Discursos 1980 150


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS ESTUDIANTES DEL "UNIV '80"

Martes 1 de abril de 1980


Hijos queridísimos:

Bienvenidos a Roma en estos días de la Semana Santa, en los que habéis querido celebrar una vez más vuestro congreso sobre la situación de la universidad en el mundo. Os saludo y os agradezco vuestra visita y el significado que toma en el corazón de cada uno de vosotros.

Con vuestra iniciativa, continuáis enfocando la realidad, los problemas y los ideales del mundo universitario, en el que se forman —o se pueden deformar— tantas conciencias de jóvenes, tan queridos para mí. Sé que, en vuestro compromiso universitario, deseáis servir al hombre con un esfuerzo laborioso y constructivo; por esto, estudiad y meditad para ofrecer ideas y propuestas, que abran siempre nuevos espacios de esperanza en la difícil situación que atraviesa la universidad en lo que queda de siglo.

1. Vuestro congreso romano ha estado precedido por todo un año de trabajo: habéis realizado encuestas en más de 400 universidades de los cinco continentes y habéis efectuado numerosos y profundos debates y encuentros a nivel local; así habéis llegado a individuar cada vez mejor luces y sombras en el panorama mundial de la vida universitaria.

151 Quisiera detenerme en particular sobre uno de los problemas suscitados por este sector: el de la fragmentación de la cultura universitaria, y de sus repercusiones en la formación humana. Vivimos una hora de aceleración del progreso científico, en todos los sectores. La expansión de los conocimientos se manifiesta hoy en la acumulación de una cantidad inimaginable de datos. No son sólo las disciplinas científico-experimentales las que están implicadas en esta fragmentación del saber, sino también las humanísticas, tanto filosóficas como históricas, jurídicas, lingüísticas, etc. El hombre no puede ni debe detener estos impulsos del progreso científico, puesto que él está estimulado por Dios mismo a someter el mundo (cf. Gén Gn 1,28) con el propio trabajo. Sin embargo, es necesario que, en esta tarea, no olvide la necesidad de integrar el propio compromiso de estudio y de investigación en una sabiduría de dimensión más global; de otra manera, al hacer ciencia y cultura, correrá el riesgo de perder la noción del propio ser, el sentido pleno y completo de la propia existencia, y consiguientemente actuará en lacerante desacuerdo con la propia identidad peculiar.

2. Efectivamente, cuando el hombre pierde de vista la unidad interior de su ser, corre el peligro de perderse a sí mismo, aun cuando a la vez puede aterrarse a muchas certezas parciales referentes al mundo o a aspectos periféricos de la realidad humana. Por estos motivos, debemos afirmar que cada uno de los universitarios, profesor o estudiante, tiene necesidad urgente de dar, dentro de sí, espacio al estudio sobre sí mismo, sobre el propio estatuto concreto ontológico; tiene necesidad de reflexionar sobre el destino trascendente que lleva en sí como criatura de Dios. Aquí, en este saber, es donde se encuentra el hilo que entreteje toda la actuación del hombre en unidad armoniosa.

Por esto, os invito a descubrir, en la integral y grandiosa unidad interior del hombre, el criterio en el que deben inspirarse la actividad científica y el estudio, para poder proceder en armonía con la realidad profunda de la persona y, por lo tanto, al servicio de todo el hombre y de todos los hombres. El compromiso científico no es una actividad que mira sólo a la esfera intelectual. Afecta a todo el hombre. Efectivamente, éste se lanza con todas sus fuerzas en busca de la verdad, precisamente porque la verdad se le presenta como un bien. Existe, pues, una correspondencia inseparable entre la verdad y el bien. Esto significa que todo el actuar humano posee una dimensión moral. En otras palabras: hagamos lo que hagamos —también el estudio—, advertimos en el fondo de nuestro espíritu una exigencia de plenitud y de unidad.

Para evitar que la ciencia se presente como fin en sí misma, como tarea solamente intelectual, objetiva y subjetivamente extraña al ámbito moral, el Concilio ha recordado que "el orden moral abarca, en toda su naturaleza, al hombre" (Inter mirifica IM 6). En definitiva —y cada uno de nosotros lo sabe por experiencia—, el hombre o se busca a sí mismo, la propia afirmación, la utilidad personal, como finalidad última de la existencia, o se dirige a Dios, Bien supremo y verdadero Fin último, el único en condiciones de unificar, subordinándolos y orientándolos a Él, los múltiples fines que de vez en cuando constituyen el objeto de nuestras aspiraciones y de nuestro trabajo. Por tanto, ciencia y cultura adquieren un sentido pleno y coherente y unitario, si están ordenadas a la consecución del fin último del hombre, que es la gloria de Dios.

Buscar la verdad y ponerse en camino para alcanzar el Bien Supremo: he aquí la clave de un compromiso intelectual, que supere el peligro de permitir que la fragmentación del saber rompa interiormente a la persona, desmenuzando su vida en una multitud de sectores recíprocamente independientes y, en su conjunto, indiferentes al deber y al destino del hombre.

3. La conexión entre inteligencia y voluntad aparece explícita sobre todo en el acto de conciencia, esto es, en el acto en que cada uno valora la razón de bien o de mal inherente a una acción concreta. Formar la propia conciencia aparece así como un deber inaplazable. Formar la conciencia significa descubrir con claridad cada vez mayor la luz que encamina al hombre a lograr en la propia conducta la verdadera plenitud de su humanidad. Y sólo obedeciendo a la ley divina, el hombre se realiza a sí mismo como hombre: "El hombre —cito de nuevo el Concilio— tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana, y por la cual será juzgado" (Gaudium et spes GS 16).

Si la historia de la humanidad, desde sus primeros pasos, está signada por la dramática debilitación que ha producido el pecado, sin embargo, es también, y sobre todo, la historia del Amor divino: éste sale a nuestro encuentro y, a través del sacrificio de Cristo, Redentor del hombre, perdona nuestras transgresiones, ilumina la conciencia y restituye la capacidad de la voluntad para tender al bien. Cristo es camino, verdad y vida (cf. Jn Jn 14,6); Cristo guía a cada uno de los hombres, lo ilumina, lo vivifica. Sólo con la gracia de Cristo, con su luz y con su fuerza, el hombre puede situarse en el nivel sobrenatural que le compete como hijo de Dios; además, sólo con esta gracia le es posible realizar también todo el bien proporcionado a su misma naturaleza humana.

4. Queridísimos, en vuestro compromiso por la dignidad del hombre, por la defensa de la unidad interior que actúa en diversos frentes de la ciencia, la formación de las conciencias, por lo tanto, ocupa un lugar preeminente. A esta formación se opone la ignorancia religiosa y, especialmente, el pecado, que extiende en la conciencia del hombre una oscuridad que le impide discernir la luz que le ofrece Dios (cf. San Agustín, In Io. Ev., tr. I, 19). Pues bien, precisamente porque es manifiesta nuestra debilidad, Cristo Redentor ha venido a nosotros como Médico que sana. Acercaos a Él con una fe viva y con la frecuencia de los sacramentos, y experimentaréis en vosotros la fuerza y la luz de la sangre que por nosotros fue derramada en la cruz. Decidle confiadamente como el ciego del Evangelio: Domine, ut videam (Lc 18,41), "Señor, que vea", y descubrid el sentido profundo de lo que sois y de todo lo que hacéis.

Estas reflexiones nos llevan a los pies de una cátedra singular que, especialmente en estos días de la Semana Santa, Cristo nos invita a frecuentar para colmarnos de una sabiduría nueva: la cátedra de la cruz, cuyas lecciones ya os animé a escuchar el año pasado. Detengámonos ante el Hijo de Dios, que muere para librarnos de nuestros pecados y restituirnos la vida. Una luz de extraordinaria claridad pasa de la cruz de Cristo a la inteligencia de los hombres: se nos da la sabiduría de Dios y se nos manifiesta el sentido más alto de nuestra existencia, puesto que Aquel que pende de este árbol es "la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre" (Jn 1,9). Y nuestra voluntad recibe de la cruz nueva alegría y fuerza, que nos permiten caminar "viviendo según la verdad en la caridad" (Ep 4,15).

La cruz es el libro vivo, del que aprendemos definitivamente quiénes somos y cómo debemos actuar. Este libro siempre está abierto ante nosotros. Leed, reflexionad, saboread esta nueva sabiduría. Hacedla vuestra, y caminaréis también por los senderos de la ciencia, de la cultura, de la vida universitaria, difundiendo luz en un servicio de amor, digno de los hijos de Dios.

Y mirad también a María Santísima, de pie junto a la cruz de Jesús (cf. Jn Jn 19,25), donde nos es dada como Madre: Ella es nuestra esperanza, el trono de la verdadera Sabiduría.

152 Y que el Señor os acompañe cada día, sostenga vuestro testimonio y fecunde ampliamente vuestras fatigas.

Por mi parte, os concedo de corazón la bendición apostólica, propiciadora de copiosos favores celestiales, y os invito a hacerla extensiva a vuestros amigos y a cuantos amáis.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A SU MAJESTAD HASSÁN II, REY DE MARRUECOS

Miércoles 2 de abril de 1980



Señor:

Con viva satisfacción recibo la visita de Vuestra Majestad, primera visita de un Soberano del Reino de Marruecos al Jefe de la Iglesia católica.

Este acontecimiento se revela por sí solo pleno de significado y me complace subrayarlo públicamente dirigiéndoos, ante las personalidades aquí presentes, mis respetuosos y fervientes saludos.

Reináis en un país, cuyo pasado prestigioso nadie ignora. Entre los pueblos de África del Norte, el vuestro es heredero de tradiciones particularmente antiguas y venerables, de una civilización que ha influido y sigue influyendo en los campos de la cultura, del arte, de la ciencia. Es justo rendirle este homenaje y apreciar como conviene un encuentro con quien gobierna el país preparándolo para su futuro.

Tradiciones, también, de fe. Marruecos es un pueblo de creyentes. Vuestra Majestad quiere guiarlo en el respeto de Dios, a quien debemos someternos en todo y hacia quien queremos dirigir cada una de nuestras acciones. Esa responsabilidad, al haceros protector de las aspiraciones religiosas de vuestros súbditos, os lleva también a manifestar vuestra benevolencia hacia los que, entre ellos o entre vuestros huéspedes, no pertenecen al Islam. Yo me felicito personalmente por el espíritu de diálogo que os ha inducido a entablar relaciones con la Santa Sede, clara señal de vuestra estima por la Iglesia católica. La cual se esfuerza, en vuestro reino, por prestar una contribución leal a la construcción del progreso y de la paz. Por el estilo de sus instituciones, sobre todo por el testimonio que puede dar en el ambiente musulmán, la Iglesia quisiera asumir cada vez mejor su identidad de comunidad inserta en el contexto nacional. Tal es el profundo deseo de los arzobispos de Rabat y Tánger, que conozco bien y que trato de estimular.

Con el mismo espíritu de diálogo, Vuestra Majestad viene hoy a hablar conmigo de un asunto muy delicado, al que son sensibles muchos pueblos de la tierra. Vos sois aquí el portavoz de un gran número de países islámicos, que desean dar a conocer su pensamiento sobre el problema de Jerusalén. Inútil ocultar la atención con que os he escuchado la exposición de vuestros puntos de vista y las reflexiones sobre el mismo tema que ya me habíais anticipado en líneas generales, hace unos meses, en carta personal.

Considero muy útil este entrevista. Me parece que la Ciudad Santa representa un patrimonio verdaderamente sagrado para todos los fieles de las tres grandes religiones monoteístas y para el mundo entero, y en primer término para las poblaciones que viven en ese territorio. Convendría encontrar un nuevo impulso, un nuevo camino que, lejos de acentuar la división, permitieran traducir en hechos una fraternidad mucho más fundamental y llegar, con la ayuda de Dios, a una solución original quizá, pero próxima, definitiva, garantizadora y respetuosa de los derechos de todos.

¡Que podamos al fin realizar este proyecto! Por ello, yo me atrevo a esperar que los creyentes de las tres religiones sean capaces de elevar al mismo tiempo sus oraciones al único Dios, por el futuro de una tierra que tanto aman sus corazones.

153 Sobre la noble persona de Vuestra Majestad y sobre cada uno de cuantos os acompañan, sobre el entero pueblo de Marruecos aquí representado, invoco las bendiciones del Todopoderoso y la asistencia que prodiga a sus hijos que con piedad le invocan.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE


JUAN PABLO II


AL FINAL DEL VÍA CRUCIS


Viernes Santo, 4 de abril de 1980



1. Está ya casi terminando este Viernes Santo del año del Señor 1980. Terminamos este día, según la tradición instaurada desde algunos años, junto al Coliseo. Aquí, en este lugar, en el que en tiempos del antiguo Imperio Romano los cristianos murieron en cruz por la fe, ha sido levantada la cruz como testimonio de lo que pasó y de lo que perdura.

En este lugar tan elocuente, tras las huellas de los mártires, hemos seguido a Cristo que llevó su cruz por las calles de Jerusalén desde el pretorio de Pilato hasta el Gólgota.

Aquí la Iglesia romana termina este Viernes Santo.

2. La cruz es una señal visible del rechazo de Dios por parte del hombre.El Dios vivo ha venido en medio de su pueblo mediante Jesucristo, su Hijo Eterno, que se ha hecho hombre: hijo de María de Nazaret.

Pero "los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).

Han creído que debía morir como un seductor del pueblo. Ante el pretorio de Pilato han lanzado el grito injurioso: "Crucifícale, crucifícale" (Jn 19,6).

La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del Hijo de Dios por parte de su pueblo elegido; ,la señal del rechazo de Dios por parte del mundo. Pero a la vez la misma cruz se ha convertido en la señal de la aceptación de Dios, por parte del hombre, por parte de todo el Pueblo de Dios, por parte del mundo.

Quien acoge a Dios en Cristo, lo acoge mediante la cruz. Quien ha acogido a Dios en Cristo, lo expresa mediante esta señal: en efecto, se persigna con la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, para manifestar y profesar que en la cruz se encuentra de nuevo a sí mismo todo entero: alma y cuerpo, y que en esta señal abraza y estrecha a Cristo y su reino.

3. Cuando en el centro del pretorio romano Cristo se ha presentado a los ojos de la muchedumbre, Pilato lo ha mostrado diciendo: "Ahí tenéis al hombre" (Jn 19,5). Y la multitud responde: "Crucifícale".

154 La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del hombre en Cristo.De modo admirable caminan juntos el rechazo de Dios y el del hombre. Gritando "crucifícale", la multitud de Jerusalén ha pronunciado la sentencia de muerte contra toda esa verdad sobre el hombre que nos ha sido revelada por Cristo, Hijo de Dios.

Ha sido así rechazada la verdad sobre el origen del hombre y sobre la finalidad de su peregrinación sobre la tierra. Ha. sido rechazada la verdad acerca de su dignidad y su vocación más alta. Ha sido rechazada la verdad sobre el amor, que tanto ennoblece y une a los hombres, y sobre la misericordia, que levanta incluso de las mayores caídas.

Y he aquí que en este lugar, donde —según una tradición— a causa de Cristo los hombres eran ultrajados y condenados a muerte —en el Coliseo—, ha sido puesta la cruz, desde hace mucho tiempo, como signo de la dignidad del hombre, salvada por la cruz; como signo de la verdad sobre el origen divino y sobre el fin de su peregrinar; como signo del amor y de la misericordía que levanta de la caída y que, cada vez, en un cierto sentido, renueva el mundo.

4. He aquí la cruz: He aquí el leño de la cruz ("ecce lignum crucis"). Es ella el signo del rechazo de Dios y el signo de su aceptación. Es ella el signo del vilipendio del hombre y el signo de su elevación. El signo de la victoria.

Cristo , dijo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra (sobre la cruz), atraeré todos a mí" (
Jn 12,32).

5. Nos hemos reunido, al anochecer del Viernes Santo, en estas ruinas del Coliseo romano, que ha sido teatro del rechazo de Dios y del vilipendio del hombre mediante la cruz. Y he aquí que ella se ha convertido en el símbolo de la aceptación de Dios en Cristo crucificado y de la más grande dignidad del hombre.

Hemos venido aquí nosotros, los hijos de este siglo que se ha convertido de nuevo en teatro de tal rechazo de Dios por parte del hombre, como tal vez raramente ha acaecido en la historia. Se ha convertido en teatro de la ofensa y de la opresión del hombre de muy diversos modos.

Hemos venido aquí y nuestros pensamientos se detienen junto a la cruz, cuyo misterio permanece y cuya realidad se repite en circunstancias siempre nuevas en medio de los signos de los tiempos, siempre nuevos: •

Este rechazo de. Dios por parte del hombre, por parte de los sistemas, que despojan al hombre de la dignidad que posee por Dios en Cristo, del amor que solamente el Espíritu de Dios puede difundir en los corazones, este rechazo —repito—, ¿quedará equilibrado por la aceptación, íntima y ferviente, de Dios que nos ha hablado en la cruz de Cristo?

¿Quedará equilibrado este rechazo por la aceptación del hombre de esta su dignidad y de este amor, cuyo comienzo está en la cruz?

He aquí el interrogante principal que brota del corazón del hombre que, el día de Viernes Santo, se ha recogido junto a la cruz en el Coliseo y sigue las huellas del Vía Crucis de Cristo.

155 6. Pero el Vía Crucis de Cristo y su cruz no son solamente un interrogante: son una aspiración, una aspiración perseverante e inflexible y un gritó: un inmenso grito de los corazones.

Gritemos pues y oremos con Cristo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (
Lc 23,34).

"Dios mío, Dios mío, ¿por que me has desamparado? (Mt 27,46).

"Padre, en tus manos entrego mi espíritu" (Lc 23,46).

Gritemos y oremos, como haciendo eco a las palabras de Cristo: Padre, acoge a todos en la cruz de Cristo; acoge a la Iglesia y a la humanidad, a la Iglesia y al mundo.

Acoge a aquellos que aceptan la cruz; a aquellos que no la entienden y a aquellos que la evitan; a aquellos que no la aceptan y a aquellos que la combaten con la intención de borrar y desenraizar este signo de la tierra de los vivientes.

Padre, ¡acógenos a todos en la cruz de tu Hijo!

Acoge a cada uno de nosotros en la cruz de Cristo.

Sin fijar la mirada en todo lo que pasa dentro del corazón del hombre; sin mirar a los frutos de sus obras y de los acontecimientos del mundo contemporáneo: ¡Acepta al hombre!

La cruz de tu Hijo permanezca como signo de la aceptación del hijo pródigo por parte del Padre. ,

Permanezca como signo de la Alianza, de la Alianza nuevas y eterna.






A OFICIALES Y AGENTES DE LA POLICÍA DE TRÁFICO ITALIANA


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Sábado Santo 5 de abril de 1980



Queridísimos:

1. En este día del "Sábado Santo" , envuelto de místico silencio y de gozosa espera, en la vigilia de la gran solemnidad de la Pascua, habéis deseado venir aquí, a la Casa del Padre común, para presentarme vuestra felicitación.

Os doy las gracias cordialmente, uno por uno, queridos agentes de la "Polizia stradale", que tantas veces me habéis dado escolta con ocasión de mis visitas pastorales. Y extiendo gustosamente mi saludo afectuoso a todos vuestros familiares.

Estoy contento de tener oportunidad de manifestaros mi sentido agradecimiento por el servicio que con frecuencia me habéis prestado en mis salidas de la Ciudad del Vaticano. Quiero manifestaros cuánto aprecio este trabajo vuestro, a veces incluso gravoso, pero que vosotros desarrolláis con diligente solicitud y con encomiable competencia.

Sabed que el Papa os estima, os acompaña en vuestras aspiraciones y en vuestros afectos familiares, y reza por vosotros.

Que este trabajo vuestro os sirva de estímulo también para un sincero compromiso de vida honesta y genuinamente cristiana.

2. A vosotros y a vuestras familias os presento mis felicitaciones más cordiales de una santa Pascua. Pascua, vosotros lo sabéis bien, para el cristiano significa gozo y alegría; alegría que nace de la certeza de que Cristo ha muerto en la cruz para la salvación de los hombres y ha resucitado realmente para confirmar la divinidad de su Persona y de su misión.

Que el Señor os conceda poder gustar siempre profundamente la alegría pascual, incluso en las dificultades de la vida y en las vicisitudes a veces dolorosas de la historia. Que el Señor os ilumine para que también vosotros seáis testigos de la resurrección de Cristo con vuestra fe convencida, con vuestra honradez, con vuestra fidelidad al deber y a la familia. Con el sentido de la oración y con la bondad.

"Cristo ha resucitado, aleluya", así canta la liturgia estos días en la solemnidad conmovedora de sus ritos.

Y puesto que Cristo ha resucitado, cada uno de los hombres y su trabajo, si se une a El y se inserta en El, está verdaderamente redimido y santificado: Cristo será nuestra Pascua eterna.

157 Deseo que paséis estos días animados por estos sentimientos, mientras, con particular benevolencia, os imparto a vosotros y a todos vuestros seres queridos, mi bendición apostólica.






A UNA PEREGRINACIÓN DE UNIVERSITARIOS FRANCESES


Sábado Santo 5 de abril de 1980



.Me siento muy contento de tener este encuentro con vosotros, estudiantes universitarios franceses, relacionados con el Sagrado Corazón de Montmartre. Habéis venido a Roma a finalizar el triduo pascual. Conozco la seriedad de vuestra vinculación a la Iglesia, no solamente en el estudio, sino también en la oración personal de adoración, en la liturgia bien celebrada, en la participación y el testimonio.

A todos vosotros os ofrezco mis mejores deseos de Pascua. Cristo os pregunta a vosotros, como a los Apóstoles reunidos alrededor de Pedro: "Para vosotros, ¿quién soy yo?". Cada uno de vosotros debe responder en su alma y en su conciencia. A decir verdad, abandonados a vuestras propias fuerzas, a vuestra sola razón, influenciados quizás por el clima de incertidumbre, de duda que reina a vuestro alrededor, seríais incapaces de ello. Pero la Iglesia misma, con las actitudes del Apóstol Pedro proclamó por vosotros la única fe auténtica: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Esta fe se os ha infundido a vosotros en estado germinal, de capacidad, de virtud, por medio del bautismo. Vosotros la habéis hecho vuestra poco a poco, a lo largo de vuestra infancia y de vuestra adolescencia, tal vez con altibajos. Desde dentro, el Espíritu Santo ha esclarecido y fortificado vuestra fe, derramando en vuestros corazones el amor de Dios. Quiero repetiros con el primero de los Apóstoles, el primero de los Obispos de Roma: este Jesús "a quien amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, logrando la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (1P 1,8-9).

Que vuestra vinculación a Cristo y a su Iglesia no desfallezca nunca. Acogedle con confianza, con serenidad, con alegría, pues sabemos en quién hemos puesto nuestra fe. Esta noche vamos a celebrar su resurrección. Cristo resucitado está allí para "sosteneros", como le dijo a San Pablo —y lo ha hecho ya—, para libraros de vuestros pecados, de aquello que os impediría vivir en la fe religiosa, en paz con los demás, en la verdad, en la pureza, en el perdón, en la caridad; para infundir en vosotros su vida divina y su poder de renovación. Ninguna barrera puede impedirle llevar a cabo su salvación cuando cada uno se abre a ésta libremente. Tened confianza, incluso aunque tengáis la impresión de estar todavía lejos de ella,

Este amor de Dios que os sostiene es un don gratuito. Recibidle en acción de gracias. E id por los caminos del mundo, a vuestras familias, a vuestras ciudades, a vuestras escuelas, en medio de otros jóvenes, para ser testigos de este don, para ser de algún modo el sacramento de su amor junto a cada uno de vuestros hermanos invitándoles a acoger al Salvador en su propia vida, ¡Este es el secreto de la felicidad! Y es una posibilidad de renovación para nuestro mundo envejecido en sus dudas, en su encerramiento y en sus odios. Es su salvación.

¡Felices Pascuas! Con la bendición apostólica que os imparto de todo corazón en nombre del Señor.






A UNA PEREGRINACIÓN DE LAS DIÓCESIS DE AQUINO,


SORA Y PONTECORVO, Y GROSSETO


Sábado 12 de abril de 1980



Hermanos e hijos queridísimos de la diócesis de Aquino,
Sora y Pontecorvo, y de la de Grosseto:

¡Este es verdaderamente día de gran gozo para mí y para vosotros!

158 1. Y, ¿cómo no alegrarse viéndoos llegar a Roma tan numerosos y fervorosos con vuestros obispos respectivos, por motivos de fe esencialmente, es decir, para encontraros con el Papa, con el Vicario de Cristo, para orar con él y por él, para escuchar su palabra y sacar de ella confirmación y aliento en la propia vida cristiana?

Por ello os presento a todos con afecto profundo mi bienvenida y agradecimiento.

2. Saludo en primer lugar a los queridísimos fieles de la diócesis de Aquino, Sora y Pontecorvo aquí presentes con el obispo, mons. Carlo Minchiatti; los alcaldes con los estandartes de los ayuntamientos, condecorados con la "Medalla de Oro" por Pablo VI en enero de 1974; el clero, el seminario, los religiosos y religiosas, las distintas asociaciones eclesiales y la nutrida representación de profesores y estudiantes. Vuestra presencia tan imponente y afectuosa me conforta y alegra; os doy las gracias de corazón y abrazó a todos en el Señor, sin olvidar a cuantos no han podido participar personalmente en este acontecimiento jubiloso. Habéis querido venir al Papa para conmemorar digna y solemnemente el centenario de la proclamación de Santo Tomás de Aquino "patrono de las escuelas católicas"; para celebrar, también con otras iniciativas, los diez años de actividad de vuestro obispo y, además, con objeto de recibir una bendición especial para la construcción ya en curso del nuevo santuario de la Virgen del "Carmelo" y para los trabajos preparatorios del próximo Sínodo interdiocesano.

Vuestra presencia también quiere recordar gentilmente la visita que yo hice a vuestra tierra en 1974, cuando tomé parte en el Congreso tomístico internacional.

¡Cuántos programas bonitos e interesantes! No puedo menos de daros la enhorabuena. Continuad trabajando y aplicándoos con amor y fervor a las actividades diocesanas y parroquiales. Continuad estando unidos y activos con fidelidad a Cristo, a la Iglesia, al obispo; continuad manteniendo alta y límpida la fe a la luz inextinguible de Santo Tomás, vuestro conciudadano ilustre e inmortal, siguiendo las huellas de un adalid tan grande de la fe, de uno que fue —como os dijo un día Pablo VI, de venerada memoria, en feliz síntesis que no se debe olvidar— "un sabio como muy pocos, un gran estudioso de los misterios de Dios y de su obra creadora y redentora, un enamorado de Cristo y de la Virgen, un alma serena, casta, humilde, obediente, rica en todas las virtudes humanas y cristianas del perfecto religioso" (A peregrinos de Aquino, Sora y Pontecorvo, el 2 de enero de 1974; L'Osservatore Romano, Edición en. Lengua Española, 6 de enero de 1974, pág. 4).

La formidable capacidad intelectual analítica y sintética de Santo Tomás, su conocimiento insuperable de la Sagrada Escritura y su santidad inconfundible, deben ser guía y aliento en particular para vosotros. Que vuestra diócesis sea siempre modelo de fervor eucarístico y mariano y consuelo de vuestro obispo, del Papa y de la Iglesia entera. Os ayude en estos propósitos también mi aliento unido a mi oración constante.

3. Y ahora mi saludo se dirige a los fieles igualmente amados de la diócesis de Grosseto que han querido venir también ellos presididos por el obispo, mons. Adelmo Tacconi, en peregrinación a Roma Para ver y escuchar al Papa.

Ya sabéis que aquí en Roma tenéis un padre, un hermano y un amigo que os ama, piensa en vosotros, os sigue con la oración y con la solicitud de su misión universal... Y ¡habéis venido a visitarle! Gracias por vuestra amabilidad y delicadeza, a las que me propongo corresponder con mi recuerdo afectuoso en, la oración.

Pienso en este momento en los distintos niveles de personas de vuestra diócesis; en los párrocos y sacerdotes, en el seminario y la Acción Católica, en los religiosos y en todos los grupos y Movimientos eclesiales tan numerosos y activos, en los Voluntarios del sufrimiento, en los responsables de la vida pública, en los trabajadores, en los padres y madres de familia, en los jóvenes y niños... Y no puede olvidar a don Zeno Saltini, tan conocido por sus múltiples experiencias y su comunidad de Nomadelfia; y no quiero olvidar tampoco a la "Coral Puccini", célebre en Italia y en el extranjero.

Contemplo en este momento vuestra tierra de la Marisma, recordada por poetas ilustres y descrita por autores célebres; la zona costera transformada en jardín de productividad, famosa por el atractivo de su mar; la zona agrícola sembrada de fincas lindas y acogedoras en el verde fascinante del campo; la zona de colina con importantes minas y centros de extracción y elaboración de distintos metales... Vuestra diócesis es todo un fermento de trabajo y afanes, es todo un intercambio de experiencias e ideales. A vosotros también, fieles de Grosseto, digo con todo el amor que nace de la fe y la responsabilidad mantened firme y valiente vuestra fe cristiana. En el remolino atormentado de la sociedad moderna, tan espléndida pero tan inquieta a la vez, tan inteligente y tan frágil a un tiempo, no rindáis las armas de vuestros principios de fe. Es esta sociedad precisamente la que debemos amar, curar y salvar. Como el buen samaritano que se inclina hacia sus hermanos con misericordia y confianza y les ayuda en el nombre de Dios.

De modo particular os exhorto a ahondar cada vez más en el conocimiento de la fe cristiana y a haceros apóstoles de la participación en la Santa Misa y en los sacramentos.

159 4. En recuerdo de este encuentro fraterno nuestro, peregrinos y visitantes tan amados, quisiera dejaros una exhortación final sugerida por el tiempo pascual que estamos viviendo en la liturgia, de modo que vuestra peregrinación a "la Sede de Pedro" no se reduzca luego a un dulce recuerdo, sino que os aguijonee a un compromiso cristiano cada vez más intenso.

Vivid vuestra vida con sentido de la Pascua. Pues justamente por este sentido pascual de la vida y la historia debe distinguirse el cristiano. ¿Y qué quiere decir?

Quiere decir estar convencido de que la resurrección de Jesús es el acontecimiento decisivo y determinante de toda la historia, humana y, por tanto, de nuestra existencia, pues le da garantía de significado trascendente y eterno. A veces es difícil ver la luz por encima de las tinieblas. Pues precisamente el cristiano es el hombre que espera confiado durante la noche, la sonrisa del alba; es el hombre que descubre más allá de las tinieblas y angustia del Viernes Santo, el gozo y la gloria del Domingo de Pascua. Cristo ha resucitado y por ello su palabra es divina. ¡Dios nos ama, el hombre está salvado, ha quedado redimida la historia! A vuestra vida y vuestro ambiente, a la familia y al trabajo; a los momentos de serenidad y a los lugares de sufrimiento, llevad este sentido pascual de salvación y esperanza verdadera; esto espera y desea del cristiano el mundo moderno.

Hermanos e hijos queridísimos: Os confío a la Virgen Santísima. Ella os ama, os protege, os ilumina, os espera. Que Ella esté presente siempre en vuestras oraciones y decisiones. Que mantenga viva en vosotros la inteligencia de la fe y, según he dicho ya, el sentido pascual que es fuente de alegría interior y fervor.

Os acompañe también la seguridad de mi recuerdo afectuoso en la oración, junto con la bendición apostólica que os imparto con gran: amor a vosotros y a todos vuestros seres queridos.





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