Discursos 1980 499


VISITA PASTORAL A OTRANTO


A LOS JÓVENES


Domingo 5 de octubre de 1980



Queridísimos jóvenes:

1. Al finalizar esta intensa y espléndida jornada de la peregrinación que me ha conducido a vuestra Otranto para venerar a los ochocientos mártires en el quinto centenario de su testimonio de fe y de sangre, me encuentro con vosotros, que sois y representáis el futuro de vuestra ciudad, de vuestra patria, de la Iglesia, y lleváis en el corazón, como una herencia valiosísima, el admirable ejemplo de aquellos otrantinos que el 14 de agosto de 1480 —en el amanecer de lo que se considera históricamente "edad moderna''— prefirieron sacrificar la vida misma antes que renunciar a la fe cristiana.

Esta es una página luminosa y gloriosa para la historia civil y religiosa de Italia, pero sobre todo para la historia de la Iglesia peregrina en este mundo, la cual tiene que pagar, a través de los siglos, su tributo de sufrimiento y de persecución para mantener intacta e inmaculada su fidelidad al Esposo, Cristo, Hombre-Dios, Redentor y Liberador del hombre.

Vosotros, queridísimos jóvenes, os enorgullecéis legítimamente de pertenecer a una estirpe generosa, valiente y fuerte, que se refleja con complacencia en aquellos ochocientos otrantinos que, tras haber defendido por todos los medios la supervivencia, la dignidad y la libertad de su querida ciudad y se sus casas, también supieron defender, de manera sublime, el tesoro de la fe que les fue comunicado en el bautismo.

2. Hoy no podemos leer sin intensa emoción las crónicas de los testigos oculares del dramático episodio. Los ciudadanos de Otranto de más de quince años de edad se vieron ante la tremenda alternativa: o renegar de la fe en Jesucristo, o morir de muerte atroz. Antonio Pezzulla, un tundidor de paños, respondió por todos: "¡Nosotros creemos en Jesucristo, Hijo de Dios; y por Jesucristo estamos dispuestos a morir!". Y a continuación, todos los demás, exhortándose unos a otros, confirmaron:' "Morimos por Jesucristo. Todos. ¡Morimos de buen grado por no renegar de su santa fe!".

¿Eran, quizás, unos ilusos, unos hombres fuera de su tiempo? ¡No. Queridísimos jóvenes! Aquellos eran hombres, hombres auténticos, fuertes, decididos, coherentes, bien enraizados en su historia; eran hombres que amaban intensamente a su ciudad; estaban fuertemente ligados a sus familias; entre ellos había jóvenes, como vosotros, y como vosotros deseaban la alegría, la felicidad, el amor; soñaban un trabajo honrado y seguro, un hogar santo, una vida serena y tranquila en la comunidad civil y religiosa.

¡E hicieron, con lucidez y firmeza, su opción por Cristo!

500 En quinientos años la historia del mundo ha sufrido muchos cambios; pero el hombre, en su interioridad más profunda, ha mantenido los mismos deseos, los mismos ideales, las mismas exigencias; ha permanecido expuesto a las mismas tentaciones que —en nombre de los sistemas y de las ideologías de moda— intentan vaciar el significado y el valor del hecho religioso y de la misma fe cristiana.

Ante las sugestiones de ciertas ideologías contemporáneas que exaltan y proclaman el ateísmo teórico y práctico, yo os pregunto a vosotros, jóvenes de Otranto y de Pulla: ¿Estáis dispuestos a repetir, con plena convicción y conciencia. las palabras de los Beatos Mártires: "Elegimos mejor morir por Cristo con cualquier género de muerte, antes que renegar de El"?

Estar dispuestos a morir por Cristo supone la decisión de aceptar con generosidad y coherencia las exigencias de la vida cristiana; es decir, significa vivir para Cristo.

3. Los Beatos Mártires nos han dejado —y sobre todo os han dejado a vosotros— dos testimonios fundamentales: el amor hacia la patria terrena; la autenticidad de la fe cristiana.

El cristiano ama a su patria terrena. El amor hacia la patria es una virtud cristiana; sobre el ejemplo de Cristo, sus primeros discípulos manifestaron siempre una sincera "pietas", un profundo respeto y una limpia lealtad en relación con la patria terrena, aun cuando eran ultrajados y perseguidos a muerte por las autoridades civiles.

¡Los cristianos han llevado durante dos milenios y siguen llevando hoy su contribución de trabajo, de dedicación, de sacrificio, de preparación, de sangre para el progreso civil, social y económico de su patria!

El segundo testimonio que nos han dado los Beatos Mártires es la autenticidad de la fe. El cristiano debe ser siempre coherente con su fe. "El martirio —ha escrito Clemente Alejandrino— consiste en dar testimonio, de Dios. Pero toda alma que busca con pureza el conocimiento de Dios y obedece a los mandamientos de Dios es mártir, tanto en la vida como en las palabras. En efecto, aunque no derrama sangre, derrama su fe, puesto que por la fe se separa del cuerpo aun antes de morir" (Stromata, 4, 4; 15: ed. Staehlin II, pág. 255).

¡Sed jóvenes de fe! ¡De verdadera, profunda fe cristiana! Mi gran predecesor Pablo VI, el 30 de octubre de 1968, tras haber hablado sobre la autenticidad de la fe, rezó una oración suya "para conseguir la fe".

Teniendo presente aquel texto tan incisivo y profundo, yo espero que, siguiendo el ejemplo de los Beatos Mártires de Otranto, vuestra fe, jóvenes, sea cierta, es decir fundada en la palabra de Cristo, en el profundo conocimiento del mensaje evangélico y, especialmente, de la vida, de la persona y de la obra de Cristo; y del mismo modo sobre el testimonio interior del Espíritu Santo.

Que vuestra fe sea fuerte; que no se tambalee, que no vacile ante las dudas, las incertidumbres que sistemas filosóficos o corrientes de moda querrían sugeriros; que no llegue a compromisos con ciertas concepciones que querrían presentar el cristianismo como una mera ideología de carácter histórico y, por tanto, ponerlo al mismo nivel de muchas otras ya superadas.

Que vuestra fe sea gozosa, como basada en la seguridad de poseer un don divino. Cuando rezáis y dialogáis con Dios y cuando habláis con los hombres, manifestad la alegría de esta posesión envidiable.

501 Que vuestra fe sea operosa, se manifieste y se concrete en la caridad activa y generosa hacia los hermanos que viven abatidos en la pena y la necesidad; que se manifieste en vuestra serena adhesión a la enseñanza de la Iglesia, Madre y Maestra de verdad; que se exprese en vuestra disponibilidad hacia todas las iniciativas de apostolado, a las que estáis invitados a participar para la expansión y la construcción del reino de Cristo.

Confío estos mis pensamientos a los Beatos Mártires, cuya intercesión invoco hoy, de manera particular, para vosotros, jóvenes, para que, como ellos, sepáis vivir con renovado empeño las exigencias del mensaje de Jesús.

Con mi bendición apostólica.





VISITA PASTORAL A OTRANTO


DURANTE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de Galatina

Domingo 5 de octubre de 1980



Ilustres autoridades del Gobierno,
de la región y de la provincia;
egregio señor alcalde;
queridos hermanos e hijos:

1. Antes de dejar la tierra de Pulla me es muy grato detenerme, si bien sea sólo unos momentos, en esta vetusta ciudad de Galatina que, según una antigua tradición, parece fue evangelizada por San Pedro cuando se detuvo aquí en su viaje hacia Roma. Os estoy sinceramente agradecido por haberme dado esta alegría. Doy las gracias en primer lugar al querido arzobispo de Otranto y al alcalde por sus palabras afectuosas; doy las gracias con deferencia sincera al gobernador de la provincia de Lecce y al consejo municipal de la ciudad, al que expreso mi sentimiento por no haber podido acceder en esta ocasión a su invitación de visitar Lecce, que mucho he agradecido; a este consejo encargo de transmitir un saludo afectuoso a toda la ciudad.

Con la misma intensidad de sentimientos expreso mi agradecimiento a los trabajadores, muy numerosos, de Casarano, patria de Bonifacio IX e importante centro industrial de la región de Salento. Doy las gracias asimismo a los jefes militares de esta región aérea y del aeropuerto, y a los empleados y familiares; pero sobre todo y de modo especial quiero testimoniar mi agradecimiento sentido y cordial a todos vosotros, ciudadanos de Galatina y de la región de Salento, que habéis querido reuniros en torno al Papa en este encuentro vespertino. Os diré con San Pedro: "Paz a todos vosotros los que estáis en Cristo" Esta escala que habéis deseado y preparado con tanto interés, la considero un deber mío porque también vuestra ciudad estuvo unida a Otranto en la prueba dolorosa de fe y amor que hemos conmemorado hoy.

502 2. Al daros constancia de mi afecto y oración, deseo aseguraros que en mi corazón encuentran eco vuestros problemas, sufrimientos, tenacidad, esperanzas y alegrías. ¡Yo querría tuvierais serenidad y fuerais felices siempre! Querría que vuestra existencia estuviera siempre colmada de alegría y satisfacción. En cambio, sé que circunstancias inciertas y adversas de la vida y de la historia hacen difíciles a veces ciertas situaciones; sé cuán dura es la experiencia de la emigración, cuán amarga la falta de trabajo, sobre todo de los jóvenes y de los padres de familia. La Iglesia y el Papa están cerca de todos y especialmente de los que padecen mayores pruebas.

A todos expreso el augurio nacido de un corazón que a todos ama; augurio de serenidad y prosperidad, augurio de elevación social, augurio de progreso civil dentro del orden.

A la vez que me complazco en vuestra laboriosidad y en las obras ya realizadas por el bien común, deseo exhortaros a perseverar con valentía y constancia en el camino de vuestro desarrollo tratando de remediar las necesidades e indigencias de los hermanos, junto con los responsables de la comunidad.

3. Pero quisiera dejaros también un recuerdo espiritual que os sirva de programa de vida y motivación en los momentos importantes de vuestras decisiones. ¿Qué puedo deciros sino lo que Escribía San Pedro a los primeros cristianos: "Resistid firmes en la fe" (cf.
1P 5,9)? Sí, queridos hijos míos, mantened firme vuestra fe en Jesucristo como lo hicieron los mártires de Otranto. Mantened firme vuestra fe en los momentos de prueba y sufrimiento recordando lo que escribía el mismo Pedro: "Habéis de alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo... pues si uno padece por cristiano, no se avergüence, antes glorifique a Dios en este nombre" (1P 5 1P 13 1P 16).

Mantened firme vuestra fe sobre todo en la vorágine de la historia que nos envuelve a todos y hasta nos arrastra a veces con sus contrastes y sus sucesos dramáticos. En la dialéctica misteriosa entre libertad humana y gracia divina, entre pecado del hombre y Redención de Cristo, no estamos solos. Me gusta repetir también a vosotros lo que dije en Le Bourget durante mi viaje a París: "El problema de la ausencia de Cristo no existe. No existe el problema de su alejamiento de la historia del hombre. El silencio de Dios sobre las inquietudes del corazón y la suerte del hombre no existe. No hay más que un problema que existe siempre y en todo lugar: el problema de nuestra presencia junto a Cristo, de nuestra intimidad con la auténtica verdad de sus palabras y con el poder de su amor" (Homilía durante la Misa en Le Bourget, 1 de junio de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1980, pág. 16). Hay veces en que el horizonte de la historia se oscurece y el ánimo tiembla ante la terrible potencia del odio y la violencia. Mantened firme la fe en Jesús. El es nuestra paz y conduce los acontecimientos para bien de los que aman a Dios humildemente y le sirven en sus hermanos: "Sed vigilantes —os digo de nuevo con San Pedro—; tened vuestra esperanza completamente puesta en la gracia que os ha traído la revelación de Jesucristo... Conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo" (1P 1,13 1P 15).

4. Queridísimos: Hemos llegado al momento del adiós, cuando descienden las tinieblas de la noche y se encienden las luces de las casas y de la ciudad. ¡Hay que partir!

Dice la tradición que cuando caminaban hacia la colina del martirio, los cristianos de Otranto, intrépidos pero también humanamente angustiados y abatidos, invocaron a María Santísima para que los socorriera y les diera valor. Invocadla también vosotros siempre durante el viaje de vuestra vida para que todos lleguemos a merecer un día la felicidad del cielo, la única para la que hemos sido creados.

La Virgen Santa proteja vuestra ciudad.

Intercedan los mártires por vosotros.

Y os acompañe mi bendición que os imparto de corazón pidiendo la ayuda divina para un porvenir próspero de esta ciudad ilustre y de toda la población de Salento y Pulla.

En recuerdo de este encuentro me complazco en bendecir la imagen de la Virgen de Czestochowa destinada a la nueva iglesia que se está construyendo en el barrio de San Sebastián de esta ciudad.






AL PATRIARCA PAUL II CHEIKO Y A LOS OBISPOS DE RITO CALDEO


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM


503

Martes 7 de octubre de 1980



Beatitud y venerables hermanos:

Acogeros con ocasión de vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles es para mí un gozo profundo. Pues efectivamente en esta ilustre Villa de Roma el Príncipe de los Apóstoles derramó su sangre. Y su martirio hizo precisamente de esta ciudad la sede de la Iglesia que preside en la caridad, y la Cátedra de verdad destinada a confirmar a los otros hermanos.

Nuestro encuentro quiere ser un momento bendecido por el Señor para expresar a Vuestra Beatitud y a los obispos de la Iglesia caldea, mis sentimientos de satisfacción por vuestro ardor en la difusión de la Palabra de Dios y vuestro celo pastoral al servicio de las comunidades cristianas confiadas a vosotros.

Estoy cierto de que al volver a vuestras diócesis, que estarán más que nunca a la espera de vuestra presencia y dedicación afectuosa dadas las actuales circunstancias, trabajaréis con impulso nuevo en la expansión del Reino de Dios, que es un reino de amor y de paz.

Vuestra preocupación fundamental será sin duda la de estimular a vuestra Iglesia a dar testimonio cristiano, decidido y fiel. A este fin resultará útil ciertamente la deseada reforma de la liturgia que se ha de llevar a cabo según las indicaciones de la Santa Sede, con miras a fomentar una mayor participación de los fieles en la celebración de los misterios divinos.

Esta obra, venerables hermanos, os concierne a vosotros los primeros, así como a vuestros diligentes colaboradores, los sacerdotes consagrados al servicio pastoral de las comunidades cristianas, para que se rinda a Dios un culto agradable y se infunda en las almas estima y amor por las cosas celestes.

Deseo que el Señor os bendiga dándoos vocaciones en número creciente que os exigirán, en consecuencia, la obligación permanente de velar por su adecuada formación espiritual e intelectual.

Me agrada poner de relieve también la presencia y la obra realizada por las congregaciones religiosas. Gracias a ellas, el ideal de la perfección evangélica resplandece para honor y servicio de la Iglesia caldea. A los religiosos y religiosas expreso mi gozo y les estimulo a ir cada vez más adelante en su vida de piedad y caridad, de acuerdo con las normas dadas por el Concilio Vaticano II y las nuevas exigencias pastorales. Que se esfuercen por llevar a cabo su "puesta al día" con equilibrio y perfección, para lograr una auténtica renovación espiritual e insertarse mejor en las actividades pastorales, en armonía con el carácter peculiar de cada instituto y bajo la guía iluminada de la jerarquía.

Que el encuentro de hoy con todos vosotros —encuentro visiblemente colegial en torno al Vicario de Cristo— os estimule a vivir juntos vuestra tarea pastoral, sea el que fuere el país donde tenéis misión de desempeñarla. La Santa Sede aprecia estos encuentros a nivel nacional bajo forma de asambleas o Conferencias Episcopales incluso entre ritos diferentes. Pues responden a las directrices del Concilio Vaticano II, y constituyen un instrumento eficaz y prácticamente indispensable si se quiere garantizar la unidad de acción entre varios países y mantener la armonía y comprensión fraterna entre los distintos ritos "con los vínculos de la paz". Y todo ello se puede hacer sin lesionar en modo alguno las atribuciones del Patriarca y de su Sínodo.

Quiero, en fin, aprovechar la ocasión para aseguraros que la Santa Sede hará todos los esfuerzos posibles para proporcionar atención religiosa más adecuada a los fieles de rito oriental diseminados actualmente por todas las partes del mundo.

504 A vosotros. Beatitud y queridos hermanos en el Episcopado; a vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas; a todos vosotros, fieles de la Iglesia caldea, renuevo la manifestación de mi profundo afecto y doy una paterna bendición apostólica.






A LOS OBISPOS VICARIOS CASTRENSES


Sala del Consistorio

Jueves 9 de octubre de 1980



Queridos hermanos:

Los congresos internacionales de militares, en particular los que han venido celebrándose anualmente en Lourdes, han cumplido bien su papel. Pero creo que es ésta la primera vez que se reúnen los vicarios castrenses, procedentes de países y continentes diversos. Me interesaba aprovechar la ocasión para saludaros, felicitaros por la iniciativa y animaros.

Habéis querido examinar juntos las experiencias, ciertamente diferentes pero paralelas, confrontar los problemas concretos que se os plantean y que afrontáis, todos a una, para tratar de resolverlos. De ese modo, aparecerán cuestiones que procuraréis estudiar más profundamente para iluminar los caminos de vuestro ministerio.

Ciertas cuestiones fundamentales, de orden ético, surgirán seguramente, en torno, por ejemplo, a la legitimidad de determinados métodos de defensa; a la noción de guerra "justa" en el contexto actual; a la amenaza de utilización de armas nucleares —tema que ya he tocado seriamente en no pocas ocasiones— así como de otros armamentos de gran potencia: al problema, cada vez más frecuente de la objeción de conciencia, etc. Estáis evidentemente colocados en un puesto en el que los problemas adquieren mayor agudeza. Cuestiones teóricas, aparentemente, porque la solución no está en manos de los capellanes militares; pero cuestiones importantes y que os conciernen, porque tenéis un papel especial en la formación de la conciencia de los militares y de la opinión pública; tenéis que dar testimonio de la Iglesia, como Pastores especializados en estos problemas difíciles.

Creo, sin embargo, que lo esencial de vuestros debates fraternales debe versar sobre la asistencia espiritual a los militares; esa es vuestra razón de ser. Y ¡qué campo tan inmenso! ¡Qué labor tan compleja!

Estáis encargados, por una parte, de los militares de carrera y sus familias. Pese a los cambios tan frecuentes, es un ambiente relativamente estable. No sois su único punto de referencia en la Iglesia; ellos tienen sus parroquias y diversas asociaciones cristianas. Pero sois, a título especial, sus Pastores, los confidentes de su vida y los sacerdotes que pueden frecuentemente ayudarles mejor en su vida sacramental y apostólica.

Se os confía, por otra parte, todo el contingente de jóvenes soldados que hacen su servicio nacional. El período que transcurren en las filas del Ejército tiene gran importancia en su evolución, aunque ellos piensen muchas veces que debe ser un paréntesis sin interés en su vida familiar y profesional. Cuando ocurre que la casi totalidad de los jóvenes pasa por esa experiencia, vuestro ministerio reviste una importancia considerable. Estáis situados en la encrucijada de la vida de las nuevas generaciones. Para los jóvenes que habían vivido hasta entonces en un ambiente tradicionalmente cristiano, ese período constituye generalmente una prueba, la prueba de su libertad, en el plano espiritual y moral, que puede resolverse en el abandono de la práctica religiosa y de la fe, pero también en una maduración apreciable de sus convicciones. Para los otros, es una nueva ocasión de encontrar a la Iglesia, a los cristianos, al capellán. Su estancia en el cuartel es más limitada que antes y frecuentemente no incluye los domingos. Pero los capellanes y cuantos colaboran con ellos pueden arreglárselas para encontrar ocasiones a fin de reflexionar, orar, abrirse a las necesidades de los demás. ¡Que el tiempo del servicio militar pueda llegar a ser cada vez más, gracias a vuestra aportación, un tiempo suplementario y original,, de preparación humana y espiritual para la vida! En ello el celo sacerdotal y apostólico de cada uno de vuestros capellanes, juega un papel capital. Vosotros quisierais evidentemente que fueran más numerosos. Apoyad bien su difícil ministerio, ayudadles como a hermanos; animadles a que se rodeen de laicos cristianos cuyo testimonio es indispensable y a centrar bien sus esfuerzos en la Iglesia, en armonía con el ministerio complementario de los otros Pastores.

Pero voy a terminar aquí, porque son cuestiones que vosotros ya habéis tratado o trataréis detalladamente. ¡Que el Señor fortalezca vuestra esperanza! Yo le pido que haga fecundo vuestro apostolado y os bendigo de todo corazón, queridos hermanos, a vosotros y a cuantos con vosotros colaboran en los diferentes países.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL

SOBRE «EVANGELIZACIÓN Y ATEÍSMO»


505

Viernes 10 de octubre de 1980



Eminencia,
excelencias,
monseñor,
queridos hermanos y hermanas:

1. Os agradezco vuestras palabras. Como es fácil de constatar, el ateísmo es sin duda alguna uno de los fenómenos más importantes y, hay que confesarlo, el drama espiritual de nuestro tiempo (cf. Constitución Pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, Nb 19).

Embriagado por el torbellino de sus descubrimientos, seguro a causa de un progreso científico y técnico aparentemente sin límites, el hombre moderno se encuentra inexorablemente enfrentado con su destino: "¿De qué sirve ir a la luna —según la expresión de uno de los hombres de cultura más prestigiosos de nuestra época— si es para suicidarse?" (André Malraux, prólogo de L'enfant du rire, del p. Bockel, Grasset).

¿Qué es la vida? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la muerte? Desde que existen hombres que piensan, estas preguntas fundamentales han surgido siempre en su espíritu. Las grandes religiones se han esforzado desde hace milenios por darles respuesta. ¿Acaso el hombre mismo no aparece a la mirada penetrante de los filósofos como siendo a la vez homo faber, homo ludens, homo sapiens, homo religiosus? ¿Y no es a este hombre a quien la Iglesia de Jesucristo quiere proponer la buena noticia de la salvación, portadora de esperanza para todos a lo largo del flujo de generaciones y el reflujo de civilizaciones?

2. Pero he aquí que desde el Renacimiento el hombre moderno se ha levantado en gigantesco desafío contra este mensaje de salvación, y se ha puesto a rechazar a Dios en nombre precisamente de su dignidad de hombre. Reservado primero a un pequeño grupo de espíritus, a la "intelligentsia", que se consideraba como una minoría selecta, el ateísmo se ha convertido hoy en fenómeno de masas que embiste a las Iglesias. Más aún, las penetra desde dentro como si los mismos creyentes, comprendidos los que se proclaman de Jesucristo, encontraran en sí mismos una secreta connivencia destructora de la fe en Dios, en nombre de la autonomía y dignidad del hombre. Se trata de un "verdadero secularismo", según expresión de Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi. "Una concepción del mundo según la cual este último se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a Dios; Dios resultaría, pues, superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por olvidar a Dios e incluso renegar de El" (Nb 55).

3. Tal es el drama espiritual de nuestro tiempo. La Iglesia no quiere rehuir su papel. Por el contrario, se propone afrontarlo valientemente. Pues el Concilio se ha declarado al servicio del hombre, no de un hombre abstracto, considerado como entidad teórica, sino del hombre concreto, existencial, que se debate entre sus interrogantes y esperanzas, sus dudas e incluso sus negaciones. A este hombre concreto propone la Iglesia el Evangelio. Por tanto, necesita conocerlo con ese conocimiento que radica en el amor y abre al diálogo claro y confiado entre hombres separados por sus convicciones, pero convergentes en un mismo amor al hombre.

"El humanismo laico y profano —dijo Pablo VI en la clausura del Concilio— ha aparecido finalmente en toda su terrible estatura y en cierto sentido ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión —porque tal es— del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condena? Podría haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio" (Pablo VI, Alocución al Concilio Vaticano II, 7 de diciembre de 1965: AAS 68, 1966, pág. 55).

506 Y yo también expresé este deseo el 2 de octubre de 1979 en la tribuna de las Naciones Unidas de Nueva York: "La confrontación entre la concepción religiosa del mundo y la agnóstica e incluso atea, que es uno de los signos de los tiempos de nuestra época, podría conservar leales y respetuosas dimensiones humanas sin violar los esenciales derechos de la conciencia de ningún hombre o mujer que viven en la tierra" (Nb 20 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. EN 15).

Tal es la convicción de nuestro humanismo integral que nos lleva al encuentro incluso con los que no comparten nuestra fe en Dios en nombre de su fe en el hombre —y aquí está el malentendido trágico que se debe aclarar—. A todos queremos decir con fuerza: también nosotros, igual o más que vosotros si ello es posible, tenemos respeto al hombre. También nosotros queremos ayudaros a descubrir y compartir con nosotros la gozosa noticia del amor de Dios, del Dios que es fuente y fundamento de la grandeza del hombre, hijo de Dios él también y que ha llegado a ser hermano nuestro en Jesucristo.

4. Queridos amigos: Con todo esto quiero deciros cuánto me alegran estos días de estudio que os han reunido en Roma, en la Pontificia Universidad Urbaniana, patrocinados por el Instituto superior de estudios sobre el ateísmo, promotor de este Congreso internacional sobre Evangelización y ateísmo.

. Con sumo interés he ojeado el programa que me habéis enviado. Y he notado con simpatía la presencia de ilustres profesores y estudiosos que me complazco en recibir aquí. A decir verdad, me invade el espíritu un sentimiento casi de vértigo al constatar la amplitud del campo estudiado y los ejes de investigación que os habéis trazado: el aspecto fenomenológico, el histórico, el filosófico y el teológico del ateísmo contemporáneo.

Verdaderamente el fenómeno nos acosa por todos lados: de Oriente a Occidente, de los países socialistas a los capitalistas, del mundo de la cultura al del trabajo. Ninguna edad de la vida se libra de él, de la adolescencia joven presa de la duda al anciano abandonado al escepticismo, pasando por las sospechas y repulsas de la edad adulta. Y sin faltar en ningún continente.

Esto es lo que movió a mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, a erigir dentro de la Curia Romana, además de los Secretariados para la Unión de los Cristianos y para los No Cristianos, un organismo más, dedicado por vocación al estudio del ateísmo y al diálogo con los no creyentes (Regimini Ecclesiae universae, 15 de agosto de 1967, con referencia a la enseñanza del Vaticano II, Gaudium et spes GS 19-21 y 92). Porque debe aparecer claro a los ojos de todos que la Iglesia quiere estar en diálogo con todos, incluso con los que se han alejado de ella y la rechazan, tanto en sus convicciones proclamadas y seguras, como en su comportamiento decidido y hasta militante a veces. Es que uno y otro factor están íntimamente entremezclados. Las motivaciones mueven la acción. Y la actuación, a su vez, modela el pensamiento.

5. Por todo ello acojo vuestras reflexiones con agradecimiento para integrarlas en la marcha pastoral de la Iglesia hacia todos los que se proclaman, poco o mucho, a favor del ateísmo polimorfo de nuestro tiempo por diversos títulos y de muchos modos, es cierto. Porque, ¿qué hay de común aparentemente entre países donde el ateísmo teórico —podríamos llamarlo así— está en el poder, y otros en que por el contrario la neutralidad ideológica que profesan encubre un verdadero ateísmo práctico? Sin duda alguna, la convicción de que el hombre es por sí solo el todo del hombre (cf. Homilía en Issy-les-Moulineaux, 1 de junio de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1980, pág. 13).

Por cierto, el Salmista ya iba repitiendo: "Dice en su corazón el necio: No hay Dios" (Ps 14). Y el ateísmo no es de hoy. Pero estaba como reservado a nuestro tiempo el hacer la teorización sistemática del mismo, indebidamente calificada de científica, y el ponerlo en práctica a escala de grupos humanos y hasta de países importantes.

6. Y sin embargo, el hombre resiste, ¿cómo no reconocerlo con admiración?, a estos asaltos repetidos y a este asedio del ateísmo pragmatista, neopositivista, sicoanalítico, existencialista, marxista, estructuralista, "niestzchiano"... La invasión de costumbres y la "desestructuración" de doctrinas no impiden sino que, por el contrario, provocan a veces incluso un despertar religioso que no se puede negar, tanto en el corazón mismo de regímenes oficialmente ateos, como en el interior de sociedades llamadas de consumo. En esta situación de contrastes la Iglesia ha de afrontar un verdadero desafío y desempeñar una tarea gigantesca, para la que necesita la colaboración de todos sus hijos: la tarea de "inculturar de nuevo" la fe en los distintos espacios culturales de nuestro tiempo y reencarnar los valores del humanismo cristiano.

¿No es ésta una demanda acuciante de los hombres de nuestro tiempo que buscan a veces desesperadamente y como a tientas el sentido de su vida, su sentido último? A pesar de las diferencias de origen y orientación, las ideologías modernas tienen el punto de encuentro en la encrucijada de la autosuficiencia del hombre, sin que ninguna consiga saciar la sed de absoluto que lo atenaza. Pues "el hombre sobrepasa infinitamente al hombre", como afirmaba Pascal en sus Pensamientos. Y por ello, de la excesiva plenitud de sus certezas y asimismo del vacío de sus interrogantes, resurge constantemente la búsqueda del Infinito, cuya imagen no puede cancelar ni siquiera cuando huye de ella: "Tú estabas dentro de mí. Y yo estaba fuera de mí mismo", confesaba ya San Agustín (Confesiones, X,; 27).

7. En la Encíclica Ecclesiam suam, Pablo VI se interrogaba sobre este fenómeno y en él veía el camino para un diálogo de salvación: "Las razones del ateísmo, impregnadas de ansiedad, coloreadas de pasión y de utopía, pero muchas veces generosas también, inspiradas por un sueño de justicia y progreso, en busca de objetivos de orden social divinizados que sustituyan al Absoluto y Necesario... A los ateos los vemos también a veces movidos por nobles sentimientos, asqueados de la mediocridad y egoísmo de tantos ambientes sociales contemporáneos, y hábiles para sacar de nuestro Evangelio formas y lenguaje de solidaridad y compasión humana: ¿no seremos capaces algún día de conducir de nuevo a sus verdaderos orígenes, que son cristianos, estas expresiones de valores morales?" (Pablo VI, Ecclesiam suam, 38).

507 El ateísmo proclama la desaparición necesaria de toda religión, pero él mismo es un fenómeno religioso. Mas no creamos por eso que son creyentes sin saberlo. Y no convirtamos en malentendido superficial lo que es un drama profundo. Ante todos los dioses falsos que renacen incesantemente del progreso, del devenir, de la historia, sepamos manifestar el radicalismo de los primeros cristianos ante los idólatras del antiguo paganismo y digamos de nuevo con San Justino: "Claro está que somos los ateos, lo confesamos, de esos supuestos dioses" (San Justino, Primera apología, VI, 1).

8. Por tanto, en espíritu y verdad seamos testigos del Dios vivo, portadores de su ternura de Padre al vacío de un universo cerrado sobre sí mismo y oscilante entre el orgullo satánico y la desesperación desengañada. Y en particular, ¿cómo no ser sensibles al drama del humanismo ateo, cuyo antiteísmo y, más concretamente, anticristianismo llegan a aplastar a la persona humana que pretendían liberar de la pesada carga de un Dios considerado como un opresor? "No es verdad que el hombre no puede organizar la tierra sin Dios; pero sí es verdad que sin Dios no puede organizaría si no es contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano" (P. Henri de Lubac, Le drame de l'humanisme athée, Spes , pág. 12, citado por Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, 42, Pascua de 1967). A cuatro decenios de distancia, cada uno de nosotros puede llenar del peso trágico de la historia de nuestro tiempo estas líneas amonestadoras del padre de Lubac.

¡Qué llamada a volver al corazón de nuestra fe: "El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia"! (Primera frase de la Encíclica Redemptor hominis ). El desmoronamiento del deísmo, la concepción profana de la naturaleza, la secularización de la sociedad, el acoso de las ideologías, el emerger de las ciencias humanas, las rupturas estructuralistas, la vuelta al agnosticismo y la progresión del neopositivismo técnico, ¿acaso no son otras tantas provocaciones a que en un mundo envejecido, el cristiano vuelva a descubrir toda la fuerza de la novedad del Evangelio siempre nuevo, fuente inagotable de renovación: "Omnem novitatem attulit, semetipsum afferens"? Y a once siglos de distancia, Santo Tomás de Aquino se hacía eco de la frase de San Irenco: "Christus initiavit nobis viam novam" (Prima secundae, q. 106, art. 4, ad primum).

Al cristianismo precisamente toca dar testimonio de ello. Es verdad que lleva este tesoro en vasos de barro. Pero no lo es menos que está llamado a poner la luz sobre el candelero para que alumbre a todos los de la casa. Es el mismo papel de la Iglesia; el Concilio nos recuerda que es portadora del Único que es Lumen gentium. Este testimonio debe ser a la vez un testimonio de pensamiento y de vida. Y puesto que sois hombres de estudio, insistiré ahora al terminar en la primera exigencia, pues la segunda nos concierne a todos.

9. Aprender a pensar bien era un propósito que hacíamos con gusto ayer. Es, siempre una necesidad primaria para actuar. El apóstol no está dispensado de ella. ¡Cuántos bautizados se han hecho extraños a una fe que quizá jamás estuvo en ellos porque nadie se la había enseñado bien! Para desarrollarse, la semilla de la fe necesita que se la alimente con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con toda la enseñanza de la Iglesia; y ello, en un clima de oración. Y para llegar a los espíritus ganándose a la vez los corazones, es necesario que la fe se presente tal y como es, y no bajo revestimientos falsos. El diálogo de la salvación es un diálogo de verdad en la caridad.

Por ejemplo, hoy en día las mentalidades están hondamente impregnadas de métodos científicos. De aquí que una catequesis insuficientemente informada sobre la problemática de las ciencias exactas y de las ciencias humanas en toda su variedad, puede acumular obstáculos en una inteligencia en vez de desbrozar el camino hacia la afirmación de Dios. Y a vosotros, filósofos y teólogos, me dirijo: Buscad caminos para presentar vuestro pensamiento de modo que ayude a los científicos a reconocer la validez de vuestra reflexión filosófica y religiosa. Pues está en juego la credibilidad e incluso la validez de esta reflexión para muchos espíritus influidos (hasta sin saberlo) por la mentalidad científica difundida por los medios de comunicación. Ya desde ahora me gozo en que la próxima asamblea plenaria del Secretariado para los No Creyentes de marzo-abril próximos, profundice sobre el tema: Ciencia e incredulidad.

Debo concluir. Teniendo que afrontar más que nunca el drama del ateísmo, hoy la Iglesia se propone renovar su esfuerzo de pensamiento y testimonio en el anuncio del Evangelio. Cuando un enjambre de interrogantes invade el espíritu del hombre preso de modernismo, sigue existiendo el misterio más allá de los problemas. Y como nos ha enseñado el Concilio Vaticano II, "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes
GS 22,1). ¡Que su Espíritu de luz ilumine vuestra labor intelectual y su Espíritu de fuerza anime vuestro testimonio de vida! Acompaño este deseo y oración con mi bendición apostólica.






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