Discursos 1980 293


VISITA PASTORAL A PARÍS Y LISIEUX


A LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD MUSULMANA


Sábado 31 de mayo de 1980



Es un gran placer para mí poder dirigir hoy mi saludo a vosotros musulmanes, hermanos nuestros en la fe en el único Dios. En vosotros saludo también a todos vuestros hermanos y hermanas que viven igualmente en este país.

Si el motivo que os ha impulsado a dejar vuestras patrias respectivas, sea el trabajo o el estudio, da a vuestra decisión un carácter de dignidad incontestable, no es menos cierto que vuestra condición de emigrados plantea en vosotros, como en este país que os acoge, importantes problemas sociales, culturales y religiosos.

Estoy enterado de los grandes esfuerzos que se han llevado a cabo para comprender vuestros problemas y buscar soluciones satisfactorias. Pienso ahora en concreto en las numerosas organizaciones socio-profesionales y culturales sensibles a vuestra situación, como a la de tantos otros emigrados que viven en Francia.

También la Iglesia es consciente de ello. Quisiera mencionar únicamente dos iniciativas emprendidas por ella: la Declaración conciliar del 28 de octubre de 1965, en la que afirmó su voluntad, no sólo de buscar el diálogo con el Islam, sino de "promover incluso, en el conjunto de toda la humanidad, la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad", y la creación, el 19 de mayo de 1964, del "Secretariado para los No Cristianos". Yo mismo he reafirmado recientemente esta voluntad de la Iglesia, durante mi viaje a África, mediante los encuentros con los representantes del Islam en Nairobi y en Acra. Una tal preocupación, a nivel de Iglesia universal, encuentra una expresión más próxima a vosotros en el "Secretariado para las relaciones con el Islam", organizado por la Iglesia en Francia.

Ciertamente, no todos vuestros problemas están resueltos, lo sé, como tampoco están los de otros trabajadores en el mundo ni los de numerosos cristianos que viven y trabajan en un cierto número de países musulmanes. Pero estamos convencidos de que la buena voluntad, el esfuerzo sincero de comprensión y la búsqueda común de soluciones en un deseo auténtico de conciliación pueden, con el auxilio del Dios único en el que todos creemos, ayudarnos a encontrar las soluciones satisfactorias.

Nuestro ideal común es una sociedad en la que los hombres se consideren todos como hermanos que caminan a la luz de Dios luchando por el bien.

Os agradezco sinceramente vuestra presencia.









VISITA PASTORAL A PARÍS Y LISIEUX


A LOS RESPONSABLES DE LOS MOVIMIENTOS DE APOSTOLADO


DE LOS LAICOS


294

Sábado 31 de mayo de 1980



Queridos amigos:

1. Me complace mucho encontrarme esta tarde con los responsables nacionales de los Movimientos de apostolado de los laicos. Además de los aquí presentes, reciban mi saludo cordial y mis palabras de aliento todos los miembros de vuestras Asociaciones y sus consiliarios.

Como aparece claramente por vuestra mera presentación, el apostolado de los laicos en Francia florece con una grandísima variedad. Yo sé que no es solamente el estilo típicamente cartesiano de distinguir los diversos aspectos de las cosas lo que impulsa en este sentido a vuestros compatriotas; sino más bien la preocupación por corresponder lo mejor posible, tanto a las tareas específicas de la Iglesia como a las situaciones de vida y de edad o a los diversos ambientes sociales y profesionales. De ese modo la revisión de vida puede ganar en precisión y la acción en eficacia profunda. Reconozco en ello un signo de dinamismo y de riqueza y os felicito por ello.

2. Aunque cada Movimiento persigue su objetivo, con métodos propios, en su sector o en su ambiente, sigue siendo, sin embargo, importante tomar conciencia de vuestra complementariedad y establecer vínculos, entre los diversos Movimientos; no solamente una estima mutua, un diálogo, sino una cierta armonía e incluso una real colaboración. Os sentís animados a ello en nombre de vuestra fe común, en nombre de vuestra común pertenencia al Pueblo de Dios, y más concretamente a la propia Iglesia local, en nombre de las mismas perspectivas esenciales del apostolado, de cara a los mismos problemas que afrontan la Iglesia y la sociedad. Sí; es conveniente tomar conciencia de que la especialización de vuestros Movimientos permite generalmente abarcar en profundidad un aspecto de las realidades, pero requiere también otras formas complementarias de apostolado. Y además nunca debéis olvidar , que, en muchas de vuestras asociaciones, hay todo un pueblo de bautizados, de confirmados, de fieles "practicantes" que, sin estar inscritos en un movimiento, cumplen personalmente un real apostolado de cristiano, un apostolado de Iglesia, en sus familias, en sus pequeñas comunidades, especialmente en sus parroquias, con su ejemplo y dedicándose a múltiples tareas apostólicas. ¿Cómo no mencionar aquí el hermoso servicio de la catequesis al que tantos laicos en Francia consagran una parte de su corazón y de su tiempo y que necesita, por lo demás, una continua formación? En una palabra, la acción de vuestro Movimiento se sitúa en el conjunto; y sé que muchos de entre vosotros se preocupan, por su parte, de buscar ocasiones de encuentro con los otros Movimientos o con los otros cristianos comprometidos en el apostolado; por ejemplo, a nivel de parroquias, a nivel diocesano —el Consejo pastoral debería contribuir a ello—-; y en el plano nacional, ¿no es esa precisamente una de las funciones del Secretariado del Apostolado de los laicos? En todo caso, esta noche se nos presenta una ocasión maravillosa para reunir en vuestras personas una gran parte del laicado organizado y es un símbolo de vuestra vocación para trabajar unidos, para vivir la comunión.

3. Al no poder, lamentablemente, dirigir una exhortación especial a cada Movimiento o grupo de Movimientos, voy a contentarme con subrayar algunas perspectivas que forman parte integrante de los fundamentos y orientaciones de cualquier asociación de cristianos: vuestra vocación de laicos, vuestra obra de evangelización, vuestra identidad católica, vuestra pertenencia eclesial, vuestra oración.

Y ante todo, ¿hace falta repetiros hasta qué punto la Iglesia —y el Papa en su nombre— cuenta con vuestro apostolado de laicos? La obra que os corresponde propiamente en la Iglesia, es esencial; nadie puede reemplazaros en ella, ni los sacerdotes, ni las religiosas, a quienes, como bien sabéis, no dejo de estimularles en su tarea específica. Predicadores y educadores de la fe, los sacerdotes están ahí para ayudaros a impregnar vuestra vida del espíritu del Evangelio y para unir la ofrenda espiritual de vuestra vida a la de Cristo; su papel es indispensable y vosotros debéis preocuparos también, con gran interés, por las vocaciones sacerdotales. Por su parte, los religiosos y las religiosas están ahí para dar testimonio de las bienaventuranzas y del amor exclusivo a Cristo. Yo les pido que actúen como sacerdotes, como religiosos; y vosotros debéis actuar como auténticos laicos responsables, a lo largo de las jornadas, de tareas familiares, sociales y profesionales, en las que encarnáis la presencia y el testimonio de Cristo procurando hacer de este mundo y de sus estructuras un mundo más digno de los hijos de Dios. Así, desarrolláis como cristianos toda vuestra capacidad de hombres; y lo mismo las mujeres, que tienen una magnífica función que realizar hoy en el apostolado, con todos los recursos de su feminidad, en un mundo donde están adquiriendo cada vez más su sitio y sus responsabilidades. En una palabra, todos participáis en la misión de la Iglesia, en su misión profética, sacerdotal, y regia, en virtud de vuestro bautismo y vuestra confirmación.

Felizmente, el Concilio Vaticano II ha puesto de relieve vuestra "vocación de laicos", articulándola en el camino del conjunto del Pueblo de Dios. No hace falta que os cite la Constitución Lumen gentium (nn. 30-58), ni el Decreto Apostolicam actuositatem, que deben quedar como la carta magna de vuestros derechos y deberes en la Iglesia.

En Cracovia, trabajamos conjuntamente en Sínodo, durante dos años, con los laicos, para asimilar y vivir mejor el Concilio. Yo fui también, por bondad de Pablo VI, miembro del Pontificio Consejo para los Laicos. Y en Roma, procuro encontrar tiempo para recibir lo más posible a grupos de laicos.

Me he permitido insistir sobre vuestra función, función indispensable, de la que vosotros estáis bien persuadidos y en la que, probablemente, vuestros Movimientos desarrollan su vitalidad con frutos alentadores. Pero sé las dificultades que encuentra hoy vuestro apostolado. Provienen del mundo que queréis evangelizar ,y que está marcado por la secularización, incluso diríamos que por la incredulidad, así como por la debilitación del sentido moral, sin contar con los agudos problemas que plantean ciertas condiciones de vida y los cambios sociales. Pero las dificultades pueden también afectar a vuestros propios Movimientos y a sus miembros, a causa, por ejemplo, del aumento de la indecisión para comprometerse en estos tiempos, o también porque ciertos Movimientos han conocido desalientos y desviaciones, quizá, porque habían descuidado uno de los elementos de que voy a hablaros. Pero, a pesar de todo ello, el apostolado organizado en que estáis comprometidos aun sin quitar sitio a otras formas de apostolado, sigue siendo hoy día un instrumento cuya importancia para la evangelización nadie debe infravalorar.

4. La evangelización es, en efecto, el objetivo común de todos vuestros Movimientos. Es, por definición, el hilo conductor de vuestros programas de Acción Católica o de Movimientos de espiritualidad; pero igual puede decirse de los Movimientos cristianos de actividades culturales y de los Movimientos socio-caritativos, ya que se trata, en fin de cuentas, de realizar obras de educación cristiana, o de testimoniar el amor de Dios y formar los corazones en la caridad.

295 Toda la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, de mi predecesor Pablo VI, explica magníficamente el sentido y los caminos de la evangelización. Habéis sido llamados a ser testigos de la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo, a contribuir a la conversión de la conciencia personal y colectiva de los hombres. Así, os permitís vivir en Iglesia —lo que supone testimonio de vida, anuncio explícito, catequesis, vida sacramental y comunitaria, educación para el compromiso cristiano— y, por otra parte, impregnáis de valores evangélicos el mundo, en la perspectiva del Reino de Dios. Vuestro apostolado anuncia, por tanto, a Jesucristo en el corazón de la vida familiar, profesional, social y política; orienta los esfuerzos que se hacen para crear mejores condiciones de vida, más conformes a la justicia, a la paz, a la verdad, a la fraternidad. Pero el testimonio de vuestros Movimientos no puede confundirse con una obra técnica, económica o política. Tiende, en efecto, a "renovar la misma humanidad... (y) no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio" (Evangelii nuntiandi EN 18), según la justicia, la paz y el amor de Cristo.

5. Esta misión sublime y exigente requiere que los miembros de vuestros Movimientos fortalezcan incesantemente su identidad cristiana y católica, sin la cual no podrían ser los testigos de que hemos hablado. Ciertamente, el diálogo apostólico supone el esfuerzo de mirar y analizar con atención las realidades vividas por nuestros contemporáneos; pero al mismo tiempo exige siempre un discernimiento crítico para separar el trigo de la cizaña. El diálogo apostólico invita a reconocer las piezas de engranaje e incluso los signos del Espíritu Santo que operan en el corazón de las personas; pero ello supone precisamente la mirada de una fe profunda y el cuidado de una purificación y de una revelación plena. Por eso, apruebo vivamente todos los esfuerzos que hacen vuestros Movimientos para fomentar una fe más profunda —gracias a una reflexión doctrinal sobre Cristo, la Iglesia, el hombre redimido por Cristo—, y una verdadera búsqueda espiritual. Porque, en definitiva, el diálogo apostólico parte de la fe y supone una identidad cristiana firme. Y esto es tanto más necesario, como os demuestra la experiencia, cuanto que vuestra actividad apostólica os lanza a un mundo más secularizado, las cuestiones que se plantean son más delicadas, quienes se ofrecen hoy a militar en los Movimientos están, pese a su gran generosidad, menos seguros de su fe, menos sostenidos por las estructuras cristianas, más sensibles a las ideologías extrañas a la fe.

6. No podéis fortalecer vuestra identidad católica sin fortalecer vuestra pertenencia al Pueblo de Dios, con sus consecuencias prácticas. Esto significa tener conciencia de que todo nuestro ser cristiano nos viene por la Iglesia: fe, vida divina, sacramentos, vida de oración: que la experiencia secular de la Iglesia nos alimenta y nos ayuda a marchar por caminos a veces nuevos; que el Magisterio ha sido dado a la Iglesia para garantizar su autenticidad, su unidad y su marcha coherente y segura. Y antes todavía que esto, yo quisiera que vuestros laicos aprendiesen a amar a la Iglesia como a una madre, que se sientan felices y orgullosos de ser sus hijos y miembros activos de ella. Como os decía al principio, el Espíritu de la Iglesia debe haceros buscar el diálogo y la colaboración con las otras Asociaciones, con el conjunto del Pueblo de Dios, del que ya no podéis separaros y a cuyo servicio estáis. Por otra parte, os he exhortado a asumir vuestra responsabilidad de laicos la cual se articula necesariamente con la del sacerdote que debe conservar su puesto en vuestros equipos, como sacerdote, como signo de Cristo que es la Cabeza, participando en su mediación, y signo también de la Iglesia que rebasa siempre la vida del equipo o del Movimiento.

Al mismo tiempo, como responsables nacionales en el vértice de vuestros Movimientos, sabed conjugar la unidad del programa y de la acción con la flexibilidad que os permita una acción adecuada y responsable a todos los niveles. Sobre todo, vuestros Movimientos deben tener a gala el entrar en las perspectivas de la Iglesia local, de la Iglesia universal, mediante vuestra comunión confiada con vuestros obispos y con el Sucesor de Pedro. Yo sé —y lo aprecio— que a nivel nacional ese vínculo se manifiesta especialmente con los obispos de las comisiones episcopales especializadas en vuestros problemas.

7. Termino. exhortándoos a que seáis hombres y mujeres de oración. Porque es el Espíritu de Dios quien debe ser el alma de vuestro apostolado, impregnar vuestros pensamientos, vuestros deseos, vuestros actos, purificarlos, elevarlos. Los laicos están llamados, al igual que los sacerdotes y los religiosos, a la santidad; la oración es el camino privilegiado para llegar a ella. Y además, tenéis múltiples, ocasiones de dar gracias e interceder por todos los que os rodean. He sabido, con gran satisfacción, que hay en Francia una verdadera renovación de la oración que se traduce, entre otras cosas, en la floración de grupos de oración, pero que afecta también, así lo espero, a la vida de vuestros Movimientos. ¡Dios sea loado! Que la Virgen María acompañe siempre el apostolado que realizáis en nombre de su Hijo. Por mi parte, expresándoos mi confianza y mi gozo, os bendigo de todo corazón, así como a todos los miembros de vuestros Movimientos y a vuestras familias.

"Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".





VISITA PASTORAL A PARÍS Y LISIEUX

ENCUENTRO INFORMAL CON REPRESENTANTES DE LA JOC

Y OBREROS Y JÓVENES DE LA ACCIÓN CATÓLICA



Saint-Denis

Sábado 31 de mayo de 1980



Los sacerdotes obreros que trabajan con vosotros saben bien cuán importante es este momento de vuestra vida y este aspecto y finalidad de su apostolado. Habría muchos temas de que hablar; pero creo que entre todas las cuestiones, la fundamental es el hombre; el hombre con su dignidad, vocación y destino. Y por esto tenemos necesidad de Cristo, porque en este sentido El nos da respuesta total y apropiada. Puede decirse que esta respuesta supera a veces la capacidad y aptitud de las personas, pero siempre es respuesta total. Quisiera animaros a seguir adelante, a continuar poniendo a Jesucristo en el centro de la fe, de vuestro testimonio, de vuestro amor, luchas y preocupaciones. Seguid adelante teniendo siempre como punto de referencia al hombre en el pleno sentido de esta palabra; como el Hijo de Dios que vino a la tierra y se hizo hombre, uno de nosotros, para decirnos cuál es la verdadera dignidad de cada uno y hacernos captar esta dignidad. Os lo repito, ¡adelante! Y que Cristo mismo sea la luz de vuestras reuniones, reflexiones y solidaridad. Jesucristo es solidario con cada hombre, con nuestra humanidad, con cada persona humana. Procurad imitarle y seguir su ejemplo, y ser solidarios con los hombres, con vuestros hermanos y hermanas que a lo mejor no conocen a Jesús; con los que comienzan a conocerle, con los que ya lo conocen pero deben aumentar este conocimiento. Es este conocimiento precisamente, la respuesta total a la problemática de nuestra vida; nuestra vida tiene sentido gracias a esta respuesta. Adelante, adelante, y que Jesús está siempre entre vosotros, con vosotros, en medio de vosotros. Os deseo que su luz esté siempre en vuestras comunidades y familias. Os deseo que os hagáis apóstoles, pues como decía Cardjin: "Son los obreros y los jóvenes quienes deben ser apóstoles de los obreros y de los jóvenes". Esto os deseo y esto es lo que mi presencia quería testimoniar".





: Junio de 1980



VISITA PASTORAL A PARÍS Y LISIEUX


A LOS PROFESORES Y ALUMNOS


DEL INSTITUTO CATÓLICO DE PARÍS


Domingo 1 de junio de 1980



Señor rector:

296 1. Agradezco vivamente sus palabras de bienvenida y a todos los que esta mañana me rodean agradezco también desde lo profundo del corazón esta acogida que conmueve mis entrañas. Al mismo tiempo, dirijo mi saludo más cordial tanto a usted como a las altas personalidades que han respondido generosamente a su invitación y que honran esta reunión con su presencia. Saludo igualmente a todos los miembros de la comunidad universitaria, cuyo encuentro en este lugar —heredero de la más prestigiosa tradición universitaria— resulta particularmente grato para mí. En un ambiente tan evocador y cargado de historia, ustedes me permiten —estoy seguro—, monseñor, señoras y señores, recuperar mi espíritu de antiguo profesor y dirigirme en especial a aquellos por quienes el Instituto Católico existe: a sus estudiantes.

2. Queridos amigos: Vuestra situación aquí, en París, invita a reflexionar sobre las razones profundas de vuestra propia presencia en este Instituto. El mundo universitario parisiense, ilustre por tantos motivos, ¿no se destaca quizás por su competencia en todos los órdenes, literarios y científicos? ¿En cuántos centros no podríais encontrar, junto con el saber, el amor a la verdad, fundamento de esa libertad intelectual sin la cual en ninguna parte puede haber ni espíritu universitario ni universidad digna de tal nombre?

Sin embargo, el magnífico desarrollo de la ciencia en la época moderna tiene también sus debilidades, entre las que la menor no es ese apego casi exclusivo a las ciencias de la naturaleza y a sus aplicaciones técnicas. El mismo humanismo, ¿no es verdad que se reduce con demasiada frecuencia a estudiar apasionadamente los grandes testimonios del pasado sin descubrir sus raíces? Incluso las ciencias humanas, descubrimiento capital de nuestro tiempo, llevan también en sí mismas, a pesar de los horizontes que nos abren, los límites inherentes a sus modelos metodológicos y a sus propios presupuestos.

Por otra parte, ¿cuántas personas no van tras la búsqueda de una verdad capaz de unificar su vida? Es una búsqueda entusiasmante, incluso cuando el reclamo de los valores fundamentales inscritos en lo más profundo del ser se encuentra como ahogado por la influencia del ambiente; es una búsqueda a menudo ansiosa: al igual que los atenienses a quienes se dirigía San Pablo, es "a tientas" como muchos buscan ese Dios que nosotros anunciamos. Se trata de una realidad tanto más evidente cuanto que las convulsiones de nuestra época nos revelan con claridad, y de muchas maneras, el fracaso cada vez más patente de todas las formas de eso que se ha podido llamar "humanismo ateo".

3. No creo, pues, engañarme diciendo que los estudiantes piden al Instituto Católico de París, junto a los diversos conocimientos que aquí se les imparte y precisamente a través de ellos, el acceso personal a otro orden de verdad, a una verdad total sobre el hombre, inseparable de la verdad sobre Dios tal como El nos la ha revelado, puesto que esa verdad no puede venir más que del Padre de las luces, del don del Espíritu Santo, del que el Señor nos aseguró que habría de llevarnos a la verdad completa.

Por tanto, aunque vuestro Instituto se haya distinguido también dentro del mundo universitario por los trabajos de hombres eminentes en las diversas ramas del saber, no es la ciencia en cuanto tal la que justifica en principio vuestra pertenencia al Instituto Católico, sino la luz que él contribuye a aportar sobre vuestras razones de vivir. En este campo todo hombre tiene necesidad de certeza. Nosotros, los cristianos, la encontramos en el misterio de Cristo, que es —según sus propias palabras— nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. El es quien está al inicio de nuestra búsqueda espiritual; él es el espíritu que la anima; él será también su meta. Conocimiento religioso y progreso espiritual van pues, a la par, y de este caminar interior, propio de quien busca a Dios, San Agustín nos dejó una fórmula insuperable: "Fecisti nos ad Te, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te".

4. No dudo, queridos amigos, queridos estudiantes, de encontrar aquí vuestras convicciones más íntimas, evocando así las razones de vuestra presencia. Me gustaría, sin embargo, subrayar el papel específico e insustituible de vuestro Instituto, y —dirigiéndome a vosotros— estoy pensando también en las Universidades Católicas de Francia, representadas aquí por sus rectores, así como en los Institutos análogos. Su tarea propia es la de iniciaros en la búsqueda intelectual, respondiendo a vuestra sed de certeza y de verdad. Ellos os permiten unificar existencialmente, en vuestro trabajo intelectual, dos tipos de realidades, a las que frecuentemente se ha intentado presentar en oposición como si fueran antitéticas: la búsqueda de la verdad y la certeza de conocer ya la fuente de esa verdad.

Este esbozo demasiado rápido será suficiente para subrayar la importancia que yo doy a toda la enseñanza católica en general, en sus diversos niveles, y en particular al pensamiento universitario católico de hoy. El ambiente católico que vosotros deseáis se sitúa mucho más allá de un simple clima exterior circundante. Implica la voluntad de una formación sobre el mundo desde una perspectiva cristiana; implica un modo particular de captar la realidad y de concebir todos vuestros estudios, tan dispares como ellos sean. Hablo aquí, lo entendéis perfectamente, de una perspectiva que traspasa los límites y los métodos de las ciencias particulares para llegar a la comprensión que debéis tener de vosotros mismos, de vuestro papel en la sociedad, del sentido de vuestra vida.

5. En el conjunto de la comunidad universitaria, los estudios filosóficos y teológicos especializados tienen la primacía. Es normal que ellos sean el corazón del Instituto. También es normal y necesario que estas secciones se distingan por la seriedad de su trabajo, de sus investigaciones y de sus publicaciones. ¡Cuánto me alegro de ver que la enseñanza teológica se dirija igualmente a estudiantes laicos, cada vez más numerosos, ofreciéndoles la posibilidad de una formación cristiana a la altura de su cultura y de sus responsabilidades profesionales! Porque, ¿qué buscáis aquí, queridos amigos, sino la verdad de la fe? Ella es la que inspira el amor a la Iglesia, a la que el Señor la ha confiado; ella es también la que exige, en virtud de su existencia interna, la adhesión convencida y fiel al Magisterio, el único a quien se le ha otorgado la tarea de interpretar la Palabra de Dios escrita y transmitida (cf. Dei Verbum
DV 10), así como la de definir la fe conforme a esa revelación (cf. Lumen gentium LG 25). Toda obra teológica está al servicio de la fe. Yo sé que es un servicio particularmente exigente y meritorio cuando se lleva a cabo así: ocupa un lugar central en la Iglesia y de su calidad depende la autenticidad cristiana de los mismos investigadores, de los estudiantes y, por fin, de las futuras generaciones.

¡"Que la fe piense", según la expresión admirable de San Agustín! En París, desde antiguo, estáis viviendo esa efervescencia del pensamiento, que puede ser tan creadora, como la mostró Santo Tomás con brillantez en vuestra antigua Universidad, donde él fue, antes que el modelo de los profesores, el modelo de los estudiantes. Hoy, como entonces, hay que construir sobre el fundamento firme de la fidelidad; hay que hacerlo con vigor renovado, pero tomando siempre como base el Evangelio, inagotable en su eterna novedad, y la doctrina claramente formulada por la Iglesia.

6. Este es el compromiso pastoral del Instituto Católico. Pienso, en primer lugar, en los laicos que se aprovechan de su enseñanza. Me alegro de veros tan numerosos y de nacionalidades tan diversas. Entre vosotros vuelvo a encontrar un poco del África, que ahora me es todavía más querida; de América Latina, tan fuertemente representada aquí, hacia la cual me dirigiré bien pronto. No puedo enumerar todos vuestros países, pero a todos os doy mi saludo afectuoso. Queridos amigos, deseo que vuestros estudios en el Instituto Católico os permitan formaros una conciencia profundamente cristiana y eclesial.

297 Me alegro también de saber que la vida de oración florece entre vosotros. ¿No es ella como el brote espontáneo del conocimiento del Señor? Que, con su gracia, pueda ir robusteciéndose cada vez más. Vosotros sin embargo, no podréis progresar si no os planteáis un día, en su más amplio sentido, la siguiente cuestión: "¿Cómo vivir yo para Cristo?". Es una interrogación inseparable de la toma de conciencia personal sobre las exigencias de una vida auténticamente cristiana. Una interrogación tal madura lentamente y sólo paso a paso desarrolla su fuerza vital. Pero ella contribuye de manera decisiva a orientar vuestra vida familiar y profesional de acuerdo con vuestras convicciones cristianas, que ratifica vuestra presencia aquí. En este momento de transcendental importancia, en el que orientáis interiormente vuestra vida, yo ruego por todos vosotros, por todos y todas que me escucháis, para que sepáis acoger esa interrogación cuando ella se haga más urgente e inmediata: "¿Qué debo hacer yo para el Señor?" ¡Que El mismo pueda inspiraros la respuesta!

Con esto he abordado ya el tema de vuestras responsabilidades. Siendo los primeros beneficiarios de la formación que recibís, no podéis ignorar cuál es el compromiso que con ella adquirís. Monseñor d'Hulst, fundador del Instituto Católico hace ya más de un siglo, decía que había sido establecido "para depositar un fermento cristiano en el mundo que piensa". Esto comporta para vosotros ciertas obligaciones en el presente y en el futuro, en vuestros propios países e incluso más allá de vuestras fronteras.

7. Acabo de hacer una alusión a la llamada del Señor. Ahora me dirijo a los sacerdotes, a los seminaristas, a los religiosos y religiosas que continúan aquí su formación. Sabed que ocupáis un lugar importante en mi corazón y en mi oración. Preparaos con entusiasmo a la tarea evangelizadora que os espera. En Francia, la Iglesia ha sido durante largo tiempo una Iglesia misionera, anticipando con ello las orientaciones del Concilio Vaticano II. Sin remontarnos demasiado al pasado, esta actividad misionera explica suficientemente la gloria del último siglo, un siglo espléndido, en el que el dinamismo de la fe, lejos de dejarse abatir por la amplitud de la tarea, florece en un multitud de familias cristianas, de vocaciones sacerdotales y religiosas, de instituciones de toda índole que han sabido traspasar largamente las fronteras del país. Durante los días que he vivido entre las Iglesias tan pujantes del África, he sido testigo asombrado de las cosechas que se presentan, fruto del trabajo oscuro y perseverante al que tantos misioneros han consagrado su vida. El Instituto Católico fue fundado en esta época. De acuerdo con su propia vocación, ha tomado parte en ese trabajo. ¡Hoy más que nunca la mies es abundante! Os estáis preparando aquí para entrar en el campo del Dueño de la mies. Entraréis mañana, bien en Francia o bien en vuestros países respectivos. Sabéis cuánto cuenta la Iglesia con vosotros.

8. He dicho al principio que me dirigía especialmente a los estudiantes. Ahora, sin embargo, quiero dirigir también una palabra a todos los que aquí se entregan a su servicio, porque han comprendido la importancia de esta tarea eclesial y a ella han consagrado a menudo la mayor parte de su vida. Expreso con gozo una viva gratitud, en primer lugar, a todo el cuerpo de profesores, particularmente numeroso y competente para hacer frente a las múltiples especializaciones; lo mismo digo a los miembros administrativos y a todos los que hacen posible el funcionamiento y la vida de este Instituto Católico.

9. Señoras y señores, queridos amigos, estudiantes: Como conclusión de esta visita tan breve yo os pido que seáis fieles a la herencia recibida. Continuad siendo sensibles a las llamadas que os llegan. No os dejéis ahogar por el peso de la secularización, desechad el fermento de la duda, la sospecha de las ciencias humanas, el materialismo práctico que nos rodea... En este lugar penetrado de historia, yo os invito a compartir mi esperanza y os doy mi voto de confianza. Los discípulos de Santa Teresa y de San Juan ele la Cruz os han dejado aquí el recuerdo y el ejemplo de una vida totalmente consagrada a la contemplación de la única Verdad. Aquí, sacerdotes venidos de tierras bien diversas, entre los que podrían contarse a muchos de vuestros predecesores en la universidad de entonces, os han dado el testimonio de una fidelidad total. Aquí se ha abierto una nueva etapa, hace más de un siglo, con la fundación de Instituto Católico.

Que el Espíritu Santo, el Espíritu de Pentecostés, os ayude a clarificar lo que es equívoco, a caldear lo que es tibio, a esclarecer lo que es oscuro, a ser ante el mundo testigos auténticos y generosos del amor de Cristo, porque "nada puede vivir sin amor".

Os deseo con todo ardor éxito en vuestra enseñanza, en vuestros estudios, en vuestro futuro. Pido al Señor de todo corazón que os conceda su luz y su bendición.









VISITA PASTORAL A PARÍS Y LISIEUX


A LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD JUDÍA


Domingo 1 de junio de 1980



Queridos hermanos:

Siento una gran alegría al recibir a los representantes de la numerosa y floreciente comunidad judía de Francia. Esta comunidad tiene, efectivamente, una larga y gloriosa historia. ¿Es necesario recordar aquí a los teólogos, a los exegetas, a los filósofos y a los hombres públicos que la han distinguido en el pasado y la siguen distinguiendo ahora? Es verdad también, y no quiero dejar de mencionarlo, que vuestra comunidad tuvo que sufrir mucho durante los años oscuros de la ocupación y de la guerra. Rindo homenaje a esas víctimas, cuyo sacrificio sabemos que no fue infructuoso. De allí surgió, gracias al valor y a la decisión de algunos adelantados, como Jules Isaac, el movimiento que nos ha conducido hasta el diálogo y colaboración actuales, inspirados y promovidos por la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II.

Este diálogo y esa colaboración son muy sinceros y muy activos aquí en Francia. Y yo me felicito por ello. Entre el judaísmo y la Iglesia hay una relación, como ya dije en otra ocasión a representantes judíos, una relación "a nivel mismo de sus respectivas identidades religiosas" (Alocución del 12 de marzo de 1979). Esta relación debe todavía profundizarse y enriquecerse más por el estudio, el conocimiento mutuo, la enseñanza religiosa de una y otra parte, el esfuerzo para superar las dificultades todavía existentes. Esto nos permitirá actuar, conjuntamente en pro de una sociedad libre de discriminaciones y de prejuicios, donde pueda reinar el amor y no el odio, la paz y no la guerra, la justicia y no la opresión. Hacia este ideal bíblico nos conviene mirar siempre, puesto que tan profundamente nos une. Y aprovecho esta feliz ocasión para reafirmarlo una vez más ante vosotros y expresaros mi esperanza de proseguirlo juntos.

VISITA PASTORAL A PARÍS Y LISIEUX

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL FRANCESA



Discursos 1980 293