Discursos 1980 203

203 La primera misión de una universidad es la enseñanza del saber y la investigación científica. De tan vasto campo, no abordaré aquí más que un punto: quien dice ciencia dice verdad. El auténtico espíritu universitario estaría absolutamente ausente allí donde no se diera la alegría de buscar y de conocer, inspirada por un ardiente amor a la verdad. Esta búsqueda de la verdad da la grandeza al saber científico, como se lo recordaba el 10 de noviembre último a la Pontificia Academia de las Ciencias: "La ciencia pura es un bien, digno de gran estima, pues es conocimiento y, por tanto, perfección del hombre en su inteligencia. Ya antes de las aplicaciones técnicas, se le debe honrar por sí misma, como parte integrante de la cultura. La ciencia fundamental es un bien universal que todo pueblo debe tener posibilidad de cultivar con plena libertad respecto de toda forma de servidumbre internacional o de colonialismo intelectual" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 de diciembre de 1979, pág. 9).

Quienes consagran su vida a la ciencia pueden sentirse legítimamente orgullosos, y también quienes como vosotros, alumnos y alumnas, pueden pasar varios años de su vida formándose en una disciplina científica, pues nada hay más bello, a pesar del trabajo y el esfuerzo que requiere, que poder entregarse a la búsqueda de la verdad de la naturaleza y del hombre.

5. ¿Cómo no llamaros aquí brevemente la atención sobre el amor a la verdad, sobre el hombre? Las ciencias humanas, lo he subrayado ya varias veces, ocupan un lugar cada vez mayor en nuestro saber. Son indispensables para llegar a una organización armoniosa de la vida común en un mundo en que las relaciones se hacen cada vez más numerosas y más complejas. Pero al mismo tiempo, sólo se puede hablar de "ciencias" del hombre en un sentido muy especial, radicalmente distinto del sentido habitual, precisamente porque hay una verdad del hombre que transciende toda tentativa de reducción a un aspecto particular, cualquiera que éste sea. En este campo, un investigador verdaderamente completo no puede, ni en la elaboración del saber ni en sus aplicaciones, hacer abstracción de las realidades espirituales y morales que son esenciales a la existencia humana, ni de los valores que de ellas se derivan. Pues la verdad fundamental es que la vida del hombre tiene un sentido, del que depende el valor de la existencia personal como una justa concepción de la vida en sociedad.

6. Estas rápidas consideraciones sobre el amor a la verdad, que me gustaría poder desarrollar más ampliamente en diálogo con vosotros, ya os han indicado lo que yo entiendo cuando me refiero a la función de la universidad y de vuestros estudios para la formación de la conciencia.Ciertamente, la universidad tiene sobre todo una función pedagógica de formación de sus estudiantes, a fin de que éstos sean capaces de acceder al nivel de conocimientos requerido, y ejercer eficazmente su profesión en el mundo en el que serán más tarde llamados a trabajar. Pero más allá de los diferentes saberes que ha de transmitir, la universidad no puede tampoco desinteresarse de otro deber: el de permitir y facilitar la inserción del saber en un contexto más amplio, fundamental, en una concepción plenamente humana de la existencia. De esa manera, el estudiante consciente evitará caer en la tentación de las ideologías, engañosas siempre por simplificadoras, y estará en condiciones de buscar a un nivel superior la verdad sobre sí mismo y sobre su misión en la sociedad.

7. Queridos amigos, profesores y estudiantes: Querría poder estimularos personalmente a cada uno de vosotros y a cada uno de los que representáis, que es a todo el mundo estudiantil, el mundo de la cultura y de la ciencia en Zaire y en África, a que aceptéis plenamente cada uno vuestras responsabilidades. Son pesadas; exigen lo mejor de vosotros mismos, pues la universidad no tiene como primer objetivo el proporcionar títulos, diplomas o puestos lucrativos: tiene una importante función: formar hombres al servicio del país. Por eso implica grandes exigencias para con el trabajo a realizar, para consigo mismo, para con la sociedad.

Si toda investigación universitaria exige una verdadera libertad para poder existir, requiere también por parte de los universitarios dedicación al trabajo, cualidades de objetividad, de método y de disciplina, en una palabra, competencia. Esto, como vosotros sabéis bien, es lo que lleva a los otros dos aspectos. Una de las características del trabajo universitario y del mundo intelectual es que, quizá más que en ningún otro terreno, cada uno se encuentra constantemente confrontado con su propia responsabilidad en la orientación que da a su trabajo. Sobre este último punto, tengo el gozo de repetiros la grandeza de vuestra misión y de animaros a emprenderla con toda vuestra alma. No trabajáis solamente por vosotros, por vuestra promoción. Por el hecho mismo de ser universitarios, participáis en una búsqueda de la verdad sobre el hombre, en una búsqueda de su bien, con el deseo de cooperar a la revalorización de la naturaleza para un auténtico servicio al hombre, en la promoción de los valores culturales y espirituales de la humanidad. Esta participación en el bien de la humanidad se realiza, concretamente, a través de los servicios que prestáis y que se os solicitarán en vuestro país: para la salud física y moral de vuestros conciudadanos, para el bienestar económico y social de vuestra nación. Pues la educación privilegiada que os ofrece la comunidad no se os da para vuestro provecho personal. El día de mañana, toda la comunidad, con sus necesidades materiales y espirituales, tendrá derecho de acudir a vosotros, tendrá necesidad de vosotros. Y vosotros tendréis que ser sensibles a la llamada de vuestros conciudadanos. Es una tarea difícil, pero entusiasmante, digna del sentimiento de solidaridad que tenéis tan arraigado: tendréis que servir al hombre, servir al hombre africano en lo que tiene de más profundo y más precioso: su humanidad.

8. Las perspectivas que no hago más que esbozar ante vosotros esta noche, queridos amigos, implican como realidad fundamental que la ética, la moral, las realidades espirituales, sean percibidas como elementos constitutivos del hombre integral, entendido tanto en su vida personal como en el papel que debe desempeñar en la sociedad y por tanto, como elementos esenciales de toda sociedad. La primacía de la verdad y la primacía del hombre, lejos de oponerse, se unen y se coordinan armoniosamente para quien busque con sinceridad y respeto el realismo con todas sus consecuencias.

De ahí se sigue que, igual que hay una manera equivocada de concebir el progreso técnico convirtiéndolo en el absoluto del hombre, poniéndolo al servicio de la satisfacción de sus deseos más superficiales, falsamente identificados con el éxito y la felicidad, hay también una manera equivocada de concebir el progreso de nuestro pensamiento sobre la verdad del hombre. En este campo, os dais cuenta de ello, el progreso se hace profundizando, integrando. Los errores son corregidos, pero fueron errores, mientras que no hay verdad sobre el hombre, sobre el sentido de la vida personal y comunitaria que pueda ser “superada” o convertirse en error. Esto es importante para vosotros que, en una sociedad en plena mutación, debéis trabajar por su progreso humano y social, integrando la verdad que os llega del pasado en aquella que os permitirá hacer frente a perspectivas nuevas.

9. En función de la verdad del hombre, en efecto, debe rechazarse el materialismo, en todas sus formas, pues siempre es fuente de esclavitud: esclavitud a una búsqueda de bienes materiales o, mucho peor aún, esclavitud del hombre, cuerpo y alma, a ideologías ateas, siempre en definitiva, esclavitud del hombre al hombre. Por eso, la Iglesia católica ha querido reconocer y proclamar solemnemente el derecho a la libertad religiosa en la búsqueda leal de los valores espirituales y religiosos; por eso también eleva su oración para que todos los hombres encuentren, en la fidelidad al sentido religioso que Dios ha puesto en su corazón, el camino de la verdad total.

10. Querría añadir todavía una palabra, dirigida especialmente a mis hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo. Vosotros creéis en el mensaje del Evangelio, queréis vivirlo. Para nosotros, el Señor Jesucristo es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vicia (cf. Jn
Jn 14,6). Ya he desarrollado, especialmente, en la primera Encíclica Redemptor hominis, que dirigí al mundo al principio de mi ministerio pontificio, y también en mi Mensaje del primero de enero pasado sobre "La verdad, fuerza de la paz", cómo, para nosotros cristianos, Cristo nuestro Señor, por su encarnación, es decir, por la realidad de nuestra humanidad que asumió para salvarnos, nos ha revelado la verdad más total que hay sobre el hombre, sobre nosotros mismos, sobre nuestra existencia. El es, con toda verdad, el camino del hombre, vuestro camino. Por eso, la evangelización, que responde a un mandato del Señor, encuentra su puesto en vuestra colaboración en la tarea forjadora del futuro de vuestro pueblo pues, visto a la luz de la fe, es colaboración en los proyectos divinos sobre el mundo y sobre la humanidad y, en definitiva, colaboración en la historia de la salvación.

11. En el momento en que se celebra en Zaire el centenario del anuncio de la Palabra de Dios, y en el momento en que se forma un mundo africano nuevo al servicio de una humanidad más rica en África, estáis llamados a participar plenamente en él, siendo al mismo tiempo los testigos de Cristo en vuestra vida universitaria y profesional. Dad prueba de vuestra competencia, de vuestra sabiduría africana, pero sed al mismo tiempo hombres y mujeres que aporten el testimonio de la concepción cristiana del mundo y del hombre. Que toda vuestra vida sea para los que os rodean y para todo vuestro país, un. anuncio de la verdad sobre el hombro renovado en Cristo, un mensaje de salvación en el Señor resucitado. Cuento con vosotros, universitarios católicos, queridos hijos e hijas, cuento con vuestro compromiso fiel al servicio de vuestro país, de la Iglesia, de toda la humanidad, y os doy las gracias.

204 12. Queridos amigos, profesores, alumnos y alumnas: Vuestra universidad, al principio de su existencia, tenía como divisa: "Lumen requirunt lumine!; ¡A su luz, buscan la luz!". Deseo que vuestros estudios, vuestras investigaciones, vuestra sabiduría sean para todos vosotros un camino hacia la Luz suprema, el Dios de verdad, a quien pido que os bendiga.
* * *


(Terminado el discurso escrito, Juan Pablo II comenzó un diálogo directo con los estudiantes)

Me dispongo a hablaros sin esquemas, de manera no oficial. Sin duda estáis interesados en conocer la conversación que he tenido con vuestro rector mientras venía en el coche. Os diré que lo conozco desde hace tiempo, desde 1974, cuando como yo, también él tenía algún año menos. Lo veis siempre joven, en cambio yo me hago viejo. Le he preguntado por vuestra universidad y vuestros problemas, pues estos temas me interesan siempre. He tratado de enterarme de cómo es la estructura de vuestra universidad. Me he interesado por la aplicación de los estudiantes y me ha dicho que aprueban un 12 por ciento, y que existen problemas de vario tipo. Espero que ahora a la vuelta conseguiré más detalles sobre otros aspectos. Los problemas de los estudiantes me interesan siempre. Quiero deciros que la fidelidad ha sido otro de los problemas de nuestra conversación, y que el problema de vuestra formación universitaria me interesa y preocupa. Os agradezco la atención que prestáis a estas palabras que suplen un discurso oficial.

Quisiera regalar a la universidad, por manos de vuestro rector, una medalla conmemorativa, conmemorativa para vosotros y para mí. He vivido profundamente este encuentro con los universitarios zaireños, con esta universidad que tiene ya una cierta tradición no larga, pero con horizontes y objetivos muy importantes. Y de estos objetivos deseo hablaros, de vuestra comunidad universitaria, de los profesores y los estudiantes. Yo siempre pido oraciones por la juventud. Confío en que vuestras esperanzas se hagan realidad, aunque no sea sin dificultad; pues ello es importante para vuestro país y para toda África.

El Señor os bendiga. Bendiga Dios omnipotente a todos, profesores y alumnos. Hasta otra vez. ¡No! Un momento todavía. El arzobispo y el rector me dicen que no se ha terminado, quieren que os bendiga. Lo hago de corazón, con suma complacencia.

Mientras tanto, habéis hecho algo maravilloso, me habéis enseñado cómo me las tengo que arreglar con mis amigos periodistas. Pero dado que hemos cantado poco, ahora nos tenemos que resarcir.









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LOS SACERDOTES Y RELIGIOSOS DE TODO EL PAÍS


Parroquia del Sagrado Corazón de Kinshasa

Domingo 4 de mayo de 1980



Queridos hermanos sacerdotes:

1. He deseado vivamente este encuentro con vosotros. Los sacerdotes, lo sabéis, ocupan un lugar especial en mi corazón y en mi plegaria. Es normal: con vosotros soy sacerdote. Aquel que ha sido constituido Pastor de todo el rebaño tiene sus ojos fijos, en primer lugar, en aquellos que comparten su pastoreo —que es el pastoreo de Cristo—, en aquellos que soportan cotidianamente "el peso del día y del calor". ¡Y es tan importante vuestra misión en la Iglesia!

205 El año pasado, con motivo del Jueves Santo, tuve a bien dirigir una Carta especial a todos los sacerdotes del mundo a través de sus obispos. En nombre de toda la Iglesia, os expresaba mis sentimientos de gratitud y confianza. Os recordaba vuestra identidad sacerdotal en relación con Cristo Sacerdote, el Buen Pastor; situaba vuestro ministerio en la Iglesia. También mostraba el sentido de las exigencias inherentes a vuestro estado sacerdotal. Espero que hayáis leído esta Carta y que la volveréis a leer. No puedo tratar aquí de nuevo todos sus temas, ni siquiera brevemente. Más bien diré algunos pensamientos que la prolongan. Quería sobre todo hablaros personalmente a vosotros, sacerdotes en África, sacerdotes en el Zaire. Es este uno de mis primeros encuentros en suelo africano, un encuentro privilegiado con mis hermanos sacerdotes.

2. Más allá de vuestras personas, pienso en todos los sacerdotes del continente africano. En aquellos que vinieron de lejos para comenzar la evangelización y que continúan aportando su ayuda preciosa e indispensable. No me atrevería mucho a decir "misioneros", porque todos han de ser misioneros. Pienso también —y muy especialmente en la presente alocución— en los sacerdotes que han salido de los pueblos africanos: ellos constituyen ya una respuesta rica de promesas consoladoras; son la demostración más convincente de la madurez que han adquirido vuestras jóvenes Iglesias; son ya, y están llamados cada vez más a ser sus animadores. Son particularmente numerosos en este país. Se trata de una enorme gracia que agradecemos a Dios en este centenario de la evangelización. Es también una gran responsabilidad.

3. ¿Qué pensamiento elegiría yo como tema de este encuentro, entre tantos que se acumulan en este momento en mi alma? Me parece que el mejor exordio nos lo proporciona el Apóstol Pablo, cuando exhorta a su discípulo Timoteo a reavivar el don que Dios ha depositado en él por la imposición de las manos (cf.
2Tm 1,6), y a acumular, con una conciencia renovada de esta gracia, la fuerza para continuar con generosidad el camino emprendido, porque "no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza" (ib., 1, 7).

Por tanto, nuestra meditación de hoy ha de comenzar recordando los rasgos fundamentales del sacerdocio. Ser sacerdote significa ser mediador entre Dios y los hombres, en el Mediador por excelencia que es Cristo.

Jesús pudo llevar a cabo su misión gracias a su unión total con el Padre porque era uno con El: en su condición de peregrino por los caminos de nuestra tierra (viator), estaba ya en posesión de la meta (comprehensor) a que debía conducir a los otros. Para poder continuar eficazmente la misión de Cristo, el sacerdote debe también él, de algún modo, haber llegado ya allí a donde quiere conducir a los otros: a ello llega a través de la contemplación asidua del misterio de Dios, nutrido por el estudio de la Escritura, un estudio que se despliega en oración. La fidelidad a los momentos y a los medios de oración personal, la oración más oficial de las Horas, así como también la realización digna y generosa de los actos sagrados del ministerio contribuyen a santificar al sacerdote y a conducirle a una experiencia de la presencia misteriosa y fascinante del Dios vivo, permitiéndole actuar poderosamente sobre el medio humano que le rodea.

4. Cristo ejerció su función de mediador, ante todo, a través de la inmolación de su vida en el sacrificio de la cruz, aceptado por obediencia al Padre. La cruz sigue siendo el camino "obligado" del encuentro con Dios. Es éste un camino en el que el sacerdote, ha de ir en cabeza con ánimo. Como recordaba en mi reciente Carta sobre la Eucaristía, ¿acaso no está llamado a renovar "in persona Christi", en la celebración eucarística, el sacrificio de la cruz? Según la hermosa expresión del africano Agustín de Hipona, "Cristo en el calvario fue Sacerdote y Sacrificio, y por tanto Sacerdote por ser Sacrificio" (Confesiones, X, 43, 69). El sacerdote, que en la pobreza radical de la obediencia a Dios, a la Iglesia, a su obispo, haya sabido hacer de su vida una ofrenda pura que ofrecer, en unión con Cristo, al Padre celestial, experimentará en su ministerio la fuerza victoriosa de la gracia de Cristo muerto y resucitado.

Como mediador, el Señor Jesús fue, en todas las dimensiones de su ser, el hombre para Dios y para los hermanos. De igual modo el sacerdote; y ésta es la razón por la que se le pide consagrar toda su vida a Dios y a la Iglesia, en lo profundo de su ser, de sus facultades, y de sus sentimientos. El sacerdote que, en la elección del celibato, renuncia al amor humano para abrirse totalmente al amor de Dios, se hace libre para entregarse a los hombres con una donación que no excluye a nadie, sino que comprende a todos en la corriente de la caridad, que proviene de Dios (cf. Rom Rm 5,5) y conduce a Dios. El celibato, al unir al sacerdote con Dios, le libera para todas las tareas que requiere el cuidado de las almas.

5. He aquí esbozada en algunos rasgos la fisonomía esencial del sacerdote, tal como nos ha sido legada por la tradición venerable de la Iglesia. Ella posee un valor permanente ayer, hoy y mañana. No se trata de ignorar los problemas nuevos que plantea el mundo contemporáneo, así como el contexto africano, pues es necesario preparar sacerdotes que sean a la vez plenamente africanos y auténticamente cristianos. Los interrogantes planteados por la cultura en que el ministerio sacerdotal está inserido requieren una reflexión madura. Pero he recordado que de todos modos hay que abordarlos y darles solución, ante todo, a la luz de la teología fundamental.

6. No es necesario que me extienda afilara en las diferentes funciones del sacerdote. Vosotros habéis meditado y debéis releer a mentido los textos del Concilio Vaticano II, la Constitución Lumen gentium (Nb 28) y todo el Decreto Presbyterorum ordinis.

El anuncio del Evangelio, de todo el Evangelio, a cada clase de cristianos y también a los no cristianos, ha de adquirir un lugar importante en vuestra vida. Los fieles tienen derecho a ello. En este ministerio de la Palabra de Dios sobresalen notablemente la catequesis, que ha de ser capaz de alcanzar el corazón y el espíritu de vuestros compatriotas, y la formación de catequistas, religiosos y laicos. Y sed educadores de la fe y de la vida cristiana según la Iglesia. en el ámbito personal, familiar y profesional.

La digna celebración de los sacramentos, la dispensación de los misterios de Dios, es igualmente central en vuestra vida de sacerdotes. En este terreno, velad con asiduidad para preparar a los fieles a recibirlos, de modo que, por ejemplo, los sacramentos del bautismo, de la penitencia, de la Eucaristía y del matrimonio den sus frutos. Pues Cristo derrama la fuerza de su acción redentora en estos sacramentos. Lo hace especialmente en la Eucaristía y en el sacramento de la Penitencia.

206 El Apóstol Pablo dijo: "Dios (...) nos ha confiado el ministerio de la reconciliación" (2Co 5,18). Y el Pueblo de Dios está llamado a convertirse incesantemente y a reconciliarse siempre de nuevo con Dios en Cristo. Esta reconciliación se actúa en el sacramento de la penitencia; y precisamente en él ejercéis de modo excelente vuestro ministerio de reconciliación.

Sí, conozco vuestras dificultades; tenéis que cumplir muchas tareas pastorales y os falta siempre tiempo. Pero cada cristiano tiene un derecho, sí, un derecho al encuentro personal con Cristo crucificado que perdona. Y como he dicho en mi primera Encíclica, "es al mismo tiempo un derecho de Cristo mismo hacia cada hombre redimido por El" (Redemptor hominis RH 20).

Por todo esto os suplico: Considerad siempre este ministerio de reconciliación en el sacramento de la penitencia, como una de vuestras tareas más importantes.

Finalmente, el "poder espiritual" que os ha sido dado (cf. Presbyterorum ordinis PO 6), se os confirió para construir la Iglesia, para conducirla como el Señor, el Buen Pastor, con una dedicación humilde y desinteresada, acogiendo siempre, con disponibilidad para asumir los diferentes ministerios y servicios que son necesarios y complementarios en la unidad del presbyterium, con una gran voluntad de colaboración entre vosotros, sacerdotes, y con vuestros obispos. El pueblo cristiano debe verse inducido a la unidad viendo el amor fraterno y la cohesión que vosotros manifestáis. Vuestra autoridad en el ejercicio de vuestras funciones está ligada a vuestra fidelidad a la Iglesia que os las ha confiado. Dejad las responsabilidades políticas a aquellos que están encargados de ellas: vosotros, vosotros tenéis otra parte, una parte magnífica, vosotros sois "jefes" con otro título y de otro modo, participando en el sacerdocio de Cristo, como sus ministros. Vuestro campo de acción, que es vasto, es el de la fe y las costumbres, en el cual se espera que prediquéis a la vez con una palabra decidida y con el ejemplo de vuestra vida.

7. Cada miembro de la Iglesia tiene en ella un papel irreemplazable. El vuestro consiste también en ayudar a todos aquellos que pertenecen a vuestras comunidades a cumplir el suyo, religiosos, religiosas y laicos. Procurad valorar sobre todo el valor de los laicos: en efecto, no hay que olvidar nunca que el bautismo y la confirmación confieren una responsabilidad específica en la Iglesia. Apruebo, por tanto, vivamente vuestra. preocupación por suscitar colaboradores, por formarlos en sus responsabilidades. Sí, hay que saber dirigirles, sin cansarse, llamadas directas, concretas y precisas, Es necesario formarlos haciéndoles tomar conciencia de las riquezas escondidas de que son portadores. Finalmente, es necesario saber colaborar de verdad, sin acaparar todas las tareas, todas las iniciativas o todas las decisiones, cuando se trata de aquello que pertenece al ámbito de sus competencias y de sus responsabilidades. Así es como sé forman comunidades vivas que representan verdaderamente una imagen de la Iglesia primitiva, en la que se ve aparecer, alrededor del Apóstol, los nombres de aquellos numerosos auxiliares, hombres y mujeres, que San Pablo saluda como "sus colaboradores en Cristo Jesús" (Rm 16,3).

8. En todo este trabajo pastoral, las dificultades inevitables no deben mermar nuestra confianza. "Scimus Christum surrexisse a mottuis vere". La presencia de Cristo resucitado es el fundamento seguro de una esperanza "que no quedará confundida" (Rm 5,5). Por esta razón el sacerdote debe ser, siempre y en todo lugar, un hombre de esperanza. Es muy cierto que el mundo está transido de tensiones profundas, que muy a menudo engendran dificultades cuya solución inmediata nos sobrepasa. En tales circunstancias, y en todo tiempo, es necesario que el sacerdote sepa ofrecer a sus hermanos, a través de la palabra y el ejemplo, motivos convincentes de esperanza. Y puede hacerlo porque sus certezas no están fundadas en opiniones humanas., sino en la roca sólida de la Palabra ele Dios.

9. Sostenido por la Palabra ele Dios, el sacerdote debe revelarse como un hombre de discernimiento y un auténtico maestro de la fe.

Sí, debe ser, sobre todo en nuestra época, un hombre de discernimiento. Y esto porque, como sabemos todos, el mundo moderno ha realizado grandes progresos en el campo del saber y de la promoción humana, pero éste se halla también inundado de un gran número de ideologías y de pseudovalores que, a través de un lenguaje falaz, logran muy a menudo seducir y equivocar a muchos de nuestros contemporáneos. No sólo hay que saber no sucumbir ante ellos, esto es demasiado evidente, sino que la función de los Pastores es también formar el juicio cristiano de los fieles (cf. 1Tm 5,21 1Jn 4,1) para que también ellos sean capaces de sustraerse a la fascinación engañosa de estos nuevos "ídolos".

De este modo el sacerdote se revelará también como un auténtico maestro de la fe. Conducirá a los cristianos a madurar en su fe, comunicándoles un conocimiento cada vez más profundo del mensaje evangélico —"no su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios" (cf. Presbyterorum ordinis PO 4)—, ayudándoles a juzgar a la luz de ésta las circunstancias de la vida. Así, gracias a vuestros esfuerzos perseverantes, hoy, en África, los católicos sabrán descubrir las respuestas que, en plena fidelidad a los valores inmutables de la Tradición, serán a la vez capaces de satisfacer de un modo adecuado las necesidades y los interrogantes del presente.

10. He recordado el papel de todos los fieles en la Iglesia. Sin embargo, al final de este encuentro, dirijo vuestra atención hacia el deber primordial que tenéis respecto a las vocaciones. El sentido de toda vocación cristiana está tan íntimamente en dependencia respecto del de la vocación sacerdotal que, en las comunidades en que este último desaparece, sería la autenticidad misma de la vida cristiana la que estaría en entredicho. Trabajad, pues, incansablemente, queridos hermanos, para hacer comprender a todo el Pueblo de Dios la importancia de las vocaciones; rogad y haced rogar por ello; cuidad de que la llamada de Cristo sea bien presentada a los jóvenes; ayudad a aquellos a quienes el Señor llama al sacerdocio o a la vida religiosa a discernir los signos de su vocación; sostenedlos a lo largo de toda su formación. Estáis persuadidos profundamente de que el porvenir de la Iglesia dependerá de sacerdotes santos, porque el sacerdocio pertenece a la estructura de la Iglesia tal como el Señor la ha querido. Finalmente, queridos hermanos; ¿no creéis que el Señor se servirá en primer lugar del ejemplo de nuestra propia vida, generosa y esplendente, para suscitar otras vocaciones?

11. Hermanos queridísimos, tened fe en vuestro sacerdocio. Es el sacerdocio de siempre, porque es una participación en el sacerdocio eterno de Cristo, "que es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8 cf. Ap Ap 1,17 ss. ). Sí, si las exigencias del sacerdocio son muy grandes, y si a pesar de todo no he dudado en hablaros de ellas, entonces es que son la consecuencia de la proximidad del Señor, de la confianza de que da testimonio a sus sacerdotes. "Ya no os llamo siervos, sino que os digo amigos" (Jn 15,15). Este canto del día de nuestra ordenación sigue siendo, para cada uno de vosotros, como para mí, una fuente permanente de alegría y de confianza. Esta alegría es la que yo os invito a renovar hoy. Que la Virgen María sea siempre vuestro apoyo en el camino, y que Ella nos introduzca a todos cada día, antes de nada, en la intimidad del Señor. Con mi afectuosa bendición apostólica.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LA COMUNIDAD POLACA DE ZAIRE


207

Kinshasa, domingo 4 de mayo de 1980



Amados hermanos y hermanas, misioneros; queridos compatriotas, que participáis en este excepcional encuentro en tierra africana:

1. Con profunda emoción me encuentro con vosotros aquí, en África, donde representáis a nuestra patria común y a la Iglesia que en ella realiza su misión salvífica. Os saludo con la venerada expresión de nuestros padres: ¡Alabado sea Jesucristo! Estas palabras encierran toda la profundidad del contenido afectivo que recuerda la tierra natal, la familia, la parroquia, el ambiente en que habéis crecido y, que después, fascinados por la invitación "sígueme", habéis dejado, para convertiros en sembradores de la Palabra de Dios; y además expresan, en cierto sentido, la sustancia misma de la vocación misionera, el ideal del trabajo de evangelización.

En el nombre de Jesucristo, crucificado y resucitado, habéis venido aquí para que todos los pueblos alaben al Señor, para que todas las naciones le den gloria (cf. Sal Ps 116 [117] ).

"¡Qué hermosos son sobre los montes, los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación!" (Is 52,7).

En el nombre de Jesucristo he emprendido esta peregrinación al santuario viviente del corazón del hombre en África, para participar en las alegrías del jubileo de esta joven Iglesia y, al mismo tiempo, para agradecer con ella a Dios las gracias que le ha concedido sobre todo en este siglo, y para confiar a la misericordia divina el futuro prometedor de esta Iglesia.

2. En el nombre de Jesucristo me encuentro con vosotros, queridos misioneros, hermanos y hermanas. Me alegro de poder insertarme, durante estos días, de modo especial en vuestro cotidiano trabajo misionero y compartir vuestro esfuerzo apostólico, al realizar este servicio en favor de nuestros hermanos en el continente africano.

Sabemos bien que nosotros debemos nuestra fe a otros que, impulsados por la llamada de la Palabra divina, llegaron a nuestra tierra y sembraron entre nuestros antepasados la alegre nueva, anunciaron la paz, revelaron la felicidad y proclamaron la salvación; los injertaron en los misterios de la vida divina y los insertaron en el organismo vivo de la Iglesia.

El testimonio vivo de la madurez de cada Iglesia no se reduce solamente a su apertura a la Palabra de Dios, al bien salvífico, sino que es también la capacidad de dar a los otros lo que ella misma vive. Con esta donación no sólo manifiesta su madurez, sino que la profundiza y la consolida. Por esto, como toda la Iglesia, también las Iglesias locales desean convertirse en misioneras, en sujeto de esta "acción misionera" de la Iglesia. A pesar de que en el curso de la historia no siempre hemos tenido las condiciones propicias para manifestar externamente este carácter misionero, sin embargo, el espíritu misionero estuvo y está profundamente arraigado en la fe de nuestro pueblo. Y los problemas misioneros siempre hallan eco profundo dentro del corazón del Pueblo de Dios en nuestra patria. A pesar de las mencionadas dificultades, la Iglesia en nuestra patria ha escrito una espléndida página misionera; basta recordar al Beato Maximiliano M. Kolbe, a la Beata María Teresa Ledochowska, al padre Bejzym, por no hablar de muchos otros menos conocidos y obreros anónimos en el campo misionero.

Continúa escribiendo esta página misionera. Vosotros sois prueba de ello, presentes aquí, y todos los que no han podido venir.

Cuánto me alegro corno Papa y como polaco, cuando me llegan noticias de que algún sacerdote, alguna religiosa, o algún laico sale de Polonia para tierra de misiones; y estas noticias, gracias a Dios, son cada vez más frecuentes.

208 5. En el nombre de Jesucristo me encuentro con vosotros, compatriotas aquí presentes, y con todos los ausentes —quizá no numerosos—, a quienes el destino ha traído aquí y que habéis encontrado vuestra segunda patria en el continente africano.

Con vosotros que, al realizar vuestro servicio, servís a la patria.

Con vosotros, misioneros de los los valores humanos, que habéis venido aquí para compartir, en este continente que se desarrolla y tiene necesidad de ayuda, vuestro conocimiento, vuestra experiencia y vuestra capacidad, en el respeto de la dignidad y de los derechos del hombre.

Este respeto de la dignidad y de la libertad propia y de los demás está profundamente arraigado en nuestra tradición cristiana y nacional, porque nosotros conocemos el precio de estos fundamentales e inviolables valores humanos. Y sabemos que no se puede llevar un auténtico bien a otro hombre, si se llevan ocultos otros fines contrarios a ese bien, o quizá intereses secundarios.

4. Os deseo que nuestros hermanos africanos, entre los que trabajáis, puedan decir de vosotros lo que se lee en el texto de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación!".

5. He traído conmigo al Zaire la imagen de la Madre de Dios de Czestochowa, tan entrañable para nosotros. De este modo, hago referencia a esa espléndida tradición de los primeros misioneros en África, que confiaron su tarea evangelizadora a la Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y Madre nuestra.

También yo os confío a todos y a cada uno de vosotros a Ella: vuestros trabajos y vuestra solicitud, vuestras cruces y vuestras alegrías, vuestras fatigas y vuestra entrega. Que Ella os recuerde siempre que sois siervos de Cristo, que escuchan su Palabra y cumplen lo que El manda.

A Ella. a la Virgen Negra, Madre de la Misericordia, Madre de la vida y de la esperanza, Reina de la paz, confío sobre todo la Iglesia de África, su presente y su futuro; todos los problemas que afronta en esta tierra negra.

6. ¡Yo continúo mi viaje misionero y vosotros quedad aquí con Dios!

Os bendiga Dios omnipotente: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.









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