Discursos 1980 485

485 Esta comprensión y hasta apertura a los demás, que forman parte integrante del amor que el cristiano debe siempre a las personas, no significa, evidentemente, que las ideas o actitudes sean consideradas como igualmente admisibles; los periodistas católicos siguen siendo responsables de una educación exigente, que permita a los lectores descubrir, desear y buscar la actitud mejor, la más justa, la más conforme a la verdad, la más beneficiosa, para ellos y para la sociedad. Creo que este Congreso os habrá ayudado a profundizar en estos importantísimos problemas y a esclarecer vuestro camino.

4. Ese progreso en la comunicación es, por otra parte, el objetivo perseguido, parcial pero felizmente, por los más autorizados organismos de la sociedad internacional: pienso especialmente en la UNESCO, que tuve el placer de visitar recientemente con gran satisfacción mía. Ese objetivo es también el vuestro, y lo definís con razón en vuestros documentos como "un nuevo orden mundial de la información y de la comunicación". La Iglesia, de la que sois miembros activos, lejos de permanecer al margen, debe participar en ello.

Si es cierto que frecuentemente el error, la esclavitud del hombre pueden provenir del mal uso de las modernas tecnologías que hoy día utiliza la información, no conviene, por otra parte, rechazarlas globalmente, sino denunciar únicamente el abuso en que pueden caer quienes se sirven de ellas indignamente. Porque para que esas técnicas cumplan la función que la Providencia les ha asignado, es necesario respetar los derechos sagrados del hombre en este terreno; derecho de conocer y comunicar la verdad en su riqueza de numerosas facetas, teniendo en cuenta las aspiraciones. la condición y las necesidades de cada uno; derecho al diálogo y al debate político; derecho al respeto de la vida privada de cada uno; así como otros muchos que pueden surgir a medida que va evolucionando la sociedad moderna.

Se trata de contribuir a la edificación del hombre, a la cual corresponde la reflexión de vuestro Congreso. Es necesario subrayarlo: los medios de comunicación social son precisamente los medios "sociales" de comunicación. Y deben respetar y servir a las necesidades y los derechos de las sociedades, de las familias, de los individuos, especialmente en lo que se refiere a la cultura y a la educación, en lugar de someterse a las leyes del interés, del sensacionalismo o del resultado inmediato (cf. Discurso en la sede de la UNESCO, París, 2 de junio de 1980,
Nb 16 L'Os-servatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 15 15 de junio de EN 1980, pág. EN 13).

5. Los medios que vosotros representáis tienen también la ventaja de poder ofrecer directamente y en su autenticidad la palabra liberadora del Evangelio. La Iglesia se alegra de poder disponer de ello para su apostolado. Hoy como ayer, es siempre un deber, para las comunidades cristianas en sus diócesis, así como a nivel nacional e internacional, proseguir e intensificar su esfuerzo para promover los medios de comunicación que sean propios de la Iglesia, a fin de que se transmitan, libremente y con cuidadosa exactitud, las informaciones sobre la vida de la Iglesia y sus actividades, así como la palabra y enseñanzas de los Sucesores de los Apóstoles. Ya he observado con satisfacción que habéis comenzado, en un pre-congreso, a estudiar los problemas de la prensa católica en los países en vías de desarrollo, donde el papel de la misma es efectivamente capital. La prensa debe caracterizarse siempre por su capacidad para interpelar al individuo, transmitir un mensaje que apele a las conciencias, proporcionándoles criterios para la formación de una opinión pública veraz.

Los cristianos están llamados a trabajar con ardor y constancia, a hacer de este ideal una realidad efectiva, poniéndose al servicio de la prensa católica, a la que la Iglesia concede tanta importancia, o colaborando en la llamada prensa neutra. Esos dos campos son como el haz y el envés de un mismo apostolado.

A vosotros, miembros de la Unión Católica Internacional de la Prensa, más conscientes de los problemas de toda la humanidad, se os ha pedido un esfuerzo especial para reajustar continuamente vuestra acción y, por tanto, para perfeccionar cada vez más vuestra organización. Es una labor exigente, pero que debe estar impregnada de confianza en la capacidad del hombre para superar las dificultades y las contradicciones de la hora presente, a través de los medios de comunicación social que se le ofrecen, con tal de que se decida a respetar, ante todo, los derechos de Dios en el corazón del hombre. Entonces, puede contar con su gracia.

Yo pido para todos vosotros esa asistencia del Espíritu de Verdad y de Amor. Y asegurándoos mi confianza, reiterándoos mis alientos, os imparto de todo corazón la bendición apostólica, y bendigo también a vuestros seres queridos, en particular a vuestras familias.






A LA ASAMBLEA GENERAL DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Sábado 27 de septiembre de 1980



Carísimos hermanos y hermanas:

Es para mí motivo de verdadero gozo poder recibir hoy en esta audiencia especial a vosotros, delegados de la Acción Católica Italiana que, junto con los miembros de la presidencia nacional, habéis querido presentar personalmente al Papa el testimonio de vuestros devotos sentimientos y de vuestro sincero afecto, así como del empeño generoso en el servicio de la Iglesia y de todo, hombre en la sociedad moderna.

486 Doy mi cordial bienvenida a todos y cada uno. Y os doy gracias por vuestra presencia, por vuestro entusiasmo y por a alegría que me proporcionáis al ver lo bien dispuestos y decididos que estáis para seguir por los caminos que la Iglesia está trazando para el futuro. Os doy gracias sobre todo por el trabajo que desarrolláis en las filas de vuestras Asociaciones, en las diversas diócesis de Italia que representáis aquí.

1. Sé que habéis venido a Roma para celebrar vuestra asamblea nacional y que sois todos bien conscientes de su importancia y de las esperanzas que en ella ponen vuestras comunidades diocesanas y parroquiales. La asamblea nacional es siempre un momento importante porque es una cita con la historia interior y espiritual de la Asociación, durante la cual no se trata solamente de renovar los cargos, como está previsto en el estatuto, sino sobre todo de renovar vuestras almas, realizando un sincero y franco examen de vuestra situación interior, así como de la actividad desarrollada durante el pasado trienio, para mejor delinear cuáles deben ser loe objetivos, los programas y las obligaciones para el próximo trienio.

A este propósito, me parece que la elección del tema "construir como laicos la comunidad eclesial para animar como cristianos la sociedad italiana", es muy oportuna, porque responde a las exigencias espirituales y sociales del mundo contemporáneo y, por tanto, merece constituir el motivo central para la próxima etapa. En efecto, dicho tema recuerda la reflexión teológica sobre el laicado que el Concilio Vaticano II reafirmó de modo tan claro y competente, según se lee en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo: "Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo, sino que además, su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento, en medio de la sociedad humana" (Gaudium et spes
GS 43). Todo esto es mucho más necesario en la situación de nuestros días, en que no faltan intentos de secularización, acompañados de episodios de indiferencia religiosa. En tal contexto, vosotros estáis llamados a actuar, en comunión con los Pastores, para cumplir vuestra misión con fidelidad a la Tradición y con la creatividad requerida para poner al día y hacer más eficaz la confrontación y el impacto con las diversas culturas. ¡Qué amplio horizonte, por tanto, se abre a vuestra conciencia de laicos católicos! Es tan amplia, que el propio Concilio no teme confiaros la misión de "evangelizar y santificar a los hombres y formar cristianamente su conciencia, de suerte que puedan imbuir de espíritu evangélico las diversas comunidades y los diversos ambientes" (Apostolicam actuositatem AA 20). A nadie le pase por alto que esa comprometida tarea requiere una continua puesta al día de los problemas que afectan a la Iglesia, para estudiar sus soluciones; pero sobre todo exige una vida interior intensamente alimentada en las fuentes de la Palabra de Dios y de los sacramentos.

2. La Iglesia espera mucho de vosotros en este campo tan importante y tan amplio. No hay tiempo ahora para profundizar en este tema. Pero deseo recordaros que vosotros, miembros de Acción Católica, tenéis una "vocación" especial para la colaboración directa con los Pastores de la Iglesia. La Acción Católica, en efecto, está llamada a realizar una singular forma de ministerio laical, dedicada a la "plantatio Ecclesiae" y al desarrollo de la comunidad cristiana, en estrecha unión con los ministerios ordenados. Esa es la razón por la que los laicos de Acción Católica actúan bajo la dirección superior de la jerarquía, la cual ratifica tal colaboración mediante un "mandato" explícito.

Tal es la nota característica que os debe distinguir, pero es también la fuente y el secreto de la fecundidad de vuestra obra en orden a la edificación de la comunidad eclesial. Sin esa especial unión con la jerarquía eclesiástica, hecha visible por la presencia entre vosotros del consiliario, no puede existir la Acción Católica.

3. Conozco bien vuestra firme voluntad y disponibilidad para el "servicio" en orden al ministerio apostólico. Se trata de un servicio concreto, destinado, a las diócesis y a las diversas parroquias. Por eso, vuestro estatuto habla de "servicio a la Iglesia local". En efecto, de poco serviría formular propósitos genéricos, si luego en la realidad no se operase activamente en las estructuras de la Iglesia local a la que se pertenece. Esa exigencia de servicio la puso de relieve ya en 1973 mi venerado predecesor Pablo VI, cuando afirmó: "Esto es lo que quiere decir estar concretamente a disposición de las necesidades y de las exigencias vivas de la Iglesia actual en Italia; esto es lo que quiere decir contribuir con toda el alma a valorizar y renovar las instituciones comunitarias eclesiales, evitando peligrosas tendencias centrífugas, según el programa suficientemente pormenorizado y preciso, que el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos trazó para la acción en favor de las comunidades eclesiales y especialmente de la parroquia; esta última, se dice allí, "ofrece un modelo clarísimo de apostolado comunitario, porque reduce a unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran y las inserta en la universalidad de la Iglesia. Acostúmbrense los seglares a trabajar en la parroquia íntimamente unidos a sus sacerdotes; a presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas, propios y del mundo...; y a colaborar según sus posibilidades en todas las iniciativas apostólicas y misioneras de su familia eclesiástica" (Pablo VI: Enseñanzas al Pueblo de Dios, X, 1973, pág. 345; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 30 de septiembre de 1973, pág. 2; cf. Apostolicam actuositatem AA 10).

Y la necesidad de la Iglesia en las diócesis y en las parroquias es —hoy como ayer— la de constituirse en comunidad para poder servir de punto de referencia y de atención en los diversos contactos, a fin de que los chicos, los jóvenes y los adultos respondan a la llamada de Cristo. De ahí surge el imprescindible deber de la fidelidad y la unidad para que vuestro testimonio sea eficaz: "Que todos sean uno... para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17,21).

4. Queridísimos delegados: Confío estas sugerencias a vuestra reflexión y a vuestra generosidad. Os exhorto, en particular, a que tratéis de seguir, ya que estamos en los comienzos del Sínodo de los Obispos sobre la misión de la familia, la amplia y delicada problemática que los padres sinodales se aprestan a afrontar para restituir a la familia cristiana las exigentes prerrogativas primordiales establecidas por el Creador y restablecidas por el sacramento del matrimonio. También vosotros prestad vuestra aportación, haciendo conocer las intervenciones de los padres a todas vuestras Asociaciones y en todos los ambientes en que os encontréis. Será también éste un modo concreto para poner en práctica vuestra intención de querer "animar como cristianos la sociedad italiana", acordándoos que la familia es su primera célula.

Que el Señor os sirva siempre de luz y de consuelo. Que os ayude a actuar de tal modo que la Acción Católica vuelva a tomar fuerza y atraiga hacia sí muchas almas generosas y deseosas de comprometerse, con incansable actividad, a la animación cristiana de la sociedad contemporánea.

Acompáñeos mi bendición que, con particular intensidad de afecto, os imparto a vosotros y a toda la Acción Católica Italiana.





VISITA PASTORAL A SUBIACO


A LOS REPRESENTANTES DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES


EUROPEAS REUNIDOS EN LA BASÍLICA ALTA DE SUBIACO


Domingo 20 de septiembre de 1980



487 Venerados y queridísimos hermanos:

1. El gran jubileo de San Benito, nos ha hecho venir hoy a todos a Subiaco. Ya habéis tenido ocasión de presidir, en vuestras patrias, en vuestras diócesis, celebraciones importantes, no sólo para los monjes o monjas, sino también para todo el Pueblo de. Dios confiado a vuestros cuidados, como yo mismo, lo he hecho igualmente en Nursia y en Montecassino. Pero hoy, la elección del lugar santificado por San Benito —la Santa Cueva— y la celebración de vuestra asamblea dan un excepcional relieve a esta conmemoración.

Ha transcurrido ya un milenio y medio desde el nacimiento de ese gran hombre, que en el pasado mereció el título de Patriarca de Occidente y que ha sido designado en nuestros días por el Papa Pablo VI, Patrono de Europa. Ya estos títulos dan testimonio de que el esplendor de su persona y de su obra ha traspasado las fronteras de su país y no se ha limitado únicamente a su familia benedictina; la cual, por otra parte, ha tenido una expansión magnífica y, hace una semana, sus hijos e hijas, procedentes de numerosos países, se han encontrado en Montecassino, para venerar la memoria de su Padre común y fundador del monaquismo occidental.

Hoy, en Subiaco, son los representantes de los Episcopados de Europa quienes se congregan para testimoniar, en presencia de los obispos del mundo entero reunidos en el Sínodo, hasta qué punto San Benito de Nursia se halla inserto profunda y orgánicamente en la historia de Europa y, en particular, cómo le son deudoras las sociedades y las Iglesias de nuestro continente y cómo, en nuestra época crítica, vuelven sus miradas hacia quien ha sido designado por la Iglesia su Patrono común.

Al consagrar la abadía de Montecassino restaurada de las ruinas de la guerra, el 24 de octubre de 1964, Pablo VI destacaba los dos motivos que hacen siempre desear la austera y dulce presencia de San Benito entre nosotros: "La fe cristiana que él y su Orden han predicado en la familia de los pueblos, especialmente en la familia de Europa... y la unidad por la que el gran monje solitario y social nos enseñó a ser hermanos y gracias a la cual Europa fue la cristiandad". Para que "ese ideal de la unidad espiritual de Europa fuera siempre sagrado e intangible" mi venerado predecesor proclamaba ese día a San Benito "Patrono y protector de Europa". Y el Breve solemne Pacis nuntius, que consagraba esa decisión, recordando los méritos del Santo Abad, "mensajero de paz, artífice de unión, maestro de Civilización, heraldo de la religión de Cristo y fundador de la vida monástica de Occidente", reafirmaba que él y sus hijos "con la cruz, el libro y el arado" llevaron "el progreso cristiano a las poblaciones que se extienden desde el Mediterráneo a Escandinavia, desde Irlanda a las llanuras de Polonia".

2. San Benito fue ante todo un hombre de Dios. Llegó a serlo, siguiendo de modo constante, el camino señalado en el Evangelio. Fue un verdadero peregrino del Reino de Dios. Un verdadero "homo viator". Y ese peregrinaje estuvo acompañado de una lucha que duró toda su vida, una batalla en primer lugar contra sí mismo, para combatir "al hombre viejo" y hacer sitio cada vez más, dentro de sí, al "hombre nuevo". El Señor permitió que, gracias al Espíritu Santo, esa transformación no quedara solamente en él, sino que se convirtiera en fuente de irradiación que penetraría en la historia de los hombres y, sobre todo, en la historia de Europa.

Subiaco fue y sigue siendo una etapa importante de ese proceso. Por una parte, fue un lugar de retiro para San Benito de Nursia, que llegó aquí a la edad de 15 años, para estar más cerca del Señor. Y al mismo tiempo, un lugar que patentiza lo que él es. Toda su historia quedará marcada por la experiencia de Subiaco: la soledad' con Dios, la austeridad de vida, el compartir esa vida sencilla con algunos discípulos, ya que aquí fue donde comenzó la primera organización de vida cenobítica.

Por eso, vengo hoy yo aquí con vosotros, a este alto lugar del Sacro speco y del primer monasterio.

3. Hombre de Dios, Benito lo fue mediante la lectura continua del Evangelio, no solamente con el fin de conocerlo, sino también de ponerlo enteramente en práctica durante toda su vida. Se podría decir que lo releyó en profundidad —con toda la profundidad de su alma— y también en su amplitud, con la dimensión del horizonte que tenía ante sus ojos. Ese horizonte fue el del mundo antiguo que estaba a punto de morir y el del mundo nuevo que se hallaba en trance de nacer. Tanto en la profundidad de su alma, como en el horizonte de ese mundo, él reafirmó todo el Evangelio: el conjunto de lo que constituye el Evangelio y al mismo tiempo cada una de sus partes, cada uno de los pasajes que la Iglesia relee en la liturgia, e incluso en cada frase.

Sí; el hombre de Dios —Benedictus, el Bendecido, Benito— capta plenamente toda la sencillez de la verdad que allí se contiene. Vive el Evangelio. Y viviéndolo, evangeliza.

Pablo VI nos ha dejado en herencia a San Benito de Nursia como Patrono de Europa. ¿Qué querría decirnos con esto? Ante todo, quizá, que debemos dedicarnos incesantemente a la puesta en práctica del Evangelio, que debemos practicarlo por entero en toda nuestra vida. Que debemos releerlo con toda la profundidad de nuestra alma y en toda su amplitud, con la dimensión del horizonte del mundo que tenemos ante los ojos. El Concilio Vaticano II Ha situado firmemente la realidad de la Iglesia y de su misión sobre el horizonte del mundo que día tras día se nos hace contemporáneo.

488 Europa constituye una parte esencial de ese horizonte. Como continente en el que se encuentran nuestras patrias, es para nosotros un don de la Providencia, que al mismo tiempo nos la ha confiado como una obra que debemos realizar. Nosotros, como Iglesia, como Pastores de la Iglesia, debemos releer el Evangelio y anunciarlo con adaptación a las tareas propias de nuestra época. Debemos releerlo y predicarlo, en la medida de las esperanzas que no dejan de manifestarse en la vida de los hombres y de las sociedades y, al mismo tiempo, en la medida de las contradicciones que encontramos en su vida. Cristo jamás deja de ser "la esperanza de los pueblos" y al mismo tiempo nunca dejará de ser "signo de contradicción*.

Sí, tras las huellas de San Benito, la tarea de los obispos de Europa es la de emprender la obra de evangelización en este mundo contemporáneo. Haciendo esto, enlazan con lo que se elaboró y construyó hace quince siglos, con el espíritu que lo inspiró, con el dinamismo espiritual y la esperanza que marcó esa iniciativa; pero es una obra que hay que emprender con un estilo nuevo, a expensas de nuevos esfuerzos, en función del contexto actual.

4. En este marco de la evangelización adquiere su pleno sentido la Declaración de los obispos de Europa que se acaba de leer: "Responsabilidades de los cristianos de cara a la Europa de hoy y de mañana". Ese documento, elaborado en común, es un apreciable fruto de la responsabilidad colegial de los obispos del conjunto del continente europeo. Es sin duda la primera vez que la iniciativa toma una amplitud semejante. Se trata de un documento, en cierto modo, de la Iglesia católica en Europa, que está representada de modo especial por los obispos como pastores y maestros de la fe. Saludo con gozo este signo alentador de una responsabilidad colegial que progresa en Europa, de una más afirmada unidad entre los Episcopados. Esos Episcopados se encuentran realmente en países de situaciones muy diversas, bien por sus sistemas sociales o económicos, bien por la ideología de sus Estados o por el. lugar que ocupe la Iglesia católica, la cual forma a veces una mayoría indiscutible, a veces una pequeña minoría respecto a otras Iglesias, o en relación con una sociedad muy secularizada. Confiando en el carácter beneficioso, estimulante, de los intercambios y de la cooperación, como he dicho frecuentemente, yo aliento de iodo corazón el proseguimiento de una colaboración semejante, que se inscribe plenamente en la línea del Concilio Vaticano II. No es, por otra parte, extraña a la práctica benedictina y cisterciense de una interdependencia y de una cooperación entre los diferentes monasterios esparcidos por toda Europa.

En la Declaración hecha pública hoy y en este alto lugar, expresáis justamente el ansia de una unidad eclesial ampliada. Europa es, efectivamente, el continente donde las divisiones eclesiales han tenido su origen y se han manifestado con estrépito. Lo cual quiere decir que las Iglesias en Europa —las surgidas de la Reforma, la Ortodoxia y la Iglesia católica que siguen estando ligadas de modo especial a Europa— tienen una particular responsabilidad en el camino de la unidad; el verdadero ecumenismo debe desarrollarse ahí con intensidad, en el plano de la comprensión recíproca, de los estudios teológicos y de la oración.

Igualmente, de cara a las comunidades católicas de otros continentes aquí representadas, la Iglesia de Europa debe caracterizarse por la acogida, el servicio y el intercambio recíprocos, para ayudar a esas Iglesias hermanas a encontrar su fisonomía propia, en la unidad de la fe, de los sacramentos y de la jerarquía.

En resumen, es un testimonio común de vuestra solicitud pastoral lo que hoy dais, queridos hermanos, los que damos hoy, en función de las necesidades y de las esperanzas. No voy a repetir aquí lo que está ya ampliamente expuesto en ese documento común. Se trata de trazar un camino de evangelización para Europa y de seguirlo con nuestros fieles. Es una obra que hay que continuar y reiterar incesantemente. El próximo Simposio de los obispos europeos, ¿no tiene acaso por tema "la auto-evangelización de Europa"? Lo cual nos recuerda el gran proyecto, la iniciativa singular de San Benito, algunas de cuyas características específicas tienen enormes consecuencias humanas, sociales y espirituales.

5. San Benito de Nursia se ha convertido en Patrono espiritual de Europa porque, como el profeta, hizo del Evangelio su alimento, gustando a la vez su dulzor y su amargura. El Evangelio constituye, en efecto, la totalidad de la verdad sobre el hombre: es a la vez la alegría nueva y al mismo tiempo la palabra de la cruz. A través de él, se ve revivir, de modo diverso, el problema del rico y del pobre Lázaro —con el cual nos ha familiarizado la liturgia de hoy— como drama de la historia, como problema humano y social. Europa ha inscrito ese problema en su historia y lo ha llevado más allá de las fronteras de su continente. Con él ha sembrado la inquietud en el mundo entero. Desde mediado nuestro siglo, este problema ha resurgido, en cierto modo, en Europa; se plantea también en la vida de sus sociedades. No deja de ser origen de tensiones. No deja de ser fuente de amenazas.

De esas amenazas ya hablé yo el día primero de año, aludiendo a este gran aniversario de San Benito; recordaba, frente a los peligros de guerra nuclear que amenazan la existencia misma del mundo, que "el espíritu benedictino es un espíritu de salvamento y de promoción, nacido del conocimiento del plan divino de salvación y educado en la unión cotidiana de la oración y del trabajo". Está "en los antípodas de cualquier programa de destrucción".

La peregrinación que realizamos hoy es, pues, un fuerte grito y una nueva súplica por la paz en Europa y en el mundo entero. Reguemos para que las amenazas de autodestrucción que las últimas generaciones han hecho surgir sobre el horizonte de su propia vida, se alejen de todos los pueblos de nuestro continente y de todos los continentes. Roguemos para que se alejen también las amenazas de opresión de unos sobre otros; la amenaza de destrucción de los hombres y de los pueblos que, a lo largo de sus luchas históricas y a precio de tantas víctimas, han adquirido el derecho moral de ser ellos mismos y de decidir por sí mismos.

6. Ya se trate del mundo que en tiempos de San Benito se limitaba a la vieja Europa, o del mundo que en esa misma época estaba a puntó de nacer, su horizonte pasaba a través de la parábola del rico y del pobre Lázaro. En el momento en que el Evangelio, la Buena Nueva de Cristo, penetraba en la antigüedad, ésta soportaba el peso de la institución de la esclavitud. Benito de Nursia encontró en el horizonte de su tiempo las tradiciones de la esclavitud, y al mismo tiempo releía en el Evangelio una verdad desconcertante sobre el reajuste definitivo de la suerte del rico y de Lázaro, de acuerdo con el orden del Dios de la justicia. Leía también la gozosa verdad sobre la fraternidad de todos los hombres. Desde el principio, por tanto, el Evangelio constituyó un llamamiento a superar la esclavitud en nombre de la igualdad de los hombres ante los ojos del Creador y Padre. En nombre de la cruz y de la redención.

¿No fue San Benito quien tradujo en norma de vida esa verdad, esa Buena Nueva de la igualdad y la fraternidad? Y no solamente la tradujo en norma de vida para sus comunidades monásticas, sino más aún, en sistema de vida para los hombres y para los pueblos. "Ora et labora". El trabajo en la antigüedad era el destino de los esclavos, el signo del envilecimiento. Ser libre significaba no trabajar y, por tanto, vivir del trabajo de los otros. La revolución benedictina pone el trabajo en el centro mismo de la dignidad del hombre. La igualdad de los hombres en torno al trabajo se convierte, a través del trabajo mismo, como en el fundamento de la libertad de los hijos de Dios, de la libertad gracias al clima de oración en que se vive el trabajo. He aquí una regla y un programa. Un programa que lleva consigo dos elementos. La dignidad del trabajo no puede, en efecto, derivarse únicamente de criterios materiales, económicos. Tal dignidad debe construirse en el corazón del hombre. Y no puede construirse profundamente más que por medio de la oración. Porque es la oración —y no solamente los criterios de la producción y del consumo— la que en fin de cuentas dice a la humanidad lo que es el hombre del trabajo, el que trabaja con el sudor de su frente y con la fatiga de su espíritu y de sus manos. Ella nos dice que no puede el hombre ser esclavo, sino libre. Como afirma San Pablo: "El que, siervo, fue llamado por el Señor, es liberto del Señor" (
1Co 7,22). Y Pablo, que no creyó indigno de un Apóstol "consumarse en trabajar con sus manos" (1Co 4,12), no teme mostrar a los ancianos de Efeso sus propias manos que proveían a lo que él y sus compañeros necesitaban (cf. Act Ac 20,34). Es en la fe de Cristo y en la oración como el trabajador descubre su dignidad. San Pablo todavía insiste: "Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su hijo que grita ¡Abba! ¡Padre! De manera que ya no eres siervo, sino hijo" (Ga 4,6-7).

489 ¿No hemos visto recientemente a hombres que, de cara a toda Europa y al mundo entero, unían la proclamación de la dignidad de su trabajo a la oración?

7. Benito de Nursia, que por su acción profética trató de sacar a Europa de las tristes tradiciones de la esclavitud, parece, por tanto, decir, después de quince siglos a los numerosos hombres y a las múltiples sociedades, que hay que liberarse de las diversas formas contemporáneas de la opresión del hombre. La esclavitud pesa sobre el que es oprimido, pero también sobre el opresor. ¿No hemos conocido, en el transcurso de la historia, poderíos, imperios que han oprimido a las naciones y a los pueblos en nombre de la esclavitud todavía más fuerte de la sociedad de los opresores? El lema "Ora et labora" es un mensaje de libertad.

Más aún: este mensaje benedictino, ¿no es hoy, en el horizonte de nuestro mundo un llamamiento a la liberación de la esclavitud del consumo, de una determinada manera de pensar y juzgar, de establecer nuestros programas y enfocar nuestro estiló de vida únicamente en función de la economía?

En esos programas desaparecen los valores humanos fundamentales. La dignidad de la vida está sistemáticamente amenazada. Está amenazada la familia; es decir, ese lazo esencial recíproco fundado sobre la confianza de las generaciones, que encuentra su origen en el misterio de la vida y su plenitud en toda la obra de la educación. Y está también amenazado todo el patrimonio espiritual de las naciones y de las patrias.

¿Somos nosotros capaces de frenar todo esto? ¿De reconstruir? ¿Somos capaces de alejar de los oprimidos él peso de la violencia? ¿Somos capaces de convencer a nuestro mundo de que el abusó de la libertad es Otra forma de violencia?

8. San Benito nos ha sido dado como Patrono de la Europa de nuestros tiempos, de nuestro siglo, para testimoniar que somos capaces de hacer todo esto.

Debemos solamente asimilar de nuevo el Evangelio en lo más profundo de nuestras almas, en el marco de nuestra época actual. Debemos aceptarlo como la verdad y consumarlo como un alimento. Se volverá a descubrir entonces, poco a poco, el camino de salvación y de la restauración como en los tiempos lejanos en que el Señor de los señores colocó a San Benito de Nursia como una luz sobre el candelabro, como un faro sobre la ruta de la historia.

Es El, en efecto, el Señor de toda la historia del mundo, Jesucristo, quien, de rico que era, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza (cf.
2Co 8,9).

¡A El, honor y gloria por los siglos de los siglos!





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ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A SAN BENITO


Monasterio de Santa Escolástica

Domingo 20 de septiembre de 1980



490 Al final de esta peregrinación que he realizado juntamente con los obispos de Europa a estos lugares tan cargados de espiritualidad y consagrados por la presencia de San Benito, deseo elevar al Santo Patrono de Europa una ferviente invocación:

1. ¡Oh San Benito abad! El humilde Sucesor de Pedro y los obispos de Europa, a la que tú amaste tanto, hemos venido a este lugar, en el que, de joven estudiante, buscaste y encontraste el significado más verdadero de tu existencia; en este lugar, en el cual, ayudado por el silencio, por la reflexión, por la oración, por la penitencia, te preparaste a ser instrumento dócil de la misericordia de Dios, que quería hacer de ti un guía y un maestro para Europa, para la Iglesia, para el mundo.

Hemos venido en peregrinación a fin de expresar, ante todo, nuestra inmensa gratitud a la Trinidad Santísima por el don que hace XV siglos hizo a la Iglesia; y, además, a fin de manifestarte, Santo Patrono de Europa, nuestra fervorosa admiración por tu plena correspondencia a la gracia y escuchar ese mensaje que tú viviste en ti y has transmitido además a las generaciones futuras, arraigado en la fuerza liberadora del Evangelio, que es "poder de Dios para salud de todo el que cree" (
Rm 1,16).

|Oh Santo Patriarca! Tú que no enseñaste de manera distinta a como viviste (cf. Gregorio, Diál. II, 36), haznos sentir a todos, en esta circunstancia singular, la actualidad perenne de tu enseñanza, para que continúes siendo inspirador de bien para el hombre contemporáneo.

2. Tú nos has enseñado que Dios, Creador y Padre, debe ser el "primer servido", mediante la fe viva, el culto digno, la adoración devota, la plegaria asidua, la obediencia alegre a su santísima voluntad.

Tú nos has enseñado que la vida del hombre es digna de ser vivida, sin superficial optimismo utópico ni pesimismo desesperado, porque es don del amor de Dios y debe ser una continua, perenne, constante búsqueda de Dios, el único verdadero y auténtico valor absoluto.

Tú nos has enseñado que el cristiano, para ser realmente tal, debe "servir en la milicia de Cristo Señor, verdadero rey" (Regla, pról.), haciendo de Cristo el centro de la propia vida y de los propios intereses.

Tú nos has enseñado que juntamente con el alejamiento interior de los bienes caducos de la tierra, debemos poseer una gozosa y activa apertura de espíritu y de corazón hacia todos los hombres, hermanos en Cristo, hijos del mismo Padre celestial.

Tú nos has enseñado que para el hombre, el trabajo —no sólo el de quien se inclina sobre los libros, sino también el de quien se inclina con la frente empapada de sudor y con las manos doloridas para roturar la tierra— no es humillación ni alienación, sino elevación, exaltación, más aún, participación en la obra creadora de Dios; es aportación consciente y meritoria a la construcción de la ciudad terrena, en espera de la definitiva y eterna.

Tú nos has enseñado que la fe cristiana, lejos de ser elemento de división o de disgregación, es matriz de unidad, de solidaridad, de fusión también en el orden temporal, social, cultural, y que, por lo tanto, la libertad religiosa es uno de los derechos inalienables del hombre.

3. Por esto, oh Santo Patriarca, te invocamos esta tarde: eleva tus amplios, paternales brazos a la Trinidad Santísima y ruega por el mundo, por la Iglesia y, en particular, por Europa, por tu Europa, de la cual eres celeste Patrono; que no olvide, no rechace, no renuncie al extraordinario tesoro de la fe cristiana que, durante siglos, ha animado y fecundado la historia y el progreso moral, civil, cultural, artístico de cada una de sus naciones; que, en virtud de esta matriz "cristiana", sea portadora y generadora de unidad y de paz entre los pueblos del continente y de los de todo el mundo; garantice a todos sus ciudadanos la serenidad, la paz, el trabajo, la seguridad, los derechos fundamentales, como los que conciernen a la religión, a la vida, a la familia, al matrimonio.

491 Con tu oración, oh Santo Patrono de Europa, invocamos suplicantes la intercesión de tu querida hermana.

Oh Santa Escolástica, te confiamos en particular a las muchachas, a las jóvenes, a las religiosas, a las madres, para que, mirando tu ejemplo, sepan vivir hoy su dignidad de ser mujeres, según el designio de Dios.

San Benito y Santa Escolástica, rogad por nosotros.

Amén.





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