Discursos 1980 257

257 La pastoral familiar es especialmente importante; no ignoro los problemas difíciles que suscita. Ya hablé de ello en Kinshasa. Os corresponde a vosotros, los obispos, resolverlos de común acuerdo, firmemente convencidos de que, partiendo del Evangelio y teniendo en cuenta la experiencia secular de la Iglesia, expresada por el Magisterio universal, y gracias a una paciente formación de los futuros esposos, es posible a los matrimonios africanos vivir, con una especial intensidad, el misterio, de la Alianza, cuyo origen y símbolo siguen siendo la alianza de Dios con su pueblo, y la alianza de Jesucristo con su Iglesia. De esas familias cristianas se recabarán beneficios profundos y duraderos, incluso para la fe de los jóvenes y para las vocaciones.

Vuestras comunidades católicas deben también entablar relaciones adecuadas con las otras comunidades cristianas, con los musulmanes, con los otros grupos religiosos. Pero, sobre todo, tenéis también ante vosotros un inmenso campo de evangelización: los que siguen estando disponibles para el anuncio del Evangelio en las villas y aldeas. Ese es un apostolado propiamente misionero que hay que continuar.

3. Todo esto tiene su valor, su importancia y resulta muy difícil para mí indicaros las prioridades en estos sectores de apostolado. Sin embargo, creo que os conviene, sin descuidar nada, analizar conjuntamente los planes pastorales para hacer converger los esfuerzos en lo esencial, en las direcciones precisas, dedicándoos a ello con perseverancia.

Por mi parte, quisiera solamente confirmar vuestras convicciones sobre algunas actitudes fundamentales.

Ante todo, por lo que respecta a vuestro ministerio episcopal. Conocéis mejor que nadie sus exigencias. San Pablo nos ha advertido que ser ministros de Cristo, con la mirada puesta en el Evangelio, es exponerse a incomprensiones y tribulaciones. Como dice uno de vuestros proverbios, "el árbol situado al borde del sendero recibe golpes de todos los que pasan". Pero yo os auguro también grandes consuelos espirituales. Seguid siendo jefes espirituales y al mismo tiempo padres para vuestro pueblo, a ejemplo de Cristo a quien servís. Permaneced desligados claramente de todo poder profano, sin dejar de reconocerle su competencia y su responsabilidad específica. Continuad suscitando una amplia colaboración entre vuestros sacerdotes y vuestros laicos, para examinar los problemas y asociarlos a vuestras decisiones. Por encima de todo, mantened entre vosotros una estrecha cohesión y una auténtica colaboración, así como con los demás obispos de África Occidental. Ah, sí; vivid muy unidos en solidaridad inquebrantable, entre vosotros y con la Santa Sede. Esa es vuestra fuerza.

Insisto especialmente en vuestros sacerdotes, vuestros colaboradores natos, sean indígenas o venidos de lejos. Forman todos un mismo presbiterio, una misma familia. A veces se hallan dispersos, en un apostolado difícil. Y tienen una especial necesidad de sentir vuestro apoyo, vuestra proximidad, vuestra presencia amistosa, vuestro aprecio de su trabajo, vuestro aliento para una vida sacerdotal digna y generosa. Y esto fomentará también las vocaciones.

Porque yo quiero estimular lo más posible la atención que dedicáis a suscitar vocaciones sacerdotales y religiosas, a procurar a los jóvenes y a los seminaristas mayores una formación que les proporcione el gusto del Evangelio, una fe sólida, y el deseo de responder al llamamiento de Cristo y de servir a la Iglesia de modo desinteresado, para satisfacer todas las necesidades de las comunidades cristianas y también para la evangelización. Pablo VI dijo en Uganda en 1969: "Vosotros sois vuestros propios misioneros". Cada vez es más necesario esto para vosotros. Ya se ha dado el paso, a nivel de Episcopado; conviene prepararlo también a nivel de sacerdotes. aunque, como fundadamente espero, podréis disponer durante largo tiempo todavía de sacerdotes puestos a vuestro servicio por otras Iglesias o congregaciones religiosas. En fin, yo iría incluso más lejos en el camino "misionero": toda vuestra Iglesia debe hacerse misionera —sacerdotes, religiosas, laicos y aun las mismas comunidades— para la acogida, el testimonio y el anuncio explícito entre quienes ignoran todavía el Evangelio, tanto en este país como en otros países de Europa.

4. Estas actitudes, como las diferentes obras pastorales que hay que promover, no deben hacernos perder de vista, queridos hermanos, lo esencial: la presencia entre nosotros de Cristo, que actúa con nosotros y por nosotros en la medida en que le dediquemos nuestra vida, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas, en una oración incesante. Ayudad a todos vuestros colaboradores para que se adiestren en esa llama de la vida espiritual, en ese amor de Dios, sin el cual no seríamos otra cosa que címbalos que retiñen. Precisamente en estos tiempos en que vuestra sociedad de Costa de Marfil se halla en rápida expansión económica y cultural, con todas sus posibilidades, pero también con las tentaciones materialistas que lleva consigo, se trata de asegurar un alma a esta civilización. Y sólo las personas espirituales podrán arrastrarla hacia un sentido profundamente cristiano que sea al mismo tiempo profundamente africano. ¡Que Nuestra Señora abra nuestros corazones al Espíritu de su Hijo! Recibid mi afectuosa bendición.









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS LEPROSOS EN ADZOPÉ


Leprosería de Adzopé, Costa de Marfil

Lunes 12 de mayo de 1980



Queridos amigos:

258 1. Vengo a haceros una visita y, en primer lugar, os saludo a todos y cada uno con respeto, con afecto.

Es el Obispo de Roma quien viene a veros, es decir, el Jefe espiritual de la comunidad católica de Roma, que tiene al mismo tiempo la misión de ser el centro de unidad entre los cristianos del mundo entero, de ser su Pastor, como los pastores del rebaño que no olvidan a ninguna oveja. En esta leprosería no todos son católicos; respeto sus sentimientos religiosos, su modo de dirigirse a Dios según su conciencia. Porque nadie está exento de pensar en Dios; y, ¿cómo olvidarle cuando la miseria nos aprisiona? Pero yo creo que tengo que decir algo bueno a todos. Porque Cristo Jesús, el Hijo de Dios, a quien sirvo y represento entre vosotros, se ha detenido con predilección ante el sufrimiento humano, la enfermedad, los achaques y, sobre todo ante ese tipo de enfermedad, o sea, la lepra, que aísla un poco de los demás, creando así un doble sufrimiento. Ciertamente, El vino para todos, a fin de que todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, justos y pecadores, sepan que el Reino de Dios está abierto para ellos, que el amor de Dios vela sobre ellos, que la vida de Dios les está destinada mediante la fe y la conversión. El Papa también se dirige a todo el pueblo, y si se encuentra principalmente con los jefes espirituales y civiles, es porque sus responsabilidades son mayores para el bien de mucha gente. Pero yo faltaría a mi misión si no pasara un tiempo considerable con aquellos a quienes Jesús ama especialmente, a causa de su desgracia, porque tienen necesidad de consuelo, de alivio, de curación, de esperanza. Yo he querido que mi última visita en África fuera para vosotros. Y, a través de vosotros, visito en espíritu y abrazo a todos los leprosos y enfermos de este país y de toda África.

2. Gracias a la medicina, gracias al celo de admirables precursores, gracias a la dedicación cotidiana de numerosos enfermeros y enfermeras, de amigos de toda clase que os ayudan, entre los cuales hay muchos religiosos, gracias también a los responsables civiles que han favorecido esta empresa, vuestra suerte ha podido mejorar, no solamente vuestra salud, sino todo vuestro conjunto, permitiéndoos frecuentemente vivir como en una población, como en familia. Ahora, la lepra ya no da miedo como antes, sobre todo si se la descubre y se la empieza a curar enseguida. Yo me uno a vosotros para dar gracias a todos esos amigos de los leprosos, que os consagran su vida. Sin saberlo quizá, o sin creerlo, hacen exactamente lo que Cristo ha pedido. ¡Que Dios les ayude y les recompense!

3. Pero estoy seguro también que reciben consuelo de vosotros. No solamente porque los queréis. sino porque admiran vuestra paciencia, vuestra serenidad, vuestro valor, la solidaridad que os une entre vosotros, el sentido familiar que conserváis. Porque no solamente sois unos asistidos, sino que vosotros mismos os preocupáis de cuidaros, hacéis todo lo posible para vivir, para caminar, para trabajar, con los medios modestos, con los miembros maltrechos que os deja la enfermedad. Esta esperanza es hermosa. Yo estoy emocionado por ello. Este deseo de vivir complace a Dios y yo os animo a que lo sigáis desarrollando. Sois, se podría decir, vuestros propios médicos.

4. Pero no vengo solamente a daros alientos humanos. Vengo para confirmar lo que sin duda os han dicho ya los sacerdotes, las hermanas, los laicos cristianos: en vuestra desgracia, Dios os ama. Vuestra enfermedad no se opone a su designio de amor. Y vosotros no tenéis absolutamente culpa alguna en ella. No la consideréis como una fatalidad. Miradla solamente como una prueba. El Cristo a quien nosotros adoramos, sufrió también El una prueba, la de la cruz, una prueba que le desfiguró, sin culpa alguna por su parte. Se puso en manos de Dios, su Padre. Y también se dirigió a El para pedirle que le librara de la prueba. Pero la aceptó e hizo de ella una ofrenda. Y su sufrimiento se convirtió, para innumerables hombres, para vosotros, para mí, en causa de salvación, de perdón, de gracia, de vida. Es un gran misterio que esa solidaridad en el sufrimiento sea el centro de nuestra religión. Los que son cristianos comprenden mi lenguaje. Vuestro sufrimiento aceptado, llevado con paciencia y amor al prójimo, ofrecido a Dios, viene a ser fuente de gracia para vosotros, a quienes el Señor reserva su paraíso, y también para muchos otros. Podéis también rezar por mí y por cuantos me confían sus desgracias.

¡Que Dios os ayude! ¡Que Dios os dé la paz!

5. Me dirijo ahora a quienes, entre vosotros, han abierto su alma a la fe en Jesucristo Salvador, y van a recibir el bautismo y la confirmación después de una preparación cuidadosa. ¡Qué gracia tan grande! Van a ser visiblemente incorporados a la familia de los cristianos, la Iglesia. Tras haber renunciado al demonio y a sus seducciones y proclamado su fe, van a recibir también, como nosotros, con el perdón de sus pecados, la vida de Cristo, para tener parte en su sacrificio y en su resurrección. El amor de Dios será derramado en sus corazones por el Espíritu Santo. Podrán recibir en alimento el pan sagrado, que es el Cuerpo de Cristo. Habitará en ellos Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y ellos, a su vez, se convertirán en testigos del amor de Cristo para sus hermanos que sufren.

¡Que Dios os bendiga, queridos hijos e hijas! ¡Que bendiga a todos los habitantes de esta leprosería! ¡Que bendiga a todos vuestros hermanos que sufren de lepra, así como a sus familias, a sus amigos y a cuantos les asisten!









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ADIÓS A ÁFRICA

DISCURSO DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Aeropuerto de Abiyán, Costa de Marfil

Lunes 12 de mayo de 1980



1. Al terminar mi visita a la República de Costa de Marfil, con el corazón lleno de agradecimiento, me dirijo una vez más a usted, Señor Presidente y, a través de usted, a toda la población de este país. Gracias, sí, muchas gracias por vuestra acogida verdaderamente inolvidable, por el calor de los encuentros, por el clima ferviente y amistoso que ha caracterizado todos mis contactos. Gracias por haber comprendido el carácter especial que he querido dar a esta visita, de acuerdo con mi misión espiritual de servicio universal. Gracias por vuestra satisfacción. La mía ha sido, si cabe, más grande todavía. Comprendo el honor que me habéis hecho. Sé valorar también vuestros esfuerzos por reservar a vuestro invitado una hospitalidad que honra a Costa de Marfil y a África. De todo ello conservaré siempre un buen recuerdo, os lo aseguro.

259 En particular doy las gracias a las autoridades por el honor que me han tributado al dar mi nombre a una calle de la ciudad de Abiyán y a la gran plaza de Yamusukro.

Es un gesto delicado que espero contribuirá no sólo a mantener vivo el recuerdo de mi visita, sino sobre todo el recuerdo de mi estima y afecto hacia todo el pueblo de Costa de Marfil.

Me da alegría asimismo haber tenido ocasión de bendecir la primera piedra de la catedral de Abiyán y de la iglesia de Nuestra Señora de África. Así se ha establecido un vínculo personal entre el Papa y estas dos iglesias. Me atrevo a esperar que cuantos recen en ellas no se olvidarán de rezar también por la Iglesia universal... ¡y por mí!

El recorrido que hice ayer por fuera de la capital para encontrarme con la juventud de este país, fue para mí una experiencia de gozo y una hora de esperanza en el porvenir de esta querida nación.

2. A mons. Bernard Yago, a mis hermanos los obispos, y a todos los católicos del país, mientras hay que decirles "hasta la vista", ¿puedo confiarles que está surgiendo en mí cierta nostalgia? La nostalgia de haber visto comunidades vivientes, llenas de entusiasmo y de imaginación, y tener ahora que dejarlas... La imaginación es una virtud en la que se piensa demasiado poco. Pero vosotros sabéis dar prueba de ella para encontrar, en el contexto que os es propio, los caminos adecuados de evangelización. Dais así un ejemplo que podrá servir de aliento a otras Conferencias Episcopales y a otras Iglesias locales. Ello os crea al mismo tiempo una especie de obligación moral, en nombre de la solidaridad de los miembros del Cuerpo de Cristo, que hace que todos —clero, religiosos y religiosas, laicado—, procuren purificar cada vez más su testimonio para hacerlo constantemente más conforme a lo que el Señor quiere de ellos. Os expreso mi esperanza y, al mismo tiempo, mi más profunda satisfacción.

3. Adiós ahora a ti, África, este continente tan amado ya y que, desde mi elección a la Sede de Pedro, no veía la hora de descubrir y recorrer. Adiós a los pueblos que me han recibido y a todos los demás a los que algún día, si la Providencia lo permite, me gustaría llevar personalmente mi afecto. He aprendido muchas cosas en este recorrido. No os podéis figurar lo instructivo que me ha resultado. A mi vez quisiera dejar a los africanos un mensaje surgido del corazón, meditado ante Dios, exigente, porque viene de un amigo para sus amigos.

África me ha parecido una gran cantera, desde todos los puntos de vista, con sus promesas y también, quizá, con sus riesgos. Por dondequiera que se vaya, se advierte un interés considerable en favor del desarrollo y de la elevación del nivel de vida, en favor del progreso del hombre y de la sociedad. El camino a recorrer es largo. Los métodos pueden ser diferentes y revelarse más o menos adecuados. Pero el deseo de avanzar es innegable. Y han sido ya obtenidos sensibles resultados. Se desarrolla la instrucción, se vencen enfermedades que antes eran mortales, se ponen en práctica técnicas nuevas, se comienza a saber luchar contra ciertos obstáculos naturales. Se aprecia también cada vez más el valor de las riquezas peculiares del alma africana, y esto suscita un noble orgullo. Paralelamente, el acceso a la soberanía nacional y su respeto parecen ser objeto de las aspiraciones de todos.

Hay un patrimonio original, que conviene absolutamente salvaguardar y promover en armonía. No es fácil dominar cierta efervescencia, hacer que las fuerzas vivas sirvan al auténtico desarrollo. Es grande, en efecto, la tentación de demoler en vez de construir, de procurarse a gran precio las armas para poblaciones que necesitan pan, de querer apropiarse del poder —a veces enfrentándose unos grupos étnicos a otros, en luchas fratricidas y sangrientas—, mientras los pobres suspiran por la paz, o incluso de dejarse llevar del ansia de explotación en beneficio de una clase de privilegiados.

No os dejéis envolver, queridos hermanos y hermanas africanos, en este engranaje desastroso, que realmente nada tiene que ver ni con vuestra dignidad de criaturas de Dios, ni con todo lo que sois capaces de hacer. No queráis imitar ciertos modelos extranjeros, basados sobre el desprecio del hombre o sobre el interés. No tratéis de correr en busca de necesidades artificiales que os darán una libertad ilusoria u os llevarán al individualismo, mientras que la aspiración comunitaria está tan fuertemente arraigada en vosotros. No os dejéis ilusionar por los atractivos de ideologías que os hacen vislumbrar una felicidad completa, siempre aplazada para más adelante.

Seguid siendo vosotros mismos. Yo os lo aseguro: vosotros, orgullosos como estáis de vuestras posibilidades, podéis probar ante el mundo que sois capaces de resolver por vuestra cuenta los propios problemas, con la asistencia humanitaria, económica y cultural que os es todavía útil y que se os debe en justicia, procurando orientar todo ello en buena dirección.

Para llegar a esto, es necesario una ética personal y social. La honradez, el sentido del trabajo, del servicio, del bien común; el sentido profundo de la vida de sociedad, o el sentido de la vida sencilla, son palabras o expresiones que ya entendéis perfectamente. Yo os animo a que busquéis siempre su aplicación concreta y leal, como animo a mis hijos e hijas católicos a que las pongan ellos mismos en práctica y ayuden a descubrir su alcance.

260 4. He venido a África, especialmente para conmemorar el centenario de la evangelización en algunos países. Son aniversarios cargados de esperanza, la esperanza de un nuevo aliento para emprender una nueva etapa. Esto vale para todos los países visitados. Sois la Iglesia en África. ¡Qué honor y también que responsabilidad! Sois toda la Iglesia y, al mismo tiempo, una parte de la Iglesia universal, un poco como el Evangelio que es el bien de cada uno y se refiere igualmente a todos. Un poco como Jesucristo mismo que, habiéndose encarnado en un determinado pueblo, vive su encarnación en cada pueblo, porque El vino para todos, pertenece a todos, es el don maravilloso del Padre a toda la humanidad. Creo verdaderamente y profeso que vino para los africanos, para elevar y salvar el alma africana, igualmente en espera de salvación, mostrarle su belleza enriqueciéndola también por dentro, predicarle la vida eterna con Dios. Vino para los africanos como para todos los hombres, es decir, con el mismo motivo, porque no es extraño a ningún sentimiento nacional, a ninguna mentalidad, e invita a sus discípulos, de cualquier continente que sean originarios, a vivir entre sí el admirable intercambio de la fe y de la caridad.

Como El, yo quisiera deciros en este día, con todo el amor que llena mi corazón: el Papa es el servidor de todos los hombres, el Papa se siente en África como en su casa.

¡Adiós, África! Llevo conmigo todo lo que me has dado tan generosamente y todo cuanto me has revelado a lo largo de este viaje. ¡Que Dios te bendiga en cada uno de tus hijos y que te haga disfrutar la paz y la prosperidad!







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A LOS REPRESENTANTES DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN


SOCIAL DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA


Lunes 12 de mayo de 1980



Quiero dar mis más expresivas gracias a los periodistas y a todos los agentes de las comunicaciones sociales: prensa, radio y televisión. Ante todo, a cuantos me han acompañado a lo largo del viaje, con una paciencia digna de África, bajo el sol y a costa de no pocas fatigas. Esto forma parte de vuestra profesión, pero me doy cuenta de vuestro mérito. Doy las gracias también a todos los que, directamente en África, han realizado su trabajo de reportaje, grabación, información, tanto más cuanto que el programa ha sido muy denso, lo mismo para ellos que para mí. Doy, en fin, las gracias también a cuantos a través de los mass-media, en los demás países, han informado sobre mi viaje dándole ante sus lectores y oyentes el conveniente relieve.

Sé que al mismo tiempo se producían en todo el mundo otros acontecimientos importantes, que no han estado ausentes de mi pensamiento y de mis oraciones. Pero África merecía también, y desde hace tiempo, este puesto de honor. A veces, África queda al margen de los grandes debates y enfrentamientos de la política mundial y, sin embargo, tiene también grandes problemas humanos que resolver, y sus esfuerzos merecen ser alentados. La Iglesia ha de desplegar allí una gran vitalidad.

Pero no quiero insistir más en el significado de mi viaje. A vosotros os corresponde deducirlo a través de tantos discursos y actos, diciendo simplemente la verdad, lo que habéis visto y oído. A veces es difícil para los no africanos, evitar el proyectar sobre ese continente y sus habitantes opiniones e interpretaciones que están muy lejos de las realidades africanas, del alma africana, de sus aspiraciones y de sus reacciones.

Yo he empleado muchas veces la palabra "testigos" para los cristianos. Sed, también buenos testigos vosotros. Y, una vez más, gracias por vuestra cooperación.

Queridos amigos de los mass-media:

Cuando se escriba la historia del último cuarto de este milenio, estoy convencido de que se recordará a las generaciones futuras la gran aportación de los medios de comunicación social a la causa de la humanidad. En cuanto a mí, siempre os seré deudor por haber comunicado mi mensaje al mundo, por haberme ayudado a llegar a millones de personas —hermanos y hermanas míos y vuestros—como heraldo de paz, mensajero de esperanza o, sencillamente, como amigo. Sí, os doy las gracias de corazón por vuestro respeto a la verdad, por la objetividad de vuestra narración, por vuestro interés hacia las personas que escuchan mi voz a través de vosotros. Y a través de vosotros también, puedo proclamar un mensaje religioso —que para mí está basado en la palabra de un Dios que se ha revelado a Sí mismo—, un mensaje que ofrezco libremente y sin constricción a cualquiera que desee oírlo. Sois realmente vehículo de la verdad; gracias a vosotros la verdad llega a la gente y la gente abraza la verdad.

Habéis oído antes de ahora mi insistencia sobre la dignidad de vuestra tarea y sobre la importancia de vuestra función de servicio a la comunidad, a la comunidad mundial que quiere ser sostenida por esa verdad constructora de la unión de la familia humana. Aunque me hayáis oído todo esto antes, seguramente seguirán siéndoos útiles estas consideraciones cuando reflexionéis sobre la responsabilidad que tenéis en las manos.

261 Os agradezco sinceramente el interés que ponéis en seguir mi misión, el entusiasmo al hablar de ella y toda vuestra colaboración. Y del mismo modo quiero aseguraros mi interés por vuestra misión, mi entusiasmo por su éxito y mi colaboración con vosotros y todos los que trabajáis en las comunicaciones sociales de todo el mundo. Tengo una relación especial con vosotros a causa de la verdad que servís. Y tengo una relación especial con la verdad, porque según las palabras de Jesucristo, es precisamente la verdad la que nos hace libres (cf. Jn Jn 8,32).

Me gozo en que la terminación de este viaje por África suponga la vuelta a vuestras familias, a la unión y libertad que experimentáis en casa, y al amor de que disfrutáis juntos vosotros y vuestras familias. Decid por favor a los niños que he pensado en ellos, y transmitid mi saludo a todos. Para mí no ha terminado nuestro encuentro todavía; lo recordaré en la oración pidiendo que la bendición del Todopoderoso esté siempre con vosotros.

Gracias de nuevo.









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ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A L'OSSERVATORE ROMANO Y RADIO VATICANO


DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA




Pregunta: Santidad: ¿Cuál es la impresión más viva que le queda en la mente y en el corazón, al término de esta peregrinación africana?

Respuesta: Creo que es sobre todo la impresión de un encuentro, si se considera esta palabra en su auténtico significado. Encuentro significa estar juntos; que las dos partes, las dos personas quieren encontrarse, eso es lo que quieren y desean. Y para mí esta ha sido la impresión fundamental, porque yo he deseado vivamente acercarme lo más pronto posible a ese continente, a esos países, a esa Iglesia, a esa cristiandad, y he visto que el mismo deseo existía por parte de ellos, que los diversos países y las diversas Iglesias deseaban lo mismo. Y así, hemos vivido la plenitud de ese encuentro, sobre todo en el sentido existencial. Quizá también para mí es difícil determinar lo que significa para ellos la persona del Papa, la persona del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro. Pero quizá hay algo de diverso en relación con el significado que le damos nosotros los europeos, también cristianos: algo menos abstracto, quizá menos teológico, pero muy profundo en el sentido afectivo. Sentido afectivo quiere decir para ellos sentido existencial. Ellos viven con el corazón, como viven también con su cuerpo, viven con su talante africano, viven, se expresan con corazón sincero, con manifestación plena. Y en tal sentido mi impresión general es la impresión de un encuentro.

P.: ¿Cree que la respuesta dada por África a sus gestos y a sus palabras demuestra la plena madurez del continente en orden a la aportación que puede dar a la Iglesia universal?

R.: Ciertamente, hay madurez. Naturalmente, la madurez es siempre relativa; esa madurez quiere decir al mismo tiempo juventud. Ellos son jóvenes, son jóvenes también en la fe, en su cristiandad. Nuestras tradiciones cristianas, nuestra historia, también la historia de mi pueblo, son milenarias; en Ghana y en Zaire, en cambio, la Iglesia tiene cien años, y en otros países africanos, menos todavía. Son jóvenes. Por tanto, se trata de la madurez de un joven. Otra cosa es la madurez de quien es ya anciano, de un viejo. Me vienen a la mente las palabras que oí decir a mons. Tchidimbo cuando le vi por vez primera después de su liberación. Me dijo así: "Estoy convencido de que la Iglesia en África está ahora bastante madura para afrontar todas las pruebas posibles". Yo pienso que esto debe considerarse como un aspecto esencial de su madurez. Pero sobre todo, esa madurez es madurez de juventud, madurez de gozo, madurez de fuerza, madurez de sentirse ellos mismos, de encontrarse en esta Iglesia como en su Iglesia. No es la Iglesia importada de fuera, es su Iglesia, la Iglesia vivida auténticamente, africanamente. Todos nosotros hemos visto, oído y observado esto; de ahí que experimentemos también nosotros un gran gozo por esa africanidad, porque una Iglesia que fuese una cosa importada, extraña, no propia, no sería todavía una Iglesia auténtica y auténticamente madura.

P.: ¿Cuál ha sido el momento más significativo, el momento que se puede recordar como más significativo, de tantas jornadas, de tantos encuentros tan diversos?

R.: Yo diría que no ha habido un sólo momento que no haya sido significativo. Todos lo han sido, cada uno a su modo, en su estilo: esta es la respuesta a la pregunta. Puedo decir también que ha habido algunos momentos que me han impresionado especialmente. A veces, han sido momentos brevísimos. Por ejemplo, cuando el rey de los Ashantes me dijo en nuestra conversación: "Fue mi predecesor quien recibió aquí por primera vez a los misioneros de la Iglesia". Y lo dijo con alegría: "We welcome the first priests, the first missionaries in our country". Fue un momento muy significativo porque valía como un testimonio: el testimonio del centenario de la evangelización, la tradición todavía viva de quienes estaban allí en el momento en que llegaron los primeros misioneros, el recuerdo de cómo los recibieron, de cómo los trataron. Otro momento que quedó grabado profundamente en mi corazón y en mi memoria fue el encuentro con las monjas carmelitas zaireñas en su convento. Fue un encuentro bellísimo, muy auténtico. Y además muy especial, porque fue el único encuentro en que nos sorprendió la lluvia, que parecía haber esperado precisamente ese momento, el de la visita del Papa a las monjas, para caer con toda su fuerza y mojarlas a todas. Ha habido otros momentos semejantes, pero he recordado esos a título de ejemplo. Ahora bien, la verdadera respuesta a esa pregunta es que ni un solo momento ha dejado de ser significativo. Todos han estado llenos de significado.

P.: Los africanos han saludado y acogido a Vuestra Santidad como un peregrino de paz. ¿Cree que existen las condiciones para poder esperar verdaderamente en un futuro de paz para este continente?

R.: Habría que decir que ellos tienen gran necesidad de la paz, una gran necesidad. Y lo dicen, lo manifiestan y ruegan por la paz. Si pudiesen seguir siendo, en el futuro, dueños de su propio destino, de sus propias situaciones, estoy seguro que tendrían la paz. Tendrán la paz. Porque ven ante sí muchos, muchísimos problemas que resolver, para lo cual la paz es indispensable. Ven todo: ven que nada ganarían con la guerra, con la lucha. Además. creo que son, por naturaleza, pacíficos en sus actitudes. Tienen el sentido de la comunidad, tienen espíritu de solidaridad dentro de la propia familia y de la propia tribu e incluso diría que dentro de la propia nación, aunque ésta no es aún una realidad tan determinada, pero ya comienza a serlo. Ellos no querrían la guerra porque aman la vida, porque aman la familia y porque ven que la paz es la condición fundamental para construir su propio futuro. Depende de los demás el no imponerles la guerra; envolverlos en una guerra sería verdaderamente un desastre para este joven continente, para estos jóvenes pueblos, para las jóvenes estructuras políticas de estos jóvenes Estados. Pienso que la responsabilidad del mundo occidental sobre todo y de las grandes potencias es grandísima.

262 P.: Santo Padre: Después de haber atraído la atención del mundo entero sobre el continente africano, ¿cuál sería ahora su mensaje a la cristiandad del Occidente en relación con lo que deben hacer por África?

R.: Creo que es un punto sobre el que se debe reflexionar. Se puede afirmar que lo que he venido diciendo hasta ahora durante este viaje, durante esta peregrinación, ha sido al mismo tiempo un mensaje para toda la Iglesia, también para la Iglesia de Europa, y no sólo de Europa, sino para la vida de la cristiandad del mundo entero en relación con África. Se debe absolutamente pensar de nuevo en esta experiencia y en los diversos elementos de ella, para proyectarlos en esa perspectiva exacta, es decir, como dirigidos a la vida de toda la cristiandad. En todo caso, si debo decir algo "a primera vista", me parece que la Iglesia en África es todavía una Iglesia en estado de misión, una Iglesia misionera, una Iglesia en estado de implantación, de crecimiento; una Iglesia que debe ser ayudada, pero de la que se pueden aprender también muchas cosas. Y en diversos campos tiene mucho que enseñarnos, porque los africanos son ya perfectamente conscientes de que son cristianos, de que son Iglesia y de que viven como Iglesia la propia vida, la propia realidad humana y cristiana, evidentemente. Sobre este punto debemos estar muy atentos a no destruir nada, aun ayudándoles, ciertamente, y sobre todo considerándoles Iglesias hermanas, Iglesias hermanas en África. Siguen teniendo todavía gran necesidad de misioneros y de misioneros auténticos, que sigan en la línea doctrinal y pastoral requerida por la situación peculiar de esas Iglesias. Ellas los reciben y los recibirán siempre con mucha amistad y con mucho entusiasmo. Pero creo que ha llegado ya el momento para nosotros de comenzar a reflexionar sobre cómo recibir los dones de que son portadoras, porque ellas llevan ya un don mejor dicho, muchos dones. He ahí cuál puede ser, más o menos, la respuesta a su pregunta.









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