo grupo de mineros y trabajadores del acero de la región de Ruhr, junto con su obispo de Essen, mons. Franz Hengsbach. Vosotros, queridos amigos, venís de la mayor región industrial de Europa. Profeso un profundo respeto por vuestra aportación al bien de la sociedad, pues conozco vuestro trabajo, vuestras dudas y vuestras dificultades. Sé cuán importantes son los puestos de trabajo seguros y humanizados. Pero conozco también vuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia.

146 Me gustaría visitaros en vuestros lugares de trabajo en mi próximo viaje a Alemania, pero esto no será posible, por desgracia, dada la corta duración de mi estancia. Habéis de saber que tengo muy presentes vuestros problemas, y por eso estoy en espíritu entre vosotros. Tratad de realizar y vivir vuestro trabajo como cristianos ejemplares, de este modo él será para vosotros una bendición.

(A los alumnos del seminario de la archidiócesis de Viena)

Mi fraternal saludo se dirige asimismo al señor rector y a los alumnos del seminario de la archidiócesis de Viena. Que la vivencia de la Iglesia universal, aquí en la plaza de San Pedro, haga gozosa vuestra fe y vuestra vocación a un estrecho seguimiento de Jesús en el presbiterado. El mundo y la Iglesia os necesitan. Los hombres os esperan hoy más que nunca. Llevaos esta certeza del encuentro con el Sucesor de Pedro a vuestro lugar de estudio, a vuestro seminario y en vuestra oración. Os acompaño en el camino que os queda hasta la ordenación, con mis mejores deseos personales, y os imparto a vosotros y a todos los peregrinos aquí presentes de todo corazón mi especial bendición apostólica

(A los nuevos estudiantes del Colegio Norteamericano)

En este primer aniversario de mi visita pastoral a Estados Unidos dirijo una palabra de bienvenida especial a los nuevos estudiantes del Colegio Norteamericano. Queridos jóvenes: Habéis venido a Roma a prepararos al sacerdocio a través del crecimiento en el conocimiento y amor de Nuestro Señor Jesucristo. Nunca olvidéis las verdaderas prioridades de vuestra vocación: estáis llamados a escuchar, guardar y poner en práctica la Palabra de Dios, a fin de proclamarla fiel y activamente. En esta gran tarea os guiará el Magisterio de la Iglesia, os sostendrá la oración y os ayudará la intercesión y protección de nuestra bendita Madre María.

(Recuerdo de Mons. Aaron Marton)

Llegó ayer a Roma la noticia de que mons. Aaron Marton, antiguo obispo de Alba Julia, ha sido llamado a la casa del Padre. El venerado prelado, de más de 80 años de edad, había regentado su vasta diócesis durante cuarenta años largos, afrontando momentos particularmente difíciles, con gran confianza en Dios y serenidad de espíritu. Su recuerdo será siempre bendito por su piedad insigne, su ardiente celo apostólico y su unión íntima y constante con esta Sede de Pedro.

Ayer, apenas conocida la noticia de la muerte de mons. Marton invité enseguida a los padres sinodales a elevar conmigo oraciones de sufragio por esta gran alma. Ahora me dirijo a todos vosotros para que oremos juntos por el llorado prelado y por toda la Iglesia que está en Rumania.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Dirijo un saludo cordial a todos vosotros, jóvenes presentes en esta plaza; y precisamente al. comienzo del mes de octubre, que ve volver a clase a la mayor parte de vosotros, deseo recomendar en particular el empeño por estudiar; también en las aulas escolares preparáis vuestro futuro y el de la sociedad de la que seréis dentro de no mucho, auténticos protagonistas. Que esta preparación brille por la seriedad, respeto de los demás y amor a todos los hombres; pero que sobre todo esté fecundado por la fe en Cristo, amigo vuestro, hermano vuestro, Salvador vuestro.

A todos mi bendición apostólica.

147 Y a vosotros, queridísimos hermanos y hermanas enfermos, que renováis en el alma y en el cuerpo para vida del mundo y crecimiento de la Iglesia, la pasión misteriosa de Jesús, va mi saludo afectuoso y emocionado, unido a la certeza de que Dios está con vosotros, la Iglesia tiene predilección por vosotros y vuestros hermanos os aman. Os pedimos vuestras oraciones enriquecidas por vuestros sufrimientos humanos, a la vez que os damos las gracias sinceramente.

Mi bendición portadora de consuelos os acompañe siempre y en todas partes.

A vosotros, queridos recién casados, que en estos días habéis consagrado vuestro amor en el matrimonio ante Dios y ante la Iglesia, os auguro que mantengáis siempre todo a lo largo del curso de vuestra vida "en el gozo y en el dolor", el entusiasmo jubiloso de este tiempo feliz de comienzos de vuestra familia cristiana que ya estáis construyendo día tras día.

Hace unos días comenzó la Asamblea del Sínodo de los Obispos que meditará y reflexionará durante todo el mes de octubre, sobre la misión de la familia cristiana hoy. Como veis, toda la Iglesia os mira con afecto inmenso y con honda preocupación, y ora por vosotros para que forméis una "Iglesia doméstica" serena y auténtica.

Con mi bendición apostólica.





Miércoles 8 de octubre de 1980

Las palabras del Sermón de la Montaña sobre el adulterio y la concupiscencia de la mirada

1. Quiero concluir hoy el análisis de las palabras que pronunció Cristo, en el sermón de la montaña, sobre el "adulterio" y sobre la "concupiscencia", y en particular de la última frase del enunciado, en la que se define específicamente a la "concupiscencia de la mirada" como "adulterio cometido en el corazón".

Ya hemos constatado anteriormente que dichas palabras se entienden ordinariamente como deseo de la mujer del otro (es decir, según el espíritu del noveno mandamiento del decálogo). Pero parece que esta interpretación —más restrictiva— puede y debe ser ampliada a la luz del contexto global. Parece que la valoración moral de la concupiscencia (del "mirar para desear"), a la que Cristo llama "adulterio cometido en el corazón", depende, sobre todo, de la misma dignidad personal del hombre y de la mujer; lo que vale tanto para aquellos que no están unidos en matrimonio, como —y quizá más aún— para los que son marido y mujer.

2. El análisis que hasta ahora hemos hecho del enunciado de Mt 5, 27-28: "Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón", indica la necesidad de ampliar y, sobre todo, de profundizar la interpretación presentada anteriormente, respecto al sentido ético que contiene este enunciado. Nos detenemos en la situación descrita por el Maestro, situación en la que aquel que "comete adulterio en el corazón", mediante un acto interior de concupiscencia (expresado por la mirada), es el hombre. Resulta significativo que Cristo, al hablar del objeto de este acto, no subraya que es "la mujer del otro" o la mujer que no es la propia esposa, sino que dice genéricamente la mujer. El adulterio cometido "en el corazón" no se circunscribe a los límites de la relación interpersonal, que permiten individuar el adulterio cometido "en el cuerpo". No son estos límites los que deciden exclusiva y esencialmente el adulterio cometido "en el corazón", sino la naturaleza misma de la concupiscencia, expresada en este caso a través de la mirada, esto es, por el hecho de que el hombre —del que, a modo de ejemplo, habla Cristo— "mira para desear". El adulterio "en el corazón" se comete no sólo porque el hombre "mira" de ese modo a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira así a una mujer. Incluso si mirase de este modo a la mujer que es su esposa cometería el mismo adulterio "en el corazón".

148 3. Esta interpretación parece considerar, de modo más amplio, lo que en el conjunto de los presentes análisis se ha dicho sobre la concupiscencia, y en primer lugar sobre la concupiscencia de la carne, como elemento permanente del estado pecaminoso del hombre (status naturae lapsae). La concupiscencia que, como acto interior, nace de esta base (como hemos tratado de indicar en el análisis precedente), cambia la intencionalidad misma del existir de la mujer "para" el hombre, reduciendo la riqueza de la perenne llamada a la comunión de las personas, la riqueza del profundo atractivo de la masculinidad y de la feminidad, a la mera satisfacción de la "necesidad" sexual del cuerpo (a la que parece unirse más de cerca el concepto de "instinto"). Una reducción tal hace, sí, que la persona (en este caso, la mujer) se convierta para la otra persona (para el hombre) sobre todo en objeto de la satisfacción potencial de la propia "necesidad" sexual. Así se deforma ese recíproco "para", que pierde su carácter de comunión de las personas en favor de la función utilitaria. El hombre que "mira" de este modo, como escribe Mt 5, 27-28 "se sirve" de la mujer, de su feminidad, para saciar el propio "instinto". Aunque no lo haga con un acto exterior, ya en su interior ha asumido esta actitud, decidiendo así interiormente respecto a una determinada mujer. En esto precisamente consiste el adulterio "cometido en el corazón". Este adulterio "en el corazón" puede cometerlo también el hombre con relación a su propia mujer si la trata solamente como objeto de satisfacción del instinto.

4. No es posible llegar a la segunda interpretación de las palabras de Mt 5, 27-28, si nos limitamos a la interpretación puramente sicológica de la concupiscencia, sin tener en cuenta lo que constituye su específico carácter teológico, es decir, la relación orgánica entre la concupiscencia (como acto) y la concupiscencia de la carne como, por decirlo así, disposición permanente que deriva del estado pecaminoso del hombre. Parece que la interpretación puramente psicológica (o sea, "sexológica") de la "concupiscencia" no constituye una base suficiente para comprender el relativo texto del sermón de la montaña. En cambio, si nos referimos a la interpretación teológica, sin infravalorar lo que en la primera interpretación (la sicológica) permanece inmutable, ella, esto es, la segunda interpretación (la teológica), se nos presenta como más completa.En efecto, gracias a ella resulta más claro también el significado ético del enunciado-clave del sermón de la montaña, el que nos da la adecuada dimensión del ethos del Evangelio.

5. Al delinear esta dimensión, Cristo permanece fiel a la ley. "No penséis que he venido a abrogar la ley y los profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla" (
Mt 5,17). En consecuencia, demuestra cuánta necesidad tenemos de descender en profundidad, cuánto necesitamos descubrir a fondo las interioridades del corazón humano, a fin de que este corazón pueda llegar a ser un lugar de "cumplimiento" de la ley. El enunciado de Mt 5, 27-28, que hace manifiesta la perspectiva interior del adulterio cometido "en el corazón" —y en esta perspectiva señala los caminos justos para cumplir el mandamiento: "no adulterarás"—, es un argumento singular de ello. Este enunciado (Mt 5,27-28), efectivamente, se refiere a la esfera en la que se trata de modo particular de la "pureza del corazón" (cf. Mt 5,8) (expresión que en la Biblia —como es sabido— tiene un significado amplio). También en otro lugar tendremos ocasión de considerar cómo el mandamiento "no adulterarás" —el cual, en cuanto al modo en que se expresa y en cuanto al contenido, es una prohibición unívoca y severa (como el mandamiento "no desearás la mujer de tu prójimo", Ex 20,17)— se cumple precisamente mediante la "pureza de corazón". Dan testimonio indirectamente de la severidad y fuerza de la prohibición las palabras siguientes del texto del sermón de la montaña, en las que Cristo habla figurativamente de "sacar el ojo" y de "cortar la mano" cuando estos miembros fuesen causa de pecado (cf. Mt 5,29-30). Hemos constatado anteriormente que la legislación del Antiguo Testamento, aún cuando abundaba en castigos marcados por la severidad, sin embargo, no contribuía "a dar cumplimiento a la ley", porque su casuística estaba contramarcada por múltiples compromisos con la concupiscencia de la carne. En cambio, Cristo enseña que el mandamiento se cumple a través de la "pureza de corazón", de la cual no participa el hombre sino a precio de firmeza en relación con todo lo que tiene su origen en la concupiscencia de la carne. Adquiere la pureza de corazón quien sabe exigir coherentemente a su "corazón": a su "corazón" y a su "cuerpo".

6. El mandamiento "no adulterarás" encuentra su justa motivación en la indisolubilidad del matrimonio, en el que el hombre y la mujer, en virtud del originario designio del Creador, se unen de modo que "los dos se convierten en una sola carne" (cf. Gn 2,24). El adulterio contrasta, por su esencia, con esta unidad, en el sentido de que esta unidad corresponde a la dignidad de las personas. Cristo no sólo confirma este significado esencial ético del mandamiento, sino que tiende a consolidarlo en la misma profundidad de la persona humana. La nueva dimensión del ethos está unida siempre con la revelación de esa profundidad que se llama "corazón" y con su liberación de la "concupiscencia", de modo que en ese corazón pueda resplandecer más plenamente el hombre: varón y mujer, en toda la verdad del recíproco "para". Liberado de la constricción y de la disminución del espíritu que lleva consigo la concupiscencia de la carne, el ser humano: varón y mujer, se encuentra recíprocamente en la libertad del don que es la condición de toda convivencia en la verdad, y, en particular, en la libertad del recíproco donarse, puesto que ambos, marido y mujer, deben formar la unidad sacramental querida por el mismo Creador, como dice el Génesis 2, 24.

7. Como es evidente, la exigencia, que en el sermón de la montaña propone Cristo a todos sus oyentes actuales y potenciales, pertenece al espacio interior en que el hombre —precisamente el que le escucha— debe descubrir de nuevo la plenitud perdida de su humanidad y quererla recuperar.Esa plenitud en la relación recíproca de las personas: del hombre y de la mujer, el Maestro la reivindica en Mt 5, 27-28, pensando sobre todo en la indisolubilidad del matrimonio, pero también en toda otra forma de convivencia de los hombres y de las mujeres, de esa convivencia que constituye la pura y sencilla trama de la existencia. La vida humana, por su naturaleza, es "coeducativa", y su dignidad, su equilibrio dependen, en cada momento de la historia y en cada punto de longitud y latitud geográfica, de "quién" será ella para él y él para ella.

Las palabras que Cristo pronunció en el sermón de la montaña tienen indudablemente este alcance universal y a la vez profundo. Sólo así pueden ser entendidas en la boca de Aquel, que hasta el fondo "conocía lo que en el hombre había" (Jn 2,25), y que, al mismo tiempo, llevaba en sí el misterio de la "redención del cuerpo", como dirá San Pablo. ¿Debemos temer la severidad de estas palabras, o más bien, tener confianza en su contenido salvífico, en su potencia?

En todo caso, el análisis realizado de las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña abre el camino a ulteriores reflexiones indispensables para tener plena conciencia del hombre "histórico", y sobre todo del hombre contemporáneo: de su conciencia y de su "corazón".

Saludos

(A un grupo de periodistas suizos)

Saludo muy particularmente a los periodistas suizos venidos estos días a tener contactos con el Vaticano y con la organización de la Santa Sede, en particular con el Secretariado para la Unión de los Cristianos. Bienvenidos seáis. Os agradezco; queridos amigos, el interés por la organización central de la Iglesia católica. Espero que esta visita os haga captar palpablemente que la Curia Romana sólo tiene un fin: el servicio a las Iglesias locales, a su unión y comunión en la fe y en la fidelidad a la misión de la Iglesia; en una palabra —y aquí encontraréis un afán que os es querido ciertamente— el servicio a la verdad en la fidelidad al Señor.

(A los miembros de "Asociación San Benito, Patrono de Europa")

149 A la "Asociación San Benito, Patrono de Europa", que acaba de celebrar su congreso anual en Nursia, dirijo de todo corazón algunas palabras de aliento. Habéis recibido la gracia de una sensibilidad particular hacia la obra realizada a lo largo de quince siglos por San Benito y sus hijos. Que este don del Señor os empuje a servir cada vez más a la Iglesia y a la sociedad de hoy, con el ardor y realismo de los mejores discípulos del Patriarca de los monjes de Occidente. Acrecentad en vosotros el amor a la contemplación y la pasión por los valores espirituales, y despertadlos a vuestro alrededor. Llegad con humildad y valentía a los ambientes que vais a evangelizar: Son muy varios y abundantes. Y en todo ello tened empeño constante en actuar individual y colectivamente en unión estrecha con los Pastores que Dios os ha dado y son los primeros responsables de la evangelización. La convergencia de las fuerzas apostólicas es un imperativo de siempre y especialmente de nuestro tiempo. Que San Benito os colme de gracias de elección. Y yo me complazco en bendeciros.

(A un grupo belga)

Dirijo un saludo cordial también a todos los miembros de la peregrinación organizada por la Alianza agrícola cristiana de Bélgica y a sus numerosos compañeros de los Países Bajos, que se han sumado a ellos. A todos vosotros, queridos amigos, deseo expresar mi gozo por encontrarme con vosotros hoy. De todo corazón os prometo oraciones y os doy la bendición apostólica a vosotros, a los miembros de vuestras familias y a todos aquellos a quienes representáis.

(A un grupo de enfermos y minusválidos)

Con afecto particular saludo al grupo de enfermos y minusválidos patrocinado por Across Trust. Estad seguros, queridos amigos, de que vuestra presencia en esta audiencia tiene significado especial para mí, del mismo modo que vuestra vida entera tiene significado especial para toda la Iglesia. Pido en la oración que descubráis aquí en Roma con mayor profundidad el amor de Cristo, y lo reveléis con mayor, celo a cuantos se pongan en contacto con vosotros. Y bendiga el Señor a todos' los que os atienden en su nombre.

(A los nuevos estudiantes del Venerable Colegio Inglés)

Doy una bienvenida muy cordial a los nuevos estudiantes del Venerable Colegio Inglés. Siguiendo una tradición larga y espléndida, habéis venido a Roma a prepararos al sacerdocio de Jesucristo. Aquí tendréis oportunidades especiales de estudiar teología sagrada, entender la historia de la Iglesia y poneros en contacto vital con su catolicidad. Pero vuestro mayor desafío será el de conocer a Cristo, crecer en la sabiduría de su cruz y permanecer unidos a El como los sarmientos a la vid. Cristo, os está llamando a una amistad estrecha con El. Y la generosidad de vuestra respuesta —del modo en que digáis sí— influirá en la eficiencia de cualquier ministerio que ejerzáis en la vida; Recordad que Jesús está diciendo realmente a cada uno de vosotros: "Permaneced en mi amor" (
Jn 15,9).

(A un grupo de sacerdotes de la diócesis de Aquisgrán)

Saludo cordialmente en la audiencia de hoy al grupo de sacerdotes, de la diócesis de Aquisgrán con su Pastor, el obispo mons. Hemmerle. Vuestra peregrinación a los antiguos lugares sagrados y cristianos en la Ciudad Eterna, os hace retomar, queridos hermanos, a los orígenes del mandato apostólicos "Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Los Apóstoles, cuyas tumbas yacen bajo nuestros pies, nos han transmitido estas palabras de Jesús. Como sacerdotes estáis llamados hoy a continuar y llevar a cabo en vuestras vidas este encargo de Cristo. Permitid a la gracia, que habita en vosotros por la imposición de las manos, crecer renovadamente y dar frutos en la construcción espiritual de vuestras comunidades y del Reino de Dios en el mundo. Os lo pido con mi especial bendición apostólica.

(A la gran peregrinación diocesana de la diócesis de Münster)

Finalmente dirijo un cordial saludo a la gran peregrinación diocesana de la diócesis de Münster. Con motivo de vuestra visita a Roma durante el Sínodo de los Obispos, encomiendo a vuestro cuidado y a vuestra oración, de modo muy especial, su principal tema de consulta, es decir, la familia. La familia es el primer lugar en que debéis vivir vuestra vocación cristiana y conservaros como auténticos cristianos. Tratad de crear una verdadera imagen cristiana de vuestras familias y procurad su conservación a través de vuestras responsabilidades ciudadanas y sociales. Para ello os imparto a vosotros y a todos los peregrinos aquí presentes la bendición apostólica en el amor de Cristo.

150 (A los diáconos del Pontificio Colegio Germánico-Húngaro)

De corazón saludo a los miembros y amigos de los diáconos del Pontificio Colegio Germánico-Húngaro, aquí presentes, que dentro de pocos días recibirán la ordenación sacerdotal. Felicito a sus familias por esta enorme gracia que les ha sido otorgada y los bendigo a ellos y a sus hijos de todo corazón.

(En italiano)

Va ahora un saludo especial al grupo de dirigentes y socios del "Club Ignoranti", venidos de la diócesis de Padua en el 90 aniversario de fundación.

Queridísimos paduanos: Os doy las gracias de esta visita y os expreso mi vivo aprecio por las nobles actividades humanitarias y caritativas que desarrolláis siguiendo vuestro lema: Charitas in laetitia, sobre todo en favor de los ancianos y jóvenes marginados por la sociedad. Os sirva de estímulo mi bendición particular que extiendo con gusto a todos vuestros seres queridos.

(A los jóvenes y enfermos)

Y ahora una palabra paterna y afectuosa a vosotros, queridos jóvenes.

Aprovecharé la ocasión de la fiesta de la Virgen Santísima del Rosario celebrada ayer, pero que de algún modo se prolonga todo el mes de octubre. El Santo Rosario nos introduce en el mismo corazón de la fe. Con el pensamiento fijo en él saludamos repetidamente y con gozo a la Santa Madre de Dios, proclamamos bendito a su Hijo, dulce fruto de su vientre, y pedimos su protección materna en la vida y en la muerte.

Queridos jóvenes: Considerad el Rosario como canto gozoso dedicado a la Reina de los cielos, y aficionaos a rezarlo.

Con sus estrofas alternadas de gozo y dolor, y de esperanza en la resurrección, el Rosario, puede. seros útil a vosotros, queridos enfermos que estáis presentes o habéis quedado en casa. A través de lo vivido por el Hijo de Dios y por la Virgen, el. Rosario demuestra que es constante en la vida humana la alternancia del bien y el mal, de la serenidad y la tempestad, de los días alegres y tristes. El dolor es gravoso a la naturaleza humana, creada para el gozo; pero es también elemento regenerador y santificante como vemos claramente en la vida de Cristo y de su Madre.

Queridos enfermos: Si sabéis levantar los ojos al cielo y aceptar de Dios la herencia de las lágrimas, tendréis parte también vosotros en el canto de la vida celestial que nunca tramonta.





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Miércoles 15 de octubre de 1980


Audiencias 1980 143