Discursos 1980 238

238 En este momento quiero expresar mi respeto por los Representantes musulmanes aquí presentes. Por medio de vosotros envío mis cordiales saludos a toda la comunidad musulmana de Ghana.

Durante mi reciente visita a Turquía, tuve ocasión de pronunciar palabras particulares de amistad hacia mis hermanos y hermanas islámicos. Mis palabras eran expresión de un contacto que favorece el Concilio Vaticano II, y que encuentra un importante punto de referencia en el memorable mensaje de Pablo VI a África en 1967. En esa ocasión dijo: "Deseamos también manifestar nuestra estima a todos los seguidores del Islam que viven en África, tienen elementos comunes con los cristianos de los cuales queremos sacar la esperanza de un diálogo, propicio. Mientras tanto hacemos votos para que también en la vida social, allí donde musulmanes y cristianos se hallan cercanos, haya siempre respeto mutuo y acción concorde, para la aceptación y la defensa de los derechos fundamentales del hombre" (Africa terrarum, 5). Sí: respeto recíproco, fundado en la mutua comprensión y dirigido al servicio conjunto de la humanidad; es una gran aportación que damos al mundo.

Por esto hoy renuevo mis sentimientos de estima y los de toda la Iglesia católica hacia los musulmanes de Ghana y de toda África, pidiendo que Dios omnipotente y misericordioso dé la paz y la fraternidad a todos los miembros de la familia humana. Y que la armonía de la creación y la gran causa de la dignidad del hombre sean promovidas a través de nuestra fraterna solidaridad y amistad.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

CONSAGRACIÓN DE LA IGLESIA DE GHANA

Y LA DE ÁFRICA ENTERA A LA SANTÍSIMA VIRGEN


PLEGARIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Plaza de la Independencia

Jueves 8 de mayo de 1980



En este día de alegría, reunidos en tu presencia, oh María, Madre de Jesús y Madre de su Iglesia, somos plenamente conscientes del papel que tú desempeñas en la evangelización de esta tierra, Somos plenamente conscientes de cómo —en el comienzo— los misioneros vinieron con el poder del Evangelio de Cristo y encomendaron a ti el éxito de sus trabajos.

Como Madre de la Divina Gracia tú estuviste con los misioneros en todos sus esfuerzos, y estuviste con la Madre Iglesia —de la que tú eres el tipo, el modelo y la suprema expresión— cuando traía a Cristo a África.'

Y como Madre de la Iglesia tú presidías todas las actividades de la evangelización y la implantación del Evangelio en los corazones de los fieles. Tú mantenías a los misioneros en la esperanza y diste alegría a cada nueva comunidad que nacía de la actividad evangelizadora de la Iglesia.

Tú estabas allí, con tu intercesión y tus oraciones, cuando se desarrolló la primera gracia del bautismo, y cuando aquellos que adquirieron nueva vida en Cristo, tu Hijo, llegaron a una plena comprensión de su vida sacramental y de su vocación cristiana.

Y tú estás aquí hoy, cuando la familia cristiana se reúne para celebrar el Evangelio, para recordar las maravillas de Dios, y para comprometerse en la evangelización continuada de esta tierra y de este continente, "para que la palabra del Señor avance con celeridad" (2Th 3,1).

Te pedimos, María, que nos ayudes a cumplir esta misión, que tu Hijo ha entregado a su Iglesia y que, en esta generación, recae sobre nosotros. Sabiendo que eres Auxilio de los Cristianos, nos confiamos a ti en la tarea de llevar cada vez más profundamente el Evangelio a los corazones y las vidas de todo el pueblo. Te confiamos nuestro mandato misionero y encomendamos totalmente nuestra causa a tus oraciones.

239 Y, como Pastor de la Iglesia universal, y Vicario de tu Hijo, Yo, Juan Pablo II, encomiendo, a través de ti, oh María, a toda la Iglesia que está en Ghana y en toda África, a Cristo nuestro Señor. A través de ti presento a Cristo, el Salvador, el destino de África, rogando que su amor y su justicia toquen los corazones de cada hombre, mujer y niño de este continente.

María, confío todo esto a Cristo a través tuyo, y te confío todo esto a ti para Cristo, tu Hijo. Y lo hago en este momento en que estoy unido con mis hermanos los obispos, celebrando el Evangelio, como "poder de Dios para la salud de todo el que cree" (
Rm 1,16). Lo hago ahora, en este momento especial en que mis hermanos están tan cercanos a mí en el ejercicio de nuestra común responsabilidad por la Iglesia que está en África. Acepta, oh María, esta ofrenda de todos nosotros, y del Pueblo de Dios, y preséntasela a tu Hijo. Preséntale una Iglesia "santa e intachable" (Ep 5,27).

Acuérdate, oh Madre, de todos aquellos que construyen la Iglesia en África. Asiste a los obispos y a sus sacerdotes, para que sean siempre fieles a la Palabra de Dios. Ayuda y santifica a los religiosos y a los seminaristas. Intercede para que el amor de tu Hijo penetre en todas las familias, para que consuele a todos los que sufren o están enfermos, a los que están en penuria o necesitados. Cuida benignamente de los catequistas y de todos aquellos que llevan a cabo una tarea especial en la evangelización y la educación católica para gloria de tu Hijo. Acepta esta nuestra devota consagración, y confírmanos en el Evangelio de tu Hijo.

Al expresarte nuestra profunda gratitud por un siglo de tu cuidado maternal, estamos firmes en la convicción de que el Espíritu Santo aún te cubre con su sombra, para que en cada generación sigas dando a luz a Cristo en África.

A Jesucristo tu Hijo, con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, sea la alabanza y la acción de gracias por los siglos de los siglos. Amén







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

COMUNICADO CONJUNTO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Y SU GRACIA ROBERT RUNCIE,


PRIMADO DE LA COMUNIÓN ANGLICANA


Nunciatura Apostólica en Acra

Viernes 9 de mayo de 1980



El primer encuentro entre el Papa Juan Pablo II y el arzobispo de Cantórbery, aun cuando ha sido un paréntesis en medio de un programa muy intenso, ha resultado una ocasión gozosa. Ambos han manifestado su satisfacción de que este acontecimiento haya tenido lugar en África, una tierra donde la rápida expansión y el celo infatigable de la Iglesia, y donde el entusiasmo tangible y el amor a nuestro Señor Jesucristo constituyen un ejemplo para los cristianos de Europa. Se han dado cuenta de las grandes oportunidades de la Iglesia cristiana en tierra de África para anunciar a Cristo con el culto y con el servicio, y de dar una aportación a la búsqueda de la paz y de la justicia.

Juzgan que el tiempo es demasiado breve y las necesidades demasiado urgentes para desperdiciar las energías de los cristianos sacando a relucir antiguas rivalidades, y que las plegarias y los recursos de todas las Iglesias deben ser puestas en común si se quiere que, a través de ellas, Cristo sea efectivamente amado y escuchado. Comparten, además, la opinión de que el progreso común depende del diálogo común que se ha establecido desde hace cerca de 40 años, y gracias al cual católicos y anglicanos han tratado de encontrar el camino de la unidad y de la comunión que Cristo quería para su Iglesia.

Sus amados predecesores Pablo VI y el arzobispo Coggan, sintieron la necesidad urgente de esta acción común y se comprometieron solemnemente a trabajar para este fin en la Declaración común de 1977. El Papa Juan Pablo y el arzobispo Robert Rancie han confirmado este compromiso para colaborar cada vez más seriamente en un gran testimonio común de Cristo. Hoy en Acra el Papa y el arzobispo de Cantórbery han establecido entre sí una relación de amistad y confianza personal, sobre la que intentan basarse en el curso de encuentros más profundos en el futuro. Ambos desean poder trabajar juntos a fin de alcanzar esa unidad por la que Cristo rogó a su Padre celestial.







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A LOS CATEQUISTAS EN LA ENTREGA


DEL PREMIO INTERNACIONAL DE LA PAZ «JUAN XXIII»


Kumasi, Ghana

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Viernes 9 de mayo de 1980



¡Paz a cuantos estáis aquí!

¡Paz a África y al mundo!

Queridos amigos:

Con gran placer acojo y apruebo la propuesta de la Fundación del Premio internacional de la Paz Juan XXIII, de hacer honor a los seis catequistas aquí presentes, elegidos para recibir el Premio internacional de la Paz Juan XXIII.

Esta concesión está unida a la figura de Juan XXIII. En su Encíclica Pacem in terris explicó con amplios rasgos los principios sobre los que debe asentarse el orden pacífico de relaciones: "se apoye en la verdad, se rija por la justicia, se consolide con la caridad mutua y esté afianzada habitualmente por la libertad" (PT 149). Con el ejemplo de su vida hizo ver que la paz debe ser siempre la preocupación primaria de los seres humanos, sea cual fuere su función o condición social. Al establecer un Premio de la Paz, deseó alentar toda empresa , que se proponga fomentar relaciones fraternas entre individuos y entre pueblos.

De acuerdo con la intención de su fundador, el objetivo al conceder este premio es dar solemne reconocimiento de los méritos de personas o instituciones que han contribuido notablemente a la paz sobre la tierra. Después de la madre Teresa de Calcuta y de la Organización educativa, científica y cultural de las Naciones Unidas (UNESCO), la Fundación propone ahora para el premio a seis personas que representan a un grupo de miles y miles de siervos fieles que difunden de hecho el ideal de la paz. Son los catequistas de África.

Elegidos entre el pueblo, los catequistas de África han trabajado incesantemente por su pueblo. Al aceptar sacrificios duros en su propia persona, han entregado sin reservas lo mejor de sí mismos a sus hermanos y hermanas. Creyentes fieles de las enseñanzas de Cristo, han sido instrumentos que han ayudado a sus compañeros africanos a reverenciar a Dios, Padre de todos; a respetar la dignidad de cada persona; a amar a los seres humanos compañeros suyos; y a difundir la reconciliación y el perdón. Viajeros incansables muchas veces y siempre servidores fieles de la comunidad local, han contribuido a derribar barreras de separación y a atender a sus hermanos y hermanas necesitados. En circunstancias particularmente difíciles, algunos catequistas han padecido injurias físicas o morales, y han tenido que sufrir para dar testimonio de la libertad religiosa y defenderla. Así han demostrado con la propia vida que la relación del hombre con Dios y la libertad de profesar esta relación públicamente, están en el fundamento auténtico de la paz. Sí, los catequistas de África han sido de verdad y siguen siéndolo heraldos de paz.

Confiando en que esta motivación será admirada por todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en África y en el mundo entero, en este día 9 de mayo de 1980, en la ciudad de Kumasi de la nación de Ghana, yo, Juan Pablo II, confiero a los catequistas aquí presentes el honor del Premio internacional de la Paz Juan XXIII, para gloria del Padre celestial, de quien procede todo bien (cf. Jc 1,17), en recuerdo de mi predecesor Juan XXIII y para estímulo de todos, especialmente de la juventud de África, a fin de que perseveren en los caminos de la paz.

¡La paz del Señor sea siempre con vosotros!









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GHANA


Kumasi, viernes 9 de mayo de 1980



241 Venerados y queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

1. Mi venida de hoy en medio de vosotros está íntimamente vinculada a Cristo y a su Evangelio. He venido a compartir con vosotros y con toda la Iglesia católica en Ghana la alegría de vuestras celebraciones centenarias. Al mismo tiempo alabarnos la gracia de Dios que dio comienzo y ha sostenido todo el proceso de evangelización en vuestro ambiente: misioneros fueron enviados a predicar la Palabra de Dios a vuestros antepasados; este pueblo escuchó el mensaje de salvación; creyó e invocó la ayuda de Aquel en quien tenía puesta su fe, confesando con sus labios que Jesús es el Señor y creyendo en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos (cf. Rom
Rm 10,9). Mediante los sacramentos vuestro pueblo se hizo partícipe de la muerte y resurrección de Cristo y fue injertado en la vital unidad orgánica de la Iglesia. Generosas congregaciones misioneras comprendieron la necesidad que había de obreros en la viña del Señor, y con la ayuda de la gracia divina se realizaron las conversiones. En 1955 fueron ordenados los dos primeros sacerdotes de Ghana, y en 1950 se estableció la jerarquía. Hoy existen dos sedes metropolitanas y siete diócesis. La Iglesia está plenamente implantada en Ghana, pero su misión aún no está completa. Por su plena inserción entre los miembros del Cuerpo de Cristo, los católicos de Ghana están llamados a trabajar en la evangelización, en una Iglesia que, por su naturaleza, es misionera en su totalidad (cf. Ad gentes AGD 55). Sólo aceptando las propias responsabilidades para la difusión del Evangelio, los católicos pueden corresponder a la vocación a la que han sido llamados.

2. Esta gran realidad eclesial de una Iglesia en Ghana, que es evangelizada y evangeliza, explica nuestra profunda alegría de hoy, y se celebra en espíritu de unidad católica. Es una unidad que pertenece a cada una de vuestras Iglesias locales: sacerdotes, religiosos y laicos, unidos con el obispo, que preside en la caridad y en el servicio y que está llamado a ser un ejemplo de humildad y santidad de vida para cada uno. Esta unidad católica se manifiesta, además, en la solidaridad de los hijos e hijas de esta tierra con los misioneros, que continúan prestando su servicio fraterno —profundamente apreciado y muy necesario— en beneficio de cada Iglesia local, bajo la dirección de un Pastor autóctono.

La unidad de esta celebración centenaria es también unidad de todos los obispos de este país con todo el Colegio Episcopal unido con el Sucesor de Pedro, y atento a proclamar el único Evangelio de Cristo y a asegurar la realización de la unidad católica en el Sacrifico eucarístico, que es, al mismo tiempo, expresión del culto de una comunidad particular y de la Iglesia universal. Este es un motivo especial de alegría para mí, al celebrar con vosotros vuestras fiestas centenarias. Quiero aseguraros mi gratitud por todo lo que habéis hecho, como Pastores de las Iglesias locales, para mantener la unidad, vosotros que, a la vez, compartís la responsabilidad por la Iglesia a través del mundo. Vuestra fidelidad y vuestro celo constituyen por sí mismos una aportación efectiva a la difusión del Reino.

3. Estad seguros de que todos vuestros esfuerzos al proclamar el Evangelio, confieren, directa e indirectamente, gran honor a la Iglesia. Por mi parte estoy cercano a vosotros en todas vuestras alegrías y aflicciones, en los desafíos y en las esperanzas de vuestro ministerio de la palabra y en vuestro ministerio sacramental. Estoy cercano a vosotros en todas vuestras iniciativas pastorales concretas, en todo lo que el mensaje de salvación lleva a las vidas del pueblo. Una reflexión sobre el patrimonio esencial y constitucional de la fe católica, idéntica para todos los pueblos de todos los tiempos y lugares, sirve de gran ayuda a los Pastores de la Iglesia, cuando piensan en las exigencias de la "inculturación" del Evangelio en la vida del pueblo. Os resulta familiar lo que Pablo VI definió "la función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden (Evangelii nuntiandi EN 65). El indicó como susceptibles de ciertas adaptaciones los sectores de la expresión litúrgica, de la catequesis, de la formulación teológica, y secundariamente las estructuras eclesiales y los ministerios. Como Pastores locales, vosotros sois los más adecuados para realizar este trabajo al ser hijos del pueblo al que habéis sido enviados para anunciar el mensaje de la fe; además, en vuestra ordenación episcopal habéis recibido el mismo "Espíritu de gobierno" que ha sido comunicado a Jesús y, por medio de El, a los Apóstoles para la edificación de su Iglesia. Esta es obra de Dios; es una actividad del Cuerpo vivo de Cristo; es una exigencia de la Iglesia en cuanto realmente es medio universal de salvación.

Y así, con serenidad, confianza y profunda apertura a la Iglesia universal, los obispos deben realizar la obra de la "inculturación" del Evangelio para el bien de cada uno de los pueblos, precisamente para que Cristo pueda ser comunicado a todo hombre, mujer y niño. En este proceso las culturas mismas deben ser elevadas, transformadas y penetradas por el original mensaje cristiano de verdad divina, sin perjuicio de cuanto hay en ellas de noble. Por esto, las dignas tradiciones africanas deben ser conservadas. Además, de acuerdo con la plena verdad del Evangelio y en armonía con el Magisterio de la Iglesia, las vivas y dinámicas tradiciones cristianas de África deben ser consolidadas.

Al realizar este trabajo en estrecha unión con la Sede Apostólica y con toda la Iglesia, resulta para vosotros fuente de energía saber que la responsabilidad por esta actividad la comparten también vuestros hermanos obispos esparcidos por el mundo. Esta es una consecuencia importante de la doctrina de la colegialidad, en virtud de la cual cada obispo participa en la responsabilidad del resto de la Iglesia; por la misma razón su Iglesia, en la que por derecho divino él ejercita la jurisdicción ordinaria, es también objeto de una común responsabilidad episcopal en la doble dimensión de la encarnación del Evangelio en la Iglesia local: 1) preservar inalterado el contenido de la fe católica y conservar la unidad de la Iglesia en el mundo, y 2) sacar de las culturas expresiones originales de vida cristiana, de celebración y de pensamiento por medio de las cuales el Evangelio arraigue en el corazón de los pueblos y de sus culturas.

Venerables hermanos, vuestra gente está llamada a los más altos ideales y a las más nobles virtudes. Cristo con su poder salvífico está presente en la humanidad africana o, como ya he dicho durante mi visita a este continente, "Cristo, en los miembros de su Cuerpo, es El mismo africano".

4. Hay bastantes aspectos de vuestro apostolado que merecen especial mención y apoyo. De particular importancia para el futuro de vuestras Iglesias locales es todo esfuerzo realizado para fomentar las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa.Los fieles están llamados a compartir la responsabilidad por esta dimensión de la Iglesia y la ejercitan con el respeto y la estima de tales vocaciones y contribuyendo a crear una profunda atmósfera espiritual en la familia cristiana y en las otras comunidades en cuyo seno una vocación pueda desarrollarse y perseverar. Por parte de los sacerdotes se requiere vigilancia al individuar las señales de una vocación; sobre todo, la eficacia de todos estos esfuerzos humanos debe ponerse en la oración de la Iglesia y en el testimonio que ofrezcan los sacerdotes y los religiosos.

Cuando la gente ve a los sacerdotes y religiosos vivir una vida de auténtico celibato en intimidad con Cristo; cuando comprueba la plena realización humana que se deriva de la entrega total al servicio del Evangelio; cuando ve la alegría que se deriva del testimonio que se da de Cristo, entonces el sacerdocio y la vida religiosa se convierten en vocaciones atrayentes para el joven, que escuchará más fácilmente la invitación personal de Cristo: ¡Ven, sígueme!

Quisiera subrayar a este respecto otra dimensión: la dimensión misionera de vuestra Iglesia en relación con las exigencias de las Iglesias hermanas del continente africano y de otras. Comprendo vuestra solicitud ante la necesidad de vuestras comunidades cristianas para ser guiadas por sacerdotes elegidos por Dios en medio de su mismo pueblo. Pero la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera. Y debemos recordar siempre que Dios no deja de bendecir a quien da con generosidad. La promoción de las vocaciones misioneras —o en el marco de la fórmula Fidei donum o agregándose a los institutos misioneros internacionales— servirá, a su vez, para estimular a la comunidad local a una confianza mayor en la gracia de Dios y a una conciencia más profunda de fe. Abrirá los corazones al amor de Dios.

242 5. Sé que estáis comprometidos en la promoción de la función de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Esta es una expresión del mismo compromiso en promover las vocaciones femeninas a la vida religiosa. Las mujeres africanas han sido gustosamente portadoras de vida y guardianes de los valores de la familia. De modo parecido, la consagración de las mujeres en una radical entrega al Señor en castidad, obediencia y pobreza constituye un medio importante para transmitir a vuestras Iglesias locales la vida de Cristo y un testimonio de una comunidad humana más amplia y de una comunión divina. Esto exige, sin duda, que se formen esmeradamente, bajo el aspecto teológico y espiritual, de manera que puedan asumir el puesto que les espera como agentes de evangelización, dando ejemplo del verdadero significado de la vida religiosa en un contexto africano, y enriqueciendo así a toda la Iglesia.

6. En la hermosa ceremonia celebrada en el estadio y al rendir honor a los catequistas he expresado ya mi estima por ellos, así como mi pensamiento acerca del valor de esta institución para la Iglesia, su valor para el futuro como en el pasado. No me entretendré sobre este punto, sino para repetir las palabras dirigidas a los obispos en mi Exhortación Apostólica: "En el campo de la catequesis tenéis vosotros, queridísimos hermanos, una misión particular en vuestras Iglesias: en ellas sois los primeros responsables de la catequesis… Tened la seguridad de que, si funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil" (Catechesi tradendae
CTR 63).

7. En este contexto quisiera atraer vuestra atención sobre un aspecto especial del apostolado: el problema de los mass-media. En todo el mundo los instrumentos de comunicación ofrecen especiales oportunidades para la difusión del Evangelio y para la útil presentación de la información bajo el aspecto de la caridad y de la verdad. Ghana y toda África no son una excepción. Que con vuestro interés y vuestra colaboración puedan los instrumentos de comunicación social cumplir realmente su tarea providencial en servicio de la humanidad. Ellos constituyen para la Iglesia espléndidos instrumentos para predicar el mensaje de Cristo, como desde los tejados (cf. Mt Mt 10,27). Estad seguros de mi admiración por los esfuerzos realizados para utilizar lo más frecuentemente posible tales instrumentos. A este respecto, merecéis amplias alabanzas por haber dado vida al semanario The Standard, que pido os ayude en esta tarea de evangelización.

8. Vinculada a la evangelización está la acción por el desarrollo, que debe continuar y progresar en África. A ejemplo de Cristo, que era sensible a la elevación de la humanidad en todos sus aspectos, la Iglesia se afana por el bienestar total del hombre. El laicado tiene una parte peculiar que realizar en el sector del desarrollo; a los laicos se les ha dado un carisma especial para llevar la presencia de Cristo siervo al sector de los asuntos temporales. El ser humano que pide ser levantarlo de la pobreza y de la necesidad es el mismo que debe conseguir la redención y la vida eterna. De igual modo, toda la Iglesia debe contribuir al desarrollo ofreciendo al mundo su visión global del hombre y proclamando incesantemente la preeminencia de los valores espirituales (cf. Discurso a las Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979, Nb 14). La. Providencia ha dotado a vuestros pueblos de una innata comprensión de esta realidad. Sólo siendo sensibles a cada una de las necesidades, la Iglesia podrá continuar prestándole grandes servicios; pero una de sus aportaciones más eficaces al progreso será la de precisar que la finalidad última del desarrollo de la persona se busca sólo en un humanismo trascendente, que solamente se alcanza en la unión con Cristo (cf. Populorum progressio, 16).

9. Hay otros muchos aspectos de vuestro ministerio pastoral de los que no podemos hablar ahora. Pero como obispos, invitemos sin tregua a nuestro pueblo a la conversión de la vida, e indiquémosle con nuestro ejemplo el camino. La importancia del sacramento de la Penitencia o Reconciliación y de la Eucaristía jamás se subrayará bastante. En ellos nosotros somos ministros de la misericordia de Dios y de su amor. Al mismo tiempo, en cuanto obispos, estamos llamados a dar un sólido testimonio de Cristo, Sumo Sacerdote y Pontífice de salvación, convirtiéndonos en signos de santidad en su Iglesia. ¿Un tema difícil? Sí, hermanos. Pero esta es nuestra vocación, y el Espíritu Santo está sobre nosotros. Además, la fecundidad de nuestro ministerio pastoral depende de nuestra santidad de vida. No tengamos miedo, porque la Madre de Jesús está con nosotros. Ella está en medio de nosotros, hoy y siempre. Y nosotros somos fuertes por los méritos de su oración y estamos seguros porque nos hemos confiado a su corazón. Regina coeli, laetare, alleluia!









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A LOS OBISPOS DE PAÍSES LIMÍTROFES


Kumasi, Ghana

Viernes 9 de mayo de 1980



Mis queridos hermanos obispos:

1. Es un gozo para mí estar con vosotros hoy. Habéis venido de vuestras diócesis respectivas —y yo de Roma—y nos hemos reunido todos aquí en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Sentimos de verdad su presencia entre nosotros. Sí, hemos venido a Ghana a celebrar su Evangelio, a celebrar el centenario de la implantación de su Iglesia en esta región. Por tanto, nuestros pensamientos se centran en la gran realidad de la evangelización. Esto es muy natural para nosotros, puesto que somos los sucesores de los Doce y al igual que ellos estamos llamados a ser siervos del Evangelio, proclamando a Jesucristo y su mensaje de redención.

Nuestro ministerio exige mucho de nosotros. La predicación eficiente del Evangelio, que es "poder de Dios para la salud de todo el que cree" (Rm 1,16), requiere esfuerzo constante por salir al encuentro del Pueblo de Dios con honda comprensión de sus culturas y de sus necesidades pastorales, y de las presiones que ejerce sobre ellos el mundo moderno. La evangelización requiere de nosotros planificación con amplias miras, utilización de medios adecuados y colaboración plena entre las Iglesias locales. Pero quiero limitarme a una consideración breve sobre el contenido de la evangelización, sobre lo que Pablo VI llamaba "fundamento y centro", y describía como "clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres como don de la gracia y misericordia de Dios" (Evangelii nuntiandi EN 27).

2. Como obispos que somos debemos reflexionar no sólo sobre nuestro deber, sino también sobre el privilegio inmenso que es anunciar este mensaje fundamental de salvación al pueblo. Esta es la naturaleza de nuestra misión divina, ésta es la explicación de nuestra realización humana: proclamar la salvación en Jesucristo. Qué maravilloso ministerio es predicar Un Evangelio de redención en Jesús, explicar a nuestro pueblo que ha sido elegido por Dios Padre para vivir en Cristo Jesús y que el Padre "nos libró del poder" de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados" (Col 1,13-141 Col 1,

243 3. El don de salvación de Jesucristo da origen a nuestro ministerio sacramental y a todos nuestros esfuerzos por construir la comunión de la Iglesia, una comunidad redimida que vive la vida nueva de Cristo. Puesto que nuestro mensaje es mensaje de salvación, es también para nuestro pueblo constante invitación a responder al don de Dios, a llevar una vida digna del llamamiento que ha recibido (cf. Ef Ep 4,1). El mensaje de salvación implica para nuestro pueblo la invitación a alabar a Dios por su bondad, a regocijarse por este don, a perdonar a otros tal y como ellos han sido perdonados, y a amar a los demás como ellos han sido amados.

Dios otorga el gran don de la salvación a través de su Iglesia, a través de nuestro ministerio. De acuerdo con la voluntad de Dios sigamos adelante con nuestras actividades evangelizadoras, anunciando con perseverancia la Buena Nueva de la salvación y proclamando explícitamente: "Por Cristo y por su sangre hemos sido redimidos y se nos han perdonarlo los pecados, hasta este grado es inmensa la generosidad del favor ele Dios con nosotros". Esta proclamación es fundamental en toda nuestra doctrina moral, en nuestra enseñanza social, en nuestra preocupación pastoral por los pobres. Este es el fundamento de nuestro ministerio pastoral con los necesitados, los que sufren y los encarcelados. Esto es fundamental en todo lo que hacemos, en todo nuestro ministerio episcopal.

Queridos hermanos: Alabado sea Jesucristo que nos ha llamado a proclamar su salvación y nos sostiene con su amor. Que El nos mantenga fuertes en el gozo, perseverantes en la oración con María su Madre y unidos hasta el fin.

¡Alabarlo sea Jesucristo!









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A LOS SEMINARISTAS


Kumasi, Ghana

Viernes 9 de mayo de 1980



Queridos seminaristas:

1. Siempre me alegra dirigir la palabra a los jóvenes que se preparan para el sacerdocio. Hoy me siento especialmente feliz al encontrarme aquí en vuestro país.

2. Aunque sois jóvenes, sois capaces de enseñar al mundo, con vuestra misma vida, una gran lección. ¿Cuál es esta lección? La lección de la fe. Vuestras existencias muestran que creéis en Jesucristo y que deseáis seguirlo. Vosotros lo aceptáis como Dios, como Hijo de Dios que ha asumido la naturaleza humana, que se ha hecho hombre y se ha convertirlo en vuestro hermano y hermano mío. Creéis que murió en la cruz, y que se hizo vuestro Salvador y Salvador mío. Y creéis que resucitó de entre los muertos y os ha hecho posible a vosotros y a mí, y a todos, participar de la vida eterna. Este es Jesús a quien vosotros habéis llegado a conocer y a amar, Jesús en quien habéis puesto vuestra fe.

3. Sí, vosotros creéis en la persona do Jesús, y creéis también que su gracia es fuerte, y que supera al pecado. Creéis que Jesús puede daros la gracia de seguirle, de ir en pos de El, de ser semejantes a El. Y esto es lo que os proponéis hacer: ser semejantes a Jesús sacerdote para difundir la Buena Nueva que El ha traído, para hablar al mundo de la salvación y dar al pueblo el Pan de la vida eterna.

4. Y así la fe en Jesús es importante para vosotros ahora y en el futuro. Vuestra vida de seminaristas se basa en la fe; para todo sacerdote la fe es el fundamento de la vida. Fe significa aceptar a Jesús en vuestras vidas, llevar su mensaje en vuestro corazón, obedecer a sus mandamientos. Significa también estar llenos de alegría y de amor por El. Y cuanto más se realice esto, seréis tanto más capaces de mostrar a Jesús al mundo, a ese Jesús que vive en vosotros y que quiere trabajar a través de vosotros.

244 Cuando vivís de fe y seguís los mandamientos de Cristo, os hacéis capaces de dar un ejemplo dinámico a los otros jóvenes. Sois capaces de mostrar a través de vuestra vida y con el ejemplo de vuestra alegría cristiana que el amor de Jesús es importante: importante para vosotros en vuestra vocación, e importante para todos los hermanos y hermanas que se esfuerzan por descubrir la plenitud de la propia humanidad. Viviendo así, os daréis cuenta de que ya habéis comenzado la tarea de comunicar a Cristo, llevándolo a vuestros amigos y a los otros jóvenes de Ghana.

5. Al mismo tiempo, vuestra fidelidad a Cristo, vuestra valentía en decir sí a vuestra vocación especial, vuestra fe en la potencia que tiene Jesús para conservaros en su amor durante toda vuestra vida, constituyen un fuerte apoyo para los otros jóvenes de vuestra edad que han oído la llamada del Buen Pastor y desean seguirle fielmente.

Sabéis la gran necesidad que vuestro país y África tienen de sacerdotes, de obreros en la mies del Señor. Recordad las palabras de Jesús: "Alzad vuestros ojos y contemplad los campos que ya están blancos para la siega" (
Jn 4,35).

Y rogad por las vocaciones, rogad por la perseverancia en vuestra vocación, rogad para que la Iglesia en África pueda tener la fuerza y el fervor de suministrar los sacerdotes de los que Cristo tiene necesidad para predicar su Evangelio y llevar su mensaje de salvación a través de este continente.

6, Queridos seminaristas: Manteneos unidos a Jesús con la oración y con la Santa Eucaristía. Y así, con vuestra misma manera de vivir, haced que cada uno sepa que vosotros tenéis fe realmente, que creéis realmente en nuestro Señor Jesucristo.

Y manteneos unidos también a nuestra Santa Madre María y a su Corazón Inmaculado. Cuando María dijo sí al Ángel, el misterio de la redención se concretó bajo su Corazón. Este Corazón puro de María inspiró a muchos misioneros que trajeron la Palabra de Dios a los africanos. Y para la Iglesia de hoy este Corazón de María continúa expresando el misterio de la Madre en la redención (cf. Redemptor hominis RH 22),

En el nombre de Jesús os bendigo a todos. Y os encomiendo a vosotros, a vuestras familias y amigos a María, que es la Madre de todos nosotros.







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