Discursos 1980 179


AL CONSEJO GENERAL DE LA UNIÓN MUNDIAL


DE PROFESORES CATÓLICOS


Viernes 25 de abril de 1980



Señor Presidente,
señoras, señores:

180 En ocasión del X Congreso de la Unión Mundial de Profesores Católicos celebrado el verano pasado sobre el tema "La enseñanza católica por la libertad, la justicia y la paz", quise testimoniar la estima que tengo de esta Unión y expresar mis deseos para sus actividades, a través de un mensaje de mi Secretario de Estado. Al recibiros hoy a vosotros, miembros del consejo general acompañados de vuestro consiliario eclesiástico, me complazco en confiaros personalmente mis pensamientos y esperanzas.

La U.M.E.C. cuenta ya con casi treinta años de existencia y actividades. Ha podido experimentar ya la necesidad y fecundidad de la coordinación a nivel mundial entre Asociaciones nacionales que comparten el mismo compromiso al servicio de la educación escolar, compromiso asumido según el Evangelio y dentro de la fidelidad a la Iglesia. Esta coordinación da posibilidad de acoger, valorar y poner en circulación las aportaciones originales de las distintas culturas. Fomenta asimismo la superación de nacionalismos y el crecimiento del sentido de fraternidad y universalidad, cuya urgencia es fácil de captar.

Quizá más que ningún otro, el ambiente educativo permite calibrar la gravedad de los problemas que preocupan a nuestra generación y la riqueza de soluciones inspiradas por un sentido renovado de solidaridad. También los proyectos surgidos en distintos países del mundo en el Año Internacional del Niño, han puesto en evidencia el primado de la educación entre los valores fundamentales de la vida como base de la formación permanente, con el fin de construir una civilización verdaderamente humana.

Pienso que las Asociaciones agrupadas en la U.M.E.C. están llamadas a prestar a esta tarea una aportación absolutamente particular y cualificada, por razón de la fe que profesan sus miembros. Es una aportación esencial, pues Cristo mismo es una respuesta, "la" respuesta a los interrogantes del hombre sobre el sentido de su vida. Acontece" que las generaciones nuevas reclaman precisamente y de modo más acuciante que en otras épocas, una propuesta verídica y creíble de vida y esperanza. Por ello, la Iglesia espera mucho de las Asociaciones de profesores católicos, pues reconoce que su servicio educativo es un elemento determinante en el desarrollo personal de los jóvenes y en el progreso social de toda la familia humana.

Para cumplir esta función los profesores católicos deben estar dispuestos a colaborar respetuosa y prácticamente con las familias y comunidades eclesiales, a fin de conseguir la educación completa y armónica de cada alumno, y orientarles asimismo con libertad hacia la verdad que es uno de los caminos hacia la paz. Todo esto les exige, además de la competencia cultural y pedagógica, un testimonio auténticamente ejemplar, y éste sólo puede nacer de la intimidad con Dios y del esfuerzo cotidiano por llegar a una síntesis serena entre la fe y la cultura, entre la fe y la vida.

Aun a riesgo de ser paradójico, permitid que el Papa con toda humildad, pues conoce vuestros méritos y vuestro sentido de responsabilidad, os invite a acudir a la escuela de Cristo. El es el "Maestro" de todos. El es "el camino, la verdad y la vida". Así lo pido para cada uno de vosotros, señoras y señores, y también para aquellos a quienes representáis, rogándole que os bendiga, y reiterándoos de lluevo mi plena confianza.





ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MILES DE PEREGRINOS EN LA PLAZA DE SAN PEDRO


Sábado 26 de abril de 1980



Queridos hermanos y hermanas:

1. Me complazco en dirigiros un cordialísimo saludo, que realmente corresponde a la espontaneidad y al fervor de vuestra presencia aquí. Habéis venido a Roma ciertamente "para ver al Papa", como suele decirse. Pero bien sabéis que ello no significa un mero gesto de curiosidad, sino que supone una profunda intención de reforzar la propia fe mediante la confirmación de vuestra comunión con él, al igual que San Pablo "fue a Jerusalén para conocer a Cefas" (Ga 1,18) y medir con él su propio compromiso apostólico. En efecto, sobre el humilde pescador de Betsaida, Jesús fundó, como sobre una sólida "roca", su Iglesia (cf. Mt Mt 16,18), la cual fue después confiada al ministerio de sus continuadores y representantes.

Recibid, por tanto, un sincero agradecimiento por haber deseado este encuentro con el Sucesor de Pedro. Yo os aseguro toda mi benevolencia y, con ella, doy la bienvenida a todos los grupos aquí presentes, de diversa composición y procedencia.

2. Permitidme que me dirija en primer lugar a la numerosa peregrinación de la diócesis de Crema, en Lombardía, que viene presidida por su venerable Pastor, mons. Carlo Manziana, a quien acompaña también el obispo Placido Cambiaghi.

181 Os saludo a todos, queridísimos hijos, mientras pienso especialmente en los sacerdotes y seminaristas, religiosos y religiosas en los queridos jóvenes, en los responsables de las Asociaciones católicas, en los representantes de las diversas autoridades locales.

Sé que el motivo inmediato de esta peregrinación es la celebración del IV centenario de la erección de vuestra diócesis, debida a mi predecesor, el Papa Gregorio XIII, y a su Bula "Super universas", del 11 de abril de 1580. Cuatrocientos años de vida cristiana —mejor dicho, diocesana, es decir, de comunión con el propio obispo— no son pocos. ¿Quién podrá contar las iniciativas, los testimonios de empeño eclesial, las pruebas de vitalidad bautismal, las obras llevadas a cabo a lo largo de estos cuatro siglos? Y sobre todo, ¿quién será capaz de hacer un recuento de las innumerables ocasiones en que vuestros antepasados expresaron su fe, esperanza y caridad; y quién contará las fatigas, lágrimas, sufrimientos experimentados por ellos en unión de Cristo Señor? Este extraordinario cúmulo de vida humana y cristiana ciertamente se nos escapa a nosotros, pero no al Señor; pues, como nos asegura el Profeta Malaquías, "un libro de memorias fue escrito ante El por quienes lo temen y honran su nombre" (
Ml 3,16 cf. Sal Ps 56,9). Que ese recuerdo sea fundamento y garantía de una ulterior inserción, cada. vez más fecunda, en la vida en Cristo y en la Iglesia.

Ciertamente, en cuatrocientos años cambian muchas cosas, no sólo con respecto al progreso civil y social, sino también a nivel de estilo eclesial. Sin embargo, como dije recientemente en Turín, Cristo está siempre presente y El basta para todo tiempo. Leemos, efectivamente, en la Carta a los Hebreos, que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y en todos los siglos" (He 13,8). El es el único que edifica y consolida nuestra mutua comunión; no sólo entre nosotros los que vivimos, sino también, por encima del tiempo, entre todos los que nos han precedido en el vinculó de la fe (cf. Rom Rm 14,9 Mc 12,27). Así se alimenta nuestro gozo cristiano y de ahí surge también el estímulo para nuestro testimonio cotidiano a la luz del Evangelio.

3. Estoy informado de que la diócesis de Crema es particularmente vivaz y fecunda en el ámbito de la vida eclesial. Sus presbíteros se dedican con dinamismo a su ministerio; los religiosos y religiosas están enteramente consagrados al servicio del Señor y de la Iglesia, incluso en territorios de misiones; el laicado está generosamente comprometido en un camino de limpio y eficaz estilo de vida cristiana. Mi deseo más sincero, por tanto, es que todo esto aumente y se multiplique cada vez más. En efecto, la Divina Providencia permite eventuales pruebas y dificultades, para que cada uno de vosotros y la comunidad diocesana en su conjunto "dé más frutos" (Jn 15,2).

Sé también que vuestro contexto social está constituido por un ambiente de trabajo parcialmente rural y en gran parte industrial. Pues bien, la exhortación que os hago es que logréis realmente demostrar que nuestra común fe cristiana no puede ser negativamente condicionada por las diversas situaciones materiales, sino que debe brillar intacta, más aún, seductora, por encima de cualquier eventual diversificación incluso cultural. aun estando llamada a cultivar la realización de la justicia con la promoción de los más necesitados. Es esta fe la que "vence al mundo" (1Jn 5,4-5) y que vosotros venís a consolidar aquí en Roma, sobre las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo y en las catacumbas de los primeros mártires cristianos. Y es esta fe, alegre e intrépida, la que vosotros, en especial los jóvenes, llevaréis ciertamente a vuestras casas y a los ambientes de vuestras ordinarias ocupaciones, para fecundar y vivificar desde dentro cualquier actividad que desarrolléis.

Si se me permite una recomendación, os diré que estrechéis cada vez más vuestros lazos espirituales, tanto con vuestro dignísimo obispo como entre vosotros. Así la fe cristiana se hace adulta y madura: mediante una consciente, responsable y solícita participación en la vida comunitaria, tanto parroquial como diocesana. Por lo demás, creo que éste será el mejor modo de celebrar vuestro IV centenario, a fin de que no quede solamente en una simple evocación del tiempo pasado, sino que, más bien, sea ocasión de recuperación y renovada tensión hacia metas cada vez más prometedoras.

Con estos votos, os concedo de corazón una especial, propiciadora bendición apostólica, como prueba de mi afecto y en prenda de abundantes gracias celestiales, a la vez que la extiendo a todos vuestros seres queridos, especialmente a los niños y a los enfermos.

4. Me agrada poder dirigir ahora un particular y cordial saludo a los donadores de sangre que pertenecen al. A.V.I.S. —Associazione Volontari Italiani Sangue— los cuales han querido tomar parte en este encuentro, acompañados de su presidente nacional, profesor Mario Zorzi.

Ya he expresado mi aplauso y complacencia a los donadores de sangre, por su obra tan necesaria y benemérita, en septiembre del año pasado, con motivo de la consagración del templo construido por ellos en Pianezze di Valdobbiadene.

El gesto de quienes generosamente dan su sangre a los hermanos que la necesitan, supera el aspecto puramente humanitario, ya de por sí tan meritorio y encomiable, para convertirse al mismo tiempo en un acto típicamente cristiano y podría decirse que en una respuesta a ese amor de Cristo, que pide ser imitado y continuado.

En estos tiempos en que la violencia de toda índole hace hablar tanto de sí y es causa de frecuente derramamiento de sangre, resalta, grandemente, como haciendo de contrapeso, vuestra generosidad, queridísimos hermanos, que estáis dispuestos a ofrecer parte de vuestra sangre para salvar vidas o aliviar sufrimientos.

182 En esta sociedad del progreso, que ve técnicas cada vez más avanzadas también en el campo de la medicina y de la cirugía y en la que, a causa de un creciente y frenético movimiento de los cada vez más veloces medios de transporte, abundan las impresionantes noticias de accidentes de circulación que dejan tras de sí tantas víctimas, se hace cada vez más urgente e indispensable la aportación de quienes, como vosotros, están dispuestos a donar su propia sangre.

De ahí, que aproveche de buen grado la ocasión de vuestra presencia para expresar nuevamente mi elogio a todos los pertenecientes a la A.V.I.S., al igual que a todos los donadores de sangre, por el bien que han realizado y continúan realizando y por la ayuda y el buen ejemplo que dan a la comunidad. Al mismo tiempo, les exhorto a perseverar en esta su benéfica obra que, además de ser un servicio social de primer orden, es una moderna actualización de la parábola del buen samaritano.

Deseo, por tanto, que aumente cada vez más el número de quienes, no estando impedidos para ello, están dispuestos a dar un poco de su sangre a los hermanos; y que esta donación sea siempre ajena a la búsqueda de intereses personales y esté animada por una genuina caridad cristiana, para conservar siempre su noble y elevada naturaleza.

Eso es, queridos donadores de sangre, lo que quería deciros. Llevad a todos vuestros seres queridos, a vuestras asociaciones, a vuestros colegas mi saludo y recuerdo en la oración. Y os acompañe siempre la bendición que ahora os imparto en prenda de mi paterna benevolencia.

5. Un especial y afectuoso saludo dirijo al grupo de los seminaristas estudiantes de teología y representantes de seminarios mayores, reunirlos estos días en la Villa Cavalletti de Grottaferrata, para profundizar el tema "Seminarios y vocaciones sacerdotales". Os agradezco, carísimos hijos, vuestra visita y deseo extender mi agradecimiento a los componentes de la secretaría nacional de sacerdotes, religiosos y religiosas por haberos invitado a esas reuniones, permitiéndoos así participar en ese encuentro.

Experimento gran alegría al veros, porque sois la esperanza de vuestras diócesis y de toda la Iglesia. Habéis ya recorrido un notable trecho en el camino hacia el sacerdocio: vuestra preparación cultural, teológica y espiritual ha llegado a un buen punto. El estudio de la ciencia de Dios y de su Palabra revelada, que se desarrolla en el contexto de otras importantes disciplinas, debe estimular cada vez más vuestro compromiso para con Cristo, Eterno Sacerdote, que os ha elegido para ser anunciadores de su mensaje evangélico, dispensadores de su gracia y de sus misterios. A tan altísima dignidad debe corresponder una fe intensa, una oración constante, una transparencia de pensamiento y de conducta, una disponibilidad generosa ante las esperanzas del Pueblo de Dios, una dócil sumisión al magisterio de vuestros Pastores, a quienes asiste el Espíritu Santo.

Si la llegada, a esa meta no debe ser demasiado difícil gracias también a la paternal solicitud de vuestros superiores y maestros, no será en cambio fácil vuestro ministerio que, a semejanza del de Cristo, debe ser ejercitado con profunda humildad y, sobre todo, con invencible confianza en Aquel que dijo: "Vosotros sois mis amigos" (
Jn 15,14). Que os sirva de estimulo el saber que el Papa os sigue con sus oraciones y con su afecto.

Y ya que estamos en la víspera del domingo dedicado a las vocaciones, dirijo un afectuoso pensamiento a todos aquellos que, generosamente, se preparan al sacerdocio y a la vida religiosa, siguiendo la voz divina que les llama a entregarse a la Iglesia y a las almas. Y con vosotros, saludo también a todos los jóvenes presentes en esta plaza invitándoles fervientemente a que reflexionen sobre este generoso testimonio que acabo de reflejar y que puede satisfacer plenamente su valentía, sus entusiasmos, sus ideales de servicio y promoción, que han de emprender con intrépida fe y sin intereses humanos.

Con tales votos, invoco sobre vosotros y sobre todos vuestros seres queridos la divina asistencia y os imparto de corazón la bendición apostólica.

Saludo ahora a los empresarios y empleados de las fábricas de calzado de Vigévano, los cuales, renovando una tradición suya, han querido venir a Roma en gran número para encontrarse con el Papa.

Gracias, carísimos, por esta vuestra visita tan calurosa y por la ofrenda, fruto de vuestro trabajo, que habéis querido poner a mi disposición para las personas necesitadas.

183 Invocando sobre vosotros y vuestras familias la ayuda del Señor, por intercesión de vuestros Santos Protectores Crispín y Crispiniano, de corazón os bendigo.

Llegue, en fin, mi saludo al grupo de peregrinos de la Garfagnana, que han venido a Roma para festejar el quincuagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal del cardenal Paolo Bertoli, Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, coterráneo suyo, al cual dirijo también un afectuoso y especial saludo.

Carísimos: Mientras de buen grado me uno a vuestra gozo para honrar al amado cardenal, os exhorto a que roguéis siempre por la Iglesia, y especialmente por las vocaciones sacerdotales en vuestras comunidades cristianas.

Que mi bendición os acompañe.

Deseo saludar en particular a cuantos se han puesto al servicio de la vida y hacen de este servicio un ideal al que consagran su inteligencia, imaginación, tiempo y fuerzas. La vida humana es sagrada, es decir, está inmune de todo poder arbitrario que pretendiera atentar contra ella, herirla o incluso suprimirla. Desde el momento de la concepción hasta el último instante de la existencia natural en el tiempo, la vida es digna de respeto, atención y esfuerzos en orden a salvaguardar sus derechos y elevar su calidad.

No puedo dejar, por tanto, de aplaudir y animar a cuantos se consagran a esta causa tan noble y pido a Dios que los bendiga.






A LA ASOCIACIÓN DE MÉDICOS CATÓLICOS ITALIANOS


Domingo 27 de abril de 1980



Queridos e ilustres señores de la Asociación de Médicos Católicos Italianos. Me alegro de estar nuevamente con vosotros, en este patio de San Dámaso, después del encuentro, oficial y solemne por decirlo así, que tuve al comienzo de mi pontificado con vuestra Asociación; os renuevo ahora mi complacencia y aplauso por la benemérita actividad humanitaria y, más aún, por la inspiración cristiana que la ilumina y dirige.

A los sentimientos de sincero aprecio, se añaden hoy los no menos sinceros del reconocimiento por el don que habéis traído con vosotros: la Unidad Móvil de Reanimación, que veo aquí expuesta, como signo tangible de filial afecto hacia el Papa y de cristiana solidaridad, porque está destinada a socorrer, proteger y salvar vidas humanas, con sus equipos técnicos de vanguardia.

Vaya mi elogio a cuantos han querido promover esta bella iniciativa y han prestado su contribución a ella, en especial al activo asistente eclesiástico central, mons. Fiorenzo Angelini, a los miembros del consejo central, a los delegados regionales y a los presidentes de las secciones diocesanas. Un encomio especial, por su generosa aportación, expreso a los médicos y numerosos capellanes de hospitales y religiosas enfermeras de la diócesis de Roma, que han querido reafirmar así su particular vínculo de comunión eclesial con su Obispo.

Con tan feliz motivo, os quiero hacer una exhortación: vosotros, que trabajáis en el servicio médico, tened siempre un alto concepto de vuestra misión que "por nobleza, por utilidad, por ideales, se asemeja grandemente a la vocación misma del sacerdote", como ya os dije en mi anterior encuentro (cf. Enseñanzas de Juan Pablo II al Pueblo de Dios, 1978, págs. 321-326; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española enero de 1979, pág. 9).

184 Que os sirva de ayuda, a la hora de cumplir con vuestro deber, el ser conscientes de que prestáis una aportación indispensable a la tutela y a la defensa de la vida humana, de esa vida que lleva en sí el sello de Dios Creador, que ha formado al hombre a su imagen y semejanza. Que esa conciencia difunda sobre vuestro trabajo una luz religiosa y os ayude a ver siempre en el enfermo el cuerpo doliente de Cristo.

Acompaño con estos votos vuestra actividad y, mientras os deseo que la sostengan siempre los sentimientos nobles y cristianos, ruego a la que vosotros invocáis como "Salus Infirmorum" que os asista y premie a todos cuantos, con buenas intenciones y procedimientos, empleáis vuestro ingenio y vuestra obra para restituir salud y serenidad a tantos hermanos nuestros que sufren la prueba del dolor y de la enfermedad.

Sírvaos de consuelo la bendición apostólica, que con gran efusión os imparto, así como a vuestros seres queridos y a todos vuestros colegas y amigos.






AL SEÑOR JEAN-PIERRE NONAULT,


PRIMER EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA POPULAR DEL CONGO ANTE EL VATICANO


Lunes 28 de abril de 1980



Señor Embajador:

Deseando proporcionarse mutuamente los medios de entablar de modo permanente un diálogo constructivo, hace algún tiempo la Santa Sede y vuestro país decidieron de común acuerdo establecer relaciones diplomáticas mutuas. Ya ha sido acreditado en Brazzaville un Pro-Nuncio Apostólico. Personalmente me siento muy complacido hoy al recibir al primer Representante acreditado de la República Popular del Congo.

Le ruego acepte mi felicitación en el momento en que inaugura su alta misión. Es una felicitación de bienvenida y de prosperidad para su persona, su familia y sus colaboradores. Estos votos están a la altura de los suyos, cuya cortesía he apreciado mucho.

Me han impresionado asimismo las nobles palabras que me ha transmitido de parte del Excmo. Sr. Presidente Denis Sassou N'Guesso. Dígale que le saludo con todo respeto, me siento dichoso al pensar que pronto gozaré de su hospitalidad y le estoy muy agradecido por haber facilitado esta visita pastoral en territorio congoleño.

Este quiere ser el carácter de mi periplo africano; ante todo, un viaje religioso para visitar a las comunidades cristianas locales, y un viaje de amistad y amor fraterno para saludar al pueblo y amarlo más por haberlo conocido mejor. Iré al Congo como mensajero de paz y hombre de Dios, para ofrecerle el testimonio de mi estima hacia ese pueblo al que deseo un porvenir prometedor y próspero. Será una etapa bastante breve, pero que sin duda alguna resultará fructífera y rica en recuerdos a la hora del retorno.

Ha tenido la bondad de señalar algunas de las iniciativas de la Santa Sede en el plano internacional. Están animadas por el servicio al hombre y a todas las grandes causas que se relacionan con el servicio al hombre. En este terreno ninguna otra mira mueve a la Iglesia católica, que quiere ser siempre fiel a la misión que Dios le ha confiado. Con este espíritu, que incluye el respeto a los poderes públicos del Estado, es cabalmente como quisiera reforzar nuestros vínculos con la República Popular del Congo. No hay duda de que usted por su parte se ocupará de consolidarlos y, de este modo, hará realidad mis deseos más hondos.

Sobre usted, Excmo. Señor, y sobre su familia y cuantos le acompañan, imploro las bendiciones del Altísimo, a quien confío asimismo a toda la querida nación congoleña.






A LOS CONSEJOS DIRECTIVO Y GENERAL


DEL CENTRO DE INICIATIVA JUVENIL


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Martes 29 de abril de 1980



Ilustrísimos señores y queridos jóvenes:

Mi bienvenida jubilosa a vosotros que pertenecéis a los consejos directivo y general del Centro de Iniciativa Juvenil, y habéis deseado encontraros con el Papa para recibir una palabra de aliento y orientación para vuestras iniciativas ejemplares y dinámicas. Os proponéis impulsar entre los de vuestra edad la participación iluminada y responsable en la solución de los problemas relacionados con la cultura, la política, el arte y la vida de la sociedad en general, para promover los valores fundamentales de la justicia y la paz.

A vosotros aquí presentes y a todos vuestros amigos y compañeros, ansiosos también de cooperar en la construcción de un mundo cada vez más motivado por ideales de inspiración cristiana, se dirige mi saludo afectuoso, pletórico de esperanza que se proyecta lejos, hacia ese porvenir que estáis llamados a construir con empeño, y que os deseo sea activo y sereno.

En el marco de vuestros programas y para manifestar vuestra presencia dinámica, habéis querido asignar el "Oscar de los jóvenes" del año 1979 a una personalidad eclesiástica que, por razón de su cargo, representa muy singular y significativamente la solicitud de la Iglesia católica en el campo humanitario y en la causa de la paz en el mundo.

El Vicario de Cristo os agradece el aprecio y consideración que demostráis hacia la acción benéfica de la Iglesia en el seno de la sociedad actual. En efecto, si bien la Iglesia tiene por misión primordial el encaminar al hombre hacia los fines sobrenaturales y ultraterrenos que constituyen el contenido esencial de su mensaje, jamás olvida la situación concreta, terrena, de la convivencia civil; y a la vez que procura animarla interiormente con los valores de la caridad y la colaboración, asume al mismo tiempo sus cargas, sinsabores y sufrimientos, y los comparte.

La liberación interior, la observancia de la ley del amor que pone al hombre al servicio del hombre, la justicia que distribuye con sabiduría y ecuanimidad, el respeto del mandamiento del perdón que extingue la sed de venganza y apaga el odio, son otros tantos objetivos del Reino de Dios sobre la tierra, que el creyente en Cristo está llamado a instaurar y arraigar en el contexto de la propia responsabilidad individual y social. De este modo evangelización y promoción caminan con igual paso y la una sostiene a la otra al ofrecer la primera las motivaciones ideales y siendo la otra la expresión convincente y eficaz de aquélla.

Queridos jóvenes: Empeñaos, pues, en conocer mejor cada vez y con intuición amorosa, la condición interior y social real del hombre que os rodea, para descubrir sus auténticas aspiraciones, prever sus dificultades, ayudarle en las necesidades y como hermanos poneros al servicio de su dignidad y colaborar en su destino de libertad y en su vocación personal al Absoluto. Caminad juntos en el desempeño de esta tarea tan alta que pide esfuerzo conjunto, apoyo mutuo y ayuda recíproca para vencer y superar las tentaciones tan corrientes del desánimo, la desconfianza y el aislamiento egoísta.

Os exhorto, por tanto, a mirar y seguir a Jesucristo, revelador del amor del Padre y constructor del verdadero destino del hombre, que supera los límites del tiempo y las barreras de la historia; y en su victoria sobre el mal y la muerte encontraréis la garantía más segura de vuestra victoria.

Con estos deseos imparto a vosotros y a todos los miembros de vuestra Asociación mi afectuosa bendición.



: Mayo de 1980



VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL COMIENZO DE SU VIAJE


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Aeropuerto de Fiumicino

Viernes 2 de mayo de 1980



En el momento en que me dispongo a comenzar mi viaje apostólico a África, deseo dar las gracias con estima profunda y cordialidad sincera a los presentes: Eminentísimos cardenales, miembros del. Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, representante del Gobierno italiano, y a todos los que me han manifestado su afecto y su aliento para este nuevo largo viaje.

El contexto histórico de esta iniciativa es el de participar en las celebraciones del centenario de la evangelización en Ghana y en Zaire: voy al corazón de un continente inmenso, África, que recibió de los misioneros la luz de la fe cristiana. Al mismo tiempo, me siento feliz al poder participar intensamente, con mi presencia personal, en la alegría de esas Iglesias jóvenes, en las que los obispos autóctonos han sucedido ya a los obispos misioneros.

He querido, además, extender esta mi primera visita a otras naciones del centro del continente africano, a saber: República Popular del Congo, Kenia, Alto Volta y Costa de Marfil.

No me ha sido posible, por desgracia, incluir también todos los países de África, de los que me han llegado insistentes y afectuosas invitaciones. Les agradezco este gesto cordial, y confío poder responder un día positivamente a su deseo.

Como mis viajes anteriores, también éste tiene una finalidad eminentemente religiosa y misionera: el Obispo de Roma, el Pastor de la Iglesia universal, va a África para confirmar (cf. Lc Lc 22,32) a los hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, misioneros y misioneras, a los hombres y mujeres, unidos todos por la misma fe en Cristo muerto por nuestros pecados, y resucitado por nuestra justificación (cf. Rom Rm 4,25); para orar con ellos y para expresar a esas Iglesias locales, llenas de vida juvenil y de dinamismo entusiástico, la admiración y la complacencia de toda la Iglesia hacia ellas; y para manifestar, además, a todos los habitantes de África sentimientos sinceros de estima y de respeto por sus tradiciones y su cultura, y para exteriorizarles un cordial deseo de prosperidad y de paz.

Voy al África de los Mártires de Uganda y, por tanto, no puedo menos de expresar, desde este momento, a las naciones que visitaré, igual que a todas las otras naciones de ese continente, el afecto y la esperanza que el Papa y la Iglesia sienten por ellas. El África contemporánea tiene una importancia indudable y un papel original en el contexto de la vida internacional de hoy, por sus problemas de carácter político, social, económico; por su dinamismo, inherente a las fuerzas llenas de vigor y vitalidad de sus habitantes. Ese gran continente está construyendo, aun en medio de muchas tensiones, la propia historia. Los católicos africanos, como también todos los creyentes en Cristo, junto con todos los que creen en Dios, podrán ofrecer ciertamente una válida y preciosa aportación de ideas y de obras para la construcción de un África que, dentro del respeto a los antiguos valores culturales, sepa vivir en la solidaridad, en el orden y en la justicia.

Quiera el Señor, en estos días, dar fuerza a mis pasos, que anuncian la paz (cf. Is Is 52,7). .

La Virgen María, en cuyo corazón materno he puesto el logro de las finalidades espirituales de mi viaje, me asista a mí, a África y a toda la Iglesia.





VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


AL LLEGAR A KINSHASA


Viernes 2 de mayo de 1980

Señor Presidente,
señor cardenal,
excelencias,
señoras, señores,
187 queridos humanos y hermanas:

¡Dios bendiga al Zaire! ¡Dios bendiga a todo el África!

1. Es un gran gozo para mí llegar por primera vez al continente africano. Sí, al besar esta tierra mi corazón rebosa de emoción, gozo y esperanza. Es la emoción de descubrir la realidad africana y encontrar en ella esa parte notable de la humanidad que merece estima y amor, y que está llamada también ella a la salvación en Jesucristo. Es el gozo pascual que me invade y quisiera compartir con vosotros. Es la esperanza de que una vida nueva, una vida mejor, una vida más libre y fraterna sea posible en esta tierra, y a ello la Iglesia que represento puede contribuir en gran medida. Esta visita y los encuentros que va a proporcionar son gracias que quiero agradecer al Señor en primer lugar: ¡Dios sea bendito!

2. A todos los habitantes de África, sea cual fuere su país y su origen, expreso mi saludo amistoso y cordial y mis sentimientos de confianza. Saludo primeramente a mis hermanos e hijos católicos, y a los otros cristianos. Saludo a cuantos, profundamente animados por sentimientos religiosos, desean con ardor someter su vida a Dios y buscan su presencia. Saludo a las familias, a los padres y madres, a los niños y a los ancianos. Saludo especialmente a los que sufren en el cuerpo o en el alma. Saludo a los que se dedican al bien común de sus conciudadanos, en su educación, prosperidad, salud y seguridad. Saludo a cada una de las naciones africanas. Me regocijo con las que ya han tomado en sus manos el propio destino. Pienso asimismo en la hermosa herencia de sus valores humanos y espirituales, en sus esfuerzos beneméritos, en todas sus necesidades actuales. A cada nación le queda por recorrer un largo camino para forjar su unidad; ahondar su personalidad y su cultura; y llevar a efecto el desarrollo que se impone en tantos campos y todo ello dentro de la justicia y procurando compartir e interesarse por todos e insertarse de modo activo en el concierto de las naciones. Para esto África tiene necesidad de independencia y de ayuda mutua desinteresada; tiene necesidad de paz. A todos y cada uno expreso votos cordiales y fervientes.

3. Vengo aquí como Jefe espiritual, servidor de Jesucristo en la línea del Apóstol Pedro y de todos sus Sucesores, los Obispos de Roma. Con mis hermanos los obispos de las Iglesias locales, tengo la misión de confirmar a los hijos de toda la Iglesia en la fe verdadera y en el amor según Jesucristo, de velar por su unidad y vigorizar su testimonio. Un número importante de africanos ya profesa la fe cristiana, y quisiera que mi visita les sirviera de aliento en esta etapa significativa de su historia. De estas Iglesias, dos me han invitado especialmente al centenario de evangelización, que otras se preparan a celebrar también.

Vengo aquí como hombre de la religión. Tengo en gran aprecio el sentido religioso tan arraigado en el alma africana, y que no se ha de relegar sino por el contrario purificar, elevar y afianzar. Estimo a quienes tienen interés en vivir su existencia y construir su ciudad en relación vital con Dios, teniendo en cuenta las exigencias morales que El ha inscrito en la conciencia de cada uno y, por consiguiente, de los derechos fundamentales del hombre, de los que El es garante. Con quienes tienen esta visión espiritual del hombre, comparto la convicción de que el materialismo, venga de donde viniere, es una esclavitud de la que es necesario defender al hombre.

Vengo aquí como mensajero de paz, deseoso de alentar como Jesús a los artífices de paz. El amor verdadero busca la paz y la paz es absolutamente necesaria para que África pueda dedicarse enteramente a las grandes tareas que le esperan. Con todos mis amigos africanos quisiera que el día de mañana cada niño de este continente pudiera disponer del alimento del cuerpo y del alimento del alma en clima de justicia, seguridad y concordia.

Vengo aquí como hombre de esperanza.

4. Sin detenerme más, doy las gracias a África de su acogida. Estoy sumamente impresionado por la hospitalidad que tan generosamente me han ofrecido tantos países de este continente desde algunos meses. Me he visto verdaderamente en la imposibilidad de aceptar todas las invitaciones en este primer viaje de diez días. Lo he sentido de verdad y pienso sobre todo en las expectativas que hubiera querido satisfacer, de algunos países particularmente merecedores y ricos en vitalidad cristiana. Pero son visitas que quedan para más adelante. Espero sí que en el futuro la Providencia dará ocasión al Papa de realizarlas. Tengo firme esperanza de volver a este continente. Ya desde ahora, tengan seguridad de mi estima y buenos deseos todos esos países. Además, cuando aborde los varios temas de mi viaje y me dirija a los distintos niveles de interlocutores, pensaré en ellos, en sus méritos, gozos y preocupaciones, humanas y espirituales. Mi mensaje es para África entera.

:5. Y ahora me vuelvo muy especialmente a este país del Zaire que está en el corazón de África, y es el primero que me acoge. Este gran país lleno de promesas, que me siento feliz de visitar, este país llamado a grandes empresas, empresas difíciles. Mis primeras palabras son para dar gracias al Señor Presidente y a su Gobierno, y dar las gracias a los obispos por su apremiante invitación.

Conozco la fidelidad de gran número de zaireños a la fe cristiana y a la Iglesia católica, gracias a una evangelización que ha progresado con mucha rapidez.

188 Se cumple ahora el centenario de esta evangelización que vengo a celebrar con vosotros, queridos amigos. Es bueno mirar el camino recorrido en el que Dios no ha ahorrado gracias para el Zaire; una pléyade de obreros del Evangelio vino de lejos y consagró su vida a conseguir que también vosotros tuvierais acceso a la salvación en Jesucristo. Y los hijos e hijas de este país abrazaron la fe. Esta ha producido frutos abundantes en muchos bautizados. Sacerdotes, religiosas, obispos, un cardenal, han salido del pueblo zaireño para animar junto con sus hermanos esta Iglesia local y darle el rostro verdadero, plenamente africano y plenamente cristiano, vinculados a la Iglesia universal que represento entre vosotros. Los próximos días volveremos a hablar de todo esto. La perspectiva de todos estos encuentros me proporciona honda alegría. Ya desde ahora reciban todos estos hermanos e hijos, todos los habitantes de este país, mi saludo caluroso y los deseos de amistad que mi corazón nutre para ellos.

¡Dios bendiga al Zaire! ¡Dios bendiga a África!







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