Discursos 1980 244


VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO EN ACRA*


Viernes 9 de mayo de 1980



Excelencias, señoras y señores:

I. Es para mí un gran placer reunirme con los Jefes de misión y con el Cuerpo Diplomático en esta capital de Acra. Me siento honrado por la cortesía que me manifestáis con vuestra presencia aquí, y deseo agradecer a Su Excelencia el Decano y al Cuerpo Diplomático, la gentileza que me ha demostrado. Después de una semana en África —un tiempo tan breve, pero tal lleno ya de recuerdos imborrables— deseo haceros partícipes de algunas impresiones y preocupaciones que he experimentado en mi primer contacto con el continente africano.

Al venir a África, por invitación de las autoridades civiles y de mis hermanos en el Episcopado, lo he hecho como Jefe de la Iglesia católica. Pero he venido aquí también como un siervo humilde a quien la Providencia de Dios ha confiado una misión hacia todo el género humano: la misión de proclamar la dignidad y la fundamental igualdad de todos los seres humanos y su derecho a vivir en un mundo de justicia y de paz, de fraternidad y solidaridad.

245 2. La finalidad de mi viaje es ante todo religiosa y espiritual. Deseo confirmar a mis hermanos obispos, al clero, a los religiosos, al laicado en su fe, en Dios Creador y Padre, y en el único Señor Jesucristo. Deseo también celebrar la fe común y la caridad que nos une, gozar con ellos en la comunión que nos vincula a todos juntos en una sola familia, en el Cuerpo místico de Cristo. Les traigo los saludos del Apóstol Pablo: "Os saludan todas las Iglesias de Cristo" (Rm 16,16). Mi venida a la Iglesia que está en África quiere ser un testimonio de la universalidad de la Iglesia, disfrutando con las riquezas de sus varias expresiones. Porque "en el pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por vocación y por misión, la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas diversas" (Evangelii nuntiandi EN 62).

En virtud de su propia misión y de su propia naturaleza, la Iglesia no está vinculada a ninguna determinada forma de cultura ni a sistema alguno político, económico o social. Precisamente por su universalidad puede entrar en comunión con diversas culturas y realidades, dando lugar a un mutuo enriquecimiento (cf. Gaudium et spes GS 58). En virtud de su misma universalidad es capaz también de crear un vínculo estrechísimo entre diversas comunidades humanas y entre naciones, con tal que éstas reconozcan y respeten su derecho a la libertad para cumplir su misión específica.

3. Creo que aquí tenemos una misión común. Cada uno de vosotros, como diplomático, sois enviados a representar y a promover los intereses de vuestros respectivos Estados. Como grupo, también sois portadores de una misión que trasciende las fronteras regionales y nacionales, porque también forma parte de vuestra misión promover una comprensión mejor entre los pueblos, una colaboración más estrecha a escala mundial: en una palabra, ser promotores de la unidad de todo el mundo. Esta es la grandeza de vuestra tarea: ser constructores de la paz y de la justicia internacional en una época que asiste, al mismo tiempo, a una creciente interdependencia y a una afirmación más fuerte de la identidad y dignidad de cada nación. Tarea noble, pero también difícil, la vuestra; mientras servís a vuestra nación, sois también los artífices del bien común de toda la familia humana, trabajando juntos por salvar la tierra para la humanidad, por asegurar que las riquezas del mundo lleguen a todo ser humano, sin excluir a esos hermanos y hermanas nuestros que ahora están alejados de ellas a causa de la injusticia social. Como diplomáticos estáis implicados en la construcción de un nuevo orden de relaciones internacionales basadas en las fundamentales e imprescindibles exigencias de la justicia y de la paz. Y quienes entre vosotros están aquí representando Organizaciones internacionales o regionales, también se hallan comprometidos —aunque con métodos y medios diversos— en el proceso de concentración de los esfuerzos de todas las naciones para la construcción de un mundo justo y fraterno.

4. Estoy seguro de que vuestra experiencia como diplomáticos o expertos internacionales, en diversas partes del mundo, junto con la familiaridad adquirida con el ambiente africano, ha creado en vosotros una aguda conciencia de los mayores problemas de la humanidad de hoy, especialmente de los problemas globales que se derivan de las desigualdades económico-sociales existentes en la comunidad mundial. Al hablar a la XXXIV Asamblea General de las Naciones Unidas, pude llamar la atención sobre este problema fundamental, afirmando: "Es comúnmente sabido que el abismo entre la minoría de los excesivamente ricos y la multitud de los miserables es un síntoma muy grave en la vida de toda sociedad. Lo mismo hay que repetir, con mayor insistencia, a propósito del abismo que divide a los países y regiones del globo terrestre" (Nb 18 L'Osservatore Romano. Edición en Lengua Española. EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. ).

El hecho de que puedan existir tales disparidades ofuscantes constituye una gran contradicción de nuestros días y de nuestra época; lo mismo se puede decir del alejamiento que separa a los países pobres de los ricos, o a los continentes pobres de los ricos, y que se hace más profundo todavía, en vez de disminuir, al mismo tiempo que los pueblos van tomando mayor conciencia de su interdependencia. ¿Acaso no es triste comprobar que los esfuerzos —tan laudables en sí mismos— de las Organizaciones internacionales y de las diversas naciones en iniciativas bilaterales o multilaterales no han sido capaces de sacar a los países más pobres del círculo vicioso de la pobreza y del subdesarrollo? ¿Por qué estos esfuerzos nunca han lograrlo resultados mejores y más duraderos? ¿Por qué, no han dado esperanza a los países en vías de desarrollo: la esperanza que los propios recursos, la ayuda fraterna y especialmente el duro trabajo de sus habitantes les hubiera hecho capaces de trazar el diagrama de su propio desarrollo y satisfacer sus necesidades esenciales?

5. Estoy persuadido de que todos estamos de acuerdo en el hecho de que el único camino para eliminar las desigualdades pasa a través de la cooperación coordinada de todos los países con espíritu de verdadera asociación.En este contexto se ha hablado y se ha escrito mucho sobre la importancia de revitalizar lo que se ha definido diálogo Norte-Sur. Sin hacer propia una visual demasiado simplista de un mundo dividido en Norte rico y Sur pobre, sin embargo es necesario conceder que esta distinción tiene cierto fundamento en la realidad, puesto que los países septentrionales generalmente controlan la economía y la industria mundial. La Santa Sede no puede menos de estimular toda iniciativa que se propone tomar en consideración honestamente esta situación y llegar a un entendimiento entre todas las partes, en orden a una acción que es necesaria emprender. Pero, al mismo tiempo, yo quisiera hacer una pregunta: ¿por qué las iniciativas de este género encuentran dificultad. y terminan siempre sin resultados tangibles y duraderos? La respuesta podrá encontrarse ante todo no en la esfera de la economía o de las finanzas, sino en un sector de dimensiones más profundas: en el dominio de los imperativos morales y espirituales. Se requieren nuevas visuales y un cambio radical de actitudes.

Las dificultades y los puntos controvertidos que dividen a las naciones más ricas y a las más pobres no podrán ser afrontados mientras persista una actitud de prejuicio; estos temas se afrontan con un espíritu de confianza y de mutua apertura, con un espíritu de honesta evaluación de la realidad y con una generosa voluntad de coparticipación.

Sobre todo el examen de los problemas Norte-Sur debe hacerse con convencimiento renovado de qué no puede encontrarse ninguna solución que no ahonde sus raíces en la verdad en torno al hombre. La verdad completa acerca del hombre constituye la condición necesaria para poder vivir juntos armoniosamente y para alcanzar una solución que respete completamente la dignidad de cada ser humano.

6. Vuestra presencia aquí, en una capital africana, señoras y señores, asume un gran significado para vuestros países y para las Organizaciones que representáis. Pero es también muy significativa para el país que os acoge, para toda África, y para todo el mundo. Esta es una visión elevada, pero también es la condición necesaria para el éxito de vuestros esfuerzos dirigidos a estrechar mejores y más justas relaciones entre los pueblos y las naciones. Cada comunidad diplomática constituye, en cierto modo, un campo experimental en el que ensayáis vuestras capacidades y vuestra visual respecto a una visión del mundo en la que el hombre está en el centro de toda la historia y de todo el progreso.

El mensaje que os dirijo, pues, el mensaje de uno que es consciente de su misión como siervo de Dios y defensor del hombre, es éste: sólo un mundo que es verdaderamente humano puede ser un mundo fuerte y pacífico. ¡Gracias!

*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.21 p.14 (p. 302).









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA


DURANTE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA DE GHANA


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Aeropuerto de Acra

Sábado 10 de mayo de 1980



Queridos amigos de Ghana:

1. Los viajes del Papa a los varios continentes y países del mundo tienen todos una característica común: las visitas son siempre demasiado cortas. Demasiado cortas para vosotros, quizá, pero para mí demasiado cortas sin duda alguna. Me hubiera gustado pasar más tiempo con vosotros, viajar por vuestro país de Norte a Sur y de Este a Oeste, encontrarme con vosotros en vuestras casas, visitar a vuestros niños en las escuelas, acompañaros por los campos y el río, y oír vuestros cantos. Pero me están esperando muchos otros africanos, vuestros hermanos y hermanas.

Los dos días que he pasado con vosotros han sido días de gran alegría y consuelo espiritual para mí. Guardaré siempre en la memoria y en el corazón la impresión de esta ocasión feliz. recordaré a vuestro amigable pueblo, a vuestras corteses autoridades, los rostros sonrientes de vuestros niños, uy la sabiduría de vuestros mayores.

Y sobre todo me llevo la imagen de un pueblo que quiere ser fiel a su herencia cultural y caminar, a la vez, en paz y verdad —que es la fuerza de la paz— hacia condiciones más justas por medio del constante progreso material, social y moral.

2. Mi gratitud por la hospitalidad que ha brindado esta tierra y su pueblo a quien es Cabeza de la Iglesia católica y servidor de toda la humanidad, se expresará en oración ferviente por cada uno de vosotros y por toda la nación. Pediré a Dios, que es todopoderoso y bueno, creó todas las cosas y sin El no puede haber vida, que guíe y dé fuerzas a esta nación en la búsquela de la felicidad verdadera para todos sus ciudadanos. Por ser todos hijos de un mismo Padre celestial y creados a su imagen y semejanza (cf. Gén Gn 1,26), cada ser humano, cada hijo de Ghana tiene el derecho fundamental de disfrutar de las condiciones que corresponden a su dignidad. Elevaré oraciones a Dios para que Ghana llegue a alcanzar auténtico progreso a través del desarrollo de todos los recursos naturales y humanos con que ha sido bendecido, y para que se beneficie de la voluntad de la comunidad internacional de crear relaciones justas y equitativas en todos los campos de la vida humana, en el mundo y en el continente africano. Oraré sobre todo para que el desarrollo continuo de Ghana se lleve a cabo salvaguardando esos valores auténticamente humanos que han sido la gloria de vuestro pueblo hasta hoy: hospitalidad, magnanimidad, respeto a los mayores, sentido de comunidad y referencia a Dios en todas vuestras relaciones.

3. Profeso honda gratitud al Excmo. Presidente de Ghana por su acogida cortés y cordial, a la que me complaceré en corresponder en el Vaticano. Doy gracias a las autoridades y a cuantos han consagrado tiempo y afán a preparar esta visita y hacer de ella una experiencia grata para mí. Manifiesto también mi aprecio cordial a los periodistas y a todos los agentes de la comunicación social: gracias a ellos he podido llegar a mucha gente diciendo a todos los de Ghana que el Papa los lleva en el corazón y, al mismo tiempo, el mundo ha tenido posibilidad de ponerse en contacto cercano con el pueblo cordial y noble de esta tierra.

No puedo despedirme de este país hospitalario sin expresar una palabra de agradecimiento especial a vosotros obispos y a toda la comunidad católica, por cuanto habéis hecho para proporcionarme esta inolvidable acogida, y también, o más aún, por lo que sois: verdaderos hijos. de Ghana y verdaderos cristianos. Estad "firmes en la fe" (1P 5,9). Recordad siempre que habéis sido bautizados en Cristo Jesús y, por consiguiente, "todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 5,28), por encima de toda diferencia étnica, de educación o de posición.

Adiós por ahora. Gracias, y Dios bendiga. a este amado pueblo de Ghana.







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CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto de Uagadugu, Alto Volta

247

Sábado 10 de mayo de 1980



Es para mí una alegría inmensa llegar aquí al Alto Volta y saludar con respeto y simpatía a Su Excelencia el Presidente de la República, así como a las altas autoridades que han venido a recibirme y darme la bienvenida con una profunda cordialidad que expresa también —lo sé— los sentimientos de toda la nación y que me emociona vivamente.

Con esa alegría, repito, he aceptado la delicada invitación del Gobierno de Alto Volta, que tan bien comprendió el objetivo puramente espiritual de mi viaje a África y consintió así organizar en su capital esta etapa demasiado breve. Deseo, pues, que mis primeras palabras sean para expresar, con mi agradecimiento, los fervientes votos que elevo a Dios todopoderoso para este país y su pueblo, noble y laborioso, para los que llevan la responsabilidad del mismo, y para todos sus ciudadanos.

Saludo a todos los creyentes. No sólo a los cristianos, sino a todos los que comparten con ellos la fe en un Dios único y misericordioso, que se honran de someter su vida al Todopoderoso en la religión islámica o están animados de los sentimientos religiosos de las tradiciones de sus antepasados.

Me permitiréis que salude con particular afecto, y ante todo, en la persona de mi hermano el cardenal Paul Zoungrana y de mis hermanos los obispos de este país, a todos mis hijos e hijas católicos. ¡He venido por vosotros! Antes de volver a su Padre el día de la Ascensión, Nuestro Señor había ordenado a sus Apóstoles: "Id al mundo entero a anunciar el Evangelio!" Muchos siglos han pasado antes de que vuestro querido país recibiera el Evangelio, pero en menos de un siglo la semilla ha llegado a ser, en medio de vosotros, un gran árbol; y ahora el Sucesor de San Pedro pone sus pies donde pisaron los que os trajeron el Evangelio, los hijos del gran cardenal Lavigerie, los obispos infatigables como mons. Thevenoud, que tantos de vosotros recordáis con emoción. Y ahora encuentro, como jefes de vuestras Iglesias diocesanas y sucesores de los Apóstoles, entregados por entero como ellos al servicio del Señor, a hijos de Alto Volta que me acogen en su casa, en vuestra casa.

Al pueblo de Alto Volta, a su Presidente, a los miembros de su Gobierno y a los representantes de la Iglesia que habéis venido a recibirme tan afectuosamente, repito mi agradecimiento y mi más cordial saludo. Sé que muchos han venido también de Togo; a todos ellos mi más cariñoso y cordial saludo. ¡Gracias a todos! ¡Que el Señor, Dios Todopoderoso, os colme a todos de sus bendiciones.





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AL PRESIDENTE DE ALTO VOLTA Y A LA NACIÓN



Sábado 10 de mayo de 1980




Señor Presidente:

1. Desde mi llegada, hace un momento, he querido expresar públicamente mi alegría al responder a la cordial invitación que me había sido dirigida tanto por parte de Vuestra Excelencia en nombre de la República de Alto Volta, como por los obispos del país. Con ocasión de este encuentro con las más altas autoridades del Estado, permítaseme reiterarme en mis sentimientos de profunda gratitud y presentarles mi respetuoso saludo.

Estoy orgulloso y lleno de alegría de poder venir a visitar al pueblo de Alto Volta en su casa. Vengo como un hermano que, justamente por esa razón, desea conocerle mejor para poder estar más cerca de él. Mis palabras quieren ser palabras de amor y de paz para todos, para los cristianos y también para los que pertenecen a las religiones de los antepasados o a la importante comunidad islámica del país. Tenemos :valores religiosos comunes. Con mayor razón debemos, pues, respetarnos unos a otros, y reconocer a todos el derecho de profesar libremente su fe. Esto vale para cada uno de nosotros. Vengo, por consiguiente, como un hombre de Dios, a hablar a todos el lenguaje del corazón que, si lo escuchan, todos pueden comprender. En ese nivel, no hay diferencias entre los hombres, modelados todos por la mano del Creador, llamados todos a vivir en fraternidad, a ayudarse mutuamente y a buscar los valores del espíritu.

Mi pensamiento y mi afecto se dirigen, pues, en este momento a todos y cada uno de los habitantes, los jóvenes y los ancianos experimentados, las familias, los padres, los pobres, los enfermos, los trabajadores del país —estén en su patria o en el extranjero— que aportan su colaboración al desarrollo a pesar de tantas dificultades naturales. Los saludo en la persona de quienes asumen la responsabilidad de guiarlos, con la conciencia de su gran misión. Repito a todos los deseos de bien que mi predecesor, el Papa Pablo VI, les expresó en muchas circunstancias, y en particular cuando Vuestra Excelencia le hizo. hace unos años, el honor de una visita en el Vaticano (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 24 de junio de 1973, pág. 9). Personalmente, evocaré mi satisfacción de haber podido entrevistarme, el 13 de julio último, con el Señor Primer Ministro de la República.

2. Las anteriores etapas de este viaje pastoral han ofrecido ya ocasión de abordar algunos problemas más específicos del continente africano o del lugar que corresponde en el mundo a su genio propio, y he tenido como preocupación esencial su dimensión religiosa y no moral, el deseo de dialogar en nombre del hombre íntegramente considerado (cf. mi discurso a la XXXIV Asamblea General de las Naciones Unidas , núm. octubre de. 1979). De ninguna manera trata la Iglesia católica de presionar sobre las responsabilidades propias de los gobernantes. Quiere recordar, en todo caso que, en el espíritu de su Fundador, la noción de poder es inseparable de la noción de servicio, y que. siendo en cierto modo recibido de arriba todo poder, debe éste ser ejercido según Dios (cf. Jn Jn 19,11). Este es ciertamente el deseo que la anima cuando se dedica, por ejemplo a las obras de educación, para contribuir también ella a la formación de los que tomarán un día el relevo en el desarrollo y en la construcción del futuro de su país: preparar hombres y mujeres penetrados del ideal del verdadero servicio público, honestos, desinteresados y preocupados del bien común de la población.

248 La Iglesia en Alto Volta ya ha prestado, en este campo, una colaboración leal al progreso del país. Y la sigue prestando hoy, en la medida de sus posibilidades, con la convicción de que es una tarea importantísima. No dudo, por otro lado, que su enseñanza catequética está abierta a toda la vida en su conjunto, de tal manera que forme en profundidad al hombre de mañana, al servicio de su país y de los ideales más nobles.

3. Así, la Iglesia no pide otra cosa que estar presente allí donde pueda promover la dignidad del hombre, del ciudadano, con medios pobres, pero con la generosidad de un corazón dispuesto a compartir. Ojalá pueda perseverar en este impulso que aquí, ochenta años después de la evangelización„ no se ha debilitado nunca, sino que la empuja continuamente a nuevas iniciativas, dentro del respeto a las conciencias y la lealtad respecto al poder civil. Tengo plena confianza en que los obispos del país y mi querido colaborador el cardenal Paul Zoungrana, permanecen fieles a esta línea inspirada por el sentido de una fraternidad auténtica.

4. Las relaciones entre la Santa Sede y la República de Alto Volta, alimentadas por una misma voluntad de diálogo, continuarán estrechándose en el porvenir. Este es mi más ferviente deseo que insisto en manifestar a Vuestra Excelencia y a cuantos nos escuchan. Testimonio de ello es esta etapa de mi viaje, con la alegría que siento de pasar esta jornada en Uagadugu, en medio del querido pueblo de Alto Volta. ¡Gracias por vuestra hospitalidad, Señor Presidente, gracias por vuestra bienvenida y por tantas deferencias para con mi humilde persona!









VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ALTO VOLTA


Sábado 10 de mayo de 1980



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. A medida que avanza este viaje por vuestra tierra africana, no me canso de repetir mi alegría al encontrarme, lástima que sea tan rápidamente, con estos hombres y mujeres que forman la Iglesia en vuestros países, el Reino de Dios que se implanta y que crece en medio de vosotros.

Esta alegría se hace aún mayor cuando me encuentro con los obispos, los jefes espirituales del nuevo pueblo, mis hermanos en el Episcopado. Y, como he dicho, me siento particularmente gozoso de visitar al querido cardenal Zoungrana, el primer cardenal africano que vino a verme a Cracovia. Apenas tenemos tiempo, queridos hermanos, de evocar algunos pensamientos que unos y otros llevamos dentro.

2. El primero es nuestra unidad en la colegialidad. Vosotros la vivís entre vosotros; nosotros la vivimos juntos, uniendo la Iglesia que está en Alto Volta a la vida y a las preocupaciones evangélicas de la Iglesia universal. La colegialidad es un elemento estructural de la Iglesia, un modo de gobierno del Episcopado, al que nuestra época, siguiendo en esto una importante enseñanza del Concilio Vaticano II. concede un legítimo y particular relieve. El hecho de llevarla a la práctica —día a día lo experimentáis ciertamente—, es un gran apoyo para vuestra acción pastoral y también una esperanza para el aumento de su eficacia. Pero nuestra colaboración episcopal hemos de fundamentarla, sobre todo, en razones espirituales, teológicas, por ser la persona del Señor la fuente de nuestro ministerio.

Os animo, pues a seguir trabajando para fundar verdaderamente en Cristo vuestra unidad y la de vuestro presbiterio. En este último siempre hay diversidad; procurad que esta diversidad sea fuente de enriquecimiento mutuo, no de división o de rivalidad. Y para ello, habéis de permanecer vosotros mismos muy cerca de vuestros sacerdotes, muy presentes en su vida tan difícil. Vuestras palabras y vuestros ejemplos han de orientar cada vez más hacia el servicio del Pueblo de Dios los espíritus y las voluntades de quienes generosamente se han entregado a esta misión.

Vuestras diócesis también son diversas, dotadas de distintas fuerzas apostólicas: habéis de conjuntaros para hacer frente a las tareas comunes y a los sectores menos dotados. Este espíritu de solidaridad. debe extenderse también fuera de vuestras fronteras, sobretodo en el marco de la Conferencia Episcopal regional del África Occidental, cuya presidencia asume Vuestra Eminencia, e incluso en el marco del S.C.E.A.M.. para todo el África y Madagascar. Tenéis que llegar a ser vuestros propios misioneros.

3. Esto me lleva a haceros partícipes de dos preocupaciones primordiales paya la evangelización y para el fervor cristiano de vuestra Iglesia en Alto Volta. Quiero hablar de vuestra preocupación por las vocaciones y también de una pastoral que se apoye en el sentido típicamente africano de la familia.

249 Además de los "misioneros", cuyo servicio sin igual todo el mundo reconoce como precioso testimonio de la Iglesia Universal, tenéis la alegría de contar con 'numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y catequistas, hijos de Alto Volta. La misión de la Iglesia exigiría aún más. Una parte importante de vuestro ministerio es ocuparos de despertar y cultivar vocaciones sacerdotales y religiosas, con una formación sólida, bien contrastada en la Iglesia, y bien inserta en la realidad africana. Jamás debemos cansarnos de explicar el sentido profundo de esta vocación en el designio de Dios. Ofrecerse a seguir a Cristo con toda disponibilidad, al servicio exclusivo de su Reino, consagrarle sus fuerzas y su amor en el celibato, es una gracia que no puede faltar a la Iglesia de hoy, ni por tanto a las Iglesias de África.

Estos sacerdotes o religiosos ayudarán a los cristianos a crecer en la conciencia personal de su propia vocación. Entre ellos, los catequistas, a quienes quiero animar por medio de vosotros, dan un magnifico ejemplo de vocación laica cristiana puesta al servicio de la misión de la Iglesia. Pablo VI tuvo interés en condecorar, hace cinco años, al primer catequista de Alto Volta precursor de la fe en vuestro país. el centenario Simón Zerbo.

4. Hace varios años que venís realizando, de cara a esta misión, un esfuerzo pastoral que tiende a manifestar que la Iglesia es verdaderamente la familia de Dios, en la que cada uno tiene su puesto, cada uno es comprendido y amado. De esta manera, lo espero con vosotros, vuestras comunidades cristianas se beneficiarán de un elemento profundo de estructuración, que constituirá también un testimonio concreto del Evangelio, e incluso un llamamiento para los no cristianos. En esta concepción de la familia queda así evidenciado el lazo entre una realidad fundamental. y la revelación evangélica y uno de los valores morales característicos de la civilización de vuestro pueblo.

5. Habría otras muchas cuestiones. Hace un momento he abordado la gravísima sequía en Sahel, que debe suscitar una solidaridad más real, mejor coordinada y más perseverante en el mundo entero. Pienso igualmente en el hecho de que muchos de vuestros compatriotas abrazan el Islam. Las dos principales comunidades religiosas, católica y musulmana, deben continuar, pues, sus esfuerzos por estimarse mutuamente, respetando por ambas partes la libertad religiosa bien comprendida, y deben también colaborar cuando se trata de afrontar las necesidades humanas de la población y el bien común.

6. Unido a vosotros, queridos hermanos, me siento lleno de esperanza, a pesar de las dificultades, y conozco vuestra profunda adhesión a la Santa Sede y a la Iglesia universal. El Señor no nos prometió una vida y un ministerio libres de pruebas. Nos aseguró únicamente que El había vencido a las fuerzas del mal que actúan en el hombre. Debemos por eso tener siempre presentes en el espíritu sus palabras pronunciadas después de su resurrección al enviar a la misión: "No temáis... estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". ¿Cómo podría yo expresaros mejor mi exhortación? Los esfuerzos que continuamente prodigáis al servicio del Señor darán sus frutos. Que el Señor os bendiga a cada uno de vosotros, y a cuantos lleváis en el corazón: sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, todas y cada una de vuestras diócesis.









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DURANTE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA DE ALTO VOLTA


Aeropuerto de Uagadugu

Sábado 10 de mayo de 1980



1. Ya ha llegado la hora de la marcha, el final de esta brevísima estancia entre vosotros, en vuestro país de Alto Volta, mucho más querido ahora para mí. Debo marcharme, pero sabed que estaréis siempre presentes en mi pensamiento, vosotros, con los que me he reunido, y también los que no han podido venir. A éstos, queridos hijos e hijas de Alto Volta, les transmitiréis las exhortaciones y los deseos del Papa, que pide al Señor Jesús que os bendiga a todos hasta el más lejano de vuestros poblados, en la más humilde de vuestras casas.

2 Os dejo una última consigna. Es el resumen del mensaje que he querido hacer oír durante este viaje por los países africanos, tan bien preparados para comprenderlo por su rica tradición sobre el sentido de la familia y el sentido de la acogida. Tomo para ello la enseñanza de San Pedro, el primer Papa. aquel a quien el Señor confió su Iglesia y del que soy sucesor ahora en medio de vosotros. El recordaba a los fieles: sed "la casa espiritual" de Dios, pues sois "el pueblo que El se adquirió" (cf. 1P 2,5 1P 2,9). En el mismo sentido, el Concilio Vaticano II ha recordado muchas veces que la Iglesia es la casa de Dios en la que habita su familia (cf. Lumen gentium LG 6) y que todos los hombres han de tomar conciencia de que forman una sola familia, y que todos ellos están llamados a formar parte de la familia de Dios (cf. ib., 51). Esta verdad está en la base de la misión, es decir, del esfuerzo por hacer conocer a todos los hombres la salvación. el amor de Dios por nosotros y las exigencias de ese amor (cf. Ad gentes AGD 1).

Así, pues, os digo: seguid fielmente las orientaciones que os dan vuestros obispos, mis hermanos en el Episcopado, para que vuestras comunidades sean cada vez más, aquí en Alto Volta, la familia de Dios. Que vuestra manera de vivir se inspire en esta profunda verdad. Indicaré tres puntos:

Primero: quien verdaderamente forma parte de la familia no teme ponerse al servicio de su Padre; tened, pues, la preocupación por las vocaciones. Jóvenes, sed generosos y generosas para responder a la llamada de Dios si os pide que le sigáis en la castidad, la pobreza y el servicio, para hacer crecer su familia con vuestros esfuerzos. Pienso especialmente también en los catequistas, cuya entrega es tan necesaria para el progreso del Evangelio. Padres, sed generosos para suscitar y alentar las vocaciones necesarias para la vida de la Iglesia en Alto Volta, sobre todo, con vuestro ejemplo de vida cristiana.

250 Segundo: quien forma parte de la familia de Dios desea también que todos descubran su misma dicha. Por vuestra parte sed misioneros de vuestro propio país siendo testigos del amor de Dios a todos sus habitantes.

Finalmente: por la misma razón, porque quieren ser los testigos del amor de Dios para con su familia, los católicos de Alto Volta deben ser siempre miembros activos y leales de su comunidad nacional, que es también una gran familia. En vuestro pueblo conviven, en efecto, diversas creencias religiosas: tradicionales, musulmanas y cristianas. Esta situación, que es para vosotros una llamada suplementaria a una conducta ejemplar, no debe impedir, y no impide, lo sé, ni las relaciones de buena vecindad, ni la colaboración de todos en el desarrollo local y nacional, siempre dentro del respeto mutuo y recíproco.

Por eso me llena de satisfacción el saludar una vez más a todo el pueblo de Alto Volta, cuya acogida calurosa y emocionante he apreciado tanto. Agradezco sinceramente a Su Excelencia el Presidente de la República, y a todas las autoridades civiles la delicada manera con que han hecho posible este encuentro inolvidable. Doy las gracias a todos los miembros de la prensa por la difusión que han dado a mis palabras, y a todos los que se han hecho y se harán eco de mi voz. Y doy las gracias, finalmente, a todos los habitantes de este país, sin excepción, y a todos sus hermanos de Togo, que han querido unirse a ellos. A todos los que han venido a costa, lo sé, de tanto esfuerzo y tanta fatiga, les digo: gracias.

Si yo debo dejaros, vosotros sabéis bien que Nuestro Señor no os deja, que El vive siempre con vosotros. En su nombre os bendigo una vez más de todo corazón.







VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

CEREMONIA DE BIENVENIDA A COSTA DE MARFIL


Aeropuerto de Abiyán

Sábado 10 de mayo de 1980



Señor Presidente,
Excelencias,
queridos hermanos y hermanas de Costa de Marfil:

¡Que Dios bendiga a Costa de Marfil! Al pisar esta tierra os expreso mi alegría, mi gran alegría por visitar este país. Esperaba este momento y se me ha brindado la oportunidad. ¡Dios sea loado! En Costa de Marfil voy a concluir mi primer viaje a África.

No puedo pasar aquí más que dos días, y fuera de la capital mis encuentros serán pocos y breves. Pero quisiera asegurar ahora a todos los habitantes —hombres y mujeres— de este país, de sus ciudades y pueblos, mi estima, mi afecto, mis votos más cordiales.


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