Discursos 1980 84

84 1. "La gracia y la paz con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1,7). Con estas palabras del Apóstol Pablo deseo daros mi saludo.

Habéis querido hacerme llegar el testimonio no sólo del afecto sincero —¡correspondido de todo corazón!— qué os une al Vicario de Cristo, sino también de la voluntad que ha animado en estos días vuestros trabajos, orientados a hacer que los religiosos y las religiosas del mundo, mediante la adhesión fiel a las enseñanzas del Evangelio, vivan en comunión cada vez más profunda con la Iglesia.

Al expresaros mi agradecimiento por este compromiso, me es grato confirmaros, ante todo, mi convencido aprecio por lo que representa el carisma específico de la vida religiosa en el conjunto del Cuerpo místico. Constituye en la Iglesia una gran riqueza: sin las Ordenes religiosas, sin la vida consagrada, la Iglesia no sería plenamente ella misma.

En efecto, la profesión de los consejos evangélicos permite a quienes han recibido este don especial conformarse más profundamente a esa vida de castidad, de pobreza y de obediencia que Cristo eligió para sí y que María, Madre suya y Madre de la Iglesia, abrazó (cf. Evangelica testificatio, 2), como modelo típico para la Iglesia misma. Al mismo tiempo, esta profesión constituye un testimonio privilegiado de la búsqueda constante de Dios y de la dedicación absoluta al crecimiento del reino, al que Cristo invita a los que creen en El (cf. Mt Mt 6,33). Sin este signo concreto, la "sal" de la fe correría el peligro de diluirse en un mundo en vías de secularización, como es el actual (cf. Evangelica testificatio, 3).

Está claro que, para permanecer fieles a su consagración al Señor y para estar a su disposición de ofrecer un testimonio visible de ello, los religiosos deben perfeccionar su caridad, entablando con Dios el diálogo de la oración: Para conservar bien neta la percepción del valor de la vida consagrada, es necesaria una profunda visión de fe, y ésta se sostiene y se alimenta mediante la oración.

El tema elegido por esta plenaria debe considerarse, por tanto, de importancia primordial, y estoy seguro de que este encuentro vuestro proporcionará a todos los religiosos un precioso estímulo para perseverar en. el compromiso de dar ante el mundo el testimonio del primado de la relación del hombre con Dios. Confortados por las indicaciones, que saldrán de vuestro encuentro romano, no dejarán de dedicar, con renovada convicción, un tiempo suficientemente largo a la oración ante el Señor, para manifestarle su autor y, sobre todo, para sentirse amados por El.

Sin la oración, la vida religiosa pierde su significado y no logra su finalidad. Las palabras incisivas de la Exhortación Apostólica Evangelica, testificatio nos hacen reflexionar: "No olvidéis el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa" (Nb 42).

2. Durante estos días, os habéis entregado a profundizar, por una parte, en el valor de la contemplación, y, por otra, en los modos oportunos para sumergir cada vez más en ella la vida de los religiosos. En el caso de los religiosos de vida apostólica, se tratará de favorecer la integración entre interioridad y actividad. Su deber primero, en efecto, es el de estar con Cristo. Un peligro constante para los obreros evangélicos es dejarse implicar de tal manera en la propia actividad por el Señor, que olviden al Señor de toda actividad.

Será, pues, necesario que tomen "cada vez mayor conciencia de la importancia de la oración en su vida y que aprendan a dedicarse a ella con generosidad (cf. Evangelica testificatio, 45). Para llegar a esto, tienen necesidad del silencio de todo su ser, y esto requiere zonas de silenció efectivo y una disciplina. personal, para facilitar el contacto con Dios.

La participación en la liturgia de la Iglesia (Oficio divino, vida sacramental) es un medio privilegiado de contemplación, especialmente en el momento culminante del Sacrificio eucarístico, en el que la oración interior se funde con el culto exterior. El compromiso de tomar parte en él cotidianamente ayudará a los religiosos a renovar cada día la ofrenda de sí mismos al Señor.

Reunidas en el nombre del Señor, las comunidades religiosas tienen como su centro natural la Eucaristía; por esto, es normal que estén visiblemente reunidas en torno a un oratorio, en el que la presencia del Santísimo Sacramentó expresa y realiza lo que debe ser la misión principal de cada una de las familias religiosas (cf. Evangelica testificatio, 48).

85 Por esto, las casas religiosas deben ser sobre todo oasis de oración y de recogimiento, lugares de diálogo personal y comunitario con Aquel que es, y debe ser el primero, el principal interlocutor de sus jornadas, tan llenas de trabajo. Por tanto, los superiores no teman recordar frecuentemente a sus hermanos que un paréntesis de verdadera adoración tiene mayor fecundidad y riqueza que cualquier otra intensa actividad, aunque sea de carácter apostólico. En efecto, "ningún movimiento de la vida religiosa tiene valor alguno si no es simultáneamente un movimiento hacia el interior, hacia el 'centro' profundo de vuestra existencia, donde Cristo tiene su morada. No es lo que hacéis lo que más importa, sino lo que sois como mujeres consagradas al Señor" (cf. Discurso a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas en Maynooth, 1 de octubre 1979; L'Osservatore Romano, Edición en. Lengua-Española, 14 de octubre 1979, pág. 7).

La vida contemplativa de los religiosos estaría incompleta si no se orientase a un amor filial hacia la que es la Madre de la Iglesia y de las almas consagradas. Este amor a la Virgen se manifestará con la celebración de sus fiestas, en particular con las oraciones cotidianas en su honor, sobre todo con el Rosario. Es una tradición secular para los religiosos la de rezar diariamente el Rosario y, por esto, no es inútil recordar la oportunidad, la fragancia, la eficacia de esta oración que propone a nuestra meditación los misterios de la vida del Señor.

3. Sé que en el contexto de vuestros trabajos habéis reservado una atención particular a las almas consagradas a la vida contemplativa, reconociendo en ellas uno de los tesoros más preciosos de la Iglesia. Dóciles a la invitación del Maestro divino, han elegido la mejor parte (cf. Lc
Lc 10,42), esto es, la de la oración, del silencio, de la contemplación, del amor exclusivo a Dios y de la entrega total a su servicio. Deben saber que la Iglesia cuenta muchísimo con su aportación espiritual.

En el Decreto Perfectae caritatis, el Concilio Vaticano II no se ha limitado a afirmar que los institutos contemplativos conservan también hoy un significado y una función plenamente válidos; ha dicho que el puesto que ocupan en el Cuerpo místico, es "eminente" ("praeclara pars"). Efectivamente, los contemplativos "ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza", ilustran al Pueblo de Dios con "frutos abundantísimos de santidad", "lo edifican con el ejemplo", "lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica" (cf. núm. Nb 7).

Ciertamente, las exigencias que plantea hoy a la Iglesia la evangelización. son múltiples y urgentes. Pero se equivocaría quien, partiendo de la comprobación de las necesidades incluso urgentes del apostolado de hoy, juzgase superada una forma de vida, dedicada exclusivamente a la contemplación. Los padres conciliares, al afrontar en el Decreto Ad gentes el problema del anuncio de la Buena Nueva a todos los hombres, han querido subrayar, en cambio, la contribución eficaz de los contemplativos a la actividad apostólica (cf. núm. Nb 40), y han expresado el deseo de que en las jóvenes Iglesias, entre las diversas formas de vida religiosa, se establezcan también comunidades de vida contemplativa, para garantizar "una presencia de la Iglesia en su forma más plena" (cf. núm. Nb 18).

Por lo demás, ¿no es significativo advertir, volviendo la mirada atrás en la historia de la Iglesia, que precisamente en los siglos, en que las necesidades de la evangelización han sido mayores, la vida contemplativa conociese una floración y una expansión verdaderamente prodigiosas? ¿No se debe ver en esto una indicación del Espíritu, que nos recuerda a todos, tentados frecuentemente por las sugestiones de la eficiencia, la supremacía de los medios sobrenaturales sobre los puramente humanos?

Por tanto; dirijo mis ojos con confianza hacia estas almas dedicadas con una entrega total a la contemplación, y confío al ardor de su caridad los afanes apremiantes del ministerio universal que me ha sido confiado. Sé lo entusiasmadas que están con su vocación privilegiada, cómo aceptan gozosamente sus exigencias de inmolación cotidiana, cómo saben acoger en su oración el trabajo, las penas y las esperanzas de sus contemporáneos. Mi deseo es que profundicen cada vez mejor en la espiritualidad de sus fundadores, para vivirla cada vez más intensamente, sin dejarse tentar por métodos más a la moda o por técnicas, cuya inspiración frecuentemente no tiene mucho que ver con el Evangelio. El patrimonio contemplativo y místico de la Iglesia es de una amplitud y profundidad excepcionales: por lo tanto, es necesario velar para que todos los monasterios se comprometan a conocerlo, cultivarlo y enseñarlo.

Mucho ayudará para la consecución de estos fines un rigor justo en exigir la observancia de la clausura, a propósito de cuyo mantenimiento también se ha pronunciado el Concilio Vaticano II (cf. Perfectae caritatis PC 16). Efectivamente, el abandono de la clausura significaría fallar en lo específico de una de las formas de vida religiosa, con las cuales la Iglesia manifiesta frente al mundo la preeminencia de la contemplación sobre la acción, de lo que es eterno sobre lo que es temporal. La clausura no "aísla" a las almas contemplativas de la comunión del Cuerpo místico. Más aún, las sitúa en el corazón de la Iglesia, como ha dicho muy bien mi predecesor el Papa Pablo VI, quien añadía que estas almas "alimentan la riqueza espiritual de la Iglesia, subliman su oración, sostienen su caridad, comparten sus sufrimientos, fatigas, apostolado, esperanzas, aumentan sus méritos" (Discurso del 2 de febrero 1966).

4. Hay también un problema particular, cuya importancia merece ser señalada hoy: es el de las estrechas relaciones que median entre los institutos religiosos y el clero, en virtud de la dimensión contemplativa que debe tener toda vida consagrada al Señor, como su constitutivo fundamental.

Los sacerdotes seculares tienen necesidad de sacar la fuerza y el apoyo de su apostolado de la contemplación. Lo mismo que en el pasado, deben encontrar normalmente un apoyo, a este respecto, en religiosos experimentados y en el contacto con monasterios, dispuestos a acogerlos para los ejercicios espirituales y para períodos de recogimiento en orden a comenzar de nuevo.

Por su parte, las religiosas deben poder encontrar en el clero los confesores y los directores espirituales, capaces de ayudarles para comprender y vivir mejor su consagración. El influjo de los sacerdotes es, por otra parte, con mucha frecuencia, determinante paya favorecer el descubrimiento y el desarrollo sucesivo de la vocación religiosa.

86 Por esto es necesario que el clero y los religiosos, y en particular los obispos y los superiores, se esfuercen en encontrar una solución, adecuada paya los tiempos en que vivimos, al problema tan importante de la interdependencia de los dos estados.

Quisiera añadir todavía una alusión a las nuevas formas de vida contemplativa, que van surgiendo acá o allá en la Iglesia y en las que se privilegia uno u otro componente de la vida espiritual. Todas son experiencias interesantes y la Iglesia las sigue con mirada benévola y atenta.

Pero me apremia recordar que estas experiencias no deben disminuir en modo alguno la adhesión y la fidelidad a las formas de la vida contemplativa, reconocidas por siglos de historia: éstas siguen siendo fuentes auténticas de oración y escuelas seguras de santidad, cuya fecundidad no ha sido jamás desmentida.

5. Hermanos queridísimos, la vida religiosa no conoce una meta definitiva aquí abajo: es un don en desarrollo continuo y un camino que tiende hacia metas cada vez más elevadas. En este sentido, afirmaba San Benito que la vida del monje es un continuo aprendizaje para el servicio del Señor: "dominici schola servitii" (Regla, pról.). Una escuela, en la que el Maestro interior es el Espíritu.

Vosotros habéis tratado, en el curso de estos días, de escuchar a este Maestro silencioso y dulcísimo, para recoger con fidelidad las sugerencias y para traducir en normas concretas sus luces interiores. Pueda vuestro trabajo producir frutos abundantes, ofreciendo a todos los religiosos las ayudas oportunas para realizar cuanto el Señor espera de ellos, en beneficio de toda la comunidad cristiana.

Con este deseo, e invocando la materna protección de María Santísima, modelo insuperable de consagración total, os envío de corazón mi especial bendición, que extiendo gustosamente a todas las almas que, en castidad, pobreza y obediencia, se esfuerzan por seguir ya aquí abajo "al Cordero, adonde quiera que vaya" (cf. Ap
Ap 14,4).





Miércoles 12 de marzo de 1980

12380 (La audiencia del miércoles 12 de marzo se desarrolló en dos fases: la primera en la basílica de San Pedro, donde el Papa habló a los jóvenes, y la segunda en el Sala Pablo VI, donde pronunció su catequesis)
Sala Pablo VI

Dignidad de la generación humana

1. En la meditación precedente sometimos a análisis la frase del Génesis 4, 1 y, en particular, el término "conoció", utilizado en el texto original para definir la unión conyugal. También pusimos de relieve que este "conocimiento" bíblico establece una especie de arquetipo [1] personal de la corporeidad y sexualidad humana. Esto parece absolutamente fundamental para comprender al hombre, que desde el "principio" busca el significado del propio cuerpo. Este significado está en la base de la misma teología del cuerpo. El término "conoció" - "se unió" (
Gn 4,1-2) sintetiza toda la densidad del texto bíblico analizado hasta ahora. El "hombre" que, según el Génesis 4, 1, "conoce" por primera vez a la mujer, su mujer, en el acto de la unión conyugal, es en efecto el mismo que, al poner nombre, es decir, "al conocer" también, se ha "diferenciado" de todo el mundo de los seres vivientes o animalia, afirmándose a sí mismo como persona y sujeto. El "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 1, no lo aleja ni puede alejarlo del nivel de ese primordial y fundamental autoconocimiento. Por lo tanto -diga lo que diga sobre esto una mentalidad unilateralmente "naturalista"-, en el Génesis 4, 1, no puede tratarse de una mera aceptación pasiva de la propia determinación por parte del cuerpo y del sexo, precisamente porque se trata de "conocimiento".

87 Es, en cambio, un descubrimiento ulterior del significado del propio cuerpo, descubrimiento común y recíproco, así como común y recíproca es desde el principio la existencia del hombre a quien "Dios creo varón y mujer". El conocimiento que estaba en la base de la soledad originaria del hombre, está ahora en la base de esta unidad del varón y la mujer, cuya perspectiva clara ha sido puesta por el Creador en el misterio mismo de la creación (cf. Gén Gn 1,27 Gn 2,23). En este "conocimiento" el hombre confirma el significado del nombre "Eva", dado a su mujer, "por ser la madre de todos los vivientes"(Gn 3,20).

2. Según el Génesis 4, 1, aquel que conoce es el varón, y la que es conocida es la mujer- esposa, como si la determinación específica de la mujer, a través del propio cuerpo y sexo, escondiese lo que constituye la profundidad misma de su feminidad. En cambio, el varón fue el primero que -después del pecado- sintió la vergüenza de su desnudez, y el primero que dijo: "He tenido miedo, porque estaba desnudo, y me escondí" (Gn 3,10). Será necesario volver todavía por separado al estado de ánimo de ambos después de perder la inocencia originaria. Pero ya desde ahora es necesario constatar que en el "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 1, el misterio de la feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la maternidad, como dice el texto: "la cual concibió y parió". La mujer está ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo. Así se revela también hasta el fondo el misterio de la masculinidad del hombre, es decir, el significado generador y "paterno" de su cuerpo [2].

3. La teología del cuerpo, contenida en el libro del Génesis, es concisa y parca en palabras. Al mismo tiempo, encuentran allí expresión contenidos fundamentales, en cierto sentido primarios y definitivos. Se encuentran todos a su modo en ese "conocimiento" bíblico. La constitución de la mujer es diferente respecto al varón; más aún, hoy sabemos que es diferente hasta en sus determinaciones bio-fisiológicas más profundas. Se manifiesta exteriormente sólo en cierta medida, en la estructura y en la forma de su cuerpo. La maternidad manifiesta esta constitución interiormente, como particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora sirve a la concepción y a la generación del ser humano, con el concurso del varón. El "conocimiento" condiciona la generación.

La generación es una perspectiva, que el varón y la mujer insertan en su recíproco conocimiento. Por lo cual éste sobrepasa los límites de sujeto-objeto, cual varón y mujer parecen ser mutuamente, dado que el "conocimiento" indica, por una parte, a aquel que "conoce", y por otra, a la que "es conocida" (o viceversa). En este "conocimiento" se encierra también la consumación del matrimonio, el específico consummatum; así se obtiene el logro de la "objetividad" del cuerpo, escondida en las potencialidades somáticas del varón y de la mujer, y a la vez el logro de la objetividad del varón que "es" este cuerpo. Mediante el cuerpo, la persona humana es "marido" y "mujer"; simultáneamente, en este particular acto de "conocimiento", realizado por la feminidad y masculinidad personales, parece alcanzarse también el descubrimiento de la "pura" subjetividad del don: es decir, la mutua realización de sí en el don.

4. Ciertamente, la procreación hace que "el varón y la mujer (su esposa)" se conozcan recíprocamente en el "tercero" que trae su origen de los dos. Por eso, ese "conocimiento" se convierte en un descubrimiento, a su manera, en una revelación del nuevo hombre, en el que ambos, varón y mujer, se reconocen también a sí mismos, su humanidad, su imagen viva. En todo esto que está determinado por ambos a través del cuerpo y del sexo, el "conocimiento" inscribe un contenido vivo y real. Por tanto, el "conocimiento" en sentido bíblico significa que la determinación "biológica" del hombre, por parte de su cuerpo y sexo, deja de ser algo pasivo, y alcanza un nivel y un contenido específicos para las personas autoconscientes y autodeterminantes: comporta, pues, una conciencia particular del significado del cuerpo humano, vinculada a la paternidad y a la maternidad.

5. Toda la constitución del cuerpo de la mujer, su aspecto particular, las cualidades que con la fuerza de un atractivo permanente están al comienzo del "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 12 ("Adán se unió a Eva, su mujer"), están en unión estrecha con la maternidad. La Biblia (y después la liturgia) con la sencillez que le es característica, honra y alaba a lo largo de los siglos "el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron" (Lc 11,2). Estas palabras constituyen un elogio de la maternidad, de la feminidad, del cuerpo femenino en su expresión típica del amor creador. Y son palabras que en el Evangelio se refieren a la Madre de Cristo, María, segunda Eva. En cambio, la primera mujer, en el momento en que se reveló por primera vez la madurez materna en su cuerpo, cuando "concibió y parió", dijo: "He alcanzado de Yahvé un varón" (Gn 4,1).

6. Estas palabras expresan toda la profundidad teológica de la función de generar- procrear. El cuerpo de la mujer se convierte en el lugar de la concepción del nuevo hombre [3]. En su seno el hombre concebido toma su propio aspecto humano, antes de venir al mundo. La homogeneidad somática del varón y de la mujer, que encontró expresión primera en las palabras: "Es carne de mi carne, y hueso de mis huesos" (Gn 2,23), está confirmada a su vez por las palabras de la primera mujer-madre: "He alcanzado un varón". La primera mujer parturiente tiene plena conciencia del misterio de la creación, que se renueva en la generación humana.Tiene también plena conciencia de la participación humana, obra de ella y de su marido, puesto que dice: "He alcanzado de Yahvé un varón".

No puede haber confusión alguna entre las esferas de acción de las causas. Los primeros padres transmiten a todos los padres humanos -también después el pecado, juntamente, con el fruto del árbol del bien y del mal y como en el umbral de todas las experiencias "históricas"- la verdad fundamental acerca del nacimiento del hombre a imagen de Dios, según las leyes naturales. Este nuevo hombre nacido de la mujer-madre por obra del varón- padre reproduce cada vez la misma "imagen de Dios", de ese Dios que ha constituido la humanidad del primer hombre: "Creó Dios al hombre a imagen suya..., varón y mujer los creó" (Gn 1,27).

7. Aunque existen profundas diferencias entre el estado de inocencia originaria y el estado pecaminoso heredado del hombre, esa "imagen de Dios" constituye una base de continuidad y de unidad. El "conocimiento" de que habla el Génesis 4, 1, es el acto que origina el ser, o sea, en unión con el Creador, establece un nuevo hombre en su existencia. El primer hombre, en su soledad trascendental, tomó posesión del mundo visible, creado para él, conociendo e imponiendo nombre a los seres vivientes (animalia). El mismo "hombre", como varón y mujer, al conocerse recíprocamente en esta específica comunidad-comunión de personas, en la que el varón y la mujer se unen tan estrechamente entre sí que se convierten en "una sola carne", constituye la humanidad, es decir, confirma y renueva la existencia del hombre como imagen de Dios. Cada vez ambos, varón y mujer, renuevan, por decirlo así, esta imagen del misterio de la creación y la transmiten "con la ayuda de Dios-Yahvé".

Las palabras del libro del Génesis, que son un testimonio del primer nacimiento del hombre sobre la tierra, encierran en sí, al mismo tiempo, todo lo que se puede y se debe decir de la dignidad de la generación humana.

Notas

88 [1] En cuanto a los arquetipos, C. G. Jung los describe como formas "a priori" de varias funciones del alma: percepción de relación, fantasía creativa. Las formas se llenan de contenido con materiales de la experiencia. No son inertes, sino que están cargadas de sentimiento y de tendencia (véase sobre todo: Die psychologischen Aspekte des Mutterrarchetypus, Eranos 6, 1938, págs. 405-409).

Según esta concepción, se puede encontrar un arquetipo en la mutua relación varón-mujer, relación que se basa en la realización binaria y complementaria del ser humano en dos sexos. El arquetipo se llenará de contenido mediante la experiencia individual y colectiva, puede poner en movimiento a la fantasía creadora de imágenes. Sería necesario precisar que el arquetipo: a) no se limita ni se exalta en la relación física, sino que incluye la relación del "conocer"; b) está cargado de tendencia: deseo-temor, don-posesión; c) el arquetipo, como proto- imagen ("Urbild") es generador de imágenes ("Bilder").

El tercer aspecto nos permite pasar a la heremenéutica, en concreto a la de textos de la escritura y de la Tradición. El lenguaje religioso primario es simbólico (cf. W. Stahlin, Symbolon, 1958; I. Macquarrie, God Talk, 1968; T. Fawcett, The Symbolic Language of Religion, 1970). Entre los símbolos él prefiere algunos radicales o ejemplares, que podríamos llamar arquetipales. Ahora bien, entre los de la Biblia usa el de la relación conyugal, concretamente al nivel del "conocer" descrito.

Uno de los primeros poemas bíblicos, que aplica el arquetipo conyugal a las relaciones de Dios con su Pueblo, culmina en el verbo comentado: "Conocerás al Señor" (
Os 2,22 weyadacta 'et Yhwh; atenuado en "Conocerá que yo soy el Señor wydet ky 'ny Yhwh: Is 49,23 Is 60,16 Ez 16, 62, que son los tres poemas conyugales). De aquí parte una tradición literaria, que culminará en la aplicación paulina de Ef 5 a Cristo y a la Iglesia; luego pasará a la tradición patrística y a la de los grandes místicos (por ejemplo, "Llama de amor viva", de San Juan de la Cruz.

En el tratado Grundzüge der Literatur -und Sprach- wissenschaft, vol. I, Munich 1976, 4 ed., pág 462, se definen así los arquetipos: "Imágenes y motivos arcaicos, que según Jung, forman el contenido del inconsciente colectivo común a todos los hombres; presentan símbolos, que en todos los tiempos y en todos los pueblos hacen vivo de manera imaginaria lo que para la humanidad es decisivo en cuanto a ideas, representaciones e instintos".

Freud, a lo que parece, no utiliza el concepto de arquetipo. Establece un símbolo o código de correspondencias fijas entre imágenes presentes-patentes y pensamientos latentes. El sentido de los símbolos es fijo, aun cuando no único; pueden ser reducibles a un pensamiento último irreducible a su vez, que suele ser alguna experiencia de la infancia. Estos son primarios y de carácter sexual (pero no los llama arquetipos). Véase T. Todorov, Théories du symbol, París, 1977, págs. 317 ss.; además, J. Jacoby, Komplex, Archetyp, Symbol in der Psycologie C. G. Jungs, Zurich, 1957.

[2] La paternidad es uno de los aspectos de la humanidad más puestos de relieve en la Sagrada Escritura.

El texto del Gén 5, 3: "Adán... engendró un hijo a su imagen y semejanza", se une explícitamente al relato de la creación del hombre (Gn 1,27 Gn 5,1) y parece atribuir al padre terrestre la participación en la obra divina de transmitir la vida, y quizá también en esa alegría presente en la afirmación: "y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gn 1,31).

[3] Según el texto del Gén 1, 26, la "llamada" a la existencia es al mismo tiempo transmisión de la imagen y semejanza divina. El hombre debe proceder a transmitir esta imagen, continuando así la obra de Dios. El relato de la generación de Set subraya este aspecto: "Adán tenía 130 años cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza" (Gn 5,3).

Dado que Adán y Eva eran imagen de Dios, Set hereda de sus padres esta semejanza para transmitirla a los otros.

Pero en la Sagrada Escritura toda vocación está unida a una misión; la llamada, pues, a la existencia es ya predestinación a la obra de Dios:

89 "Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré (Jr 1,5 cf. también Is 44,1 Is 49,1 Is 49,5).

Dios es Aquel que no sólo llama a la existencia, sino que sostiene y desarrolla la vida desde el primer momento de la concepción:

"Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en el pencho de mi madre; desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno Tú eres mi Dios" (Ps 22,10 Ps 22,11 cf. Sal Ps 139,13-15).

La atención del autor bíblico se centra en el hecho mismo del don de la vida. El interés por el modo en que esto sucede, es más bien secundario y sólo aparece en los libros posteriores (cf. Jb 10,8 Jb 10,11 1M 7,22-23 Sg 7,1-3).

Saludos

(En alemán)

Dirijo un cordial saludo de bienvenida al grupo de representantes de la "Asociación femenina católica de Alemania".

Conozco la rica y bendita labor de vuestra asociación en los 50 primeros años de su existencia. Como subraya el Concilio, es de gran importancia en nuestro tiempo reconocer abiertamente el puesto y la tarea específica de la mujer en la vida de la Iglesia, estimar esta tarea como se merece, fomentarla cada vez más en función del apostolado eclesial y hacerla fructuosa (cf. Apostolicam actuositatem AA 9). Agradezco sinceramente a vuestra asociación todo lo que vosotras habéis hecho ya en este sentido en el pasado y os animo al mismo tiempo a proseguir vuestra confiada y decidida labor con una fe viva y en estrecha colaboración con el Pastor de la Iglesia, instituida por Dios. Para ello, con mi bendición apostólica pido para vosotras la asistencia iluminadora y protectora de Dios.

Saludo también cordialmente a los participantes en la peregrinación a Roma del Movimiento católico de hombres de Bozen-Bolzano. Este tiempo de Cuaresma nos recuerda una vez más nuestra llamada cristiana a la santificación personal y a la santificación de nuestro ambiente familiar, profesional y social. Declaraos incondicionalmente por Cristo, vuestro Señor y Salvador, e intentad configurar vuestra vida según El y en unión íntima con El. Que Dios os conceda esto con su gracia mediante mi bendición apostólica.

(En italiano)

Tengo el placer ahora de saludar al hermoso grupo de los alumnos oficiales y los agregados a los servicios de. la "Escuela de Estado Mayor" los cuales, acompañados por el general de Cuerpo de Armada, por los profesores y por los familiares, han venido a traer a esta audiencia una nota de entusiasmo juvenil.

90 Os doy las gracias por esta presencia y tomando como punto de referencia el lema de la escuela: "Alere flammam", os digo: alimentad siempre en vuestro ánimo la llama de los ideales cristianos, realizad con seriedad y empeño vuestros cursos para llevar mañana al campo de vuestras actividades ese sentido de responsabilidad, de dignidad y dedicación que la sociedad espera de vosotros. Para este fin os sirva de sostén mi bendición especial.


Saludo también a los socios del "Circolo .Magistrati della Corte dei Conti", a su presidente y a sus familiares, presentes en esta audiencia para recordar los 15 años de fundación de su asociación. El Señor os bendiga y os conceda transformar vuestro Círculo en una palestra de creciente amistad en el espíritu de paz y de amor propio del Evangelio, para cumplir cada vez con mayor dedicación los graves y delicados compromisos de vuestra alta profesión.


Dirijo ahora un saludo también a los numerosos funcionarios de dirección del Banco de Roma, provenientes tanto de las filiales italianas como de las extranjeras del mismo Instituto, que celebra en estos días el centenario de su fundación. Deseo de corazón a todos vosotros que en la dedicación a vuestro trabajo podáis realizar vuestra personalidad y contribuir, a través de los medios a vosotros confiados, al desarrollo y al bienestar social.

La bendición, que gustosamente os concedo, va también dirigida a todos vuestros colegas, a vuestros colaboradores y a vuestros familiares.


Deseo también saludar al grupo de peregrinos provenientes de Florencia. Queridísimos, me traéis el testimonio de la adhesión que une a la Iglesia florentina a la Sede de Pedro. Os doy las gracias cordialmente por ello. Sé que en vuestra diócesis se ha iniciado la visita pastoral, que quiere despertar en todos una renovada conciencia del "don de Dios" (cf. Jn
Jn 4,10) y llamar a todos a un empeño de evangelización más decidido en relación al amplio círculo de personas que, por razones diversas, se mantienen alejadas de la Iglesia, la ignoran o incluso le son hostiles.

Expreso el deseo de que toda la comunidad diocesana sepa corresponder generosamente a la invitación de su Pastor y quiera participar, activamente, haciéndose signo de la presencia divina e instrumento de la palabra y de la gracia de Cristo "Redentor del hombre". Con estos sentimientos y con el deseo de copiosos favores celestes sobre una iniciativa pastoral tan importante, imparto a vosotros y a la querida Iglesia de San Cenobio y de San Antonino mi bendición apostólica.


Saludo ahora al numerosísimo grupo de peritos industriales, que con ocasión del cincuenta aniversario de su organización han venido a esta audiencia en representación de más de 15.000 colegas.

Hermanos queridísimos: vuestra específica colocación, que os pone, como ideal anillo de unión, entre las maestranzas y los órganos directivos superiores, muestra la delicadeza y la importancia de vuestros deberes y de vuestras funciones en la sociedad contemporánea.

Deseo que vuestra vida profesional esté siempre animada y sostenida por límpida honradez, gran seriedad, consumada laboriosidad, pero especialmente por un profundo y mutuo respeto hacia los otros, en el nombre de la fraternidad cristiana.

Contribuid, por tanto, al progreso auténtico del país con vuestra preparación profesional y con vuestras riquezas interiores de bondad, de inteligencia, de fantasía, para que la paz social y la convivencia civil sean un legítimo, común beneficio de todos.

A vosotros, a vuestras familias y a todas las personas que os son queridas va mi bendición apostólica especial.


91 Me dirijo ahora a las numerosas religiosas, presentes en Roma para hacer un curso de formación y de perfeccionamiento para maestras de formación, organizado por la Unión de Superioras Mayores de Italia.

Queridísimas hermanas en Cristo, pongo vuestro trabajo y vuestros propósitos de bien bajo la protección de María Santísima, "Mater Divinae Gratiae", para que os inspire a saber decir a Dios, en todas las circunstancias de vuestra vida de almas consagradas, su proclamación de absoluta disponibilidad a la gracia: "¡He aquí a la sierva del Señor!" (
Lc 1,38).

A vosotras y a todas vuestras hermanas mi particular bendición apostólica.

(A los enfermos y a los recién casados)

Una palabra especial de saludo vaya ahora a todos vosotros, hermanos enfermos aquí presentes.

Queridísimos: en este período de Cuaresma tratáis de hacer vuestra la invitación de San Pablo a "revestíos del Señor Jesucristo" (Rm 13,14) y a "conformaos a la pasión y muerte de Cristo" (Ph 3,10), viviendo en vuestra carne la realidad del dolor, a ejemplo de Jesús paciente, como camino seguro para la gloria de la resurrección. Procurad, por tanto, realizar con generosidad esta vocación vuestra, basándola en una profunda fe cristiana y en un ardiente amor a Cristo. Mi bendición os acompañe a vosotros y a cuantos con amor os asisten en vuestro ofrecimiento cotidiano.

Un saludo especial y una ferviente felicitación también a vosotros, recién casados, presentes hoy en esta audiencia.

Os exhorto a ser agradecidos al Señor por el don de la familia, que acabáis de formar y que el Concilio Vaticano II llama "iglesia doméstica" (Lumen gentium LG 11). Estad orgullosos de ella y custodiadla con todo cuidado. En la familia podréis y deberéis encontrar el ambiente propicio para vuestra santificación.

Con el fin de que cumplan esta cristiana misión, ruego al Señor y a la Virgen María que os bendigan y os protejan.




Discursos 1980 84