Discursos 1980 142


ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA PRIMERA REUNIÓN DEL SÍNODO EXTRAORDINARIO

DE LOS OBISPOS UCRANIOS


Sala Bolonia

Lunes 24 de marzo de 1980

: Señor cardenal, venerables hermanos:

Con mi Carta Probe nostis del 1 de marzo de 1980, os he convocado aquí en Sínodo extraordinario, y estoy contento de dirigir un saludo fraterno al Señor cardenal Josyf Slipyj, arzobispo mayor de Lwów de los Ucranios, y a vosotros metropolitas, exarcas, enarcas, al auxiliar y al visitador apostólico; y envío un afectuoso saludo, unido a la oración, a los Excmos. prelados —mons. Malanczuk, monseñor Martenetz y mons. Gabro— los cuales, por motivos de salud, no han podido venir a Roma.

Esta mañana, en la Capilla Sixtina, os he dirigido —como Pastor de la Iglesia universal— una palabra de exhortación y estímulo sobre el mandamiento nuevo que nos ha sido confiado antes que a nadie, a nosotros, Sucesores de Pedro y de los Apóstoles: el mandamiento de amarnos los unos a los otros como Nuestro Señor Jesús nos ha amado; un mandamiento que se vive, en torno a la Eucaristía, en la unidad de corazón y de alma a todos los niveles de nuestro ser humano, cristiano y eclesial.

Ya al comienzo de esta solemne sesión, quiero manifestaros a vosotros, prelados, y a toda la Iglesia católica ucrania, la profunda estima que siento por ella, y asegurar que sigo con particular atención las noticias que me llegan referentes a las condiciones de los fieles en Ucrania y en la diáspora. Con viva .admiración sigo vuestro camino, ya milenario, en la fe, y tuve ocasión de hablar sobre este tema en la Carta que dirigí al arzobispo mayor de Lwów, hace un año precisamente. Además, quiero aseguraros que vuestras preocupaciones son las mías y que vuestras solicitudes pastorales —como las de vuestros colaboradores, sacerdotes, religiosos y laicos— las compartimos íntimamente, tanto yo, como los diversos organismos de la Santa Sede.

143 El motivo de este Sínodo extraordinario os es conocido: la indicación de candidatos, que sean realmente idóneos, según las exigencias de los sagrados cánones, para el nombramiento de aquel que pueda ayudar válidamente hoy al arzobispo mayor de Lwów de los Ucranios, nuestro querido cardenal Josyf Slipyj, y pueda después sucederle legítimamente.

He querido que todo esto fuese objeto de un Sínodo, tanto por la importancia del acontecimiento, como para hacer gozar a la Iglesia ucrania católica, mediante mi intervención, de un momento de unidad sinodal como manifestación de su comunión en torno al Vicario de Cristo.

En efecto, siento vivamente con vosotros la exigencia de asegurar la continuidad de la alta función del arzobispo mayor de Lwów.

Este Sínodo, que se celebra convocado por mí y bajo mi presidencia, es un Sínodo extraordinario porque se trata de tomar en consideración el nombramiento de un coadjutor con derecho a sucesión del arzobispo mayor, acto que requiere el ejercicio de la autoridad pontificia; como también la convocación, en este caso vinculante, para los obispos ucranios que se hallan fuera del territorio del arzobispado mayor de Lwów, Y se celebra aquí, en Roma, en la Sede del Papa, junto al cual todos los obispos y los fieles católicos están como "en casa del Padre"; en la Sede de Roma, a la que deben converger todas las otras Iglesias, según la expresión de San Ireneo: "Ad hanc enim Ecclesiam propter potiorem principalitatem necesse est omnem convenire Ecclesiam" (Adversus Haereses 3, 3, 2).

Soy consciente de actuar como humilde Sucesor de San Pedro Apóstol, en virtud del mandato divino "confirma fratres tuos" (
Lc 22,32), contento de poderos sostener en vuestras angustias, protegeros de tantas dificultades, tanto externas como internas, y de daros un testimonio de especial predilección. Por lo demás, a este Sínodo extraordinario, podrán seguirle otros, como ya he tenido ocasión de precisar al arzobispo mayor: se trata de Sínodos que él podrá convocar, cuando haya necesidad de ello, obtenido el asentimiento del Sumo Pontífice.

La comunión con Roma ha sido durante los siglos, y hoy más que nunca, un elemento fundamental y distintivo de la fe de la Iglesia católica ucrania. El Obispo de Roma, en su función de "principio y fundamento de la unidad de la comunión eclesial" (Lumen gentium LG 23), tiene un deber especial de reconocimiento y solicitud hacia sus hermanos del Episcopado ucranio, entre los cuales está ante todo el venerado arzobispo mayor, cardenal Slipyj, y hacia toda la Iglesia católica ucrania, tan probada, tan fiel.

Deseo dirigir una palabra de particular estima a usted, señor cardenal. Quiero rendirle homenaje por tantos años de servicio y de sacrificio en favor de la causa de Cristo y de su Evangelio. Quiero recordar la estima y la consideración que mis predecesores manifestaron a su venerada persona: el Papa Pío XII que le nombró coadjutor con derecho a sucesión de la sede arzobispal de Lwów de los Ucranios; el Papa Juan XXIII que consiguió su liberación después de largos años de cautividad y prisión; el Papa Pablo VI que quiso reconocer sus méritos y sus sufrimientos, promoviéndole a arzobispo mayor (1963), y elevándolo a la dignidad cardenalicia (1964). Quiero dar gracias al Señor, juntamente con los hermanos ucranios presentes y ausentes y con toda la Iglesia católica, por lo que ha obrado en usted. Pedimos con fervor al Señor que le colme de toda gracia, a fin de que pueda continuar recogiendo con júbilo toda bendición "ad multos annos''. He convocado este Sínodo, como Pastor de la Iglesia universal, para dar un apoyo a sus fuerzas y renovado vigor a la vida religiosa de la Iglesia católica ucrania.

El Papa exhorta a los Pastores y fieles a no perder la esperanza: hay una Providencia que guía a los pueblos y tiene cuidado de modo especial de las comunidades de los creyentes. "Dios es fiel", como dice San Pablo (1Co 10,13). Las penas, las privaciones, las hostilidades son circunstancias de prueba, pero son también estímulo para una fidelidad mayor: perseverar en la propia fe católica, conservar el propio rito, las antiguas tradiciones, en una palabra, la propia identidad espiritual, que encuentra en la comunión con el Papa y con todos los obispos de la Iglesia católica romana el elemento distintivo del propio patrimonio de fe y de vida.

El Papa querría que esta identidad no apareciese a los ojos de los hermanos de la Iglesia ortodoxa como signo de antagonismo y como un desconocimiento de la vida y de las tradiciones gloriosas de la Iglesia de Oriente; y lo espera precisamente en virtud del espíritu ecuménico de hoy, que sigue el camino del diálogo, de la comprensión mutua, de considerarse —como es de hecho— hermanos en la fe común en Cristo Salvador, miembros de Iglesias que tienden a restablecer la plena comunión querida por Cristo.

Esta es la esperanza en la que nuestros queridos hijos ucranios deben nutrir su vida eclesial, confiando en que un día su constancia. fructificará "in laudem gloriae gratiae Christi" (Ep 1,6).

Venerables hermanos: ante todo, oremos a Dios Padre Omnipotente para que este Sínodo extraordinario sea realmente de gran fruto en la historia milenaria de la Iglesia católica ucrania, tan rica en tradiciones religiosas y tan fecunda en beneméritos confesores y mártires de la fe, entre los cuales es San Josafat la más ilustre figura. Pidamos con insistencia a Nuestro Señor Jesucristo, Cabeza del Cuerpo místico, que nos ha llamado al servicio de amor y me ha confiado la tarea de "confirmar a los hermanos", que bendiga este acontecimiento importante e histórico en la Iglesia católica ucrania. Abrámonos sin reservas al Espíritu Santo para que nos ilumine y nos guíe en nuestras deliberaciones y decisiones. Invoquemos, finalmente, el patrocinio de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios. Mañana conmemoramos el misterio de la Anunciación, que da comienzo al plan de la redención. La liturgia bizantina especialmente subraya su importancia en la economía divina, de tal manera que el Viernes Santo no es día alitúrgico cuando coinciden las dos :conmemoraciones, porque no hubieran acontecido la pasión y la muerte de Cristo, si el Verbo no se hubiese hecho carne, en el seno virginal de María. Imploremos, pues, a la Deípara siempre Virgen María, Madre de la Iglesia, para que interceda propicia en favor nuestro e impetre de la Santísima Trinidad copiosos favores y gracias para nosotros y para la Iglesia católica ucrania en la madre patria y en la diáspora.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A RICARDO AGUSTÍN PETERS SILVA

EMBAJADOR DE NICARAGUA ANTE LA SANTA SEDE


144

Jueves 27 de marzo de 1980



Señor Embajador:

Al recibir las cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Nicaragua ante la Santa Sede, quiero dar a Vuestra Excelencia mi cordial bienvenida, a la vez que formulo los mejores deseos de un feliz cumplimiento de la misión que hoy inicia.

Viene Vuestra Excelencia como representante de un país, Nicaragua, que ha tenido siempre ante la Santa Sede un puesto de gran consideración y profunda estima, en consonancia con los sentimientos del pueblo nicaragüense, que, siendo católico en su inmensa mayoría, mira con especial atención hacia esta Sede de Pedro. A ella se siente unido por vínculos de particular solidez, que tocan lo íntimo de sus más hondas convicciones y vivencias.

Será, por ello, una satisfacción para ese pueblo saber que, sensible a las esencias y aspiraciones del mismo, querrá dedicar usted los mejores esfuerzos a promover buenas y armoniosas relaciones entre Nicaragua y la Santa Sede, en beneficio humano y espiritual de ese mismo pueblo.

Vuestra Excelencia ha hecho alusión en su discurso a las condiciones presentes de su país y a la voluntad de las autoridades de conseguir nuevos objetivos para los ciudadanos, buscando el desarrollo de cada persona, en un clima social de participación activa de todos los nicaragüenses.

Como he tenido ocasión de exponer recientemente a la Delegación de la Junta de Gobierno de Nicaragua, durante la visita que han querido hacerme, la Iglesia alienta todas las iniciativas que sirven la verdadera causa del hombre, su dignificación y promoción humanas, y que a la vez respeten y favorezcan la dimensión espiritual y religiosa de la persona, en su aspecto individual, familiar y en las legítimas manifestaciones de su sociabilidad.

A este respecto es de sumo interés saber que —como ha puesto de relieve Vuestra Excelencia— se está poniendo gran esmero y empeño en la preparación de programas orientados a encauzar y distribuir las tareas que permiten una constante elevación de todos los ciudadanos, con particular atención a los estratos sociales menos favorecidos.

El pueblo de Nicaragua, dotado de valiosas reservas de orden cultural, moral y espiritual, se hace acreedor a tan nobles desvelos. De ellos espera no sólo un progresivo mejoramiento de las condiciones materiales de la existencia, sino también un renovado impulso interior, para que las personas y las instituciones se realicen cada día más en sus legítimas aspiraciones, conforme a la dignidad propia del ser humano; aspiraciones que corresponden en el sentir del pueblo a los frutos tangibles de una tradición profundamente cristiana. En este sentido la Iglesia confía en que contará, para continuar su misión de servicio, con la debida libertad en el ejercicio de su cometido eclesial.

Señor Embajador: pido al Dador de todo bien que le asista en su misión y le agradezco los votos que amablemente ha formulado en nombre también del pueblo y Gobierno de Nicaragua. A tales deseos correspondo muy cordialmente.

Quiera Dios conceder a su noble país alcanzar metas cada vez más altas de justicia, fraternidad y progreso, potenciando a la vez las realizaciones conseguidas a lo largo de su historia cristiana.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA CLAUSURA DEL SÍNODO EXTRAORDINARIO

DE LOS OBISPOS UCRANIOS


145

Jueves 27 de marzo de 1980



Venerables hermanos en el Episcopado:

He aquí que hemos llegado felizmente, con la asistencia del Señor, a la meta que nos habíamos propuesto al convocar este Sínodo extraordinario, o sea, el nombramiento de un arzobispo coadjutor con derecho a sucesión para nuestro venerado hermano el señor cardenal Josyf Slipyj, arzobispo mayor de Lwów de los Ucranios.

Ante todo deseo manifestaros mi viva satisfacción por haber visto con qué sentido de responsabilidad habéis realizado vuestra tarea.

El Señor, sin duda alguna, os lo recompensará.

Al contemplar vuestra asamblea me ha venido espontáneamente a la memoria la frase del Salmista: "Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum" (Ps 132,1): Ved cuán bueno y deleitoso es convivir juntos los hermanos.

Después de haber reflexionado largamente y haber invocado la ayuda del Señor en la oración, he llegado a la decisión de nombrar como coadjutor con derecho a sucesión del Emmo. cardenal Josyf Slipyj, a Su Excelencia Reverendísima mons. Myroslav Ivan Lubachivsky, metropolita de Filadelfia de los Ucranios. Era el que figuraba el primero en la terna presentada.

Por lo demás, le hacen digno de tan elevado cargo su insigne piedad, su celo pastoral, su preparación científica y las hermosas dotes de benignidad y humildad que adornan su espíritu. En él pongo mi confianza y le presento mi felicitación más viva y cordial. Vuestra Eminencia tendrá en él un digno e idóneo coadjutor.

Ahora todos vosotros, venerables hermanos, volvéis a vuestras tareas, pastorales, contentos de haber podido contribuir de manera tan tangible a una deliberación que constituye para vuestra Iglesia un válido apoyo y un singular decoro.

Este momento feliz del Sínodo deberá permanecer como prenda de unidad y comunión de espíritus "in vinculo pacis" y orientar vuestro apostolado en íntima unión de sentimientos y de propósitos con todos los fieles de esta elegida porción de la Iglesia universal:

En la preocupación común de mi espíritu y del vuestro por el bien de la Iglesia ucrania encomiendo a vuestro celo pastoral la "santa causa" de las vocaciones sacerdotales, con el deseo y la oración de que los candidatos "in sorte Domini vocati" aumenten y se formen "in spem Ecclesiae Ucrainae".

146 Interponiendo la intercesión de la Madre de Dios, imploramos del Señor sobre todos vosotros, sobre el clero, religiosos y religiosas y sobre todos los fieles de la Iglesia ucrania la alegría del amor
pascual, la plenitud de todo consuelo.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A UNA DELEGACIÓN DEL CENTRO DANTESCO DE RAVENA

Sábado 29 de marzo de 1980



Ilustres señores e hijos carísimos:

A la vez que os saludo cordialmente, quiero también expresaros la satisfacción que siento, tanto al recibiros como al aceptar el valioso obsequio que me ofrece vuestra devoción y vuestra cortesía.

El incunable de la Editio princeps de la "Divina Comedia" de Dante Alighieri, impresa en Foligno el año 1472, es ciertamente un objeto histórico de altísimo valor, como se refleja también claramente en el facsímil que habéis publicado. Doy por ello las más cordiales gracias, tanto al Centro Dantesco de hermanos menores conventuales de Ravena, guardianes del precioso documento, como a cuantos, a diversos niveles gubernativos y regionales, han contribuido generosa e inteligentemente a la loable empresa editorial.

Indudablemente, es esta una ocasión más para hacer conocer y apreciar la obra mayor de este genio y ese creyente, que no es solo el sumo poeta de la literatura italiana, sino que se cuenta también entre los máximos exponentes de la literatura mundial.

Me complazco, por tanto, en expresaros el deseo de que vuestra fatigosa labor sirva para estimular lo que el propio Dante llama "el largo estudio y el gran amor" (Inf. I 83); es decir, la dedicación apasionada y austera a la búsqueda de lo verdadero y lo bello, de forma que esta publicación sea una válida contribución a la cultura y al arte.

La bendición, que cordialmente os imparto, sea prenda de la celestial asistencia a vuestro trabajo cotidiano.

DISCURSO EL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR GIOVANNI GALASSI,

EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE SAN MARINO


ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 29 de marzo de 1980



Señor Ministro Plenipotenciario:

147 Las nobles expresiones con que ha querido acompañar la presentación de las Credenciales que le acreditan como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de San Marino ante la Santa Sede, me han confirmado en esa profunda simpatía y hondo respeto que han mostrado mis predecesores hacia la pequeña y gloriosa comunidad del Monte Titán.

Mi pensamiento se dirige en este momento a los ilustres Capitanes regentes que usted representa dignamente, y también a cada uno de los habitantes de la República de San Marino, para manifestar mi complacencia y admiración por la fidelidad intrépida manifestada a través de los siglos a valores fundamentales de la vida civil, tales como el deseo sincero y tenaz de libertad y justicia vividas y defendidas no como bienes a poseer egoístamente, sino por el contrario, como bienes a compartir con actitud interior de apertura, disponibilidad y respeto a los demás.

Por tanto, no puedo dejar de expresar mi estima cordial a todos los habitantes de San Marino, en quienes —como dijo mi predecesor Pablo VI (3 de julio de 1963)— "la herencia noble de un pasado libre y generoso, la índole abierta y honrada, la famosa hospitalidad hecha de gracia y distinción —y sobre todo la fidelidad a los grandes ideales de rectitud, libertad y paz— añaden méritos preclaros a la pureza de la antigua fe católica recibida del Santo fundador de la Ciudad de las Torres".

Por ello, deseo a la República de San Marino que sepa unir siempre a sus bellezas naturales y artísticas, las dotes de laboriosidad y discreción, y también de hospitalidad cortés y generosa de que dio magníficas muestras en los tiempos tristes y oscuros del II conflicto mundial, ofreciendo asilo seguro y protección desinteresada a muchos refugiados políticos; deseo asimismo que se proponga seguir siendo fiel a las tradiciones nobles y seculares que hunden las raíces de su fecunda vitalidad espiritual histórica, cultural y política en la fe cristiana, cuya profesión abierta y serena ha sido y continúa siendo hoy, orgullo legítimo de quienes se glorían de considerar iniciador y fundador de su comunidad política a un Santo.

Y que sea también San Marino quien indique a sus hijos el camino seguro que han de seguir en estos tiempos difíciles y peligrosos, el camino de la honestidad, del respeto a los valores del espíritu y del amor, para que todo el pueblo de la República viva con serenidad total y concordia fraterna, y de este modo siga siendo ejemplo y admiración para otros pueblos.

Deseo de corazón a la República de San Marino un porvenir de prosperidad y de paz, y sobre todo que progresen los elementos constitutivos de su fe y tradición católica, para bien de la misma vida civil.

Señor Ministro: Con estos deseos invoco muy gustoso sobre su persona y su delicada misión, abundancia de gracias divinas, y le imparto la implorada bendición apostólica, que extiendo asimismo a todo el pueblo de San Marino y a las autoridades que usted representa.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE PERTENECIENTES AL MOVIMIENTO

"SERRA INTERNACIONAL"


Aula de las Bendiciones

Sábado 29 de marzo de 1980



Venerados y queridos hermanos:

Os expreso, ante todo, mi sincera alegría por poderme encontrar hoy con un grupo tan numeroso y calificado de obispos, sacerdotes y laicos, pertenecientes al Movimiento "Serra Internacional", tan benemérito por el espíritu eclesial, que anima sus finalidades y sus múltiples iniciativas de bien.

148 1. Vosotros os unís idealmente a los ejemplos y a las enseñanzas de ese gran hijo de San Francisco, el p. Junípero Serra, que entre el 1769 y el 1784 desarrolló un infatigable y fecundo apostolado misionero en esa gran zona del Oeste de los Estados Unidos, que hoy corresponde a California. De él habéis querido conservar dos características notables, que califican a vuestro Movimiento: el amor a las vocaciones sacerdotales, y el compromiso constante por un testimonio de fe cristiana en el ambiente en que se desenvuelve vuestra actividad.

En nombre de la Iglesia debo manifestaros mi satisfacción, mi estima, mi estímulo por las numerosas iniciativas en favor de las vocaciones. Es verdaderamente admirable que laicos, profundamente convencidos de que la Iglesia y la sociedad tienen necesidad de sacerdotes, porque tienen necesidad absoluta de Dios, se propongan como finalidad principal de su compromiso de cristianos la oración asidua y la acción incansable por la difusión, el desarrollo, la perseverancia, el incremento, la ayuda de las vocaciones, recordando en esto las palabras de Jesús: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (
Mt 9,37 s.; cf. Lc Lc 10,2). En este período de crisis y de transición, estas palabras divinas adquieren una actualidad impresionante: la mies es mucha; efectivamente, han aumentado las necesidades espirituales de la Iglesia y de la humanidad. ¿Habrá todavía jóvenes, que quieran consagrarse totalmente. a Dios para ser transmisores y testigos del Mensaje de Jesús? Yo tengo una gran confianza en las capacidades extraordinarias de generosidad y donación, ocultas en el corazón de los jóvenes. Acaso esperan un destello, una ayuda, una ocasión para ser animados e impulsados a seguir a Cristo.

No puedo menos de alabar, pues, el trabajo constante, paciente, capilar, que vuestro Movimiento realiza ya en todo el mundo para ilustrar y difundir la belleza, el valor y la dignidad de la vocación sacerdotal en el ámbito del Pueblo de Dios, y para ayudar, además, a tantos jóvenes a llegar serenamente al sacerdocio.

2. Esta específica y alta finalidad del Movimiento Serra, compuesto en gran parte por laicos, comporta consiguientemente en todos sus miembros, una ulterior profundización espiritual acerca del significado y las exigencias del propio "ser cristianos". Vuestro compromiso de orar, promover y ayudar a las vocaciones sacerdotales os estimula continuamente a reflexionar sobre las exigencias de la Palabra de Dios, que se dirige a todos los que intentan seguir a Jesús en su camino hacia el Padre. Por este motivo, vosotros tratáis también de corresponder a vuestra "vocación cristiana", y yo, sirviéndome de las palabras de San Pablo, os exhorto "a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad..., solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz" (Ep 4,1-3).

Demostrad a todos, con limpidez y claramente, vuestra sincera adhesión a Cristo, a la Iglesia; demostrad, en la familia, en el trabajo, en las asociaciones, que el Mensaje de Jesús forma auténticos hombres, capaces de afrontar, con serenidad, la dureza de la vida cotidiana; disponibles para contribuir con todas las fuerzas a la construcción de una sociedad civil más digna del hombre; demostrad en todo vuestro comportamiento que, con la gracia de Dios, es posible vivir en el mundo contemporáneo el "sermón de la montaña" y las "bienaventuranzas", con todo el radicalismo que comportan.

Con estos deseos invoco sobre vuestra meritoria actividad, sobre todos vosotros, sobre vuestros seres queridos la abundancia de los favores divinos e imparto de corazón mi bendición apostólica.



Antes de terminar el encuentro el Santo Padre saludó a un grupo de jóvenes presentes en el Aula de las Bendiciones

Dirijo también un afectuoso saludo a vosotros, carísimos muchachos de la escuela media de Pont Canavese, por la cordial visita que habéis querido hacerme en la víspera del Domingo de Ramos, que recuerda la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén antes de su pasión y muerte, y de su resurrección. En esa circunstancia fueron precisamente los muchachos los protagonistas del excepcional testimonio de amor dado por la ciudad santa al Hijo de Dios. Por eso os digo: sed siempre, en vuestra conducta de vida, los testigos de la inocencia, de la bondad y de la caridad divina, acordándoos, a tal respecto, de vuestra dignidad bautismal que os obliga no sólo al hosanna al Redentor, sino al compromiso de obrar siempre en conformidad con sus enseñanzas. En vuestros generosos propósitos, os acompaña mi, bendición apostólica que imparto a vosotros, a vuestros profesores y a los respectivos familiares.



DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL IV CAPÍTULO GENERAL

DE LA PÍA SOCIEDAD DE SAN PABLO


Sala del Consistorio

Lunes 31 de marzo de 1980



Queridísimos capitulares de la Pía Sociedad de San Pablo:

149 Siento una especial satisfacción al recibiros y saludaros, junto al recién elegido Superior general, don Renato Perino, en el momento en que, animados por el espíritu eclesial que os transmitió vuestro fundador, don Giacomo Alberione, habéis venido a expresar vuestra fe en Cristo y vuestra fidelidad al Romano Pontífice, con quien os liga un voto especial.

Os agradezco vivamente el gozo que me procuráis con este encuentro y también con el buen trabajo desarrollado en ese IV capítulo general, que ha tenido como objetivo no sólo la elección del nuevo superior general, sino también la delicada y comprometida obra de definitiva codificación en orden a la unión de esa congregación con las otras nuevas instituciones que forman la familia paulina. Bastaría considerar este último aspecto para calificar de histórico este capítulo.

Estoy seguro de que en vuestras sesiones habréis afrontado con amplitud y competencia los diversos problemas qué afectan a vuestra congregación, entre ellos, en primer lugar, la exigencia de vivir auténticamente la propia vocación religiosa, fomentando la unión con el Señor, mediante una profunda y sincera vida interior y teniendo siempre ante los ojos ese especial carisma original que vuestro fundador quiso comunicar a vuestro instituto y que debe animar todo vuestro apostolado en los diversos campos de vuestra actividad de religiosos que viven en la Iglesia y para la Iglesia y, sobre todo, en eso que don Alberione llama "el apostolado de la prensa", sin olvidar todo el amplio radio de acción de los instrumentos de comunicación social.

Todos conocéis la importancia que dio a la prensa, como vehículo de difusión de los principios cristianos y para defensa de los valores morales y religiosos. Comprendió plenamente, cuán importante era que la realidad cotidiana en que vivimos tuviera una interpretación conforme con los verdaderos principios y fines de la vida; esto es precisamente lo que la prensa católica se propone realizar, como su peculiar razón de ser, iluminando con la Palabra de Dios los acontecimientos de la crónica y de la historia, defendiendo los valores humanos y cristianos de los que la sociedad actual siente tan profunda necesidad, y dando a la opinión pública y a la educación social un genuino, sano y fuerte sentido moral.

Siguiendo la estela de vuestro fundador, continuad trabajando por esos ideales y actuando constantemente con plena adhesión a las orientaciones doctrinales y disciplinares de la Iglesia, sabiendo valorar bien no solamente el interés que una publicación puede suscitar en los lectores, sino también los efectos que puede producir en las almas para incrementar su fe y su vida espiritual. A este respecto, convendrá recordar las palabras que mi venerado predecesor, Pablo VI, os dirigió con motivo del sexagésimo aniversario de la fundación de vuestra Sociedad: "Los libros y las revistas encierran una gran responsabilidad, tanto mayor cuanto más amplia es su difusión; evitando todo lo que pueda ser causa de turbación, o de placentero y deletéreo permisivismo, debéis poner toda vuestra preocupación en formar sana y cristianamente a los lectores en un profundo sentido religioso, en la pureza de costumbres, en las austeras y ennoblecedoras exigencias del mensaje evangélico" (Insegnamenti di Paolo VI, XII, 1974; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de diciembre de 1974, pág. 12).

Palabras son éstas que recuerdan aquellas otras, todavía más incisivas, explícitas y programáticas que don Alberione escribió, desde Alba, en una carta que el 4 de agosto de 1931 dirigió a dos de sus hijos destinados al Brasil: "Vais a esparcir la divina Palabra a través de la prensa; dadla con el mismo corazón con que Jesucristo la predicaba; con el ardor que animó a San Pablo al difundirla; con la gracia y la humildad con que la Santísima Virgen se convirtió en la Madre del Verbo Encarnado. No hagáis comercio, sino negocio espiritual, negotium vestrum agatis; no industria, sino infinitas industrias para ganar las almas; no dinero, sino tesoros eternos",

De todo corazón os aliento a que desarrolléis vuestras actividades cada vez con más fecunda conciencia respecto a las exigencias propias del apostolado, para contribuir eficazmente al verdadero bien de las almas y a la edificación de la Iglesia. Tratad además de conocer, acercaros, servir y, sobre todo, amar a la sociedad en que vivís. Miradla con los mismos ojos de vuestro fundador y advertid las mismas exigencias espirituales: la oración, las prácticas ascéticas, la disponibilidad para con las almas.

:Que estas breves exhortaciones os sirvan de guía y de estímulo en las tareas conclusivas de vuestro capítulo. Por mi parte, os acompaño con la oración, a fin de que la luz del Espíritu Santo os ilumine y os anime a seguir más de cerca a Jesús crucificado y resucitado, sobre el que nos aprestamos a meditar de modo especial en estos días de Semana Santa; y que os ayude a profundizar cada vez más en la vocación "paulina", Para que cada uno de vosotros pueda reconocerse en el impulso generoso que, desde el principio, orientó vuestro instituto hacia sus metas geniales, tan sentidas en la sociedad de hoy. En los momentos más comprometidos y más difíciles, sabed encontrar refugio en Cristo, que os ha elegido como sus amigos y heraldos suyos en el mundo, y al que habéis consagrado vuestra vida. Que sea El vuestro sostén y vuestro consuelo.

No os dejéis desanimar por las dificultades. Tened confianza. Tened confianza en Cristo.

Confirmando estos votos y en prenda de mi benevolencia, imparto a vosotros y a todos vuestros hermanos mí bendición apostólica.
* * *


150 El Santo Padre, antes de concluir la lectura de su discurso, refiriéndose a las palabras que poco antes le había dirigido el nuevo superior general, dijo espontáneamente, entre otras cosas, lo siguiente:

Escuchando las palabras de vuestro recién elegido superior general, he sentido este momento especial de vuestra familia religiosa. Lo he sentido; eran palabras muy ponderadas, pero se advertía también la gran sinceridad de quien hablaba en nombre de todos. Y no puedo, habiendo oído todo eso, dejar de completar este breve discurso con algunas reflexiones más personales. Ha dicho vuestro superior general que para salvar a los demás, hay que salvarse a sí mismo, tratar de salvarse a sí mismo. Esto no es un principio egoísta, es un verdadero principio apostólico. Pueden salvar a los demás, servir a la obra de la salvación solamente quienes asumen hondamente la responsabilidad de la propia alma, de la propia vida eterna.

Es éste un principio de la fe: para hacer apostolado, hay que comenzar con una fe y hay que llegar a una fe. Comenzar con una fe dispuesta a ir con Jesús, seguir a Jesús como apóstoles y luego terminar con una fe madura. Apostolado en todas sus formas, en todos sus aspectos; también ese apostolado moderno a que os dedicáis, el apostolado de la prensa, es un fruto maduro, un fruto de la madurez de la fe, de la fe auténtica, de la fe que cada vez se hace más madura y apostólica en el amor,

Para hacer todo esto, para cumplir también lo que es el objetivo de vuestras reuniones, hay que volver a estas raíces, a estos principios, a estas dimensiones de la vida religiosa personal y comunitaria; a estos principios que son evidentes y que no pueden ser sustituidos por otros. Si son sustituidos por otros, no es ya la misma realidad, no es ya la misma vocación.

Se advertía, en las palabras de vuestro superior general, una gran responsabilidad y quizá también un temor, temor debido al momento histórico, no diría de vuestra familia religiosa, sino al momento histórico de la Iglesia. He hablado durante la Cuaresma sobre las tentaciones, sobre las tentaciones que vive la Iglesia. Son diversas. Entre ellas, está también esa ya muy conocida y perfectamente determinada en las palabras de San Pablo: No os hagáis semejantes al mundo, no tratéis de haceros semejantes al mundo. Lo que quiere decir que debéis tratar de hacer al mundo semejante a la Palabra Eterna. Esto es lo esencial. Y si se aceptan estas palabras en toda su verdad y con toda caridad, se sabrá muy bien lo que hay que hacer para poner al día también vuestros estatutos, para dar una dimensión postconciliar a vuestro apostolado, a vuestra identidad religiosa. No tengáis miedo de quedar retrasados, no tengáis miedo. Ese miedo es una tentación. No tengáis miedo de ser juzgados como poco modernos, poco al corriente del progreso. Es siempre un problema actual. El Vaticano II nos ha hablado del verdadero progreso en la fe y eso es lo que se debe buscar. Pero sobre esta palabra "progreso" se dan interpretaciones diversas, diversos significados que no son los justos, que no son los del Vaticano II y tampoco los de San Pablo. No sé si he interpretado bien ese temor de responsabilidad que me ha parecido ver en las palabras de vuestro nuevo superior general. Quizá lo he entendido bien. Si he entendido bien, ha aceptado esa responsabilidad. Para confirmación de todo esto, de estos votos, y en señal de mi simpatía, porque simpatizo con ese apostolado —gracias a Dios que hay iniciativas semejantes, hace falta que siga habiéndolas e incluso que se multipliquen en la Iglesia— imparto a vosotros y a todos vuestros hermanos, a toda la inmensa obra de don Alberione (diez familias, diez ramas) mi bendición apostólica.
Abril de 1980


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