Discursos 1980 507


A UN GRUPO DE OBISPOS DE BIRMANIA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Viernes 10 de octubre de 1980



Queridos hermanos en el Episcopado:

Como Sucesor de Pedro en la Sede de Roma es un gran gozo para mí acoger a mis hermanos obispos de Birmania, y abrazaros en el amor de Jesús, Verbo de Dios eterno y encarnado.

1. A esta visita ad Limina venís como Ordinarios de cuatro Iglesias locales: Mandalay, Myitkyina, Bassein y Kengtung. Venís también en representación de todos los obispos de Birmania que están al servicio del pueblo católico de vuestro país. Os saludo con gran respeto y amistad, con estima y amor profundos. Os saludo como a colaboradores en el Evangelio, como a obispos de la Iglesia de Dios unidos a mí y a todos los miembros del Colegio Episcopal con vínculos de fe y caridad, y llamados a desempeñar juntos, según el papel de cada uno, la responsabilidad de la Iglesia universal.

508 2. Os saludo como a herederos espirituales de misioneros auténticos y generosos que trabajaron paciente y perseverantemente para que él Evangelio se encarnara en la cultura de vuestro pueblo y transformara sus vidas con su originalidad ennoblecedora. En vosotros refrenda la Iglesia la obra de los misioneros, rinde homenaje a sus sacrificios y perpetúa su memoria. Os saludo como a líderes espirituales de los fieles, muchos de los cuales han manifestado la fe católica y la han vivido hasta el heroísmo, dándonos así espléndido testimonio de Jesucristo y de su Evangelio.

3. Esta es ciertamente una hora de acción de gracias. Juntos damos gracias a la Santísima Trinidad por las bendiciones derramadas sobre vuestro pueblo, por las gracias que han interpelado sus vidas. Por Jesucristo damos gracias de que la Palabra de Dios se haya enraizado en el corazón de vuestros antepasados y producido frutos de justicia y santidad, generación tras generación. Damos gracias por el gran don de la perseverancia que ha caracterizado la vida de tantos individuos y comunidades.

Alabamos el poder del misterio pascual, el único que asegura la fidelidad a Cristo en su Iglesia, y ha sido y sigue siendo realidad indiscutible en vuestra experiencia cristiana. No obstante las dificultades de vario género, no obstante los obstáculos nacidos de fuentes diferentes, no obstante las exigencias inmutables del Evangelio —ante el que la Naturaleza humana se echa atrás en todos los tiempos—, la gracia de Cristo ha conquistado repetidamente el corazón humano y ha sostenido los esfuerzos de muchísimos fieles que se esfuerzan celosamente por abrazar a Cristo y seguir sus huellas.

Por obra del Espíritu Santo, la muerte y resurrección de Cristo ha hecho progresos entre vuestro pueblo: la juventud ha respondido a la vocación al sacerdocio y a la vida religiosa; muchos laicos han comprendido su dignidad cristiana y han asumido su misión con entusiasmo; los catequistas han ayudado a hacer de la Iglesia una comunidad evangelizada y evangelizadora. Todo ello se debe, venerables hermanos, a la gracia de Cristo, a quien ha de reconocerse y proclamarse en cada época como a Redentor del hombre y Salvador del mundo.

4. Nuestro encuentro es asimismo un momento de renovación. Junto a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo se nos interpela a renovar nuestra dedicación al Evangelio y a su proclamación integral y fiel. Se nos llama a acoger de nuevo en nuestra vida la Palabra de Dios con todas sus demandas, y a proponerla con confianza y coherencia a nuestro pueblo en nombre de Aquel que fue conocido como "signo de contradicción" (
Lc 2,34) y que dijo: "¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida!" (Mt 7,14).

También es momento de renovar la entrega a la tarea pastoral que ejercemos en nombre del Buen Pastor. Como obispos, estamos llamados a hacer visible y atrayente el amor generoso, sacrificado y compasivo de Jesús a su pueblo. Sólo en la intimidad con Jesús llegaremos a obtener fuerza interior para perseverar en la preocupación auténtica por todos nuestros hermanos y hermanas. Sólo a través de la santidad de vida llegaremos a ser ministros y representantes cualificados de Cristo amor.

5. Es ésta una hora de agradecimiento y renovación y es también ¡una hora de esperanza!

Porque el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestro corazón y porque el destino final de la Iglesia está en manos de Jesús, nos sostiene una gran esperanza. Nuestra esperanza se cifra en que cada comunidad de fieles de Birmania, congregada en el poder de la Palabra de Dios y fortalecida con los sacramentos de Cristo, cumpla su misión evangelizadora con eficiencia creciente y sea útil a la causa del progreso humano. Resumiendo, que todos los fieles se relacionen con el prójimo como lo hizo Jesús con el suyo, como desea Jesús que lo hagamos nosotros. Queridos hermanos: Las palabras de San Pablo nos confirman en nuestra esperanza de hoy: "Por esto pensamos y combatimos, porque esperamos en Dios vivo" (1Tm 4,10).

De este don de esperanza infundido en vuestros corazones, brote en cada uno de vosotros y en vuestros hermanos obispos que están en vuestro país, una nueva confianza en Cristo, una nueva seguridad en vuestro ministerio pastoral; confianza y seguridad que son ajenas a toda forma de complacencia humana y derivan, por el contrario, de la confianza en Cristo y en su palabra, y se apoyan en la promesa de Jesús que dice: "Yo estaré con vosotros siempre" (Mt 28,20).

6. En este espíritu de acción de gracias y renovación, con esta esperanza y esta confianza renovadas, os ruego transmitáis mi saludo a todos los queridos fieles de Birmania. Al clero, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas y catequistas, y a cuantos militan en las filas del laicado católico, envío mi bendición apostólica, con la promesa de mi oración, especialmente por los enfermos y los que sufren, y por quienes padecen soledad y dolor. Y a todos los hermanos no cristianos, particularmente a los miembros de las comunidades budistas con quienes estáis llamados a vivir y trabajar juntos, así como a las autoridades del Estado, presento un saludo cordial y respetuoso.

Y a vosotros, mis queridos hermanos en el Episcopado: "La gracia, la misericordia, la paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Señor" (1Tm 1,2).





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL III CONGRESO MARIANO NACIONAL ARGENTINO


509

11 de octubre de 1980

: Señor Cardenal Enviado Especial,
Venerables Hermanos en el Episcopado,
Amadísimos hijos e hijas,

La clausura del Tercer Congreso Mariano Nacional, culminación de un constante e intenso trabajo de evangelización en compañía de la Madre del Salvador, me ofrece la oportunidad de saludaros y de estar con vosotros, hijos e hijas de la querida tierra argentina. “Mi amor está con todos vosotros en Cristo Jesús”.

La Evangelización “es el gran ministerio o servicio que la Iglesia presta al mundo y a los hombres, la Buena Nueva de que el Reino de Dios, Reino de Justicia y de Paz, llega a los hombres en Jesucristo”. De ahí que la Iglesia, si quiere ser en verdad la portadora del Mensaje del Hijo de Dios, tiene que anunciar, vivir y testimoniar fiel y coherentemente el Evangelio. En la historia evangelizadora de la Iglesia, la Virgen María ha ocupado y continúa ocupando un puesto único e irrepetible. Con razón se ha dicho “a Cristo por María”.

En el continente latinoamericano y en la nación argentina, la devoción y manifestaciones de amor a la Santísima Virgen se remontan a la época de la predicación de los primeros misioneros. El anuncio del Evangelio ha sido acompañado siempre por la presencia bondadosa de María, quien “constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes Ella nos invita a entrar en comunión”.

Amadísimos míos, la presencia de María en vuestra historia religiosa y patria ha sido una constante tal que no existe casi parte de vuestro territorio nacional que no se sienta unida a Ella. Baste recordar, como ejemplo, los santuarios marianos de Luján, de Itatí, del Valle, del Milagro, de Sumampa, del Rosario, de la Merced y del Carmen. Estos santuarios son un testimonio perenne del amor con que María ha bendecido la tierra argentina, de modo que se puede afirmar que la devoción a la Madre del Salvador pertenece a la más pura tradición del Pueblo católico Argentino.

Vuestra presencia hoy y ahí es una prueba tangible de ello.

El tema central del Congreso, “María y la evangelización en la Argentina”, ha sido el punto de partida para reflexionar durante estos días sobre unas cuestiones pastorales que coinciden con las que yo mismo señalé como prioritarias en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunido en Puebla: la familia, las vocaciones sacerdotales y religiosas, y la juventud. Estos mismos temas los ha recogido también el propio “Documento de Puebla”, como opciones pastorales prioritarias y deben ser profundizados y aplicados a través de una renovada e intensa evangelización. Así pues, este Congreso Mariano Nacional quiere hacer presente en vuestra sociedad, por mediación de la Virgen María, el Reino de Dios y, en consecuencia, quiere además que Cristo esté presente en el interior de vuestros corazones y de vuestras familias, en las fábricas, en las universidades, en las escuelas, en el campo, en fin, en todos los ambientes vivos del País.

Mis queridos Hermanos e hijos todos de la Nación Argentina, os exhorto y aliento a mantener siempre vivo el patrimonio espiritual que habéis recibido, como don precioso, de vuestros antepasados y de los primeros evangelizadores. Cultivad intensamente la devoción a nuestra Madre, la Santísima Virgen María; permaneced fieles a Cristo; creed en El, confiad en El, amadlo, y, como El, amad a vuestros hermanos, particularmente a los que en la actualidad sufren y lloran, de modo que la sociedad argentina, consolidada sobre los pilares del amor fraterno y de la reconciliación, pueda exclamar de verdad: “Ved cuán bueno y deleitoso es convivir juntos los hermanos”.

510 El Congreso Mariano se clausura hoy, pero sus frutos no deben acabar aquí. Empieza ahora para todos vosotros, hijos e hijas, una nueva etapa. Cristo, Muerto y Resucitado, nos ha dejado una misión: “Id, pues; ...enseñad a todas las gentes... enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado”.

Con estos deseos, invocando sobre todos y cada uno de vosotros la constante protección maternal de la Virgen María para que os ayude a ser siempre apóstoles incansables de Cristo en la sociedad argentina y para que estéis siempre unidos por el vínculo de la caridad, os imparto con afecto mi bendición: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.

IOANNES PAULUS PP. II







A LA UNIÓN DE SUPERORAS MAYORES DE ITALIA


Sábado 11 de octubre de 1981



Queridísimas hermanas en el Señor:

1. Al terminar vuestra asamblea anual habéis deseado esta audiencia reservada enteramente a vosotras, madres generales y provinciales de las numerosas congregaciones y casas religiosas esparcidas por todas las regiones de Italia.

Os saludo con todo el corazón, y por vuestro medio deseo extender mi afectuoso saludo a todas vuestras hermanas de Italia que, en frenéticas metrópolis o en aldeas perdidas por las montañas, están viviendo con amor y alegría su consagración a Cristo y a las almas. Sí, queridísimas hermanas, transmitid a todas las religiosas confiadas a vuestra responsabilidad el saludo del Papa; decidles que las recuerda, las sigue, las estima y ora por ellas, sufre con ellas, se preocupa de las circunstancias humanas y espirituales de su vida, y desearía verlas siempre alegres y generosas aun en medio de las tribulaciones, que no pueden faltarles.

Deseo manifestar después mi complacencia por vuestra asamblea general en la que habéis querido participar en tan gran número, para ahondar en el tema "Vida religiosa y familia", haciéndoos eco del tema tratado en el Sínodo de los Obispos, que se está celebrando; y para departir entre vosotras intercambiándoos vuestras experiencias.

2. Se trata de un tema importante porque son frecuentes las relaciones entre las religiosas y las comunidades familiares. En efecto, las religiosas están en contacto continuo con los niños en las guarderías y conocen el ambiente, de cada casa; tratan con muchachos y muchachas en los centros de enseñanza, oratorios, asociaciones católicas y grupos eclesiales varios; y participan en los consejos pastorales y de la catequesis parroquial y diocesana. Sobre todo las religiosas están presentes en los orfanatos, hospitales, residencias de ancianos, clínicas, centros de atención y cuidado de minusválidos, en las visitas a los enfermos en su domicilio y también en los puestos de socorro de desvalidos, marginados de la sociedad y drogadictos.

Puede decirse que la religiosa acompaña en cierto modo a las familias en su camino existencial y, por ello, es grande su responsabilidad; pero al mismo tiempo, grande debe ser su consuelo al poder aportar así su contribución concreta de fe y caridad a quien es la obra maestra de Dios creador y redentor.

3. Hoy más que nunca muchas personas, angustiadas por el problema de la existencia y de su identidad, sienten ansia de superar los límites de la historia y del tiempo, y buscan afanosamente la verdad. Por ello, la primera tarea y el primer deber de la religiosa en las relaciones con la familia consiste en dar testimonio de la verdad, o sea, ayudar a. la familia moderna a volver a encontrar el sentido verdadero de la vida y de la historia.

Queridas religiosas: Llevad a las familias la verdad tal y como ha sido revelada por Cristo y como la enseña la Iglesia. No os dejéis alterar por el fragor de tantas ideologías insistentes que confunden y deprimen. Sembrad siempre el buen grano de la verdad siguiendo las enseñanzas de la Iglesia y el ejemplo de los Santos.

511 De aquí la necesidad de una puesta al día seria y auténtica, por parte de la religiosa, en los distintos campos doctrinales, superando los peligros de la superficialidad y la emotividad. Es necesario, por tanto, vigilar atentamente los varios medios de renovación y orientación (libros, periódicos, revistas, cursos de estudio, etc.), a fin de no dejarse desconcertar por ideas falsas ni tampoco encaminar por senderos errados a las personas con quienes se trata. Cada familia desea la verdad de parte de quien está consagrada a Dios; sed, pues, fieles y felices de poder anunciarla y testimoniarla.

4. Después, ¡llevad la paz a las familias! El espíritu debe estar firme y seguro en la verdad, pero el corazón debe rebosar comprensión y compasión. La familia necesita sobre todo ayuda espiritual y aliento, gran apoyo y afecto. Nunca como ahora la familia necesita sentir cercano y consolador al Maestro Divino que quiere otorgarle su perdón y la certeza, la esperanza, el amor. Claro está que se debe combatir el mal y se ha de condenar el error; pero cada persona debe ser comprendida y amada; en toda herida se debe derramar el óleo de la bondad y la misericordia, como hizo el buen samaritano de la parábola.

Pero para dar la paz, se necesita poseerla. Por esto es preciso que vuestras casas sean oasis de serenidad, obtenida con la práctica de la paciencia y la caridad mutua.

Llevad la paz a las familias con vuestra fe y vuestro amor. Llevadla especialmente a donde se gime de dolor, a donde reina la soledad, a donde grava la división, a donde falta la esperanza ultraterrena. Llevad la paz presentando a Cristo crucificado y a la patria verdadera que se halla en los cielos (cf. Flp
Ph 4,20).

5. Queridísimas: Sor Isabel de la Santísima Trinidad escribía: "Vivamos con Dios como con un amigo, avivemos la fe para comunicar con Dios a través de todo lo que nos hace santos. Llevamos en nosotros nuestro cielo, pues el que sacia a los glorificados en la luz de la visión, se da a nosotros en la fe y en el misterio. Es lo mismo. Me parece haber encontrado mi cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que entendí esto, se iluminó todo en mí; y quisiera sugerir este secreto a cuantos amo, a fin de que también ellos se unan á Dios a través de todas las cosas y se haga realidad la oración de Cristo: Padre, que sean uno" (Escritos de la Sierva de Dios sor Isabel de la Santísima Trinidad. Postulación general de los carmelitas descalzos, Roma, 1967).

Vivid vosotras también este secreto y anunciadlo a las familias con la ayuda y protección de María Santísima y de San José; es un secreto que ilumina, conforta y salva.

Con estos deseos, y pidiendo al Señor abundancia de favores celestiales, os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica, que extiendo con gusto a todas vuestras hermanas.





DÍA DE LA FAMILIA


DURANTE EL ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS


Sala Pablo VI

Domingo 12 de octubre de 1980



Señores cardenales,
señores arzobispos y obispos,
512 hermanos y hermanas queridísimos:

1. Los testimonios que todos hemos escuchado con atención y sentimientos de viva participación nos ofrecen —me parece— un retrato fiel y sugestivo de la familia en este tiempo nuestro.

Luces y sombras, expectativas y preocupaciones, problemas graves y sólidas esperanzas forman parte de este retrato. Al mirarlo, pienso que realmente los estudiosos, en el futuro, podrán decir que nuestro siglo ha sido el de la familia. Efectivamente, jamás como en este siglo la familia ha sido embestida por tantas amenazas, agresiones y erosiones. Pero, al mismo tiempo, nunca, como en este siglo, se ha salido al encuentro de la familia con tantas ayudas, lo mismo en el plano eclesial que en el civil. Particularmente la reflexión teológica, como la actividad pastoral, en las diversas parroquias, no se cansan de ofrecer a la familia puntos de referencia y caminos concretos para la superación de las dificultades y para el propio perfeccionamiento. Si se puede decir lo que afirmaba mi predecesor Pío XII, al terminar la segunda guerra mundial, esto es, que en nuestra sociedad llena de sufrimientos, la familia es la gran enferma, se debe, decir también que son muchos los que quieren ofrecer válidos remedios y ayudas a la familia. La Iglesia, de acuerdo con su misión —el Sínodo que se celebra en estos días es un testimonio de ello—, está dispuesta a ofrecerle la "medicina evangelii", el "remedium salutis".

2. Todos hemos seguido con emoción y gratitud las palabras de quienes han querido dar aquí el testimonio de su vida. Han sido relatos breves, que, sin embargo, nos han permitido entrever, detrás de las frases necesariamente lacónicas, auténticos poemas de amor y de entrega, cada uno de cuyos capítulos conoceremos a fondo en el Reino de Dios, y esto formará parte también de la alegría perfecta de entonces. Me disgusta no poder reanudar y desarrollar todos los temas, que se han evocado aquí con la vivacidad, la lozanía, la fuerza, propias de cada testimonio arraigado en la experiencia personal.

Sin embargo, no puedo silenciar el aprecio con que he oído hablar, por ejemplo, a los dos jóvenes novios sobre la preponderancia que ellos dan a los valores espirituales, con relación a los materiales, en la preparación de su matrimonio. Y así me ha impresionado la lucidez con que se ha subrayado, en los diversos testimonios, la incidencia positiva que el compromiso de vivir castamente el amor ha tenido en su crecimiento y en su maduración. En medio de tantas voces que, en nuestra sociedad permisiva, exaltan la "libertad" sexual como factor de plenitud humana, es justo que se eleve también la voz de quienes, en la experiencia cotidiana de un sereno y generoso autocontrol, han podido descubrir una fuente nueva de conocimiento recíproco, de entendimiento más profundo, de libertad auténtica.

He observado, además, con íntima alegría que las distintas parejas han mostrado que sienten como una exigencia "natural" de su amor la de abrirse a los hermanos, para ofrecer a quien se hallaba en necesidad comprensión, consejo, ayuda concreta: la dimensión altruista forma parte del amor verdadero que al darse, en lugar de empobrecerse o de dispersarse se encuentra enriquecido, reavivado y consolidado.

Un dato que emerge en las varias experiencias presentadas ha sido la conciencia, que se podía notar en las palabras de todos, de que el amor auténtico constituye la clave de solución para todos los problemas, aun de los más dramáticos, como los de la quiebra del matrimonio, de la muerte del cónyuge o de un hijo, de la guerra. El camino de salida —se ha dicho— es siempre y solo el amor; un amor más fuerte que la muerte.

Pero el amor humano es una realidad frágil e insidiada: explícita o implícitamente lo han reconocido todos. Para sobrevivir sin esterilizarse, tiene necesidad de trascenderse. Sólo un amor que se encuentra con Dios puede evitar el riesgo de perderse a lo largo del camino. Desde diversos ángulos, cuantos han hablado nos han dado testimonio de la importancia decisiva que ha tenido en su vida el diálogo con Dios, la oración. En las vicisitudes de cada uno ha habido momentos en los que sólo a través del rostro de Dios ha sido posible descubrir de nuevo los auténticos rasgos del rostro de la persona querida.

He aquí algunas de las bellísimas cosas que nos han dicho hoy estos hermanos y hermanas nuestros. Les damos las gracias porque, ahora, después de haberles escuchado, nos sentimos más ricos. Somos plenamente conscientes, en efecto, de que tenemos que aprender mucho de quien está tratando de vivir con coherencia las riquezas insondables de un sacramento. En la línea de los testimonios que acabamos de escuchar quiero expresar ahora como siguiendo un diálogo, algunos pensamientos míos.

3. Y ante todo me urge decir: es necesario devolver la confianza a las familias cristianas. En la tempestad en que se halla, puesta como está bajo acusación, la familia cristiana se encuentra cada vez más frecuentemente tentada por el desaliento, por la desconfianza en sí misma y por el temor. Por tanto, debemos decirle, con palabras verdaderas y convincentes, que tiene una misión y un lugar en el mundo contemporáneo y que, para cumplir esta misión, cuenta con formidables recursos y valores imperecederos.

Estos valores son, ante todo, de orden espiritual y religioso: hay un sacramento, un "sacramentum magnum", en la raíz y en la base de la familia, el cual es signo de una presencia operante de Cristo resucitado en el seno de la familia, así como es igualmente fuente inagotable de gracia.

513 Pero estos valores son también de orden natural: iluminarlos cuando se oscurecen, reforzarlos cuando se debilitan, y encenderlos de nuevo cuando están casi apagados, es un noble servicio que se presta al hombre. Estos valores son el amor, la fidelidad, la mutua ayuda, la indisolubilidad, la fecundidad en su significado más pleno, la intimidad enriquecida por la apertura hacia los otros, la conciencia de ser la célula originaria de la sociedad, etc.

La familia es depositaría y transmisora privilegiada de estos valores. La familia cristiana lo es por un título nuevo y especial. Estos valores la afianzan más en su ser y la hacen dinámica y eficaz en el conjunto de la comunidad a todos los niveles. Pero es necesario que la familia crea en estos valores, los proclame impávidamente y los viva serenamente, los transmita y los propague.

4. Mi segundo pensamiento es éste: así como la "pasión" de la familia en las condiciones de nuestro mundo contemporáneo se extiende y asume aspectos diversos (lo hemos visto bien, escuchando los testimonios), igualmente debe ser universal la "compasión" por la familia.

¿De qué padece, pues, la familia cristiana hoy? Ciertamente, sufre en los países pobres y en las zonas pobres de los países ricos, sufre graves daños debidos a situaciones desagradables de trabajo y de salarios, de higiene y de casas, de alimentación y de educación... Pero no es el único este sufrimiento: la familia, incluso en la abundancia de bienes, jamás está al abrigo de otras dificultades. La dificultad que viene de la insuficiente preparación para las altas responsabilidades del matrimonio; la de la incomprensión entre los miembros de la familia, que pueden llevar a graves fracturas; la de las desviaciones, bajo varias formas, de uno o más hijos: etc.

Ningún hombre, ningún grupo humano, por sí solo, puede poner remedio a estos diversos sufrimientos. Esto requiere el interés de todos: la Iglesia, el Estado, los cuerpos intermedios, los diversos grupos humanos están llamados, respetando la personalidad de cada uno, a un servicio eficaz de la familia. Sobre todo es necesario el interés de cada uno de los esposos y, por esto, es preciso esperar ardientemente que el marido y la mujer tengan o se esfuercen en tener, desde el comienzo, la misma visión sobre los valores esenciales de la familia.

5. Mi tercer pensamiento se refiere a la familia cristiana y a la ayuda pastoral que la Iglesia le debe.

Mientras escuchaba, hace poco, los diversos testimonios, me ha impresionado no sólo el contenido de ellos y la demanda especial que de ellos provenía, sino también me ha impresionado el hecho de que estos testimonios y demandas venían todas de laicos, de maridos y mujeres cristianos que viven realmente la vida familiar. Este factor es significativo en la actual acción pastoral de la Iglesia respecto a la familia.

A este propósito, no puedo por menos de recordar la importancia de los Movimientos familiares: son numerosos y florecientes, y en el siglo actual son uno de los signos de la vitalidad indefectible y de la creatividad pastoral de la Iglesia. Un aspecto esencial de estos Movimientos es el hecho de que son principio activo para el perfeccionamiento interior de muchas familias en los diversos niveles de la vida familiar; y al mismo tiempo constituyen centros dinámicos de impulso apostólico.

Hay que estar agradecidos a estos Movimientos por todo lo que hacen en favor de la familia. Hay que alegrarse por el interés que ponen para ampliar sus horizontes con miras a un servicio que será cada vez más válido, cada vez más inteligente, cada vez más en armonía con las realidades complejas y los problemas de nuestro tiempo. A pesar de ello, se debe expresar la esperanza de que los Movimientos familiares no decaerán en su inspiración fundamental —inspiración que es también su carisma y por esto su fuerza— para evitar un servicio genérico e indiscriminado. Una preocupación social y legítima no debe hacer que estos Movimientos caigan en una sociología falsa, que los vaciaría del contenido pleno que les es propio mientras sean verdaderos Movimientos eclesiales.

Para ser completamente eficaces, todos los Movimientos familiares deben considerar esa estructura fundamental de la Iglesia, que es la parroquia, e integrarse en ella. A este respecto, también es útil recordar lo que dije el año pasado en el contexto de la catequesis: "La parroquia sigue siendo una referencia importante para el pueblo cristiano" (Catechesi tradendae
CTR 67). A través de su actividad pastoral coordinada, la parroquia está totalmente orientada hacia el bien de la familia; y hacia su bienestar. A su vez, la familia está llamada a sostener a la parroquia en su misión esencial de construir el Reino de Dios llevando la Palabra de Dios a la vida de todos.

Al ofrecer mi aliento y ayuda a todos los que en las diversas parroquias del mundo colaboran para promover la atención pastoral de las familias, manifiesto la esperanza de que todos sabrán aprovechar la ayuda que la parroquia da a las familias, y ruego para que cada parroquia se constituya como verdadera familia, unida y rica de amor.

514 6. Un último pensamiento me lleva a una dimensión invisible, no traducible en números, pero que hay que considerar entre las más importantes, si no la más importante de la realidad familiar. Me refiero —lo habéis adivinado ya— a la espiritualidad familiar. Hacia este punto de referencia deberían converger siempre todas las consideraciones sobre la familia cristiana como hacia la propia raíz y el propio vértice. En efecto, la familia cristiana, nace de un sacramento —el del matrimonio— que, como todos los sacramentos, es una desconcertante iniciativa divina en el corazón de una existencia humana. Por otra parte, una de las finalidades de este sacramento es la de construir con células vivas el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La familia se comprende solamente en el campo de atracción de estos dos polos: una llamada de Dios que compromete a cada uno de los cristianos que la componen, la respuesta de cada uno en la gran comunidad de fe y de salvación, peregrina hacia Dios.

No obstante, todo esto una familia cristiana lo encarna y vive en el contexto de elementos que son específicos precisamente de la realidad familiar: el amor humano entre los esposos y entre padres e hijos, la comprensión mutua, el perdón, la ayuda y el servicio recíprocos, la educación de los hijos, el trabajo, las alegrías y sufrimientos... Todos estos elementos, dentro del matrimonio cristiano, están envueltos y como impregnados por la gracia y por la virtud del sacramento y se convierten en camino de vida evangélica, búsqueda del rostro del Señor, escuela de caridad cristiana.

Existe pues una forma específica de vivir el Evangelio en el marco de la vida familiar. Aprenderla y actuarla es vivir plenamente la espiritualidad matrimonial y familiar. La hora de prueba y de esperanza que está viviendo la familia cristiana exige que un número cada día mayor de familias descubran y pongan en práctica una sólida espiritualidad familiar en medio de la trama cotidiana de la propia existencia. El esfuerzo llevado a cabo por los esposos cristianos que, dentro o fuera de los Movimientos familiares, tratan de difundir bajo la guía de ilustrados Pastores, las líneas maestras de una verdadera espiritualidad matrimonial y familiar, es como nunca necesario y providencial. La familia cristiana tiene necesidad de esta espiritualidad para encontrar su equilibrio, su plena realización, su serenidad, su dinamismo, su apertura a los demás, su alegría y su felicidad.

Las familias cristianas tienen necesidad de alguien que les ayude a vivir una auténtica espiritualidad. El hecho de que el actual Sínodo se preocupe también de esta dimensión constituye la alegría de todos nosotros.

7. Estas son algunas consideraciones que anidan en mi corazón de un modo especial. Os las confío a vosotros y os invito a seguir profundizando en ellas mediante la reflexión personal y en el coloquio común con vuestros cónyuges. Asimismo os invito también a sacar las correspondientes deducciones tanto para vosotros mismos como para vuestra vida matrimonial y familiar. Sed conscientes de que, como familias cristianas, nunca estáis solos o abandonados ni en vuestras alegrías ni tampoco en vuestros apuros y dificultades. En la gran comunidad de creyentes otras muchas familias caminan a vuestro lado, vuestros párrocos y obispos están con vosotros por mandato de Cristo, y también el Papa piensa en vosotros con infatigable preocupación pastoral y reza por vosotros en el amor del Señor.

En esta amplia comunidad fraternal de la Iglesia saludo por ello en vuestras personas a todos los matrimonios y familias de vuestros respectivos países, que no han podido participar personalmente en este día de la familia. Estamos seguros de que también ellos, individual y familiarmente, han tomado parte en la oración mundial de la Iglesia en este día, oración por la familia. Aquí, en el centro de la cristiandad, nosotros hemos rezado también por ellos, por las familias de todo el mundo. Tan estrechamente nos sentimos unidos a ellas. Y desde aquí imploramos, tanto para esas familias como para todas las aquí representadas, la especial protección y favor de Dios.

8. En el encuentro excepcional de hoy, caracterizado por la dimensión de un testimonio ante Dios, dado a la Iglesia y al mundo, sobre la familia cristiana y su misión en el mundo contemporáneo, participan también numerosas familias de mi patria. Y esto es para mí motivo de particular alegría. Os doy la bienvenida y os saludo a lodos cordial-mente junto a la tumba de San Pedro, en el corazón de la Iglesia. En vosotros, aquí presentes —y por medio de vosotros— saludo a cada una de las familias polacas, tanto si están en la patria, como más allá de sus fronteras: a cada padre, a cada madre, a cada niño que es la esperanza y el porvenir del mundo y de la Iglesia. Llevad este saludo y mi bendición a los umbrales de cada casa, a cada familia. Y llevad también esta experiencia, este testimonio de la familia que habéis dado aquí en Roma y los que la Iglesia da sobre la familia.

De Roma, del presente Sínodo de los Obispos y de todo lo que vivís en el curso de estos días, sacad la convicción, la confianza y la certeza de que es un derecho-deber de la Iglesia cultivar y poner en práctica su doctrina en la orientación pastoral sobre el matrimonio y la familia.

La Iglesia no trata de imponer a nadie esta doctrina y orientación, pero está dispuesta a proponerlas libremente y a tutelarlas como punto de referencia irrenunciable para quien se gloría del título de católico y quiere pertenecer a la comunidad eclesial.

La Iglesia, pues, cree que debe proclamar sus convicciones sobre la familia, segura de prestar un servicio a todos los hombres. Traicionaría al hombre si callase su mensaje sobre la familia. Estad, pues, seguros de sembrar el bien cada vez que anunciáis con libertad, humildad y amor la Buena Nueva sobre la familia.

Que vuestras familias sean fuertes con la fortaleza de Dios; que las guíen la ley divina, la gracia y el amor; que en ella y por ellas se renueve la faz de la tierra.

515 Renuevo a todos mi saludo e imparto a todos de corazón mi bendición.






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