Discursos 1980 43


AL PERSONAL DE RADIO VATICANO


DURANTE SU VISITA AL PALACIO PÍO


Martes 5 de febrero de 1980



Queridísimos:

44 Laudetur Iesus Christus. Me dirijo a vosotros con este saludo que tanto me gusta y que desde siempre ha sido el lema distintivo de Radio Vaticano.

Estoy contento de hallarme aquí con vosotros para este encuentro familiar precisamente en vísperas de iniciarse el cincuentenario de Radio Vaticano y a los diez años de la inauguración de estos locales del Palacio Pío.

Bien sé que no todo el personal de Radio Vaticano puede estar físicamente presente aquí, porque le retienen las exigencias de un servicio que no admite tregua; pero sé también que los otros centros, el de "Santa Maria de Galeria" y el de los jardines vaticanos, están conectados con nosotros en este momento vía radio. A ellos, pues, y a vosotros aquí presentes y, en particular, a mis venerados hermanos, los señores cardenales Agostino Casaroli y Sergio Guerri, presento mi saludo cordial.

Pronta a la cita con la técnica que le abría la ciencia, ya desde los albores de la radiofonía, la Santa Sede intuyó la importancia excepcional de este instrumento al servicio de la evangelización, la comunión eclesial y la comprensión y solidaridad entre los pueblos. Efectivamente, la radio le ofrecía la posibilidad de comunicar instantáneamente en las direcciones más variadas y sin obstáculos de fronteras.

Y tuvo buena conciencia de ello mí venerado predecesor Pío XI cuando al inaugurar las transmisiones de la Radio fundada por voluntad suya, comenzó el radiomensaje con las palabras mismas de la Escritura: "Oíd, cielos, lo que voy a decir, escuche la tierra las palabras de mi boca. Oíd todas las gentes" (12 de febrero de 1931. Discurso inaugural, primer Radiomensaje pontificio).

Desde aquel día "la misión esencial. de Radio Vaticano —como dijo el Papa Pablo VI en la audiencia al personal de la Radio en el cuarenta aniversario de fundación— consiste en unir directamente el centro de la catolicidad con los diversos países del mundo, dar al Papa la posibilidad de dirigirse directamente a todos los fieles de la tierra, difundir su palabra y su pensamiento, informar sobre las actividades de la Santa Sede, hacerse eco de la vida católica en el mundo, mostrar el modo de ver de la Iglesia y, en general, exponer el mensaje cristiano" (27 de febrero de 1971. Discurso al personal de Radio Vaticano; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española. 7 de marzo de 1971, pág. 9).

Por tanto, a través de su incansable actividad diaria de información, evangelización, catequesis, auténtica promoción del hombre a la luz de su Redentor y con sensibilidad hacia el diálogo ecuménico e intercultural. Radio Vaticano se afana por hacer presente el corazón mismo de la Iglesia en todas sus partes, sobre todo relacionando directamente con la Sede de Pedro y entre sí a las Iglesias locales que se hallan en precarias condiciones de libertad religiosa. Por experiencia personal sé cómo se espera la voz de Radio Vaticano para fortalecer la fe y sostener la esperanza de los creyentes.

No hay duda de que estáis orgullosos de servir a la Iglesia a través Radio Vaticano; pero no podéis dejar de ser conscientes al mismo tiempo de lo delicada que es vuestra tarea y el sentido de responsabilidad que exige.

Este encuentro que yo deseaba desde hace ya tiempo, me permite asimismo constatar con satisfacción los progresos que ha logrado hacer la emisora de Radió Vaticano, sea en las instalaciones técnicas, la preparación de programas o la organización de los servicios; progresos que la constituyen en instrumento moderno y bien cualificado profesionalmente para cumplir sus tareas fundacionales.

En este esfuerzo por potenciarla, que supone dispendios notables, el Governatorato de la Ciudad del Vaticano se ha hecho benemérito sosteniendo una actividad de apostolado cuyo alcance llega mucho más allá del ámbito del territorio vaticano.

Me complazco particularmente al ver que se va realizando el proyecto de Pablo VI que quiso destinar a Radio Vaticano este edificio digno y que en 1966 manifestó su propósito de "perfeccionar e incrementar aún más Radio Vaticano especialmente en lo que se refiere a los programas. Esta es la parte principal —añadía— de la Radio, su fin, su empleo y su utilidad efectiva" (30 de junio de 1966. Discurso en la inauguración de los nuevos transmisores en "Santa Maria de Galeria"; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 19 de julio de 1966, pág. 5).

45 Pero paralelamente al progreso de las secciones lingüísticas y servicios centrales de redacción y administración, al mismo tiempo también en el terreno de las instalaciones técnicas prosiguieron las mejoras; estoy enterado de que funciona desde hace algún tiempo, si bien en experimentación, el nuevo transmisor de onda corta, de 500 kilovatios, de antena rotatoria, que consiente a Radio Vaticano, dentro de la limitación de sus medios, hacer oír su voz en los países más lejanos, a pesar de que el espacio está cada vez más invadido.

Otro motivo de especial satisfacción al encontraros, es constatar que representáis como un specimen de la Iglesia universal. Hacéis transmisiones en 33 lenguas y pertenecéis a 43 nacionalidades distintas, Entre vosotros hay hombres y mujeres, sacerdotes y laicos comprometidos, religiosos y religiosas de veinte órdenes y congregaciones diferentes. Entre estos últimos es más numeroso el grupo de miembros de la Compañía de Jesús y a algunos de ellos están confiadas tareas de responsabilidad particular.

A todos os une el mismo ideal y colaboráis en armonía superando las diferencias lingüísticas y culturales en una Radio que es imagen de la Iglesia en la que nadie es extranjero.

Al mismo tiempo conserváis todo el patrimonio de vuestras culturas respectivas, lo cual os permite encontrar un lenguaje eficaz; pues es connatural a quienes os escuchan.

Si bien no están aquí presentes, no quisiera olvidar a los colaboradores, voluntarios y desinteresados en gran parte, que con su talento y competencia enriquecen el contenido de las transmisiones.

Y en fin, mi pensamiento va a la gran familia de vuestros oyentes esparcidos por el mundo entero; su ruego más apremiante es que las transmisiones tengan mayor duración. Y para ellos, para hacerles participar sobre todo en los grandes acontecimientos eclesiales, toda la Radio Vaticano se pone en movimiento, desde los redactores hasta los técnicos. Para ellos, en ocasiones particulares que ya se han hecho frecuentes, proporciona modulación sonora a otros organismos radiotelevisivos conectados con ella. Para ellos, Radio Vaticano sigue al Papa en los viajes apostólicos así como en las visitas pastorales a las parroquias de su diócesis.

El Papa sabe que más allá de las masas que se apiñan en torno a él, hay siempre multitudes invisibles que se ponen a la escucha para oír su palabra y su misma voz. También a través de la Radio se edifica cada día la Iglesia. Os acompañe en vuestro trabajo diario esta convicción y esperanza, confortados constantemente por la devoción filial a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia.

Manifestándoos mi gratitud y aprecio por vuestra dedicación generosa, imparto de corazón mi bendición a todos vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestros colaboradores aquí presentes o unidos radiofónicamente.






A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS ITALIA DE POZZUOLI


Sala de las Bendiciones

Miércoles 6 de febrero de 1980



Queridísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Pozzuoli:

46 Saludo con afecto particular a todos vosotros, que habéis venido en tan gran número en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Sé que os acompaña vuestro obispo benemérito, mons. Salvatore Sorrentino, que cumple los cuarenta años de Ordenación presbiteral y los veinte de episcopal. A él va la mía, la nuestra felicitación fraterna.

Dirijo también un saludo a los representantes del cabildo de la catedral, del clero diocesano y religioso, y de las religiosas que trabajan en la diócesis. No quiero olvidar al señor alcalde de la ciudad de Pozzuoli y a los representantes de varias administraciones municipales. Y a todos los niños que veo en tan gran número entre vosotros, deseo darles un abrazo espiritual afectuoso.

A todos vosotros quiero expresar mi agradecimiento por la presencia de hoy. Esta me confirma vuestra arraigada fidelidad a la Sede de Pedro y vuestro anhelo de estrechar cada vez más los vínculos eclesiales mutuos. Os deseo de corazón una vida de prosperidad cristiana, que se convierta en testimonio eficaz de que una comunión auténtica con el Señor puede ser fuente de serenidad y de vigor. Tenéis detrás de vosotros una larga historia cristiana, pues cuando San Pablo vino a Roma desembarcó primero en Pozzuoli y allí encontró ya una comunidad de cristianos pequeña pero generosa, que lo acogió con gran hospitalidad (cf. Act
Ac 28,13-14). Sed siempre dignos de esta antigua herencia, o mejor aún, hacedla madurar en plenitud para el bien vuestro y de cuantos os miran.

Estoy enterado también de que vivís en una zona donde florece el trabajo agrícola e industrial. Por ello, a la vez que rindo homenaje a vuestra laboriosidad, manifiesto mi esperanza segura de que sabéis santificarla diariamente con una firme y gozosa adhesión de fe al Evangelio y de amor a la Iglesia.

De modo especial deseo que las varias actividades diocesanas florezcan cada vez más, sobre todo lo referente al seminario, a la providencial institución del diaconado permanente, a las asociaciones católicas, y a los institutos de educación y de beneficencia. El Señor fecunde abundantemente con su gracia vuestro constante afán evangélico al servicio de los hermanos.

En prenda de estos votos y como signo de mi benevolencia, me gozo en concederos una bendición apostólica particular, que me complazco en hacer extensiva también a todos vuestros seres queridos y especialmente a los niños, a los enfermos y a los necesitados.






A LOS PROFESORES Y ALUMNOS


DEL COLEGIO DE DEFENSA DE LA OTAN



Jueves 7 de febrero de 1980




Queridos amigos:

En años anteriores el Colegio de Defensa de la OTAN se reunió varias veces en esta sala, y hoy tengo la alegría de recibiros al final de vuestra 55ª reunión.

Me ha complacido mucho saber que vuestra reunión ha tratado de objetivos culturales y morales, con el empeño de lograr una mayor solidaridad internacional. No hay duda de que existe relación estrecha entre estas realidades y la gran causa de la paz, de la paz edificada sobre la verdad del hombre.

En mi Mensaje para la Jornada mundial de la Paz, a primeros de este año, hice un llamamiento a cuantos quieren garantizar la paz sobre la tierra. Convoqué a hacer un esfuerzo "para consolidar desde dentro el edificio, inestable y continuamente amenazado de la paz restituyéndoles su contenido de verdad" (Nb 1). Y creo que: vosotros estáis en situación de promover la paz "a 'través de su fuente principal que es la verdad.

Por medio de la observación y el estudio podéis constatar el hecho de que todas las formas de no-verdad militan contra la paz. Nunca resulta esto tan evidente como cuando se tiene un ideal equivocado del hombre y de la fuerza que actúa dentro de él. En este contexto afirmé en mi Mensaje para la Paz: "La primera mentira, la falsedad fundamental es la de no creer en el hombre, en el hombre con todo su potencial de grandeza" (Nb 2).

47 El hecho de comprender la dignidad que compartimos en la familia humana, nos lleva a todos a estar dispuestos al diálogo sincero y continuo. Contra todo reto, la verdad sobre la humanidad debe sostener la esperanza de todos los hombres, llamando a la coexistencia pacífica de todos los seres humanos. Aquí vemos la necesidad apremiante de una mayor sinceridad en la familia humana, la necesidad de renovar el esfuerzo por rechazar la desconfianza tan deplorable y la sospecha que culminan en la escalada vertiginosa de la carrera de armamentos.

Y así está claro que se deben alentar, sostener y promover todas las iniciativas —grandes y pequeñas— conducentes a la hermandad, solidaridad internacional, amistad, respeto mutuo, basadas en una misma naturaleza y un mismo destino.

Cuando, para expresar claramente la verdad sobre el hombre, añadimos una interpretación honrada y luminosa de la historia, la cual hace ver que en la práctica la causa de la paz y la justicia nunca han triunfado cuando ha estado acompañada por luchas violentas y represiones de las más profundas aspiraciones humanas, nos reafirmamos en la convicción de que la verdad sobre el hombre alcanza los caminos de la paz y es condición de todo progreso en el mundo moderno.

Que Dios todopoderoso sostenga vuestros corazones en la paz e infunda paz en vuestros hogares. Que os dé visión profunda y valentía decidida para lograr las metas de la verdad y el poder de la paz.

Y la paz que irradia de la sonrisa de los niños convenza al mundo de la verdad que nos hace libres.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS FUNCIONARIOS DE LA SEGURIDAD PÚBLICA


QUE ACTÚAN EN TORNO AL VATICANO


Jueves 7 de febrero de 1980



Queridos señores:

Me proporciona agrado especial dirigir hoy un saludo a usted Señor Inspector General, a todos vosotros, funcionarios o suboficiales, y a todo el personal de la Inspección de Seguridad Pública. que actúa en torno a la Ciudad del Vaticano; habéis venido a presentarme la felicitación acostumbrada y amable para el año 1980.

Os agradezco mucho esta ocasión que me brindáis de expresar mis sentimientos de aprecio y gratitud por la actuación alerta, generosa e inteligente que desarrolláis a fin de garantizar un servicio de orden tan importante.

Doy las gracias al dr. Pasanisi por las significativas palabras que ha tenido a bien dirigirme al comienzo de su nueva función de Inspector General en torno al Vaticano, interpretando vuestros pensamientos. Al agradecimiento uno mis deseos de éxito en las nuevas responsabilidades a que ha sido llamado. Sus palabras han hecho revivir en mí el fuerte recuerdo de cuanto he tenido ocasión de observar y experimentar en mis desplazamientos y visitas pastorales en la diócesis de Roma y en otras ciudades de Italia; es decir, la nobleza de alma que anima y guía vuestro servicio y os impulsa a cumplir el deber con fidelidad y entrega, con riesgo y sacrificio a veces, y, lo que más cuenta, con amor y fe. Este binomio de fieles funcionarios del Estado italiano e hijos devotos de la Iglesia, os lleva a garantizar en torno a la persona del Papa una atmósfera de orden y cortesía tan adecuada a la presencia del Vicario de Cristo entre su pueblo.

Todo ello, al igual que es para vosotros título de honor, debe ser también estímulo a entrar en la corriente de fervor religioso de que todos somos testigos en este período postconciliar. La preciosa experiencia que vivís por deber de oficio en medio de fieles y peregrinos que vienen de todas las partes del mundo para venerar el sepulcro del Príncipe de los Apóstoles y ver a su Sucesor, os haga cada vez más firmes y coherentes en la fe y os estimule a dar testimonio de Cristo que constituye la razón de nuestra existencia.

48 Doy más valor a estos votos con una oración particular por vosotros, vuestras familias y vuestros seres queridos. Y la bendición apostólica que os imparto de todo corazón, os acompañe cada día y os atraiga dones selectos de paz y prosperidad cristiana.






A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL SECRETARIADO


PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS


Viernes 8 de febrero de 1980



Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

Han transcurrido ya quince meses desde nuestro último y primer encuentro. Yo estaba entonces en los comienzos de mi pontificado, y quise expresaros mi satisfacción y fuerte estímulo por vuestro trabajo dándoos algunas orientaciones generales. Hoy quisiera detenerme más largamente, con vosotros sobre lo que con la ayuda del Señor y bajo la guía del Espíritu Santo ha sucedido y se ha realizado en el campo del ecumenismo en estos quince meses.

Es lástima no poder descender a detalles. Sin embargo, no puedo dejar de evocar aquí ante vosotros, los numerosos encuentros con responsables o grupos de fieles de otras Iglesias y comunidades eclesiales, iniciados al día siguiente de la ceremonia de inauguración de mi ministerio pontificio y que han llegado a su apogeo en noviembre último con la visita al Patriarcado Ecuménico, donde se ha lanzado el diálogo teológico con las Iglesias ortodoxas.

Nuestro esfuerzo, que prosigue pacientemente pero activamente a la vez, se propone impulsar esta renovación que según las enseñanzas del Concilio Vaticano II consiste "esencialmente en el aumento de la fidelidad de la Iglesia a su vocación" (Unitatis redintegratio UR 6).

El II Concilio Vaticano ha marcado una etapa importante en esta renovación, una etapa y un punto de partida. La experiencia de este Concilio, los textos en los que esta experiencia ha quedado expresada, siguen siendo fuente siempre actual de inspiración; son ricos en orientaciones y exigencias que todavía han de descubrirse y realizarse en la vida concreta del Pueblo de Dios. Lo he dicho con frecuencia en estos meses, pero quiero decíroslo otra vez a vosotros, miembros del Secretariado para impulsar la unidad de los cristianos, porque el Concilio ha afirmado que esta renovación tiene un valor ecuménico relevante; la unión de los cristianos era uno de sus objetivos principales (cf. Unitatis redintegratio UR 1 y UR 16) y sigue siendo parte importante de mi ministerio y de la acción pastoral de la Iglesia.

La unidad reclama una fidelidad cada vez más profunda, a través de la escucha recíproca. Con libertad fraterna las dos partes del verdadero diálogo se provocan mutuamente a una fidelidad cada vez más exigente al plan integral de Dios.

Con fidelidad a Cristo Señor que nos pidió la unidad, oró por ella, y por ella se ofreció en sacrificio; y con docilidad al Espíritu Santo que guía a los creyentes hacia la verdad en toda su plenitud, éstos se obligan a rebasar los límites que la historia religiosa de cada uno haya ido arrastrando, para abrirse de modo creciente a la "anchura, longura, altura y profundidad" del designio misterioso de Dios que sobrepasa todo conocimiento (cf. Ef Ep 3,18-19). Además, digámoslo de paso, este espíritu de diálogo fraterno que debe existir e incluso yo diría que debe existir ya antes entre los teólogos que se ocupan dentro de la Iglesia del esfuerzo de renovación teológica, supone evidentemente que este diálogo se lleve a cabo dentro de la verdad y la fidelidad. Entonces se transforma en factor indispensable de equilibrio, el cual debería llegar a evitar que la autoridad de la Iglesia se viera obligada a declarar que algunos se hallan en un camino que no es el camino auténtico de renovación. Si la autoridad se ve obligada a intervenir, no actúa contra el movimiento ecuménico, sino que aporta su contribución a este movimiento al advertir que ciertas pistas o ciertos atajos no llevan a la meta que se persigue.

He querido ir a Estambul para celebrar con Su Santidad el Patriarca Dimitrios la fiesta de San Andrés, patrono de aquella Iglesia. Lo he hecho para mostrar ante Dios y ante todo el Pueblo de Dios mi impaciencia por la unidad. Hemos orado juntos. Con profunda emoción espiritual asistí en la catedral patriarcal a la liturgia eucarística que celebraron allí el Patriarca y su Sínodo, al igual que el Patriarca y los Metropolitas habían venido a asistir a la liturgia que yo había celebrado en la catedral católica. En esta oración experimentamos con dolor que es muy lamentable no poder concelebrar. Hay que hacer todo lo posible por acelerar el día de tal concelebración; y la misma duración de nuestra separación hace todavía más urgente la necesidad de poner fin a la misma. Este año estará señalado por el comienzo del diálogo teológico con la Iglesia ortodoxa. El diálogo teológico es un retoño del diálogo de caridad que comenzó durante el Concilio y que debe proseguir e intensificarse, pues es el medio vital necesario para el esfuerzo de lucidez que llevará a volver a descubrir más allá de las divergencias y malentendidos heredados de la historia, los caminos que nos conducirán finalmente a una común profesión de fe en el seno de la concelebración eucarística. El segundo milenio ha sido testigo de nuestra separación progresiva. En todas partes ha comenzado un movimiento inverso. Es necesario y así lo pido instantemente al "Padre de las luces de quien viene todo don perfecto" (cf. Jc 1,17), que el alba del tercer milenio se alce sobre nuestra plena comunión encontrada de nuevo.

49 Espero que a este primer encuentro seguirán pronto otros encuentros con el Patriarca Dimitrios, y también con otros responsables de Iglesias y comunidades eclesiales en Occidente.

Quisiera decir asimismo la gran atención que presto al diálogo con las antiguas Iglesias orientales y, en especial, con la Iglesia copta. La visita a Roma de Su Santidad Shenouda, Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos, ha sido un acontecimiento importante que ha marcado la apertura de ese diálogo. Sería preciso que se llevaran a realidad todas las posibilidades abiertas por la declaración conjunta que firmó con mi gran predecesor el Papa Pablo VI. Según dije ya a la delegación de la iglesia copta que tuve la alegría de recibir en junio pasado, he hecho mía esa declaración así como el aliento que la Santa Sede dio seguidamente a este diálogo (cf. L'Osservatore Romano. Edición en Lengua Española, 9 de septiembre de 1979). La unidad de los cristianos pertenecientes al gran pueblo egipcio, les permitirá aportar colmadamente su contribución en colaboración con sus hermanos musulmanes, al esfuerzo nacional.

Estoy convencido, además, de que una nueva articulación de las antiguas tradiciones orientales y occidentales y el intercambio equilibrante que resultará de haber encontrado de nuevo la comunión plena, Pueden ser de gran importancia para remediar las divisiones surgidas en Occidente en el siglo XVI.

Los diversos diálogos que están teniendo lugar desde la terminación del Concilio, han hecho ya progresos serios. Con la comisión anglicana, la comisión mixta está a punto de terminar su tarea y tendrán que entregar el informe final el año próximo. Entonces la Iglesia católica podrá pronunciarse oficialmente y sacar las consecuencias para la etapa subsiguiente.

Cae este año el 450 aniversario de la Confesión de Augsburgo. En nuestro diálogo con la Federación luterana mundial hemos comenzado a descubrir de nuevo los lazos profundos que nos unen en la fe, que han estado encubiertos por las polémicas del pasado. Si después de 450 años, católicos y luteranos pedieran llegar a una evaluación histórica más exacta de este documento y a determinar mejor su rol en el desarrollo de la historia eclesiástica, se habría dado un paso notable en la marcha hacia la unidad.

Hay que seguir estudiando con lucidez, apertura, humildad y caridad las principales divergencias doctrinales que han dado origen a divisiones en el pasado que todavía hoy separan a los cristianos.

Estos diversos diálogos son otros tantos esfuerzos que se encaminan a la misma meta, teniendo en cuenta la variedad de obstáculos que se han de vencer. Lo mismo sucede con aquellos en que la Iglesia católica no está implicada directamente. No hay oposición entre estos diversos tipos de diálogo y nada se debe omitir de lo que pueda acelerar el avance hacia la unidad.

Todo ello es necesario; pero sólo dará frutos si al mismo tiempo en toda la Iglesia católica se toma conciencia clara de la necesidad del empeño ecuménico tal como lo definió el Concilio. El Secretariado para la Unidad publicó en 1975 orientaciones importantes para el desarrollo de la colaboración ecuménica a nivel local, nacional y regional. He dicho ya que el interés por colaborar con los demás hermanos cristianos nuestros debe tener un puesto justo en la pastoral. Esto exige un cambio de actitud y una conversión del corazón que presupone toda una orientación ya en la formación del clero y del pueblo cristiano. En este aspecto la catequesis debe desempeñar un papel que recordé recientemente en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (cf. núms.
Nb 31-34).

Esta búsqueda de la unidad tanto a través del diálogo como de la colaboración en todos los sitios donde sea posible, tiene el fin de dar testimonio de Cristo hoy. Este testimonio conjunto queda limitado e incompleto mientras estemos en desacuerdo sobre el contenido de la fe que hemos de anunciar. De ahí la importancia de la unión para la evangelización de hoy en día. Por tanto, de ahora en adelante los cristianos deben procurar testimoniar juntos los dones de fe y de vicia que han recibido de Dios (cf. Redemptor hominis RH 11). El tema principal de vuestra reunión plenaria es precisamente el testimonio común. El problema no está sólo en que sea común, sino en que sea un testimonio auténtico del Evangelio, un testimonio de Jesucristo vivo hoy en la plenitud de su Iglesia. En este sentido hace falta que los cristianos —y aquí pienso en especial en los católicos— ahonden su fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Sí, es deber urgente de los católicos comprender cómo debe ser este testimonio y lo que supone y exige en la vida de la Iglesia.

Deseo que dicha reflexión y búsqueda se lleven a cabo en toda la Iglesia bajo la dirección de los obispos y las Conferencias Episcopales. Con gran sabiduría pastoral habrá que esforzarse según las posibilidades en todas las situaciones por descubrir oportunidades de testimonio conjunto de los cristianos. Al hacerlo se tropezará con los límites impuestos aún a este testimonio por nuestras divergencias; y esta experiencia penosa estimulará a intensificar el avance hacia un acuerdo real en la fe. Espero que los resultados de vuestra Plenaria estimulen las iniciativas de las Iglesias locales. en esta dirección que es la que nos indica el Concilio Vaticano II (cf. Unitatis redintegratio UR 12 y 24). Hay que avanzar en esta dirección con prudencia y valentía. ¿Acaso en nuestros días más. que nunca no es frecuentemente la valentía una exigencia de la prudencia para quienes sabemos en quién creemos?

Quiero agradeceros, en fin, el haber venido y dedicado una semana de vuestro precioso tiempo a nuestro Secretariado por la Unidad. Habéis podido daros cuenta también de su trabajo incesante, realizado con una entrega que tiene el único fin de servir y promover la gran causa de la unidad.

50 El Dios de la esperanza nos dé su fuerza cumplidamente y por la potencia del Espíritu Santo haga inquebrantable la esperanza (cf. Rom Rm 15,13) que anima nuestro servicio de cada día.






A LOS DIRIGENTES Y ATLETAS


DEL EQUIPO DE FÚTBOL DE ASCOLI, ITALIA


Sábado 9 de febrero de 1980



Queridos dirigentes y jugadores del Equipo de fútbol de Ascoli:

He acogido con gusto el deseo que habéis manifestado de ser recibidos en audiencia, porque conozco los sentimientos delicados que tenéis hacia mi persona y también —según me lo confirma vuestro obispo— la sinceridad de vuestra fe de cristianos. Y he accedido aún con mayor complacencia porque así puedo satisfacer una deuda de mi venerado predecesor Pablo VI, que hace algunos años recibió una petición semejante al comienzo de vuestro ascenso en el gran campeonato nacional, petición a la que él no pudo responder positivamente por otros quehaceres urgentes del ministerio.

Por ello el encuentro de hoy asume carácter particular y más definido y rico, diría yo. Será una palabra sencilla y escueta la que os diré, y se dirige a vuestras personas y a la profesión del deporte, y se extiende por analogía o, más bien diría yo, por asociación de ideas, a la vida religiosa y moral.

Quiero manifestar ante todo mi complacencia a cada uno y a la Asociación a que pertenecéis ya que desde la fundación en el lejano 1898 obtuvo éxitos merecidos. Desde aquella fecha, el equipo está en la brecha, y por el esfuerzo conjunto de técnicos y atletas, y también por la pasión de ciudadanos entusiastas e interesados, ha llegado, poco a poco, al honor de figurar entre los equipos de fútbol de serie A y —lo que más cuenta— de competir con ellos en numerosos partidos. No es poco, por cierto, si se piensa que la ciudad, si bien noble y antigua, es relativamente pequeña en extensión y número de habitantes. Me congratulo de corazón.

Pero este éxito vuestro, los triunfos que lo han forjado, y también los esfuerzos y sacrificios que comporté, me sugieren que pase de la mención del valor y significado del deporte, al valor y significado de la vida humana, del que aquél es una manifestación importante y constante, como lo confirma la historia. A este propósito me es útil una palabra altamente significativa del Apóstol San Pablo; en la primera de sus dos Cartas a los fieles de la ciudad de Corinto que en la antigua Grecia fue sede famosa de los Juegos Istmicos, quiso él sacar del ejercicio de los juegos enseñanzas apropiadas de carácter religioso. Para exhortar a aquellos hijos suyos a quienes "había engendrado en Cristo por el Evangelio" y aguijonearles a imitarle a él (cf. 1Co 4,15-16), evocaba la imagen familiar para ellos de los corredores y luchadores del estadio que con tal de conseguir el premio reservado a uno solo, se someten a toda suerte de sacrificios: "y lo hacen para alcanzar una corona corruptible —comentaba el Apóstol—, mas nosotros para alcanzar una incorruptible" (ib., 9, 24-25).

Esta es, queridísimos hijos y hermanos, la lección que deseo proponeros en recuerdo de este encuentro familiar tan grato; al deseo de que vuestra profesión deportiva se inspire siempre en los ideales nobles de la lealtad y del valor de la corrección y caballerosidad, añado un deseo para vuestra profesión cristiana que lejos de ser extraña o contraria a la primera, más bien debe integrarla con la aportación, claro está, de otros factores, y elevarla a la vez para que vuestra misma personalidad resulte completa. El cristianismo es de por sí una religión que reclama tesón serio y fuerte en el campo espiritual y moral, y hoy especialmente —a los ojos de un mundo tantas veces distraído o indiferente— llega a ser creíble sólo si se traduce, dentro de la vida de cada cristiano, en una profesión coherente y transparente de vida. Y profesión —fijaos bien— quiere decir casi confesión, es decir, es como declarar y testimoniar con los hechos lo que se es. Con palabras más sencillas quiero deciros: así como sois excelentes futbolistas, del mismo modo procurad ser también cristianos excelentes, siempre fieles al Señor, a su Iglesia, a su ley de amor a El y a los hermanos.

Os conforte en este empeño la bendición apostólica propiciadora que os imparto ahora de corazón y hago extensiva vuestros familiares y amigos.






A LOS PROFESORES, ALUMNOS Y EXALUMNOS


DE LOS COLEGIOS «MASSIMO» Y «SANTA MARIA» DE ROMA


Sábado 9 de febrero de 1980



Queridísimos hermanos y hermanas:

51 "Gracia y paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (2Th 1,2).

1. Es un gozo verdaderamente grande para mí encontrarme hoy con los superiores, profesores y alumnos con sus familias, de dos de los más prestigiosos colegios católicos de Roma: el Instituto "Massimo" de los padres jesuitas, que acaba de celebrar el primer centenario de su fundación, y el Instituto "Santa Maria" de los religiosos marianistas que recuerda sus noventa años.

Dos fechas éstas que sintetizan dos historias vividas con empeño, entusiasmo, entrega, sacrificio.

El colegio "Massimo", iniciado el 9 de noviembre de 1879 bajo la dirección de un comité formado por el arqueólogo mons. Pietro Crostarosa, el párroco de Santa María la Mayor, don Cesare Boccanera, y el padre jesuita Massimiliano Massimo, se proponía revivir las tradiciones culturales del célebre "Colegio Romano"; pero se puede afirmar que el "Massimo" estaba en la línea ideal y en sintonía con la gran idea de San Ignacio de Loyola, el cual en un período en que parecía que entre cultura humanística y mensaje cristiano existía una incompatibilidad insuperable, soñaba con un gran colegio en Roma, centro del cristianismo, que pudiera servir de modelo a tantos otros diseminados por el mundo entero; y en 1551, en la puerta de una casa modesta al pie del Capitolio, había puesto este letrero: "Escuela de gramática, humanidades y doctrina cristiana".

En estos cien años de vida, el colegio "Massimo" ha seguido este programa humanista-cristiano de San Ignacio y se ha desarrollado y ampliado intensamente; de 25 alumnos en 1879 se llegó a 1.000 en la antigua sede junto a las Termas, y se han superado los 1.600 en los nuevos edificios de la EUR.

No menos gloriosa es la historia de los 90 años del Instituto "Santa Maria", dirigido por los hijos del Siervo de Dios Joseph Chaminade, que quisieron traer a Roma las experiencias educativas adquiridas en el "Collège Stanislas" de París y en otras obras educativas de Europa y América del Norte; de los 40 alumnos y 9 religiosos de 1889, se ha llegado a 1.260 alumnos, 36 religiosos y 44 profesores externos en el momento actual. No podemos olvidar el "Centro universitario Marianum", que alberga actualmente 106 universitarios.

2. Queridísimos hermanos y hermanas: Estas cifras son elocuentes y resultan un testimonio eficaz y concreto del dinamismo y vitalidad de vuestros Institutos y de la misma enseñanza que lleva el nombre de "católica". Porque detrás de estas cifras está toda la obra cultural, educativa y formativa infatigable realizada por vosotros en este largo lapso de tiempo, día a día, hora a hora, en contacto continuo con los muchachos y los jóvenes, con los que habéis recorrido juntos un camino no sólo por las vías de las ciencias humanas de la historia, la filosofía, la literatura; sino que por la calificación específica de vuestras instituciones y vuestros ideales, también y sobre todo un camino por las vías de la fe cristiana.

¿Quién podrá evaluar el bien patente o escondido que tantos alumnos vuestros —en parte desaparecidos del escenario de este mundo y en parte hombres maduros ya— recibieron y supieron a su vez transmitir luego a sus alumnos, familias, hijos, y a la sociedad civil? ¿Cuántos padres de familia ejemplares, cuántos profesionales competentes y reputados están vinculados profundamente todavía y no menos profundamente agradecidos a vosotros, a vuestra acción apostólica, a vuestros Institutos, donde se ha plasmado su personalidad con seriedad y serenidad hasta ser capaces de afrontar las responsabilidades complejas de la vida? ¿Cuántos sacerdotes y religiosos descubrieron, ahondaron y maduraron su vocación sacerdotal o religiosa, ayudados y sostenidos por la vida sacerdotal y religiosa ejemplar de sus profesores?

A veces, por desgracia, cuando se habla de escuela "católica" se la considera sólo en rivalidad y hasta oposición con otras escuelas, en particular las escuelas del Estado. Pero no es así. La escuela católica se ha propuesto siempre y se propone hoy formar cristianos que sean a la vez ciudadanos ejemplares, capaces de prestar toda su inteligencia, seriedad y competencia a la edificación recta y ordenada de la comunidad civil.

3. Vuestros Institutos son colegios "católicos" y tienen a gala proclamarse tales. Pero, ¿que es un colegio católico? ¿Cuáles son sus tareas preponderantes, sus finalidades específicas? El tema es de una actualidad tan viva y constante que el Concilio Vaticano II dedicó a esta problemática un Documento entero, la Declaración sobre la Educación Cristiana. Y esta Declaración presenta en síntesis densa las tres características peculiares de la escuela católica, que al igual de otras escuelas, persigue finalidades culturales y la formación humana de los jóvenes. Pero "su nota distintiva —afirma el Documento conciliar— es crear un ambiente de la comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar finalmente toda la cultura humana según el mensaje de la salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre" (Gravissimum educationis GE 8). Este texto es riquísimo en indicaciones preciosas, fermentos dinámicos y aplicaciones concretas. Pero en él se afirma claramente que en la escuela católica es la fe cristiana la que ilumina el conocimiento de todas las realidades (mundo, vida, hombre).

Es verdad que la escuela en cuanto tal es el lugar o la comunidad del aprendizaje y la cultura; pero la escuela católica es asimismo y antes que nada, lugar y comunidad privilegiados para la educación y maduración de la fe. En mi reciente Exhortación Apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo, he insistido en particular sobre este tema. Decía: ¿Merecería una escuela católica tal nombre "si aun brillando por su alto nivel de enseñanza en las materias profanas, hubiera motivo justificado para reprocharle su negligencia o desviación en la educación propiamente religiosa? ¡Y no se diga que ésta se dará siempre implícitamente o de manera indirecta! El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos" (Catechesi tradendae CTR 69). Los alumnos de las escuelas católicas tienen el derecho a recibir en ellas catequesis permanente, profunda, sistemática, cualificada y adaptada a las exigencias de su edad y preparación cultural. Y esta enseñanza religiosa debe ser íntegra en cuanto al contenido, pues todo discípulo de Cristo tiene el derecho a recibir la palabra de la fe no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor (cf. Catechesi tradendae CTR 30).

52 4. En el centro de la enseñanza escolar, en el ápice de todo el interés debe estar la persona, la obra y el mensaje de Cristo, es Él nuestro verdadero Maestro (cf. Mt Mt 23,8 Mt Mt 23,10), es Él nuestra vida, la verdad y la vida (cf. Jn Jn 14,6), es Él nuestro Redentor y Salvador (cf. Ef Ep 1,7 Col 1,14). Tarea prioritaria e insustituible tanto de los profesores como de los alumnos, es la de conocer a Jesús estudiando, profundizando, meditando la Sagrada Escritura, no como mero libro de historia, sino como testimonio perenne de Alguien que está vivo, porque Jesús resucitó y "está a la diestra del Padre". Además, cuando se trata de Jesús no es suficiente reducirse al plano del conocimiento teórico, pues su persona y mensaje siguen interpelándonos, comprometiéndonos, empujándonos a vivir de Él y en Él.Entonces se es verdaderamente cristiano, cuando día a día se llevan a realidad las exigencias no siempre fáciles del Evangelio de Jesús. De ninguna manera se apliquen a vosotros, hermanos y hermanas, las palabras de San Agustín: "Los que se precian de un nombre y no son lo que significa, ¿de qué les sirve el nombre si no hay realidad? ...Así muchos se llaman cristianos, pero no se les reconoce tales en la realidad, porque no son lo que dicen de sí mismos en la vida, ni en las costumbres, ni en la esperanza, ni en la caridad" (In Epist. Joann. tract. IV, 4; PL 35, 2007).

A vosotros, sacerdotes y religiosos, os deseo que seáis siempre, en medio de vuestros queridos alumnos, testigos gozosos de entrega y consagración total a Dios, y que consideréis un auténtico honor, además de grave deber, transmitirles y comunicarles la fe cristiana con la enseñanza de la religión. Pero que vuestra vida evangélica sea una catequesis viviente y luminosa para los muchachos y jóvenes confiados a vuestro apostolado educativo.

A vosotros, profesores seglares, os deseo que viváis intensamente la responsabilidad de enseñar en un colegio católico. De este modo vuestros discípulos os apreciarán y amarán no sólo por vuestra competencia profesional y cultural específicas, sino sobre todo por vuestra coherencia cristiana.

A vosotros, padres y madres, preocupados con razón de la preparación cultural, pero más aún de la formación humana, civil y religiosa de vuestros hijos, os deseo que tengáis siempre conciencia de ser vosotros los educadores primarios, auténticos e insustituibles de vuestros hijos. Seguidlos siempre con el amor singular que Dios Padre ha sembrado en vuestro corazón. Sabed comprenderlos, escucharlos, orientarlos.

Y a vosotros queridísimos estudiantes, que sois los verdaderos protagonistas del colegio, ¿qué os dirá hoy el Papa en este encuentro cargado de promesas y entusiasmo? Vosotros sois el punto de convergencia del afecto, cuidados e interés de vuestros padres, de vuestros profesores y de vuestros superiores. A este raudal de amor responded con afán continuo por vuestra maduración humana, cultural y cristiana. Preparaos con el estudio serio y asiduo a las tareas que la Providencia divina os depare mañana en el ámbito de la sociedad civil y de la comunidad eclesial. El porvenir de la nación y hasta del mundo, depende de vosotros. La sociedad futura será la que vosotros construyáis; y ya la estáis construyendo en estos años en las aulas escolares, en vuestros encuentros y asociaciones.

Ojalá pueda repetir con alegría el Papa también a vosotros las palabras que dirige San Juan a los jóvenes: "Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno" (1Jn 2,14).

Sí, queridísimos jóvenes, sed fuertes en la fe; Cristo, Palabra encarnada de Dios, oriente vuestra vida; de este modo venceréis el mal que se manifiesta en el egoísmo, las divisiones, el odio, la violencia.

A todos mi bendición apostólica.






Discursos 1980 43