Discursos 1980 135


VISITA PASTORAL A NURSIA Y CASIA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS RELIGIOSAS BENEDICTINAS DE LA REGIÓN



Basílica de San Benito, Nursia


Domingo 23 de marzo de 1980




En la serie de encuentros de esta singular jornada, es para mí motivo particular de consuelo encontrarme con las religiosas de diversos monasterios benedictinos de las regiones más cercanas de Italia.

Presento con igual afecto mi saludo a todas las religiosas pertenecientes a otras órdenes e institutos por el acto de filial homenaje que han querido dispensarme.

Esta calificada presencia, mientras hace más gozoso el comienzo de las celebraciones del XV centenario del nacimiento de San Benito, ofrece al Papa, que ha venido a honrar su tierra natal, la ocasión de recordar algunos principios de la espiritualidad benedictina, de la que tantas familias religiosas han podido beneficiarse en el curso de los siglos.

Efectivamente, esta espiritualidad, desde el principio, ha señalado un surco, ha sido una huella segura para la vida cenobítica y religiosa, suscitando santos entusiasmos en almas generosas, que siempre se han inspirado en ella; y también ahora, con su elemento predominante, esto es, la contemplación, está destinada a encender el ardor para las ascensiones espirituales en las mentes y en los corazones abiertos al influjo de la gracia de la vocación.

1. Por tanto, miro con admiración sincera a todos los monasterios de benedictinas, y con viva satisfacción utilizo respecto a ellos la imagen entrañable a San Benito, que los consideraba "escuelas del servicio a Dios".

Dirijo, además, mi pensamiento de complacencia a todas las casas religiosas femeninas esparcidas por esta región de la Umbría, dóciles siempre en los siglos a las llamadas sugerentes del espíritu. Vosotras, queridísimas hermanas, no deseáis otra cosa que estar pendientes de Dios con pureza de corazón, en la soledad, en el silencio y en la oración: la de la mente y la del coro, "opus cui nihil praeferendum", procurando para esta santa finalidad que no entre en vuestro espíritu, o que no salga, nada que no sea "deiforme" y que no lleve a Dios.

En vuestras casas monacales se la realizado, por deliberación vuestra, la opción más importante de la vida: habéis renunciado generosamente a todo atractivo que el mundo podía daros, os habéis apartado de todo afecto terreno para uniros exclusivamente a Dios y poseerlo establemente en vuestro corazón.

En esta altura de vida mística, que es la suma de la perfección, a vosotras sumidas "en los pensamientos contemplativos" (Dante, Paraíso, XXI, 117) os es dado experimentar, gustar y sentir a Dios, por medio de la continua aplicación de las potencias espirituales, aunque en la oscuridad de la fe; y vosotras sabéis, por experiencia, que cuanto más íntima es la conversación con el Padre celestial, tanto más se experimenta que nunca es suficiente el tiempo para este altísimo acto de caridad.

¿Cómo no recordar, a este propósito, la densa jornada que pasaron los dos Santos hermanos alabando a Dios y en santa conversación, como nos cuenta San Gregorio Magno, a la que siguió la famosa vigilia nocturna, obtenida con la oración de Santa Escolástica, por lo que pasaron toda la noche saciándose de suaves coloquios y contándose los dos santos hermanos, el uno al otro, la experiencia de la vida espiritual? (Diálogos, 2, 33; PL 66, 194-196).

2. Estimuladora para fomentar el espíritu contemplativo y para sostener su compromiso perseverante, ha sido y es siempre la áurea regla, escrita por el Santo Patriarca, y considerada por todos los legisladores sucesivos un monumento de sabiduría y de perenne actualidad, porque sus enseñanzas ofrecen garantía de seguridad, de fecundidad y de claridad en cuanto que se derivan de la perfecta adhesión de San Benito al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia.

136 Esas prescripciones, ordenadas de modo que consideremos a Dios y a Cristo en el centro del universo y que afirman su primado absoluto sobre todas las cosas, no habrían podido describir más eficazmente el itinerario espiritual de la monja benedictina, y han sido fuente de inspiración también para muchas otras almas, deseosas de consagrarse totalmente a Dios y a los hermanos.

Habitualmente disponible ante Dios por la gracia santificante, la religiosa benedictina es conducida a considerarse frente a su Señor, su único amor y bien, con extrema sinceridad y verdad, y en esta situación debe desarrollar su actividad interior y exterior. Esto supone el resuelto y constante anhelo de conformar la propia voluntad con la de Dios. San Benito lo ha previsto: efectivamente, en su regla es continua la llamada a la obediencia como a la virtud más apropiada para llegar a la santidad.

3. Mientras os invito, queridísimas hermanas en Cristo, a tener fe en las prescripciones y en los carismas de vuestros fundadores y de vuestra fundadora, deseo expresaros el agradecimiento de Iglesia por la actividad que desarrolláis en favor de ella.

En efecto, no sólo ofrecéis a Dios un sacrificio excelente de alabanza y con muy copiosos frutos de santidad honráis al Pueblo de Dios y lo movéis con el ejemplo (cf. Perfectae caritatis
PC 7), sino que realizáis con vuestra vida de inmolación escondida una acción propiciatoria ante el Padre de las misericordias en favor de la Iglesia, en las dificultades que atraviesa al presente.

En particular, queridísimas hermanas en Cristo, confío a esta preciosa colaboración vuestra la jornada de hoy, en la que la Iglesia italiana, recogida en oración, presenta al Señor el propio sufrimiento por el orden moral y social tan profundamente turbado a causa de la eversión y del terrorismo, por las muchas víctimas que han pagado con la vida su fidelidad al propio deber y a los ideales de la convivencia humana y civil, por la desolación de tantos familiares privados de los afectos más legítimos. La pasión de Cristo, que nos aprestamos a revivir en los días ya próximos de la Semana Santa, continúa en el sufrimiento y en la sangre de estos hermanos y hermanas nuestros, afectados por el odio homicida. La Iglesia los llora, mientras llora sobre las llagas de su Señor.

Al hacer votos para que finalmente sea proscrita toda forma de violencia y se llegue a la justicia y a la paz por medio de la razón y de la recíproca comprensión, os pido que ofrezcáis hoy a Cristo Señor vuestra súplica, valorizada por especiales e íntimos sacrificios, a fin de que en la querida nación italiana pueda triunfar la bondad innata, la laboriosidad serena y la cohesión humana y civil, fruto del ejemplar y coherente proceder cristiano.

Confío la Iglesia y mis universales intenciones de Pastor y de Padre a vuestra ofrenda continua, que suplica, adora y aplaca a la Divina Majestad.

Por mi parte os confío a María, a la Virgen, modelo de las almas contemplativas y activas, a la Madre de la Iglesia, y os dejo mi bendición, haciéndola extensiva a cada una y a todas las religiosas de vuestros institutos, como también a vuestros respectivos familiares.

Luego el Santo Padre agradeció los dones recibido y añadió:

Quiero todavía encomendarme a mí mismo, la Iglesia, vuestra patria, a las oraciones y sacrificios de las hermanas que sufren que no están aquí presentes. Llevad esta palabra a todas vuestras hermanas.

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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

AL CLERO DE NURSIA Y ESPOLETO


Catedral de Santa María Argentea, Nursia

137

Domingo 23 de marzo de 1980



Queridos hermanos en el sacerdocio

:Deseo manifestaros, con gran sinceridad, mi alegría de hablaros, sacerdotes de las diócesis de Nursia y de Espoleto en un encuentro personal, precisamente en este lugar afortunado, en el que vieron la luz San Benito y Santa Escolástica. Hay un conjunto de circunstancias externas y de emociones interiores, que nos invitan a mí y a vosotros a una breve y serena reflexión sobre el significado de vuestra presencia sacerdotal en esta ciudad, en esta región, en esta nación, esto es, en la sociedad contemporánea:

1. La sociedad de hoy no es ciertamente la de los siglos V y VI después de Cristo. Pero los problemas fundamentales del hombre —como el de Dios y la religión, el del significado global y definitivo de la vida, el del comportamiento ético, de la justicia, de la dignidad del hombre— mantienen todavía hoy una analogía con aquellos con que se encontró el joven Benito. Son los problemas que vosotros, sacerdotes de los años 80, vivís, a veces dramáticamente, ya sea en el secreto de vuestra conciencia o del confesonario, ya sea cuando debéis decir una palabra de orientación o dar un ejemplo concreto a vuestros hermanos. Vosotros sois y debéis ser sacerdotes para la Iglesia y para los hombres de hoy, los cuales viven en un contexto socio-cultural, que trata de poner todo en discusión, que plantea dudas, siembra incertidumbres, o pretende soluciones inmediatas en todos los campos, en los que el hombre se encuentra actuando o desarrollando su personalidad.

Y como entre el siglo V y VI, la presencia de San Benito y de sus monjes fue providencial para la sociedad de entonces, así no hay duda de que la sociedad contemporánea, que vive entre el ocaso del segundo y la aurora del tercer milenio del cristianismo, tenga necesidad de los sacerdotes, precisamente porque tiene necesidad de Dios.

Y vosotros, queridos hermanos sois "ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (cf. 1Co 4,1); habéis sido "tomados de los hombres" e "instituidos en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios" (cf. Heb He 5,1). Aquí está toda vuestra grandeza y dignidad.

Por medio del sacramento del presbiterado os habéis configurado con Cristo Sacerdote, como ministros de la Cabeza, a fin de hacer crecer y edificar todo su Cuerpo que es la Iglesia, en calidad de cooperadores del Orden episcopal —os ha recordado el Concilio Vaticano II—; mediante la consagración habéis sido elevados a la condición de instrumentos vivos de Cristo, Sacerdote Eterno, para proseguir en el tiempo su obra admirable que ha reintegrado con divina eficacia a todo el género humano (cf. Presbyterorum ordinis PO 12).

2. En la estructura del Pueblo de Dios vosotros, queridos hermanos en el sacerdocio, tenéis un papel y un puesto específico y calificado, que encuentra su desarrollo, según el ejemplo de la vida de Cristo, en una variada gama de servicios en relación al Cuerpo místico; servicios que son expresión de la admirable floración del sacerdocio mismo de Cristo, del que participáis. «Son diversos los caminos a lo largo de los cuales, queridos dos hermanos —escribía en la Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1979—, desarrolláis vuestra vocación sacerdotal. Unos en la cotidiana pastoral parroquial; otros en tierras de misión; otros en el campo de las actividades relacionadas con la enseñanza, la instrucción y la educación de la juventud, trabajando en ambientes y organizaciones diversas y acompañando el desarrollo de la vida social y cultural; finalmente, otros junto a los que sufren, a los enfermos, a los abandonados; a veces, vosotros mismos, estáis clavados en el lecho del dolor. Son varios estos caminos... No obstante, en medio de estas diferencias, sois siempre y ante todo portadores, de vuestra específica vocación: sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del Buen Pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo» (Nb 6),

La consecuencia, que debe deducirse de la profunda realidad teológica del sacerdocio ministerial, es ésta: para el sacerdote, el centro y el punto fundamental de referencia de toda la vida y de toda la actividad debe ser Dios: Dios adorado constantemente, en particular en la beatificante presencia sacramental de la Eucaristía, confiada de manera especial al ministerio de los sacerdotes; Dios invocado e interpelado en la oración litúrgica, comunitaria y personal, en un diálogo afectuoso entre hijo y Padre; Dios amado y servido en nuestros hermanos, especialmente en los que sufren y en los pobres. Este sentido de la presencia de Dios, este primado de lo espiritual, que debe orientar toda la vida y el ministerio pastoral del sacerdote, es la enseñanza grande y siempre actual de San Benito: "Ubique credimus divinam esse praesentiam... maxime tamen hoc sine aliqua dubitatione credamus cum ad Opus divinum adsistimus..., ergo consideremus qualiter oporteat in conspectu Divinítatis et angeloruni eius esse" (Regula, cap, XIX). Y tambien: "Nihil Operi Dei praeponatur" . (ib., cap. XLIII).

A 1a luz de esta esencial visión teocéntrica se iluminan las diversas tareas del sacerdote, las exigencias de sus funciones, que provienen del Evangelio y constituyen la medida misma de la vocación sacerdotal.

El sacerdote es un don inmenso que Dios ha hecho a su Iglesia; y la respuesta gozosa del sacerdote a la llamada de Jesús es, como afirma San Juan Crisóstomo, la prueba mayor de amor a Cristo: "El Maestro pregunta al discípulo (Pedro) si le ama, no para saberlo El mismo..., sino lo hace para enseñarnos cuánto interés tiene por el cuidado de su grey... No intentaba entonces demostrar cuánto le amase Pedro... sino quería demostrar cuánto amaba El a su Iglesia y enseñaba a Pedro y a todos nosotros cuánto cuidado deberíamos prodigar en esta obra" (cf. Diálogo sobre el sacerdocio, II; 1).

138 3. Queridísimos hermanos, vuestro servicio elevado y exigente no podrá ser realizado —como dije a los sacerdotes de México en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe— "sin una clara y arraigada convicción acerca de vuestra identidad como sacerdotes de Cristo, depositarios y administradores de los misterios de Dios, instrumentos de salvación para los hombres, testigos de un reino que se inicia en este mundo, pero que se completa en el más allá. Ante estas certezas de la fe, ¿por qué dudar sobre la propia identidad?, ¿por qué titubear acerca del valor de la propia vida?, ¿por qué la hesitación frente al camino emprendido?" (27 enero 1979).

Seguid con alegría a Cristo, que os ha amado y llamado; aun cuando, con el paso de los años, el cuerpo siente el pesó del cansancio y el desgaste del tiempo, el corazón esté siempre vigilante y despierto, ardiendo en celo por las almas, que Dios ha puesto en vuestro camino. Ministros de Cristo, amad y sed fieles a la Iglesia, su Esposa; no a una Iglesia utópica y abstracta, sino a la Iglesia concreta e histórica. Vivid sólidamente unidos, con serena concordia y leal obediencia, al obispo, del que sois los inmediatos colaboradores; vivid fraternalmente unidos entre vosotros, de modo que el presbiterio sea signo visible de comunión. En estos tiempos de crisis de valores y de certezas, sed, para todos, "educadores de la fe" (cf. Presbyterorum ordinis
PO 6). Y, ¿cómo podríais serlo más cabalmente —he dicho a todos , los sacerdotes en mi reciente Exhortación Apostólica acerca de la catequesis en nuestro tiempo— que "dedicando lo mejor de vuestros esfuerzos al crecimiento de vuestras comunidades en la fe? Lo mismo si tenéis un cargo parroquial que si sois capellanes de una escuela, instituto o universidad, si sois responsables de la pastoral a cualquier nivel o animadores de pequeñas o grandes comunidades, pero sobre todo de grupos de jóvenes, la Iglesia espera de vosotros que no dejéis nada por hacer con miras a una obra catequética bien estructurada y bien orientada... Todos los creyentes tienen, derecho a la catequesis; todos los Pastores tienen el deber de impartirla" (Catechesi tradendae CTR 64).

4. Un último pensamiento, hermanos queridísimos, que llevo muy dentro del corazón. El sacerdote, he dicho hace poco, citando la Carta a los Hebreos, está tomado del pueblo y constituido en favor del pueblo (cf. Heb He 5,1). Debéis estar, pues, cercanos al pueblo, junto al pueblo, viviendo intensamente sus problemas cotidianos, especialmente cuando el pueblo sufre y se encuentra en momentos y en situaciones difíciles.

Y el momento presente, queridos hermanos en el sacerdocio, es realmente difícil para el buen pueblo italiano, a causa de la difundida tentación de odio y de violencia que se propaga por el país. El consejo permanente de la Conferencia Episcopal Italiana ha convocado precisamente para hoy, 23 de marzo, una jornada de oración y de reflexión contra la furia de la violencia y para la victoria del amor. "Es obligación de los cristianos —dice el mensaje—, de modo especial la educación de la conciencia, propia y de los demás, en la familia, en la escuela, en los ambientes de trabajo, en las asociaciones eclesiales. En la conciencia tiene lugar el primero y más decisivo desafío a la violencia y al terrorismo, desafío que se debe jugar en los valores de la democracia, de la paz, del amor. Es obligación de los cristianos el compromiso solidario, la participación, el compartir los problemas y la suerte del que sufre, con humildad y valentía, aceptando como Cristo pagar personalmente, y encarnando en sí mismo y en el mundo un Evangelio de paz". Y vosotros, sacerdotes, debéis ser los primeros en educar las conciencias en el rechazo del odio y de la violencia; los primeros en participar y compartir los problemas de quienes sufren.

Os he abierto mi corazón, queridos hermanos, sobre algunos aspectos de la vida y del ministerio sacerdotal. Sobre vuestros compromisos y vuestros propósitos invoco, por la intercesión de San Benito y Santa Escolástica, la gracia de Dios.

La Virgen Santísima os ayude siempre con su protección materna.

Con mi bendición apostólica.

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ENCUENTRO EL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES


Plaza de San Benito, Nursia

Domingo 23 de marzo de 1980



Queridísimos jóvenes:

Ya al terminar esta jornada tan intensa y rica de vivas emociones y de gozo interior, me resulta muy grato encontrarme con vosotros, jóvenes de la Valnerina y de toda la Umbría, y con cuantos os habéis reunido aquí para confirmar vuestro espíritu en esa generosa entrega, de la que disteis prueba al día siguiente del desastroso terremoto, que se abatió el año pasado sobre estas laboriosas poblaciones. Vosotros disteis entonces un testimonio luminoso, tanto más apreciable porque brotaba de vuestra espontaneidad, de vuestra dinámica y serena abnegación, emulando en la obra de asistencia y solidaridad el ejemplo de madurez precoz ofrecido por el joven Benito, cuya cordura —como afirma San Gregorio Papa— maduró desde la infancia, aventajando a la edad con las virtudes (cf. Diálogos II, pról.).

139 Animados por esta voluntad de cooperación al bien de la comunidad y especialmente de cuantos se hallan en condiciones penosas de malestar, os habéis colocado en la verdadera luz del "humanismo cristiano" propuesto y vivido por el Santo de Nursia, y que se resume en un respeto auténtico por el hombre en cada una de las expresiones de su valor, en un amor eficaz con relación a él, especialmente cuando revela el rostro y la voz del sufrimiento.

Acoged, pues, queridos jóvenes de Cáritas, de Agesci, de la Comunidad de San Egidio, de Comunión y Liberación, de los Focolares, de Acción Católica y de los diversos grupos eclesiales, mi afectuoso saludo en esta tierra natal de San Benito, y sobre todo mi satisfacción por cuanto habéis realizado con entusiasmo juvenil.

Vuestro compromiso de caridad y de altruismo ha encontrado plena inserción en el cauce secular del mensaje benedictino, válido y actual también hoy porqué está anclado en valores perennes, los cuales, si necesitan siempre nuevas expresiones y verificaciones, son capaces de vivificar y elevar la experiencia humana de todos los tiempos. Dicho mensaje puede atraer y cautivar también a los jóvenes de la presente generación, frecuentemente desilusionados y extraviados en el dédalo de una sociedad hedonista y permisiva.

Efectivamente, también los tiempos tristes, en los que se inserta la aventura espiritual de San Benito, estaban cargados de contradicciones íntimas, de aspiraciones ambiguas y utópicas, de vanos propósitos de grandeza; también aquellos tiempos estaban, marcados por una languidez moral desoladora, por un tenor de vida mísero, bajo el choque de pueblos en expansión, pero dominados todavía por sugestiones de violencia. El Santo de Nursia, sin embargo, alimentado por las certezas de la fe, reafirmó la fuerza de un cristianismo maestro de dignidad moral, de libertad espiritual, y a la vez artífice de civilización.

Como vosotros habéis experimentado bien, la conquista de espacios interiores, que ofrezcan a Dios el puesto justo en el espíritu humano, todo ese compromiso, en fin, que podríamos señalar con el primado del "ORA", del "reza", no está absolutamente en contraste, más aún, concede respiro y da intuición creativa a la verdadera apertura hacia la esfera social, hacia el sufrido deber cotidiano, hacia las fuerzas vivas del trabajo y de la cultura, animando así con ferviente inspiración, con espíritu de servicio el grande y fatigoso mundo del "LABORA".

¿Qué puedo deciros de particular en este sugestivo marco de peñas y valles que templan el espíritu fuerte y valiente del jovencito predestinado, y en una hora tan cargada de fraternidad y de comunión, invadida por la presencia espiritual del Padre de nuestra civilización europea?

Continuad, queridos jóvenes, en el testimonio que generosamente dais, porque él, mientras está en sintonía con los valores de la tradición benedictina, al mismo tiempo, es fiel a los hombres de hoy, interpretando sus aspiraciones más profundas.

1. Vosotros habéis advertido la urgente necesidad de encontraros con el Absoluto y, por lo tanto, habéis descubierto la importancia de la interioridad, del silencio, de la meditación, para poder captar el sentido definitivo y apaciguador de la propia existencia. Habéis saboreado la dulzura de la oración y de esa siempre renovada y perseverante reconciliación de amistad con el Señor, establecida en los corazones por una actitud existencial de humilde y laboriosa obediencia al Padre celestial. Con San Benito, pues, os dirigiré la invitación paterna: "Ausculta, fili, verba magistri"; escuchad, hijos, las enseñanzas de los auténticos maestros, y mantened atentos vuestros corazones en el silencio orante, para retornar, a través del esfuerzo de una obediencia dócil a los sanos preceptos, hacia Aquel de quién os aleja una actitud de indolencia o de rebelión (cf. Regla, pról.). Poneos frecuentemente ante el Maestro interior y ante quien lo representa, con la actitud del verdadero discípulo, que sabe callar y escuchar.

2. Vosotros, queridos jóvenes, habéis descubierto la caridad y el amor, que se manifiestan en la solicitud por el prójimo y en un diálogo abierto con los hermanos, respetando su dignidad y estando disponibles a una ósmosis de aportaciones recíprocas. Se trata de valores que San Benito instauró en un contexto socio-económico donde predominaban la explotación y el arbitrio, oponiendo el espíritu de fraternidad a la violencia, el compromiso activo a la pereza, para sentar los presupuestos de una renovación humana integral. El monasterio benedictino será como un anuncio de la nueva "societas": dentro de sus muros se borran las discriminaciones entre nobles y plebeyos, entre ricos y pobres, entre libres y esclavos; en él encontrarán refugio colonos perseguidos y bárbaros opresores, deponiendo ante Dios rivalidades antiguas y rencores recientes, para dedicarse a la oración, al trabajo, a la ayuda mutua. Lleno de delicadeza al tratar a los monjes, al acoger a los peregrinos, al curar a los enfermos, el Santo enumera entre los instrumentos para obrar rectamente: "Pauperes recreare, ...infirmum visitare, ...in tribulatione subvenire, dolentem consolari; nihil amori Christi praeponere: socorrer a los pobres, ...visitar a los enfermos, ...ayudar al que está pasando desventuras, consolar a los afligidos, ...no anteponer nada al amor de Cristo" (Regla, cap. IV).

3. Vosotros amáis la belleza, que es esplendor del orden y, por lo tanto, principalmente inocencia de vida y armonía del espíritu. La regla, cuya redacción ocupó al Santo durante mucho tiempo, y que indica con sabiduría y mesura las modalidades, y los tiempos de la oración y del trabajo, demuestra cómo él llevaba en el corazón esta belleza que brota de un ordenado ritmo de vida. Efectivamente, él armoniza en sí mismo el sentido de la autoridad, del orden y de la disciplina, tomarlo del mundo clásico, con una delicadeza de espíritu que maduró a través de su largo camino de perfección.

Primariamente es el orden espiritual el que reina allí, para permitir a los monasterios ser grandes centros de vida y de actividad creadora, con la conciencia madura de que el cristianismo es a la vez ascesis hacia Dios y compromiso terrestre, de manera que la oración lleva al trabajo no sólo como medio para asegurar a los monjes el necesario sustento, sino también como ocasión validísima de disciplina personal y de promoción social.

140 La fuerte llamada del mensaje benedictino para buscar a Dios y su voluntad, paya instaurar un contexto social penetrado por la fraternidad y el orden, cobra actualidad singular en esta jornada de oración y de reflexión, a propósito del gravísimo problema del terrorismo en Italia.

La violencia que está destruyendo el tejido social de la nación italiana no es casual: parte de un programa precio, nace del espíritu del odio. Aquí está la matriz de la violencia; sólo aquí. Es necesario no dejarse engañar por otras motivaciones. He aquí por qué es muy necesario, por parte de los cristianos, saber discernir este espíritu, comprender su perversión intrínseca (cf.
1Jn 3,15), no dejarse contaminar por él, para librarse cOn vigor de su espiral y no dejarse engañar por sus sugestiones. Sed, en cambio, apóstoles perspicaces y generosos del amor.

Queridos jóvenes, los ideales y los valores prevalecientes del testimonio de San Benito vosotros los habéis individuado y, con la gracia de Dios, os habéis comprometido a vivirlos; continuad interpretándolos y encarnándolos con valentía, con generosidad, con entusiasmo, convencidos de que el Señor mismo es el único garante, como dice el Salmista, de un edificio de sólidos fundamentos, de un porvenir, por lo tanto, justo y humano, de una sociedad pacífica y productiva, de un orden armonioso y fraterno.

Con mi afectuosa bendición.
* * *


El Santo Padre dejó por un momentos el texto escrito de su discurso y dijo:

Lo que he visto hoy al visitar las comunidades víctimas del terremoto y al ver a tantos jóvenes que les asisten, es para mí una prueba experimental de que la caridad, el amor, no es solamente superior al odio, porque esto es evidente, sino que es muy valiente y potente en el alma de este queridísimo pueblo italiano, en el alma de los jóvenes italianos. Este es un testimonio evidente, creo, para esta jornada de oración de toda la Iglesia en Italia contra el terrorismo. Es una prueba muy importante. Es la prueba de que la caridad, el amor, es más fuerte que el odio, es más fuerte que toda fuerza destructora. Sólo el amor puede construir algo. No se construye matando a un hermano. Se construye amando a un hermano.

Al terminar el discurso el Papa invitó a los jóvenes a la oración:

Recitemos ahora. una plegaria por todos los que sufren pero también por todos los que, tal vez incluso coetáneos vuestros, están implicados en el terrorismo y en el odio, a fin de que se conviertan.

Tras la ejecución de algunas piezas musicales, el Papa saludó de nuevo a los presentes:

Os doy las gracias por todos estos dones. Yo no sé qué hacer de todas estas riquezas. Debo defenderme de convertirme en un capitalista. Pero con mi experiencia esto no es una amenaza para mí. No tengáis miedo. Me mantengo siempre en la línea de la doctrina evangélica, de la doctrina social de la Iglesia. No tengáis miedo. Para todas las comunidades que han sido presentadas, que nos han hecho regresar al medievo, a aquella bellísima época, un saludo, un homenaje y después un especial agradecimiento de mi parte.

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PALABRAS DE SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS ENFERMOS DEL HOSPITAL DE NURSIA


141

Domingo 23 de marzo de 1980



Estoy siempre cerca de todos los que sufrís, de todos los enfermos, a todos los que se encuentran en esta difícil circunstancia de la vida. Trato de rezar cada día junto con vosotros y por vosotros y espero que también vosotros hagáis cada día conmigo la comunión de oración. Ahora quiero impartir una bendición y saludar a todos los enfermos de este hospital y, con ellos, a todos los médicos, a todas las religiosas, las enfermeras y a todas las Personas buenas que os asisten y también a los miembros de vuestras respectivas familias. Sobre todo una bendición a los niños, que nos han introducido tan clamorosamente en este hospital.



(L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 30 de marzo, 1980)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS NUEVOS PRESBÍTEROS DE LA CONGREGACIÓN

DE LOS JOSEFINOS DE MURIALDO


Lunes 24 de marzo de 1980



Queridísimos nuevos sacerdotes, hijos de San Leonardo Murialdo:

Apenas ordenados "ministros del Señor" y después de haber celebrado vuestra primera Santa Misa, habéis deseado ardientemente encontraros con el Papa para manifestarle vuestra fidelidad a la Iglesia, escuchar su palabra y recibir su bendición.

Y yo estoy muy contento de acogeros y saludaros afectuosamente. Os agradezco este, acto de devoción filial y partícipe plenamente en vuestra gran alegría por haber sido configurados más estrechamente a Cristo por medio del sacramento del orden y haber sido llamados a servirle en la Iglesia con sus mismos poderes divinos.

Y también deseo saludar cordialmente a vuestros superiores y profesores, a vuestros padres y familiares.

En este momento tan estremecedor para vosotros es sólo una mi exhortación: ¡Perseverad en el amor! Perseverad en la gracia sacramental y en la misión exigente y estupenda a la vez, de la salvación de las almas.

Y para perseverar no tenéis más que inspiraros en la figura de vuestro fundador, San Leonardo Murialdo, cuya vida tan llena de celo conocéis sin duda alguna, y también sus escritos apasionados.

Sea vuestro primer medio de perseverancia el afán apostólico. El sacerdote debe tener una visión "escatológica" de la existencia y de la historia, y debe vivir con esta perspectiva. Se debe evangelizar, salvar y santificar a las almas: ésta es la voluntad de Dios. El sacerdote es el responsable de este anuncio y salvación. No olvidéis nunca el ardor apostólico de Murialdo, que decía: "No nos carguemos con el remordimiento de que acaso algún alma redimida por el Señor se haya perdido en parte por nuestra indolencia, nuestra pereza o nuestro egoísmo".

142 Un segundo medio de perseverancia es la visión realista cristiana. Murialdo, espíritu eminentemente equilibrado y concreto en tiempos tristes y oscuros, tenía gran fe y confianza en el hombre. Conocéis sus lemas-programa: "Callemos y actuemos". "Haceos santos y que sea pronto". Después de los sucesos de 1870, escribía: "Nuestra época tiene cosas buenas y cosas malas como todas las épocas; pero no se cambian las cosas malas bajando la cabeza y retirándose a la tienda de Aquiles... La Iglesia y los cristianos han de estar siempre en actitud de milicia en esta tierra... En cuanto a nosotros, a las oraciones unamos obras buenas, celo apostólico, unión de fuerzas, afán de salvación de las almas; pero hagámoslo enseguida, sin esperar intervenciones del cielo ni triunfos imaginarios" (Carta de mayo de 1872).

Es de verdad un programa estupendo y muy actual: ni optimismo irreal ni tampoco el pesimismo que está en contradicción con la Providencia; sino un sano realismo cristiano que acepta la realidad del hombre y de la sociedad para amarla y servirla en nombre de Cristo con laboriosidad y paciencia.

Y, finalmente; un tercer medio de perseverancia es la pureza de pensamiento mediante el estudio ordenado y buenas lecturas. En el fermento de las nuevas filosofías racionalistas y materialistas del siglo, vuestro fundador se sintió profundamente educador, sobre todo de los jóvenes a través de la "buena prensa". A un siglo de distancia, la preocupación por la "pureza de pensamiento" ha aumentado sin medida. Qué importante es mantenerse en "intimidad divina" por medio de la meditación de libros serios y profundos que enciendan el alma en el fuego del amor de Dios y la mantengan serena y entusiasta en cualquier situación o circunstancia en que llegue a encontrarse.

Queridísimos nuevos sacerdotes: Imitad también a San Leonardo Murialdo en la devoción a María y preguntaos siempre: "¿Está contenta la Virgen de lo que he decidido?, ¿qué me sugiere?, ¿cómo se comportaría Ella en mi lugar?".

Ahora id, pues, alegres y valientes al puesto a que os manda la obediencia y perseverad en el amor con la ayuda de vuestro Santo y la fuerza de mi bendición apostólica.

Discursos 1980 135