Discursos 1980 171

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE LA ACCIÓN CATÓLICA FEMENINA


DE LUXEMBURGO


Lunes 14 de abril de 1980



172 Queridas jóvenes de la Acción Católica Femenina de Luxemburgo:

El Papa siempre se siente feliz de abrir su casa y su corazón a todos, pero especialmente a los jóvenes a los que quisiera ayudar él también a tomar en la mano su vida y su porvenir.

¡Gracias por haber venido a visitarme! Y mis deseos mejores para vuestra estancia en Roma que se ha centrado en gran parte en la profundización de un tema que sin duda os apasiona: "Soñar con un mundo nuevo". ¿Acaso no anidan en el corazón de los jóvenes el ensueño y la atracción de lo nuevo?

Soñad, pues, ahora y siempre con realizar plenamente vuestra vida y la de los demás. Una vida siempre en pos de la verdad, la libertad bien entendida y el don continuo a los otros por encima de todo. Tal concepto de la existencia, vinculada a Cristo que vino a dar vida en abundancia, no puede menos de situaros en el camino de la auténtica realización de vuestras personas y de un estupendo servicio a la humanidad.

¡Y soñáis con un mundo nuevo! Tenéis razón. Esta obsesión por un mundo cada vez más libre de lo que grava los espíritus y los corazones, y de lo que compromete o degrada la vida interna de las naciones o de las relaciones entre ellas, contribuye sin duda alguna a refrescar el dinamismo de una sociedad inclinada, por desgracia, a instalarse, más que a subir a las cumbres. ¡Pero soñad con realismo! Pues sólo la fidelidad al presente os librará de miedos y desilusiones en el futuro. Y esta fidelidad exigente se encarna necesariamente en la búsqueda diaria de un sólida formación humana y, para vosotras jóvenes cristianas, en pertenecer a Jesucristo cada vez con mayor convicción.

Tal fidelidad suscitará movimientos y afanes maravillosos y también dificultades en la relación con los demás, en la orientación escolar, en la inserción profesional, o por el ambiente de permisividad o escepticismo, en medio de tentaciones de toda clase. Pero no dudéis jamás de vuestras posibilidades ni de la fuerza de Jesucristo que acompaña misteriosa y realmente vuestra fidelidad.

Queridas jóvenes: El período litúrgico del tiempo pascual comporta precisamente —para vosotras como para todos los bautizados conscientes de su bautismo— una gracia particular y muy valiosa. La gracia de acrecentar vuestra certeza de que Cristo muerto y resucitado y acogido en la fe, os capacita ahora y donde estáis a vencer los obstáculos que se oponen al advenimiento de un mundo nuevo en vosotras y a vuestro alrededor.

Os bendigo de todo corazón, y también a vuestra querida tierra de Luxemburgo.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS JÓVENES DE LA ARCHIDIÓCESIS DE ROUEN


Lunes 14 de abril de 1980



Queridos amigos:

Me siento feliz de encontrarme con vosotros, pues me gusta reunirme con jóvenes cristianos, siempre que me lo permite el horario, para ser testigo de su vitalidad humana y religiosa, y alentar su fe. Jesús dijo a Pedro: “Confirma a tus hermanos”. Es lo que estoy haciendo esta mañana junto con vuestro arzobispo y consiliarios, y con las religiosas y laicos que os atienden y a quienes felicito. La evangelización de los jóvenes es siempre una parte importante de nuestro ministerio.

173 Os dejo dos consignas sencillas. Por una parte, enraizaos en la fe, en la fe de la Iglesia. En vuestro caso se trata de acoger el mensaje de Cristo —que no se inventa— y de injertar vuestra vida en la suya, de entrar en relación personal en El con el Padre y con los hermanos, de reproducir su manera de amar. Esto no lo aprendemos del mundo, al menos no del mundo que duda o no cree o se deja guiar por impresiones o por el placer inmediato. Se necesitan momentos de reflexión y oración entre cristianos, en la capellanía, en el colegio y en la parroquia, en torno a la Palabra de Dios y los sacramentos; hay que volver a encontrar el gran vigor que nos viene de Jesús por los Apóstoles Pedro y Pablo, por santos como Francisco y Clara. Esto es lo que hay que continuar. Así afianzaréis vuestra identidad de cristianos, que de otro se tambalearía y empobrecería.

De otra parte, por este mismo hecho os transformaréis en testigos de Cristo. Pues el mundo necesita conocer por vuestro medio la Buena Noticia; por el testimonio de vuestra fe en Jesucristo y vuestra adhesión a la Iglesia —la Iglesia ¡una Madre a quien se ama!—; por la pureza y el gozo de vuestra vida, plenamente dispuesta a acoger a los hermanos, a quienes de verdad sabéis consagrar atención, tiempo y ayuda. Es esta la señal para reconocer a los discípulos.

Pienso que así os preparáis a un apostolado adulto y, si es posible, vivido en equipo. Y espero también que algunos seducidos por Cristo y al ver las inmensas necesidades espirituales de sus hermanos, no vacilarán en consagrarse totalmente a la misión de Cristo. Sí, Cristo os llama a seguirle, hoy como ayer. Me hago eco de su llamada.

Que Cristo sea vuestra alegría fuerza. Os bendigo de todo con vuestros educadores en la fe.






A UN GRUPO DE PROFESORES DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA


DE LUBLÍN (POLONIA


Jueves 17 de abril de 1980



Señoras, señores:

Es una gran alegría para mí recibiros y saludaros esta mañana. ¿Acaso es necesario hacer notar que si soy feliz siempre que tengo ocasión de encontrarme con universitarios, hoy lo soy doblemente pues se trata de historiadores que han dedicado sus esfuerzos al estudio de la "Historia del cristianismo en Polonia" y tienen la delicadeza de venir a presentarme esta hermosa obra? Estad seguros de mi gratitud profunda a cuantos habéis colaborado a su realización, tanto autores como editores. Yo espero que, pues se da a conocer el papel tan importante que ha desempeñado el catolicismo en la historia de mi país, vuestros esfuerzos contribuirán también a hacer comprender mejor al lector de buena voluntad, cómo la naturaleza misma del cristianismo hace que deba ocupar un puesto en toda sociedad humana interesada por el hombre en toda su integridad.

Pues si la historia es siempre y en todas partes magistra vitae, cuando se trata de conocer nuestra época la historia de la Iglesia añade a esta comprensión —bien lo sabéis— la dimensión particular que resulta de la realidad misma del cristianismo. Claro está que se puede contemplar esta historia de modo meramente exterior, sociológico, y ya es considerable el enriquecimiento humano que de ello se deriva. Pero lo es mucho más cuando, aceptando plenamente la realidad de la Iglesia en que vive interiormente, el historiador cristiano es capaz de penetrar en la significación última, es decir, la referente a la Encarnación de Cristo, la cual da al hombre en su totalidad, a su vida y, por tanto, a su historia, las perspectivas espirituales que le capacitan para realizarse plenamente. Aun a pesar de sus vicisitudes, la historia del cristianismo no es otra cosa sino la historia de la actualización de la salvación que se nos ha otorgado en el tiempo pascual que estamos celebrando.

Os doy las gracias de todo corazón por cuanto habéis hecho con vuestra ciencia y probidad histórica para llevar a cumplimiento esta obra. Gracias por los muchos esfuerzos y el trabajo que os ha costado.

Que sea el Señor, como dice la Escritura, quien os recompense lo que habéis hecho por dar a conocer mejor la Iglesia y tratar de que se la comprenda y ame, a través de la historia de este país que es el mío. Al presentaros mis mejores deseos para vuestro trabajo, gustosamente imploro la bendición de Cristo resucitado sobre vuestras personas y vuestras familias.






A LOS OBISPOS DE NICARAGUA


17 de abril de 1980



174 Queridos Hermanos en el Episcopado,

Con especial alegría comparto con vosotros estos momentos de intensa vivencia eclesial, en el marco de la visita que hoy me hacéis, Venerables Hermanos, Pastores de la Iglesia de Dios que en Nicaragua camina hacia la meta del Padre.

Si en mi solicitud por todas les Iglesias mi pensamiento ha volado tantas veces hacia la porción eclesial que vosotros representáis, quiero confiaros que mi recuerdo ha sido particularmente frecuente y vivo en los últimos tiempos.

Doy por ello gracias el Señor por esta oportunidad de fecundo intercambio personal que nos procura y que cancela por un momento les distancias geográficas, que sin embargo nunca han impedido una constante comunión en el afecto y en la plegaria. En efecto, “mi testigo es Dios, ... que sin cesar hago memoria de vosotros, suplicándole siempre en mis oraciones”. Este asiduo recuerdo, hecho también plegaria, es la expresión de mi permanente cercanía a vosotros, de mi participación ininterrumpida en vuestros desvelos y preocupaciones, de mi proximidad a les ansias y esperanzas de vuestra porción eclesial y de cada uno de sus miembros.

Son sentimientos que han encontrado en mi ánimo resonancias durables, que compendian latidos de la profunda benevolencia a la que vuestro Pueblo se ha hecho acreedor, con su quehacer cotidiano y con su dignidad en momentos singulares. No puedo menos de mencionar aquí, después del trágico terremoto que sembró tanta desolación y ruinas, les tensiones civiles que ha atravesado Nicaragua y que han costado no pocas lágrimas y dolor, el esfuerzo presente por procurar a cada miembro de ese mismo Pueblo una situación mejor de cara al futuro.

La Iglesia Católica, que tiene sus raíces en la realidad misma del Pueblo nicaragüense, no puede menos de participar en sus vicisitudes; por ello, como indiqué recientemente a la Delegación de la Junta de Gobierno de Nicaragua, la misma Iglesia desea estar cercena a ese Pueblo, especialmente a sus sectores más necesitados.

Somos bien conscientes, como responsables y guías de la Iglesia, de que ésta tiene hoy una grave misión propia que cumplir para proyectar la luz de la fe sobre les conciencias, a fin de que se orienten por los senderos que reclaman la ley de Dios y el respeto de los derechos y dignidad de les personal, voz asimismo divina impresa en los seres humanos.

Guiada por esta visión del hombre a la luz del plan divino, la Iglesia ve con favor y no duda en promover cuanto eleva el nivel moral y humano de los Pueblos en general y de les personal en particular. Ella, pensando concretamente en Nicaragua, quiere hoy confirmar esa voluntad de colaboración y servicio, en la que asocia de buen grado a les organizaciones católicas y a cada individuo que siente el llamado del ser humano y del Hilo de Dios.

Por ello, los católicos nicaragüenses quieren estar presentes en esa tarea, en una línea de fidelidad completa a su propia vocación cristiana, con una visión responsable de los valores humanos y espirituales que han de estar a la base de la vida personal, de la convivencia familiar, de la organización de la sociedad entera. Es una colaboración que la Iglesia desea continuar prestando sobre todo en campo educativo, sanitario, de medios de comunicación social, de asociacionismo cristiano, para contribuir al progreso civil y moral de la Nación. Es clero, por lo demás, que la Iglesia lo considera un deber, al que corresponde el derecho de poder mantener sus propias instituciones para el normal cumplimiento de su misión específica.

Tal actitud de servicio por parte de la Iglesia está de acuerdo con la tradición secular cristiana del Pueblo de Nicaragua, que en su empeño por una creciente elevación humana, por una mayor justicia social, por un futuro digno - ante todo para los más necesitados - confirma su deseo de fidelidad a sus esencias humanitarias y cristianas. Sé bien que en esa perspectiva estáis muy cercanos a vuestros fieles, vosotros, Pastores de la Iglesia de Dios en Nicaragua. Y con vosotros está también el Papa, está la Iglesia, que amen de veras a vuestro Pueblo.

El empeño en favor de ese Pueblo, que la Iglesia presta con espíritu de Madre, desea ofrecerlo en actitud de profundo respeto a les instituciones y convicciones de cada ciudadano. Cree, sin embargo, que una ideología atea no puede ser el instrumento orientador del esfuerzo de promoción de la justicia social, porque priva al hombre de su libertad, de la inspiración espiritual y de la fuerza del amor al hermano, que tiene su fundamento más sólido y operante en el amor a Dios.

175 Querría ahora llamar vuestra atención especialmente sobre la importancia de una sistemática y sólida obra de catequesis, de una extensa labor de instrucción religiosa, que se valga de todos los recursos disponibles, para que los estupendos valores espirituales de vuestro Pueblo sean vividos con profundidad y pujanza cada vez mayores. Junto con esto, os recomiendo con especial insistencia el cuidado esmerado del Seminario Nacional, a fin de que los futuros sacerdotes reciban un sólida preparación humana, cultural y espiritual, que les capacite adecuadamente a les delicadas tareas que deberán asumir ante la Iglesia y sus fieles.

Permitidme, queridos Hermanos, que os manifieste mi profunda confianza en vuestra comunidad eclesial. Contáis con un Pueblo noble, amante del bien, de la solidaridad, de la paz, de la justicia, del impulso humanitario y que cultiva con amor los valores religiosos de su existencia. Llevadle, pues, mi palabra de recuerdo y afecto, decidle que el Papa confía en él y lo alienta a ser fiel a los valores profundos de la fe cristiana que profesa. Es mi mensaje de esperanza y de ánimo que dirijo en primer lugar a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas y a los laicos comprometidos en el apostolado.

Es necesario que para obtener la debida eficacia en el servicio eclesial, se mantenga siempre bien firme la unidad entre los Obispos y los sacerdotes, sean diocesanos o religiosos. Esa unidad, que debe ser de inspiración y de acción pastoral, no puede menos de fundarse en la conciencia de que estamos llamados a servir la causa del Evangelio, que es a la vez la causa del hombre en cuanto vive en la verdad, la justicia y el amor.

Volved, pues, amados Hermanos, a vuestro puesto de trabajo, a vuestra tarea propia de Pastores y guías de la Iglesia, con una renovada conciencia de vuestra importante e imprescindible misión. Sed maestros perseverantes y clarividentes de la verdad sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre el hombre en el momento actual. El Papa y la Iglesia entera os están cercanos. Os necesita vuestro Pueblo, ese querido Pueblo, que reza a Dios como Padre común y que invoca con fervor a la Virgen Santísima Inmaculada.

A su protección confío vuestro cometido eclesial y el de cada gel de Nicaragua, al que doy con gran afecto mi cordial Bendición.






A LOS PARTICIPANTES EN UNA REUNIÓN DE LOS MOVIMIENTOS


QUE SE OCUPAN DE LA ESPIRITUALIDAD DE LOS SEGLARES


Viernes 18 de abril de 1980



Es una alegría para mí dirigirme a vosotros, representantes de varios Movimientos internacionales reunidos en Rocca di Papa para reflexionar sobre la vida espiritual de los laicos que tenéis misión de impulsar.

Saludo cordialmente al Sr. cardenal Opilio Rossi, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, que ha sido el inspirador de esta iniciativa; y a todos vosotros, amigos queridos, a quienes tengo el gusto de recibir esta mañana.

Vuestra reunión reviste importancia particular para la Iglesia, pues la "renovación espiritual" de que vosotros sois signo fecundo entre tantas otras experiencias eclesiales, es el fundamento y la fuerza viva de la comunión de la Iglesia y de su obra de evangelización.

A través de las distintas espiritualidades que os animan y que constituyen un rico patrimonio espiritual para la Iglesia y la humanidad, todos tratáis de vivir una vida auténticamente cristiana y, por tanto, evangélica, estando como laicos y como cristianos "en el mundo" (Jn 17,11) sin ser "del mundo" (Jn 17,14).

Para vosotros laicos, esta vida apostólica exige apertura efectiva a vuestros ambientes, a fin de impregnarlos del "fermento" evangélico. Comporta el asumir actividades y responsabilidades múltiples en todos los sectores de la existencia humana, sea familiar, profesional, social, cultural o político. Y precisamente asumiendo estas responsabilidades con competencia y profunda unión con Dios, responderéis a vuestra vocación de laicos y de cristianos, os santificaréis y santificaréis el mundo.

176 Permanecer unidos a Dios en el cumplimiento de las tareas que os incumben, es necesidad vital para dar testimonio de su amor. Y esta intimidad con el Señor, sólo una vida de sacramentos y oración podrán acrecentarla.

Reservar tiempo para la oración y alimentar la oración y la acción con el estudio bíblico, teológico y doctrinal; y vivir de Cristo y de su gracia por la frecuencia asidua de los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía; tales son las exigencias fundamentales de toda vida profundamente cristiana. De este modo será el Espíritu Santo la fuente de vuestra acción y contemplación al mismo tiempo, que así se "interpenetrarán", se sostendrán la una a la otra y darán mucho fruto.

Esta unión honda entre oración y acción está en la base de toda renovación espiritual, sobre todo tratándose de laicos. Está en la base de las grandes empresas de evangelización y construcción del mundo según el plan de Dios. Esta unión debe según la vida de vuestros Movimientos y sus medios de formación, con vistas a la evangelización.

Y debe vivirse también en la Iglesia, pues no concierne sólo, a individuos o Movimientos aislados, cuya autarquía espiritual y doctrinal puede llevar únicamente al sectarismo doctrinal y a la frustración. Por el contrario, esta unión es expresión de la unión de Cristo y de la Iglesia.

Por esto no hay que perder de vista que cada uno de vuestros Movimientos es una célula viva de la Iglesia y que, para cumplir su misión, todos los miembros tienen necesidad de estar unidos al Cuerpo de Cristo y se necesitan unos a otros (cf.
1Co 12,12-27). Vuestras motivaciones y objetivos son distintos, pero complementarios a un tiempo. Ningún Movimiento puede excluir a los otros ni bastarse a sí mismo ni representar el único camino de renovación, sin correr el riesgo de perder la savia, secarse y fracasar en su misión.

Al terminar esta reunión, os animo pues a vivir está comunión eclesial entre vosotros para poder trabajar después en la misión común guiados por vuestros Pastores, con todos cuantos viven otras experiencias eclesiales. La Iglesia tiene necesidad de vosotros para conseguir que el mundo vuelva a descubrir la prioridad de los valores espirituales; para responder a los interrogantes más profundos del alma humana que no pueden ignorarse; para abrir perspectivas nuevas llenas de esperanza en los campos sociales e ideológicos, sumidos en la crisis del secularismo; para derrocar los varios ídolos del poder, la riqueza y el placer; para volver a encontrar la sabiduría humana y religiosa de los pueblos, y purificarla y vigorizarla por la revelación de la Buena Noticia de la salvación; para restaurar la suprema dignidad del hombre y de todos los hombres por el reconocimiento de la Paternidad divina, fundamento de nuestro origen común y de la fraternidad verdadera que excluye radicalmente toda forma de esclavitud y opresión, y también con el reconocimiento del señorío del hombre sobre la creación con vistas a un mundo más humano.

Tengamos la certeza de que la creación "ansía la manifestación de los hijos de Dios... y gime y siente dolores de parto (Rm 8,19 Rm 8,22), y aspira asimismo "a un cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21,1) que Dios nos dará al establecer su morada definitiva.

Y pidiendo al Espíritu Santo en unión con Cristo resucitado y con la Virgen de Pentecostés, que os guíe en vuestra búsqueda de formas nuevas de vida espiritual adaptadas a los laicos de hoy, dentro del respeto a las distintas espiritualidades, de todo corazón os doy mi bendición apostólica a vosotros, a todos los miembros de vuestros Movimientos y a los sacerdotes que os acompañan.






A LOS PEREGRINOS DE LAS DIÓCESIS ITALIANAS DE RÍMINI,


SAN MARINO-MONTEFELTRO, CESENA Y SARSINA


Sábado 19 de abril de 1980





Hermanos e hijos queridísimos
de las diócesis de Rímini, San Marino-Montefeltro,
177 Cesena y Sarsina:

1. Bienvenidos a la casa del Papa vosotros que traéis el entusiasmo, vigor y tenacidad de la gente de Romaña, la antigua Romandiola recorrida por legiones de peregrinos y romeros piadosos, la cual, por ser el último destello del Imperio de Oriente en el suelo itálico, ha mantenido relaciones estrechas con esta Sede Apostólica en el pasado. En efecto Romaña, región de alma ardiente y corazón generoso, mantuvo siempre a lo largo de los siglos vínculos especiales con el Romano Pontífice; vínculos que han sido ciertamente reforzados y transfigurados por los de la fe que vosotros habéis querido poner de relieve hoy en esta audiencia tan importante.

Después de haber escuchado con grandísima complacencia las palabras nobles y afectuosas de vuestros amados obispos que han querido presentarme la pleitesía de vuestros sentimientos, dirijo a cada uno de vosotros mi saludo paterno, mi bienvenida jubilosa, mi agradecimiento ferviente por esta visita tan deseada, que auguro junto con vosotros y vuestros Pastores, sea de gran provecho espiritual con vistas a un testimonio cristiano cada vez más auténtico, cada vez más creíble, siempre más jubiloso y pascual.

2. Ante todo dirijo mi saludo cordial a los queridísimos fieles de las diócesis de Rímini y San Marino-Montefeltro, presididos por el obispo, mons. Giovanni Locatelli, que con gran celo ha querido preparar las conciencias a descubrir y captar el significado verdadero de esta peregrinación, para que resulte un tiempo fuerte de evangelización y catequesis, no sólo para los que en ella toman parte, sino para cuantos han acompañado e impulsado el viaje con su interés y colaboración.

Queridos riminenses, sanmarinenses y fieles de Montefeltro: Vuestra fe, de tan antiguo origen, es un patrimonio precioso que constituyó para vuestros antepasados el valor fundamental de su vida ya desde los primeros siglos del cristianismo, desde los tiempos de San Gaudencio, San Marino y San León; les dio la clave de interpretación de los acontecimientos cotidianos y de las grandes páginas de la historia; iluminó en sus mentes el sentido verdadero del trabajo, el dolor y la muerte; les dio la alegría de vivir como hijos de Dios. Los santos que nacieron y crecieron en vuestras familias: Santa Paula de Roncofreddo, los Beatos Simón Balacchi y Juan Guéruli, la Beata Clara de Rímini y el Beato Amado Ronconi y Alejo de Ríccione; así como también los santos insignes que predicaron y dieron testimonio de la Palabra de Dios en vuestras sonrientes llanuras y en vuestras plazas, hervideros de comercio; como San Francisco de Asís y San Antonio de Padua; todos os han construido una herencia inestimable que ahora estáis llamados no sólo a defender denodadamente, sino también a acrecentar, valorar e impulsar.

Queridos fieles: El don de la fe que se os ha puesto en las manos ya desde la primera infancia, se debe valorar hondamente y defenderlo hoy de ese pluralismo ideológico, sobre todo, que intenta por desgracia, debilitar toda certeza y arrebatar al espíritu esa unificación interior, la única que le capacita para hacer frente a los riesgos diarios y a las tentaciones constantes del vivir. Ante todo quisiera atraer vuestra atención sobre la necesidad de profundizar en la fe a través de una obra sistemática y sólida de catequesis, mediante un empeño de todos por una instrucción religiosa que se valga de todos los medios disponibles, con el fin de que los estupendos valores espirituales de vuestro pueblo se vivan con conciencia creciente. La formación catequética de los niños requiere esfuerzo constante, metódico, no apático; y no puedo menos de urgir a los sacerdotes y a todos los operadores eclesiales a que se dediquen a ello con celo y sistematicidad paciente para que las pequeñas mentes descubran las verdades eternas que habrán de plasmar, impregnar y dirigir su vida.

Además, con la Carta pastoral que dirigió a la diócesis, con ocasión de la última Cuaresma, vuestro obispo solicitó vuestra atención y responsabilidad sobre el problema del seminario. También yo deseo estimularos vivamente a este respecto y expresar un auspicio grande y ferviente desde lo hondo del corazón. No hay defensa ni crecimiento en la fe si no hay sacerdotes dignos, dotados de una preparación humana, cultural y espiritual sólida, que los capacite para el delicado oficio de Pastores del Pueblo de Dios. El lugar privilegiado donde nace una vocación y donde el Señor deja oír su invitación, es sin duda alguna la familia, centro de afectos y fragua de fe; la familia está llamada a desear y alimentar con valentía y sentimientos cristianos la entrega de la vida al Señor. Por otra parte, la responsabilidad de la familia se corresponde con otra igualmente primaria, la del seminario, que ofrece ambiente de serenidad, orden, ejemplaridad y certeza en la fe. Sintámonos, pues, unidos todos en la oración para que brote de la familia y el seminario una acción espiritual formadora que jamás ceda ante la duda o la perplejidad. El joven necesita encontrar un clima que favorezca su encuentro con Cristo Señor y alimente su donación con la seguridad, incluso sicológica.

Os sirva de ayuda en estas resoluciones y propósitos el recuerdo constante de mi oración.

3. Llegue ahora mi palabra igualmente afectuosa y alentadora, a los queridísimos fieles de las diócesis de Cesena y Sarsina, que se extienden desde los Apeninos rocosos y severos hasta el acogedor mar Adriático, abarcando una llanura fértil y rica, rebosante de frutos y promesas, que trae a la memoria el verso de vuestro poeta: "Romagna solatia dolce paese".

También vosotros habéis querido venir a Roma para encontraros con el Papa y escucharle, acompañados de vuestro Pastor, el obispo mons. Luigi Amaducci, que junto con su distinguido presbiterio ha pensado con intuición eclesial que esta peregrinación grandiosa fuese el primer acto de preparación a los actos conmemorativos del año 1982, segundo centenario de la coronación de la imagen de vuestra querida Virgen del Pueblo, protectora de la ciudad y diócesis de Cesena; coronación que realizó mi gran predecesor el Papa Pío VI, ilustre conciudadano vuestro.

Como ha recordado vuestro amado obispo, Cesena es conocida con gloria en la historia de la Iglesia por muchos motivos, y tiene también un vínculo afectivo con Polonia; mientras Sarsina, centinela y vigía de la fe en las cimas y valles de los Apeninos, resplandece por la vetusta identidad cristiana que encontró en el obispo San Vicinio expresión concreta y eficaz, viva todavía y. circundada de devoción.

178 Dado el motivo principal de esta peregrinación vuestra, no puedo dejar de exhortaros a una devoción a María cada vez más auténtica y vivida. ¿En qué consiste y cómo se actúa en la realidad de cada día? Hemos hablado del peligro que acecha a la vida cristiana por causa del pluralismo ideológico; pero existe otra asechanza igualmente insidiosa e insinuante en relación con vuestra adhesión a Cristo: el bienestar que lleva a la mentalidad del consumismo y, junto con esto, a la autonomía de la ley moral.

María Santísima que es Madre de Cristo y Madre de nuestra vida espiritual, quiere imprimir en nosotros la certeza práctica de que nuestra riqueza verdadera está en la vida de la gracia que se nos ha dado por Jesús en el bautismo, la cual orienta nuestras aspiraciones existenciales más profundas hacia las realidades supremas. Por consiguiente, aunque estéis inmersos en tantos y tan valiosos intereses de la actividad económica, en la que vuestro contexto social es febril, no olvidéis la riqueza interior de vuestra pertenencia a Cristo; sino por el contrario, cultivadla.

Finalmente quisiera recomendar a vuestra consideración de fe la salvación de la institución familiar que ha constituido durante siglos una característica del cristianismo y de la civilización Romaña. Los factores determinantes del nuevo comportamiento son muchos; estos han de ser analizados y estudiados en su etiología. Pero que se abra camino en el corazón de los jóvenes la certeza, ante todo, de que no puede darse amor verdadero, perseverante y fiel sin Cristo y sin su gracia, sin una donación que los sacramentos corroboran, alimentan y restauran.

Hermanos e hijos queridísimos:

En el Evangelio de esta mañana se lee que los Apóstoles subieron a la barca para atravesar el lago de Genesaret. Estaba ya oscuro y el mar agitado, mientras Jesús no estaba con ellos. De repente vieron al Maestro caminar sobre las aguas y sintieron miedo. Pero El les dijo: "Soy yo, no temáis" (cf. Jn
Jn 6,16-21). Pues bien, queridos fieles, también en nuestras almas y en la vida de nuestras familias, parroquias, y diócesis, puede levantarse un viento tan impetuoso y rugiente que suscite temores y perplejidad, pero Jesús está con nosotros y nos advierte: "Estoy yo aquí, no temáis".

Os confío a todos a la Virgen de la Piedad, a la Virgen de la Misericordia, a la Virgen del Pueblo, a María Santísima venerada con tanta devoción en numerosos santuarios diocesanos vuestros; y os imparto con amor la bendición apostólica que deseo extender con cariño paterno a toda la Romaña.






A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE


"RELACIONES ESTE-OESTE: PERSPECTIVAS PARA 1980"


Jueves 24 de abril de 1980



Me proporciona gran alegría daros la bienvenida a los participantes en el Congreso internacional "Este-Oeste". Con gusto os he abierto las puertas de mi casa, y con mayor gusto aún os abro las puertas de mi corazón.

Sé que vuestras sesiones se han centrado en las perspectivas de las relaciones entre Europa Occidental y Europa Oriental en los años 80, sin olvidar el problema más amplio y esencial de las relaciones entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo o, como se dice corrientemente, entre Norte y Sur.

Con vuestra presencia aquí en el corazón de la Iglesia católica me da la impresión de ver resplandecer aún más hoy el centro de una cruz que se extiende al Este y al Oeste, al Norte y al Sur.

Y precisamente en el signo de esta cruz, de su gran significado sobrenatural e histórico de sufrimiento y, a la vez, de vida reconquistada y resucitada, es como llego a valorar altamente vuestra aportación científica, vuestros esfuerzos políticos y las nobles finalidades hacia las que se proyectan.

179 La Santa Sede en lo que es de su competencia, nunca ha dejado de alentar el establecimiento de relaciones cada vez más estrechas entre los pueblos. Comprende que muchas veces conviene entablar este largo proceso comenzando por la red de intereses materiales, estimulando la expansión progresiva y equilibrada de intercambios comerciales internacionales. Sabe también que el progreso está vinculando el destino de cada pueblo al de los otros, ya que el comercio exterior constituye una parte cada vez más importante del comercio de cada país.

La Santa Sede no desconoce la amplitud y complejidad de los temas que han sido bien sintetizados en vuestros trabajos; constata que por parte de todos hay interés y empeño por establecer instrumentos reguladores suficientes y eficaces.

La Santa Sede no pretende, claro está, daros directrices sobre la tarea específica de los economistas o de los políticos. Pero puede y quiere decir una palabra en un terreno que es suyo sobre todo, yo diría; una palabra que estimule a coordinar y orientar todos los proyectos hacia la meta del bienestar integral de todos los hombres.

Pero los intercambios comerciales tienden a un ideal: el intercambio de bienes materiales es hermoso si lleva a un apretón de manos.'

La Iglesia quiere convergencia entre los pueblos, no divergencia. No le gusta ver abismos; por el contrario, quiere que se tiendan puentes. Poniendo los intereses al servicio de los principios, adoptando la ley fundamental de la lealtad y el respeto mutuo, viviendo la ley humana y cristiana del amor, es posible —y necesario— crear un nuevo sistema de buenas relaciones comerciales, un nuevo orden económico internacional, por encima de toda diferencia étnica o ideológica.

Haría falta que sobre las leyes de la economía soplase el aire de la solidaridad entre todos los hombres y entre todos los pueblos. Todo estímulo a colaborar es una piedra más para edificar la paz. Allí donde imperan la buena voluntad y la buena fe, las dificultades pueden ir desapareciendo poco a poco.

Ojalá contribuya vuestro Congreso a ello con una aportación real; logrando que las nuevas tendencias de la economía mundial se orienten hacia una cooperación no sólo continental —a nivel de esta Europa hermosa y grande— sino también mundial.

Ojalá puedan la armonía y la paz entre los hombres, hacer comprender mejor y que se acepte en todas partes —"a solis ortu usque ad occasum", del Este al Oeste— la oración cristiana que invoca a nuestro Padre, Padre de todos, pidiéndole para todos nuestro pan de cada día.

Imploro para vuestras personas y vuestros esfuerzos la bendición de Dios Todopoderoso.






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