Discursos 1980 215


VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS DE LA MISIÓN DE SAN GABRIEL


Kisangani, Zaire,

Martes 6 de mayo de 1980



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Con ocasión de esta visita a la misión de San Gabriel, querría deciros una palabra de admiración y de ánimo, que valga también para todos los puestos de misión, diseminados por este país y en los otros países de África. Me hubiera gustado visitar algunos más, de los alrededores de las grandes ciudades, como éste, o de en medio de las aldeas del bosque o de la selva. La rapidez del viaje no lo permite. Que, por lo menos, sepan todos hasta qué punto aprecia el Papa este magnífico servicio de evangelización y se lo agradece en nombre de la Iglesia.

1. Lo primero de todo, mi saludo al personal dedicado a estos puestos de misión. Son los celosos sacerdotes, venidos de fuera en gran parte. Son los religiosos, a quienes se les llama con el nombre tan expresivo de hermanos y cuya entrega diaria, humilde y eficaz desde los inicios de la evangelización, quiero subrayar: por su competencia en tantos campos, han contribuido extraordinariamente a la implantación y al funcionamiento práctico y pedagógico de estos puntos de misión. Son las religiosas, cuya vida consagrada irradia la presencia del Señor y que, gracias a la facilidad de sus contactos con las familias, realizan un magnífico trabajo de educación, de caridad y de promoción humana. Son también los laicos que colaboran en todas estas tareas.

216 Algunos miembros de estas misiones viven como un destacamento de avanzada, en un sector de evangelización absolutamente nuevo; muchas veces, viven hoy en equipo, y su casa, con la capilla y las diversas instalaciones, es un punto de reunión para los cristianos dispersos en los barrios o en los poblados de los alrededores. Al saludar en especial a los de San Gabriel, con quienes tengo la dicha de reunirme aquí, junto con sus feligreses, saludo afectuosamente a todos los demás y les doy las gracias.

2. Voy a confiaros con sencillez algunos pensamientos que brotan en mí corazón.

Al ver un puesto de misión lo primero que me viene a la memoria es la modestia de los comienzos: modestia, muchas veces en los efectivos misioneros, modestia de las comunidades cristianas, modestia de los medios pedagógicos y materiales. De hecho, la vida de estos evangelizadores y de sus primeros discípulos está muy cercana de la pobreza del Evangelio y de la sencillez de las primeras comunidades cristianas que nos describen los Hechos de los Apóstoles (cf. Act
Ac 13 Ac 14). Pablo, Bernabé y tantos otros discípulos llegaban con las manos vacías, sin otra cosa que compartir que la Buena Nueva, el fervor de su amor y la asistencia del Espíritu Santo. Sí, queridos amigos, la fe y la caridad de que estáis penetrados, es lo que constituye vuestra originalidad, vuestra riqueza, vuestro dinamismo.

3. Y aquí quiero recordar especialmente a todos aquellos que, en ciertos puestos difíciles de misión, conocen la experiencia de la perseverancia e incluso del escondimiento en la soledad y el olvido. Pues vosotros no os contentáis con pasar: vosotros permanecéis en medio de aquellos cuya vida habéis adoptado. Ahí permanecéis pacientemente, aunque os sea necesario mucho tiempo para sembrar el Evangelio y no podáis ver aún la germinación y la floración. La lámpara de vuestra fe y de vuestra caridad brilla entonces con más pureza. Pero nada de lo que es entregado así puede perderse. Todos los apóstoles están vinculados por una misteriosa solidaridad. Vosotros preparáis el terreno donde otros segarán. Seguid siendo fieles servidores.

En todo caso, no habéis ahorrado esfuerzo. Habéis emprendido y proseguido esta iniciativa apostólica al precio de grandes fatigas, morales e incluso físicas, hasta quedar extenuados a veces, bajo un clima al que no estabais habituados y en unas condiciones precarias de vida. Pienso especialmente en vosotros cuando leo las páginas de San Pablo —de quien he tomado el nombre— sobre las tribulaciones del ministerio apostólico, de las que hace una lista impresionante (cf. 2Co 4,7-18 2Co 6,1-10). Os deseo, queridos amigos, que conozcáis también su esperanza y su alegría, en la espera de la recompensa del Señor.

4. Vuestro trabajo apostólico avanza por los caminos ordinarios y necesarios de la evangelización. Lo primero, tomar contacto, manifestar el amor del Señor hacia todos, no sólo una atención benevolente, sino un amor concreto que no descuida las distintas formas de la ayuda mutua, trátese de la escuela, el dispensario, proyectos agrícolas o cualquier forma de promoción humana. De hecho, todos saben que estáis ahí, primeramente, para responder al hambre de Dios, a la necesidad de su Palabra que ilumina y reconforta los corazones, los eleva y suscita la renovación de los hombres y de la sociedad. Esa es la parte importante de vuestro ministerio: testimonio y anuncio del Evangelio, catequesis de quienes piden ser iniciados en la fe, larga preparación para los sacramentos, sobre todo del Bautismo y de la Eucaristía, exhortación a la oración, formación de las conciencias en las responsabilidades humanas y cristianas.

5. Rápidamente seríais desbordados si quisierais acaparar todas las tareas. Y no haríais entonces una verdadera fundación de la Iglesia. En seguirla procuráis que se os unan discípulos, catequistas, animadores, que lleguen a ser a su vez evangelizadores, un poco como San Pablo, que designaba lo que entonces se llamaba los "ancianos", poniendo su confianza en el Señor (cf. Act Ac 14,23). En esto estriba la vitalidad de la misión.

El servicio puramente evangélico que queréis prestar a estos pueblos por cuya salvación habéis sacrificado todo, debe tender, en efecto, a que los hijos de estos pueblos adquieran su madurez cristiana, eclesial, y guíen por sí mismos la obra comenzada.

6. El magnífico trabajo que realizáis merece la solidaridad de toda la Iglesia local y de las iglesias hermanas de todo el mundo.

Me siento especialmente dichoso de estar aquí y dirigirme, desde aquí, a todos los miembros de los puestos de misión. Es, por así decir, un momento de encuentro consigo mismo, para mí y para toda la Iglesia que yo represento. Sí, la Iglesia se encuentra consigo misma en vosotros, misioneros —zaireños, africanos o venidos de lejos—, porque toda ella debe ser en todo momento "misionera". Así se extiende en amplitud y profundidad la acción de la "sal" y de la "levadura" de la que habla el Evangelio.

7. El encargo que yo he heredado del Apóstol Pedro es el de unir a todos los cristianos. Es también el de mantener el celo misionero. ¡Que el Señor os bendiga y bendiga a todos los puestos de misión como el vuestro!

217 Que bendiga a todos los miembros de esta misión: padres, niños, jóvenes, ancianos, y especialmente a todos los que sufren. Encomiendo vuestra comunidad a la Virgen María, nuestra Madre, hacia la que nos encamina espontáneamente el nombre del ángel Gabriel, patrón de esta parroquia. Que la paz de Cristo esté siempre con vosotros. Con mi afectuosa bendición apostólica.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de Bangboka, Kisangani, Zaire

Martes 6 de mayo de 1980



Señor Comisario de Estado,
Señor cardenal,
Excelencias,
queridos hermanos y hermanas:

¡Alabado sea Dios!

1. Estas jornadas transcurridas en la tierra del Zaire me han permitido tomar contactos muy agradables y muy provechosos con la población de este país, con sus jefes religiosos y civiles, con las diferentes categorías del Pueblo de Dios, obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas, familias, laicos comprometidos en los diferentes Movimientos apostólicos, catequistas, estudiantes, jóvenes; con los misioneros, con los ciudadanos y ciudadanas de las grandes ciudades y los del mundo rural que habían acudido a ellas. He debido limitarme a dos zonas características: las de Kinshasa y Kisangani. Yo sé que el inmenso Zaire comprende otras muchas regiones. Yo tendría que descubrir todavía muchas cosas aquí; pero debo partir, bien a mi pesar, hacia nuevos países africanos. Pero lo que he expresado durante mis encuentros o celebraciones, lo he dicho pensando en todos los católicos y en todos los habitantes de esta nación. Y quiero saludarles por última vez, con sentimientos de estima y todo el calor de mi afecto.

2. Os agradezco. señor Comisario de Estarlo, vuestra presencia y os ruego os hagáis intérprete de mi viva gratitud ante Su Excelencia el Señor Presidente de la República por la acogida afectuosa que se me ha dispensado y por todo el celo que se ha desplegado para velar por el buen desarrollo de mi visita. Doy también las gracias a los miembros del Gobierno y a todos sus funcionarios. Además, me ha alegrado mucho haberme podido entrevistar con las autoridades que tienen la gran responsabilidad del bien común de todo el país.

Doy las gracias al querido cardenal Joseph Malula que tan bien me acogió en Kinshasa y que, por su pertenencia al Sacro Colegio, ha establecido desde hace tiempo vínculos especiales con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia que está en Roma. Doy las gracias a mons. Fataki, arzobispo de este lugar, a quien he tenido la alegría de volver a encontrar aquí, en su sede. Doy también las gracias a todos los demás obispos del Zaire, mis hermanos, con los que he vivido momentos de gran comunión, que van a prolongarse. Y, con ellos, las doy igualmente a los fieles del Zaire y a sus Pastores que han manifestarlo tanto interés por venir a encontrarse con el Papa, escucharle, rogar con él y testimoniarle su vitalidad religiosa.

218 3. El centenario de la evangelización nos ha permitido agradecer a Dios todo cuanto se ha realizarlo a partir de la siembra del Evangelio efectuada por valerosos misioneros. La Iglesia se ha engrandecido y ha florecido como un árbol bien arraigarlo en tierra zaireña. La savia es la de la Iglesia universal, porque no hay más que una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor, un solo Espíritu, un solo Dios y Padre de todos. Pero sus frutos tienen también, y deben tenerlo el sabor de África y muy especialmente de este país y de las familias que lo componen. La comunidad católica está confiada a obispos nacidos en este territorio, en comunión con el Sucesor de Pedro.

4. Pero, como ya dije a mi llegada, a esta etapa debe seguir otra. Y no me refiero solamente a la de la perseverancia, ya de por sí meritoria. Hablo más bien de la del progreso en la fe y en la santidad. Cristo, presente entre vosotros, presente en vosotros, debe llegas hasta lo más profundo de vuestra alma africana, con su cultura —pensamiento sentimientos y aspiraciones humanas— para "salvarla", en el sentido con que Dios envió a su Hijo para "salvar" a mundo (cf. Jn
Jn 3,17); es decir, para rescatarla, elevarla, transfigurarla. Es la obra del Redentor; pero todos y cada uno de vosotros tenéis en ella una parte de responsabilidad.

5. Mi última consigna será: vivid en la unidad, fortificad esta unidad. Y por ella desechad toda división. La pertenencia al mismo Cuerpo de Cristo no admite exclusiones, desprecios, ni odios. Invita a la colaboración, la paz y la fraternidad del amor. Sed artífices de paz. Hay quienes edifican la Iglesia. Hay también quienes contribuirán a edificar este bello y gran país, junto con los demás cristianos y los demás hombres de buena voluntad.

La unión con vuestros obispos será la garantía de vuestro progreso. Y también la unión con el Papa. En la memoria del corazón y de la oración, conservaréis el recuerdo de la cercanía excepcional de estos últimos días; estad seguros también de que yo rogaré constantemente por vosotros.

¡La paz sea con todos vosotros!

¡La paz reine en el Zaire!

Con mi afectuosa bendición apsotólica.









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


AL LLEGAR AL AEROPUERTO DE NAIROBI


Martes 6 de mayo de 1980



Excelencia,
Señor Presidente de la República de Kenia,
Honorables miembros del Gobierno,
Eminencia,
219 venerables hermanos en el Episcopado,
señor alcalde de la ciudad de Nairobi,
queridos hermanos y hermanas:

1. Estoy profundamente agradecido por las gentiles y cordiales palabras de bienvenida que Su Excelencia el Presidente de Kenia me ha dirigido. Pues no sólo es un privilegio, sino también motivo de alegría el poder venir a visitar las gentes de este país. Al escuchar estas palabras de bienvenida, que son la expresión de la tradicional hospitalidad africana que adorna a vuestro pueblo, no puedo por menos de sentir que he venido entre amigos, que he sido aceptado en vuestra gran familia, la familia de la nación entera de Kenia.

Le agradezco muy sinceramente, Señor Presidente, la invitación que usted me hizo hace algún tiempo. En ella he encontrado confirmada la estima que usted, como Jefe de esta República, quiere expresarme a mí, Jefe de la Iglesia católica. En su invitación advierto una vez más el compromiso de fomentar —siempre y de todos los modos posibles— un mutuo entendimiento entre todos los pueblos y naciones. En ella he encontrado su profundo respeto por todos los hombres religiosos y por la valiosa contribución que unos verdaderos creyentes en Dios pueden proporcionar al futuro de su país e incluso al de todas naciones.

A través de Su Excelencia saludo a todos sus conciudadanos dondequiera que estén: en sus ciudades y aldeas, en sus montañas y llanuras, a orillas de sus ríos y de sus lagos. Saludo a todos. los hombres y mujeres de este país, que ha sido bendecido por la paz y por la unanimidad de sus habitantes en sus esfuerzos por promover un justo progreso para todos, conservando al mismo tiempo una rica identidad cultural. Saludo a los padres y a sus hijos, el orgullo y la alegría de cada familia y de toda la nación. Saludo a todos vuestros ancianos y a todos aquellos a quienes les está confiado el bienestar de sus conciudadanos. De una manera muy especial se dirige mi corazón a los enfermos y a los que sufren, y a todos aquellos que están agobiados por pesadas cargas. Sabed que aquí está un hermano que ha venido a vosotros desde Roma, uno que piensa en vosotros, que os ama y que está cerca de vosotros en la oración. Y, finalmente, quiero extender mi saludo caluroso también a los muchos ciudadanos que habitan fuera del país por razones de trabajo, o de estudio, o de servicio a su tierra natal.

Wananchi wote, wananchi wote wapenzi a todos vosotros, el pueblo que vive y trabaja en Kenia; a todos vosotros os digo: ¡gracias por vuestra bienvenida y que la paz esté con vosotros!

2. Mi visita es también el viaje pastoral del Obispo de Roma. el Pastor de la Iglesia universal, a la Iglesia que está en Kenia, Eminentísimo cardenal Otunga, y mis amados hermanos en el Episcopado: permitidme deciros lo mucho que aprecio y bendigo este momento de mi primer contacto con vosotros en vuestro suelo natal. Me habéis invitado a venir, y en el nombre del Señor —en el Santo nombre de Jesucristo— os saludo a vosotros y a todo el pueblo que está confiado a vuestro cuidado pastoral.

Hoy estoy en medio de vosotros porque quiero poner en práctica el mandamiento que el mismo Señor Jesús dio a San Pedro y a los demás Apóstoles: que ellos serían sus "testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra" (
Ac 1,8), porque quiero dar testimonio con vosotros de que Jesús es el Señor, que ha resucitado de entre los muertos para que todo el pueblo tenga vida. Vengo a vosotros como el Sucesor de San Pedro en la Sede de Roma para alabar al Señor junto con vosotros por todas las maravillas que ha realizado en la Iglesia que está en Kenia.

3. Y ahora quiero dirigiros un saludo particular a vosotros, los jóvenes aquí presentes, y a través de vosotros a toda la, juventud de esta tierra. Pues sé que lleváis en el corazón vuestros sueños del futuro de Kenia, y en vuestras manos la energía para hacer que estos sueños se conviertan en realidad. Que la paz y el gozo estén siempre en vuestros corazones.

Me han dicho que constituís más de la mitad de la población de esta nación; ¡por tanto, hablar a Kenia significa hablarás a vosotros! Estas son, entonces, mis palabras a vosotros hoy: sed auténticos; bajo la paternidad de Dios sed honrados ciudadanos de vuestro país, dignos hijos e hijas de Kenia. Sed jóvenes, y tendeos la mano unos a otros con generosidad y servicio fraterno. Sed jóvenes, y no dejéis que vuestros corazones conozcan el egoísmo o la avaricia. Sed jóvenes, y dejad que vuestros cantos revelen vuestra osadía y vuestra visión del futuro.

220 Sí. jóvenes de Kenia, lo que he dicho a la juventud de todo el mundo, ahora os lo repito a vosotros: el Papa es vuestro amigo y os quiere, y ve en vosotros la esperanza de un futuro mejor, de un mundo mejor. Mi mensaje especial para vosotros, y a través de vosotros para todos los jóvenes de Kenia. Es éste: "Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos" (Mt 7,12). Confiad en la fuerza del amor para construir la humanidad. Con valentía y oración, con resolución y esfuerzo pueden ser superados los obstáculos y resueltos los problemas. Que Dios Omnipotente os proteja y os sostenga en esta hora de desafío y futuro,

4. Y a todos vosotros, queridos amigos, os expreso una vez más mi agradecimiento por la cálida hospitalidad de vuestro país. Desde este primer momento en tierra de Kenia, vosotros me habéis abierto vuestros corazones. A cambio yo os aseguro mi afecto, amistad y estima, Y ahora yo quisiera tomar prestadas de vuestro himno nacional esas palabras que tan acertadamente expresan mis sentimientos y mi oración en este momento en el que comienzo mi visita pastoral a Kenia: "Oh Dios de toda la creación, bendice nuestra tierra y nación": Ee Mungu nguvu yetu, Ilete baraka kwetu!









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS, SACERDOTES Y FIELES


REUNIDOS EN LA CATEDRAL DE NAIROBI


Martes 6 de mayo de 1980



Eminencia, celoso Pastor de esta amada Iglesia de Nairobi,
venerables hermanos en el Episcopado,
hijos e hijas de Kenia,
hermanos y hermanas míos en Cristo:

1. Mi primer deseo en esta casa de Dios es expresar la alabanza de la Iglesia al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha congregado en torno a su Hijo, haciendo descender su Espíritu Santo en medio de nosotros; con las palabras del Apóstol Pedro: "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos..." (1P 1,3).

2. Hoy, en esta catedral dedicada a la Sagrada Familia —a Jesús, María y José—, todos nosotros comprendemos que juntos formamos el Cuerpo de Cristo, juntos somos la Iglesia. Todos los que vivimos en Cristo somos una Iglesia viva, un edificio espiritual, construido con piedras vivas. Somos uno con todos nuestros hermanos y hermanas de aquí, de Kenia, y de todo el mundo; somos uno en la Comunión de los Santos, uno con los vivos y los muertos, nuestros familiares, nuestros antepasados, aquellos que nos trajeron la Palabra de Dios y cuya memoria se halla grabada para siempre en nuestros corazones.

Hoy, de un modo particular, formamos una comunión de fe y amor, al confesar a Jesucristo como el Hijo de Dios, el Señor de la historia, el Redentor del hombre y el Salvador de todo el mundo. Formamos una comunidad unida, que vive, en el misterio de la Iglesia, la vida del Cristo crucificado y resucitado. Somos un pueblo redimido por la preciosa sangre de Jesucristo, y por eso su alabanza está en nuestro corazón y en nuestros labios. Todo ello encuentra su expresión en nuestro Aleluya pascual. Constituimos, hoy como entonces, la sagrada familia esparcida, llamada a construir y agrandar el edificio de la justicia y la paz y la civilización del amor.

3. Por esta razón estamos llamados a vivir una vida digna de nuestra vocación como miembros del Cuerpo de Cristo y como hermanos y hermanas de Cristo, según nuestra dignidad y obligación cristiana de caminar humilde y pacíficamente juntos a lo largo del sendero de la vida. El mismo Jesús nos exhorta a ser, con nuestras vidas, la sal de la tierra y la luz del mundo. Con El os digo: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5,16),

221 4. Cada uno de nosotros posee un lugar único en la comunión de la única Iglesia universal, extendida por toda África y el mundo entero. Vosotros, los laicos, que seguís una vocación de santidad y amor, tenéis una responsabilidad particular en la consagración del mundo. A través de vosotros el Evangelio puede alcanzar todos los estratos de la sociedad. A imitación de la Sagrada Familia, vosotros, padres e hijos, debéis construir una comunidad de amor y comprensión, en la que las alegrías, esperanzas y penas de la vida sean compartidas y ofrecidas a Dios en oración. Vosotros, los matrimonios, debéis ser el signo del amor fiel e indisoluble de Dios a su pueblo, y del amor de Cristo a su Iglesia. Sois vosotros quienes tenéis la gran misión de transmitiros a Cristo entre vosotros y a vuestros hijos, y de este modo vosotros sois sus primeros catequistas. Saludo también a todos los catequistas que sirven a la Iglesia de Dios con tanta dedicación. Y vosotros, jóvenes que os preparáis para el sacerdocio o la vida religiosa, estáis llamados a confiar en el poder de la gracia de Cristo en vuestras vidas. El Señor os necesita para llevar a cabo su obra redentora entre vuestros hermanos y hermanas.

Vosotros, religiosos y religiosas, con vuestra profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, estáis llamados a dar un testimonio efectivo del Reino de Cristo, cuya plenitud se revelará tan sólo en la llegada de nuestro Señor Jesucristo. Estáis llamados a ser, con una vida de alegre consagración y compromiso permanente, un signo de la santidad de la Iglesia, y por tanto un signo de aliento y esperanza para todo el Pueblo de Dios. Más aún, estáis en una posición óptima para contribuir abundantemente al apostolado de la Iglesia por medio de vuestras actividades y vuestra vida de oración. Al llevar a cabo esta misión, vuestro trabajo será efectivo en la medida que permanezcáis unidos a los obispos y trabajéis en estrecha unión con ellos. Y vosotros, hermanos míos en el sacerdocio, poseéis la misión de proclamar la salvación, de construir la Iglesia por medio del sacrificio eucarístico; poseéis una vocación de especial comunión con Cristo, ofreciendo vuestras vidas célibes a fin de ser como Jesús, el Buen Pastor, en medio ele vuestro pueblo, el pueblo de Kenia.

Y finalmente, mis queridos hermanos obispos, vosotros, en unión con todo el Colegio Episcopal, que a su vez está unido al Sucesor de Pedro, vosotros estáis llamados a ejercer la guía pastoral de todo el rebaño en el nombre de Jesucristo, "el Pastor soberano" (
1P 5,4); os corresponde, por tanto, una función especial de servicio. Vosotros sois los guardianes elegidos de la unidad que hoy vivimos y experimentamos, puesto que sois los guardianes de la Palabra de Dios sobre la que se basa toda unidad, Y, de un modo particular, querido cardenal Otunga, por razón de su eminente posición, usted es en sí mismo un vínculo visible con la Sede de Roma y un signo excepcional de la unidad católica dentro de su Iglesia local. Le estoy profundamente agradecido por su fidelidad y por su admirable colaboración.

5. Por eso, como pueblo redimido, Cuerpo de Cristo uno, mantengámonos firmes, unidos en la fe de nuestro Señor Jesucristo, reconociéndole como "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero". Con San Pedro, digamos a Jesús: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Y aún: "Tú tienes palabras de vida eterna' (Jn 6,68).

Por mi parte, como Sucesor de Pedro, he venido hoy a vosotros para repetir las palabras de vida eterna de Cristo, para proclamar este mensaje de salvación y esperanza, y para ofreceros a todos vosotros su paz:

"La paz a todos vosotros, los que estáis en Cristo" (1P 5,14).

Paz a los vivos.

Paz a los muertos, a todos aquellos que nos han precedido en el signo di la fe.

Paz a toda Kenia.

Paz a toda África, la paz de Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO EN NAIROBI*


Nunciatura apostólica

222

Martes 6 de mayo de 1980



Excelencias,
señoras y señores:

1. Me complace enormemente vuestra visita aquí esta tarde, pues me brinda la oportunidad de encontrarme con tantos miembros distinguidos de la comunidad diplomática. Mi cordial y respetuosa bienvenida se dirige también a los Representantes de las Organizaciones regionales e internacionales, cuyas actividades enriquecen esta capital. Les doy las gracias por el honor que me hacen con su amable presencia. Estoy profundamente agradecido a la Representación de la Santa Sede por su iniciativa de ofrecerles hospitalidad en esta casa, que es también mi casa durante mi estancia en Nairobi. Estoy seguro de que están muy familiarizados con este continente, tanto por razón de vuestras profesión, como a consecuencia de los contactos diarios que mantienen con los líderes y el pueblo de África. Por tanto, no les sorprenderá si hablo ante todo de la situación africana y algunos de los problemas con que se enfrenta este continente.

2. Esta noche quisiera recordar las proféticas palabras que Pablo VI dirigió al Parlamento de Uganda, en las que hablaba de África como "emancipada de su pasado y llegando a una nueva era". Al encontrarme aquí en Kenia once años más tarde, me atrevo a decir: ¡Esta nueva era ha comenzado y la misma África se muestra preparada para el reto! A lo largo de estos años han ocurrido Muchas cosas, se han llevado a cabo numerosos cambios, se ha progresado mucho; y al mismo tiempo han surgido muchos problemas nuevos. Así, parece que es ésta una ocasión para hablar sobre la nueva realidad de África. Muchas de las situaciones y problemas africanos que requieren nuestra, atención hoy no son diferentes de aquellos que afectan a otras naciones y continentes del mundo. Otros, sin embargo, son típicamente africanos en el sentido de que los elementos de los problemas y los medios capaces de solucionarlos —recursos naturales, y sobre todo humanos— son propios de este continente. Entre ellos se encuentra un factor importantísimo, que no debemos perder de vista. Me refiero a la verdadera identidad de lo africano, del africano, del hombre y mujer africanos.

3. El camino que toda comunidad humana ha de recorrer en la búsqueda del significado profundo de su existencia es el camino de la verdad acerca del hombre en su totalidad. Si queremos. entender la situación de África, su pasado y su futuro, hemos de comenzar por la verdad del hombre africano, la verdad de cada hombre y mujer africanos en su situación concreta e histórica. Si no hemos alcanzado esta verdad, no podrá existir ni un entendimiento mutuo entre los mismos pueblos africanos, ni justicia, ni ninguna relación fraterna entre África y el resto del mundo, pues la verdad sobre el hombre es la premisa de todo logro humano.•

La verdad, acerca del hombre africano en cuanto individuo, hemos de verla en primer lugar y ante todo, en su dignidad como persona humana. Existen en esta cultura y en este continente numerosos elementos que nos, ayudan a entender esta verdad. ¿Acaso no es confortante saber que el africano acepta con todo su ser, el hecho de que existe una relación fundamental entre él mismo y el Dios creador? Por tanto, se halla inclinado a considerar la realidad de sí mismo o del mundo material que le rodea dentro del contexto de esta relación, expresando así una referencia fundamental a Dios que "creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra" (Gn 1,27). La dignidad única y la igualdad fundamental de todos los hombres debe ser aceptada, por tanto, como el punto de partida de una verdadera comprensión de la identidad y las aspiraciones de los hombres de este continente.

La sociedad africana posee además —edificados dentro de su vida— un conjunto de valores morales, y dichos valores arrojan nueva luz sobre la verdadera identidad del hombre africano. La historia es testigo de cómo el continente africano ha conocido siempre un poderoso sentido de comunidad en los diferentes grupos que constituyen su estructura social; esto es especialmente cierto en la familia, que posee una fuerte cohesión y solidaridad. Y cuando se necesita una solución pacífica a conflictos y dificultades —un camino que esté en concordancia con la dignidad humana—, ¿qué mejor perspectiva podemos encontrar que esta inclinación innata al diálogo, este deseo de expresar los diferentes puntos de vista en el diálogo, al que tan fácilmente recurre el hombre africano, y que realiza con un estilo tan natural? El sentido de la celebración expresado en la alegría espontánea, el respeto a la vida y la aceptación generosa de la nueva vida, he aquí algunos elementos más que forman parte de la herencia del hombre africano y ayudan a definir su identidad.

4. La Iglesia católica contempla las realidades actuales de África y proclama su confianza en este continente, desde esta herencia y a la luz de sus propias convicciones sacadas del mensaje de .Cristo.

Algunos días antes de partir para este viaje pastoral, expresé mi alegría de poder visitar los pueblos africanos en sus propios países, en sus propios Estados soberanos, donde ellos son "verdaderos dueños de la propia tierra y timoneles del propio destino" (Alocución dominical, 27 de abril de 1980). La mayoría de los países africanos ha conocido en el pasado la administración colonial. Sin negar los diferentes logros de esta administración, el mundo se alegra de que este período esté llegando ahora a un final definitivo. Los pueblos de África, excepto algunos casos dolorosos, están asumiendo una responsabilidad política completa en orden a su propio destino. Y extiendo un saludo desde aquí a la recientemente lograda independencia de Zimbabwe. Sin embargo, no podemos ignorar que otras formas de dependencia son todavía una realidad o al menos una amenaza.

La independencia política y la soberanía nacional requieren, como una culminación necesaria, que exista también independencia económica y ausencia de dominio ideológico. La situación de algunos países puede estar profundamente condicionada por las decisiones de otros poderes, entre los cuales se encuentran los más grandes poderes del mundo. Puede existir también la sutil amenaza de la interferencia de naturaleza ideológica que es capaz de producir, en el campo de la dignidad humana, efectos más destructivos que cualquier otra forma de sometimiento. Existen aún situaciones y sistemas, dentro de cada uno de los países, y en las relaciones entre los Estados, que están marcados por "la injusticia y el daño social" (Discurso a la Organización de las Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979, Nb 17), y que aún condenan a muchos pueblos al hambre, la enfermedad, el desempleo, la falta de educación y el estancamiento de su proceso de completo desarrollo.

223 5. El Estado, cuya justificación reside en la soberanía de la sociedad, y a quién se confía la salvaguardia de la independencia, nunca puede perder de vista este su primer objetivo, que es el bien común de todos los ciudadanos sin distinción, y no sólo el bienestar de un grupo o categoría particulares. El Estado ha de rechazar todo aquello que sea indigno de la libertad y de los derechos humanos de su pueblo, desterrando así elementos tales como el abuso de autoridad, la corrupción, la dominación del débil, la negación al pueblo de su derecho de participar en la vida y en las decisiones políticas, la tiranía o el uso de la violencia y el terrorismo. De nuevo aquí, no dudo en hacer referencia a la verdad acerca del hombre. Sin la aceptación de la verdad sobre el hombre, de su dignidad y destino eterno, no es posible que exista entre las naciones esta confianza fundamental que es un factor básico de todos los logros humanos. La función pública sólo puede ser entendida cómo lo que realmente es: un servicio al pueblo, que halla su única justificación en la solicitud por el bien de todos.

6. En este mismo contexto del respeto a la dignidad de sus ciudadanos que ha de tener el Estado, quisiera dirigir la atención al problema de la libertad religiosa.

La Iglesia católica no dejará nunca de defender la libertad religiosa y la libertad de conciencia como derechos fundamentales de la persona, porque cree que no hay libertad posible ni puede existir verdadero amor fraterno fuera de la referencia a Dios, que "creó al hombre a su imagen" (
Gn 1,27). "La limitación de la libertad religiosa de las personas y de las comunidades no es sólo una experiencia dolorosa", aseguraba en mi Encíclica, "sino que ofende sobre todo a la dignidad misma del hombre, independientemente de la religión profesada o de la concepción que ellas tengan del mundo". Y añadía que, puesto que la increencia, la falta de religión o el ateísmo, sólo pueden ser entendidos en relación a la religión y a la fe, es difícil aceptar "una postura según la cual sólo el ateísmo tiene derecho de ciudadanía en la vida pública y social, mientras que los hombres creyentes, casi por principio, son apenas tolerados, o también tratados como ciudadanos de 'categoría inferior', e incluso —cosa que ya ha ocurrido— son privados totalmente de los derechos de ciudadanía" (Redemptor hominis RH 17). Por esta razón la Iglesia cree, sin dudas ni vacilaciones, que una ideología atea no puede ser la fuerza motora y orientadora para el avance y el bienestar de los individuos o para la promoción de la justicia social, cuando priva al hombre de la libertad que Dios le ha dado, de su inspiración espiritual y de la fuerza para amar como es debido a su prójimo.

7. La verdad acerca del hombre, y en particular del hombre africano, me empuja a hablar de otro problema, a saber, el persistente problema de la discriminación racial. La Iglesia ha defendido y fomentado siempre con fuerza la aspiración a la igualdad de dignidad entre individuos y naciones, junto con su aplicación concreta en cada uno de los aspectos de la vida social. A lo largo de su visita a África, Pablo VI dijo: "Deploramos por esto que en algunas partes del mundo persistan situaciones sociales basadas en la discriminación racial, a veces queridas y mantenidas por sistemas de pensamiento. Estas situaciones constituyen una afrenta manifiesta e inadmisible a los derechos fundamentales de la persona humana" (Alocución al Parlamento de Uganda, 1 de agosto de 1969). En su último discurso, hace dos años, ante el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, puso nuevamente de manifiesto que la Iglesia estaba "preocupada por el agravarse de las rivalidades raciales y tribales, que fomentan divisiones y rencores", y denunciaba la "intención de crear, asambleas jurídicas y políticas violando los principios del sufragio universal y de la autodeterminación de los pueblos" (14 de enero de 1978).

La verdad acerca del hombre africano me exige en esta ocasión confirmar estas afirmaciones. Y lo hago con una profunda y poderosa convicción. Se han hecho progresos con respecto a algunas situaciones, y estamos agradecidos a Dios por ello. Sin embargo, aún quedan numerosos ejemplos de discriminación institucionalizada sobre la base de las diferencias raciales, y no puedo abstenerme de denunciarlas ante la opinión mundial.

A este respecto no debemos olvidar la necesidad de hacer frente a las reacciones racistas que pueden surgir a propósito de las migraciones de pueblos, del campo a los centros urbanos, o de un país a otro. La discriminación racial es mala, no importa cómo se lleve a cabo, no importa quién la haga ni por qué,

8. Aún, dentro del contexto de todo el continente africano, quisiera llamar la atención sobre un problema tan urgente que debiera poner en movimiento enseguida la necesaria solidaridad y compasión para solucionarlo: me refiero al problema de los refugiados en numerosas regiones de África. Bastantes grupos de personas se han visto impulsados, por diversas razones, a abandonar el país que amaban y el lugar en que estaban enraizados. A veces por razones políticas, otras veces para escapar de la violencia o de la guerra, o a consecuencia de desastres naturales, o debido a un clima hostil. La comunidad africana y la comunidad mundial no pueden dejar nunca de sentirse afectadas por las condiciones de los refugiados y por los terribles sufrimientos a que se hallan sometidos, algunos de ellos durante un largo período de tiempo. Estos refugiados tienen verdaderamente derecho a la libertad y a vivir según su dignidad humana. No pueden ser privados del ejercicio de sus derechos, y menos cuando factores que superan su propio control les han obligado a convertirse en extranjeros fuera de su patria.

Apelo, por tanto, a todas las autoridades para que aseguren que en sus propias naciones se garantice siempre una justa libertad a todos los ciudadanos, para que nadie tenga que irse a buscarla a otra parte. Apelo a las autoridades de las naciones cuyas fronteras se ven obligarlos a cruzar los refugiados, para que los reciban con cordial hospitalidad. Apelo a la comunidad internacional para que no dejen esta pesada carga sólo a los países en que residen temporalmente los refugiados, sino que presten la necesaria ayuda útil a los Gobiernos afectados y a los Organismos internacionales competentes.

9. La presencia en esta ciudad de Nairobi de Organizaciones tales como el Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas y el Centro de las Naciones Unidas para el Asentamiento Humano o Habitat, dirige nuestra atención hacia otro aspecto del problema: el del medio ambiente humano en su conjunto.El hombre, en su aspiración de satisfacer sus necesidades y lograr mejores condiciones de vida, ha creado un creciente número de problemas ambientales. La expansión urbana e industrial agrava estos problemas, especialmente cuando sus víctimas son los más débiles, que a menudo viven en "cinturones de pobreza", y carecen de los servicios elementales y de las oportunidades normales de progreso. Alabo los esfuerzos de todos aquellos que intentan acrecentar la conciencia de que es necesaria una planificación racional y honesta para hacer desaparecer o diminuir tales situaciones.

10. La Santa Sede saluda con enorme satisfacción todos los esfuerzos que se están haciendo por lograr una mejor colaboración entre los países africanos, a fin de aumentar su desarrollo, promover su dignidad y su completa independencia y asegurar su justa participación en la organización mundial, fortaleciendo a la vez su compromiso de llevar a cabo esta participación en la responsabilidad colectiva en favor de los pobres y de los menospreciados del planeta.

La Organización para la Unidad Africana, junto con todos los demás organismos que luchan por una mayor colaboración entre las naciones africanas, merece todo apoyo. La Santa Sede se sintió muy complacida al ser invitada por la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África, a establecer estrechas relaciones a través de la participación de observadores en las reuniones de la Comisión y de los Organismos adjuntos. Sigue dispuesta a prestar una colaboración similar a otras organizaciones africanas, de acuerdo con su propia naturaleza y su misión universal, y movida sólo por la exigencia de su propio mensaje evangélico de paz, justicia y servicio a toda la humanidad y a cada ser humano.

224 11. Deseo fervientemente que las naciones libres e independientes de África asuntan siempre el lugar que les corresponde en la familia de las naciones. África posee un papel importante en la, búsqueda internacional de la paz, la justicia y la unidad. África constituye una verdadera reserva de numerosos auténticos valores humanos. Está llamada a compartir estos valores con otros pueblos y naciones, y a enriquecer así a toda la familia humana y a todas las demás culturas. Pero para ser capaz de lograr esto, África ha de permanecer profundamente fiel a sí misma; día tras día debe hacerse siempre más fiel a su propia herencia, no por motivos de oposiciones y antagonismos frente a otros, sino porque tiene fe en su propia verdad. Esta misma verdad acerca de África, ha de iluminar a toda la comunidad internacional, para que cada nación y cada Gobierno descubran más claramente los derechos y las necesidades de este continente, y adopten una postura política más determinada en orden a capacitar a las naciones africanas no sólo para la satisfacción de las necesidades básicas de su pueblo, sino también para un efectivo avance hacia su participación plena en el bienestar humano, sin tener que aceptar nuevas formas de dependencia ligadas a la ayuda que reciben.

12. A este continente y a esta nación les corresponderá el honor de crear una forma de progreso para todos sus habitantes que esté en completa armonía con el ser humano en su totalidad. El verdadero modelo de progreso no es aquel que exalta sólo los valores materiales, sino el que reconoce la prioridad de lo espiritual. En la estructura social de muchas naciones que trabajan por un futuro mejor para sus ciudadanos, se están llevando a cabo rápidos cambios. Pero ningún cambio social constituirá un enriquecimiento auténtico y duradero de los hombres si sacrifica o pierde los supremos valores del espíritu. El desarrollo será unilateral y falto de humanismo si el materialismo, la intención de lucro o la búsqueda egoísta de la riqueza o del poder, ocupan el lugar de los valores que se hallan en tan alta estima en la sociedad africana, valores tales como la mutua preocupación, la solidaridad y el, reconocimiento de la presencia de Dios en cada vida. Un crecimiento del sentimiento de hermandad, del amor social, de la justicia, el aniquilamiento de toda forma de discriminación y opresión, el fortalecimiento de la responsabilidad individual y colectiva, el respeto hacia la santidad de la vida humana desde su concepción, el mantenimiento de un fuerte espíritu de familia, éstas serán las señales de un desarrollo fructífero y la fuerza de los hombres, mientras se dirigen hacia el tercer milenio.

13. Señoras y señores: En la búsqueda del bienestar de todos los pueblos y naciones, hay que optar continuamente. Existen opciones que deben hacerse según los principios y prioridades políticas, según las leyes económicas, o a la luz de las necesidades prácticas. Pero existe una opción que hay que hacer siempre, cualquiera que sea el contexto o el campo, y es una opción fundamental: la opción a favor o en contra del hombre.Cualquiera que sea la responsabilidad o autoridad de hombres y mujeres, nadie escapa a esta disyuntiva: ¿Trabajaremos por el bien del hombre o en contra de él? ¿Será el bien total de la persona humana el criterio último de nuestras acciones o programas? ¿Será el hombre africano, con su dignidad humana, el sendero hacia un futuro justo y pacífico de este continente?

Espero que así sea.

¡Larga vida a África!

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.20 pp.8, 15 (pp.276, 283).









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