Discursos 1980 251

251 Y ante todo, agradezco a las autoridades de la nación, al Jefe del Estado y a la jerarquía eclesiástica, su solícita invitación y el interés que han puesto en organizar lo mejor posible mi visita. Y a todos os agradezco el entusiasmo de vuestro recibimiento, que me ha impresionado profundamente.

Saludo con gozo este país, lleno de promesas, en el corazón del África Occidental. Sé que sus ciudadanos son acogedores, tolerantes, respetuosos de la vida humana y de la libertad. Y cuando ahora toman amplio contacto con otras civilizaciones, que les seducen por sus progresos técnicos, aportan a ellas muchos valores humanos tradicionales que han cultivado en su propio suelo, partiendo de sus tradiciones y, en cierta medida, desde hace un siglo, partiendo también del Evangelio.

Saludo, en efecto, a mis hermanos e hijos católicos, puesto que he venido ante todo como Pastor de la Iglesia universal. Los católicos forman aquí una comunidad importante por su número y, más aún quizá, por su dinamismo. Saludo a los nueve obispos autóctonos, a sus sacerdotes —tendré el gusto de concelebrar enseguida con los recién ordenados—, a sus religiosas, a todos sus fieles. Y no quiero olvidar a los numerosos misioneros que, sobre todo desde 1895, han realizado en este país una obra admirable por amor a Cristo y a los habitantes de Costa de Marfil, y la prosiguen aquí al servicio de sus hermanos, en una colaboración feliz y fructuosa.

Saludo a los otros cristianos y a los demás creyentes: ellos saben como nosotros, que el sentido de Dios es inseparable del corazón humano.

A nivel civil, saludo a todos los responsables del bien común y a los expertos de toda índole, comprendidos los extranjeros que trabajan aquí: se han esforzado en acelerar el desarrollo del país, de todos sus recursos y, al mismo tiempo, en dar a su juventud una instrucción adecuada. Es mi deseo que esta obra contribuya al progreso humano completo, no solamente técnico, sino moral y espiritual de todos sus habitantes.

Saludo a todos los trabajadores de este país, del campo y de la ciudad. y tengo un especial recuerdo para los numerosos emigrantes de los países vecinos, que han venido a colaborar con los obreros de aquí.

Saludo especialmente a los jóvenes y a los estudiantes, con quienes tendré un largo encuentro.

Mi pensamiento y mi oración van hacia todas las familias de este país, y especialmente a los lugares donde se encuentran gentes que sufren: enfermos, impedidos, ancianos, a cuantos conocen la angustia física o moral. Ellos tienen siempre un puesto particular en mi afecto. Tomaré contacto con los que son particularmente probados por la lepra.

Vengo, en efecto, aquí como mensajero de paz. Cristo, a quien sirvo como Sucesor de su primer Apóstol, ha bendecido a los artífices de la paz. Vengo a recibir el testimonio de cuanto se ha hecho de hermoso y fraternal en este país y en esta Iglesia. Vengo a animarlo y, en lo posible, a aportar el impulso que nace de la fe, a fin de que se construya una civilización digna de los hombres, que son hijos de Dios. La unidad de todos: ése será el tema de la Misa que nos reunirá esta tarde.

Que Dios os bendiga, que os recompense por recibir así al Papa. ¡Que bendiga a toda Costa de Marfil!







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COSTA DE MARFIL


Y A LA NACIÓN



Sábado 10 de mayo de 1980




Señor Presidente:

252 1. El 2 de febrero último, al recibir a los miembros de las comunidades de diferentes naciones africanas residentes en Roma, que me habían sido presentados por el Embajador de Costa de Marfil, tuve la alegría de anunciar un próximo viaje para "honrar y alentar a toda África" (L'Osservatore Romano en Lengua Española, 17 de febrero de 1980, pág. 9). El Señor ha permitido la realización de ese deseo que llevaba en mi corazón. Y he aquí que ahora se concluye mi viaje con la etapa en Costa de Marfil, propuesta tan cortésmente por Vuestra Excelencia, a la vez que por mis hermanos los obispos. En este instante memorable, ante vuestro pueblo, presente aquí en las personas de aquellos a quienes ha confiado el encargo de guiarles, quiero expresar mi profundo reconocimiento por la acogida tan calurosa y amistosa que se me ha dispensado.

La solemnidad, la perfecta organización, no excluyen la sencillez y la espontaneidad. Dejadme, por tanto, abrir ante todo mi corazón a la población de este país que me habéis dado la feliz ocasión de visitar. La saludo con todo afecto. Que nadie se sienta lejos del Papa, aunque él no pueda desplazarse a cada sector, a cada centro habitado, a cada familia, para llevar allí su palabra de bendición. Sí, yo deseo de verdad saludar a todos los ciudadanos y ciudadanas de este país. Algunos, por ser cristianos, han estado ya en Roma para rezar ante la tumba de Pedro y de Pablo. Otros, que no comparten la misma fe, han tenido ocasión también de visitar el centro de la cristiandad. Yo he venido estos días a realizar mi propia peregrinación en tierra africana, santificada desde hace tiempo por la predicación de la Palabra de Dios.

2. Permítame Vuestra Excelencia expresarle mi admiración por este pueblo que es capaz de asumir por sí mismo su destino, en el umbral del tercer milenio, y se esfuerza por ensamblar, en una feliz síntesis adecuada a las posibilidades que le ha proporcionado la Providencia, el genio tradicional heredado de sus mayores y la preocupación del bien común. La tarea no es fácil, y a ella se dedican con tenacidad los dirigentes de la República. Se trata de crear un conjunto ordenado, donde nada se deseche de lo bueno que el pasado ha sabido producir, tomando de los tiempos modernos cuanto pueda contribuir a elevar al hombre, su dignidad, su honor. Al margen de esto, no hay verdadero desarrollo, ni verdadero progreso humano ni social. No habrá justicia. Se correrá, el peligro de construir una simple fachada, una cosa frágil, por tanto, donde se producirían muchas desigualdades, sin hablar de la misma desigualdad íntima del hombre, el cual daría más valor a la búsqueda de lo superficial que se ve, que a la de lo esencial que tiene oculta su fuerza. Existe, en efecto, el gran peligro de querer simplemente copiar o importar lo que se hace en otras partes, por la simple razón de que viene de países llamados "avanzados"; pero avanzados ¿en qué?, ¿por qué razón son avanzados? ¿Acaso no tiene también África, más que otros continentes que fueron antaño sus tutores, el sentido de las cosas interiores destinadas a determinar la vida del hombre? ¡Cómo me gustaría contribuir a defenderla de las invasiones de toda índole, de las visiones parciales o materialistas sobre el hombre y sobre la sociedad, y que amenazan el camino de África hacia un desarrollo verdaderamente humano y africano!

Tratando este tema, el Concilio Vaticano II captaba toda su complejidad. Observaba, en efecto, que "muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud les atormenta y se preguntan, entre angustias y esperanzas sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder" (Gaudium et spes
GS 4, par. 5). Este problema no es exclusivo de África, ni mucho menos. Sin embargo, no creo equivocarme mucho si supongo que sobre él se centran muchas veces las reflexiones de los hombres de Estado de este gran continente y que es quizá el problema más fundamental que tienen que afrontar los que, por decisión propia, por las orientaciones que se ven obligados a tomar para establecer sus planes de desarrollo, están echando las bases del futuro de sus pueblos respectivos. Hace falta tino, mucho tino, y también mucha lucidez para efectuar los ajustes necesarios en función de la experiencia. La reputación que Vuestra Excelencia ha adquirido en esta materia, tanto en el país como a escala internacional, ofrece motivos de confianza para el futuro del pueblo de Costa de Marfil.

3. Citando un pasaje de los textos del Concilio, yo evocaba hace un instantes los valores permanentes que constituyen la verdadera riqueza del hombre. La consideración de estos valores y, si se me permite la expresión, su puesta en práctica, me parece que puede inmunizar de todo lo que en nuestra época es ficticio o consecuencia de la facilonería. Sólo ellos conducen al hombre a edificar sobre roca (cf. Mt Mt 7,24-25). Se podrían multiplicar los ejemplos sacados de la misma citada Constitución conciliar, que ha querido juzgar, a la luz de los designios de Dios, la vida de nuestros contemporáneos y enlazarla con el origen divino. Es un tema que yo considero tan capital, que ya quise tratarlo ampliamente en Nueva York ante la XXXIV Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Se Puede resumir en una fórmula lapidaria: la primacía de los valores espirituales y morales, en relación con los valores materiales o económicos. "La primacía de los valores del espíritu —decía entonces— define el significado propio y el modo de servirse de los bienes terrenos y materiales...". Contribuye, por otra parte, a "lograr que el desarrollo material, técnico y cultural estén al servicio de lo que constituye al hombre, es decir, que le permitan el pleno acceso a la verdad, al desarrollo moral, a la total posibilidad de gozar los bienes de la cultura que hemos heredado y a multiplicar tales bienes mediante nuestra creatividad" (Nb 14 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1980, pág. EN 14).

Debemos, pues, continuar reflexionando y obrando en esta línea si queremos responder a las verdaderas necesidades de la humanidad, y particularmente a las verdaderas necesidades de África, que está a punto de adquirir la dimensión que le es debida a escala mundial. Que África siga pensando un poco más en esto. Ella tiene en sus manos la llave de su futuro. Yo le deseo que profundice en este tema fundamental, porque los valores espirituales y morales le imprimen un carácter indeleble, digno sólo de ella misma.

4. La Iglesia, ciertamente, no tiene competencia directa en el campo político o económico. Trata de ser fiel a su misión espiritual y respetar plenamente las responsabilidades propias de los gobernantes. El apoyo moral que puede ofrecer a los que tienen a su cargo la ciudad terrena se explica y se justifica por la voluntad de servir al hombre, recordándole lo que constituye su grandeza o despertándole a las realidades que trascienden este mundo. Yo me felicito especialmente aquí de la contribución que ella aporta en Costa de Marfil, con su presencia en los centros escolares y en los medios intelectuales, a la gran empresa nacional de educación y de formación, que ha sabido ya asegurar a la población un nivel cultural envidiable en más de un aspecto. Pero su concurso quisiera tocar principalmente la conciencia del hombre y de la mujer de este país, para mostrarles su dignidad y ayudarles a hacer buen uso de ella. Su concurso quisiera facilitar igualmente una justicia efectiva, con una mayor preocupación por los pobres, los marginados, los pequeños, los emigrantes, en una palabra, por todos aquellos que con frecuencia son dejados a su suerte. El sentido de Dios, ¿no es también el sentido del hombre, del prójimo? ¿No implica ello honradez, integridad de los ciudadanos, voluntad de mezclarse con los menos favorecidos, mejor que correr tras el dinero o los honores? Así, preocupándose de la suerte concreta de las poblaciones, la Iglesia pretende trabajar efectivamente en la promoción de los habitantes de este país y espera aportar su piedra a la construcción cada vez más sólida de la patria de Costa de Marfil.

5. Es el éxito del esfuerzo al que están llamados todos vuestros compatriotas lo que yo deseo de todo corazón, Señor Presidente, agradeciéndole de nuevo su bondad, presentando mis saludos respetuosos a todas las altas personalidades que nos rodean, y rogando con fervor por su pueblo. Quiera Dios que esta mi visita sea fecunda y responda a las esperanzas que hemos puesto en ella.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA CEREMONIA DE BENDICIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA


DE LA CATEDRAL DE ABIYÁN


Domingo 11 de mayo de 1980



1. Agradezco sus hermosas palabras, monseñor Bernard Yago, mi querido hermano en el Episcopado, y me uno a su alegría por esta ceremonia litúrgica, ¿Cómo no dejar, en efecto, queridos hermanos y hermanas que me escucháis, que estalle nuestro gozo ante la realidad espiritual así manifestada y cómo no recordar un instante, aquí con vosotros, su significado profundo? Voy a bendecir las primeras piedras de la futura catedral de Abiyán y de una iglesia que será dedicada a Nuestra Señora de África. Ahora bien, la iglesia es la casa de Dios. Sí. toda la vida cristiana está fundada sobre esta realidad sobrenatural tan maravillosa, en la que hay que profundizar y meditar siempre, y que San Juan expresó en esta sencilla frase: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Sí, el Señor nació, sufrió, murió y resucitó para que el cristiano sea realmente hijo de Dios. Esta verdad sobrenatural debe determinar la vida del cristiano siempre y en todas partes. ¿Cómo? Vuelvo a tomar aquí la enseñanza de la primera Carta de San Pedro: "Como Piedras vivas, sois edificados como casa espiritual" (1P 2,5). La Iglesia, la nueva Jerusalén de que hablan la Escritura y la Liturgia, se construye en nuestras vidas, dentro de nosotros.

2. Sin embargo, la iglesia, la casa de Dios no es solamente espiritual. La raíz: humana de nuestras comunidades católicas, como se manifiesta y se expresa en la construcción de iglesias y concretamente de esta catedral. depende estrechamente de la Encarnación, de esa venida de Cristo a nuestra humanidad, del hecho de que Dios se hizo semejante a nosotros y quiso encontrarnos a través de nuestros modos concretos de vivir.

253 La iglesia es el lugar en que el pueblo cristiano se reúne y es también el lugar donde el Señor está realmente presente: presente en la celebración de la Santa Misa; presente en el Santo Sacramento. La iglesia es el lugar donde el cristiano nace a la vida divina por el Bautismo, encuentra el perdón de sus faltas por el sacramento de la Reconciliación, entra en comunión con el Señor y con sus hermanos en la Eucaristía.

Por humildes que sean las iglesias que construís, ¡ved cuán grande es la realidad espiritual que manifiestan! ¡Son el signo de la construcción del Reino de Dios, en vosotros, en vuestro país! Y entre todas las iglesias de una diócesis, la catedral, vuestra catedral que bien pronto surgirá aquí, tiene un sentido muy especial. Al igual que la basílica de San Juan de Letrán, catedral del Papa, del Obispo de Roma, es llamada por ese motivo "Madre y cabeza de todas las iglesias", también a la catedral de una diócesis se la llama "madre de las iglesias" de esa diócesis; y ello es así porque es la iglesia del obispo, del jefe de la diócesis, del sucesor de los Apóstoles, a quienes Cristo confió la misión y el cuidado de la evangelización. Debéis amar, por tanto, esta nueva catedral, que quedará dedicada a San Pablo, el Apóstol misionero por excelencia. Amad también a todas vuestras iglesias. Amad a vuestros obispos y a todos los sacerdotes que os hacen nacer y crecer en la vida divina.

3. El engrandecimiento del reino de Dios entre nosotros no se realiza sin dificultades ni esfuerzos. Y no sin dificultades se construyen las iglesias. Yo sé que vosotros las tenéis, pese a las urgencias de toda índole, y sé los sacrificios que hacéis para construirlas. Quienes se extrañan de que se construyan templos en lugar de consagrar todos los recursos a la mejora de la vida material, han perdido el sentido de las realidades espirituales; no comprenden el significado de la palabra del Señor: "No sólo de pan vive el hombre" (cf. Mt
Mt 4,4). Pero nosotros sabemos muy bien que la iglesia de piedra que se construye con dificultades es el signo de la que se edifica en la comunidad.

Me complace grandemente bendecir también, con la primera piedra de vuestra futura catedral, la de la iglesia que será construida bajo el patrocinio de Nuestra Señora de África.

¡Coincidencia profundamente esclarecedora! De un lado, el Apóstol de las Gentes, que sólo vivió para anunciar el Evangelio y, de otro, la Virgen María que conservaba en su corazón todos los misterios de la vida de su Hijo y que ha seguido siendo, por todos los siglos y para toda la Iglesia, como volveremos a recordar dentro de unos días, el ejemplo de la oración ardiente en la espera de la venida del Espíritu Santo.

Fueron, por tanto, muy profundas las razones espirituales por las que los primeros misioneros venidos a vuestro país consagraron, desde su llegada, el campo de su apostolado al Corazón Inmaculado de María. Ese Corazón es, en efecto, el símbolo de la proximidad divina, del amor de Dios por nuestra pobre humanidad y del que ésta puede rendirle por la fidelidad a su gracia. La devoción de esos misioneros a la Virgen, su confianza en Ella estaban, por tanto, estrechamente ligadas al cumplimiento de su misión apostólica: hacer conocer y amar a Cristo, "nacido de la Virgen María".

Por eso, venerados hermanos, queridos Hijos y queridas hijas, yo siento una profunda alegría espiritual al renovar, en cierto modo, entre vosotros y en vuestro nombre, el gesto de quienes vinieron, con el corazón lleno de amor por Dios y por sus hermanos de África, a traer el Evangelio de salvación. Confiando África a la Virgen Inmaculada, la ponemos bajo la protección de la Madre del Salvador. ¿Cómo podrá quedar defraudada nuestra esperanza? ¿Cómo dejará de conduciros Ella a su divino Hijo y hacia la plenitud de su amor, cuando la invoquéis con fervor en esta iglesia y en todas las de vuestro país?

¡Que el Señor os bendiga! ¡Que bendiga a todos los constructores de la Iglesia, espiritual y material! ¡Que dé su gracia y su paz a todos cuantos le buscan y que vendrán a encontrarle en estos edificios sagrados! ¡Amén!









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LA COMUNIDAD CATÓLICA CONGREGADA


EN LA IGLESIA DE NOTRE DAME DE TREICHVILLE


Abiyán, Costa de Marfil

Domingo 11 de mayo de 1980



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

254 Vuestra magnífica concentración me permite, una vez más, medir la vitalidad de la Iglesia que está en Costa de Marfil. Gracias por haber venido en tan gran número y con tanto deseo de avanzar por el camino del Reino de Dios y de ayudar a los otros para que se acerquen a él.

A todos os dirijo la misma exhortación insistente y confiada: ¡Sed lo que debéis ser, a los ojos del Señor que os ha llamado y a los ojos del mundo que tiene necesidad de vuestro testimonio evangélico! Y sedlo, dentro de la vocación propia de cada uno. Es una cuestión de fidelidad al Señor, de lealtad para con vosotros mismos, de respeto a los demás, de solidaridad eclesial.

Habéis dado mucho a la Iglesia y a vuestro país. Continuad dándoles cada vez más.

A vosotros, queridos hijos que habéis recibido la gracia incomparable de la ordenación sacerdotal, expreso ante todo mi profundo gozo porque sé que vivís muy unidos entre vosotros, bien que hayáis nacido en este país o procedáis de otros, y vivís también en confiada colaboración con vuestros obispos. ¡Que el grito del Corazón de Cristo "que todos sean uno" arda siempre en vuestro propio corazón! La credibilidad del Evangelio y la eficacia de la labor apostólica dependen en gran parte de la unidad de los Pastores, llamados a formar un solo presbiterio, sean cualesquiera el puesto y las responsabilidades de cada uno.

En este momento, tan emocionante para mí y para vosotros, quisiera por encima de todo reforzar en vosotros una convicción absolutamente esencial: Cristo os ha elegido (cf. Flp
Ph 3,12-14) y os ha hecho especialmente conformes a El por el carácter sacerdotal, para servir a la Iglesia y a los hombres de hoy, consagrándoles todas vuestras fuerzas físicas y espirituales. El misterio del sacerdocio no está determinado por los análisis sociológicos, se hagan donde se hagan. Es en el seno de la Iglesia, con los responsables de la Iglesia, donde es posible profundizar y vivir este don del Señor Jesús. Yo os lo suplico: ¡tened fe en vuestro sacerdocio!

Me interesa añadir otra palabra de aliento, capital también. ¡Que Cristo sea como la respiración de vuestra vida cotidiana! Vuestra fidelidad de todos los días y vuestro ejemplo tienen este precio. Seguid desarrollando vuestra fraternidad entre sacerdotes, en vuestros equipos parroquiales, en vuestros encuentros de reflexión y de proyectos apostólicos y más todavía en vuestros momentos de oración y de retiro. Estas dos dimensiones, con el Señor y entre vosotros, serán el baluarte de vuestro celibato sacerdotal y la garantía de su fecundidad. Vivid esa renuncia evangélica a la paternidad carnal, en la perspectiva constante de la paternidad espiritual que llena el corazón de los sacerdotes totalmente entregados a su pueblo. Vivid esas exigencias y esas alegrías con el espíritu de los apóstoles de todos los tiempos.

Siento especial satisfacción de poder expresaros de viva voz mi afecto y la gran esperanza que pongo en el testimonio de vuestra vida evangélica.

A vosotros, monjes y monjas, que vivís el misterio de Cristo adorando al Padre en nombre de la humanidad, os deseo vivamente que el año de San Benito, propuesto a toda la Iglesia, estimule vuestro fervor, favorezca la irradiación de vuestros monasterios, suscite nuevas y sólidas vocaciones a la vida contemplativa. A los Hermanos y Hermanas que colaboran con toda su alma en las tareas directas de la evangelización, les expreso mi admiración y mi reconocimiento que es también el de la Iglesia. ¡Que los centros parroquiales, los colegios católicos, las casas de formación profesional o doméstica, las capellanías de liceos, los círculos de juventud, los dispensarios, los lugares de acogida para los emigrantes se beneficien de vuestros talentos y del tesoro de vuestra fe y de vuestra caridad! Por vosotros, queridos hermanos y queridas hermanas, Cristo surca hoy las ciudades y las aldeas de África y anuncia la Buena Nueva a sus habitantes. Una misión así requiere una unión muy íntima con el Señor, alimentada regularmente en los tiempos fuertes de silencio y de oración. Una tal misión requiere también que, en la diversidad legítima de las familias espirituales a que pertenecéis, estéis muy unidos y colaboréis, para la credibilidad del Evangelio. Este verdadero dinamismo espiritual y este concierto apostólico realista pueden despertar ciertamente en los jóvenes el llamamiento que vosotros mismos oísteis:. "Ven y sígueme".

En fin, recordad siempre que el fundamento de vuestra unidad es Cristo en persona. Todos y todas le habéis entregado la posesión y el uso de todo lo que sois, de todo cuanto tenéis, para significar que El es el fin último, la plenitud de toda criatura humana, así como para dar testimonio de ello en vuestras múltiples actividades. Vuestra vida religiosa es, en una palabra, el misterio de Cristo en vosotros y el misterio de vuestra pobre vida en El. Esto es lo que debe ser cada día más transparente. ¡Las comunidades cristianas tienen realmente necesidad de vuestro testimonio! Y el mundo, aun poco creyente, espera confusamente de vosotros un ideal de vida. Así, vuestros tres votos religiosos no son lecciones dadas a los demás, sino signos susceptibles de abrirles a los valores permanentes. ¡Que vuestra pobreza sea, de ese modo, compartida con los más pobres! ¡Que vuestra obediencia sea un desentenderse de sí mismo, con humildad! ¡Que vuestra castidad, vivida con la mayor fidelidad, sea una revelación del amor universal, de la ternura misma de Dios!

A vosotros, queridos seglares cristianos, os expreso mi confianza por todo cuanto habéis hecho y seguiréis haciendo —con el Episcopado y el clero de Costa de Marfil— en orden a la evangelización. Vivís hoy, en vuestras villas y aldeas, lo que vivían las primeras comunidades cristianas, según los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas de San Pablo, que nos hablan de muchos laicos cristianos al servicio del Evangelio.

Sabéis también que el reciente Concilio Vaticano II puso de relieve los recursos que todo laico tiene desde el momento en que quedó inserto en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, por su bautismo y su confirmación. Ha llegado la hora de conjugar cada vez más las fuerzas del Pueblo de Dios, en torno a los Pastores que el Espíritu Santo os ha dado.

255 Me alegra mucho el excelente trabajo de los laicos catequistas, así como la existencia de Movimientos de apostolado, ofrecidos a los jóvenes y a los adultos, para su formación y para ayuda de sus tareas cristianas. Deseo que estos Movimientos sean cada vez más adecuados, cada vez más florecientes. Quisiera reavivar vuestra llama apostólica estimulándoos en tres puntos que me parecen muy importantes. Evangelizad vuestra propia vida; continuad siempre en estado de conversión, si queréis verdaderamente participar en la evangelización del mundo: los demás necesitan vuestra experiencia de vida cristiana. Dedicad algún tiempo al retiro y a la revisión dé vida.

Atended con solicitud a cuantos os rodean, por caridad y siempre con respeto. En vuestras parroquias, que siguen siendo los centros vitales de vuestra vida cristiana, en vuestras pequeñas comunidades de barrio, en vuestros ambientes escolares o profesionales, dejad entrar en vuestras alunas y en vuestros corazones los problemas, los sufrimientos, los proyectos, las alegrías de aquellos y aquellas que necesitan confiarse con vosotros, encontrar en vosotros un apoyo moral y espiritual.

En vuestros encuentros entre miembros de Movimientos de apostolado, verificad vuestra fidelidad común al Señor, que os ha llamado a trabajar por la salvación de vuestros hermanos. Afrontad bien las situaciones concretas que viven las gentes de vuestro barrio, de vuestra región, de vuestro país, en todo lo que tienen de positivo y también en lo que ¡desgraciadamente! tengan de inhumano. Así, todos unidos, tratad de discernir, acertadamente, lo que hay que hacer, o seguir haciendo, a nivel religioso y a nivel humano, para la evangelización de los africanos y para la promoción integral de sus personas dentro del respeto a los valores culturales de África,

¡Ánimo y confianza! La luz y la fuerza del Espíritu de Pentecostés han sido dadas siempre con abundancia a los intrépidos operarios del Evangelio.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS OBISPOS DE LOS PAÍSES LIMÍTROFES


EN EL INSTITUTO CATÓLICO PARA ÁFRICA OCCIDENTAL (ICAO)


Abiyán, Costa de Marfil

Domingo 11 de mayo de 1980



Queridos hermanos en el Episcopado:

Me alegra mucho encontraras aquí, en este Instituto Católico para África. Occidental, que testimonia claramente la colaboración eficaz de los Episcopados de toda la región.

Demasiado rápido, por desgracia, como todas mis visitas, mi breve paso por aquí me causa, no obstante, una gran. impresión que resultará de las más consoladoras. Yo sé que aquí se realiza un trabajo serio. Y exhorto vivamente a todos los obispos de quienes depende este Instituto a que sigan tan plenamente solícitos por asegurarle el mejor alumnado posible, a fin de que su porvenir sea tan fructuoso como el presente permite esperar.

Dentro de un momento, voy a bendecir la primera piedra del edificio que será sede del secretariado de la Conferencia Episcopal regional del África Occidental de lengua francesa. También eso es un nuevo símbolo de vuestra voluntad de trabajar unidos, en un deseo de eficacia y para mejor testimoniar el espíritu de unidad que os anima.

Y a todos vosotros, queridos hermanos que habéis hecho en gran parte un largo viaje para venir a saludarme durante mi paso por África, aquí en Costa de Marfil, gracias por vuestra presencia. Gracias por el apoyo que habéis venido a aportar en estas visitas pastorales. Repito que es grande mi gozo, al verme acogido y rodeado por tantos obispos que manifiestan, compactos, la unidad de la Iglesia. Recibid, todos, mis fervientes y fraternales alientos en el trabajo apostólico que asumís valientemente. Por el servicio de Dios debemos llevar el peso de cada día y del calor. ¡Continuad, pues, sin tregua, anunciando la palabra de salvación, ese Evangelio que nos ha sido solemnemente confiado en nuestra ordenación episcopal!

256 Y llevad también mis palabras de aliento, fuertes y calurosas, a todos en todas vuestras diócesis: a los sacerdotes a quienes tanto quiero, a los religiosos y a las religiosas, a todos los fieles y, de manera especial, a los menos felices, a los enfermos, a los que sufren. A todos, llevadles el afecto y la bendición del Papa.









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA DE MARFIL


Nunciatura Apostólica, Abiyán

Domingo 11 de mayo de 1980



Queridos hermanos en el Episcopado:

Desde ayer tarde estamos reunidos en medio de vuestro pueblo. Ahora me dispongo a pasar unos momentos con vosotros para tener una especie de coloquio familiar. ¡Estamos en familia!

No olvido que vuestras nueve diócesis son bastante diversas entre sí, por lo que respecta a la implantación de la Iglesia. Hablaré para todas en general.

1. Ante todo, comparto con vosotros la alegría por la vitalidad de la Iglesia en Costa de Marfil y doy gracias a Dios por ella. Ha habido, sin duda, condiciones exteriores favorables: la paz, el carácter hospitalario y cortés de sus habitantes, un sentido religioso innato, como es frecuente en África. Pero lo debemos sobre todo a los hombres destacados en la fe, al celo de esos adelantados que fueron los misioneros, a las iniciativas numerosas y perseverantes que tuvieron. Lo debemos hoy a vosotros mismos, queridos hermanos, cuya dedicación ardorosa e inteligente conozco bien. Habéis creado un excelente clima de colaboración entre el clero africano y los numerosos sacerdotes y religiosos que, gracias a Dios, continúan su ayuda. Tratáis, también de que vuestros laicos tomen conciencia de sus responsabilidades en el plan apostólico y material. Y manteniendo cuidadosamente una liturgia y una vida cristiana verdaderamente dignas, no dejáis de afrontar los múltiples problemas pastorales que surgen.

2. Me permito subrayar algunos de esos problemas, no para aportar soluciones, que son objeto de vuestra reflexión y acuerdos mutuos, sino para manifestaros el interés que tengo por vuestro ministerio episcopal.

Pienso, por ejemplo, en las grandes poblaciones de Abidján, de Bouaké, donde confluyen, en número considerable, loS recién llegados de las aldeas rurales y también emigrantes de los países cercanos. ¿Cómo conseguir que la Iglesia esté bien presente en esos nuevos barrios y nuevos ambientes? Hay allí pobres de toda índole, los desarraigados, los pequeños, a quienes debemos una presencia y un cuidado particular, a ejemplo de Cristo. Hay también una minoría selecta, los dirigentes, que tienen necesidad de una reflexión cristiana más profunda, a nivel de su cultura y de sus responsabilidades, primero para no quedar al margen de la Iglesia, y también para participar en el desarrollo más armonioso del país. Porque hay que promover una justicia social, frente a los privilegios de fortuna o de poder, a desigualdades demasiado grandes, a tentaciones de enriquecimientos excesivos, a veces de corrupción, como vosotros mismos lo decís. La Iglesia debe ayudar a los responsables a no instalar entre vosotros ciertos modelos de vida occidental que tienden a infundir en las personas y en las familias el materialismo, el individualismo y el ateísmo práctico, y a dejar a su propia suerte a muchos marginados.

Os preocupáis también de la multitud de jóvenes y de estudiantes. En el marco de las parroquias, de las escuelas, ellos necesitan una pastoral especializada y muy concretamente una catequesis, en la que sería indudablemente bien acogida la ayuda de los mayores. Habéis hecho mucho por las escuelas católicas, en un país que no debería haber conocido los miasmas del laicismo occidental, y tenéis razón. La puesta en juego de la juventud estudiantil es muy grande: ¡Ojalá podamos poner a su disposición la asistencia religiosa que tanto necesita!

Los catequistas siguen siendo los colaboradores indispensables de la evangelización y a buen derecho os preocupáis de darles una formación inicial y continua, apropiada a las necesidades de las diversas comunidades y de los diferentes ambientes. A ello me he referido muchas veces a la largo de este viaje. Conviene formar también educadores, sacerdotes, religiosas y laicos, que realicen estudios religiosos más profundos, teniendo en cuenta su cultura africana. La evangelización sacará gran provecho de sus servicios cualificados, en el plano teológico y apostólico. Conozco la excelente labor que sigue haciendo aquí el instituto Católico de África Occidental, que acabo de visitar. Es también una suerte para vosotros.


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