Discursos 1980 477


VISITA PASTORAL A CASSINO

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS AUTORIDADES Y A LOS FIELES


Sábado 20 de septiembre de 1980



Señor Ministro,
señor alcalde,
queridísimos fieles de Cassino:

Agradezco vivamente las corteses palabras con las que el señor alcalde, también a nombre de toda la ciudad, ha expresado no sólo sincero respeto hacia mi persona, sino también sentimientos de alegría por el encuentro de hoy.

478 Con igual cordialidad manifiesto mi reconocido agradecimiento al Sr. Ministro. que ha querido darme la bienvenida en nombre del Presidente de la República y del Gobierno italiano.

Es para mí motivo de particular alegría poderme encontrar hoy en la ilustre ciudad de Cassino. tanto por la calurosa acogida que se me ha reservado, como por los motivos de nobleza que caracterizan a esta comunidad. Su grandeza se remonta ya a la edad romana, pero luego fue el monje Benito quien le dio gloria fundando aquí su célebre monasterio. que a lo largo de los siglos ha sido faro luminoso de promoción de la cultura y del trabajo, además que de la vida religiosa.

Pero sé que también hoy Cassino tiene válidos motivos de orgullo, que consisten en sus virtudes cívicas y en la tenaz laboriosidad de sus habitantes. Yo sólo puedo formular los augurios más sentidos, para que las mejores cualidades de los ciudadanos de Cassino se desarrollen cada vez más, de manera que den vida a una aportación cada día más constructiva para el bien de la patria italiana y de la Iglesia católica.

De manera particular deseo que el recuerdo de las duras pruebas de la guerra, que han marcado esta tierra, constituya un estímulo para una fraternidad humana cada vez más profunda y para la promoción de una serena convivencia civil, en el orden y en la paz.

De corazón invoco sobre todos los ciudadanos de la querida ciudad de Cassino las abundantes gracias celestiales.





VISITA PASTORAL A MONTECASSINO Y CASSINO


AL PUEBLO


Sábado 20 de septiembre de 1980



1. Una grande, sincera alegría invade mi corazón al encontrarme aquí en Cassino, entre vosotros.

No oculto que este nombre me es muy querido, también porque está ligado al recuerdo de miles compatriotas míos que, derramando heroicamente su joven sangre, dieron comienzo a la liberación de Montecassino —y de toda la zona de los alrededores— de los horrores de la guerra, que había hecho estragos aquí durante largos meses.

Mi visita de hoy tiene lugar en el nombre de San Benito, de quien, como sabéis, se celebra este año el XV centenario del nacimiento: una circunstancia que espero traiga una válida aportación a la renovación de la vida eclesiástica y humana en sentido auténticamente cristiano.

2. San Benito pertenece a la historia de todo el mundo. El gran Papa Pío XII lo llamó "Padre de Europa", y mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, vino aquí personalmente para proclamarlo "Patrono primario de toda Europa", subrayando con este título la obra maravillosa desarrollada por el Santo, mediante la regla y los numerosísimos discípulos, en favor de la llegada de la cultura y de la civilización europea. La enseñanza del gran Patriarca, por lo demás, ha cruzado, a lo largo de los siglos, las fronteras del continente, difundiendo en todo el mundo, gracias al trabajo de mentes y de manos, y sobre todo al ejemplo de virtud y de espíritu de contemplación ofrecido por sus hijos, los frutos que la valiosa regla encerraba como semillas fecundas.

La doctrina de San Benito es sencillamente evangélica: esto explica su perenne validez y al mismo tiempo su singular encanto. Su única finalidad es hacer del monje un buscador y conquistador de Dios, de su santidad, de su reino. Para ello, la regla despliega toda su fuerza en promover las virtudes que son básicas en el Evangelio: el amor hacia Dios y hacia el prójimo, el espíritu de fe, la humildad, la obediencia, la oración, la caridad. Toda la estructura institucional, anclada en ella tan sólidamente que ha podido desafiar más de catorce siglos de historia, converge a crear el clima en el que realizar eficazmente aquellos que el Santo llamaba los "instrumentos de las buenas obras" (cap. 4).

479 Sobre el modelo de la familia natural y de la sobrenatural, que es la Iglesia, el gran legislador construye su "dominici schola servitii" (pról. 45) como típica forma de familia que encuentra uno de sus fundamentales principios en la "stabilitas congregationis" (4, 78). Las relaciones entre abad y hermanos, y las mutuas entre éstos mismos, la autoridad y la obediencia, la sumisión y los derechos de la razón, el estímulo al heroísmo y la consideración de la debilidad, la intransigencia con respecto a lo necesario y la indulgencia con respecto a lo accesorio, todo está ajustado con un equilibrio romano y cristiano, que hace de la regla una obra maestra de sabiduría y discreción.

En esa "casa de Dios" (regla, 31, 19; 53, 22; 64, 5), que es el monasterio, debe reinar el amor que, originado y fomentado por la fe, puede decirse la piedra angular de todo el edificio social y espiritual creado por este genio gigantesco. El amor invade e inspira todo, como en toda familia verdadera y sana: basta recordar ese testamento de la caridad que es el capítulo 72 de la regla.

Y de este amor, sentido y vivido realmente como don de Dios, nace ese gozo, por lo que "nadie en la casa de Dios debe turbarse o entristecerse" (regla, 31, 19). Realidad inefable, causa y efecto de este gozo es la paz, dulce meta a la que el legislador aspira como signo y garantía de la sanidad espiritual de la familia monástica: "et ita omnia membra erunt in pace" (34, 5): y así todos los miembros de este cuerpo místico, surgido del amor hacia Cristo, estarán en la paz.

3. Carísimos hermanos y hermanas: He querido mencionar brevemente estos principios y estos rasgos de la fisonomía particular de la regla benedictina, para que todos podamos encontrar en ella evidentes y saludables lecciones para nuestro tiempo..

El amor hacia Dios, ante todo, la generosa y plena observancia de sus leyes, la necesidad de la oración y el contacto con él, el deber primario de la alabanza de adoración y de acción de gracias son valores que no han perdido nada de su actualidad. Dios, y su Cristo, deben entrar profundamente en el tejido de la intimidad individual como en el de la vida pública y comunitaria: familia, escuela, cultura, trabajo, política, mass-media, deporte, diversión.

Amando a Dios, amamos asimismo al prójimo; respetando los derechos de los demás, especialmente el más básico, de la vida, reconocemos los dones más grandes de la omnipotencia y de la bondad divina.

San Benito nos exhorta a hacer realmente de la familia un santuario, un centro de amor cristiano, donde padres e hijos sientan la dulce obligación de amarse y, por tanto, de compadecerse y sacrificarse los unos por los otros. El nos invita, también, a transformar la humanidad entera en una familia cristiana de pueblos, sobre la base de los valores introducidos por la regla en el fermento histórico que creó la unidad de fe de Europa. Que los pueblos se amen, reconociéndose hermanos en Cristo; que todos abran los ojos y los corazones hacia los más necesitados; que las relaciones políticas y económicas desemboquen siempre en una sincera consolidación de la solidaridad humana y cristiana.

De esa manera podremos esperar conquistar la paz. La paz: esta dulce palabra debo pronunciarla de manera especial en Cassino, teatro de una increíble y absurda guerra de naciones, que a pesar de todo se enorgullecen por su gran civilización. Esta ciudad que durante largos meses fue deshecha por incursiones, bombardeos, incendios y, finalmente, destruida por completo. La gloriosa abadía de Benito, centro mundial de piedad, de cultura y de arte bárbaramente arrasada. Todos las populosas aldeas de los alrededores, fervientes de honesto trabajo; todos vuestros hermosos campos, tan fértiles y rebosantes, reducidos a una landa desolada, infestada por la malaria. ¿Para qué recordar todo esto sino para gritar desde aquí a todos, individuos y colectividad, que toda guerra es siempre un fratricidio y proclamar la exigencia, la seguridad, la alegría de la paz?

4. Esta vuestra ciudad, ya floreciente en villas y monumentos durante el período clásico de la romanidad, trasladada durante la Edad Media al lugar actual y, por así decirlo, vuelta a fundar por el abad San Bertario y gobernada por los hijos de San Benito, rica en vicisitudes históricas que la han ligado siempre a ese Montecassino, "en cuya ladera está" (Dante, Paraíso, 22, 37), para gloria suya; esta ciudad, ahora renacida de las ruinas por un don de Dios, de la Virgen Asunta y de San Benito, y por el valor de vuestro inteligente trabajo, debe ser hoy y mañana no una llamada a la muerte infligida por las guerras, sino una fortísima y resonante invitación a la vida operante y gozosa de la paz.

De ello es símbolo y esperanza el incremento que demuestra en el aumento de industrias y talleres, así como en el florecimiento de escudas de todo tipo, incluso de las que hacen, y harán cada vez más, de ella una ciudad universitaria. Son éstos los gozosos frutos de la paz.

Deseo recordarlo de manera particular en este momento delicado y difícil, en que tantas personas se sienten amenazadas por las consecuencias de la coyuntura económica. Sé muy bien lo importante que es para la serenidad familiar la seguridad en el puesto de trabajo. Participo de corazón en las ansias y preocupaciones de las familias, temerosas por las perspectivas que ven dibujarse en el horizonte, y expreso, por tanto, el deseo de que, gracias al sentido de responsabilidad y al generoso empeño de todos, se pueda llegar a encontrar una solución justa y respetuosa de los derechos de cada uno.

480 Mis deseos se extienden a toda la "tierra de San Benito", afligida en su tiempo por la tormenta devastadora de la guerra, y ahora preocupada, en unas zonas más y en otras menos, por problemas de orden social y económico: que toda comunidad cívica, recordando la protección paterna demostrada hacia ella por el Santo en tantos siglos de historia, se sienta invitada por él a obrar, construir y rezar por la llegada universal de la paz en la justicia.

Sé que vuestro Patriarca, en los meses pasados, se ha hecho peregrino para visitar, saludar y bendecir a todos los centros de su "tierra". En esta "peregrinación" ya ha encontrado muchos, acogido siempre con gran gozo y devoción; los otros los visitará, siguiendo el recorrido dentro de poco. No ha sido y no deberá ser un hecho sólo exterior y, por así decirlo, folklórico. San Benito viene para recordar su mensaje perpetuo de amor y de paz. Es un mensaje que hago mío: ¡La paz esté con vosotros y con todo el mundo! Al augurar que la intercesión del Santo monje disponga los ánimos para acogerlo y comprometerse a ello con generosidad, bendigo de todo corazón a vosotros, aquí presentes, a esta queridísima diócesis de Cassino, a su obispo, a su clero, a las comunidades religiosas, a la Iglesia y al mundo, que miran a San Benito como artífice de paz, de orden y de santidad.






AL PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS LAICOS


Y AL COMITÉ PARA LA FAMILIA



Lunes 22 de septiembre de 1980




Señor cardenal,
queridos hermanos y hermanas:

1. Me hace feliz de verdad encontrarme hoy con vosotros que tomáis parte en la IV asamblea plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos. Pues no olvido que he sido consultor del Consejo para los Laicos desde su creación en 1967. Al promulgar entonces el "Motu proprio" Catholicam Christi Ecclesiam, mi venerado predecesor Pablo VI cumplía un encargo concreto de los padres conciliares. Diez años después, otro "Motu proprio", Apostolatus peragendi, evaluaba positivamente el trabajo realizado por este organismo a título experimental, determinaba y ampliaba su campo de acción y reformaba y reforzaba su estructura transformándolo en un dicasterio permanente de la Curia Romana, el actual Pontificio Consejo para los Laicos, que participa plenamente en el gobierno pastoral de la Iglesia universal al servicio del Sucesor de Pedro.

Este "Motu proprio" confirmaba también la existencia y misión del Comité para la Familia, a cuya creación el Consejo de los Laicos había contribuido grandemente, y al que me dirigiré enseguida.

Antes de nada, quisiera expresaros mis más sinceras gracias por la disponibilidad y generosidad con que habéis aceptado el poneros al servicio de la Santa Sede bajo la responsabilidad del Presidente, el cardenal Opilio Rossi, y del vicepresidente, mons. Paul J. Cordes, asumiendo responsabilidades varias en el seno de vuestros organismos respectivos. Por venir de todas las partes del mundo, aportáis aquí la riqueza de las múltiples experiencias de vuestras Asociaciones a nivel local, nacional e incluso internacional.

2. Vuestra aportación indispensable tiene dos polos. Por una parte, tenéis que prestar atención particular, a través de la escucha y el diálogo, a las aspiraciones, necesidades y retos que se acusan en la vida de los laicos como personas dentro de sus familias, movimientos y comunidades cristianas, y asimismo en sus diferentes compromisos sociales y culturales. De este modo ayudáis también vosotros a la Santa Sede a conocer cada vez mejor el contexto en que ejerce su gobierno pastoral.

Por otra parte, debéis evaluar a la luz de la Revelación y de la Tradición cristiana las experiencias sumamente variadas del laicado, velando para que se lleven a cabo con espíritu de fidelidad a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia, a fin de afirmar de nuevo la identidad católica de las Asociaciones, reavivar su impulso evangelizador en respuesta a las expectativas más hondas de los hombres y los pueblos, y estimularlas a insertar su apostolado específico de modo activo y fecundo en el dinamismo de la misión pastoral de la Iglesia y de sus comunidades.

Puedo aseguraros ya de antemano que recibiré y examinaré con gran interés los resultados de esta IV asamblea plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos, que ha estudiado sobre todo la situación actual de las Asociaciones de fieles, en particular de los Movimientos de laicos dentro de la vida y misión de la Iglesia.

3. El Pontificio Consejo para los Laicos es todavía muy joven, es verdad; pero ya ha afrontado a nivel universal problemas y experiencias que lo capacitan para evaluar y orientar la evolución de las Asociaciones de fieles.

481 Desde sus orígenes el Consejo de los Laicos y luego el Pontificio Consejo para los Laicos, siguió muy atentamente y en colaboración con la Secretaría de Estado, la vida de estas Asociaciones, acompañándolas en sus deliberaciones y acciones, interpelándolas en sus momentos de crisis, ayudándoles a entablar vínculos múltiples en el interior de la comunidad eclesial, favoreciendo de este modo su participación al ayudarles en sus programas de trabajo.

Todos los contactos periódicos que mantiene son valiosos; contactos con los dirigentes y consiliarios eclesiásticos de las Organizaciones Católicas Internacionales y de su Conferencia; contactos con los Movimientos de espiritualidad y las demás Asociaciones de laicos y, a través de éstas, con el conjunto del laicado que actúa en las comunidades parroquiales o fuera de este marco; y claro está, contactos asimismo con las Conferencias Episcopales, en particular con sus comisiones o sectores del apostolado de los laicos; y contactos con los otros dicasterios de la Curia Romana.

4. Con la Constitución Lumen gentium y el Decreto Apostolicam actuositatem, el Vaticano II ha desarrollado una visual de significado profundo y de amplia repercusión: el reconocimiento pleno de los laicos como "cristianos que en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados en el Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde" (Lumen gentium
LG 31).

Como ya sabéis, la importancia de las múltiples formas del apostolado organizado (cf. Apostolicam actuositatem AA 18-19) en la vida y misión de la Iglesia, deriva del sacerdocio común de los fieles y del reconocimiento de la diversidad de ministerios dentro de la unidad de misión (cf. Apostolicam actuositatem AA 2). La Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi enjuicia con discernimiento, en una síntesis maravillosa, la efervescencia tan fecunda, pero también crítica e incontrolada a veces, de este período postconciliar; recuerda cuáles son los frutos mejores y traza los surcos para el porvenir. En la enseñanza que estoy llamado a dar, principalmente en la Encíclica Redemptor hominis y en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, y también en mis viajes pastorales, encontraréis los criterios sustanciales a tener en cuenta para que la actuación de los Movimientos y Asociaciones se desarrolle en sintonía con este tiempo de renovación de la catolicidad en el que vivimos.

5. Me bastaría recordaros lo que dije en mi primer viaje apostólico a las Organizaciones Católicas de México y, por su medio, a todas las Organizaciones de laicos: "Que vuestras Asociaciones sean como hasta hoy —y mejor aún— formativas de cristianos con vocación de santidad, sólidos en su fe, seguros en la doctrina propuesta por el Magisterio auténtico, firmes y activos en la Iglesia, cimentados en una vida espiritual densa, alimentada con el acercamiento frecuente a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, perseverantes en el testimonio y acción evangélica, coherentes y valientes en sus compromisos temporales, constantes promotores de paz y justicia contra toda violencia u opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones e ideologías a la luz de las enseñanzas sociales de la Iglesia, confiados y llenos de esperanza en el Señor" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 16).

6. Hoy no puedo desarrollar estas reflexiones breves y a la vez exigentes que contienen los hilos conductores fundamentales de la vida de las Asociaciones de laicos católicos. Estas son escuelas de formación de cristianos y estimulan a actuar como levadura en la masa en el seno mismo del Pueblo de Dios, a fin de suscitar nuevas vocaciones al servicio del Evangelio. En estrecha comunión con la Iglesia, no se aíslan en un Movimiento de élites suficientes a si mismas, sino que ofrecen un potencial de carismas en favor del crecimiento del Pueblo de Dios en todas las estructuras y actividades pastorales bajo la dirección de los obispos.

Pero los cristianos también deben ser levadura en la masa dentro de la vida familiar, social, económica, política, dentro de las distintas naciones y también a nivel internacional, para evangelizar las culturas en sus mismas raíces a fin de instaurar condiciones mejores de paz y justicia, y de desarrollo integral de los pueblos, para que de este modo lleguemos a vislumbrar los frutos de la fraternidad en el reconocimiento común de la filiación divina. Estas tareas tan exigentes sólo se podrán asumir si los laicos cristianos y las Asociaciones de fieles en general dan testimonio, vigoroso y entusiasta, de identidad católica, comunión eclesial, formación de hombres nuevos según el Evangelio y afán evangelizador.

Convenzámonos de que sólo la densidad y profundidad de la experiencia religiosa, de la vida espiritual de los Movimientos y Asociaciones y de sus miembros, permiten responder a tales exigencias.

7. Finalmente quisiera animaros a proseguir vuestras actividades varias; primero, la puesta en práctica de vuestros programas, de los que os agradezco me sigáis informando con regularidad; y después, las distintas reuniones regionales con los obispos responsables del apostolado de los laicos, los encuentros de los consiliarios eclesiásticos de las Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales y el diálogo permanente con éstas, es decir, seguir pastoralmente a los Movimientos de espiritualidad y caridad.

Está muy claro que al abordar pastoralmente a los laicos, no se puede prescindir de su vida familiar. Es un sector particular y primordial sobre el que me detendré un poco más.

8. Y ahora me dirijo al Comité para la Familia. Junto con su Presidente, el señor cardenal Opilio Rossi, saludo a su vicepresidente-secretario, mons. Kazimierz Jan Majdanski, obispo de Szczecin-Kamien, a su secretariado permanente, a los miembros y a los representantes de los distintos dicasterios de la Curia Romana cuyas competencias tocan una u otra de las diferentes facetas de la familia.

482 Sé que cuando instituyó el Comité para la Familia, el Papa Pablo VI tenía intención de que este nuevo organismo sirviera de lugar de encuentro y referencia a todos los trabajos doctrinales y disciplinares, de todos los esfuerzos de investigación y pastoral que hace años se llevan a cabo en el interior de la Curia Romana, para convertirse después en punto de partida de un servicio pastoral renovado y auténtico por parte de la Sede de Pedro para bien de todas las familias de la Iglesia.

9. En estos meses últimos, todos los esfuerzos del Comité para la Familia y todos sus medios se han puesto al servicio de la preparación de la próxima Asamblea General del Sínodo de los Obispos. Os estoy muy agradecido y os doy las gracias de todos vuestros esfuerzos. Doy las gracias asimismo a los miembros de las comisiones episcopales para la Familia de las distintas Conferencias Episcopales, que han procurado anudar lazos sólidos y llenos de esperanza para el porvenir con el Comité para la Familia. Y agradezco igualmente su participación generosa a los varios Movimientos de la Iglesia que tratan de promover una concepción exacta de la familia cristiana, asumiendo así su parte en la misión evangelizadora de la Iglesia.

10. Ya he tenido ocasión de dirigirme a toda la Iglesia para decir la necesidad de acompañar ya desde ahora los trabajos del Sínodo de los Obispos, con la oración de todos, pero especialmente de las mismas familias, que son como auténticas "iglesias domésticas" (Lumen gentium
LG 11), santuarios de oración y testimonio de vida cristiana vivida cotidianamente. Quiero renovar ahora este llamamiento. Al recobrar la fuerza de unión y equilibrio que da la oración en familia, las familias cristianas revelarán entonces todas sus capacidades educadoras. Los obstáculos levantados ante ellas por el pesimismo ambiental y las tendencias hacia la disgregación de la familia, resultados ambos de visiones falsificadas de la persona y la sexualidad humana, quedarán así superadas. Y veo en ello como un primer fruto ya de los trabajos del Sínodo de los Obispos.

Después de la terminación del Sínodo, deseo contar con la aportación esencial del Comité para la Familia enriquecido con las experiencias sinodales, en orden a la salvaguardia y promoción de una visión auténtica y atrayente de la familia.

Que el ejemplo de la Santa Familia de Nazaret sea luz para vosotros. Encomiendo vuestras intenciones a la Virgen Inmaculada y doy a todos muy de corazón la bendición apostólica.






EN LA INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN DE PINTURA NORTEAMERICANA «A MIRROR OF CREATION»


Martes 23 de septiembre de 1980

Eminencias,
queridos amigos del arte religioso americano:

Es un placer para mí daros la bienvenida hoy aquí e inaugurar con vosotros la primera y más grande exposición de pintura americana en el Vaticano.

Con esta exposición, vuestra Asociación continúa sus iniciativas y amplía al mismo tiempo los contactos habidos con el Vaticano en los seminarios celebrados aquí en 1976 y 1978.

El mismo título que habéis dado a esta exposición es expresión de los sentimientos que han impulsado vuestra actividad más reciente: "Un espejo de la creación-150 años de pintura americana de la naturaleza". Gracias a vuestro esfuerzo generoso, muchas personas admirarán estos cuadros las próximas semanas; con vosotros podrán asimismo reflexionar sobre la naturaleza como muestra de la obra de las manos de Dios, manifestación de su poder y belleza, y expresión de la generosidad con que ha dotado al mundo y lo adorna para bien de los seres humanos. De estas reflexiones sobre la naturaleza emerge una conciencia profunda de la gloria de la creación, la dignidad del hombre y, sobre todo, de toda la majestad del Creador. El Salmista se sintió movido a exclamar: "Oh Yavé, Señor nuestro, ¡cuán magnífico es tu nombre en toda la tierra! ¡Cómo cantan los altos cielos su majestad! (Ps 8,2).

483 Me complace asimismo aprovechar la oportunidad de esta reunión de hoy para sumar mi voz una vez más al gran testimonio de respeto, estima y confianza a los artistas de todo el mundo dado durante largos años por mi predecesor Pablo VI. No hay duda de que los artistas pueden aportar una noble cooperación en la construcción de la civilización del hombre y en el progreso del Reino de Dios en la tierra-

Sea bendito este afán vuestro y todos vuestros esfuerzos al servicio del arte. "Que Yavé os bendiga y os guarde. Que haga resplandecer su faz sobre vosotros y os otorgue su gracia. Que vuelva su rostro hacia vosotros y os dé la paz" (
Nb 6,24-26).






A UN GRUPO DE OBISPOS Y SACERDOTES POLACOS,


EX-PRISIONEROS DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE DACHAU


Capilla de la Virgen de Lourdes, Jardines Vaticanos

Miércoles 24 de septiembre de 1980



Queridos hermanos obispos y sacerdotes que habéis sido prisioneros en los campos de concentración, sobre todo en el de Dachau.

En aquel período inolvidable hicisteis todos una promesa especial, un voto a San José: no olvidaríais nunca a San José si la Providencia os hubiera permitido dejar el campo, volver a la libertad y servir a la patria como sacerdotes. Por esto hoy, en memoria de este voto, hemos rezado durante la Santa Misa por la intercesión de San José. Era una oración de acción de gracias y al mismo tiempo una súplica.

Ante todo quiero daros las gracias porque hace diez años, cuando emprendisteis una peregrinación a la Santa Sede, al Santo Padre Pablo VI, me permitisteis venir con vosotros, con aquella peregrinación de sacerdotes ex-prisioneros de los campos de concentración, de sacerdotes de Dachau, aunque no tuviera derecho a ello... Recuerdo, de aquel año 1970, primero las celebraciones en Kalisz, luego la peregrinación a Roma y todos esos detalles de los que ha hablado el obispo Ignacy al comienzo de la Misa. Os doy las gracias por esto. También os doy las gracias porque después de diez años, en 1980, en el XXXV aniversario de vuestra liberación del campo de concentración, habéis venido nuevamente a Roma. Habéis venido en número reducido porque estos sufrimientos, que como estigmas han quedado impresos profundamente en vuestros organismos y que duran, no sirven para prolongar la vida, sino que la acortan.

Por eso vuestras filas disminuyen, sois cada vez menos. A pesar de esto, constituís una comunidad particular, una comunidad unida por un lazo interior, un lazo de sufrimiento, de solidaridad, de sacrificio y de amor por la patria. Constituís una comunidad sacerdotal ligada con el vínculo de un testimonio particular que habéis dado en vuestra vida. Esta comunidad tiene una expresión propia con respecto a la patria, a la Iglesia, a las nuevas generaciones.

Hoy, habiendo tenido la posibilidad de orar con vosotros, de dar gracias y rezar por intercesión de San José, han venido a mi memoria personajes de mi adolescencia: eran los insurrectos de 1863 que en aquella época, en los años veinte, constituían un cierto grupo, una cierta comunidad. Como grupo de méritos particulares eran respetados por toda la Sociedad, por las generaciones jóvenes, por los niños. Ha venido a mi memoria esta analogía porque la vida de una nación está fundada en esta transmisión viva, en la tradición, en la transmisión de los acontecimientos históricos, en la transmisión de los valores que unen las generaciones a pesar de que estas generaciones estén sometidas a la ley del tiempo que pasa y, como todo hombre, también la ley de la muerte.

Tienen gran importancia para las generaciones siguientes aquellos que, de manera particular, han dado testimonio de la vida: sin temor e invencible, vida de la nación. Estos testigos ante mis ojos de niño fueron precisamente ellos, que entonces ya eran pocos pero, sin embargo, aún presentes, los insurrectos de 1863. Y ahora, con el paso de los años y de las décadas, los que os convertís en estos testigos sois vosotros, queridísimos hermanos sacerdotes y todos vuestros amados hermanos y hermanas, ex-prisioneros de los campos de concentración de la segunda guerra mundial. Ese paso de las generaciones, que al mismo tiempo significa el avance de la vida, se desarrolla construyendo sobre el fundamento de los valores por los que las generaciones precedentes pagaban, pagaban con la vida y la muerte, pagaban con la sangre y los sufrimientos. Este paso lento es la historia, es la vida de la nación. Esta es la vida de nuestra nación.

Y todo momento contemporáneo lleva en sí como un peso dichoso de los momentos y de los días y de los años y de las generaciones del pasado. Que Dios os recompense por este peso dichoso que vosotros habéis aportado.

484 Que Dios os recompense por vuestro sufrimiento, por vuestro sacrificio y por vuestro testimonio. Y vosotros, como cada año, también hoy dad gracias a Dios por intercesión de María Rema de Polonia y de todos nuestros patronos, de manera especial San José, dad gracias porque os ha permitido colocar tal fundamento para las generaciones siguientes, para los años y los momentos siguientes en la historia de la nación.

Concluyendo este encuentro eucarístico, concluyendo esta extraordinaria oración común con vosotros, deseo daros la bendición también a vosotros, hermanos queridos, y a todos los compatriotas reunidos aquí, que han participado en este nuestro encuentro. Deseo impartir esta bendición a toda nuestra patria a través de vosotros, y deseo que con esta bendición quede tocado por la gracia, por el amor y por la fuerza de la Santísima Trinidad el actual momento que está viviendo nuestra nación. Este momento de hoy, esta, generación, estos nuestros compatriotas, todos sin excepción, hermanos y hermanas, sin excepción de edad, sin excepción de convicciones, sin excepción alguna y en nombre de lo qué somos todos nosotros: una nación, una gran familia, que tenemos una tarea común y que condividimos la responsabilidad común. Que esta bendición toque a todos y atestigüe ante todos lo mucho que Polonia estaba y está en el corazón de la Iglesia, lo mucho que la Iglesia está mirando al corazón de Polonia, y que nos encontremos mutuamente sobre estos caminos, sobre los que la Providencia guía a los hombres, las naciones, los continentes y la humanidad entera. Nos. encontramos en el espíritu de fe, esperanza y amor. Nos encontramos confiados en el poder de Dios, que guía los destinos de los hombres y de las naciones, confiados en la Providencia Divina, que guía hombres y naciones a través de experiencias, a través de pruebas, y que nos libera de estas pruebas.

Así como os guió a vosotros, venerados y queridos hermanos, fuera de aquellas pruebas. Que este encuentro y esta bendición sean una aportación a los acontecimientos que se suceden, a ese incesante pasar que es al mismo tiempo crear, a este irse, que es a la vez vida y salvación. Queridos hermanos, en este momento no podemos olvidarnos de los que ya no están aquí, en el llamamiento de hoy, los que quedaron en Dachau, los que murieron a lo largo de los 35 años pasados, por el agotamiento debido al cautiverio.

Incluimos a todos en esta gran oración por la patria. En esta gran oración de vida y esperanza. Amén.






A LOS PARTICIPANTES EN EL XII CONGRESO


DE LA UNIÓN CATÓLICA INTERNACIONAL DE LA PRENSA



Jueves 25 de septiembre de 1980


Queridos amigos:

1. Me siento muy feliz al recibiros en esta casa. Es para mí, en efecto, un motivo especialísimo de satisfacción el que hayáis querido celebrar en Roma vuestro XII Congreso mundial. Lo cual os proporciona también la ocasión de un encuentro con el Papa, a vosotros que sois los representantes católicos más calificados de la información y de la prensa.

Vosotros estáis en el centro mismo de lo que constituye la trama de la sociedad, y vuestra misión es la de fomentar los valores y los derechos que permiten al hombre engrandecerse y, al mismo tiempo, edificar la propia sociedad. Como católicos, os corresponde ejercer una responsabilidad de miembros del Pueblo de Dios, preocupados siempre por una mayor libertad, por la verdad y por el amor fraterno.

2. Como tema de estudio de este XII Congreso mundial de la UCIP habéis elegido el de "Una prensa para una sociedad de comunicación". Tema que podrá parecer, a primera vista, teórico, pero que en realidad es rico en aplicaciones prácticas para el futuro del hombre. Gracias a la prensa y cada vez más, no son solamente minorías restringidas, sino grupos siempre crecientes de población los que, en la mayor parte de los países, ven aparecer nuevas formas de conocimiento de la realidad, relaciones de nuevo estilo entre los individuos y las sociedades, por medio de este instrumento que, en cierto modo, prolonga el sentimiento y el pensamiento de cada uno.

Ciertamente, esto no carece de riesgos y conviene tener la lucidez y la valentía de examinarlos. Riesgos de aplastar las libertades del individuo, de la familia. de las comunidades; riesgo de considerar el dinero, el poder, las ideologías, como valores supremos. Todo eso pone en peligro la dignidad del hombre. Pero por muy grandes que sean, tales riesgos no deben asustarnos. No conviene dejarnos impresionar por una visión demasiado negativa en detrimento de la extraordinaria importancia que reviste, para nuestra sociedad, el hecho de ser precisamente una sociedad de comunicación.

3. Prefiero, por tanto, llamar vuestra atención sobre las precauciones convenientes para avanzar claramente en vuestra tarea. Es un bien, a los ojos de la Iglesia, que el hombre esté insertado en una sociedad de comunicación, porque los medios necesarios para ella, pueden ayudar a la realización de los planes de la Providencia divina. En este terreno, es la esperanza la que debe guiarnos, aunque os conviene estar atentos y vigilantes: la prensa y los medios de comunicación social en general pueden y deben servir para favorecer, de modo nuevo, la comprensión entre los hombres y las sociedades e incluso el amor fraternal.

Vuestro documento preparatorio os invita precisamente a interrogaros, detalladamente, sobre la aportación que presta de hecho la prensa a los valores de la comunicación: escucha, información recíproca, intercambio, comunión, participación, dedicación al servicio de los demás; en una palabra, todo lo que, contribuye a que los hombres se conozcan mejor, se estimen mutuamente y colaboren mejor entre sí.


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