Discursos 1980 196


VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LOS OBISPOS DE OTROS PAÍSES AFRICANOS


Kinshasa (Zaire), sábado 3 de mayo de 1980



Me dirijo ahora a los obispos que han venido de otros países africanos.

Hermanos muy queridos en Cristo: Me produce una gran alegría este encuentro con vosotros. Tengo verdaderos deseos de conocer también cada una de vuestras patrias, cada una de vuestras iglesias, sobre el terreno. Me hubiera gustado ensanchar el círculo de mis visitas. Tal vez entre vosotros están algunos de los que me habían invitado con insistencia. Razones convergentes y bien sopesadas han aconsejado no ir esta vez más allá del programa previsto. Lo siento de veras, sobre todo porque vuestras comunidades cristianas profesan una devoción muy ferviente y espontánea al Papa y merecían especialmente que se les animara, sea por su vitalidad, sea por las pruebas que pasan. Lo siento también por mí, que hubiera apreciado este nuevo testimonio. Pero me considero obligado por cada una de esas invitaciones, a las que intentaré hacer honor, con la ayuda de Dios, a su debido tiempo. Entre tanto, decid a vuestros hermanos, a vuestros sacerdotes, a vuestros religiosos, a vuestras religiosas, a vuestros laicos, que el Papa les quiere y les bendice con un gran cariño.

Ya se que África no es en absoluto uniforme, que los pueblos y las tribus son diversos, que las tradiciones son particulares, que la implantación de la Iglesia católica es también variada. Ocurre a veces que os encontráis en la situación del pequeño rebaño que debe conservar su identidad cristiana y, a la vez, dar testimonio de ella.

Sin embargo, parte de los problemas pastorales que he abordado con vuestros hermanos del Zaire valen también para vosotros: proseguir la evangelización, hacer más profundo el espíritu cristiano, la africanización, la solidaridad de los obispos entre sí, con las otras Iglesias locales y con la Santa Sede, la dignidad de la vida de los sacerdotes, de los religiosos, vuestra presencia en sus vidas, la cuestión de las vocaciones, los problemas familiares, la promoción humana, etc. Se os confía a todos vosotros una magnífica misión con la ayuda de Dios: contribuir a edificar una civilización en la que Dios tenga su puesto y en la que, por consiguiente, el hombre sea respetado. Si tuviera que dejar una consigna a todos los miembros de vuestras Iglesias, les diría: permaneced muy unidos.

197 ¡Gracias por vuestra visita! ¡Que la paz de Cristo esté siempre con vosotros!







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LAS RELIGIOSAS REUNIDAS EN EL CARMELO DE KINSHASA


Sábado 3 de mayo de 1980



Queridas hermanas:

¡Demos gracias a Dios, nuestro Padre, por su Hijo Jesús, nuestro Señor, en el Espíritu que habita en nuestros corazones, por la enorme dicha de este encuentro y por los frutos que de él emanarán para vuestras respectivas comunidades y para la vida de la Iglesia que está en África!

1. En estos momentos privilegiados, olvidad vuestras particularidades legítimas para sentir profundamente la pertenencia única a un mismo Dios y Padre, recordada con tanta emoción por el Apóstol Pablo en su Carta a los Efesios: "Sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos" (Ep 4,5-6). Permitidme animaros a celebrar íntimamente y con fervor el aniversario de vuestro nacimiento a la vida divina por la gracia del bautismo, como el acontecimiento más importante de vuestra existencia y el más significativo de vuestra vocación cristiana a la fraternidad. Llegadas a la vida religiosa desde medios sociales, países, e incluso desde continentes muy distintos, vivís en comunidades para testimoniar —en contraste con los nacionalismos, los prejuicios y a veces los odios— la posibilidad y la realidad de esta fraternidad universal, a la que todos los pueblos aspiran de un modo confuso. Sois hermanas también, porque todas habéis oído la misma llamada evangélica: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme" (Mt 19,21). Esta llamada única en su fuente divina supone otra exigencia —sea que os dediquéis a la contemplación o que estéis entregadas a las tareas directas de la evangelización— para que os mostréis extremamente fraternales entre vosotras, así como entre las congregaciones y para que os ayudéis mutuamente cada vez más en tres planos que me parecen esenciales: la visión justa y el cumplimiento valiente de vuestra consagración, el deseo de participar en la misión de la Iglesia, y la búsqueda de una sólida formación espiritual y de una apertura juiciosa a las realidades de vuestra época y de los ambientes en que vivís.

2. Con pocas palabras, el Concilio Vaticano II define la vida consagrada como "un don divino. que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre" (Lumen gentium LG 43). Sin ignorar las sombras de la historia bimilenaria del Pueblo de Dios, se puede afirmar que la mujer, por su parte, ha respondido magníficamente a las llamadas de Cristo a la plenitud evangélica del don de sí mismo.

Parece que hay, en la feminidad del cuerpo y del corazón, una disposición singular a hacer de la vida una oblación real a Cristo como al único Esposo. Precisamente esta feminidad —que a menudo la opinión pública considera locamente sacrificada en la vida religiosa—, de hecho, se vuelve a encontrar y se dilata en un nivel superior: el del reino de Dios. Por ejemplo, la fecundidad física, que ocupa un lugar tan importante en la tradición africana, así como el apego a la familia, son valores que pueden ser vividos por la religiosa africana en el seno de una comunidad mucho más amplia y renovada sin cesar, y en beneficio de una fecundidad espiritual absolutamente maravillosa. Desde esta perspectiva es desde donde la castidad religiosa, fielmente observada, adquiere todo su relieve de amor preferencial al Señor y de disponibilidad total hacia. los demás. Igualmente numerosas africanas que han entrado en la vida religiosa tratan de dar al voto de pobreza un rostro nuevo y más adaptado a los ambientes de los que ellas salieron. Procuran vivir del fruto de su trabajo y compartir sin cesar este fruto con los demás. Permaneciendo rigurosamente fieles a la auténtica concepción de la obediencia religiosa —que es siempre el sacrificio de la propia voluntad— numerosas hermanas se esfuerzan por vivir ésta en diálogo confiado con sus responsables, en quienes ven una presencia de Cristo. Este nuevo aspecto se halla en consonancia con la dignidad y la promoción de la mujer en nuestro tiempo.

Al hablaros de este modo, queridas hermanas, quisiera ayudaros a discernir bien o a volver a discernir lo esencial de vuestro estado religioso: la consagración total y definitiva de vuestro yo profundo y de vuestras capacidades femeninas a Cristo y a su Reino. Nos encontramos en el corazón mismo del misterio de vuestra vida, difícil de comprender sin la fe. Misterio que sobrepasa todo lo demás: la capacitación y el logro de diplomas, la distribución de funciones y responsabilidades, los cuidados de asistencia o de implantación, los problemas estructurales y de observancia. En una palabra, vuestra consagración, radicalmente vivida, es algo esencialísimo en vuestro estado religioso, la roca permanente, que permite a las congregaciones y a sus miembros hacer frente a las adaptaciones exigidas por las circunstancias sin correr el riesgo de desvirtuar o traicionar el carisma con que Cristo ha dotado a su Iglesia.

3. Sólidamente enraizadas en las exigencias prioritarias de vuestra donación total, autentificada por la Iglesia, vuestra vida sólo puede consumirse al servicio de esta Iglesia por la que Cristo se entregó (cf. Ef Ep 5,25).

La misión de la Iglesia es ante todo profética. Anuncia a Cristo a todas las naciones (cf. Mt Mt 28,19-20) y les transmite su mensaje de salvación. Esto es lo que en primer lugar pone en juego vuestro estilo de vida personal y comunitario (cf. Evangelii nuntiandi EN 14). ¿Es verdaderamente iluminador (cf. Mt Mt 5,16) y profético? El mundo actual espera por todos lados, quizás de un modo confuso, vidas consagradas que anuncien, con actos más que con palabras, a Cristo y al Evangelio. ¡La Epifanía del Señor, que en África os gusta celebrar, depende de vosotras! La Iglesia profética cuenta con vosotras también aquí, como en otros continentes, para participar con ardor en su inmensa labor catequética. En todos los lugares se esperan hermanas catequistas y hermanas dedicadas a la formación de catequistas laicos. ¿Están seguras de ser fieles a su consagración las religiosas que, por afirmar la propia personalidad, abandonan demasiado fácilmente esta tarea eclesial prioritaria? Sé que los esfuerzos y los resultados de la enseñanza catequética en África son notables. Pero es necesario continuarlos y extenderlos. Los cristianos de todas las edades y de todos los ambientes tienen necesidad de ser acompañados para hacer frente a los cambios socio-culturales de vuestro tiempo. Os pido, hermanas, que ante todo sigáis colaborando en la misión profética de la Iglesia.

La evangelización de sí mismo y de los demás, aboca al culto divino. La Iglesia tiene así una vocación sacerdotal a la que vosotras os halláis íntimamente asociadas. Tras los pasos de San Benito, o de San Bernardo, de Santa Clara de Asís o de Santa Teresa de Ávila, las monjas de clausura asumen a tiempo completo, en nombre de la Iglesia, este servicio de la alabanza divina y la intercesión. Esta forma de vida es también un apostolado de gran valor eclesial y redentor, que Santa Teresa del Niño Jesús ilustró magníficamente en el curso de su breve existencia en el Carmelo de Lisieux. No olvidemos que el Papa Pío XI la proclamó "Patrona de las misiones". Expreso, por tanto, mis más vivas palabras de ánimo a las contemplativas que están en tierra africana y pido a Dios que sus monasterios se llenen de vocaciones seriamente motivadas. ¿Cómo iba a olvidar a las hermanas enfermas, a las que padecen y a las ancianas? A lo largo del día y a menudo durante la noche, pues el sueño es difícil, ellas presentan al Señor la oblación silenciosa de sus oraciones casi ininterrumpidas, de sus sufrimientos físicos o morales, de su "fiat" a la voluntad divina. También ellas son el pueblo sacerdotal que Cristo se ha adquirido por la sangre de la cruz. Con El, ellas salvan al mundo. Respecto a las religiosas que ejercen un apostolado directo en las ciudades y poblados, la Iglesia, en la persona de los obispos y los sacerdotes, espera mucho de sus capacidades y de su celo para la animación de las asambleas cristianas. La iniciación al sentido profundo de la liturgia, para la celebración de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, como la formación de los niños y los adultos para la oración personal, para la ofrenda generosa de su vida diaria, en unión con la de Cristo (cf. 1P 2,4-10), constituye un campo extremamente importante en el que podéis aplicar de un modo excelente vuestras cualidades pedagógicas, vuestro sentido innato del misterio de Dios y vuestra propia generosidad en la oración. El fervor del Pueblo de Dios, que celebra a su Señor, depende mucho de vosotras.

198 Finalmente, la misión de la Iglesia es real. Es ante todo el obispo quien debe velar por el crecimiento y la unidad de la fe, así como por la fraternidad del amor en su diócesis. El es quien ordena y estimula las actividades apostólicas. No obstante, dentro del Pueblo de Dios, invitado todo él a dedicar sus fuerzas y sus talentos específicos en los diversos sectores pastorales de la vida de las diócesis y de las parroquias, las religiosas tienen ciertamente su lugar (cf. Evangelii nuntiandi EN 69). Dejo a los obispos africanos el cuidado de discernir con sabiduría los signos de los tiempos en sus propias diócesis y de ver concretamente, con las diversas congregaciones, el modo de que las religiosas se puedan integrar hoy más eficazmente en las actividades pastorales de la Iglesia diocesana. Permitidme, sin embargo, subrayar aquí que vuestros dones femeninos os orientan a ejercer junto a las jóvenes y mujeres africanas el preciosísimo papel de "consejeras", de modo análogo al servicio que llevan a cabo las "madres de los poblados".

4, Queridas hermanas: No quisiera terminar este encuentro paternal sin animaros vivamente a permanecer siempre a la búsqueda de la profundización espiritual y de la formación humana, con el fin de ser cada vez "más mujer" y "más religiosa".

Colaborad entre casas religiosas y entre congregaciones, para organizar tiempos y lugares de silencio y de meditación, procurando fomentar reuniones de espiritualidad, de teología y de pastoral. Animaos unas a otras a participar en ellas. Ayudaos unas a otras a asumir los gastos ocasionados por estos retiros y sesiones. Debe ser manifiesto vuestro testimonio de amor fraterno. Junto con vuestros responsables diocesanos, cuidad de invitar a guías seguros y competentes. El mismo Jesús utilizó aquel proverbio: ¡Por sus frutos se conoce el árbol! Con calma y sentido común examinad siempre a qué os conducen estos retiros y reuniones ¿A una mayor intimidad con el Señor? ¿A una mayor fuerza y transparencia evangélica? ¿A un mayor amor fraternal? ¿A una mayor pobreza personal y comunitaria? ¿A compartir más lo que vosotras sois y lo que tenéis con los más desheredados? ¿A un celo mayor en favor de la misión de la Iglesia? En ese caso los medios elegidos eran seguros y fueron utilizados con seriedad. Si no fue así, entonces hay que cambiarlos antes de que sea demasiado tarde.

5. Por el hecho de ser religiosas hoy, es indispensable que veléis por vuestra formación humana, incluso si sois contemplativas, que conozcáis suficientemente la vida y los problemas de los hombres de hoy, sobre todo si tenéis la misión de anunciar el Evangelio. Jóvenes y adultos son sensibles al talante humano de aquellos que han "perdido y ganado todo" para seguir a Cristo! En este nivel de la obligación de formaros e informaros, examinad con lealtad dónde os encontráis: la regla de oro consiste en la subordinación constante de vuestras adquisiciones humanas a la misión privilegiada que Cristo os ha confiado en su Iglesia, para la salvación de vuestros hermanos los hombres.

Queridas hermanas: Sé que rezáis mucho por mí, y os lo agradezco desde lo profundo del corazón. A cambio os aseguro que las religiosas del mundo entero tienen un lugar privilegiado en mi vida y en mi oración de cada día. ¡Todas vosotras constituís mi afán y mi alegría, mi apoyo y mi esperanza! ¡Que el Señor os confirme en vuestra consagración y en vuestra misión para gloria suya y para el mayor bien de vuestras diócesis africanas y de toda la Iglesia!









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS REPRESENTANTES DE LAS OTRAS CONFESIONES CRISTIANAS


Nunciatura de Kinshasa (Zaire)

Sábado 3 de mayo de 1980



Queridos amigos en Cristo:

:l. Me complace grandemente poder encontrarme con vosotros esta tarde y saludaros a todos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Gracias por vuestra presencia. Sentimos el gozo de hallarnos juntos, reunidos por nuestro amor al Señor, el cual, en la noche del Jueves Santo, rogó para que todos cuantos creen en El sean uno. Nosotros, por tanto, le pediremos que haga que todos los que se precian de su nombre sean plenamente fieles a la llamada de la gracia y se encuentren un día en su única Iglesia.

2. Hemos de ciar gracias al Señor porque los contrastes del pasado han cedido el sitio a un esfuerzo de acercamiento fundado sobre la mutua estima, la búsqueda de la verdad y la caridad. Buena señal de ello es nuestra reunión de esta tarde. Sabemos, sin embargo, que el fin magnífico que buscamos para obedecer al mandato del Señor, no se ha logrado todavía. Para conseguirlo, es necesaria, con la gracia de Dios, "la conversión del corazón y la santidad de vida" que constituyen, con la oración por la unidad, como ha subrayado el Concilio Vaticano II. "el alma del Movimiento ecuménico" (Unitatis redintegratio UR 3).

Toda iniciativa en orden a la unidad será vana si está privada de este fundamento, si no está basada en la búsqueda incesante y a veces dolorosa de la plena verdad y de la santidad. Esta búsqueda,
199 efectivamente, nos acerca a Cristo y, mediante El, nos acerca realmente los unos a los otros.

Ya sé, y me alegro de ello, que existen ya diversas formas de colaboración, al servicio del Evangelio, entre las diferentes Iglesias y comunidades cristianas de vuestro país; tal empeño es un signo del testimonio que todos cuantos se proclaman cristianos quieren dar sobre la acción salvífica de Dios, que se realiza en el mundo; y es también un verdadero paso hacia la unidad que pedimos en nuestra oración.

3. Desde mi elección como Obispo de Roma, he reafirmado muchas veces. como sabéis, mi ardiente deseo de ver la Iglesia católica entrar plenamente en la santa obra que tiene por objetivo la restauración de la unidad. Espero que mi presencia hoy entre vosotros sea considerada como un signo de este empeño. Ciertamente, los diferentes países y las diferentes regiones tienen su propia historia religiosa y por eso las modalidades del Movimiento ecuménico pueden ser diversas, pero su imperativo esencial es el mismo: la búsqueda de la verdad en su mismo centro, en Cristo. Es El a quien debemos buscar ante todo para encontrar en El la verdadera unidad.

Queridos amigos en el Señor: Yo os agradezco nuevamente de todo corazón el que estéis aquí conmigo hoy. Que pueda el encuentro de esta tarde ser un signo de nuestro deseo de que llegue el día feliz que pedimos en nuestra oración: ese día en que, por obra del Espíritu Santo, seamos verdaderamente uno, "a fin de que el mundo crea" (
Jn 17 Jn 21).

Al rogar esta tarde por la unidad, por la reunificación de todos cuantos creen en Cristo, dentro de su única Iglesia, no podernos hacer nada mejor que tornar las propias palabras del Señor la noche del Jueves Santo, después de haber orado especialmente por sus Apóstoles:

"Pero no ruego sólo por éstos, sino por cuantos crean en Mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17,20-21).

Todos juntos, pidamos al Padre de Nuestro Señor Jesucristo que nos conceda hacer su voluntad:

Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad
200 así en la tierra como en el cielo.
El pan nuestro de cada día
dánosle hoy. Y perdónanos nuestras deudas
así como nosotros perdonamos
a nuestros deudores.
Y no nos dejes caer en la tentación,
más líbranos del mal.
Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO EN KINSHASA*


Sábado 3 de mayo de 1980



Excelencias, señoras, señores:

1. En el marco de la visita que. como Jefe espiritual, estoy efectuando al Zaire y a las comunidades católicas que viven en este territorio, me felicito por la oportunidad que se me ha concedido de encontrar y saludar al Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno de Kinshasa. Y querría comenzar dando las gracias a su Decano, que con tanta cortesía ha sabido hacerse su intérprete al dirigirme esas palabras, que yo he apreciado mucho.

201 La Santa Sede, por su parte, deseosa de favorecer un clima de diálogo con las instancias civiles responsables de la sociedad, celebra el poder establecer, con los Estados que lo deseen, relaciones duraderas. como un instrumento, fundado en la comprensión y confianza mutuas. al servicio del futuro y del progreso del hombre en todas sus dimensiones. Tal ha sido y es el caso del Zaire, y me llenan de satisfacción los contactos con sus dirigentes que ha hecho posible la presencia en este país de un Representante Pontificio. Este último tiene una misión particular cerca de los Pastores de las distintas diócesis, pero, como ustedes, debe intentar también conocer mejor la realidad interior de este país que dispone de tantas potencialidades humanas y naturales, detectar mejor las aspiraciones de sus ciudadanos, y promover un espíritu de entendimiento y de cooperación en el plano internacional.

2. Todos ustedes, señoras y señores, investidos en esta gran capital de una misión que se inspira en los más nobles ideales de la fraternidad humana, son conscientes, me parece, de que está en juego algo muy importante, que supera el marco inmediato. Se encuentran ustedes, todos nosotros nos encontramos en el corazón de África. Es para mí la ocasión de hacerles a ustedes partícipes de una convicción muy fuerte, que es al mismo tiempo una necesidad imperiosa. La convicción de que toda situación local tiene hoy repercusión a una escala mucho mayor; veo la prueba de esto en los acontecimientos que marcan, dolorosamente a veces, una u otra parte del continente, y que no pueden no herir la dignidad del alma africana e incluso la conciencia de la humanidad.

3. ¿Habrá que evocar los problemas ligados al racismo, que tantas voces han denunciado en todo el mundo, y que por su parte la Iglesia católica reprueba de la manera más firme? Mis predecesores en la Sede del Apóstol Pedro, el Concilio Vaticano II y los obispos directamente afectados han tenido innumerables ocasiones de proclamar el carácter anti-evangélico de esta práctica (cf. entre otros Pío XI: Encíclica Mit brennender Sorge , núms.
Nb 2-3 Juan XXIII: Encíclica Pacem in terris, núm. PT 86 Pablo VI: mensaje Africae terrarum , núm. octubre alocución al Parlamento Kampala, agosto ). Algunos comentadores han subrayado igualmente mi preocupación por defender en todos sus puntos los derechos del hombre, según Dios; puedo decirles que entiendo estar promoviendo su respeto al luchar contra este azote del racismo. Afortunadamente, se dan signos, como en Zimbabwe, de que, si hay pacientes esfuerzos, se pueden abrigar. ciertamente, esperanzas realistas.

4. ¿Habrá que evocar todavía el derecho de los pueblos a disponer de si mismos, sin renegar por eso —pues no ha de faltar la sabiduría— de todo lo que ha surgido de las vicisitudes de la historia? ¿Cómo no desear, en estricta justicia, acceder a la soberanía real, y en todos los campos, de su propio destino? África ha conocido, sobre todo en los últimos veinte años, innegables modificaciones en su estructura política y social. Subsisten, sin embargo, motivos de grave preocupación, sea el que las jóvenes naciones hayan experimentado dificultades en conseguir su equilibrio interior en un período tan breve, sea el que a pesar de las iniciativas de las instancias internacionales, el proceso hacia la soberanía resulta demasiado largo o desprovisto de las garantías suficientes.

5. Entre numerosos temas, he querido hablarles explícitamente de éstos, dada su importancia primordial, pero ya es tiempo, para no abusar de su benevolencia, de hablar de la urgente necesidad a la que aludía hace un momento. Nace de una visión global del mundo. Al formularla, de ninguna manera pretendo rivalizar con los estrategas de la comunidad internacional. Ni es ésa mi misión. ni mi propósito, ni mi competencia. Vengo aquí, a África, sin más equipaje que la fuerza del Evangelio, que es la de Dios (cf. 1Co 1,26 1Co 1, 1Co 9). Querría suscitar en el hombre, mi hermano, que quizá me escucha, el sentido del auténtico respeto y de la dignidad del hermano africano.

Con un asombro teñido de tristeza se constata que también este continente está marcado por influencias dirigidas desde el interior o desde el exterior, con pretexto a menudo de ayuda económica, pero en realidad en la perspectiva de un interés que no tiene de verdaderamente humanitario más que su etiqueta. ¡Ojalá que las diversas naciones que lo componen pudieran vivir y crecer en la paz, apartadas de conflictos ideológicos o políticos que son extraños a su mentalidad profunda! ¡Que no se les obligue, por ejemplo, a dedicar a armamento una parte desmesurada de los medios, tan reducirlos a veces, de que disponen (cf. mi discurso a la XXXIV Asamblea General de la Organización de las Naciones Unirlas , núm. Nb 10), o que la asistencia que reciben no esté subordinada a ninguna forma de sometimiento!

6. Estos factores no pueden engendrar en definitiva más que violencia, o incluso dar a ésta un carácter endémico: una violencia abierta, que opone a naciones o a grupos étnicos entre sí. y una violencia más sinuosa, porque es menos visible, que afecta incluso a las costumbres, convirtiéndose —¡es terrible decirlo!— en un medio prácticamente normal de afirmarse frente al otro. Esto no es digno del hombre, ni en particular. del hombre africano, que tiene el sentido de lo que se llama, creo, el diálogo, es decir, la confrontación leal por la conversación y la negociación. Se debe empezar por discutir para conocerse y no enfrentarse. Se debe empezar por amar antes de juzgar. Se deben buscar incansablemente todas las pistas que puedan conducir a la paz y al entendimiento. y, si el camino parece todavía largo, emprenderlo otra vez con nuevos esfuerzos. Las luchas y los conflictos jamás han resuelto en profundidad ningún problema. En mi viaje a Irlanda, el año pasado, dije con insistencia y lo repito aquí "que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución a los problemas, que la violencia no es digna del hombre" (en Drogheda, 29 de septiembre de 1979, Nb 9). Como allí, me haré aquí un mensajero incansable de un ideal que excluye la violencia, un ideal fundado sobre la fraternidad que tiene su origen en Dios.

7. Si. un respeto y una "práctica" más reales del conjunto de los derechos del hombre son precisamente los objetivos que me mueven a tomar frecuentemente el bordón de peregrino, para suscitar o despertar la conciencia de la humanidad. Se trata de la grandeza del hombre. El hombre se afirmará a sí mismo por ese camino, y no por la carrera hacia un poder ilusorio y frágil. El hombre tiene derecho en particular a la paz y a la seguridad. Tiene derecho a que el Estado, responsable del bien común, le eduque en la práctica de los medios de la paz. La Iglesia ha enseñado siempre, escribía yo en mí Encíclica Redemptor hominis, que "el deber fundamental del poder es la solicitud por el bien común de la sociedad... En nombre de estas premisas concernientes al orden ético objetivo, los derechos del poder no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los derechos objetivos e inviolables del hombre... Sin esto se llega a la destrucción de la sociedad, a la oposición de los ciudadanos a la autoridad, o también a una situación de opresión, de intimidación, de violencia, de terrorismo, de los que nos han dado bastantes ejemplos los totalitarismos de nuestro siglo" (Nb 17).

8. Todo esto, junto con una distribución más equitativa de los frutos del progreso, me parece que constituyen las condiciones para un crecimiento y un desarrollo más armonioso de esta tierra que con tanto gozo recorro estos días. Que Dios quiera sostener los esfuerzos de los responsables, tanto a escala nacional corno internacional, en particular en el cuadro de la Organización de la Unidad Africana, para que África pueda madurar en la serenidad y encontrar, en el concierto de las naciones, el papel y el peso que deben ser los suyos. Así estará también en mejor situación para hacer que los otros pueblos se beneficien de su genio propio y de su patrimonio particular.

Señoras y señores, les reitero mi profunda satisfacción por haber podido saludarles y expresarles algunos de los pensamientos que más llevo en el corazón. y, con mis mejores deseos para las altas funciones que ustedes asumen. pido al Todopoderoso que les asista a ustedes y a todos los suyos.

*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 19 p.9 (p.257).









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON EL MUNDO UNIVERSITARIO


202

Kinshasa, domingo 4 de mayo de 1980



Señor rector,
señores y señoras, profesores,
queridos estudiantes:

1. Estoy profundamente emocionado por las palabras de bienvenida qué acabo de escuchar, y que os agradezco de veras. ¿Es necesario que os diga cuánto me alegra el poder tomar contacto esta tarde con el mundo universitario africano? En el homenaje del que he sido objeto por vuestra parte, no veo solamente el honor tributado al primer Pastor de la Iglesia católica; percibo también una expresión de agradecimiento hacia la Iglesia, por la función que ha desempeñado a lo largo de la historia, y aún hoy, en la promoción del saber y de la ciencia.

2. Históricamente, la Iglesia ha dado origen a las universidades. Durante siglos, ha desarrollado en ellas una concepción del mundo en la que los conocimientos de la época se inscribían en la visión más amplia de un mundo creado por Dios y redimido por nuestro Señor Jesucristo. Por eso se consagraron tantos hijos suyos a la enseñanza y a la investigación, para iniciar a generaciones de estudiantes en los diversos grados del saber, en el marco de una visión total del hombre que integra sobre todo la consideración de las razones de su existencia.

Sin embargo, la idea misma de universidad, universal por definición en su proyecto, no implica que ésta se sitúe de ningún modo al margen de las realidades del país en el que está implantada. Al contrario, la historia demuestra cómo las universidades han sido instrumentos de formación y de difusión de una cultura propia de su país, contribuyendo poderosamente a forjar la conciencia de la identidad nacional. La universidad forma parte, pues, naturalmente, del patrimonio cultural de un pueblo. En este sentido podría decirse que pertenece al pueblo.

Esta manera de ver la universalidad en su finalidad esencial —el saber lo más vasto posible y enraizado de manera concreta en el seno de una nación— es de gran importancia. Pone especialmente de manifiesto la legitimidad de la pluralidad de culturas, reconocida por el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes GS 55), y permite discernir los criterios del auténtico pluralismo cultural, ligado a la manera de caminar de cada pueblo hacia la verdad única. Pone de manifiesto también que una universidad fiel al ideal de una verdad total sobre el hombre no puede prescindir, ni siquiera bajo pretexto de realismo o de autonomía científica, del estudio de las realidades superiores de la ética, de la metafísica y de la religión. En esta perspectiva es donde se sitúa el particular interés que la Iglesia ha tenido por el mundo de la cultura y las importantes contribuciones con que lo ha enriquecido. Para la Iglesia, la revelación divina acerca del hombre, del sentido de su vida y de su esfuerzo por construir el mundo, es esencial para un conocimiento completo del hombre y para que el progreso sea siempre totalmente humano. Esa ha sido la meta de la actividad misionera de la Iglesia: hacer, como recuerda el Concilio, que todo lo que hay de bueno en el corazón del hombre, en su pensamiento, en su cultura, sea elevado y llegue a su plenitud para la gloria de Dios y la felicidad del hombre (cf. Lumen gentium LG 17).

3. La universidad de Kinshasa tiene un puesto notable en esta colaboración histórica entre la Iglesia y el mundo de la cultura. El centenario de la evangelización del Zaire coincide, en efecto, con el vigésimo quinto aniversario de la universidad nacional del país. ¿Cómo no congratularse por la clarividencia de los que fundaron esta universidad? En ella se manifiesta magníficamente el lugar que ocupa en la evangelización la promoción cultural y espiritual del hombre. Es la prueba de que la Iglesia, y particularmente la prestigiosa Universidad Católica de Lovaina, habían visto claro y tenían confianza en el futuro de vuestro pueblo y de vuestro país. La importancia de la comunidad católica en vuestro país hace deseable que aun hoy permanezca la universidad confiadamente abierta a la relación con la Iglesia.

Al rendir homenaje hoy, ante vosotros, a la universidad nacional del Zaire y a su comunidad universitaria, lo hago dirigiendo también mi mirada a todo el mundo universitario africano: desempeña y desempeñará siempre un papel cada vez más importante, irreemplazable y esencial, en la realización plena de las promesas que vuestro continente encierra para sí mismo y para todo el mundo.

4. Permitiréis, estoy seguro, a un antiguo profesor de universidad, que ha consagrado largos y felices años a la enseñanza universitaria en su tierra natal, que os hable unos momentos de lo que yo considero como los dos objetivos esenciales de toda formación universitaria, completa y auténtica: ciencia y conciencia, o dicho de otra manera: el acceso al saber y la formación de la conciencia, como está claramente expresado en el lema mismo de la universidad nacional del Zaire: "Scientia splendet et conscientia". •


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