Audiencias 1980 171

171 Saludo ahora cordialmente a los miembros de la peregrinación española del Consejo General de Cofradías de Sevilla.

Os recibo muy gustosamente, queridos hermanos y hermanas, que representáis a tantos otros fieles cofrades de la gran archidiócesis hispalense. Quiero alentaros a un esfuerzo generoso, para que vuestra actividad esté dirigida a plasmar ante todo en vuestra vida personal, familiar y social los verdaderos valores cristianos de vuestros pastores y en unión con cuantos comparten vuestros ideales.

Con estos deseos os imparto a vosotros y a los miembros de vuestras cofradías la bendición apostólica.



Miércoles 10 de diciembre de 1980

La pureza

1. Un análisis sobre la pureza será un complemento indispensable de las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña, sobre las que hemos centrado el ciclo de nuestras presentes reflexiones. Cuando Cristo, explicando el significado justo del mandamiento: "No adulterarás", hizo una llamada al hombre interior, especificó, al mismo tiempo, la dimensión fundamental de la pureza, con la que están marcadas las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer en el matrimonio y fuera del matrimonio. Las palabras: "Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5,28) expresan lo que contrasta con la pureza. A la vez, estas palabras exigen la pureza que en el sermón de la montaña está comprendida en el enunciado de las bienaventuranzas: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).De este modo, Cristo dirige al corazón humano una llamada: lo invita, no lo acusa, como ya hemos aclarado anteriormente.

2. Cristo ve en el corazón, en lo íntimo del hombre, la fuente de la pureza —pero también de la impureza moral— en el significado fundamental y más genérico de la palabra. Esto lo confirma, por ejemplo, la respuesta dada a los fariseos, escandalizados por el hecho de que sus discípulos "traspasan la tradición de los ancianos, pues no se lavan las manos cuando comen" (Mt 15,2). Jesús dijo entonces a los presentes: "No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre; pero lo que sale de la boca, eso es lo que le hace impuro" (Mt 15,11). En cambio, a sus discípulos, contestando a la pregunta de Pedro, explicó así estas palabras: "... lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre: pero comer sin lavarse las manos, eso no hace impuro al hombre"(cf. Mt 15,18-20 también Mc 7,20-23).

Cuando decimos "pureza", "puro", en el significado primero de estos términos, indicamos lo que contrasta con lo sucio. "Ensuciar" significa "hacer inmundo", "manchar". Esto se refiere a los diversos ámbitos del mundo físico. Por ejemplo, se habla de una "calle sucia", de una "habitación sucia"; se habla también del "aire contaminado". Y así, también el hombre puede ser "inmundo" cuando su cuerpo no está limpio. Para quitar la suciedad del cuerpo, es necesario lavarlo. En la tradición del Antiguo Testamento se atribuía una gran importancia a las abluciones rituales, por ejemplo, a lavarse las manos antes de comer, de lo que habla el texto antes citado. Numerosas y detalladas prescripciones se referían a las abluciones del cuerpo en relación con la impureza sexual, entendida en sentido exclusivamente fisiológico, a lo que ya hemos aludido anteriormente (cf. Lev Lv 15). De acuerdo con el estado de la ciencia médica del tiempo, las diversas abluciones podrían corresponder a prescripciones higiénicas. En cuanto eran impuestas en nombre de Dios y contenidas en los Libros Sagrados de la legislación veterotestamentaria, la observancia de ellas adquiría, indirectamente, un significado religioso; eran abluciones rituales y, en la vida del hombre de la Antigua Alianza, servían a la "pureza ritual".

3. Con relación a dicha tradición jurídico-religiosa de la Antigua Alianza se formó un modo erróneo de entender la pureza moral [1]. Se la entendía frecuentemente de modo exclusivamente exterior y "material". En todo caso, se difundió una tendencia explícita a esta interpretación. Cristo se opone a ella de modo radical: nada hace al hombre inmundo "desde el exterior", ninguna suciedad "material" hace impuro al hombre en sentido moral, o sea, interior. Ninguna ablución, ni siquiera ritual, es idónea de por sí para producir la pureza moral. Esta tiene su fuente exclusiva en el interior del hombre: proviene del corazón. Es probable que las respectivas prescripciones del Antiguo Testamento (por ejemplo, las que se hallan en Levítico 15, 16-24; 18, 1, ss., o también 12, 1-5) sirviesen, además de para fines higiénicos, incluso para atribuir una cierta dimensión de interioridad a lo que en la persona humana es corpóreo y sexual. En todo caso, Cristo se cuidó bien de vincular la pureza en sentido moral (ético) con la fisiología y con los relativos procesos orgánicos. A la luz de las palabras de Mateo 15, 18-20, antes citadas, ninguno de los aspectos de la "inmundicia" sexual, en el sentido estrictamente somático, bio-fisiológico, entra de por sí en la definición de la pureza o de la impureza en sentido moral (ético).

4. El referido enunciado (Mt 15,18-20) es importante sobre todo por razones semánticas. Al hablar de la pureza en sentido moral, es decir, de la virtud de la pureza, nos servimos de una analogía, según la cual el mal moral se compara precisamente con la inmundicia. Ciertamente esta analogía ha entrado a formar parte, desde los tiempos más remotos, del ámbito de los conceptos éticos. Cristo la vuelve a tomar y la confirma en toda su extensión: "Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre". Aquí Cristo habla de todo mal moral, de todo pecado; esto es, de transgresiones de los diversos mandamientos, y enumera "los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias", sin limitarse a un específico género de pecado. De ahí se deriva que el concepto de "pureza" y de "impureza" en sentido moral es ante todo un concepto general, no específico: por lo que todo bien moral es manifestación de pureza y todo mal moral es manifestación de impureza. El enunciado de Mateo 15, 18-20 no restringe la pureza a un sector único de la moral, o sea, al conectado con el mandamiento "No adulterarás" y "No desearás la mujer de tu prójimo", es decir, a lo que se refiere a las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer, ligadas al cuerpo y a la relativa concupiscencia. Análogamente podemos entender también la bienaventuranza del sermón de la montaña, dirigida a los hombres "limpios de corazón", tanto en sentido genérico como en el más específico. Solamente los eventuales contextos permitirán delimitar y precisar este significado.

5. El significado más amplio y general de la pureza está presente también en las Cartas de San Pablo, en las que gradualmente individuaremos los contextos que, de modo explícito, restringen el significado de la pureza al ámbito "somático" y "sexual", es decir, a ese significado que podemos tomar de las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña sobre la concupiscencia, que se expresa ya en el "mirar a la mujer" y se equipara a un "adulterio cometido en el corazón" (cf. Mt 5,27-28).

172 San Pablo no es el autor de las palabras sobre la triple concupiscencia. Como sabemos, éstas se encuentran en la primera Carta de San Juan. Sin embargo, se puede decir que, análogamente a ésa que para Juan (1Jn 2,16-17) es contraposición en el interior del hombre entre Dios y el mundo (entre lo que viene "del Padre" y lo que viene "del mundo") —contraposición que nace en el corazón y penetra en las acciones del hombre como "concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida"—, San Pablo pone de relieve en el cristiano otra contradicción: la oposición y juntamente la tensión entre la "carne" y el "Espíritu" (escrito con mayúscula, es decir, el Espíritu Santo): "Os digo pues: andad en Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis" (Ga 5,16-17). De aquí se sigue que la vida "según la carne" está en oposición a la vida "según el Espíritu". "Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el Espíritu sienten las cosas espirituales" (Rm 8,5).

En los análisis sucesivos trataremos de mostrar que la pureza —la pureza de corazón, de la que habló Cristo en el sermón de la montaña— se realiza precisamente en la "vida según el Espíritu"

Notas

[1] Junto a un sistema complejo de prescripciones referentes a la pureza ritual, basándose en el cual se desarrolló la casuística legal, existía, sin embargo, en el Antiguo Testamento el concepto de una pureza moral, que se había transmitido por dos corrientes.

Los Profetas exigían un comportamiento conforme a la voluntad de Dios, lo que supone la conversión del corazón, la obediencia interior y la rectitud total ante él (cf., por ejemplo, Is 1,10-20 Jr 4,14 Jr 24,7 Ez 36,

25 ss). Una actitud semejante requiere también el Salmista: "¿Quién puede subir al monte del Señor?... El hombre de manos inocentes y puro corazón... recibirá la bendición del Señor" (Ps 24, [23] 3-5).

Según la tradición sacerdotal, el hombre que es consciente de su profundo estado pecaminoso, al no ser capaz de realizar la purificación con las propias fuerzas, suplica a Dios para que realice esa transformación del corazón, que sólo puede ser obra de un acto suyo creador: "¡Oh, Dios, crea en mí un corazón puro... Lávame: quedaré más blanco que la nieve... Un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias" (Ps 51, [50] 12. 9. 19).

Ambas corrientes del Antiguo Testamento se encuentran en la bienaventuranza de los "limpios de corazón" (Mt 5,8), aun cuando su formulación verbal parece estar más cercana al Salmo 24). (Cf. J. Dupont, Les béatitudes, vol. III: Les Evangelistes, París 1973, Gabalda, págs. 603-604).



Saludos

Saludo ahora a los nuevos Oficiales de la Escuela Penitenciaria de la República Argentina, acompañados por sus Superiores, Profesores y por el Capellán Mayor, junto con un grupo de becados de otros países latinoamericanos.

Amadísimos hijos:

173 Estáis para volver a vuestra patria, donde os esperan tareas delicadas al servicio del bien común. Que vuestra conciencia de hijos de la Iglesia os haga ver, en los detenidos confiados a vuestro cuidado, a verdaderos hermanos en la fe, merecedores de un trato humano y cristiano.

Con el deseo de alentaros y de confirmar vuestros buenos propósitos, os bendigo de corazón.

* * *

Saludo también con afecto al grupo de peregrinos procedentes de Guatemala. Os deseo, amados hijos e hijas, que vuestra profesión de fe junto al sepulcro de Pedro fructifique en obras de caridad y de concordia en la sociedad guatemalteca. Con mi Bendición Apostólica.





Miércoles 17 de diciembre de 1980

Tensión entre carne y espíritu en el corazón del hombre

1. "La carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne". Queremos profundizar hoy en estas palabras de San Pablo tomadas de la Carta a los Gálatas (5, 17), con las que la semana pasada terminamos nuestras reflexiones sobre el tema del justo significado de la pureza. Pablo piensa en la tensión que existe en el interior del hombre, precisamente en su "corazón". No se trata aquí solamente del cuerpo (la materia) y del espíritu (el alma) como de dos componentes antropológicos esencialmente diversos, que constituyen desde el "principio" la esencia misma del hombre. Pero se presupone esa disposición de fuerzas que se forman en el hombre con el pecado original y de las que participa todo hombre "histórico". En esta disposición, que se forma en el interior del hombre, el cuerpo se contrapone al espíritu y fácilmente domina sobre él [1]. La terminología paulina, sin embargo, significa algo más: aquí el predominio de la "carne" parece coincidir casi con la que, según la terminología de San Juan, es la triple concupiscencia que "viene del mundo". La "carne", en el lenguaje de las Cartas de San Pablo [2], indica no sólo al hombre "exterior", sino también al hombre "interiormente" sometido al "mundo" [3], en cierto sentido, cerrado en el ámbito de esos valores que sólo pertenecen al mundo y de esos fines que es capaz de imponer al hombre: valores, por tanto, a los que el hombre, en cuanto "carne", es precisamente sensible. Así, el lenguaje de Pablo parece enlazarse con los contenidos esenciales de Juan, y el lenguaje de ambos denota lo que se define por diversos términos de la ética y de la antropología contemporáneas, como por ejemplo: "autarquía humanística", "secularismo", o también, con un significado general, "sensualismo". El hombre que vive "según la carne" es el hombre dispuesto solamente a lo que viene "del mundo": es el hombre de los "sentidos", el hombre de la triple concupiscencia. Lo confirman sus acciones, como diremos dentro de poco.

2. Este hombre vive casi en el polo opuesto respecto a lo que "quiere el Espíritu". El Espíritu de Dios quiere una realidad diversa de la que quiere la carne, desea una realidad diversa de la que desea la carne, y esto ya en el interior del hombre, ya en la fuente interior de las aspiraciones y de las acciones del hombre, "de manera que no hagáis lo que queréis" (Ga 5,17).

Pablo expresa esto de modo todavía más explícito, al escribir en otro lugar del mal que hace, aunque no lo quiera, y de la imposibilidad —o más bien, de la posibilidad limitada— de realizar el bien que "quiere" (cf. Rm 7,19). Sin entrar en los problemas de una exégesis pormenorizada de este texto, se podría decir que la tensión entre la "carne" y el "espíritu" es, ante todo, inmanente, aún cuando no se reduce a este nivel. Se manifiesta en su corazón como "combate" entre el bien y el mal. Ese deseo, del que habla Cristo en el sermón de la montaña (cf. Mt 5,27-28), aunque sea un acto "interior", sigue siendo ciertamente —según el lenguaje paulino— una manifestación de la vida "según la carne". Al mismo tiempo, ese deseo nos permite comprobar cómo en el interior del hombre la vida "según la carne" se opone a la vida "según el espíritu" y cómo esta última, en la situación actual del hombre, dado su estado pecaminoso hereditario, está constantemente expuesta a la debilidad e insuficiencia de la primera, a la que cede con frecuencia, si no se refuerza en el interior para hacer precisamente lo "que quiere el Espíritu". Podemos deducir de ello que las palabras de Pablo, que tratan de la vida "según la carne" y "según el espíritu", son al mismo tiempo una síntesis y un programa; y es preciso entenderlas en esta clave.

3. Encontramos la misma contraposición de la vida "según la carne" y la vida "según el Espíritu" en la Carta a los Romanos. También aquí (como por lo demás en la Carta a los Gálatas) esa contraposición se coloca en el contexto de la doctrina paulina acerca de la justificación mediante la fe, es decir, mediante la potencia de Cristo mismo que obra en el interior del hombre por medio del Espíritu Santo. En este contexto Pablo lleva esa contraposición a sus últimas consecuencias cuando escribe: "Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el Espíritu sienten las cosas espirituales. Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito del Espíritu es vida y paz. Por lo cual el apetito de la carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios: pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que de verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo. Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia" (Rm 8,5-10).

174 4. Se ven con claridad los horizontes que Pablo delinea en este texto: él se remonta al "principio"; es decir, en este caso, al primer pecado del que tomó origen la vida "según la carne" y que creó en el hombre la herencia de una predisposición a vivir únicamente semejante vida, juntamente con la herencia de la muerte. Al mismo tiempo Pablo presenta la victoria final sobre el pecado y sobre la muerte, de lo que es signo y anuncio la resurrección de Cristo: "El que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros" (Rm 8,11). Y en esta perspectiva escatológica, San Pablo pone de relieve la "justificación" en Cristo, destinada ya al hombre "histórico", a todo hombre de "ayer, de hoy y de mañana" de la historia del mundo y también de la historia de la salvación: justificación que es esencial para el hombre interior, y está destinada precisamente a ese "corazón" al que Cristo se ha referido, hablando de la "pureza" y de la "impureza" en sentido moral. Esta "justificación" por la fe no constituye simplemente una dimensión del plan divino de la salvación y de la santificación del hombre, sino que es, según San Pablo, una auténtica fuerza que actúa en el hombre y que se revela y afirma en sus acciones.

5. He aquí de nuevo las palabras de la Carta a los Gálatas: "Ahora bien; las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, rencillas, disensiones, divisiones, envidias, homicidios, embriagueces, orgías y otras como éstas..." (5, 19-21). "Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza..." (5, 22-23). En la doctrina paulina, la vida "según la carne" se opone a la vida "según el Espíritu", no sólo en el interior del hombre, en su "corazón", sino, como se ve, encuentra un amplio y diferenciado campo para traducirse en obras. Pablo habla, por un lado, de las "obras" que nacen de la "carne" —se podría decir: de las obras en las que se manifiesta el hombre que vive "según la carne"—, y, por otro, del "fruto del Espíritu" esto es, de las acciones [4], de los modos de comportarse, de las virtudes, en las que se manifiesta el hombre que vive "según el Espíritu". Mientras en el primer caso nos encontramos con el hombre abandonado a la triple concupiscencia, de la que dice Juan que viene "del mundo", en el segundo caso nos hallamos frente a lo que ya antes hemos llamado el ethos de la redención. Ahora sólo estamos en disposición de esclarecer plenamente la naturaleza y la estructura de ese "ethos". Se manifiesta y se afirma a través de lo que en el hombre, en todo su "obrar", en las acciones y en el comportamiento, es fruto del dominio sobre la triple concupiscencia: de la carne, de los ojos, y de la soberbia de la vida (de todo eso de lo que puede ser justamente "acusado" el corazón humano y de lo que pueden ser continuamente "sospechosos" el hombre y su interioridad).

6. Si el dominio en la esfera del ethos se manifiesta y se realiza como "amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" —así leemos en la Carta a los Gálatas—, entonces detrás de cada una de estas realizaciones, de estos comportamientos, de estas virtudes morales, hay una opción específica, es decir, un esfuerzo de la voluntad, fruto del espíritu humano penetrado por el Espíritu de Dios, que se manifiesta en la elección del bien. Hablando con lenguaje de Pablo: "El Espíritu tiene tendencias contrarias a la carne" (Ga 5,17), y en estos "deseos" suyos se demuestra más fuerte que la "carne" y que los deseos que engendra la triple concupiscencia. En esta lucha entre el bien y el mal, el hombre se demuestra más fuerte gracias a la potencia del Espíritu Santo que actuando dentro del espíritu humano, hace realmente que sus deseos fructifiquen en bien. Por tanto, éstas son no sólo y no tanto "obras" del hombre, cuanto "fruto"; esto es, efecto de la acción del "Espíritu" en el hombre. Y por eso Pablo habla del "fruto del Espíritu" entendiendo esta palabra con mayúscula. Sin penetrar en las estructuras de la interioridad humana mediante sutiles diferenciaciones que nos suministra la teología sistemática (especialmente a partir de Tomás de Aquino), nos limitamos a la exposición sintética de la doctrina bíblica, que nos permite comprender, de manera esencial y suficiente, la distinción y contraposición de la "carne" y del "Espíritu".

Hemos observado que entre los frutos del Espíritu el Apóstol pone también el "dominio de sí". Es necesario no olvidarlo, porque en las reflexiones ulteriores reanudaremos este tema para tratarlo de modo más detallado.



Notas

[1] "Paul never, like que Greeks, identified 'sinful flesh' with the physical body...

Flesh, then, in Paul is not to be identified with sex or with the physical body. It is closer to the Hebrew thought of the physical personality -the self including physical and psychical elements as vehicle of the outward life and the lower levels of experience.

It is man in his humanness with all the limitations, moral weakness, vulnerability, creatureliness and mortality, which being human implies...

Man is vulnerable both to evil and to God; he is a vehicle, a channel, a dwelling-place, a temple, a battlefield (Paul uses each metaphor) for good and evil.

Which shall possess, indwell, master him -whether sin, evil, the spirit that now worketh in the children of disobedience, or Christ, the Holy Spirit, faith, grace- it is for each man to choose.

That he can so choose, brings to view the other side of Paul's conception of human nature, man's conscience and the human spirit" (R.E.O. White, Biblical Ethics, Exeter 1979, Paternoster Press, pp. 135-138).

175 [2] La interpretación de la palabra griega sarx "carne" en las Cartas de Pablo. depende del contexto de la Carta. En la Carta a los Gálatas, por ejemplo, se pueden especificar, al menos, dos significados distintos de sarx.

Al escribir a los Gálatas, Pablo combatía contra dos peligros que amenazaban a la joven comunidad cristiana.

Por una parte, los convertidos del judaísmo intentaban convencer a los convertidos del paganismo para que aceptaran la circuncisión, que era obligatoria en el judaísmo. Pablo les echa en cara que "se glorían de la carne", esto es, de poner la esperanza en la circuncisión de la carne. "Carne", en este contexto (
Ga 3, 1-5, 12; 6, 12-18) significa, pues, "circuncisión", como símbolo de una nueva sumisión a las leyes del judaísmo.

El segundo peligro, en la joven Iglesia gálata, provenía del influjo de los "Pneumáticos", los cuales entendían la obra del Espíritu Santo más bien como divinización del hombre que como potencia operante en sentido ético. Esto los llevaba a infravalorar los principios morales. Al escribirles, Pablo llama "carne" a todo lo que acerca el hombre al objeto de su concupiscencia y le halaga con la promesa seductora de una vida aparentemente más plena (cf. Gál Ga 5,13 Ga 6,10).

La sarx, pues, "se gloría" igualmente de la ley como de su infracción, y en ambos casos promete lo que no puede mantener.

Pablo distingue explícitamente entre el objeto de la acción y la sarx. El centro de la decisión no está en la "carne": "Andad en el Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne" (Ga 5,16).

El hombre cae en la esclavitud de la carne cuando se confía a la "carne" y a lo que ella promete (en el sentido de la "ley" o de la infracción de la ley).

(Cf. E. Mussner, Der Galaterbrief, Herders Theolog. Kommentar zum NT, IX; Freiburg 1974, Herder, p. 367; R. Jewett, Paul's Anthropological Terms. A Study of Their Use in Conflict Settings, Arbeiten zur Geschichte des antiken Judentums und des Urchristentums, X, Leiden 1971, Brill, pp. 95-106).

[3] Pablo subraya en sus Cartas el carácter dramático de lo que se desarrolla en el mundo. Puesto que los hombres, por su culpa, han olvidado a Dios, "por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza" (Rm 1,24), de la que proviene también todo el desorden moral que deforma, tanto la vida sexual (Rm 1,24-27), como el funcionamiento de la vida social y económica (Rm 1,29-32) e incluso cultural; efectivamente, "conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen" (Rm 1,32).

Desde el momento en que, a causa de un solo hombre entró el pecado en el mundo (Rm 5,12), "el Dios de este mundo cegó su inteligencia incrédula para que no brille en ellos la luz del Evangelio, de la gloria de Cristo" (2Co 4,4): y por esto también "la ira de Dios se manifiesta desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres, de los que en su injusticia aprisionan la verdad con la injusticia" (Rm 1,18).

Por esto "el continuo anhelar de las criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios... con la esperanza de que también ellas serán liberadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Rm 8,19-21) esa liertad para la que "Cristo nos ha hecho libres (Ga 5,1).

176 El concepto de "mundo" en San Juan tiene diversos significados: en su Carta primera, el mundo es el lugar donde se manifiesta la triple concupiscencia (1Jn 2,15-16), y donde los falsos profetas y los adversarios de Cristo tratan de seducir a los fieles; pero los cristianos vencen al mundo gracias a su fe (ib. 5, 4); efectivamente, el mundo pasa junto con sus concupiscencias, y el que realiza la voluntad de Dios vive eternamente (ib. 2, 17).

(Cf. P. Grelot, "Monde", in: Dictionnaire de Spiritualité, Ascétique et mystique, doctrine et histoire, fascicules 68- 69), Beauchesne, p. 1628 ss. Además: J. Mateos, J. Barreto, Vocabulario teológico del Evangelio de Juan, Madrid 1980, Edic. Cristiandad, págs. 211-215).

[4] Los exegetas hacen observar que, aunque, a veces, para Pablo el concepto de "fruto" se aplica también a las "obras de la carne" (por ejemplo, Rm 6,21 Rm 7,5), sin embargo, el "fruto del Espíritu" jamás se llama "obra".

En efecto, para Pablo "las obras" son los actos propios del hombre (o aquello en lo que Israel pone, sin razón, la esperanza), de los que él responderá ante Dios.

Pablo evita también el término "virtud", arete; se encuentra una sola vez, con sentido muy general, en Flp 4, 8. En el mundo griego esta palabra tenía un significado demasiado antropocéntrico; especialmente los estoicos ponían de relieve la autosuficiencia o autarquía de la virtud.

En cambio, el término "fruto del Espíritu" subraya la acción de Dios en el hombre. Este "fruto" crece en él como el don de una vida, cuyo único autor es Dios; el hombre puede, a lo sumo, favorecer las condiciones adecuadas para que el fruto pueda crecer y madurar.

El fruto del Espíritu, en forma singular, corresponde de algún modo a la "justicia" del Antiguo Testamento, que abarca el conjunto de la vida conforme a la voluntad de Dios; corresponde también, en cierto sentido, a la "virtud" de los estoicos, que era indivisible. Lo vemos, por ejemplo, en Ef 5, 9, 11: "El fruto de la luz es todo bondad, justicia y verdad..., no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas..."

Sin embargo, "el fruto del Espíritu" es diferente, tanto de la "justicia" como de la "virtud", porque él (en todas sus manifestaciones y diferenciaciones que se ven en los catálogos de las virtudes) contiene el efecto de la acción del Espíritu, que en la Iglesia es fundamento y realización de la vida del cristiano.

(Cf. H. Schlier, Der Brief an die Galater, Meyer's Kommentar Göttingen 1978, Vandenhoeck-Ruprecht, pp. 255- 264; O. Bauernfeind, arete in: Theological Dictionary of the New Testament, ed. G. Kittel G. Bromley, vol. 1, Grand Rapids 1978. Eerdmans, p. 460; W. Tatarkiewicz, Historia Filozofii, t. 1, Warszawa 1970, PWN pp. 121; E. Kamlah, Die Form der katalogischen Paränese im Neuen Testament, Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament, 7, Tübingen 1964, Mhr, p. 14).





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