Discursos 1980 491


VISITA PASTORAL A SUBIACO

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL ALCALDE DE SUBIACO


Domingo 28 de septiembre de 1980



Señor alcalde:

Las nobles expresiones con que ha querido darme la bienvenida amablemente, haciéndose intérprete de los sentimientos de los miembros de la administración consistorial y de toda la población de Subiaco, son para mí motivo de aprecio sincero por el elevado sentido de hospitalidad que tanto distingue a esta tierra, bien conocida no sólo por su adhesión secular a la Sede Apostólica, como usted ha recordado acertadamente, sino también por los gratos recuerdos dejados aquí por la presencia de San Benito Abad. Doy las gracias, por tanto, a usted y a todas las autoridades religiosas, civiles y militares que se han unido a su homenaje deferente.

En este año dedicado al recuerdo de San Benito y de su hermana Santa Escolástica, después de haber visitado Nursia, ciudad natal de los dos Santos, y Montecassino, considerada la casa madre de la Orden benedictina, no podía dejar de venir en peregrinación piadosa aquí a Subiaco, donde San Benito pasó gran parte de su existencia terrena y se entregó al ejercicio de la perfección evangélica, es decir, "la escuela del servicio del Señor" que pronto se iba a extender y derramar en las comunidades de los trece primeros monasterios fundados por él en los montes circundantes y a lo largo del valle del Aniene.

Con el santuario de la santa gruta, con su verdor, su paz y sus límpidas aguas, Subiaco sigue siendo siempre un lugar privilegiado sin haber perdido nada de sus antiguos atractivos que enmarcaron la figura solitaria y social a la vez del gran fundador del monaquismo de Occidente. Aquí se reformó a sí mismo para reformar luego la sociedad, aquí maduró su espíritu la gran revolución que encontraría más tarde expresión cabal en la regla, escrita en Montecassino, pero concebida y madurada en lo hondo de su corazón y en la soledad de estos lugares que ahora ya son sagrados para la devoción del pueblo cristiano.

Por consiguiente, se puede hablar de Subiaco como la cuna en cierto modo del espíritu benedictino que a penetrar y fermentar en pueblos enteros, hasta hacerles sentirse unidos en una sola cultura, y una misma fe. En efecto, fue. un hombre que supo armonizar alma y cuerpo, naturaleza y gracia, social y espiritual, viejo y nuevo, hasta el punto de crear una civilización nueva casi sin preverlo, quizá, la civilización cristiana: Porque como ya dije en Nursia: «En una época de profundos cambios, cuando la antigua organización romana se derrumbaba y una sociedad nueva estaba a punto de nacer bajo el impulso de nuevos pueblos que surgían en el horizonte de Europa, San Benito asumió responsablemente su propio papel, que fue preeminente y de empeño no sólo religioso, sino también social y civil. Promovió el cultivo racional de las tierras, contribuyó a la salvaguardia del antiguo patrimonio cultural literario, influyó en la transformación de las costumbres de los llamados bárbaros... Y todo ello a nivel no de un mezquino y entonces desconocido nacionalismo, sino de dimensión continental a través de sus monjes, por lo que justamente mi predecesor Pablo VI lo proclamó "Patrono de Europa"» (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 30 de marzo de, 1980, pág. 11).

Y precisamente para venerar a tan gran Patrono han venido hoy en peregrinación a Subiaco los representantes de las Conferencias Episcopales de Europa. Celebrando junto con el Papa el centenario benedictino, quieren dar gracias al Señor de cuanto ha dado a Europa por medio de San Benito y presentar de nuevo sus enseñanzas a fin de recuperar la dimensión de lo divino en toda realidad terrena.

492 A la vez que hago votos por 1a prosperidad y bienestar de esta ciudad reconstruida con tesón y generosidad después de las devastaciones de la guerra, con estos sentimientos imploro el patrocinio de San Benito sobre todos los habitantes y bendigo a todos en el nombre del Señor.





                                                                                  Octubre de 1980



SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE LA ASAMBLEA NACIONAL DEL LÍBANO


Jueves 2 de octubre de 1980




Señores Diputados:

Me da alegría encontrarme con un grupo tan distinguido de miembros de la Asamblea Nacional Libanesa. Dados los estrechos vínculos existentes entre la Santa Sede y vuestro país, y el interés particular que la Sede Apostólica no cesa de mostrar por la crisis ya desde su comienzo, crisis que sigue alterando la vida de vuestra nación, este encuentro reviste a mis ojos —y a los vuestros, estoy seguro— un alto significado.

1. Antes de nada quisiera subrayar cuán elocuente es para mí el carácter pluralista de vuestro grupo. A pesar de pertenecer a distintas familias espirituales y a partidos diferentes, aparecéis unidos y solidarios en vuestras aspiraciones de servir al país y colaborar en su desarrollo y pacificación. Sería de desear que todas las comunidades religiosas y étnicas —comenzando por sus líderes— que componen el tejido multiforme de la población libanesa, se comportaran del mismo modo. Sería de desear que estuvieran unidas en el esfuerzo, que se impone, para restaurar la imagen del Líbano, imagen desfigurada, por desgracia, y lacerada a causa de sucesos todavía recientes. La unidad del Líbano, dentro del respeto de los derechos de todo ciudadano y asimismo de sus varios componentes religiosos y socio-culturales, es algo que interesa mucho a la Santa Sede, como bien sabéis. Es ésta una característica original de su identidad que podría servir de ejemplo a la región de Oriente Medio y a todo el mundo. En la medida en que los libaneses estén unidos y sean leales a su patria, muchas dificultades —sobre todo las que proceden del exterior y provocan interferencias en el camino hacia un nuevo resurgir— podrían caer.

2. Al haber sido elegidos por el pueblo libanés, pertenecéis al organismo fundamental de toda democracia, expresión a la vez de la voluntad popular, es decir, a la Asamblea Nacional. La constatación de las actividades de esta institución primordial del Estado libanés me inclina a ver en ello un signo confortante de que comienza de nuevo la vida a nivel de instituciones libanesas en general, tan fuertemente sacudidas por la tormenta que estalló en el país en 1975, y que todavía sigue haciendo estragos, desgraciadamente.

Rehuyendo un optimismo ilusorio, quisiera abrigar la esperanza de que la autoridad del Estado siga robusteciéndose más a nivel de sus organismos y en todo el territorio nacional. Cada ciudadano y cada grupo político o social debiera sentirse como provocado por su sentido de responsabilidad a prestar apoyo al restablecimiento y eficiencia de las instituciones legales de la República.

5. Y en fin, permitidme atraer vuestra atención hacia otro tema que vuestra visita me ha sugerido. Estáis aquí en una de las etapas del viaje que realizáis por algunas de las grandes ciudades de Europa, y que os ha dado la posibilidad de participar últimamente en el "Congreso parlamentario mundial" de Berlín. Esta apertura de vuestra Asamblea a actividades internacionales constituye, sin duda alguna, un signo y un símbolo de la tarea a emprender con vistas a la solución de la crisis. En siglos pasados el Líbano ha dado mucho a la Comunidad de las Naciones y al mundo, gracias a su civilización milenaria y al trabajo de sus hijos, sin olvidar a los que la emigración ha dispersado por el mundo; y más recientemente el Líbano ha prestado su contribución al entendimiento y colaboración entre los pueblos, a través de la actividad desplegada por su Gobierno en el seno de Organismos internacionales, por ejemplo en la ONU desde su creación. Por otra parte, es bien sabido que la Comunidad Internacional se ha interesado por el Líbano ayudándole en el plano económico y velando a veces por su seguridad, sobre todo en momentos críticos. Sin embargo, sería el caso de preguntarse si han sido agotadas todas las posibilidades en este terreno y si por encima del marco regional, en el que se ha tratado de resolver la crisis de distintas maneras, no habría llegado el momento de apelar a un compromiso más amplio y eficaz de la Comunidad internacional.

¿Hay necesidad de aseguraros que la Santa Sede continuará interesándose por los destinos del Líbano, con desprendimiento y de acuerdo con las posibilidades concretas que se le presenten? Sabéis bien asimismo que mi predecesor, el Papa Pablo VI, y yo mismo, nos hemos preocupado siempre y hemos hablado varias veces de los otros problemas de vuestra región a los que habéis aludido y, en particular, el del pueblo palestino y la cuestión de Jerusalén. También a estos puntos la Santa Sede seguirá prestando gran atención para contribuir a solucionarlos.

Os ruego transmitáis mi cordial saludo al Sr. Kamel el Assaad, Presidente de vuestra Asamblea, y a todos vuestras compañeros. Os pido igualmente que aseguréis a vuestros conciudadanos que el Papa ora con fervor para que el Líbano viva en paz y experimente un nuevo resurgir espiritual y material.






A LOS PARTICIPANTES EN LOS JUEGOS DE LA JUVENTUD



Jueves 2 de octubre de 1980




493 Queridos dirigentes de las Federaciones deportivas adheridas al CONI,
queridos chicos y chicas:

Me es particularmente grata esta vuestra visita, al concluir las competiciones nacionales de los juegos de la juventud, a las que habéis participado durante estos días en Roma. Me alegra veros y daros la bienvenida. Os agradezco el pensamiento delicado que habéis tenido al venir a saludar al Papa antes de regresar a vuestras casas y a las regiones de Italia de donde procedéis y que tan bien representáis. Expreso, en particular, mi reconocimiento al doctor Franco Carraro, presidente del Comité Olímpico Italiano, por las significativas palabras que, también en nombre de todos vosotros, ha querido dirigirme.

Vuestra presencia entusiasta y festiva reaviva en mi ánimo muchos queridos recuerdos ligados a mi anterior experiencia pastoral entre los jóvenes deportistas de Polonia.

Vosotros conocéis muy bien la estima que la Iglesia os tiene y sabéis que la fe cristiana no humilla, sino que valoriza y ennoblece el deporte en sus diversas expresiones.

Sabéis también con cuánto interés el Papa sigue vuestras actividades deportivas y con cuánta satisfacción mira vuestros espectáculos agonísticos, en los que demostráis las dotes no comunes de fortaleza, disciplina y audacia con las que el Señor os ha adornado. Vuestro presidente acaba de hablar, con respecto a vosotros, de entrenamiento a la "lealtad", al "autocontrol", a la "valentía", a la "generosidad", a la "cooperación" y a la "fraternidad": pues bien, ¿no son éstas otras tantas metas a las que la Iglesia tiende en la educación y promoción de la juventud? ¿No son éstas las instancias y las exigencias más profundas del mensaje evangélico?

A propósito de esto, mientras os exhorto a dar siempre lo mejor de vuestras energías y de vuestras capacidades en las pacíficas competiciones deportivas, os recuerdo al mismo tiempo que no consideréis el deporte como finalidad en sí mismo, sino más bien como un valioso elemento que os ayude a dar a vuestra persona esa plenitud que procede de la integración de las dotes físicas con las espirituales. En una palabra, el cuerpo debe estar subordinado al espíritu, que da luz, aliento y sprint a la vida, y que os hace ser buenos deportistas, buenos ciudadanos y buenos cristianos.

Queridísimos jóvenes: El encuentro de hoy con vosotros tiene lugar en un momento particularmente importante para la vida de la Iglesia. Como saben muchos de vosotros, numerosos obispos procedentes de todas las partes del mundo, han venido al Vaticano para participar en la V Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre la Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo. En efecto, es más urgente que nunca volver a dar a todas las familias cristianas esa belleza, esa carga suya de amor, todas esas virtudes que el Señor ha grabado en ellas. Es necesario que la familia sea realmente el gimnasio privilegiado en que vuestros ideales espirituales, deportivos y sociales encuentren un clima favorable y el empuje necesario para llevarlos adelante y hacerlos madurar hasta la plenitud. Dad también vosotros vuestra contribución para que vuestra familia se convierta cada vez más en verdadera escuela de fuerza espiritual y de entrenamiento para las grandes conquistas humanas y sociales.

Que para todo esto os sirva de ayuda y estímulo la bendición apostólica que de todo corazón imparto a vosotros, aquí presentes, a vuestras Asociaciones deportivas locales, a vuestros seres queridos y a todos los que se adhieren a este Comité Olímpico Nacional, en prenda de mi particular benevolencia.






A LOS PEREGRINOS DE LAS DIÓCESIS ITALIANAS


DE REGGIO EMILIA Y GUASTALLA


Sábado 4 de octubre de 1980



Carísimos hermanos e hijos de las diócesis de Reggio Emilia y de Guastalla:

494 1. Me alegra no poco este encuentro, que reviste un significado especial por el motivo que lo ha inspirado y lo califica: el Sínodo diocesano sobre el tema "La evangelización en tierra reggiana y guastallense".

Vuestro obispo ha querido que ese importante acontecimiento eclesiástico fuese precedido por tres significativas peregrinaciones, para obtener del Señor abundancia de luz y de gracia: una peregrinación de sacerdotes a Palestina para recavar de aquellos Santos Lugares el genuino espíritu evangélico, el estímulo de la auténtica conversión y el celo misionero; una peregrinación de enfermos a Lourdes, el pasado mes de junio, para confiar a la Virgen Santísima el itinerario sinodal y, por último, el encuentro de hoy "ad Petri Sedem", para impetrar la intercesión de los Santos Pedro y Pablo, y escuchar la palabra confirmadora del Papa.

Os agradezco sinceramente vuestra presencia tan numerosa y llena de fervor; vuestro gesto me alegra y me hace pensar confiadamente en la suerte de vuestras queridas diócesis. Os doy gracias con profunda cordialidad y dirijo a cada uno de vosotros mi saludo, extendiéndolo a toda clase de personas: a los sacerdotes y misioneros, a los religiosos y religiosas, a los laicos responsables de los diversos sectores de la pastoral, a los seminaristas, a cuantos presiden los diversos institutos de caridad y beneficencia, a todo el pueblo que vive en vuestras parroquias y en vuestros municipios, a los pequeños y a los adultos, a los jóvenes y a los ancianos, a los estudiantes, a los obreros (sé que están presentes unos ochocientos trabajadores de diferentes secciones de "Cerámicas Sasolenses"), a los agricultores, a quienes ejercen profesiones liberales y, sobre todo, a los numerosos enfermos a quienes prometo un particular recuerdo en la oración.

Pero de modo especial deseo manifestar al señor obispo y a todos vosotros mi viva complacencia por la iniciativa del Sínodo. Que el Señor os asista, os ilumine y os proporcione el consuelo de recoger abundantes y benéficos frutos. Se trata ahora de perseverar en el intento, siguiendo las directivas del obispo; se trata de desarrollar y ahondar en los temas de catequesis, propuestos de forma capilar y convincente en las diversas parroquias y para las diferentes categorías de personas, con la preocupación esencial de crear y formar "conciencias cristianas" en un contexto social que, desgraciadamente y por diversos motivos históricos y culturales, se ha laicizado y secularizado. Ahora se comprende cada vez más que la fe no es una cuestión hereditaria y sociológica, sino un valor estrictamente personal, buscado, conseguido y vivido con la fuerza del propio empeño y con la ayuda de la gracia.

2. Al exhortaros a que os comprometáis en un incansable trabajo, quiero estimularos en vuestro ¦ esfuerzo para conocer nuestro tiempo, con sus problemas y sus respuestas, con sus interrogantes, sus conquistas y sus derrotas. El cristiano debe darse cuenta de la realidad histórica en que vive. El cristiano debe ser realista y reconocer valientemente las características de la sociedad en que está llamado a vivir.

Ahora bien, no es difícil comprobar que en el campo filosófico e ideológico se halla presente una mentalidad racionalista, agnóstica y a veces incluso antiteísta y anticristiana; para no pocos, el único ideal es el del bienestar planificado y el del hedonismo. La crisis de valores ha penetrado en el sistema de vida cotidiana, en la estructura de la familia, en la pedagogía, en el modo mismo de interpretar el sentido de la existencia y el significado de la historia.

Es una comprobación que el cristiano debe hacer valientemente, recordando sin embargo que no todos los valores han sido destruidos, que hay una profunda "ansia de verdad", y que debe convivir en este contexto histórico, tratando de amar a todos y ser luz sobre el candelabro y fermento en la masa, sea cualquiera la situación en que llegue a encontrarse. El conocimiento iluminado y equilibrado del propio tiempo hace al cristiano sabiamente optimista y lo salva de encerrarse en vanas lamentaciones; cada época de la historia debe ser entendida y amada para ser salvada por Cristo y por la Iglesia.

3. El cristiano debe darse también plena cuenta del gran valor de su religión.

La religión católica fue revelada por Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, muerto en cruz y resucitado; por tanto, es una religión única y exclusiva, está garantizada por el Magisterio de la Iglesia; sigue siendo misteriosa porque es divina, y es exigente porque es salvífica. No puede cambiar, porque deriva de la misma inmutabilidad de Dios creador y revelador.

Por eso, es hoy cada vez más necesaria una cultura religiosa metódica y completa; es necesario inculcar el sentido del misterio, la absoluta necesidad de la oración, para aceptar toda la Revelación y practicar en su plenitud la ley moral; es necesario formarse en la humildad de la mente y en la fuerza de la voluntad.

El cristianismo es una doctrina; pero es sobre todo una vida, que resulta más comprendida cuanto mejor se practica, y viceversa; el problema no es tanto la "masa", sino la comunidad, en la cual cada persona se encuentra con Cristo y se hace a su vez testigo e instrumento de redención de la humanidad. Recordemos lo que el mismo Jesús dijo: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna: pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El" (
Jn 3,16-17).

495 La Sagrada Escritura nos hace comprender que en el desarrollo y en el contraste de la historia, Dios quiere la evangelización, la conversión y la santificación de las almas.

4. Por último, el cristiano debe empeñar todos sus talentos, pero confiándose constantemente a la gracia.

Frente a los problemas de la sociedad actual, es fácil y humano dejarse llevar del temor e incluso de la amargura y del desaliento. La gravedad de las cuestiones en los diversos aspectos de la vida, no permite a veces vislumbrar soluciones. Y sin embargo, la gravedad de los problemas no debe quitar la confianza ni la valentía en el empeño; por el contrario, debe ser un estímulo para orar más y santificarse uno mismo. Cada vez resultan más convincentes las palabras del Divino Maestro: "Sin mí no podéis hacer nada" (
Jn 15,5).

Carísimos: ¡Es muy importante, más aún, quizás decisiva esta ocasión del Sínodo diocesano en la historia de vuestra salvación! Por eso, con toda la solicitud de mi ministerio apostólico, yo invoco para vosotros al Espíritu Santo y a los santos protectores de Reggio Emilia y de Guastalla.

Que os asista y sostenga la Virgen Santísima, de la cual vuestras diócesis son especialmente devotas desde los más antiguos tiempos, habiendo edificado en su honor majestuosos santuarios y numerosas capillas; rezad todos los días a la Virgen, rezad especialmente el Santo Rosario, a fin de que la divina Sabiduría os ilumine siempre y os acompañe; imitadla en su donación total a la voluntad del Altísimo.

A todos vosotros aquí presentes, a vuestras amadísimas diócesis, y en especial por los trabajos de vuestro Sínodo, imparto de corazón mi bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN LA IX REUNIÓN NACIONAL


DE LA ASOCIACIÓN DE MARINOS DE ITALIA


Patio de San Dámaso del Vaticano

Sábado 4 de octubre de 1980



Queridísimos marinos de Italia:

Me alegro sinceramente de encontrarme hoy con vosotros que os habéis congregado en Roma, procedentes de todas las zonas de Italia y también del extranjero, para la IX reunión nacional, organizada por la benemérita Asociación de Marinos de Italia. Deseo dirigir mi saludo, con sentimientos de alta estima y profunda deferencia, al Jefe del Estado Mayor de la Defensa, al Jefe del Estado Mayor de la Marina, al Presidente de vuestra Asociación, a todos vosotros, a cada uno en particular junto con vuestros familiares, que os han acompañado en esta gozosa circunstancia. A mi saludo se une también el agradecimiento por la visita de filial homenaje que habéis querido hacer a mi persona, tratando de dar a conocer con un gesto tan delicado vuestra fe viva en la Iglesia y vuestra unión profunda con el Sucesor de Pedro.

Os deseo de corazón que vuestras serenas y alegres jornadas romanas sean para vosotros no sólo ocasión de gozo estético por las extraordinarias riquezas artísticas de la Urbe, sino que sean espiritual enriquecimiento por el contacto y diálogo que vosotros, hombres de la gran familia de los marinos de Italia, podéis entablar mutuamente. Pero, sobre todo, que sean un estímulo para que podáis proclamar el deseo ardiente y la exigencia imperativa de que entre todos los hombres reine constantemente y domine el gran don de la paz, siempre tan frágil y amenazada.

496 Sed siempre y en todo lugar mensajeros y portadores de paz, en tierra y en mar, para que los hombres sepan reconocerse y amarse como verdadero» hermanos. Es el mensaje de Cristo; es el mensaje de un auténtico discípulo de Cristo, San Francisco de Asís, Patrono de Italia, cuya festividad litúrgica celebramos hoy. "¡Paz y bien!": esto era lo que él predicaba, con las palabras y con la vida, en las ciudades y regiones italianas, muy a menudo laceradas y divididas por luchas fratricidas.

Con estos deseos, invoco la protección de Dios sobre vosotros, sobre todos los marinos de Italia, sobre todos los hombres del mar, y os imparto de corazón la bendición apostólica.





VISITA PASTORAL A OTRANTO

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS AUTORIDADES Y AL PUEBLO


Domingo 5 de octubre de 1980

Señor Ministro,
Señor Alcalde,
queridos ciudadanos de Otranto y de la península Salentina.

1. Siento el deber, ante todo, de agradecer vivamente a las autoridades civiles y religiosas presentes las cordiales palabras de bienvenida que me han dirigido no sólo en este sagrado lugar, sino ya en el aeropuerto de Galatina, en el momento en que he pisado este margen extremo de Italia. Correspondo a su saludo con sincera deferencia, y lo extiendo de muy buen grado a todos aquellos que se han congregado aquí para manifestarme, además del obsequio y la devoción, también su satisfacción por mi visita de hoy. Pero al encontrarme —y ya es la segunda vez— en el sur de Italia, deseo dirigir también un afectuoso pensamiento a las queridas poblaciones que habitan aquí, de las que conozco y aprecio mucho la expansiva bondad y el calor humano.

2. He dicho "sagrado lugar", porque nos encontramos sobre la Colina de los Mártires: precisamente aquí, hace exactamente cinco siglos, se produjo el espléndido, unívoco, heroico testimonio de los centenares y centenares de hijos de esta tierra generosa, quienes; incitados y precedidos por el ejemplo admirable del Beato Antonio Primaldo, cayeron de uno en uno por "ser fieles a la fe". Feliz, por tanto, ha sido la decisión de fijar el lugar de nuestro primer encuentro en el "locus martyrii": éste, en efecto, basta por si sólo para definir inmediatamente la razón principal de mi viaje, que es —como sabéis— recordar un acontecimiento tan glorioso en la historia de la Iglesia y honrar a quienes fueron sus protagonistas.

3. Al hacer esto, mi mirada no se limita sólo a un pasado, si bien tan insigne y memorable, sino que se proyecta también sobre la realidad eclesial de hoy. Los mártires de Cristo —los de las primeras generaciones, los de la llamada edad media o del comienzo de la moderna (es el caso de vuestros y nuestros Mártires otrantínos), así como los de nuestros tiempos— ofrecen, en efecto, un ejemplo que equivale a un permanente y universal mensaje para la Iglesia y el mundo. ¿Acaso no es cierto que el martirio se impone por sí mismo, por las virtudes que supone y expresa? ¿Acaso no es cierto que el sacrificio, llevado hasta la "pérdida" de la vida, tiene un lenguaje propio que trasciende la época en que es realizado y se hace inteligible en todos los tiempos? Es precisamente éste el motivo del culto perenne que, no sólo para cumplir la norma litúrgica, se profesa a los mártires.

La sangre de los Mártires de Otranto, que bañó y consagró precisamente estos terrones, es un tesoro valioso que forma parte de esa energía escondida que penetra y alimenta, en su más profunda vitalidad, a la Iglesia a nivel universal y local. Pero —como es evidente— sobre todo para vosotros, hermanos de la archidiócesis de Otranto, y para vosotros, habitantes de la tierra de Otranto, existe este tesoro, hecho de méritos, enseñanzas y ejemplos.

Al renovar la expresión de mi gratitud por la calurosa acogida de que he sido objeto en esta ciudad tan noble por su origen y por su plurisecular historia religiosa y civil, de buen grado añado el augurio de que mi visita pastoral os sirva de aliento y ayuda no sólo en el devoto reconocimiento y en el legítimo orgullo con que consideráis a los Mártires vuestros coterráneos, sino también y sobre todo en la profesión intrépida de esa fe católica de la que ellos fueron testigos y modelos. Como ellos, también vosotros ¡sed siempre de Cristo y estad siempre con Cristo!





VISITA PASTORAL A OTRANTO

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL EPISCOPADO, CLERO Y RELIGIOSAS DE PULLA


497

Domingo 5 de octubre de 1980



Venerables hermanos en el Episcopado,
carísimos sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas
de esta querida archidiócesis y de toda la región pullesa:

1. Hay una frase del Apóstol San Pablo, en la que se expresan bien los sentimientos que surgían en mi alma cuando pensaba en este encuentro y que ahora llenan mi corazón al ver vuestros rostros y sentir vuestras voces: "Siempre que me acuerdo de vosotros doy gracias a mi Dios, siempre en todas mis oraciones, pidiendo con gozo por vosotros; a causa de vuestra comunión en el Evangelio desde el primer día hasta ahora. Tengo la confianza de que el que comenzó en vosotros la buena obra, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús" (Ph 1,3-6).

Sí, hermanos e hijos carísimos, doy gracias ante todo a Dios por cuanto El está realizando en vuestras vidas, mediante la acción discreta y sabia de su Espíritu; y os doy gracias también a todos vosotros, por la disponibilidad generosa con que, correspondiendo a los estímulos interiores del amor divino, ponéis vuestras energías intelectuales, morales y físicas al servicio de la causa del Evangelio.

2. Nuestro encuentro se desarrolla en el escenario sugestivo de esta antigua basílica, que tanta historia ha visto transcurrir bajo sus bóvedas airosas y solemnes. Si hay una obra capaz de expresar en síntesis armoniosa la espiritualidad profunda, la gentileza de ánimo y la fuerza creativa de la gente de Otranto, esa obra no es otra que la catedral, cuyas estructuras arquitectónicas sobre las que se posan en este momento nuestros ojos admirados.

La sucesión de las ágiles y esbeltas columnas, la majestuosa perspectiva de los arcos, la solemne amplitud de las bóvedas, los haces de luz que desde las monóforas y el rosetón central se reflejan en el grandioso mosaico del pavimento, todo se funde en un armonioso poema de fe y de belleza. Es un poema que los creyentes del comienzo de este milenio confiaron a las generaciones futuras, inmortalizando en la piedra sus certidumbres y sus esperanzas.

Nosotros, los cristianos de la última fase de este milenio, estamos llamados a interpretar este poema, para recoger el mensaje de esos nuestros padres en la fe y para traducir su perenne riqueza en las formas de vida propias de nuestro tiempo. Es un mensaje que interpreta a todos, pero que espera ser escuchado y entendido sobre todo por quienes, con directa participación en el sacerdocio de Cristo y mediante la formal profesión de los consejos evangélicos, tienen una experiencia más íntima y profunda de la vida nueva que la redención ha introducido en la historia del mundo.

3. Los habitantes de esta tierra quisieron que su basílica fuese majestuosa y solemne, porque debía ser la iglesia catedral; es decir, el lugar sagrado en que el arzobispo habría de tener su cátedra de maestro y de pastor. Aquí vendrían a escuchar la proclamación de la eterna palabra del Evangelio, aquí habrían de tener la necesaria instrucción sobre los misterios del reino, aquí se les habría de explicar, de manera autorizada, las verdades capaces de orientar la vida y de iluminar la muerte.

¿No es acaso, precisamente, esa función de la catedral la que vemos subrayada y exaltada en esa singular obra maestra que es el mosaico del pavimento? Simbolizada en él, toda la vida humana, con sus gozos y sus dolores, con sus impulsos de generosidad y con sus repliegues egoístas, con su transcurrir tranquilo entre actividades agrícolas y domésticas, así como también con su imprevisto sumergirse en la sombra oscura del mal y de la muerte, toda la vida humana —repito— entra en la iglesia para pedir a la revelación divina una palabra que la interprete, la esclarezca, la oriente, la consuele.

498 Y la elocuencia del mosaico desarrolla la respuesta en las imágenes de la tentación original y de la caída, de las consecuencias funestas del pecado, así como en las de los anuncios profetices de la redención: he ahí el arca de Noé, símbolo de la Iglesia; he ahí el león de Judá, símbolo de Cristo. El hombre es llamado a la responsabilidad de una opción; ante él están el bien y el mal, la virtud y el vicio. Puede abandonarse al ímpetu de las pasiones, llegando a ser esclavo de ellas en un embrutecimiento del que el amplio muestrario de bestias del mosaico ofrece una ilustración impresionante. O puede también entregarse a la lucha por el bien, imitando a los justos del Antiguo y del Nuevo Testamento y dirigiéndose, como un ciervo en veloz carrera, hacia la patria prometida, simbolizada en un maravilloso jardín.

Tal es, en sustancia, el mensaje catequético expuesto en esa especie de "enciclopedia por imágenes", que es este vuestro estupendo mosaico. Es interesante resaltar que fue encargado por el entonces arzobispo de Otranto, Jonatás, y realizado, con la generosa contribución de todos los fieles, por un monje presbítero: Pantaleón. ¿No se ve en todo ello una apelación a la importancia de la catequesis y al empeño que en ella deben poner los obispos, sacerdotes y religiosos? Eso es lo que en primer lugar el pueblo cristiano espera de sus sacerdotes y de quienes tienen una experiencia más íntima de Dios y de su trascendente misterio: que sean maestros de la verdad. No de su propia verdad o de la de cualquier otro sabio de este mundo, sino de la que Dios nos ha revelado en Cristo.

Quiero recordar aquí lo que escribí a este respecto en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae: "En este final del siglo XX, Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una tarea absolutamente primordial de su misión. Es invitada a consagrar a la catequesis sus mejores recursos de hombres y energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales para organizaría mejor y formar personal capacitado. En ello no hay un mero cálculo humano, sino una actitud de fe. Y una actitud de fe se dirige siempre a la fidelidad a Dios, que nunca deja de responder" (
Nb 15).

4. Otro pensamiento guió ciertamente a vuestros antepasados en la construcción de este templo, que ellos quisieron así de luminoso y bello: el pensamiento de que aquí debía desarrollarse el culto litúrgico, en el cual la comunidad, bajo la dirección de los sacerdotes, se encontraría con Dios y entraría en diálogo con El. La tierra de Otranto tenía, a sus espaldas, siglos de gloriosas tradiciones monásticas, cuando se aprestaba a emprender esta obra: junto a formas de vida eremítica, habían florecido en ella pequeñas comunidades de monjes (las esiquias) y cenobios más grandes (las lauras), entre las cuales tuvo durante siglos una situación preeminente el monasterio de San Nicolás en Casole.

¿Cómo no recordar el testimonio que nos ha dejado San Paulino de Nola, el cual —dirigiéndose en un poema a su amigo Niceto, obispo de Remesiana en la Dacia— le describe la acogida que le sería dispensada a su paso por esta tierra? "Cuando pases por Otranto y por Lecce, te rodearán nutridos grupos virginales de hermanos y hermanas, cantando unánimes al Señor" (Poema XVII, vers. 85-92; PL 61, 485).

Así, pues, "innubae fratrum simul et sororum catervae" poblaban esta región ya en esos lejanos siglos y con el ejemplo de su devoción enseñaban a la gente de los alrededores a cantar las alabanzas del Señor. Son tradiciones gloriosas que vosotros, almas consagradas de hoy, debéis continuar mirando, para obtener inspiración y estímulo en vuestro compromiso de total donación a Cristo y a la Iglesia.

A esas tradiciones debéis apelaros, sobre todo, para aprender a amar cada vez más intensamente la divina liturgia, para asimilar con creciente comprensión sus inagotables riquezas, para celebrar sus diversos momentos con fe transparente y gozoso fervor. Eso espera de vosotros el pueblo. Para eso construyó, en efecto, la maravillosa catedral en la que nos hallamos reunidos. De vuestras palabras, de vuestros cánticos, del conjunto de vuestra actitud durante la celebración de los divinos misterios, esperan los cristianos experimentar, en cierto modo, la fascinadora y tremenda realidad del Dios tres veces santo.

Procurad sobre todo poner especial interés en la celebración del gran "misterio de la fe"; la Eucaristía, en efecto, ha sido dada a todos los creyentes en Cristo y «a nosotros se nos ha confiado también "para" los demás, que de nosotros esperan un especial testimonio de veneración y de amor hacia este sacramento, a fin de que puedan sentirse edificados y vivificados "para ofrecer sacrificios espirituales"» (Carta del Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre el misterio y el culto de la Sagrada Eucaristía, 2).

5. Entre los motivos que impulsaron a vuestros antepasados a edificar este templo amplio y acogedor no podía faltar uno sobre el que deseo, por último, llamar vuestra atención: aquellos antiguos cristianos quisieron construirse, en esta basílica, un ambiente en el que ellos y, después, sus hijos y los hijos de sus hijos pudiesen reunirse el día del Señor para sentirse "Iglesia" y ayudarse mutuamente, a lo largo del dificultoso recorrido del tiempo, mediante la confesión de la misma fe y el goce, anticipado en la esperanza, de los mismos bienes prometidos.

La Iglesia es la casa en la que se reúne la familia de los hijos de Dios, para consolidar los vínculos de la comunión fraterna, superando las eventuales tensiones, concediendo los perdones necesarios, ofreciendo a cada uno la ayuda espiritual o material que necesita. La Iglesia es el lugar en que cada uno, cualquiera que sea su condición social, debe poder vivir una experiencia de fraternidad auténtica.

También desde este punto de vista vuestra tierra tiene tradiciones significativas. La posición geográfica de Otranto, que es como una cabeza de puente hacia el Oriente, ha favorecido en el transcurso de los siglos un intenso intercambio con aquellas regiones, determinando el encuentro, y la fusión de razas y culturas diversas. La Iglesia supo introducirse en ese mundo cosmopolita, recogiendo y potenciando su disposición universalista, tan congenial con la catolicidad de su misión. Los monasterios de esta zona, las iglesias diseminadas en su territorio, la misma catedral constituyeron otros tantos privilegiados puntos de encuentro entre el pensamiento ortodoxo y el latino, entre la liturgia griega y la romana, como también entre los hombres de una y otra orilla del canal. Aquí, bajo la mirada de Dios, personas que hablaban lenguas diversas y pertenecían a culturas diferentes entre sí podían sentirse hermanadas en la invocación del único Padre, revelado en la historia mediante la encarnación del Hijo, "el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús" (1Tm 2,5).

499 Son testimonios históricos importantes, que deben continuar inspirando la acción de la actitud de la iglesia otrantina. Los guías y modelos de este empeño de comunión en la caridad debéis ser vosotros, religiosos y religiosas, que habéis crecido en el cauce de estas tradiciones nobilísimas y que os habéis alimentado de las enseñanzas y ejemplos de aquellos adelantados. A vosotros os corresponde la tarea de reproponer, con la palabra y el ejemplo, dentro del contexto de la actual generación, el eterno mensaje de un amor que, en Cristo, puede abrirse para acoger a todo ser humano, para hacerle sentar a la mesa, sobre la que se parte el único pan (cf. 1Co 10,16-17).

6. Hijos carísimos: Para que la alegría de este encuentro sea duradera y se traduzca en frutos fecundos de empeño apostólico, yo confío vuestros buenos propósitos a la intercesión de la Virgen María, cuya imagen dulcísima ha permanecido —respetada también por la invasión, de 1480— en las paredes de esta catedral. Que la Virgen vele por vosotros y por cuanto hacéis en servicio del Reino de su Hijo divino. Y que haga, además, surgir nuevas vocaciones en esta tierra bañada, por la sangre de tantos mártires, para que a las nuevas generaciones no les falten Pastores valientes e inspirados que sepan indicar, en las cambiantes situaciones del presente, el camino que conduce a Cristo, a El, que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8).

Con estos deseos, mientras os renuevo el testimonio de mi sincero afecto, os imparto a todos una especial bendición apostólica.





Discursos 1980 491