Audiencias 1980 165


Miércoles 12 de noviembre de 1980

Relación recíproca entre lo "ético" y lo "erótico" según el Sermón de la Montaña

1. Hoy reanudamos el análisis que comenzamos hace una semana, sobre la relación recíproca entre lo que es "ético" y lo que es "erótico". Nuestras reflexiones se desarrollan sobre la trama de las palabras que pronunció Cristo en el sermón de la montaña, con las cuales se refirió al mandamiento "No adulterarás" y, al mismo tiempo, definió la "concupiscencia" (la "mirada concupiscente"), como "adulterio cometido en el corazón". De estas reflexiones resulta que el ethos está unido con el descubrimiento de un orden nuevo de valores. Es necesario encontrar continuamente en lo que es "erótico" el significado esponsalicio del cuerpo y la auténtica dignidad del don. Esta es la tarea del espíritu humano, tarea de naturaleza ética. Si no se asume esta tarea, la misma atracción de los sentidos y la pasión del cuerpo pueden quedarse en la mera concupiscencia carente de valor ético, y el hombre, varón y mujer, no experimenta esa plenitud del "eros" que significa el impulso del espíritu humano hacia lo que es verdadero, bueno y bello, por lo que también lo que es "erótico" se convierte en verdadero, bueno y bello. Es indispensable, pues, que el ethos venga a ser la forma constitutiva del eros.

2. Estas reflexiones están estrechamente vinculadas con el problema de la espontaneidad. Muy frecuentemente se juzga que lo propio del ethos es sustraer la espontaneidad a lo que es erótico en la vida y en el comportamiento del hombre; y por ese motivo se exige la supresión del ethos "en ventaja" del eros. También las palabras del sermón de la montaña parecerían obstaculizar este "bien". Pero esta opinión es errónea y, en todo caso, superficial. Aceptándola y defendiéndola con obstinación, nunca llegaremos a las dimensiones plenas del eros y esto repercute inevitablemente en el ámbito de la "praxis" correspondiente, esto es, nuestro comportamiento, e incluso en la experiencia concreta de los valores. Efectivamente, quien acepta el ethos del enunciado de Mateo 5, 27-28, debe saber que también está llamado a la plena y madura espontaneidad de las relaciones, que nacen de la perenne atracción de la masculinidad y de la feminidad. Precisamente esta espontaneidad es el fruto gradual del discernimiento de los impulsos del propio corazón.

3. Las palabras de Cristo son rigurosas. Exigen al hombre que, en el ámbito en que se forman las relaciones con las personas del otro sexo, tenga plena y profunda conciencia de los propios actos y, sobre todo, de los actos interiores; que tenga conciencia de los impulsos internos de su "corazón", de manera que sea capaz de individuarlos y calificarlos con madurez. Las palabras de Cristo exigen que en esta esfera, que parece pertenecer exclusivamente al cuerpo y a los sentidos, esto es, al hombre exterior, sepa ser verdaderamente hombre interior; sepa obedecer a la recta conciencia; sepa ser el auténtico señor de los propios impulsos íntimos, como guardián que vigila una fuente oculta; y finalmente, sepa sacar de todos esos impulsos lo que es conveniente para la "pureza del corazón", construyendo con conciencia y coherencia ese sentido personal del significado esponsalicio del cuerpo, que abre el espacio interior de la libertad del don.

4. Ahora bien: si el hombre quiere responder a la llamada expresada por Mateo 5, 27-28, debe aprender con perseverancia y coherencia lo que es el significado del cuerpo, el significado de la feminidad y de la masculinidad. Debe aprenderlo no sólo a través de una abstracción objetivizante (aunque también esto sea necesario), sino sobre todo en la esfera de las reacciones interiores del propio "corazón". Esta es una "ciencia" que de hecho no puede aprenderse sólo en los libros, porque se trata aquí en primer lugar del "conocimiento" profundo de la interioridad humana. En el ámbito de este conocimiento, el hombre aprende a discernir entre lo que, por una parte, compone la multiforme riqueza de la masculinidad y feminidad en los signos que provienen de su perenne llamada y atracción creadora, y lo que, por otra parte, lleva sólo el signo de la concupiscencia. Y aunque estas variantes y matices de los movimientos internos del "corazón", dentro de un cierto límite, se confundan entre sí, sin embargo, se dice que el hombre interior ha sido llamado por Cristo a adquirir una valoración madura y perfecta que lo lleve a disentir y juzgar los varios motivos de su mismo corazón. Y es necesario añadir que esta tarea se puede realizar y es verdaderamente digna del hombre.

166 Efectivamente, el discernimiento del que estamos hablando está en una relación esencial con la espontaneidad. La estructura subjetiva del hombre demuestra, en este campo, una riqueza específica y una diferenciación clara. Por consiguiente, una cosa es, por ejemplo, una complacencia noble, y otra, en cambio, el deseo sexual; cuando el deseo sexual se une con una complacencia noble, es diverso de un mero y simple deseo. Análogamente, por lo que se refiere a la esfera de las reacciones inmediatas del "corazón", la excitación sensual es bien distinta de la emoción profunda, con que no sólo la sensibilidad interior, sino la misma sexualidad reacciona en la expresión integral de la feminidad y de la masculinidad. No se puede desarrollar aquí más ampliamente este tema. Pero es cierto que, si afirmamos que las palabras de Cristo según Mateo 5, 27-28 son rigurosas, lo son también en el sentido de que contienen en sí las exigencias profundas relativas a la espontaneidad humana.

5. No puede haber esta espontaneidad en todos los movimientos e impulsos que nacen de la mera concupiscencia carnal, carente en realidad de una opción y de una jerarquía adecuada. Precisamente a precio del dominio sobre ellos el hombre alcanza esa espontaneidad más profunda y madura con la que su "corazón", adueñándose de los instintos, descubre de nuevo la belleza espiritual del signo constituido por el cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. En cuanto que este descubrimiento se consolida en la conciencia como convicción y en la voluntad como orientación, tanto en las posibles opciones como de los simples deseos, el corazón humano se hace partícipe, por decirlo así, de otra espontaneidad, de la que nada, o poquísimo, sabe el "hombre carnal". No cabe la menor duda de que, mediante las palabras de Cristo según Mateo 5, 27-28, estamos llamados precisamente a esta espontaneidad. Y quizá la esfera más importante de la "praxis" —relativa a los actos más "interiores"— es precisamente la que marca gradualmente el camino hacia dicha espontaneidad.

Este es un tema amplio que nos convendrá tratar de nuevo, cuando nos dediquemos a demostrar cuál es la verdadera naturaleza de la evangélica "pureza de corazón". Por ahora, terminemos diciendo que las palabras del sermón de la montaña, con las que Cristo llama la atención de sus oyentes —de entonces y de hoy— sobre la "concupiscencia" ("mirada concupiscente"), señalan indirectamente el camino hacia una madura espontaneidad del "corazón" humano, que no sofoca sus nobles deseos y aspiraciones, sino que, al contrario, los libera y, en cierto sentido, los facilita.

Baste por ahora con lo que hemos dicho sobre la relación recíproca entre lo que es "ético" y lo que es "erótico", según el ethos del sermón de la montaña.

Saludos

(A los participantes en una Conferencia sobre recursos alimenticios)

Me complace dar la bienvenida a los participantes en la Conferencia internacional de recursos alimenticios procedentes del mar, que se está celebrando en Roma. Vuestros esfuerzos por aumentar la producción de alimentos procedentes del mar son empresa digna de encomio en un mundo que padece frecuentemente carencia de recursos alimenticios. Por ello aplaudo vuestros esfuerzos. Al mismo tiempo, yo os urgiría a estudiar modos y medios para atender directamente a quienes padecen hambre. Es éste un problema moral difícil y crucial a un tiempo para nuestra comunidad global en el día de hoy. Y al tratar de solucionarlo, estamos respondiendo a la Palabra de Dios que nos exhorta a pensar en las necesidades de los demás. Espero que vuestras deliberaciones de estos días ayuden no sólo vuestro trabajo en la producción de alimentos procedentes del mar, sino a enriquecer también vuestra vida individual.

(A los lectores de la revista "Vivir y Educar)

Un saludo especial dirijo a los peregrinos que vienen a Roma, este año tan numerosos; son los lectores de la revista "Vivir y Educar" y proceden de la diócesis de Aquisgrán.

El título de esta laudable publicación me sugiere la idea de encomendaros a vosotros muy encarecidamente el mensaje de la reciente Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la familia cristiana: leed y estudiad este mensaje, de modo que pueda producir fruto en vuestras propias familias y a vosotros mismos os capacite para ser protección y apoyo de otras familias. La bendición de Dios os acompañe en esta importante tarea.

(A los participantes en el curso de Animación misionera)

167 Dirijo ahora mi saludo a los participantes en el curso organizado por el Secretariado unitario de la Animación misionera. Hijos queridísimos: Os proponéis estar presentes con una aportación específica en los lugares y momentos calificados de las opciones pastorales de la Iglesia italiana, a fin de abrirlas a un horizonte misionero cada vez mayor. Al expresaros mi complacencia por tales propósitos, deseo animaros a proseguir en la obra de intensificar el acuerdo entre vuestros institutos para coordinar cada vez mejor las iniciativas, haciendo de ello expresión de comunión eclesial activa. Os conforte mi bendición apostólica.

(A un grupo de superioras religiosas)

Están presentes en esta audiencia las superioras de religiosas que desarrollan su actividad en las cárceles italianas. Al dedicaros un saludo, hijas queridísimas, aprovecho la ocasión para manifestaros de nuevo mi aprecio por la valiosa obra de vuestras religiosas, que se entregan cada día a un servicio solícito y paciente, de gran valor humano y cristiano. A ellas y a vosotras, que las representáis aquí, mi propiciadora bendición apostólica.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Mi atención se dirige ahora a todos los jóvenes aquí presentes y, en particular, a los estudiantes premiados con el título de "Alfiles del trabajo" por las cualidades morales e intelectuales de que han dado prueba en sus estudios. Queridísimos: El significativo título que premia vuestra aplicación de estos años, os sirva de estímulo para avanzar con coherencia por el camino de la entrega generosa al deber, que la fe ilumina y orienta valiosamente. Al dedicar un saludo particular también al grupo de "Voluntarias del Movimiento de los Focolares", que han tomado parte estos días en un encuentro en el Centro Mariápolis de Rocca di Papa, bendigo a todas de corazón.

También a vosotros, queridos enfermos, mi saludo no menos cordial. Para todos ha venido Jesucristo al mundo, y ha muerto y resucitado; a vosotros, probados por el sufrimiento, dedica Jesús sus dones de valor y fortaleza con mayor atención y solicitud; vosotros le sois más queridos.

Sea grande vuestra fe y confiada vuestra oración. Os conforte mi bendición que imparto a vosotros y a cuantos están cerca de vosotros en el afecto y en las necesidades.

Queridísimos recién casados: De corazón os felicito y doy la enhorabuena por vuestra nueva vida. La gracia divina que el sacramento del matrimonió ha comenzado a infundir en vuestra alma, ilumine y ennoblezca día a día vuestra convivencia. Implorad la gracia de Dios en la oración, imploradla juntos, para que os ayude a conservar y enriquecer el sublime valor de vuestro amor, a guiar rectamente a los hijos que el Buen Dios querrá concederos, y a que reinen siempre la concordia y la serenidad en vuestra familia. Mi bendición acompaña estos deseos.

(A los peregrinos polacos)

Ante vosotros aquí presentes, deseo ahora manifestar mi alegría por lo que se ha hecho estos últimos días en nuestra patria; por el sapiente y maduro acuerdo al que se ha llegado entre las autoridades y los sindicatos que están surgiendo, sindicatos independientes que comienzan su actividad sobre la base del estatuto aprobado. Asimismo deseo de corazón enviar una bendición a estas nuevas instituciones que reúnen a tan gran número de compatriotas míos, trabajadores tanto manuales como empleados.

Al mismo tiempo deseo que esta madurez que en los últimos meses ha caracterizado el modo de actuar de nuestros compatriotas, continúe siendo nuestra, y que Polonia siga encontrando apoyo en las fuerzas del espíritu que por Cristo, por su Evangelio, por su cruz y por su Madre, se han convertido en el gran patrimonio de nuestra patria. Deseo que los aquí presentes transmitáis esta efusiva felicitación mía, y mis palabras y oraciones, a todos mis compatriotas que se hallan en la patria y también a los que están fuera de sus fronteras.



168

Miércoles 26 de noviembre de 1980



1. Deseo sintetizar en la audiencia de hoy el viaje pastoral que, del 15 al 19 de noviembre, me llevó a lo largo de las tierras de la República Federal de Alemania, esto es, a Colonia, Bonn, Osnabrück, Maguncia, Fulda, Altötting y Munich de Baviera. De este modo traté de responder a la invitación que, desde ya hace tiempo, me había dirigido el arzobispo de Colonia, cardenal Joseph Höffner, con ocasión del 700 aniversario de la muerte de San Alberto Magno; a su invitación se habían asociado también los cardenales de Maguncia y de Munich de Baviera, y de todo el Episcopado alemán. Quiero, pues, subrayar con gratitud que la invitación, que venia por parte de la Iglesia, estuvo acompañada también por la que me dirigió el Presidente Federal (Bundespräsident). A este propósito quiero añadir que he apreciado mucho la presencia del Señor Presidente en el momento de mi llegada y de mi partida, y también la posibilidad de mi encuentro con él, con el Canciller Federal (Bundeskanzler) y con los representantes de las autoridades estatales, la tarde del 15 de noviembre, en el castillo de Brühl.

2. El carácter y el programa estrictamente pastoral de la visita me han permitido —a pesar del breve espacio de tiempo— tocar una serie de problemas clave, ligados con la vida y con la misión de la Iglesia en Alemania. Es sabido lo antigua que es la historia del cristianismo en esa tierra situada al norte de los Alpes, en las orillas del Rhin, historia que se remonta a los antiguos tiempos romanos.

Y en este antiguo trasfondo la historia, en sentido propio, de la Iglesia en Alemania comienza plenamente ya después de las migraciones de los pueblos, precisamente esos pueblos nuevos que antes eran todavía paganos. El comienzo de la evangelización en medio de ellos está vinculado al nombre del gran misionero benedictino San Bonifacio, obispo y mártir, ante cuya tumba hemos orado juntos en Fulda, donde tuvo lugar el encuentro con toda la Conferencia del Episcopado alemán, y también con los sacerdotes, con los diáconos y los seminaristas, reunidos allí de todas las diócesis, como también con los cooperadores de la pastoral y con los representantes del apostolado de los laicos, espléndidamente organizado. Este apostolado está ampliamente abierto a las necesidades de la Iglesia y de la sociedad en los diversos países y en los diversos continentes, como dan testimonio de ello las organizaciones misioneras y caritativas de alcance mundial "Missio", "Adveniat", "Misereor". Las ofrendas, recogidas con ocasión de mi visita a Alemania, han sido destinadas a los países de Sahel, azotados por el flagelo de la sequía.

3. Desde los tiempos de San Bonifacio, esto es, desde el siglo VIII, comenzó el desarrollo de la Iglesia medieval en las tierras germánicas. Esa Iglesia, en los siglos X y XI, dio a la Sede Apostólica seis Papas; además dio muchos santos y sabios, tanto hombres como mujeres, tanto en las cortes de los emperadores como en los conventos y abadías. Uno de ellos es precisamente San Alberto, el único de los teólogos medievales al que la historia ha dado el sobrenombre de "Magno", de "Grande". Nacido en Lauingen fue, como teólogo, maestro de Santo Tomás de Aquino, y tiene grandes méritos en el problema de la armonización entre las ciencias naturales, la filosofía aristotélica, y el conocimiento que se saca de la Palabra de la divina Revelación. Obispo de Ratisbona, terminó su vida en Colonia, hace 700 años. Al tributar veneración a la memoria de este gran hijo de Santo Domingo, no se podía menos de recordar al gran Duns Scoto, que descansa también en Colonia, en la iglesia de los franciscanos: como también, en la misma iglesia, otro personaje del siglo pasado: la figura del gran pastor y activista social, rvdo. Adolph Kolping, cuya obra permanece y continúa desarrollándose en Alemania e incluso más allá de sus fronteras.

Con San Alberto Magno se abre ante nosotros una gran perspectiva histórica de la ciencia y de la cultura, en las cuales es enorme la aportación de la nación y de la Iglesia alemana, en el pasado y hoy.

Y por tanto se ha dado la óptima oportunidad de que, en la espléndida catedral de Colonia, he podido hablar a los hombres de la ciencia, reunidos en gran número, profesores y estudiantes, sobre el tema del problema fundamental de las relaciones recíprocas entre la ciencia y la fe en el contexto contemporáneo. Otro encuentro, un poco parecido, tuvo lugar el último día del viaje, en Munich de Baviera; reunió en el "Herkules-Saal" algunos millares de artistas, de hombres de la cultura y también representantes de la llamada cultura de masa, que se desarrolla con la ayuda de los instrumentos contemporáneos de las comunicaciones sociales: prensa, radio y televisión.

En el contexto del aniversario del gran teólogo del siglo XIII, evidentemente no podía faltar al menos un encuentro con los representantes de los profesores de las numerosas facultades teológicas y de los ateneos eclesiásticos de Alemania, y éste tuvo lugar en Altötting, el 18 de noviembre.

4. Caminando por las grandes rutas de la historia, llegamos al siglo XVI, cuando apareció Martín Lutero y a los tiempos de la Reforma. Precisamente en el corriente año se cumplen los 450 de la fecha, a la que se liga la famosa "Confessio augustana" (1530). Y a pesar de que los esfuerzos emprendidos entonces por mantener la unidad de la Iglesia no hayan llevado a los resultados que se esperaban, sin embargo, el aniversario de la "Confessio augustana" se ha convertido para mí en un motivo particular, para estar presente, precisamente este año, en la patria de la Reforma y buscar la ocasión para el encuentro con los representantes de la Iglesia evangélica alemana (EKD), y de las otras Iglesias y Comunidades cristianas, con las cuales la Iglesia católica está en relaciones de cooperación ecuménica. Juzgo como particularmente importante el encuentro con los representantes de la Iglesia evangélica alemana con motivo de las circunstancias históricas antes indicadas, y evidentemente también con motivo del ulterior desarrollo de toda la acción que hay que realizar por la unión de los cristianos, en la que todos nosotros vemos la voluntad de Nuestro Señor.

Este es el camino, del que no podemos volvernos atrás, sino que debemos ir siempre adelante, no desistiendo de la oración y de la conversión interior, y adaptando nuestra conducta a la luz del Espíritu Santo, que es el único que ciertamente puede hacer que toda la obra se realice conjuntamente en el amor y en la verdad. Es obra de una importancia capital para la credibilidad de nuestro testimonio cristiano: "Para que el mundo crea"..., ha pedido Cristo al Padre por sus discípulos, "para que todos sean una sola cosa" (Jn 17,21).

Los encuentros ecuménicos han tenido lugar en Maguncia (Mainz). También se realizó en Maguncia el encuentro con los representantes de la comunidad judía, que tuvo un significado particular y una elocuencia singular.

169 Coronamiento pastoral de este capitulo ecuménico de todo el programa fueron también la visita a Osnabrück, la concelebración y el encuentro con la "diáspora" católica de Alemania del Norte. Una experiencia muy necesaria y cargada de significado.

5. La Iglesia en Alemania se halla ante las grandes tareas de la evangelización, vinculadas con la situación de la sociedad, dividida después de la segunda guerra mundial, en dos Estados alemanes separados Estas son las tareas típicas para esa sociedad altamente industrializada en el sentido de la economía y de la civilización y, al mismo tiempo, sometida a intensos procesos de secularización. En estas circunstancias, la no fácil misión de la Iglesia exige una particular madurez de la verdad predicada y una fuerza de amor tan grande, que sea capaz de superar la indiferencia y la ausencia efectiva de muchos en la comunidad de los creyentes.

Las experiencias de esos pocos intensos días nos permiten deducir que la Iglesia en Alemania trata de contraponer a esas crecientes dificultades la fuerza y las consecuencias prácticas de la fe de aquellos que comprenden y confiesan su cristianismo "con obras y de verdad". Precisamente esta elocuencia han tenido para mí esos encuentros, que han llevado, en cierto sentido, a dar perfil vivo a la sociedad del Pueblo de Dios. Recuerdo la Santa Misa para los esposos y las familias en Butzweilerhof, Colonia. Luego, los encuentros parecidos, por su carácter con el mundo del trabajo, durante la Santa Misa en Maguncia para recordar al obispo Ketteler, gran portavoz de la causa social. Finalmente, la Santa Misa para los jóvenes en Munich de Baviera, en Theresienwiese.

Es necesario añadir que estos encuentros litúrgicos tuvieron lugar con tiempo desfavorable, bajo la lluvia y el frío de noviembre en Colonia y Maguncia, y con el frío penetrante y con el viento en Munich de Baviera. Los participantes no sólo permanecieron en su puesto en esas difíciles condiciones atmosféricas, sino que estaban allí ya bastantes horas antes del comienzo de la Santa Misa, orando, cantando y meditando en la Palabra de Dios. Con esto han dado un particular testimonio de fe y de paciente perseverancia.

En la República Federal de Alemania hay también muchos trabajadores extranjeros, tanto cristianos como musulmanes. Los encuentros con ellos han tenido lugar en la catedral de Maguncia; estaban presentes los grupos: turco, italiano, español, croata y esloveno; y, aparte, un grupo polaco y otros. Momentos llenos de particular calor humano y de comunión fraterna y cristiana han sido dos encuentros con los fieles de la capital federal en el "Müns-terplatz" de Bonn, y con los ancianos en el "Liebfrauendom" de Munich.

6. Deseo dedicar el último punto de este recuerdo a la visita al santuario mariano de Altötting, en el territorio de Baviera (diócesis de Passau), donde habían sido invitadas sobre todo las congregaciones religiosas femeninas y masculinas, y al mismo tiempo habían ido numerosos peregrinos de diversas partes, especialmente de Baviera y de Austria. A este encuentro se refiere la oración que he escrito después del regreso a Roma.

Ciertamente el tiempo riguroso de noviembre no ha favorecido externamente la peregrinación y, sin embargo, doy gracias a Dios por haberla podido realizar, y precisamente en tales condiciones.

Y doy las gracias a todos los hombres que, de un modo u otro, han contribuido a ella y, de un modo u otro, han participado en ella. Vergelt's Gott.
* * *


Saludos

A los Legionarios de Cristo presentes en esta Audiencia que, en torno a su fundador, acaban de concluir su Capítulo general, doy mi afectuoso saludo con la expresión de mi cordial benevolencia. Alentándolos a ser fieles a la Iglesia y a su propia vocación, muy gustoso les imparto la bendición apostólica.



170

Diciembre de 1980

Miércoles 3 de diciembre de 1980

El ethos de la redención del cuerpo

1. Al comienzo de nuestras consideraciones sobre las palabras de Cristo en el sermón de la montaña (Mt 5,27-28) hemos constatado que contienen un profundo significado ético y antropológico. Se trata aquí del pasaje en el que Cristo recuerda el mandamiento "No adulterarás", y añade: "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella (o con relación a ella) en su corazón". Hablamos del significado ético y antropológico de estas palabras, porque aluden a las dos dimensiones íntimamente unidas del ethos y del hombre "histórico". En el curso de los análisis precedentes, hemos intentado seguir estas dos dimensiones, recordando siempre que las palabras de Cristo se dirigen al "corazón", esto es, al hombre interior. El hombre interior es el sujeto específico del ethos del cuerpo, y Cristo quiere impregnar de esto la conciencia y la voluntad de sus oyentes y discípulos. Se trata indudablemente de un ethos "nuevo". Es "nuevo" en relación con el "ethos" de los hombres del Antiguo Testamento como ya hemos tratado de demostrar en análisis más detallados. Es "nuevo" también respecto al estado del hombre "histórico", posterior al pecado original, esto es, respecto al "hombre de la concupiscencia". Se trata, pues, de un ethos "nuevo" en un sentido y en un alcance universales. Es "nuevo" respecto a todo hombre, independientemente de cualquier longitud y latitud geográfica e histórica.

2. Este "nuevo" ethos, que emerge de la perspectiva de las palabras de Cristo pronunciadas en el sermón de la montaña, lo hemos llamado ya más veces "ethos de la redención" y, más precisamente, ethos de la redención del cuerpo. Aquí hemos seguido a San Pablo, que en la Carta a los Romanos contrapone "la servidumbre de la corrupción" (Rm 8,21) y la sumisión a "la vanidad" (Rm 8,20), —de la que se hace partícipe toda la creación a causa del pecado— al deseo de la "redención de nuestro cuerpo" (Rm 8,23). En este contexto, el Apóstol habla de los gemidos de "toda la creación" que "abriga la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción, para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Rm 8,20-21). De este modo, San Pablo desvela la situación de toda la creación, y en particular la del hombre después del pecado. Para esta situación es significativa la aspiración que —juntamente con la "adopción de hijos" (Rm 8,23)— tiende precisamente a la "redención del cuerpo", presentada como el fin, como el fruto escatológico y maduro del misterio de la redención del hombre y del mundo, realizada por Cristo.

3. ¿En que sentido, pues, podemos hablar del ethos de la redención y especialmente del ethos de la redención del cuerpo? Debemos reconocer que en el contexto de las palabras del sermón de la montaña (Mt 5,27-28), que hemos analizado, este significado no aparece todavía en toda su plenitud. Se manifestará más completamente cuando examinemos otras palabras de Cristo, esto es, aquellas en las que se refiere a la resurrección (cf. Mt 22,30 Mc 12,25 Lc 20,35-36). Sin embargo, no hay duda alguna de que también en el sermón de la montaña Cristo habla en la perspectiva de la redención del hombre y del mundo (y precisamente, por tanto, de la "redención del cuerpo"). De hecho, ésta es la perspectiva de todo el Evangelio, de toda la enseñanza, más aún, de toda la misión de Cristo. Y aunque el contexto inmediato del sermón de la montaña señale a la Ley y a los Profetas como el punto de referencia histórico, propio del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, sin embargo, no podemos olvidar jamás que en la enseñanza de Cristo la referencia fundamental a la cuestión del matrimonio y al problema de las relaciones entre el hombre y la mujer, se remite al "principio". Esta llamada sólo puede ser justificada por la realidad de la redención; fuera de ella, en efecto, permanecería únicamente la triple concupiscencia, o sea, esa "servidumbre de la corrupción", de la que escribe el apóstol Pablo (Rm 8,21). Solamente la perspectiva de la redención justifica la referencia al "principio", o sea, la perspectiva del misterio de la creación en la totalidad de la enseñanza de Cristo acerca de los problemas del matrimonio, del hombre y de la mujer y de su relación recíproca. Las palabras de Mateo 5, 27-28 se sitúan, en definitiva, en la misma perspectiva teológica.

4. En el sermón de la montaña, Cristo no invita al hombre a retornar al estado de la inocencia originaria, porque la humanidad la ha dejado irrevocablemente detrás de sí, sino que lo llama a encontrar —sobre el fundamento de los significados perennes y, por así decir, indestructibles de lo que es "humano"— las formas vivas del "hombre nuevo". De este modo se establece un vínculo; más aún, una continuidad entre el "principio" y la perspectiva de la redención. En el ethos de la redención del cuerpo deberá reanudarse de nuevo el ethos originario de la creación. Cristo no cambia la ley, sino que confirma el mandamiento: "No adulterarás"; pero, al mismo tiempo, lleva el entendimiento y el corazón de los oyentes hacia esa "plenitud de la justicia", querida por Dios creador y legislador, que encierra este mandamiento en sí. Esta plenitud se descubre: primero con una visión interior "del corazón", y luego con un modo adecuado de ser y de actuar. La forma del hombre "nuevo" puede surgir de este modo de ser y de actuar, en la medida en que el ethos de la redención del cuerpo domina la concupiscencia de la carne y a todo el hombre de la concupiscencia. Cristo indica con claridad que el camino para alcanzarlo debe ser camino de templanza y de dominio de los deseos, y esto es la raíz misma, ya en la esfera puramente interior ("todo el que mira para desear..."). El ethos de la redención contiene en todo ámbito —y directamente en la esfera de la concupiscencia de la carne— el imperativo del dominio de sí, la necesidad de una inmediata continencia y de una templanza habitual.

5. Sin embargo, la templanza, la continencia no significan —si es posible expresarse así— una suspensión en el vacío, ni en el vacío de los valores, ni en el vacío del sujeto. El ethos de la redención se realiza en el dominio de sí, mediante la templanza, esto es, la continencia de los deseos. En este comportamiento, el corazón humano permanece vinculado al valor, del cual, a través del deseo, se hubiera alejado de otra manera, orientándose hacia la mera concupiscencia carente de valor ético (como hemos dicho en el análisis precedente). En el terreno del ethos de la redención, la unión con ese valor mediante un acto de dominio, se confirma, o bien se restablece, con una fuerza y una firmeza todavía más profundas. Y se trata aquí del valor del significado esponsalicio del cuerpo, del valor de un signo transparente, mediante el cual el Creador —junto con el perenne atractivo recíproco del hombre y de la mujer a través de la masculinidad y feminidad— ha escrito en el corazón de ambos el don de la comunión, es decir, la misteriosa realidad de su imagen y semejanza. De este valor se trata en el acto del dominio de sí y de la templanza, a los que llama Cristo en el sermón de la montaña (Mt 5,27-28).

6. Este acto puede dar la impresión de la suspensión "en el vacío del sujeto". Puede dar esta impresión particularmente cuando es necesario decidirse a realizarlo por primera vez, o también, más todavía, cuando se ha creado el hábito contrario, cuando el hombre se ha habituado a ceder a la concupiscencia de la carne. Sin embargo, incluso ya la primera vez, y mucho más si se adquiere después el hábito, el hombre realiza la gradual experiencia de la propia dignidad y, mediante la templanza, atestigua el propio autodominio y demuestra que realiza lo que en él es esencialmente personal. Y, además, experimenta gradualmente la libertad del don, que por un lado es la condición, y por otro es la respuesta del sujeto al valor esponsalicio del cuerpo humano, en su feminidad y masculinidad. Así, pues, el ethos de la redención del cuerpo se realiza a través del dominio de sí, a través de la templanza de los "deseos", cuando el corazón humano estrecha la alianza con este ethos, o más bien, la confianza mediante la propia subjetividad integral: cuando se manifiestan las posibilidades y las disposiciones más profundas y, no obstante, más reales de la persona, cuando adquieren voz los estratos más profundos de su potencialidad, a los cuales la concupiscencia de la carne, por decirlo así, no permitiría manifestarse. Estos estratos no pueden emerger tampoco cuando el corazón humano está anclado en una sospecha permanente, como resulta de la hermenéutica freudiana. No pueden manifestarse siquiera cuando en la conciencia domina el "antivalor" maniqueo. En cambio, el ethos de la redención se basa en la estrecha alianza con esos estratos.

7. Ulteriores reflexiones nos darán prueba de ello. Al terminar nuestros análisis sobre el enunciado tan significativo de Cristo según Mateo 5, 27-28, vemos que en el "corazón" humano es sobre todo objeto de una llamada y no de una acusación. Al mismo tiempo, debemos admitir que la conciencia del estado pecaminoso en el hombre histórico no es sólo un necesario punto de partida, sino también una condición indispensable de su aspiración a la virtud, a la "pureza de corazón", a la perfección. El ethos de la redención del cuerpo permanece profundamente arraigado en el realismo antropológico y axiológico de la Revelación. Al referirse, en este caso, al "corazón", Cristo formula sus palabras del modo más concreto: efectivamente, el hombre es único e irrepetible sobre todo a causa de su "corazón", que decide de él "desde dentro". La categoría del "corazón" es en cierto sentido, lo equivalente de la subjetividad personal. El camino de la llamada a la pureza del corazón, tal como fue expresada en el sermón de la montaña, es en todo caso reminiscencia de la soledad originaria, de la que fue liberado el hombre-varón mediante la apertura al otro ser humano a la mujer. La pureza de corazón se explica en fin de cuentas, con la relación hacia el otro sujeto, que es originariamente y perennemente "conllamado".

La pureza es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad interior en el "corazón" del hombre.

Saludos


Audiencias 1980 165