Discursos 1980 471


VISITA PASTORAL A SIENA


A LOS JÓVENES DE SIENA Y TOSCANA


Domingo 14 de septiembre de 1980



Queridísimos jóvenes de Siena y de Toscana:

Estoy contento de encontrarme con vosotros en esta magnífica plaza y bajo la espléndida luz que nos viene de la figura y de la enseñanza de la virgen de Siena, Catalina Benincasa, con ocasión del VI centenario de su piadosísimo tránsito.

Os saludo con toda la efusión de mi corazón de Padre y de Pastor, y os doy las más expresivas gracias por la participación en este encuentro, por el entusiasmo sincero y por el consuelo que me dais al veros tan llenos de vida, de exuberancia y de alegría.

1. Sí, de alegría. Es precisamente esta manifestación de vuestro espíritu, la que sintetiza y corona todas las otras, la que atrae mi atención e inspira esta breve, pero cordial exhortación en nuestro gozoso encuentro de corazones. Efectivamente, la alegría cristiana fue el signo distintivo de vuestra gran conciudadana, que, aun en medio de innumerables tribulaciones y contrariedades, supo vivirla con tal profundidad que volcaba su dulzura en cada uno de sus coloquios y en cada uno de sus escritos. Dicta en una carta: "Alegraos y exultad y permaneced en el santo y dulce amor de Dios. Gozaos en las dulces fatigas" (cf. Carta 219). Y en otra: "Vestíos de Cristo crucificado, e inebriaos con su Sangre: en ella encontraréis alegría y paz completa" (cf. Carta 187). Escribía a Daniela de Orvieto: "Todo tiempo es para el alma tiempo de amor y todo lugar es para ella lugar de amor: si se trata del tiempo de la penitencia, para ella este es el tiempo de la alegría y del consuelo, y si por necesidad o por obediencia la debe dejar, se alegra igualmente" (cf. Carta 213).

A tal altura se eleva la alegría cristiana cuando se emprende un decidido camino de fe. También vosotros, jóvenes de Siena, herederos de una tan luminosa tradición religiosa, estáis llamados a descubrir, o a descubrir de nuevo, esta alegría, es decir, esta buena nueva que trajo a la tierra el "dulce Jesús", como lo llamaba la Santa. Lo mismo si os ponéis en contacto con la naturaleza, como si os encontráis con los demás, tened siempre conciencia de esta realidad profunda, que se pone como signo distintivo del cristiano. Pero sobre todo en vuestros encuentros con Dios —el Dios viviente de Abraham, de Isaac y de Jacob, no el Dios de los filósofos— expresadle el Alleluia de la alegría pascual, el canto de los redimidos, de la Nueva Alianza, de los "hermanos que viven unidos" (cf. Sal Ps 132,1).

2. Jóvenes de Siena y de la Toscana, os digo: sabed unir vuestros esfuerzos para asegurar esta alegría para vosotros mismos y para cuantos encontréis en el sendero de vuestra jornada, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en el juego: hay jóvenes, como vosotros, que no la han encontrado aún, hay hombres y mujeres tan atareados que no encuentran ni el tiempo ni el ánimo para buscarla, hay enfermos en los hospitales y ancianos en los asilos, que sufren el abandono y la soledad: todos estos hermanos y hermanas esperan una sonrisa vuestra, una palabra, una ayuda, vuestra amistad y que les estrechéis la mano. No neguéis a ninguno la alegría que viene de estos gestos: así les llevaréis alivio y a la vez obtendréis beneficio, porque, como dice la Sagrada Escritura: "Mejor es dar que recibir" (Ac 20,35).

3. De este modo de ser y de actuar se derivará también para vosotros ese sentido de optimismo y de confianza que sin haceros desconocer los aspectos negativos que afligen a nuestra sociedad, os hará rechazar todos esos excesos disgregadores y estériles que no permiten ver los aspectos positivos y bellos de las personas y de los acontecimientos. Ciertamente es tarea de la sana sicología educar para esta visión serena, pero también es fruto del Espíritu, que tanto animó a Santa Catalina en su fuerte y dulce acción religiosa y social para la liberación de su tiempo no menos turbado que el nuestro. Invoquemos a ese mismo Espíritu, cuyo fruto es "amor, alegría, paz..." (cf. Gál Ga 5,22), para que, como dio a Catalina la alegría da vivir cada día su particular vocación de mediadora y conciliadora entre los poderosos de entonces, y de consoladora de los pobres y de los afligidos, también os conceda a vosotros la misma vocación de constructores de paz portadores de la alegre nueva al mundo de hoy, que os mira con confianza, porque sois sinceros, leales y valientes.

Queridos jóvenes, acoged esta consigna que hoy pongo en vuestras manos y traducidla en la práctica con todo el entusiasmo de que sois capaces. Sólo así conseguiréis disipar los temores y las incertidumbres que gravitan sobre el porvenir, y seréis los heraldos y los portadores de una nueva civilización, de la nueva alianza entre Dios y los hombres.

472 Para esto os sirva de ayuda y de consuelo mi especial bendición apostólica que ahora, por intercesión de Santa Catalina, imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros amigos.





VISITA PASTORAL A SIENA

DESPEDIDA DE SIENA


EN LA BASÍLICA DE SANTO DOMINGO


Domingo 14 de septiembre de 1980



Hermanos y hermanas queridísimos:

Ya casi al final de esta espléndida jornada, durante la cual he querido ser peregrino en la ciudad natal de Santa Catalina, Doctora de la Iglesia y Patrona de Italia, con ocasión del VI centenario de su muerte, me encuentro con los padres predicadores, con los "Caterinati" y con los fieles de Siena, en esta imponente y sugestiva iglesia, íntimamente vinculada a algunas etapas fundamentales de la extraordinaria vida de la Santa: aquí ella, a los 16 años, después de haber superado tantas dificultades, recibió el hábito dominicano "de color blanco y negro —como narra su confesor, el Beato Raimundo de Capua— de manera que la blancura correspondiese a la inocencia y el negro a la humildad" (Legenda maior, I, VII); aquí ella tuvo singulares experiencias interiores; aquí encontró dos veces a Jesús bajo los harapos de un pobre mendigo; en este templo, además, se conserva el fresco pintado por Andrea Vanni, contemporáneo de la Santa; aquí, en el precioso tabernáculo marmóreo de Giovanni di Stefano, se custodia la reliquia insigne de la cabeza de Santa Catalina.

Y desde esta antigua y venerada iglesia la gran Santa de Siena continúa dirigiendo a sus conciudadanos, a Italia, a la Iglesia y al mundo su ardiente mensaje, ese mensaje que ella, en un cuerpo frágil y en una vida breve, supo difundir, durante su agitado tiempo, atravesado por profundas crisis religiosas y sociales. El mensaje fundamental de Catalina se puede sintetizar en los grandes ideales que animaron e inspiraron su incansable actividad.

Ella nos proclama, también hoy, que nuestro primer ideal debe ser Cristo, Hombre-Dios. Debemos creer en El, esperar en El, amarle a El, Redentor y Liberador del hombre, centro de la historia, manifestación del amor del Padre; creer, esperar, amar a Cristo, que nos amó hasta el extremo: "¿Quién ha tenido sujeto, crucificado y enclavado en la cruz a Jesús?..., no los clavos ni la cruz..., sino el lazo del amor, del amor del Padre y salvación nuestra" (Carta 256).

Y junto a Cristo, Catalina encuentra siempre a la Madre, María, la Virgen Santísima, a la que se dirige continuamente con filial confianza y con acentos de encendido lirismo y de singular profundidad teológica: Catalina de Siena llama a María templo de la Trinidad, portadora del fuego, ofrecedora de misericordia, germinadora del fruto (Jesús), siempre compasiva para la generación humana, mar pacífico, donadora de paz, tierra fructífera (cf. Orac. XI). Siena, la ciudad de María, y todos los fieles están siempre en sintonía perfecta con los ejemplos de Catalina, al venerar y honrar dignamente a la Reina del cielo y de la tierra.

Pero Catalina también nos estimula y nos exhorta a amar continuamente a la Iglesia, Esposa de Cristo, a trabajar por su crecimiento y edificación, aun en medio de las dificultades, que cada cristiano experimenta o sufre por la propia fe: "Os invito... a afanaros virilmente —nos dice Catalina— ...por la dulce Esposa de Cristo. Esta es la más dulce fatiga y de mayor utilidad, que ninguna otra fatiga del mundo. Esta es una fatiga que, perdiendo, vencéis, esto es, perdiendo la vida corporal, tenéis la vida eterna" (Caria 191). Cuando estaba para morir, a los 33 años, Catalina podía decir a sus seguidores, los "Caterinati" de entonces, estas conmovedoras palabras, que harían honor a los cristianos de hoy: "Tened por seguro, hijos queridísimos, que yo he dado la vida por la Santa Iglesia" (Legenda maior, III, IV).

El amor a Dios, a Cristo, a María, a la Iglesia se concretó para Catalina en un tiernísimo y activo amor hacia los demás, especialmente hacia aquellos que se hallaban en la pobreza espiritual o material: es conocida su dedicación a los enfermos, a los leprosos, y en particular a los afectados por la peste de 1374. De este modo ella manifestaba claramente que el verdadero amor a Dios, para el cristiano auténtico, se expresa en el amor al hermano: "Siempre es conveniente que nuestras almas coman y saboreen las almas de nuestros hermanos. Y con ningún otro alimento debemos deleitarnos jamás; ayudándolas siempre con toda solicitud, deleitándonos en recibir penas y tribulaciones por su amor" (Carta 147).

Después de seis siglos, la figura, la obra y la enseñanza de Catalina de Siena, resultan vivas, actuales, fascinantes. Y mi peregrinación a esta ciudad estupenda, este encuentro con vosotros, en esta iglesia que la vio niña, pequeña, muchacha, joven madura, crecer y correr por el camino de la santidad, ha querido ser una invitación a estudiar y profundizar cada vez más en la vida y en la doctrina de esta mujer extraordinaria y Santa singular, que Dios ha dado no sólo a la Iglesia de la segunda mitad del siglo XIV, sino a la Iglesia peregrina de hoy y de mañana, que en Catalina admira y podrá admirar siempre tanto la obra misteriosa de la gracia de Dios, como la plena disponibilidad de la criatura a hacerse instrumento dócil en las manos amorosas de la Providencia, para sus inescrutables designios.

¡Santa Catalina de Siena, ruega por la humanidad, ruega por la Iglesia, ruega por Italia, ruega por Siena, ruega por nosotros!

Amén.






A UN GRUPO DE GITANOS CON OCASIÓN DEL II CONGRESO


INTERNACIONAL DE PASTORAL DE NÓMADAS


Castelgandolfo

473

Martes 16 de septiembre de 1980



Doy las gracias a los cardenales Sebastiano Baggio y al cardenal Léon-Etienne Duval, a los obispos y a todos los miembros del Congreso organizado por la Comisión para la Pastoral de las Migraciones y del Turismo, y a su arzobispo Pro-Presidente, mons. Emanuele Clarizio. Gracias por esta obra . He de dar las gracias a todos por vuestra visita . Habéis venido para manifestar vuestra entrega a la Iglesia y a la persona del sucesor de Pedro.

Sé que queríais haber tenido esta velada el domingo pasado y os desilusionasteis al saber que yo estaría en Siena... Me gozo en encontrarme con vosotros hoy, escucharos y escucharnos mutuamente, con esta música tan famosa, pero sobre todo con vuestros corazones que son ciertamente sinceros y están abiertos. Una señal particular de esta apertura es la presencia de las familias y sobre todo de los niños que se las han arreglado para venir los primeros junto al Papa. Me da alegría saber que habéis celebrado una reunión de oración, según ha dicho vuestro consiliario. Os habéis congregado para orar, para conocer mejor a Jesucristo, su palabra y su obra, y para participar en esta palabra, en esta obra, pues es palabra viviente que forma nuestra vida. Claro está que también estas reuniones religiosas de oración sirven para formar vuestra vida personal, familiar, cristiana... Me han dicho los representantes de varios grupos italianos y otros, por ejemplo, de Yugoslavia; que encontráis apoyo particular en la Iglesia; encontráis sacerdotes y religiosas que comparten vuestra vida, y con su cercanía procuran formar la comunidad cristiana entre vosotros. Esta es la misión de la Iglesia; y trata .de cumplirla también en este campo especifico. El Papa Pablo VI estaba muy abierto a vosotros, a reunirse con vosotros y animar la misión de la Iglesia entre vuestras comunidades. Como sucesor suyo, también yo quiero continuar esta obra, especialmente con la ayuda de la Comisión dedicada específicamente a esta obra y con la ayuda de los obispos y sacerdotes que os atienden. Espero que el encuentro de hoy marque el comienzo de otros posibles encuentros.

Deseo ahora concluir, junto con los cardenales y obispos presentes, impartiéndoos la bendición para todos los presentes, para vuestras familias y para todos los miembos de vuestras comunidades en Italia, en Europa y en el mundo.






A LOS CAPITANES REGENTES


DE LA REPÚBLICA DE SAN MARINO*


Jueves 18 de septiembre de 1980



Señores Capitanes Regentes:

Con gran complacencia les doy mi cordial bienvenida y les expreso mi agradecido reconocimiento por la visita que han querido rendirme, en representación de la laboriosa, fuerte y leal República de San Marino.

Me ha causado sincera satisfacción el enterarme de que ustedes, Señores Capitanes Regentes, desean hacerse intérpretes de los sentimientos de fe de los queridos habitantes de San Marino y del aprecio hacia la obra de mi ministerio pastoral que, sostenido por la gracia del Señor, se propone llegar hasta toda comunidad civil y todo hombre.

En esta ocasión, por tanto, se presenta ante mis ojos la imagen de toda la población de la torreada República que, honrando sus propias tradiciones de libertad y de paz, quiere seguir en un camino generoso y constructivo, añadiendo así nuevos méritos al ejercicio secular de una reconocida hospitalidad y de una fraterna solidaridad, y sobre todo a la pureza de la heredada fe cristiana.

Es precisamente la fe el valor fundamental que ha marcado desde sus orígenes la vida de la República. El primitivo eremitorio de Marino, en efecto, se transformó —como se sabe— en una pequeña comunidad independiente, y muy pronto sobre la aguda cumbre del Titán fueron erigidos una capilla en honor del Príncipe de los Apóstoles y un monasterio, alrededor del cual se multiplicaron las viviendas, primer núcleo de la futura ciudad.

La fe cristiana en Dios y en Jesucristo, Redentor del hombre, es también fe en la radical dignidad del hombre y, por lo tanto, debe despertar nuevos alientos y urgentes exigencias de libertad y justicia. Estas, en efecto, encuentran su auténtico origen y definitiva explicación en la dignidad sagrada e inviolable del hombre, la cual, a su vez, se presenta como valor absoluto, solo en razón del designio de Dios acerca del hombre mismo.

474 Debilitar la fe, obstaculizar su ejercicio, crear discriminaciones a este respecto, significaría amenazar la raíz interior, el alma de la justicia y la libertad. La Iglesia, que siempre ha puesto claramente de manifiesto la responsabilidad específica de la autoridad política en orden al bien común, por eso mismo se ha preocupado continuamente por defender los valores del espíritu, que ofrecen la base a los derechos inalienables de la persona humana; sin el respeto hacia, esos valores, se llega irremediablemente a situaciones de opresión, de intimidación, de totalitarismo (cf. Redemptor hominis RH 17).

Bajo tal signo de respeto hacia los valores morales, se ha desarrollado a lo largo de los siglos la noble historia de la República de San Marino, y de tales ideales ha brotado la fuerza de sus disposiciones y la peculiaridad de esas virtudes cívicas que la hacen respetada y amada entre todos los pueblos.

Permítaseme subrayar el significado de la libertad, de la que la gloriosa República siempre ha izado el evocador estandarte, incluso a precio de grandes sacrificios. Una reflexión más profunda sobre el tema de la libertad, como una de las condiciones fundamentales para la paz, es particularmente oportuna en el actual contexto histórico.

La verdadera libertad del hombre es responsabilidad y es en él "signo altísimo de la imagen divina" (Gaudium et spes GS 17). Es decir, que la libertad no puede reducirse a un simple lema programático, ni a una indiferencia ciega y muda ante posturas opuestas, ante valores y no-valores, sino que debe tomar cuerpo y ejercerse en torno a contenidos éticos, en los que se realiza en su plenitud la dignidad del hombre.

¿Qué mejor deseo puedo, pues, formular para la comunidad de San Marino, sino el de una fiel y continua adhesión a ese patrimonio de ideales morales y religiosos que han inspirado y animado, a lo largo de los siglos, libertad, justicia y amor de paz? Que estos valores no sean ignorados ni ofuscados, sino que puedan florecer y prosperar también entre las dificultades tan agudas de nuestros días, y alimenten en la vida de la República un progreso civil constante, que espero sea también fruto de un abierto y sincero diálogo, de escucha y colaboración entre las autoridades civiles y las eclesiásticas:

Mi oración, que aseguro constante y ardiente, quiere pedir al Señor, por la intercesión del Santo Fundador y Patrono de la República, la plenitud de los dones celestiales sobre sus distinguidas personas, sobre los colaboradores del Gobierno y sobre toda la población de San Marino, y me es grato acompañar esta súplica con mi afectuosa bendición apostólica.

*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n. 51 p.14.






A LOS PARTICIPANTES EN LA XXVI SEMANA BÍBLICA


NACIONAL ITALIANA


Jueves 18 de septiembre de 1980



Queridísimos profesores y estudiosos de la Sagrada Escritura:

Estoy contento por esta cita con vosotros, que participáis tan numerosos en la XXVI Semana Bíblica Nacional promovida por la Asociación Bíblica Italiana. Es nuestro primer encuentro, y ante todo quiero manifestaros el gran afecto y estima que siento hacia todos; pero también me vienen a la mente la belleza de vuestro carisma de estudiosos de la Palabra de Dios y la importancia y delicadeza del papel que desarrolláis en la misión de profesores de Sagrada Escritura, del Antiguo y Nuevo Testamento, llamados a tratar y a partir cada día el pan de la Palabra de Dios.

La "Palabra de Dios": ¡Qué misteriosa expresión! Dios ha hablado, y nosotros poseemos sus palabras en un libro escrito en términos de cultura y de estilo humano. Vosotros sois los primeros destinatarios de esta Palabra dirigida a todos los hombres y, en calidad de expertos y estudiosos, sois casi sus mediadores en la Iglesia entre vuestros hermanos.

475 Qué os puede decir el Papa en esta feliz ocasión de nuestro primer encuentro, sino que seáis auténticos estudiosos de la Palabra de Dios, en el pleno sentido del vocablo latino "studiosus", es decir, dedicados, solícitos, asiduos, apasionados, en examinar infatigablemente, con la ayuda de todos los medios ofrecidos por las ciencias y la filosofía moderna, la inagotable realidad de la Palabra divina, Palabra dicha y escrita en tiempos y lugares lejanos a nosotros, pero destinada a actualizarse en todos los tiempos y en todos los lugares, "Evangelio eterno para evangelizar a todos los que estaban asentados sobre la tierra, y a toda nación, tribu, lengua y pueblo" (Ap 14,6), durante todo el transcurso de la historia, "para que los elegidos se reúnan en la Ciudad Santa, iluminada por el esplendor de Dios, donde las gentes caminarán en su luz" (Nostra aetate NAE 1).

Estas palabras solemnes del Vaticano II, en las que se funden y resuenan acentos de Isaías y del Apocalipsis, recuerdan el gran tema de vuestras jornadas de estudio, la Ciudad "santa" y "amada", es decir, "Jerusalén a la luz de la Biblia". ¡Cuántas evocaciones, cuántas imágenes, cuánta pasión, y qué gran misterio rodean a esta palabra: Jerusalén! Para nosotros los cristianos, Jerusalén representa el punto geográfico del encuentro entre Dios y el hombre, entre lo eterno y la historia. La predicación, la pasión y la resurrección de Jesús, la última Cena, el don del Espíritu a la Iglesia, todas las piedras angulares de nuestra fe están colocadas para siempre en las colinas luminosas de la Ciudad Santa. Sin duda vosotros sabréis decirme cuántas veces resuena en la Biblia el nombre de Jerusalén. Hoy se sabe también que la ciudad se menciona bajo el apelativo de "Jerushaláim" en las tablas de Ebla, ya en el tercer milenio antes de Cristo, pero es toda la tradición bíblica la que gravita alrededor de esta ciudad, desde Melquisedec y Abraham hasta el Apocalipsis: cuántas veces en los libros históricos, en los Salmos, en los Profetas, en los Evangelios resuena el nombre de Jerusalén siempre amada y deseada, pero también reprobada y llorada, pisoteada y resurgida, amonestada, consolada y glorificada. Verdaderamente, ciudad única en el mundo y, en cuanto símbolo de la Iglesia, poseedora de un significado espiritual y teológico que nos atañe a todos personalmente. A propósito de esto recuerdo un lugar sugestivo sobre el Monte de los Olivos, desde donde se contempla la ciudad en toda su belleza: una pequeña capilla construida en un sitio ya frecuentado por los primeros cristianos recuerda el llanto de Jesús sobre su ciudad: el Dominus flevit. Aquel llanto, ¿no tiene un significado para todos nosotros?

Queridos profesores y estudiosos de la Sagrada Escritura: Mi deseo y mi oración son que vuestra atención y vuestros estudios sobre el significado bíblico y espiritual de Jerusalén, la ciudad del "muro de las lamentaciones", la ciudad de la "Roca", la ciudad de la "Resurrección", donde la Iglesia sufre amargamente sus divisiones, y los herederos espirituales de la fe de Abraham aún se enfrentan dolorosamente, contribuyan a que ella se convierta verdaderamente en la "ciudad santa", la "ciudad de la paz". Las visiones radiantes de Jerusalén que leemos en los libros sagrados y celebramos en la liturgia, se deben convertir en un incansable compromiso para todos. Por tanto, saludo con alegría el espíritu y la colaboración ecuménica que habéis expresado en vuestra Semana de estudio. Es una señal valiosa que hay que aumentar y multiplicar, y es el camino a recorrer. También nuestros esfuerzos van en esa dirección; que el Señor les dé validez y sostenga vuestro empeño.

Os acompañe siempre mi bendición.





SALUDO DE JUAN PABLO II


A LOS CADETES DE LA ARMADA ARGENTINA


Sala del Consistorio, Castelgandolfo

Viernes 19 de septiembre de 1980



Os saludo con afecto, Cadetes de la Armada Argentina, que, en compañía de vuestros Oficiales y compañeros becarios de otros países habéis querido tener este encuentro, como prueba de adhesión filial, con el Sucesor de Pedro.

“Libertad”, nombre del buque-escuela con el que surcáis los mares y visitáis tantas naciones, es una invitación permanente a orientar vuestra vida conforme a los criterios de libertad de los hijos de Dios. San Pablo afirma que la libertad cristiana es total, pero en la medida en que se deja guiar por el sentido de responsabilidad hacia el prójimo y hacia uno mismo, sirviendo así a Dios. Solamente la libertad entendida de este modo hace posible la construcción de la paz.

La Iglesia se esfuerza por que esa sociedad, de la que formáis parte, respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas sois también vosotros. En nombre de Cristo os exhorto a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo y a poner vuestras energías al servicio de los hermanos. Sed generosos y sinceros. Colaborad a la edificación de un mundo mejor donde reine siempre la paz, fruto de la libertad, del amor y de la justicia.

Con estos deseos os animo a proseguir la singladura de vuestra vida. Que el Espíritu del Señor os guíe siempre. En prenda de la constante asistencia divina, imparto de corazón a vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.





VISITA PASTORAL A MONTECASSINO Y CASSINO

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES, RELIGIOSAS Y LAICADO CATÓLICO DE CASSINO


Sábado 20 de septiembre de 1980



476 Queridísimos sacerdotes,
religiosos y religiosas,
y queridísimos responsables del laicado católico:

Me habría quedado remordimiento en el corazón si en esta grata ocasión del año jubilar de San Benito, no hubiese reservado un momento de mi visita totalmente para vosotros que sois los artífices. inspiradores y responsables de la animación cristiana del Pueblo de Dios que se halla en esta tierra de Cassino, tan hondamente marcada por el recuerdo y la protección del Patriarca de Occidente.

1. Primero de todo deseo agradeceros el gozo que me proporcionáis al saberos y veros animados de profundo espíritu de fe en Cristo Nuestro Señor y de adhesión afectuosa a su Vicario. En particular os agradezco la obra pastoral que ejecutáis por títulos distintos, con solicitud por la salvación de las almas. Como acabáis de oír, vuestro vicario general me ha pedido unas palabras de aliento para vuestros "afanes pastorales de cada día" Con gusto accedo a su deseo y expreso mi estima y amor a vosotros en primer lugar, Pastores de almas que prestáis tan delicado servicio a la Iglesia de Cassino, en colaboración generosa con vuestro obispo. Vuestra presencia levanta en mi ánimo recuerdos imborrables relacionados con mis experiencias pastorales de sacerdote y obispo en mi diócesis de origen en Polonia, donde he desplegado la mayor parte de las energías de mi juventud entre las almas, a las que he encontrado siempre muy deseosas de la Palabra que viene de lo alto y de la Fuerza especial que brota de los sacramentos de salvación.

Vaya, pues, a vosotros la expresión de mi solidaridad fraterna y de mi aprecio sincero por la entrega generosa con que os dedicáis al ministerio sacerdotal, y por la buena voluntad con que afrontáis las no pocas dificultades que se os presentan a causa de la insuficiencia de medios pastorales o por falta de colaboración. A vosotros, hermanos queridísimos, que cumplís cada día los preceptos del Señor con las obras como buenos operarios del Evangelio, según el espíritu benedictino "Praecepla Dei faclis quoíidie adimplere" (regla,
Nb 4), digo: Seguid trabajando con confianza por la salvación de todos los hombres y todas las mujeres, pero prestad particular atención a los pobres, marginados, niños abandonados, trabajadores fatigados, y cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu. Sabed que en esta obra vuestra de edificación y salvación, el Papa os sigue, os comprende, os ama y os bendice.

2. También a vosotras, claustrales benedictinas y religiosas de la diócesis, deseo dirigir un saludo especial junto con el augurio de que el centenario de San Benito sirva para reavivar en vosotras el entusiasmo y el gozo de pertenecer a la "escuela del servicio del Señor" (pról. regla, 45) y de seguir el camino de la "vía de la vida" (pról. regla, 20), según define la vida religiosa el Padre del monaquismo de Occidente. Si vosotras queréis avanzar rápidamente también a ejemplo suyo por la "vía de la vida", al igual que él tened ansia de continua reforma interior. Sin esta premisa necesaria que garantiza la superación gradual del hombre viejo, superación que os asemeja al modelo divino, Jesucristo, en quien el Padre ha reconciliado consigo al mundo, no puede darse vida consagrada ni en la acción ni en la contemplación. Transformándoos vosotras de esta manera, transformaréis el mundo y os convertiréis en sus primeras evangelizadoras, porque tendréis en vosotras el Espíritu de Cristo, que es el alma del Cuerpo místico, es decir, de todos los bautizados. Si dilatáis de esta manera los espacios de la caridad evangélica, entonces toda vuestra vida religiosa, que a los ojos profanos puede parecer segregada dentro de los muros de un monasterio o clausura, estará abierta no sólo a la alabanza de Dios Padre, sino también a la santificación de todos los hombres y a la comprensión de sus problemas. Uniendo así la contemplación a la acción, viviréis en plenitud la máxima "ora et labora", que sintetiza bien la sabia espiritualidad de San Benito. El os alcance del Señor el poner "en práctica estos propósitos.

3. El último pensamiento está reservado a vosotros, queridos responsables del laicado católico diocesano. También para vosotros tiene una palabra que decir y un ejemplo que proponer San Benito. Toda su pasión por los hombres y por sus situaciones espirituales y sociales, toda su atención a quienes le visitaban en la gruta de Subiaco o aquí en Montecassino, ¿acaso no hablan de su gran corazón para cuantos no pertenecían al estricto círculo de sus monasterios? Y las mismas exhortaciones y las misiones que encomendaba a los peregrinos, ¿no eran un medio de concienciarles de que cada bautizado participa en la misión confiada por Cristo a la Iglesia, Queridísimos: Como en tiempos de San Benito y aún más ahora, la Iglesia cuenta mucho hoy con vosotros y con vuestra colaboración. Según bien sabéis, la tarea de la evangelización atañe no sólo a los sacerdotes, sino también y a títulos diferentes, a todos los fieles, porque también éstos son impulsados por el Espíritu Santo a dar testimonio de Cristo y de su Evangelio (cf. Jn Jn 15 Jn 26 Jn 27). La Iglesia descansa hoy más que nunca en vosotros, no sólo porque lee en vuestras almas la vocación a la .plenitud de la vida cristiana, sino porque conoce asimismo vuestras grandes posibilidades de prestar una contribución a la formación y coordinación de los varios Movimientos eclesiales diocesanos. Sabed asumir con optimismo las responsabilidades que os corresponden, mirando al presente con realismo y al porvenir con esperanza. Sobre todo, sabed vencer con la luz de la fe y el impulso del amor, la indiferencia, la inercia y toda suerte de obstáculos. Así veréis que vuestras organizaciones cobran nuevo vigor; y daréis gloria a Dios y a los hermanos. Os sirva de ayuda para ello mi propiciadora bendición apostólica, que imparto ahora a todos los presentes y a todos vuestros seres queridos.





VISITA PASTORAL A CASSINO


A LOS JÓVENES DE CASSINO


Sábado 20 de septiembre de 1980



1. Con íntima alegría me encuentro con vosotros, carísimos jóvenes de Cassino:

La cita con los jóvenes constituye siempre un momento particularmente grato de mis viajes pastorales y se ha convertido en una hermosísima y confortante costumbre. De buen grado os saludaría de uno en uno, pero el tiempo no me permite detenerme mucho y me obliga a limitarme a unas pocas palabras que, sin embargo, os dirijo con todo el corazón.

477 2. El presidente de la Acción Católica diocesana, interpretando vuestros sentimientos, ha dicho que "los jóvenes desean palabras de certidumbre en el difícil camino de la vida". Pues bien, mi vivo deseo es precisamente el de consolidar vuestra fe y vuestra esperanza. El hombre, en efecto, puede prescindir de muchas cosas, pero no puede prescindir de aquellas certidumbres que solas dan valor y significado a su existencia. Como sabéis bien, la certidumbre nace de la verdad, y la verdad es tal cuando conduce a la vida. Jesucristo es precisamente el camino que conduce a la verdad, y El es "verdadero" porque es la vida y da vida. Todos los hombres están llamados a recorrer este camino; todos nosotros somos discípulos de este Maestro, que tiene palabras de vida eterna.

Los santos han recorrido de manera edificante este camino, y hoy nosotros los recordamos y veneramos como piedras miliares, como signos elevados para el pueblo de Dios. San Benito, de quien celebramos el XV centenario del nacimiento, fue "hombre verdadero" porque supo encontrar en la búsqueda de Dios el significado y la esperanza de su existencia en la sociedad de aquel momento histórico en que acababa una época y nacía otra. El, desde su juventud, no dudó en hacer una elección valiente entre los ofrecimientos de una vida terrena confortable y prometedora, y las supremas exigencias de Dios.

En la historia de la humanidad siempre ha sucedido que, olvidado Dios, se han construido ídolos en su lugar. "Desdichados los que han puesto sus esperanzas en muertos, cuantos llaman dioses a las obras de sus manos" (
Sg 13,10). En efecto, el hombre, si confía en sus fuerzas, es como un ser viviente puesto en una condición de muerte y el mundo no sabe ofrecerle más que perspectivas de muerte: la droga, la violencia, el terrorismo, los atropellos y los consumismos de todo tipo. Lo contrario de todo esto es la vida, el amor, la paz, la alegría, la verdad, el respeto del hombre y de las cosas, es decir, todo aquello que deriva de la fe en Dios y del compromiso cristiano.

Es sobre estos valores donde vosotros los jóvenes debéis pronunciaros y es a estas elecciones hacia donde debéis tender, con el entusiasmo y el empeño característicos de vuestra edad.

3. Me es grato recordaros también a vosotros lo que tuve ocasión de decirles a los jóvenes de Francia en mi encuentro con ellos: "El hombre se realiza a sí mismo solamente en la medida en que sabe imponerse a sí mismo esas exigencias. Aquellas exigencias que Dios mismo le impone... La permisividad moral no hace a los hombres felices. La sociedad de consumo no hace a los hombres felices. No lo ha hecho jamás" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de junio, pág. 9).

Estoy cerca de todos y cada uno de vosotros con gran afecto, para que sepáis recorrer el único camino verdadero y podáis elegir la única certidumbre, que es Jesucristo, Redentor del hombre. El Os acompaña para que viváis una vida auténticamente humana y cristiana. "Os conforté también mi bendición, que extiendo de corazón a vuestras familias.





Discursos 1980 471