Discursos 1980 113


JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 19 de marzo de 1980

(La audiencia del miércoles 12 de marzo se desarrolló en dos fases: la primera en la basílica de San Pedro, donde el Papa habló a los jóvenes, y la segunda en el Sala Pablo VI, donde pronunció su catequesis)



1. Dedicamos nuestro encuentro de hoy, 19 de marzo, a aquel a quien la Iglesia, en este día, según una tradición antiquísima, rodea con la veneración debida a los más grandes santos.

El 19 de marzo es la solemnidad de San José, el esposo de María Santísima, Madre de Cristo. Ya en el siglo X encontramos señalada esta festividad en varios calendarios. El Papa Sixto IV la puso en el calendario de la Iglesia de Roma a partir del año 1479. En 1621 se inserta en el calendario de la Iglesia universal.

Interrumpiendo, pues, la serie de nuestras meditaciones, que estamos desarrollando desde hace tiempo, fijémonos hoy en esta figura tan querida y cercana al corazón de la Iglesia, a cada uno y a todos los que tratan de conocer los caminos de la salvación, y de caminar por ellos en su vida terrena. La meditación de hoy nos prepara a la oración, a fin de que, reconociendo las grandes obras de Dios en aquel a quien confió sus misterios, busquemos en nuestra vida personal el reflejo vivo de estas obras para cumplirlas con la fidelidad, la humildad y la nobleza de corazón que fueron propias de San José.

2. "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados" (Mt 1,20-21).

Encontramos estas palabras en el capítulo primero del Evangelio según Mateo. Ellas —sobre todo en la segunda parte— son muy semejantes a las que escuchó Miriam, esto es, María, en el momento de la Anunciación. Dentro de unos días —el 25 de marzo—, recordaremos en la liturgia de la Iglesia el momento en que esas palabras fueron dichas en Nazaret "a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1,27).

La descripción de la Anunciación se encuentra en el Evangelio según Lucas.

114 Seguidamente, Mateo hace notar de nuevo que, después de las nupcias de María con José, "antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo" (Mt 1,18).

Así, pues, se realizó en María el misterio que había tenido su comienzo en el momento de la Anunciación, en el momento en que la Virgen respondió a las palabras de Gabriel: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra"(Lc 1,38).

A medida que el misterio de la maternidad de María se revelaba a la conciencia de José, él, "siendo justo; no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto", (Mt 1,19), así dice a continuación la descripción de Mateo.

Y precisamente entonces, José, esposo de María y ya su marido ante la ley, recibe su "Anunciación" personal.

Oye durante la noche las palabras que hemos citado antes, las palabras, que son explicación y al mismo tiempo invitación de parte de Dios "no temas recibir en tu casa a María" (Mt 1,20).

3. Al mismo tiempo Dios confía a José el misterio, cuyo cumplimiento habían esperado desde hacía muchas generaciones la estirpe de David y toda la "casa de Israel", y a la vez, le confía todo aquello de lo que depende la realización de este misterio en la historia del Pueblo de Dios.

Desde el momento en que estas palabras llegaron a su conciencia, José se convierte en el hombre de la elección divina: el hombre de una particular confianza. Se define su puesto en la historia de la salvación, José entra en este puesto con la sencillez y humildad, en las que se manifiesta la profundidad espiritual del hombre; y él lo llena completamente con su vida.

"Al despertar José de su sueño —leemos en Mateo—, hizo como el ángel del Señor le había mandado (Mt 1,24). En estas pocas palabras está todo. Toda la decisión de la vida de José y la plena característica de su santidad. "Hizo". José, al que conocemos por el Evangelio, es hombre de acción.

Es hombre de trabajo. El Evangelio no ha conservado ninguna palabra suya. En cambio, ha descrito sus acciones: acciones sencillas, cotidianas, que tienen a la vez el significado límpido para la realización de la promesa divina en la historia del hombre; obras llenas de la profundidad espiritual Y de la sencillez madura.

4. Así es la actividad de José, así son sus obras antes de que le fuese revelado el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, que el Espíritu Santo había obrado en su Esposa. Así es también la obra ulterior de José cuando, sabiendo ya el misterio de la maternidad virginal de María, permanece junto a Ella en el período precedente al nacimiento de Jesús, y sobre todo en las circunstancias de la Navidad .

Luego, vemos a José en el momento de la presentación en el templo y de la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Poco después comienza el drama de los recién nacidos en Belén. José es llamado de nuevo e instruido por la voz de lo Alto sobre cómo debe comportarse.

115 Emprende la huida a Egipto con la Madre y el Niño.

Después de un breve tiempo, el retorno a la Nazaret natal.

Finalmente allí encuentra su casa y su taller, adonde hubiera vuelto antes, si no se lo hubiesen impedido las atrocidades de Herodes. Cuando Jesús tiene 12 años, va con El y con María a Jerusalén.

En el templo de Jerusalén, después que los dos encontraron a Jesús perdido, José oye éstas misteriosas palabras: "¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?" (
Lc 2,49).

Así hablaba el niño de 12 años, y José, lo mismo que María, saben bien de Quien habla.

No obstante, en la casa de Nazaret, Jesús les estaba sumiso (cf. Lc Lc 2,51): a los dos, a José y a María, tal como un hijo está sumiso a sus padres. Pasan los años de la vida oculta de la Sagrada Familia de Nazaret. El Hijo de Dios —enviado por el Padre— está oculto para mundo, oculto para todos los hombres, incluso para los más cercanos. Solo María y José conocen su misterio. Viven en su círculo. Viven este misterio cada día. El Hijo del Eterno Padre pasa, ante los hombres, por hijo de ellos; por "el hijo del carpintero" (Mt 13,55). Al comenzar el tiempo de su misión pública, Jesús' recordará, en la sinagoga de Nazaret, las palabras de Isaías que en aquel momento se cumplían en El, y los vecinos y paisanos dirán: "¿No es el hijo de José?" (cf. Lc Lc 4,16-22).

El Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, durante los 30 años de la vida terrena permaneció oculto: se ocultó a la sombra de José.''

Al mismo tiempo María y José permanecieron escondidos en Cristo, en su misterio y en su misión. Particularmente José, —que como se puede deducir del Evangelio— dejo el mundo antes de que Jesús se revelase a Israel como Cristo, y permaneció oculto en el misterio de Aquel a quien el Padre celestial le había confiado cuando todavía estaba en el seno de la Virgen, cuando le había dicho por medio del ángel: "No temas recibir en tu casa a María, tu esposa" (Mt 1,20).

Eran necesarias almas profundas —como Santa Teresa de Jesús— y los ojos penetrantes de la contemplación, para que pudiesen ser revelados los espléndidos rasgos de José de Nazaret: aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza.

Sin embargo, la Iglesia ha sido siempre consciente, y lo es hoy especialmente, de cuán fundamental ha sido la vocación de ese hombre: del esposo de María, de Aquel que, ante los hombres, pasaba por el padre de Jesús y que fue, según el espíritu, una encarnación perfecta de la paternidad en la familia humana y al mismo tiempo sagrada.

Bajo esta luz, los pensamientos y el corazón de la Iglesia, su oración y su culto, se dirigen a José de Nazaret. Bajo esta luz el apostolado y la pastoral encuentran en él un apoyo para ese amplio y simultáneamente fundamental campo que es la vocación, matrimonial y de los padres toda la vida en familia, llena de la solicitud sencilla y servicial del marido por la mujer, del padre y de la madre por los hijos —la vida en la familia— en esa "Iglesia más pequeña" sobre la cual se construye cada una de las Iglesias.

116 Y puesto que en el corriente año nos preparamos para el Sínodo de los Obispos, cuyo tema es "De muneribus familiae christianae", sentimos tanto más la necesidad de la intercesión de San José y de su ayuda en nuestros trabajos.

La Iglesia, que como sociedad del Pueblo de Dios, se llama así misma también la Familia de Dios, ve igualmente el puesto singular de San José en relación con esta gran Familia, y lo reconoce como su Patrono particular.

Esta meditación despierte en nosotros la necesidad de la oración por intercesión de aquel en quien el Padre celestial ha expresado, sobre la tierra, toda la dignidad espiritual de la paternidad. La meditación sobre su vida y las obras, tan profundamente ocultas en el misterio de Cristo y, a la vez, tan sencillas y límpidas, ayude a todos a encontrar el justo valor y la belleza de la vocación, de la que cada una de las familias humanas saca su fuerza espiritual y su santidad.

Plegaria

Con estos sentimientos dirijamos ahora nuestra oración.

Hermanos queridísimos:

Dios se ha dignado elegir al hombre y a la mujer para colaborar, en el amor y en el trabajo, a su obra de creación y de redención del mundo. Elevemos juntos nuestra plegaria a Dios, interponiendo la intercesión de San José, cabeza de la Sagrada Familia de Nazaret y Patrono de la Iglesia universal.

Oremos juntos y digamos: ¡Escúchanos, Señor!

1. Por todos los Pastores y ministros de la Iglesia, para que sirvan al Pueblo de Dios con dedicación activa y generosa, como San José sirvió dignamente al Señor Jesús y a la Virgen Madre, oremos.

2. Por las autoridades, para que rijan la vida económica y social con justicia y rectitud al servicio del bien común, en el respeto de los derechos y de la dignidad de todos, oremos.

3. Para que Dios se digne unir a la pasión de su Hijo las fatigas y los sufrimientos de los trabajadores, la angustia de los desocupados, la pena de los oprimidos, y para que de a todos la ayuda y el consuelo, oremos.

117 4. Por todas nuestras familias y por todos sus miembros: padres, hijos, ancianos, parientes, para que en el respeto a la vida y a la personalidad de cada uno, todos colaboren al crecimiento de la fe y de la caridad, para ser testigos auténticos del Evangelio, oremos.

¡Oh Señor!, da a tus fieles el Espíritu de verdad y de paz, para que te conozcan con toda el alma, y puedan gozar siempre de tus beneficios en el cumplimiento generoso de lo que a Ti te agrada.

Por Cristo nuestro Señor.

Amén.

Saludos

(En francés)

A los numerosos peregrinos franceses, venidos a Roma siguiendo las huellas de Santa Teresa del Niño Jesús, y guiados por el obispo de Bayeux y Lisieux, dirijo mis saludos cordiales, animándoles fervientemente.

Bien sabéis que la estancia en Roma de la joven Teresa Martín, en 1887, resultó determinante para su vocación contemplativa y misionera en el corazón de la Iglesia. Aun sin entrar en el carmelo, vosotros vais a vivir, como laicos cristianos, esas dos dimensiones esenciales a toda vida de bautizados. Convertíos más resueltamente a la oración y al espíritu misionero. Sí, organizad lo mejor posible vuestra vida diaria, semanal, mensual, para sentir a Dios, de algún modo, en el silencio, en la meditación, en la oración a fin de manteneros en pie y vivificar con el amor bebido en su fuente todos los sectores de vuestra existencia humana y cristiana, y purificar, por así decir, el mundo contemporáneo. Pero despertad también vuestro ardor misionero, a ejemplo de Santa Teresa. Allí donde estéis, según vuestras posibilidades y en unión con los otros cristianos, vivid y anunciad el Evangelio. También como Santa Teresa, traspasad vuestros horizontes inmediatos, estad a la escucha y al servicio de las necesidades religiosas y 'humanas de los pueblos de la tierra, aprovechando también su propia vitalidad espiritual que puede estimularos. ¿No tiene también la Iglesia, de la que sois miembros, constante necesidad del reavivar su espíritu misionero? ¡Seguid por esos caminos de la contemplación y de la vida activa, con mi afectuosa bendición!

(En inglés)

Me complazco en dirigir una palabra especial de saludo a los miembros del Consejo de Cristianos y Judíos procedentes de distintos puntos de las Islas Británicas. Sé que el objetivo de vuestra Asociación es la lucha por superar prejuicios, intolerancias y discriminaciones, y trabajar por mejorar las relaciones humanas. Deseo expresaros mi aliento cordial por vuestras metas tan encomiables, y con gozo invoco para todos vosotros bendiciones divinas en abundancia.


Y ahora una palabra especial para el gran número de peregrinos de Irlanda aquí presentes hoy. Me disteis una bienvenida calurosa cuando visité vuestro país; quisiera aseguraros hoy aquí una bienvenida igualmente calurosa. Hace pocos días celebramos la fiesta de San Patricio. Le pido que interceda por vosotros, y os ruego que seáis fieles a sus enseñanzas y ejemplo. Que Dios os bendiga.

(En italiano)

118 Deseo ahora dirigir un saludo especial a los monjes benedictinos de la basílica de San Pablo Extramuros, guiados por su nuevo abad y presentes en la audiencia juntamente con un grupo de parroquianos, así como a los monjes benedictinos de San Pedro, de Perusa, acompañados de algunos fieles y animadores pastorales de la Asociación "Secretariado de asistencia a las familias".

Queridos hijos de San Benito y queridos fieles que en él os inspiráis:

Mientras vivimos ya con intensa participación la alegría espiritual que mana de las solemnidades conmemorativas del decimoquinto centenario de su nacimiento, os recuerdo la escultórica y programática exhortación con que el gran Patriarca resume y concluye su célebre "Regla": "Christo omnino nihil preponat, qui nos pariter ad vitam aeternam perducat" (cap. 72): No antepongáis nada al amor de Cristo, que desea conducirnos a todos a la vida eterna del cielo.

Sea este vuestro programa de vida.. Es cuanto os deseo de todo corazón, para vuestro bien y de la humanidad, sedienta de esa paz y ese orden que San Benito promovió con sus benéficas instituciones.

¡Os acompañe mi particular bendición apostólica!

(A numerosos matrimonios pertenecientes al Movimiento de los Focolares)

Vaya también un saludo cordial a los numerosos matrimonios procedentes de toda Europa y pertenecientes al Movimiento de los "Focolares", que se hallan en Roma para participar en un curso sobre la caridad, así como a los voluntarios italianos del mismo Movimiento, reunidos también ellos en un congreso anual sobre el terna "La caridad, como ideal".

Carísimos: Sin una fe firme y profunda en Jesucristo, el Verbo Divino encarnado y muerto en la cruz por la humanidad, no es posible amar verdadera y concretamente. Dad, por tanto, testimonio de esta verdad esencial: la auténtica caridad sólo es posible en Jesucristo, conocido, amado y seguido con, fe serena y valiente.

Que mi bendición os acompañe.

(A los enfermos)

A los queridísimos enfermos, aquí presentes, y a cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu, deseo dirigir mi cordial saludo, que acompaño con mis paternales votos y asegurándoles un recuerdo en mis oraciones.

119 La festividad de San José me proporciona la ocasión de exhortaros a que dirijáis vuestra mirada hacia él, hombre justo y piadoso, para aprender las grandes lecciones de absoluta fidelidad al Señor, para impetrar, por su medio, la energía que os ayude a superar, valiente y meritoriamente, las vicisitudes de la vida y para obtener siempre su poderosa y dulce protección.

¡Con la sonrisa del Santo Patriarca, os acompañe mi bendición!

(A los recién casados)

Y ahora, dirijo una palabra de cordial saludo y ferviente augurio a los recién casados, presentes en esta audiencia.

Que el Señor bendiga vuestro amor, sostenga vuestro generoso propósito de dar testimonio de vida conyugal cristianamente ejemplar y esté siempre junto a vosotros, con su ayuda, a lo largo del camino que habéis decidido recorrer juntos hasta la muerte.

San José, esposo afectuoso, padre ejemplar, hombre justo, os proteja siempre y os conceda la gracia de vivir siempre en justicia, es decir virtuosamente, para ser amados de Dios, serenos con vosotros mismos y buenos con el prójimo. Con tales votos, os bendigo de corazón.
A los jóvenes en la Basílica de San Pedro




Queridísimos jóvenes, chicos y chicas:

Os doy la más cordial bienvenida y os digo, para empezar, que estoy realmente contento por encontrarme con vosotros, que procedéis de las más diversas parroquias, escuelas y asociaciones. Y ya que este encuentro coincide con el día de la solemnidad litúrgica de San José, aprovecho la ocasión para recordaron la figura silenciosa; pero importante, de este Santo, que durante muchos años estuvo junto a María y Jesús y es venerado como Patrono de la Iglesia. De paso, me complazco en felicitar cordialmente a cuantos lleváis ese nombre.

Queridos míos: he dicho ya muchas veces y me gusta repetirlo, que sois la esperanza no sólo del mundo, sino sobre todo de la Iglesia y del Papa en particular. Vuestra juventud, en efecto, es rica en promesas, como un árbol florido que en primavera promete, ya por sí solo, abundancia de frutos para las estaciones siguientes. He ahí por qué, frente a vosotros no se puede dejar de tener confianza y esperar, con paciencia pero con seguridad, la plena maduración de las muchas posibilidades que han depositado en vosotros tanto- la simple naturaleza humana como el Espíritu Santo que os ha hecho cristianos en el bautismo.

Lo importante es que no defraudéis estas ardientes, y a veces ansiosas, esperanzas de la sociedad, civil o eclesial, la cual quiere ver en vosotros no solamente la repetición de sí misma, sino sobre todo la realización de las propias mejoras, mediante la corrección de cuanto se ha sembrado mal y muy especialmente mediante la tenaz prosecución de todo lo que ha comenzado bien.

120 Recordad las palabras de San Pablo a los Efesios: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable" (Ep 5,25-27). En la Iglesia debe suceder lo contrario de lo que sucede a cualquier individuo que vive en este mundo; a saber: que cuanto más pasa el tiempo y se van sucediendo los siglos, la Iglesia, en vez de envejecer, tiene que rejuvenecerse cada vez más, para estar siempre a la altura de su Esposo, eternamente joven, Jesucristo, el cual, "resucitado de los muertos, no muere ya jamás" (Rm 6,9), sino que es siempre "el mismo, ayer, hoy y por todos los siglos" (He 13,8).

Carísimos: si no os ponéis bajo la enseña de esta comunión con el Señor; ¿qué será de vuestra vida? Correréis el peligro de edificarla sobre la arena, en lugar de sobre la roca. ¿Qué sentido, en efecto, podría tener vuestra vida y qué gozo podía testimoniar si no estuviereis unidos a Aquel que, según la Biblia, "alegra mi juventud" (Ps 43 Ps 4, LXX) y hace "nuevas todas las cosas"? (Ap 21,5).

Como bien sabéis, en estos días estamos muy cerca de la celebración de la Pascua. Ciertamente, os estáis preparando con un camino de fe y de conversión a esta fiesta, que es la más grande de todo el año litúrgico. Por mi parte, os recomiendo que os portéis de tal manera que no sólo un día al año sino toda vuestra vida sea una auténtica Pascua; como nos exhorta San Pablo: "Nuestra Pascua, Cristo ya ha sido inmolada. Así pues, festejémosla, no con la vieja levadura, no con la levadura de la malicia y la maldad, sino con los ácimos de la pureza y la verdad" (1Co 5,7-8). Por tanto, que sea realmente la vuestra una vida de resucitados con Cristo y de testigos dinámicos de su entusiasmante mensaje frente a todo el mundo. De se modo, en efecto, entenderéis realmente a fondo lo que significa amar tanto a los hombres hasta el punto de dar la propia vida por ellos (cf. Mc Mc 10,45 Jn 3,16); lo que significa promover la paz y el progreso integrales; lo que significa vivir en la luz que emana del "sol de justicia" (Ml 3,20), que es precisamente Cristo Resucitado. Y entenderéis también que tan altas virtudes y tan feliz juventud no se alcanzan ni se mantienen sin la austera experiencia de la cruz; la cual, a quien la acoge con fe, se le revela como el gran valor que enciende vuestros entusiasmos, los verifica, y, en definitiva, los exalta y refuerza.

Eso es lo que os deseo de todo corazón y ruego también al Señor para que así sea. Que mi bendición os sirva de prenda de su gracia fecunda, así como de mi paterna benevolencia.
* * *


Quiero ahora dirigir un saludo especial a los mil jóvenes portadores de la antorcha, de la diócesis de Nursia y Espoleto, así como de las abadías de Subiaco y Montecassino, los cuales, junto a numerosos familiares y amigos de diversas escuelas y del Centro deportivo italiano han venido aquí para encender y hacer bendecir por el Papa la antorcha benedictina, que será luego llevada por los mismos atletas, a través de las mencionadas poblaciones, hasta Nursia, ciudad natal de San Benito, para conmemorar el XV centenario del nacimiento del gran Patriarca de Occidente y de Santa Escolástica, su hermana.

Queridísimos jóvenes: mientras lleváis en vuestra mano y hacéis resplandecer esa llama, recordad las luminosas tradiciones culturales y espirituales de que es heredero y guardián el suelo de Umbría y sentíos orgullosos de ellas. Realizad esa marcha en el signo de Cristo: Lumen gentium. Que pueda esa antorcha suscitar en las almas sentimientos de fraternidad, de concordia y, sobre todo, de cristiana solidaridad con quienes todavía sufren a causa de las devastaciones del terremoto en vuestra tierra.

Al bendecir ahora esa antorcha, extiendo mi saludo de felicitación a cuantos se unirán a vosotros en el nombre del Señor, gustando de antemano el gozó del encuentro que el próximo domingo tendré con vuestra amadísima región.






AL SEÑOR GASTON FELICIAN OLOUNA,


EMBAJADOR DE GABÓN ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 20 de marzo de 1980



Señor Embajador:

Mis primeras palabras serán para manifestar aprecio hacia vuestras expresiones tan corteses y el espíritu con que os disponéis a cumplir vuestra misión. Deseo que esta misión sea de gran fruto en las relaciones entre la Santa Sede y Gabón primeramente, en todo cuanto contribuya a robustecer la comprensión y a estrechar los vínculos recíprocos; y también en vuestra persona, Excelentísimo Señor, a fin de que encuentre aquí muchas satisfacciones.

121 Os ruego deis las gracias al Presidente Omar Bongo por sus sentimientos de aprecio, y le aseguréis que mis colaboradores y yo no tenemos más deseo que ayudaros a ejercer vuestras funciones en las mejores condiciones. A través de usted las autoridades de vuestro país podrán proseguir el diálogo que tanto desean, y no dudo de que sabréis haceros intérprete avisado ante ellas y eco de la vida de la Iglesia católica y de los esfuerzos qué ésta realiza en el servicio fundamental del hombre a la luz de Dios.

Esta circunstancia me brinda ocasión afortunada de dirigirme al pueblo gabonés. Saludo hoy a esta nación que me es tan querida, a cada uno de sus habitantes, a las familias, a los jóvenes. A los jóvenes, porque el país es todavía joven y se presenta lleno de promesas; en ellos descansa el porvenir, el empleo sensato de los recursos naturales y la promoción del desarrollo con valentía, honradez y justicia, a fin de que se beneficie el conjunto de la población.

Permitidme también que mencione con orgullo legítimo a los católicos de Gabón y dedique un recuerdo al clero, los religiosos, las religiosas y los abnegados catequistas que les animan a dar testimonio aún más conforme de su exigente vocación. En estos instantes el Papa les está cercano con el afecto y la esperanza que pone en ellos. Además, no faltarán tareas en que poder colaborar como buenos ciudadanos al progreso espiritual, cultural y social de vuestra patria, como ya lo están haciendo.

Pero habéis querido hablarme de los principios que guían la acción de los responsables de Gabón en el concierto internacional. Además del diálogo, están la tolerancia y la paz que dichos principios tienen como objetivo. Por los contactos que llegaréis a entablar aquí en Roma con los dicasterios de la Curia y también por el estudio de los documentos de la Santa Sede, veréis hasta qué punto y de qué manera se dedica la Iglesia a impulsar los citados principios no sólo para favorecer la reflexión de los hombres de buena voluntad, sino también para llegar a traducirlos en la práctica y solucionar de este modo los problemas que son particularmente difíciles de resolver en nuestro siglo, como por ejemplo el hambre y la violencia. Ojalá se encuentre siempre Gabón entre las naciones ansiosas de comprensión y amistad, dispuestas a prestar ayuda a la realización de este ideal y prontas a tomar iniciativas ellas mismas en este sentido.

Señor Embajador: Os renuevo muy cordialmente mis deseos de éxito en el desempeño de vuestra misión, éxito del que no dudo teniendo en cuenta vuestra experiencia diplomática. Para usted, vuestros seres cercanos y todos vuestros compatriotas, imploro ayuda y bendiciones del Todopoderoso.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


AL COMITÉ QUE HA PREPARADO LA EDICIÓN EUROPEA


INTERCONFESIONAL DEL NUEVO TESTAMENTO


EN LENGUA VERNÁCULA


Jueves 20 de marzo de 1980



Venerados hermanos e hijos queridísimos:

Al mismo tiempo que os doy un gracias cordial por vuestra pleitesía y las palabras que me habéis dirigido, deseo expresaros también mi alegría sincera al encontrarme hoy con vosotros. La circunstancia afortunada de haberse impreso el millonésimo ejemplar de la traducción interconfesional del Nuevo Testamento, en lenguas vernáculas, brinda motivo para este encuentro y aumenta aún más nuestra alegría.

Me congratulo, pues, con todos vosotros, y no sólo por este acontecimiento editorial, sino sobre todo por lo que significa. Pues es señal reconfortante de ese "hambre y sed de la Palabra de Dios", de que ya hablaba el Profeta Amós (8, 11), y que es siempre garantía segura de renovación y fortalecimiento de la fe. Además, en este hecho está presente ciertamente una aprobación amplia del interés ecuménico con que se ha llevado a cabo vuestra empresa; en efecto, la Palabra del Señor es una para todas las Iglesias, y éstas conseguirán acercarse más entre ellas en la medida en que se pongan juntas "a la escucha religiosa" (Dei Verbum DV 1) de esa misma Palabra.

De todo ello doy gracias al Señor con vosotros y formulo el augurio de que vuestras fatigas en este sector, El las haga ampliamente fecundas y os las premie, a fin de que su palabra "sea difundida y sea El glorificado" (2Th 3,1) y no vuelva a El sin fruto (cf. Is Is 55,11).

Os acompañe también mi bendición que concedo de corazón a vosotros y vuestros colaboradores.






AL SEÑOR KEITH JOHNSON,


PRIMER EMBAJADOR DE JAMAICA ANTE LA SANTA SEDE


122

Viernes 21 de marzo de 1980



Señor Embajador:

Tengo sumo gusto en recibir a Vuestra Excelencia, primer Embajador de Jamaica ante la Santa Sede, y a través de usted saludo al pueblo y al Gobierno de vuestro país. Entre la Santa Sede y Jamaica comienza una relación nueva que hará posible una cooperación más cercana tanto a nivel local como internacional.

Vuestra Excelencia se ha referido a la comprensión y colaboración que felizmente existen ya entre la Iglesia católica y vuestro país. Con la ayuda de Dios, vuestra misión desarrollará todavía más esta comprensión y reforzará dicha colaboración con resultados provechosos para el bien del pueblo de Jamaica y del mundo.

Claro está que vuestra misión no va encaminada sólo al bien de vuestro país, sino también al de toda la familia humana a la que pertenecen todos los pueblos. Pienso en la colaboración futura para la promoción de los derechos y libertades humanas, en la salvaguardia de la paz, en que sea mayor la posibilidad de que cada uno viva una vida acorde con la dignidad humana; resumiendo, pienso en el servicio al hombre en su totalidad, en las múltiples riquezas de su existencia espiritual y material.

Tengo hondo respeto de las tradiciones cristianas del pueblo de Jamaica. Estas tradiciones son una promesa de colaboración más estrecha, al reconocer la preeminencia de lo espiritual sobre lo material. Gracias a la conciencia de lo que son los valores del espíritu, estas tradiciones garantizarán también que los adelantos en el campo de la prosperidad material, de la tecnología y de la práctica estén al servicio de lo que constituye realmente el ser humano.

Que Dios haga prosperar la nueva relación entre Jamaica y la Santa Sede. Le pido que ayude a Vuestra Excelencia en el desempeño de su alta misión, y bendiga a usted y al Gobierno y pueblo todo de Jamaica.








AL SEÑOR JOHN BERNARD MOLI,


EMBAJADOR DE UGANDA ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 21 de marzo de 1980



Señor Embajador:

Con gran alegría os recibo en el Vaticano. Y al aceptar las Cartas que os acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Uganda ante la Santa Sede, quisiera rogaros que transmitáis al Excmo. Sr. Presidente Binaisa y al Gobierno y pueblo ele Uganda mi saludo y buenos deseos.

Al recibir hoy a Vuestra Excelencia, os aseguro que la Santa Sede sigue muy de cerca la evolución que tiene lugar actualmente en vuestro país y está sinceramente interesada en la prosperidad de todo el pueblo de Uganda. Por esta razón quiero reiteraros la voluntad de la Iglesia de seguir prestando ayuda material y espiritual a través del clero local y de los misioneros, por medio de sus centros de enseñanza y muchas otras instituciones suyas.

123 Me he complacido grandemente al oírle aludir a los mártires ugandeses que entregaron la vida valientemente por Cristo. A este respecto me da alegría el hecho de que próximamente se dedicará una iglesia a su memoria aquí en Roma. Espero que esta iglesia sea como un símbolo de la estima profunda del Obispo de Roma al querido pueblo de Uganda. Es también ardiente deseo mío que los mártires ugandeses nos recuerden siempre la dignidad inviolable de cada ser humano, a la vez que son testimonio de la supremacía de los valores del espíritu.

Me da gozo oír que estáis satisfecho por vuestro nombramiento de Embajador ante la Santa Sede, y que queréis contribuir a la paz y armonía internacionales. Os deseo éxito en vuestra misión y para su desempeño podéis contar con ayuda total de parte de la Santa Sede.

Tengo en gran aprecio los deseos del Presidente de Uganda de visitar la Santa Sede, y espero con complacencia la ocasión de recibirle. Mientras tanto, os ruego tengáis la amabilidad de presentar a Su Excelencia mis votos cordiales y asegurarle mis oraciones por el progreso espiritual y material del querido pueblo de Uganda.





DISCURSO EL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SEÑOR RAYMOND TOTO PRAWIRA SUPRADJA,


EMBAJADOR DE INDONESIA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 22 de marzo de 1980



Señor Embajador:

Recibo con gusto la Carta con que el Excmo. Sr. Presidente Soeharto acredita a Vuestra Excelencia como Embajador de vuestro país ante la Santa Sede y le doy las gracias por su amable saludo al que correspondo cordialmente con el mío.

Los cambios en todos los sectores de la vida humana a que Vuestra Excelencia se ha referido, son asombrosos. Están produciendo desconcierto en muchas mentes, tanto en países considerados más avanzados económicamente como en los que se tiene por menos desarrollados en este aspecto. El aturdimiento se mezcla con el temor, temor no sólo de lo extraño y desconocido, sino de los peligros reales que nacen de lo mismo que produce el genio del hombre.

Pero estos cambios proporcionan también posibilidades nuevas de mejora, posibilidades que son realmente tales si los avances de la ciencia y la tecnología van hermanados con el correspondiente desarrollo del comportamiento moral, de modo que el hombre llegue a ser realmente mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los otros, especialmente a los más necesitados y más débiles; y más dispuesto a compartir con los otros y ayudarles.

Con vistas al mensaje de verdad y amor que la Iglesia tiene deber de anunciar al mundo, está obligada a garantizar este desarrollo moral y a hacer todos los esfuerzos posibles para que el avance se proyecte en favor de la totalidad del desarrollo y el progreso.

En Indonesia la Iglesia tiene fuerte voluntad de trabajar por el bien del pueblo y por su progreso humano. Lo ha venido haciendo a través de instituciones como sus hospitales y escuelas, y por medio de la colaboración generosa del personal misionero que ayuda abnegadamente en la Iglesia local.

Que Dios conceda a vuestro noble pueblo seguir avanzando en la prosperidad material y sobre todo en riquezas espirituales, uniendo armónicamente sus esfuerzos en pro del verdadero bienestar de todos. Invoco las bendiciones de Dios sobre toda Indonesia, sobre sus líderes y sobre usted y su importante misión

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE ESTUDIANTES

DE LA UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA


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