Discursos 1980 208


VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


EN EL ACTO DE ENTREGA DE UNA IMAGEN DE LA VIRGEN


A UNA PARROQUIA DE KINSHASA


Nunciatura apostólica

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Domingo 4 de mayo de 1980



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Entre todas alegrías que se me concede saborear a lo largo de mis visitas pastorales en tierras de África, la que me proporcionáis en este momento tiene sabor del todo particular. Vuestro proyecto de levantar un santuario dedicado a la "Madre de Dios" y de venerarla en la imagen de Nuestra Señora de Czestochowa tan popular en mi Polonia natal, me alegra profundamente. Felicito a cuantos han contribuido a la elaboración de este proyecto y hago férvidos votos por la fecundidad del ministerio que desempeñarán en este futuro lugar de culto los misioneros de la Consolata.

Esta advocación de la "Madre de Dios" dada a una de vuestras iglesias, será siempre invitación a avanzar en la auténtica piedad mariana tal y como la indicaba mi querido predecesor Pablo VI en la Exhortación Apostólica Marialis cultus. Una devoción mariana bien entendida debe encaminar a los cristianos al conocimiento siempre creciente del misterio trinitario a ejemplo de María. Ella se abandonó a la voluntad amorosa del Padre en el Fiat de la Anunciación. Creyó al Espíritu Santo que realizaba en Ella la asombrosa obra de una maternidad divina en su seno. Contempló al Verbo de Dios viviendo la condición humana por salvar a la humanidad. María de Nazaret es la primera creyente de la Nueva Alianza que hace la experiencia de un Dios único en tres Personas, fuente de toda Vida, de toda Luz y de todo Amor. Le suplicamos que a quienes han sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, los guíe a descubrir el rostro verdadero de Dios.

Y con María amaréis a la Iglesia. "El amor operante de María la Virgen en casa de Isabel, en Caná, sobre el Gólgota... encuentra continuidad en el ansia materna de la Iglesia porque todos los hombres lleguen a la verdad (cf. 1Tm 2,4), en su solicitud con los humildes, los pobres, los débiles; en su empeño constante por la paz y la concordia social; en su prodigarse para que todos los hombres participen de la salvación merecida para ellos por la muerte de Cristo" (Marialis cultus, 28).

La imagen de María será pues en vuestra iglesia el centro de la parroquia. Vendréis con frecuencia a saludarla y a venerarla. Vendréis a confiar a esta Madre vuestras intenciones. Le pediréis por vuestras familias: que sea Ella la custodia de vuestros hogares, como lo son las mujeres de este país. Le pediréis por las necesidades de vuestros hermanos y hermanas, por las necesidades de toda la Iglesia. Vendréis aquí a alcanzar fuerzas para participar activamente en las tareas, tan numerosas, de la Iglesia en vuestra parroquia y en la diócesis. Le pediréis también por mí a quien el Señor confió el encargo de Pastor de toda la Iglesia. Amaréis la oración del Rosario, sumamente sencilla y muy fecunda. Y puedo aseguraros que oraré yo también por vosotros, especialmente en el rezo diario de mi Rosario.

Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


EN LA CEREMONIA DE DESPEDIDA OFICIAL DE ZAIRE


Puerto fluvial de Onatra, Kinshasa

Lunes 5 de mayo de 1980



Más que nada es una repetición, porque son las mismas palabras que hace un momento he expresado ante usted, Señor Presidente; pero me gustaría repetirlas ante el micrófono, para dar mayor fuerza a mi voz. Me siento profundamente emocionado por toda esta visita. Me siento emocionado también por este momento tan solemne en que dejo Kinshasa; porque es únicamente de Kinshasa de donde tengo que irme ahora. Al regresar de Brazzaville esta tarde, continúo todavía en el territorio de su país; así, que ¡no es fácil echarme del Zaire, tan deprisa! Me quedo todavía hasta mañana. Pero aquí, en la capital, y en presencia del Señor Presidente, en presencia de las autoridades, de las autoridades del Estado y sobre todo de las autoridades de la ciudad de Kinshasa, quiero reiterar mi agradecimiento más cordial a esta ciudad donde he pasado tres días; tres días llenos de contenido, llenos también de trabajo, de trabajo pastoral, de encuentros, de experiencias; ha sido para mí una experiencia única: este encuentro con la Iglesia que está en .Kinshasa y que representa un poco a toda la Iglesia que está en Zaire, los encuentros con el pueblo del Zaire que se halla en un momento histórico tan importante.

Señor Presidente: He dicho esto varias veces, y lo repito; veo este inicio de una ruta histórica que juntos comenzáis aquí, y me alegro, me siento lleno de gozo y doy gracias a la Providencia porque la Iglesia puede participar de una manera muy bella, muy eficaz, en los comienzos del camino histórico que su país y su pueblo están emprendiendo. Por todo esto doy gracias a la Providencia.

210 Mi estancia en vuestra ciudad ha estado marcada también por algunos hechos que me han apenado profundamente. Hasta ayer por la noche no he sabido estos hechos, estos accidentes. Quiero expresar mi condolencia sobre todo a las familias, y también a toda la comunidad de Kinshasa y al Presidente de la República. Vamos a participar ahora en una acción de solidaridad con los que han tenido que pasar por este dolor. Pero es un elemento humano importante. Y este elemento se encuentra evidentemente en un conjunto de cosas; para mí personalmente es también un dolos. Pero es como en el misterio pascual, en el que la pasión se mezcla con la resurrección. Nuestra fe nos ayuda a pasar en medio de los dolores y nos ayuda también a llevar el consuelo y la esperanza de la resurrección a las almas que están tristes. Así es como pienso yo en este suceso. Y, vistas las cosas en su conjunto, me voy de esta gran ciudad, capital del Zaire contemporáneo, con el sentimiento de una alegría profunda.

El Señor Presidente me ha dicho varias veces que Zaire se ha merecido esta visita. Y mi corazón, mis palabras, toda mi actitud interior y exterior manifiestan que estoy de acuerdo con eso. Verdaderamente Zaire ha merecido esta visita. Ha sido para mí un magnífico regalo haberla podido hacer en estos días.

Señor Presidente: Ayer tarde decía yo que esta visita no es algo extraordinario, suplementario, excesivo: forma parte de mi deber. Debo saber cómo vivís, cuál es vuestra situación, la situación de vuestro pueblo, de vuestro país, de vuestra República, la situación de la Iglesia en este país. Y para eso he venido, para cumplir con mi deber. Y lo he cumplido encantado, con todo mi corazón. Al terminar esta alocución, debo decirle, Señor Presidente, y a todos ustedes aquí presentes, que dejo todo mi corazón en esta ciudad del Zaire. ¡Muchas gracias!







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EN LA CEREMONIA DE BIENVENIDA A BRAZZAVILLE


Lunes 5 de mayo de 1980



1. Que Dios bendiga la tierra congoleña en la que he sido invitado a detenerme durante mi visita pastoral a África.

Señor Presidente:

Son palabras de paz y bendición las que el Jefe de la Iglesia católica dirige hoy a la nación cuya más alta dignidad ostenta. usted. Y con cuánta alegría y cuánto agradecimiento hacia Dios que ha permitido este viaje tan deseado. Habiendo podido ir ya a varias partes del mundo para llevar allí el testimonio del Evangelio, después que la Providencia me llamó al servicio de la Iglesia universal, me sentía impulsado a visitar lo más pronto posible las poblaciones africanas en sus propios países, y a expresarles mi solicitud: "mis cuidados de cada día, la solicitud por todas las Iglesias" (2Co 11,28).

Por haberme ofrecido cortésmente su hospitalidad y colaboración, las autoridades de la República Popular del Congo, y de modo particular Vuestra Excelencia, merecen justamente que les agradezca la acogida. Les presento mi respetuoso saludo, expresión de las relaciones cada vez más cordiales que me agradaría mantener personalmente con cada una de ellas.

2. Os saludo a todos, queridos congoleños y congoleñas, habitantes de Brazzaville, y a vosotros, que sin tener en cuenta las fatigas del viaje, habéis acudido de otras partes del país. Y también a vosotros que, habiendo quedado en vuestras ciudades y poblados, quizá me estáis escuchando a través de la radio. Quiero bendeciros a todos vosotros y estimularos en vuestro trabajo, en vuestras diversas actividades, pero sobre todo en vuestra vida, mientras pienso en vuestras alegrías y penas, así como en todos los esfuerzos que sostenéis a nivel personal o como ciudadanos. A todos vosotros, sin excepción alguna, traigo mi profundo afecto junto con los mejores deseos para todas vuestras intenciones personales y familiares. Buenos deseos también para vuestra patria y para su porvenir próspero y pacífico.

3. A las comunidades cristianas del país y a los que a ellas se dedican, así como a los católicos de los países cercanos, que no tendré la suerte de visitar, quiero animarles fervientemente por su celo apostólico y su fidelidad a la Iglesia. Que Dios les recompense tanto entusiasmo y haga de él un motivo de edificación para los hermanos en la fe, tanto en África como en el mundo. Dentro de un momento, tendré la alegría de encontrarme con las delegaciones reunidas en la catedral, y de dirigirles la palabra; pero, mediante ellas, el Vicario de Cristo hablará a todos.

Sí, ruego por el feliz desarrollo de la etapa congoleña de mi viaje, un viaje de amistad, un viaje religioso en el que fundo numerosas esperanzas porque quiere servir al futuro de los pueblos, según Dios.









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A LOS OBISPOS, SACERDOTES, RELIGIOSOS Y FIELES


EN LA CATEDRAL DEL SAGRADO CORAZÓN


Brazzaville

211

Lunes 5 de mayo de 1980





Queridos hermanos en el Episcopado, y vosotros que habéis consagrado vuestra vida al Señor:

1. Recibid el saludo paternal y afectuoso del Vicario de Cristo, que ha venido a veros como peregrino del Evangelio, para deciros como el Apóstol Pablo: "Me acuerdo de vosotros... a causa de vuestra comunión en el Evangelio desde el primer día hasta ahora; tengo la confianza de que el que comenzó en vosotros la buena obra la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús... Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Ph 1, 5-6, 8).

Esta solicitud constante que yo siento por vosotros, he querido expresarla personalmente, ya que era grande mi deseo de veros, de animaros y de bendeciros a todos. También vosotros ansiabais dar al Papa, durante este su viaje a África, el testimonio de vuestra fe y de vuestra fidelidad a la Iglesia. Respondiendo con gozo a vuestra invitación, soy consciente de que nos encontramos, unos y otros, en un momento muy especial y que el Señor pide que lo hagamos fecundo. Por encima de la alegría humana y espiritual de este encuentro entre hermanos en Jesucristo, está la presencia misma de Cristo que nos acompaña en este lugar venerable, la primera sede episcopal del Congo. Hacia El, que fue enviado al mundo "para que nosotros vivamos por El" (1Jn 4,9), volvamos juntos nuestra mirada en una oración de acción de gracias y de súplica.

2. Una oración de acción de gracias por todo cuanto ha realizado ya en vosotros y con vosotros, vosotros todos a quienes ha llamado para que vayáis y deis fruto. ¿No han sido vuestros esfuerzos perseverantes los que han hecho que la semilla, lanzada por los primeros misioneros, haya podido fructificar ampliamente? ¿Y que la formación de los catequistas, sistemáticamente emprendida, ofrezca hoy un instrumento notable para la evangelización? Sé, por otra parte, que muchos jóvenes se muestran dispuestos a cooperar en la instrucción religiosa de los niños de las escuelas y de transmitirles sus propios motivos de esperanza. Sé igualmente que por todas partes, en las parroquias y en los lugares alejados, no les asustan las dificultades y se trabaja con ardor para anunciar la Buena Nueva. Me parece ver en ello una prueba de madurez. Los discípulos de Jesús beberán en su cáliz (cf. Mc Mc 10,39). Para eso fueron elegidos. Esto hará también que le conozcan y por eso los llama en adelante sus amigos (cf. Jn Jn 15,15). Cuando yo veo aquí, en África, todos esos cristianos decididos, no puedo dejar de pensar que, en nuestros días, Cristo tiene muchos amigos en África y que la Iglesia en África está madura para afrontar todas las contrariedades y todas las pruebas.

La valentía, la lealtad, el entusiasmo de poseer un tesoro y el deseo de compartirlo son realmente las cualidades del apóstol, que vosotros queréis cultivar. A los ojos de los hombres ese tesoro es impalpable, sigue siendo misterioso. Pero vosotros lo conocéis y, en cierto modo, vivís esas palabras tan profundas que la Escritura pone en boca de Pedro: "No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy; en nombre de Jesucristo Nazareno, anda" (Ac 3,6).

En la historia del Congo abundan ya los testigos fieles, fieles a su Dios, fieles al mensaje evangélico, fieles a la Iglesia universal y a las enseñanzas del Papa. Quiero dar también gracias por todos ellos; y especialmente por el ejemplo que dejó el querido y venerado cardenal Emile Biayenda. Su desaparición trágica hizo que le llorarais como a un padre. Yo mismo le lloré como a un hermano muy querido. Y vengo a llorarle y a rezar aquí, ante su tumba, en medio de vosotros, con vosotros, seguro de que si Cristo quiso llevarlo con El, es que ya tenía preparado su sitio para la eternidad (cf. Jn Jn 14,23), y que puede así interceder mejor todavía por vosotros y por su patria. En ese sentido, su ministerio pastoral continúa a vuestro servicio. ¡Bendito seas, Señor, por habernos dado este Pastor, este hijo de la nación congolesa y de la Iglesia, el cardenal Biayenda!

3. Y ahora, Señor, yo te ruego por mis hermanas y hermanos católicos del Congo. Te los confío a Ti, ya que me has permitido poder visitarlos. Te recomiendo su fe, joven pero repleta de vitalidad, para que siga aumentando y sea pura y hermosa y comunicativa; y que pueda seguir siendo expresada y proclamada libremente, porque es prenda de vida eterna el que conozcan al único verdadero Dios y a su enviado, Jesucristo (cf. Jn Jn 17,3). También les encomiendo a tu Santa Madre la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra. Que Ella les tome bajo su protección totalmente maternal y vele por ellos en sus dificultades. ¡Que Ella les enseñe a mantenerse al pie de tu cruz y a reunirse en torno a Ella en la espera de tu venida al final de los tiempos!

Con ellos, te ruego por su unidad, que tiene en Ti su origen y sin la cual su testimonio se debilitaría: unidad del cuerpo episcopal, unidad en el clero y en las diócesis, capacidad de colaborar por encima de cualquier diversidad étnica o social, unidad también con la Sede de Pedro y la totalidad de la Iglesia. No puedes cerrar los oídos a esta oración, Tú que te has entregado para unir a los hijos de Dios.

Escucha también la invocación que te dirigimos en este día por la santificación de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas y de todos cuantos, en los diversos centros de formación, se preparan a consagrar su vida a Ti. Que sepan, respondiendo a tu llamamiento, renunciar a las cosas de este mundo por Ti, a toda búsqueda de gloria material y humana, mostrándose disponibles a las exigencias de la Iglesia en cualquier misión que les fuera confiada (cf. Ad gentes AGD 20). Felices por su donación total, felices por su celibato, puedan ellos, cuya Eucaristía colma todas sus jornadas. profundizar en lo que significa ofrecer su vida en holocausto por la salvación de los hombres.

En tu bondad, sé que te acordarás especialmente del sacrificio de los misioneros, los cuales, por amor Tuyo, dejaron su país de origen, sus familias, todo lo que tenían, para venir a vivir entre sus hermanos congoleños, amar a este pueblo, que llegó a ser el suyo, y servirlo. ¡Recompensa, Señor, tanta generosidad! ¡Haz que sea reconocida, que suscite otras vocaciones, que despierte en todos un verdadero espíritu misionero!

212 Concede también, muy especialmente, tu benevolencia a tus humildes servidores los obispos, a quienes Tú has confiado estas Iglesias locales. Yo estoy con ellos, esta mañana, para confirmarlos en tu nombre. Aquí están los tres Pastores del Congo y la mayor parte de sus hermanos de las Conferencias Episcopales cercanas, con los que se reúnen habitualmente bajo la presidencia, hoy, de mons. N'Dayen, arzobispo de Bangui. Hay también algunos obispos de otros países cercanos. Han aportado sus preocupaciones pastorales y todas las intenciones que les han confiado sus comunidades. Sí; como pediste a Pedro y a sus sucesores, yo quiero asegurarles la fuerza tranquila y la certeza de tu asistencia en su trabajo cotidiano tan meritorio. Y quiero asegurar también, a cuantos no han podido estar hoy con nosotros, mi proximidad fraternal y espiritual, tomar sobre mis espaldas una parte de su peso, mientras algunos de ellos sufren tan duramente por los sufrimientos de su país. Queridos hermanos del Chad, pienso especialmente en vosotros y en la grey que os ha sido confiada. ¡Que Dios os ayude a curar sus llagas y aliviar sus corazones! ¡Que os conceda la paz!

4. Hermanos y hermanas: no puedo seguir hablando más tiempo, pese a ser tantos los sentimientos que llenan mi alma, que me gustaría entretenerme algo más con vosotros. Me ha parecido que, aun con las limitaciones del programa, el Papa podía al menos dedicar este encuentro a una oración en común, invitándoos también implícitamente a hacer lo mismo en toda ocasión, para que anunciéis verdaderamente lo que habéis contemplado del Verbo de Vida (cf.
1Jn 1,1). Eso es lo que se espera de los ministros de Dios. Todo lo demás lo pueden dar otros. Si queréis obrar con celo, sed ante todo piadosos y comprenderéis todo. Vivid en unión con Dios. El os ayudará a soportar las tribulaciones humanas, porque aprenderéis a enlazarlas con la cruz, con la redención. Y, lo que es más, El vendrá a vosotros y con vosotros permanecerá.

Rogad también por mí, mis muy queridos en el Señor. ¿Me lo prometéis? Yo os prometo por mi parte que este nuevo vínculo que acaba de establecerse con esta región de África, se traducirá concretamente en el recuerdo de vuestros rostros, de vuestras personas, de cuantos se benefician de vuestros cuidados pastorales o de quienes de algún modo aquí representáis. A todos, mi bendición y mis fervientes votos. Y que Dios bendiga también a vuestra patria y a todas las naciones circundantes.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


AL PRESIDENTE DEL CONGO Y A LA NACIÓN


Brazzaville, lunes 5 de mayo de 1980




Señor Presidente:

1. A mi llegada a Brazzaville me sentí feliz de manifestar, en respuesta a las gentiles palabras de Vuestra Excelencia, mi gran alegría por esta visita al pueblo congoleño, a sus dirigentes y a la Iglesia católica que está en el país. Dado que se me ofrece de nuevo la oportunidad, quisiera exteriorizar una vez más mis sentimientos de gratitud y aprovechar la ocasión para exponer algunos pensamientos en el marco del encuentro presente, encuentro en el que fundo muchas esperanzas.

2. Efectivamente, ¿no es acaso la primera vez que el Papa puede departir con el Jefe del Estado congoleño, y decirle con sencillez cuanto lleva más dentro del corazón? Es verdad que, deseosas de reforzar sus relaciones amistosas, la Santa Sede y la República Popular del Congo han establecido relaciones diplomáticas, y tienen actualmente representantes acreditados, cuya misión es precisamente la de promover un diálogo permanente, útil para comprenderse mejor, y beneficioso porque participa de un espíritu de leal cooperación. Me alegro personalmente de haber recibido, semana pasada en el Vaticano, a vuestro Embajador, que de ahora en adelante se hará intérprete del Gobierno y podrá, a su vez, exponerle los puntos de vista de la Santa Sede.

3. Pero, además de este instrumento habitual de diálogo, del que esperamos toda la eficacia, parece que un contacto directo como éste, comporte una actitud especial para crear el clima sereno y constructivo que debe reinar entre nosotros.

Este contacto invita al respeto mutuo. Se realiza entre los responsables de dos entidades diversas. La Iglesia es una institución espiritual, aunque su expresión sea también social; ella se sitúa más allá de las patrias temporales, como comunidad de creyentes. El Estado es una expresión de la autodeterminación soberana de los pueblos y de las naciones, y constituye una realización normal de orden social; precisamente en esto consiste su autoridad moral (cf. mi alocución al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, 12 de enero de 1979). Tomar conciencia de esta diferencia de naturaleza evitará toda confusión y permitirá proceder con claridad.

Esto significa reconocer el carácter propio de la Iglesia, que no se manifiesta en una estructura civil o política. Y significa reconocer al Estado el derecho de ejercitar. soberanamente su autoridad en el propio territorio, y reconocer a sus dirigentes la responsabilidad de trabajar por el bien común de los pueblos de los que son mandatarios. El concepto mismo de soberanía, formado por derechos y deberes, implica independencia política y posibilidad de decidir del destino de manera autónoma (cf. ib.). ¿Dónde, mejor que en África, es oportuno recordar esto? Este continente, en una veintena de años, ha visto acceder a la soberanía a un elevado número de naciones. El hecho de tomar en las manos el propio destino es, al mismo tiempo, una cuestión de dignidad y de justicia. El proceso, a veces, ha sido difícil; no se ha llevado a término en todas partes; presupone también que los pueblos puedan participar realmente en él.

4. En este punto se halla, consiguientemente, el fundamento de la estima recíproca entre Iglesia y Estado, la cual se traducirá en el respeto por la propia. competencia de cada uno, teniendo en cuenta su naturaleza diversa. El Estado puede contar con la leal colaboración de la Iglesia, siempre que se trate de servir al hombre y de contribuir a su progreso integral. Y la Iglesia, en nombre de su misión espiritual pide, por su parte, la libertad de dirigirse a las conciencias, así como la posibilidad para los creyentes de profesar públicamente, de cultivar y anunciar su fe. Yo sé, Señor Presidente, que usted ha comprendido esta aspiración que no puede dañar en modo alguno a la soberanía del Estado, del que usted es el custodio. Efectivamente, la libertad religiosa está en el centro del respeto a todas las libertades y a todos los derechos inalienables de la persona. Contribuye grandemente a salvaguardar, para bien de todos, lo que es lo esencial de un pueblo, lo mismo que de un hombre, esto es, su alma. Es una suerte que los africanos la tengan en tanta estima.

213 5. Hablaba, hace un momento de servicio al hombre. He aquí un objetivo sobre el que se puede dialogar, un ideal que se podría calificar de común entre la Iglesia y el Estado. Merece, por nuestra parte, una atención siempre nueva. Mi deseo es que los coloquios que ya han tenido lugar sobre este tema, tanto a nivel local con los Pastores responsables de la Iglesia en el Congo, como entre las autoridades de la República y la Santa Sede, prosigan de modo más frecuente y profundo. Nadie duda de que podrán ser provechosos y útiles para esta gran causa.

Le saludo respetuosamente y pido al Omnipotente que asista a Vuestra Excelencia y a las altas personalidades presentes en su servicio a la comunidad humana congoleña.









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


DURANTE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA DEL CONGO


Brazzaville, lunes 5 de mayo de 1980




Queridos congoleños:

Siento que llega el momento de dejaros. Es necesario que vaya a otras regiones, donde esperan mi presencia, y continuar esta visita pastoral que se ha desarrollado tan bien en medio de vosotros. Os habéis sentido dichosos de verme,. Puedo deciros que mi alegría ha sido también muy grande. Hubiera deseado estrechar a todos vuestra mano, bendeciros a todos, tener para cada uno, sobre todo para los niños, los enfermos, los pobres, una palabra de consuelo y de ánimo. Habría sido necesario permanecer largamente con vosotros, pero no tengo el derecho de abusar de vuestra hospitalidad, aun cuando me la habéis ofrecido tan cordialmente.

Esta hospitalidad, la debo igualmente, y en particular, a vuestro Presidente y a todos los responsables del Estado. Sin duda, queréis que manifieste, ante vosotros, cuán agradecido les quedo. Y permitidme que presente a quienes llevan la pesada carga de guiar al país, mis sincerísimos deseos para su porvenir, en la justicia, en la paz y en la prosperidad para todos.

A vosotros, hermanos obispos y sacerdotes, y a todos los católicos congoleños, de nuevo muchas gracias. He visto vuestra fe, vuestro ánimo, vuestro celo apostólico. Os he oído cantar vuestro amor a Cristo y a su Madre, la Santísima Virgen, María. Os he visto rezar, y he rezado con vosotros y por vosotros. Juntos hemos recordado a los Pastores difuntos de estas diócesis, cuyo .ministerio sigue siendo ejemplar para todos. En particular hemos rezado juntos sobre la tumba del llorado cardenal Biayenda, Pastor fiel y gran servidor de su país. Adelante, progresad siempre por el camino que os conduce a Dios. Hoy os dejo un poco de mí mismo, y llevo conmigo toda vuestra generosidad, vuestro entusiasmo, y las pruebas de vuestra profunda adhesión a la Iglesia.

¡Adiós tierra congoleña! Que puedas madurar los frutos que quedan y dar a la iglesia y al mundo el testimonio de tu vivacidad.







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AL CLERO Y A LOS FIELES EN LA CATEDRAL DE KISANGANI


Kisangani, Zaire,

Lunes 5 de mayo de 1980



1. Os saludo, queridos ciudadanos de Kisangani, y os expreso la gran alegría de estar entre vosotros. A través de vosotros, saludo afectuosamente a todos mis hijos católicos y a todos los habitantes de la región.

214 2. Agradezco, de manera especial, a vuestro arzobispo, mons. Fataki, las amables palabras que me ha dirigido. De algún modo, le devuelvo la grata visita que me hizo en Cracovia. Con él, saludo cordialmente a todos vuestros obispos que, esta tarde, me acogen aquí. A la vez, saludo a todos los que han escuchado la Palabra de Dios y se disponen a ponerla en práctica. No quisiera olvidar a ninguno, pero deseo, en una palabra, expresar mi particular afecto a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y a todos los hombres y mujeres que desean entregarse a Dios. ¿Cuál es el centro de vuestra vida? ¿Acaso no es la llamada que habéis escuchado, la llamada del Señor: "Ven y sígueme"? Le pido que os bendiga. A pesar de los sacrificios, no os sentiréis nunca tristes ni solos, si vivís realmente con El.

Os saludo también a todos vosotros, padres y madres, jóvenes y muchachas, escolares y niños. He venido por la alegría de estar con vosotros, al menos algunos minutos, y deciros también lo que os han dicho vuestros obispos y sacerdotes, que el Señor nos ama a todos y a todos nos llama. Saludo además, con particular afecto, a los enfermos, a los que sufren, a cuantos están afligidos en el alma o en el cuerpo: el Papa os bendice a todos.

3. Esta tarde os recordaré sencillamente algunas palabras del Señor, que deben llenarnos de alegría y de esperanza. Como signo de que Dios ha bajado verdaderamente entre los hombres. El ha dicho: "Los pobres son evangelizados", los pobres comprenden la Buena Nueva de salvación. El dijo también: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré". Al venir a vosotros, deseo recordar a todos los seguidores de Cristo este gran mensaje del Evangelio que está en la raíz del amor que tenemos los unos por los otros, y recuerdo lo que San Pablo enseñaba a los primeros cristianos: "El Señor Jesús se hizo pobre por nosotros, y con su pobreza nos ha enriquecido". Esto se realiza también hoy. Esto se realiza aquí en vosotros, en el corazón de África. Sí, a los que viven a duras penas, a los que trabajan fatigosamente para ganar el pan de cada día, a los que se sienten abandonados, frustrados, a todo los que sufren, a éstos el Señor les da la vida de la gracia: Dios está junto a vosotros. Esto es lo esencial. Esto es lo que hace la Iglesia universal, esparcida por toda la tierra y que nos une a todos. Esto es lo que da la fuerza para ser fieles, a pesar de las dificultades. Sed fieles, pues, a la única Iglesia de Cristo. Mirad cómo habían comprendido bien esto aquellos que entre vosotros, entre vuestros conciudadanos y misioneros, prefirieron sacrificar la propia vida para permanecer fieles a Cristo, para ser fieles a la vida divina que habían recibido.

Pienso ahora especialmente en dos personas cuyos nombres os son bien conocidos. Se trata de dos personas que son para todos nosotros ejemplo luminoso de vida cristiana entregada gozosamente a Dios.

Me estoy refiriendo —lo sabéis— a sor Anwarite, que la Iglesia espera beatificar pronto.

Hablo también de un catequista zaireño, Bakanja Isidore, auténtico zaireño y auténtico cristiano. Después de haber dedicado todo el tiempo que tenía libre a la evangelización de sus hermanos como catequista no vaciló en dar la vida por Dios, fortalecido con el valor que sacaba de su fe y del rezo asiduo del Rosario.

En el nombre del Señor os pido que al regresar a casa, os sintáis orgullosos de ellos y que sobre todo sepáis seguirlos. Y os cito mañana en este mismo lugar, para la Santa Misa, y os bendigo de todo corazón.







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PLEGARIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

ANTE LA TUMBA DE LOS MISIONEROS


EN EL CEMENTERIO DE MAKISO


Kisangani, Zaire,

Martes 6 de mayo de 1980



En este cementerio, de rodillas ante la tumba de los misioneros que vinieron de lejos, elevamos hasta Ti, Señor, nuestra oración.

¡Bendito seas, Señor, por el testimonio de tus misioneros! Tú pusiste en su corazón la idea de abandonar para siempre su tierra, su familia, su patria, para venirse a este país, desconocido hasta entonces para ellos, y proponer el Evangelio a quienes ellos consideraban ya como hermanos.

215 Bendito seas, Señor, por haber sostenido su fe y su esperanza, en el momento de la siembra, y a lo largo de todo su trabajo apostólico; por haberles dado resistencia y aguante en las fatigas, en las dificultades, las penas y los sufrimientos de toda clase.

Bendito seas, Señor, por haber hecho fuerte su amistad y su confianza en los hijos de este pueblo, hasta el punto de considerarles enseguida capaces también a ellos de una vida de bautizados y de abrirles el camino a la vida religiosa, a la preparación sacerdotal, con la firme voluntad de fundar, con ellos y para ellos, una Iglesia local, cuyos frutos recogemos ahora.

Bendito seas, Señor, por todas las gracias que se han derramado a través de su palabra, de sus manos, de su ejemplo.

Hasta el último momento consagraron su vida a la misión, y han dejado a esta tierra sus restos mortales; algunos, después de una vida que el trabajo hizo más breve, otros, después de haber arriesgado y ofrecido su vida como mártires de la fe. Tenía que caer en tierra el grano de trigo y morir para que diera mucho fruto.

Señor, haz que la Iglesia regada con su sudor y su sangre llegue a su plena madurez. Gracias a ellos, otros pueden hoy recoger entre cantares lo que ellos sembraron con lágrimas. Que entre los hijos e hijas de este país surjan muchos que tomen el relevo, a fin de que sea glorificado tu nombre en esta tierra africana.

No permitas que estos precursores del Evangelio se nos borren de la memoria del corazón y de la plegaria. Esperamos que les hayas acogido en tu paraíso, perdonándoles las debilidades que hayan podido marcar su vida, como humanos que eran. Concédeles la recompensa de los servidores buenos y fieles. Que entren en la alegría de su Señor. Dales el descanso eterno y que tu luz brille sobre ellos por siempre. Amén.









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