Discursos 1980 91

Encuentro con los jóvenes en la Basílica de San Pedro




¡Queridísimos jóvenes!
¡Queridos muchachos y muchachas!

92 Habéis venido muchos y quizás también de lejos de Roma, para rezar sobre la tumba de San Pedro, para ver a su Sucesor y para escuchar su palabra. Os saludo de todo corazón y os doy las gracias por vuestra visita, de la que deseo llevéis a vuestras casas un recuerdo y un sentimiento que sean eficaces para vuestra vida.

Estamos en el tiempo litúrgico de Cuaresma, es decir, en ese período particular del año, de reflexión y- austeridad, que nos lleva día tras día a la Semana Santa y especialmente al Viernes Santo, el día que recuerda la muerte de Jesús en cruz para nuestra salvación.

San. Pablo, escribiendo a los cristianos de la ciudad de Filipos, afirmaba: Jesucristo "se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz"' (
Ph 2,8). Se humilló; se hizo obediente: son palabras que hoy parecen no actuales, especialmente si van dirigidas a los jóvenes, cuando hay toda una sistemática oposición a la obediencia, que se presenta como una humillación de la propia personalidad, una derrota de la inteligencia y de la voluntad, una abdicación de la propia dignidad humana; y se predica la autonomía, la revuelta, la rebelión...

¡En cambio, precisamente Jesús nos ha dado el ejemplo de la obediencia hasta la muerte de cruz! ¡Y por esto os exhorto a la obediencia, hablándoos en nombre de Jesús! Ciertamente en la sociedad en que debemos vivir, hay quien no sabe mandar del modo justo; y por ello la obediencia, cuando es necesario, debe ser respetuosamente crítica. Pero hay también, y qué numerosos, quienes son una enseñanza viviente del bien: óptimos papás y mamás que os aman y desean sólo guiaros por el recto camino; maestros, profesores y directores que os siguen con delicada atención; sacerdotes equilibrados y sabios, ansiosos sólo de vuestra verdadera felicidad y de vuestra salvación; religiosas y catequistas, dedicadas únicamente a vuestra auténtica formación... Pues bien, yo os digo, ¡escuchadlos, obedecedlos!

Como bien sabéis, todos los Santos han pasado a través de la prueba, a veces incluso heroica, de la obediencia: como María Santísima, come San José, que no hicieron otra cosa que obedecer a la voz de Dios que les llamaba a una misión bien sublime, ¡pero también desconcertante y misteriosa!

¿Por qué debéis obedecer? Ante todo, porque la obediencia es necesaria en el cuadro general de la Providencia: Dios no nos ha creado al azar, sino para un fin bien claro y lineal: su gloria eterna y nuestra felicidad. Los padres y todos los que tienen responsabilidad sobre nosotros deben, en nombre de Dios, ayudarnos a alcanzar el fin querido por el Creador. Además, la obediencia externa enseña también a obedecer a la ley interior de la conciencia, o sea, a la voluntad de Dios expresada en la ley moral.

Finalmente, debéis obedecer también porque la obediencia hace serena y alegre la vida: cuando sois obedientes en casa, en la escuela, en el trabajo, estáis más contentos y dais felicidad en el ambiente.

¿Y cómo debéis obedecer?

Con amor y también con santa valentía, sabiendo bien que casi siempre la obediencia es difícil, cuesta sacrificio, exige empeño y a veces comporta hasta un esfuerzo heroico. ¡Hay que mirar a Jesús crucificado! Hay que 'obedecer también con confianza, convencidos de que la gracia de Dios no falta nunca y que además el alma se llena de inmensa alegría interior. El esfuerzo de la obediencia será recompensado con una continua alegría pascual.

He aquí, queridísimos, la exhortación que deseaba haceros mientras vivimos el tiempo de Cuaresma. Os ayude y os acompañe siempre la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, a vuestros padres y a vuestros profesores.



A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE AUGSBURGO - Viernes 14 de marzo de 1980

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Muy estimadas señoras y señores,
queridos jóvenes amigos:

Constituye para mí una gran alegría poder recibiros hoy en audiencia aquí en el Vaticano. En este encuentro dirijo mi saludo al rvdmo. sr. obispo de la diócesis de Augsburgo, mons. Josef Stimpfle, y, juntamente con él, a distinguidos representantes de la nobleza de Baviera, así como a otras personalidades del ámbito eclesiástico y civil. A todos vosotros se dirige mi amistoso saludo, y de un modo especialmente cordial a los jóvenes cantores, al "Coro juvenil de la catedral de Augsburgo".

A pesar de la distinta procedencia y profesión, quiero recibiros como á un único grupo, como a una comunidad de creyentes, cuya fe común en Cristo y en su Iglesia santa os une en mutua fraternidad. Por otra parte, todos vosotros formáis una representación de vuestro país católico, en el que está profundamente arraigado el amor a la Iglesia y la comunión con el Sucesor de Pedro. En estos tiempos de progresiva secularización en el Estado y en la sociedad nos es preciso reflexionar de una manera reiterada y lo más atentamente posible sobre la preciosa herencia recibida de nuestros antepasados, para conservarla viva en las situaciones y en las prácticas eclesiales y culturales de la actualidad. De aquí que cada Uno de vosotros esté llamado a prestar su aportación personal en el ámbito de su particular competencia y responsabilidad.

En relación con esto, y precisamente por ello, saludo explícitamente al "Coro juvenil de la catedral de Augsburgo", creado no hace muchos años y a través del cual se conserva afortunadamente una antigua tradición, ya del tercer siglo, de cuidar con todo esmero la música en la Iglesia. En nombre de todos los presentes agradezco a los jóvenes cantores su interpretación musical y deseo a ellos y a todos vosotros una estancia en Roma alegre y también espiritualmente fecunda. Desearía que el contacto con tantos lugares santos y con tantos signos de la fe de los primeros siglos cristianos os fortifique a vosotros mismos en la fe y os haga que os complazcáis en vuestra vocación cristiana.

Con mis mejores deseos para todos, imploro para vosotros mismos y para los seres queridos de vuestro hogar la protección y asistencia especial de Dios y os imparto de corazón la bendición apostólica.






A LOS TRABAJADORES DE LAS CANTERAS DE MÁRMOL DE CARRARA


Sábado 15 de marzo de 1980



100 1. ¡Bienvenidos, hijos queridísimos! Saludo fraternalmente a vuestro obispo, mons. Aldo Forzoni, que ha querido presidir esta peregrinación organizada por vuestra Asociación, testimoniando de este modo también el afecto que le une a todos vosotros.

Y os saludo a vosotros, trabajadores de las canteras de mármol, y a vuestras familias; y os doy las gracias de corazón por la alegría que me proporcionáis con esta visita, cuyo significado acaba de explicar ahora vuestro compañero. Sed portadores de mi saludo a vuestros amigos que comparten la fatiga, dificultades y riesgos de un trabajo agotador como el vuestro.

2. La Providencia ha querido que también yo, en cierto período de mi vida, hiciera la dura experiencia del trabajo en las canteras. Por ello he podido darme cuenta personalmente de las dificultades que comporta; no basta la fuerza, se necesita destreza, dominio de los nervios, prontitud de reflejos, valor. No es suficiente saber manejar la maquinaria; hay que tener familiaridad con la montaña y conocer sus secretos y las insidias que esconde. Sobre todo se necesitan dotes morales sólidas para resistir la fatiga de una jornada pasada en el manejo de los mazos neumáticos, los cinceles y las almádenas.

Y luego están los imprevistos y los accidentes que en pocos segundos pueden transformar el ambiente de trabajo en escenario de tragedia; también de esto tuve experiencia, y son sucesos que quedan grabados en el alma para toda la vida.

Espero que las mejoras llevadas a efecto en la legislación del trabajo, las modalidades crecientemente adecuadas de previsión social, la tempestividad y eficiencia de los controles, hagan cada vez más segura y menos agotadora la prestación de vuestro trabajo. Pero al mismo tiempo expreso el augurio de que vuestra fatiga sea sostenida e iluminada por la fe en Cristo, porque sólo su palabra puede dar sentido pleno a vuestra existencia, ofreceros consuelo en vuestros sufrimientos y abrir perspectivas de ciclo a vuestras esperanzas. Sabed ver en Cristo a un amigo, pues también El ha experimentado la dura fatiga del trabajo manual y os puede comprender plenamente.

3. Y ¡amad a su Madre! Habéis querido dar a vuestra Asociación el nombre de "Obra de la Virgen de los trabajadores de las canteras de mármol", y sé que en las distintas cuencas marmóreas santificadas por vuestro sudor y regadas a veces por vuestra sangre, le habéis dedicado dignas estatuas que son meta de peregrinaciones en determinados períodos del año.

Estoy seguro de que la Virgen Santa se inclina sobre cada uno de vosotros. No dejéis de dirigirle un recuerdo cuando os aprestáis al trabajo por la mañana y cuando volvéis de él al atardecer. La Virgen sabrá estar a vuestro lado para aliviar vuestra fatiga, velará solícita por vosotros y vuestras familias, os custodiará a lo largo del camino de la vida y os ayudará a transformar cada una de vuestras penas en medio de elevación y mérito para la eternidad.

Y alguna vez decid una oración también por mí, para que después de haber ejercido un tiempo vuestro trabajo, sepa cumplir las tareas no menos gravosas que el Señor ha querido encomendarme.

A vosotros, a vuestros queridos amigos que trabajan en las canteras de Carrara, a cuantos están dedicados a elaborar el mármol y a las familias de todos, mi afectuosa bendición apostólica.
* * *


Tras leer el discurso, el Papa hablando espontáneamente dijo las siguientes palabras:

101 Quisiera añadir un saludo especial y muy cordial a todos los representantes de vuestras familias, a las madres de estas familias, a los hijos de las mismas y a todos los compañeros de trabajo, a todos los ambientes de trabajo.

Como yo he tenido una experiencia semejante a la vuestra, sé muy bien la importancia que tienen la solidaridad y la amistad de los que trabajan juntos. He de confesaros que entre las experiencias más hermosas de mi vida se cuentan siempre la solidaridad y amistad de que disfruté cuando era obrero en medio de otros obreros. Es una experiencia hondamente humana y muy estimulante. En el trabajo, en la experiencia del trabajo no faltan momentos difíciles, momentos tristes. En esos momentos la amistad y solidaridad entre los trabajadores nos ayudan y confortan. Y esta amistad, estas muestras de solidaridad que he vivido cuando era obrero yo también, han permanecido en mi alma hasta hoy como algo muy valioso.

Quiero dedicar un saludo especial a las viudas de los obreros muertos en el trabajo, a las familias huérfanas. Quiero decirles una palabra de ánimo, de consuelo cristiano. Cuando se lucha por condiciones de trabajo justas, por condiciones de vida del trabajador que sean justas, hay que tener presente siempre la dimensión plena de la vida de cada uno de nosotros, es decir, la dimensión cristiana, la dimensión que nos da la religión. Sin las respuestas que nos ha dado Jesucristo en el Evangelio y nos las sigue dando siempre a los interrogantes fundamentales sobre la vida humana que se plantean a todo hombre, sea profesor, sacerdote, científico, trabajador u obrero, ésta vida pierde la plenitud de su sentido. Y os deseo que las respuestas a los interrogantes fundamentales sobre nuestra existencia que nos da Jesucristo sean siempre también para vosotros respuestas satisfactorias y den orientación profunda y sustancial a vuestra vida personal, a vuestra vida profesional. Estos son los deseos que, como veis, os los expreso sin leer, pues brotan espontáneos del corazón. Para terminar quiero deciros: las experiencias cristianamente más profundas de mi vida, la experiencia plenamente cristiana de mi vida, la hice siendo obrero. Y precisamente aquel período de tiempo, aquella experiencia de obrero, fue la que me encauzó por el camino del sacerdocio.






A LOS ALUMNOS DE LAS ESCUELAS CENTRALES DE BOMBEROS


Sábado 15 de marzo de 1980



Queridísimos alumnos de las Escuelas centrales de Bomberos:

Me siento contento de recibiros a todos juntos hoy siguiendo una tradición inaugurada hace tiempo por mis predecesores.

Os saludo de corazón y doy bienvenida cordial a vosotros, a vuestro capellán y a los representantes de vuestra Jefatura. Estáis terminando un curso de formación en el que sin duda habéis aprendido muchas cosas necesarias para la acción que deberéis desarrollar en vuestros puestos respectivos.

Mi palabra se soma a estás enseñanzas valiosas para animaros en la actividad que os espera y recordaros el sentido que entraña, un sentido profundamente cristiano.

La vuestra es una tarea de generosidad y riesgo, de abnegación y sacrificio. Y recibe su significado más verdadero de la cualificación de servicio con que se presenta ante la sociedad. Esta es la causa por la que es un trabajo que tiene también y debe tener siempre una dimensión cristiana inconfundible o, mejor, una dimensión evangélica. ¡Cuántas situaciones de necesidad tendréis que resolver! Y ¡a cuántos hombres que se hallen en dificultad prestaréis ayuda! Pues bien, que en todo ello vuestro comportamiento sea semejante al del buen samaritano, protagonista de una de las parábolas más expresivas narradas por Jesús según el Evangelio de San Lucas (10, 29 ss.). A esto precisamente quisiera invitaros: a afrontar y desempeñar vuestra actividad como expresión concreta de amor cristiano al prójimo en sus necesidades. Un deber moral jamás puede ser un oficio, y menos aún la caridad cristiana, que es razón de vida, por el contrario, e impulso dinámico, libre y potente en favor de los demás.

Así, pues, comprenderéis bien que sólo colocándoos en esta perspectiva, podéis conferir nobleza particular a un servicio tan delicado y necesario a la comunidad; en todo caso será tanto más fructífero cuanto mayor contenido humano tenga de solicitud, amor y diría yo compasión, en el sentido original y evangélico del término, que significa "compartir los sufrimientos de los demás".

En base a estas breves reflexiones, me complazco en desearos los éxitos mejores. Que el Señor os ayude con su gracia, os dé fuerza y entusiasmo y os proteja siempre.

102 De mi parte, os concedo mi bendición apostólica paterna y cordial en prenda de abundantes favores celestiales para vosotros, vuestros familiares y amigos, el capellán y los comandantes.





ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON LOS JÓVENES DEL MOVIMIENTO "COMUNIÓN Y LIBERACIÓN"


Sala Pablo VI

Domingo 16 de marzo de 1980



Los jóvenes recibieron al Papa con cantos de su repertorio, a los que el Santo Padre se unió en muchos momentos. Le ofrecieron dos regalos: una guitarra y un traje de deportes. Juan Pablo II comentó después con humor :

Ha terminado la parte más bonita de la audiencia. Ahora comienza la menos bonita, en la que hablo yo y vosotros tenéis que escuchar

Queridísimos jóvenes:

Este encuentro está inundado de alegría. Alegría mía y vuestra, porque podemos vernos, hablarnos; alegría que encuentra, de este IV domingo de Cuaresma, su expresión litúrgica: "Alégrate, Jerusalén, y gozad con ella todos los que la amáis". Con estas palabras somos acogidos hoy al comienzo de la Santa Misa. Jerusalén, esto es, toda la Iglesia, está invitada a expresar su desbordante alegría. .¿Por qué motivo? Porque la Pascua ya está cercana. Cristo, Redentor del hombre, está presente en su Iglesia, en el mundo, en la historia, entre nosotros.

1. A vosotros, jóvenes de "Comunión y Liberación", que habéis venido de todas las regiones de . Italia, incluso a precio de notables sacrificios, quiero confiaros hoy un empeño y una consigna: Sed, ahora y siempre, portadores y transmisores de alegría cristiana. Y, al daros esta consigna, no puedo menos de recordar lo que recomendó a todos los jóvenes mi predecesor Pablo VI en su Exhortación Apostólica Gaudete in Domino, del 9 de mayo de 1975: "Os invitamos cordialmente a haceros más atentos a las llamadas interiores que surgen en vosotros. Os invitamos con insistencia a levantar vuestros ojos, vuestro corazón, vuestras energías nuevas hacía lo alto, a aceptar el esfuerzo de las ascensiones del alma" (VI).

Llevad, sobre todo, la alegría cristiana en vuestro corazón: alegría que brota de la fe serenamente aceptada; intensamente profundizada mediante la meditación personal y el estudio de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia; dinámicamente vivida en la unión con Dios en Cristo, en la oración, y en la práctica constante de los sacra-alientos, especialmente de la Eucaristía y de la Reconciliación; en la asimilación del mensaje evangélico, a veces duro para nuestra débil naturaleza, que no está siempre en sintonía con las exigencias exaltantes, pero comprometidas del "Sermón de la Montaña" y de las "Bienaventuranzas". "Noli gaudere in saeculo —nos dice San Agustín— gaude in Christo, gaude in verbo eius, gaude in lege eius... In corde christiano et tranquillitas erit et pax; sed quamdiu vigilat fides nostra; si autem dormit fides nostra, periclitamur". (No te goces en la realidad terrena, gózate en Cristo, gózate en su palabra, gózate en su ley:.. En el corazón cristiano habrá paz y tranquilidad; pero mientras nuestra fe esté vigilante; en cambio, sí se duerme nuestra fe, estamos en peligro): Enarr. in ps. 93, 24 s.: PL 37, 1212 s.).

Y los peligros de que la fe de los cristianos, vuestra fe de jóvenes cristianos, pueda tener fases de decaimiento, están siempre y constantemente presentes, sobre todo en estos períodos de profundas y amplias transformaciones en el campo cultural, social, político económico.

Pero vosotros, jóvenes queridísimos, no tendréis ciertamente ni temor ni mucho menos vergüenza de ser y de manifestaros cristianos, siempre y en todas partes.

103 2. Llevad la alegría cristiana al ambiente en que vivís normalmente, esto es, a vuestras familias, a vuestras asociaciones, pero especialmente al mundo de los estudiantes.

Con cuánta esperanza, con cuánto respeto, pero también con cuánta ansiedad los ciudadanos de un Estado bien ordenado miran a la escuela, el lugar donde los jóvenes, reunidos, puedan buscar juntos apasionadamente la verdad, hacer de todos los diversos conocimientos adquiridos una síntesis unitaria, que les de la capacidad de juzgar e interpretar los varios y complejos fenómenos socio-culturales. Por desgracia —es una queja que se oye repetir muy frecuentemente— la escuela contemporánea está en "crisis" y se convierte, a veces, en deformadora y anti-educativa; mientras, por su parte, los modernos instrumentos de comunicación social, desde sus "cátedras" difunden sus "lecciones" de hedonismo, de indiferentismo, de materialismo y pretenden conquistar y someter especialmente a los jóvenes.

Vuestra presencia en el mundo de los estudiantes, y en el más amplio de la cultura, sea animadora de auténticos intereses en el ámbito de los diversos conocimientos, respetando el pluralismo, pero con la convicción firme de que la cultura debe tender a la perfección integral de la persona humana, al bien auténtico de la comunidad y de toda la sociedad humana.

Vivid en estrecha unión con los hombres de vuestro tiempo; esforzaos por penetrar en su modo de pensar y de sentir; sabed armonizar el conocimiento de la ciencia, de la cultura y de los más recientes descubrimientos con la moral y el pensamiento cristiano (cf. Gaudium et spes
GS 62).

Vosotros, jóvenes de "Comunión y Liberación", con vuestro estudio, con vuestra preparación, con vuestra seriedad, con vuestro entusiasmo, con vuestro ejemplo, comprometeos a sostener la fe de vuestros condiscípulos. Esta será una obra altamente meritoria ante Dios y ante la Iglesia.

3. Al hablar de alegría cristiana, que brota de la fe y de la búsqueda sincera de la verdad, no podemos olvidar que está íntimamente unida con el amor. Quien posee y transmite la alegría cristiana es, al mismo tiempo, portador de un mensaje de solidaridad, de paz, de amor. Al llegar aquí, mi llamada quiere ser intensa y apremiante. La espiral de la violencia, continúa provocando y sembrando, bárbara y cínicamente, odio y muerte. En esta situación, dramática por sí misma, el aspecto que más impresiona a todos los hombres de buena voluntad es la escalofriante comprobación de que los jóvenes matan a otros jóvenes. Al copiar y seguir sus ideologías desviadas, los jóvenes se hacen la ilusión de que sólo provocando la muerte, pueden transformar esta sociedad. Pero es necesario proclamar con fuerza y convicción que un mundo de justicia de solidaridad, de paz, no se construye sobre la sangre y los cadáveres de víctimas, que sólo son culpables de pensar de otra manera.

Responded a la violencia ciega y al odio inhumano, jóvenes queridísimos, con la fuerza fascinante del amor. Testimoniad con vuestro comportamiento, con vuestra vida, sobre todo entre los estudiantes, que las ideas no se imponen, sino que se proponen; que el auténtico pluralismo cultural, tan exaltado por la sociedad contemporánea, exige el máximo respeto en relación con las ideas de los otros. Construid, sobre estas bases, día tras día, vuestro hoy, que prepara y preludia el mañana, del que ya comenzáis a ser verdaderos protagonistas.

Al regresar a vuestras regiones, a vuestras casas, a vuestras aulas escolares, haceos portadores de estas indicaciones y de estas preocupaciones del Papa, que, en nombre de la Iglesia, os manifiesta su comprensión, su afecto, su estima, su esperanza.

Y el canto, que vivifica siempre y anima vuestras asambleas comunitarias, sea el signo de vuestra fe profunda en Cristo y en la Iglesia.

"Cantate vocibus —dice también San Agustín—, cantate cordibus, cantate oribus, cantate moribus" (Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestros labios, cantad con toda vuestra vida Serm.34, cap. 3, 6: PL 38, 211).

Con esta renovada invitación a la alegría, que se abre al canto, os imparto de corazón mi bendición apostólica.






A LOS SACERDOTES ALUMNOS


DE LA PONTIFICIA ACADEMIA ECLESIÁSTICA


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Lunes 17 de marzo de 1980



Mis queridos sacerdotes de la Academia Eclesiástica:

Me complace verdaderamente recibiros y saludaros a todos vosotros, que también este año venís a renovar al Papa el testimonio de vuestra fidelidad y la comunión eclesial, al finalizar los exámenes de los alumnos del segundo curso.

Agradezco vivamente al querido presidente de la Academia, mons. Cesare Zacchi, las cordiales palabras que, interpretando vuestros devotos sentimientos, ha querido tan amablemente dirigirme.

Este encuentro me permite manifestar, una vez más, no solamente el afecto particular que siento por todos los sacerdotes y, de modo especial, por vosotros, que estáis llamados a prestar vuestro servicio en las Representaciones Pontificias del mundo, tengan o no carácter de representación diplomática, sino también por el interés con que sigo la vida de vuestro Instituto y al mismo tiempo el empeño que ponéis en preparares adecuadamente a la futura misión que os será confiada.

La misión que os llevará a vivir en medio de tantas poblaciones diferentes en cultura, civilización, costumbres, lenguas y tradiciones religiosas, debe ser entendida como servicio eclesial, en el sentido dado por las primeras comunidades cristianas a la palabra diakonía. Este servicio, muchas veces oscuro e ignorado, será tanto más meritorio cuanto más auténticamente sacerdotal sea vuestra alma, que no busque el propio provecho o la propia satisfacción, sino el bien y el desarrollo espiritual de las diversas Iglesias locales, tratando de comprender cada vez mejor —con buena voluntad, más aún, con entusiasmo— la índole de cada uno de los pueblos, al estar insertos en esas Representaciones Pontificias que son siempre un punto de enlace de las distintas comunidades eclesiales con la Cátedra de Pedro y también, muchas veces, inteligentes intermediarias entre la Santa Sede y las supremas autoridades de las diversas naciones.

El esfuerzo por la debida preparación debe estar a la altura de la gran responsabilidad que os espera. Pero no se trata sólo de empeño humano, por muy iluminado y constante que pueda ser; hay que contar con la ayuda de Dios, hay que dejarse guiar por la luz que viene de lo alto, para tener una visión sobrenatural de las cosas. Si Dios no entra en vuestro corazón y en vuestra valoración de las realidades que nos circundan, de muy poco os servirá la cultura humana, por muy necesaria y oportuna que sea. En efecto; si vosotros, en vuestro futuro servicio, incluido el diplomático, os disponéis a hacer todo en el signo de Cristo y de su Evangelio, viviendo en profundidad vuestro sacerdocio, afrontaréis, incluso, los aspectos menos directamente religiosos y eclesiales de vuestro ministerio, con el espíritu que corresponde a vuestra vocación y con la eficacia que viene de la ayuda de Dios.

Tal concepto del servicio diplomático exige naturalmente caridad sacerdotal, espíritu misionero, dedicación y abnegación, que no dejan espacio para espejismos terrenos, glorias temporales o privilegios de cualquier clase. Exige, en una palabra, tal espíritu apostólico que os permita poder decir, con intención especial, pero en la misma medida que a cada uno de vuestros hermanos: "Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios" (2Co 5,20).

Este es el deseo que expreso a cuantos estáis todavía estudiando, pero de modo especial a los trece que, terminados vuestros cursos en la Academia, os aprestáis ya a trasladaros a las sedes que se os designen.

Queridos hijos que estáis a punto de partir, sabed que yo estaré siempre espiritualmente junto a vosotros y os recordaré en la oración. En este momento tan delicado para vuestra vida, llamados como estáis por la Santa Sede a dar testimonio cristiano en diversas naciones, os digo con el Apóstol de las Gentes: "Sed, en fin, imitadores de Dios como, hijos amados" (Ep 5,1).

Que os sirva de ayuda la intercesión de la Virgen Santísima, Madre del Buen Consejo, así como de estímulo mi especial benevolencia, que ahora os renuevo junto con mi bendición apostólica, extensible a todos vuestros familiares y allegados.






A MIGUEL ANTONIO OLAVARRIETA PÉREZ


EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


ANTE LA SANTA SEDE


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Lunes 17 de marzo de 1980



Señor Embajador:

Con sumo gusto le recibo hoy, en este acto en el que me presenta les Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede.

Quiero ante todo dar a Vuestra Excelencia, como representante de la noble Nación Dominicana, mi más cordial bienvenida al Centro de la catolicidad. Y desde ahora le aseguro que podrá contar siempre con mi benévola ayuda en el cumplimiento de la alta misión, que se le ha confiado, de cuidar y fomentar les fructuosas relaciones existentes entre la Sede Apostólica y su país.

En efecto, son muchos y muy profundos —como ha indicado Vuestra Excelencia en su discurso— los vínculos que desde hace siglos unen al pueblo dominicano con la Iglesia y que se han ido plasmando, con el pasar de los tiempos, en múltiples vivencias personales, en obras de diversa índole y en fechas que tanto significan en la existencia de los individuos, en la vida social, en la historia de la patria.

Con hondo respeto al país y a sus instituciones, y fiel a su misión propia, la Iglesia continuará con empeño su labor de iluminación de las conciencias, para que los ciudadanos, inspirados en los principios de la ética cristiana, los reflejen en una digna conducta individual y colectiva y fomenten responsablemente cuanto promueve “la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad” (Gaudium et spes GS 63).

Señor Embajador: son estos los votos que formulo para su querido país, que permanece siempre en mi recuerdo y afecto, sobre todo desde que, siguiendo los caminos de la evangelización del Nuevo Continente, tuve el placer de visitarlo y experimentar el calor humano y el fervor cristiano de sus gentes.

Quiera usted transmitir a todos sus connacionales, muy particularmente al Señor Presidente de la nación, el saludo cordial del Papa y sus deseos hechos plegaria, para que caminen siempre por senderos de paz, de mutuo respeto, de civil progreso en la justicia, de fidelidad a les leyes del Todopoderoso. Que El les bendiga en todo momento y acompañe con su protección la misión que inicia Vuestra Excelencia.





JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 19 de marzo de 1980

(La audiencia del miércoles 12 de marzo se desarrolló en dos fases: la primera en la basílica de San Pedro, donde el Papa habló a los jóvenes, y la segunda en el Sala Pablo VI, donde pronunció su catequesis)



1. Dedicamos nuestro encuentro de hoy, 19 de marzo, a aquel a quien la Iglesia, en este día, según una tradición antiquísima, rodea con la veneración debida a los más grandes santos.

106 El 19 de marzo es la solemnidad de San José, el esposo de María Santísima, Madre de Cristo. Ya en el siglo X encontramos señalada esta festividad en varios calendarios. El Papa Sixto IV la puso en el calendario de la Iglesia de Roma a partir del año 1479. En 1621 se inserta en el calendario de la Iglesia universal.

Interrumpiendo, pues, la serie de nuestras meditaciones, que estamos desarrollando desde hace tiempo, fijémonos hoy en esta figura tan querida y cercana al corazón de la Iglesia, a cada uno y a todos los que tratan de conocer los caminos de la salvación, y de caminar por ellos en su vida terrena. La meditación de hoy nos prepara a la oración, a fin de que, reconociendo las grandes obras de Dios en aquel a quien confió sus misterios, busquemos en nuestra vida personal el reflejo vivo de estas obras para cumplirlas con la fidelidad, la humildad y la nobleza de corazón que fueron propias de San José.

2. "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados" (
Mt 1,20-21).

Encontramos estas palabras en el capítulo primero del Evangelio según Mateo. Ellas —sobre todo en la segunda parte— son muy semejantes a las que escuchó Miriam, esto es, María, en el momento de la Anunciación. Dentro de unos días —el 25 de marzo—, recordaremos en la liturgia de la Iglesia el momento en que esas palabras fueron dichas en Nazaret "a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1,27).

La descripción de la Anunciación se encuentra en el Evangelio según Lucas.

Seguidamente, Mateo hace notar de nuevo que, después de las nupcias de María con José, "antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo" (Mt 1,18).

Así, pues, se realizó en María el misterio que había tenido su comienzo en el momento de la Anunciación, en el momento en que la Virgen respondió a las palabras de Gabriel: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra"(Lc 1,38).

A medida que el misterio de la maternidad de María se revelaba a la conciencia de José, él, "siendo justo; no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto", (Mt 1,19), así dice a continuación la descripción de Mateo.

Y precisamente entonces, José, esposo de María y ya su marido ante la ley, recibe su "Anunciación" personal.

Oye durante la noche las palabras que hemos citado antes, las palabras, que son explicación y al mismo tiempo invitación de parte de Dios "no temas recibir en tu casa a María" (Mt 1,20).

3. Al mismo tiempo Dios confía a José el misterio, cuyo cumplimiento habían esperado desde hacía muchas generaciones la estirpe de David y toda la "casa de Israel", y a la vez, le confía todo aquello de lo que depende la realización de este misterio en la historia del Pueblo de Dios.

107 Desde el momento en que estas palabras llegaron a su conciencia, José se convierte en el hombre de la elección divina: el hombre de una particular confianza. Se define su puesto en la historia de la salvación, José entra en este puesto con la sencillez y humildad, en las que se manifiesta la profundidad espiritual del hombre; y él lo llena completamente con su vida.

"Al despertar José de su sueño —leemos en Mateo—, hizo como el ángel del Señor le había mandado (
Mt 1,24). En estas pocas palabras está todo. Toda la decisión de la vida de José y la plena característica de su santidad. "Hizo". José, al que conocemos por el Evangelio, es hombre de acción.

Es hombre de trabajo. El Evangelio no ha conservado ninguna palabra suya. En cambio, ha descrito sus acciones: acciones sencillas, cotidianas, que tienen a la vez el significado límpido para la realización de la promesa divina en la historia del hombre; obras llenas de la profundidad espiritual Y de la sencillez madura.

4. Así es la actividad de José, así son sus obras antes de que le fuese revelado el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, que el Espíritu Santo había obrado en su Esposa. Así es también la obra ulterior de José cuando, sabiendo ya el misterio de la maternidad virginal de María, permanece junto a Ella en el período precedente al nacimiento de Jesús, y sobre todo en las circunstancias de la Navidad .

Luego, vemos a José en el momento de la presentación en el templo y de la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Poco después comienza el drama de los recién nacidos en Belén. José es llamado de nuevo e instruido por la voz de lo Alto sobre cómo debe comportarse.

Emprende la huida a Egipto con la Madre y el Niño.

Después de un breve tiempo, el retorno a la Nazaret natal.

Finalmente allí encuentra su casa y su taller, adonde hubiera vuelto antes, si no se lo hubiesen impedido las atrocidades de Herodes. Cuando Jesús tiene 12 años, va con El y con María a Jerusalén.

En el templo de Jerusalén, después que los dos encontraron a Jesús perdido, José oye éstas misteriosas palabras: "¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49).

Así hablaba el niño de 12 años, y José, lo mismo que María, saben bien de Quien habla.

No obstante, en la casa de Nazaret, Jesús les estaba sumiso (cf. Lc Lc 2,51): a los dos, a José y a María, tal como un hijo está sumiso a sus padres. Pasan los años de la vida oculta de la Sagrada Familia de Nazaret. El Hijo de Dios —enviado por el Padre— está oculto para mundo, oculto para todos los hombres, incluso para los más cercanos. Solo María y José conocen su misterio. Viven en su círculo. Viven este misterio cada día. El Hijo del Eterno Padre pasa, ante los hombres, por hijo de ellos; por "el hijo del carpintero" (Mt 13,55). Al comenzar el tiempo de su misión pública, Jesús' recordará, en la sinagoga de Nazaret, las palabras de Isaías que en aquel momento se cumplían en El, y los vecinos y paisanos dirán: "¿No es el hijo de José?" (cf. Lc Lc 4,16-22).

108 El Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, durante los 30 años de la vida terrena permaneció oculto: se ocultó a la sombra de José.''

Al mismo tiempo María y José permanecieron escondidos en Cristo, en su misterio y en su misión. Particularmente José, —que como se puede deducir del Evangelio— dejo el mundo antes de que Jesús se revelase a Israel como Cristo, y permaneció oculto en el misterio de Aquel a quien el Padre celestial le había confiado cuando todavía estaba en el seno de la Virgen, cuando le había dicho por medio del ángel: "No temas recibir en tu casa a María, tu esposa" (
Mt 1,20).

Eran necesarias almas profundas —como Santa Teresa de Jesús— y los ojos penetrantes de la contemplación, para que pudiesen ser revelados los espléndidos rasgos de José de Nazaret: aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza.

Sin embargo, la Iglesia ha sido siempre consciente, y lo es hoy especialmente, de cuán fundamental ha sido la vocación de ese hombre: del esposo de María, de Aquel que, ante los hombres, pasaba por el padre de Jesús y que fue, según el espíritu, una encarnación perfecta de la paternidad en la familia humana y al mismo tiempo sagrada.

Bajo esta luz, los pensamientos y el corazón de la Iglesia, su oración y su culto, se dirigen a José de Nazaret. Bajo esta luz el apostolado y la pastoral encuentran en él un apoyo para ese amplio y simultáneamente fundamental campo que es la vocación, matrimonial y de los padres toda la vida en familia, llena de la solicitud sencilla y servicial del marido por la mujer, del padre y de la madre por los hijos —la vida en la familia— en esa "Iglesia más pequeña" sobre la cual se construye cada una de las Iglesias.

Y puesto que en el corriente año nos preparamos para el Sínodo de los Obispos, cuyo tema es "De muneribus familiae christianae", sentimos tanto más la necesidad de la intercesión de San José y de su ayuda en nuestros trabajos.

La Iglesia, que como sociedad del Pueblo de Dios, se llama así misma también la Familia de Dios, ve igualmente el puesto singular de San José en relación con esta gran Familia, y lo reconoce como su Patrono particular.

Esta meditación despierte en nosotros la necesidad de la oración por intercesión de aquel en quien el Padre celestial ha expresado, sobre la tierra, toda la dignidad espiritual de la paternidad. La meditación sobre su vida y las obras, tan profundamente ocultas en el misterio de Cristo y, a la vez, tan sencillas y límpidas, ayude a todos a encontrar el justo valor y la belleza de la vocación, de la que cada una de las familias humanas saca su fuerza espiritual y su santidad.

Plegaria

Con estos sentimientos dirijamos ahora nuestra oración.

Hermanos queridísimos:

109 Dios se ha dignado elegir al hombre y a la mujer para colaborar, en el amor y en el trabajo, a su obra de creación y de redención del mundo. Elevemos juntos nuestra plegaria a Dios, interponiendo la intercesión de San José, cabeza de la Sagrada Familia de Nazaret y Patrono de la Iglesia universal.

Oremos juntos y digamos: ¡Escúchanos, Señor!

1. Por todos los Pastores y ministros de la Iglesia, para que sirvan al Pueblo de Dios con dedicación activa y generosa, como San José sirvió dignamente al Señor Jesús y a la Virgen Madre, oremos.

2. Por las autoridades, para que rijan la vida económica y social con justicia y rectitud al servicio del bien común, en el respeto de los derechos y de la dignidad de todos, oremos.

3. Para que Dios se digne unir a la pasión de su Hijo las fatigas y los sufrimientos de los trabajadores, la angustia de los desocupados, la pena de los oprimidos, y para que de a todos la ayuda y el consuelo, oremos.

4. Por todas nuestras familias y por todos sus miembros: padres, hijos, ancianos, parientes, para que en el respeto a la vida y a la personalidad de cada uno, todos colaboren al crecimiento de la fe y de la caridad, para ser testigos auténticos del Evangelio, oremos.

¡Oh Señor!, da a tus fieles el Espíritu de verdad y de paz, para que te conozcan con toda el alma, y puedan gozar siempre de tus beneficios en el cumplimiento generoso de lo que a Ti te agrada.

Por Cristo nuestro Señor.

Amén.

Saludos

(En francés)

110 A los numerosos peregrinos franceses, venidos a Roma siguiendo las huellas de Santa Teresa del Niño Jesús, y guiados por el obispo de Bayeux y Lisieux, dirijo mis saludos cordiales, animándoles fervientemente.

Bien sabéis que la estancia en Roma de la joven Teresa Martín, en 1887, resultó determinante para su vocación contemplativa y misionera en el corazón de la Iglesia. Aun sin entrar en el carmelo, vosotros vais a vivir, como laicos cristianos, esas dos dimensiones esenciales a toda vida de bautizados. Convertíos más resueltamente a la oración y al espíritu misionero. Sí, organizad lo mejor posible vuestra vida diaria, semanal, mensual, para sentir a Dios, de algún modo, en el silencio, en la meditación, en la oración a fin de manteneros en pie y vivificar con el amor bebido en su fuente todos los sectores de vuestra existencia humana y cristiana, y purificar, por así decir, el mundo contemporáneo. Pero despertad también vuestro ardor misionero, a ejemplo de Santa Teresa. Allí donde estéis, según vuestras posibilidades y en unión con los otros cristianos, vivid y anunciad el Evangelio. También como Santa Teresa, traspasad vuestros horizontes inmediatos, estad a la escucha y al servicio de las necesidades religiosas y 'humanas de los pueblos de la tierra, aprovechando también su propia vitalidad espiritual que puede estimularos. ¿No tiene también la Iglesia, de la que sois miembros, constante necesidad del reavivar su espíritu misionero? ¡Seguid por esos caminos de la contemplación y de la vida activa, con mi afectuosa bendición!

(En inglés)

Me complazco en dirigir una palabra especial de saludo a los miembros del Consejo de Cristianos y Judíos procedentes de distintos puntos de las Islas Británicas. Sé que el objetivo de vuestra Asociación es la lucha por superar prejuicios, intolerancias y discriminaciones, y trabajar por mejorar las relaciones humanas. Deseo expresaros mi aliento cordial por vuestras metas tan encomiables, y con gozo invoco para todos vosotros bendiciones divinas en abundancia.


Y ahora una palabra especial para el gran número de peregrinos de Irlanda aquí presentes hoy. Me disteis una bienvenida calurosa cuando visité vuestro país; quisiera aseguraros hoy aquí una bienvenida igualmente calurosa. Hace pocos días celebramos la fiesta de San Patricio. Le pido que interceda por vosotros, y os ruego que seáis fieles a sus enseñanzas y ejemplo. Que Dios os bendiga.

(En italiano)

Deseo ahora dirigir un saludo especial a los monjes benedictinos de la basílica de San Pablo Extramuros, guiados por su nuevo abad y presentes en la audiencia juntamente con un grupo de parroquianos, así como a los monjes benedictinos de San Pedro, de Perusa, acompañados de algunos fieles y animadores pastorales de la Asociación "Secretariado de asistencia a las familias".

Queridos hijos de San Benito y queridos fieles que en él os inspiráis:

Mientras vivimos ya con intensa participación la alegría espiritual que mana de las solemnidades conmemorativas del decimoquinto centenario de su nacimiento, os recuerdo la escultórica y programática exhortación con que el gran Patriarca resume y concluye su célebre "Regla": "Christo omnino nihil preponat, qui nos pariter ad vitam aeternam perducat" (cap. 72): No antepongáis nada al amor de Cristo, que desea conducirnos a todos a la vida eterna del cielo.

Sea este vuestro programa de vida.. Es cuanto os deseo de todo corazón, para vuestro bien y de la humanidad, sedienta de esa paz y ese orden que San Benito promovió con sus benéficas instituciones.

¡Os acompañe mi particular bendición apostólica!

111 (A numerosos matrimonios pertenecientes al Movimiento de los Focolares)

Vaya también un saludo cordial a los numerosos matrimonios procedentes de toda Europa y pertenecientes al Movimiento de los "Focolares", que se hallan en Roma para participar en un curso sobre la caridad, así como a los voluntarios italianos del mismo Movimiento, reunidos también ellos en un congreso anual sobre el terna "La caridad, como ideal".

Carísimos: Sin una fe firme y profunda en Jesucristo, el Verbo Divino encarnado y muerto en la cruz por la humanidad, no es posible amar verdadera y concretamente. Dad, por tanto, testimonio de esta verdad esencial: la auténtica caridad sólo es posible en Jesucristo, conocido, amado y seguido con, fe serena y valiente.

Que mi bendición os acompañe.

(A los enfermos)

A los queridísimos enfermos, aquí presentes, y a cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu, deseo dirigir mi cordial saludo, que acompaño con mis paternales votos y asegurándoles un recuerdo en mis oraciones.

La festividad de San José me proporciona la ocasión de exhortaros a que dirijáis vuestra mirada hacia él, hombre justo y piadoso, para aprender las grandes lecciones de absoluta fidelidad al Señor, para impetrar, por su medio, la energía que os ayude a superar, valiente y meritoriamente, las vicisitudes de la vida y para obtener siempre su poderosa y dulce protección.

¡Con la sonrisa del Santo Patriarca, os acompañe mi bendición!

(A los recién casados)

Y ahora, dirijo una palabra de cordial saludo y ferviente augurio a los recién casados, presentes en esta audiencia.

Que el Señor bendiga vuestro amor, sostenga vuestro generoso propósito de dar testimonio de vida conyugal cristianamente ejemplar y esté siempre junto a vosotros, con su ayuda, a lo largo del camino que habéis decidido recorrer juntos hasta la muerte.

112 San José, esposo afectuoso, padre ejemplar, hombre justo, os proteja siempre y os conceda la gracia de vivir siempre en justicia, es decir virtuosamente, para ser amados de Dios, serenos con vosotros mismos y buenos con el prójimo. Con tales votos, os bendigo de corazón.
A los jóvenes en la Basílica de San Pedro




Queridísimos jóvenes, chicos y chicas:

Os doy la más cordial bienvenida y os digo, para empezar, que estoy realmente contento por encontrarme con vosotros, que procedéis de las más diversas parroquias, escuelas y asociaciones. Y ya que este encuentro coincide con el día de la solemnidad litúrgica de San José, aprovecho la ocasión para recordaron la figura silenciosa; pero importante, de este Santo, que durante muchos años estuvo junto a María y Jesús y es venerado como Patrono de la Iglesia. De paso, me complazco en felicitar cordialmente a cuantos lleváis ese nombre.

Queridos míos: he dicho ya muchas veces y me gusta repetirlo, que sois la esperanza no sólo del mundo, sino sobre todo de la Iglesia y del Papa en particular. Vuestra juventud, en efecto, es rica en promesas, como un árbol florido que en primavera promete, ya por sí solo, abundancia de frutos para las estaciones siguientes. He ahí por qué, frente a vosotros no se puede dejar de tener confianza y esperar, con paciencia pero con seguridad, la plena maduración de las muchas posibilidades que han depositado en vosotros tanto- la simple naturaleza humana como el Espíritu Santo que os ha hecho cristianos en el bautismo.

Lo importante es que no defraudéis estas ardientes, y a veces ansiosas, esperanzas de la sociedad, civil o eclesial, la cual quiere ver en vosotros no solamente la repetición de sí misma, sino sobre todo la realización de las propias mejoras, mediante la corrección de cuanto se ha sembrado mal y muy especialmente mediante la tenaz prosecución de todo lo que ha comenzado bien.

Recordad las palabras de San Pablo a los Efesios: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable" (
Ep 5,25-27). En la Iglesia debe suceder lo contrario de lo que sucede a cualquier individuo que vive en este mundo; a saber: que cuanto más pasa el tiempo y se van sucediendo los siglos, la Iglesia, en vez de envejecer, tiene que rejuvenecerse cada vez más, para estar siempre a la altura de su Esposo, eternamente joven, Jesucristo, el cual, "resucitado de los muertos, no muere ya jamás" (Rm 6,9), sino que es siempre "el mismo, ayer, hoy y por todos los siglos" (He 13,8).

Carísimos: si no os ponéis bajo la enseña de esta comunión con el Señor; ¿qué será de vuestra vida? Correréis el peligro de edificarla sobre la arena, en lugar de sobre la roca. ¿Qué sentido, en efecto, podría tener vuestra vida y qué gozo podía testimoniar si no estuviereis unidos a Aquel que, según la Biblia, "alegra mi juventud" (Ps 43 Ps 4, LXX) y hace "nuevas todas las cosas"? (Ap 21,5).

Como bien sabéis, en estos días estamos muy cerca de la celebración de la Pascua. Ciertamente, os estáis preparando con un camino de fe y de conversión a esta fiesta, que es la más grande de todo el año litúrgico. Por mi parte, os recomiendo que os portéis de tal manera que no sólo un día al año sino toda vuestra vida sea una auténtica Pascua; como nos exhorta San Pablo: "Nuestra Pascua, Cristo ya ha sido inmolada. Así pues, festejémosla, no con la vieja levadura, no con la levadura de la malicia y la maldad, sino con los ácimos de la pureza y la verdad" (1Co 5,7-8). Por tanto, que sea realmente la vuestra una vida de resucitados con Cristo y de testigos dinámicos de su entusiasmante mensaje frente a todo el mundo. De se modo, en efecto, entenderéis realmente a fondo lo que significa amar tanto a los hombres hasta el punto de dar la propia vida por ellos (cf. Mc Mc 10,45 Jn 3,16); lo que significa promover la paz y el progreso integrales; lo que significa vivir en la luz que emana del "sol de justicia" (Ml 3,20), que es precisamente Cristo Resucitado. Y entenderéis también que tan altas virtudes y tan feliz juventud no se alcanzan ni se mantienen sin la austera experiencia de la cruz; la cual, a quien la acoge con fe, se le revela como el gran valor que enciende vuestros entusiasmos, los verifica, y, en definitiva, los exalta y refuerza.

Eso es lo que os deseo de todo corazón y ruego también al Señor para que así sea. Que mi bendición os sirva de prenda de su gracia fecunda, así como de mi paterna benevolencia.
* * *


113 Quiero ahora dirigir un saludo especial a los mil jóvenes portadores de la antorcha, de la diócesis de Nursia y Espoleto, así como de las abadías de Subiaco y Montecassino, los cuales, junto a numerosos familiares y amigos de diversas escuelas y del Centro deportivo italiano han venido aquí para encender y hacer bendecir por el Papa la antorcha benedictina, que será luego llevada por los mismos atletas, a través de las mencionadas poblaciones, hasta Nursia, ciudad natal de San Benito, para conmemorar el XV centenario del nacimiento del gran Patriarca de Occidente y de Santa Escolástica, su hermana.

Queridísimos jóvenes: mientras lleváis en vuestra mano y hacéis resplandecer esa llama, recordad las luminosas tradiciones culturales y espirituales de que es heredero y guardián el suelo de Umbría y sentíos orgullosos de ellas. Realizad esa marcha en el signo de Cristo: Lumen gentium. Que pueda esa antorcha suscitar en las almas sentimientos de fraternidad, de concordia y, sobre todo, de cristiana solidaridad con quienes todavía sufren a causa de las devastaciones del terremoto en vuestra tierra.

Al bendecir ahora esa antorcha, extiendo mi saludo de felicitación a cuantos se unirán a vosotros en el nombre del Señor, gustando de antemano el gozó del encuentro que el próximo domingo tendré con vuestra amadísima región.





Discursos 1980 91