Discursos 1980 325


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR STEPHANOS STATHATOS,

PRIMER EMBAJADOR DE GRECIA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 12 de junio de 1980



Señor Embajador:

1. Me alegra mucho recibir a Vuestra Excelencia, que presenta sus Cartas Credenciales como primer Embajador de la República Helénica ante la Santa Sede. Y no puedo dejar de subrayar esta mañana el carácter excepcional de tal acontecimiento. Os establecéis, en efecto, cerca de la Santa Sede como primer Representante oficial del pueblo y del Gobierno de Grecia, de la nación que es como la depositaría primera y natural de la civilización que, siendo una de las más elevadas de cuantas han surgido a lo largo de la historia, ha influido tan profundamente en el pensamiento, el arte y el desarrollo de la humanidad.

La civilización griega, en efecto, ha expresado una concepción sublime del hombre, de su capacidad de penetrar en los misterios de la naturaleza y, por encima de todo, de "conocerse a sí mismo"; según tal concepción, el hombre respeta y observa no sólo las leyes escritas, sino sobre todo las "leyes no escritas", y se plantea como regla moral "el ir hacia la sabiduría" y "obrar con la más alta virtud o perfección". Por eso, es capaz de alcanzar, "gracias a lo que hay de divino en nosotros", como dijo Platón, el conocimiento del Ser Supremo y el sentido religioso de la vida. San Pablo, al llegar a vuestro país, podía comenzar su discurso en el Areópago de Atenas diciendo: "Atenienses, veo que sois sobremanera religiosos" (Ac 17,22).

326 El arraigo del cristianismo en la civilización griega y helénica, tenía forzosamente que ser feliz y fructuoso. La lengua griega ha llegado incluso a "encarnar" la Palabra de Dios del Nuevo Testamento y ha sido empleada por innumerables Padres de la Iglesia y escritores eclesiásticos para poner de relieve y profundizar la riqueza del mensaje cristiano, en el plano de la teología y de la espiritualidad.

Este recuerdo del patrimonio religioso y humanista de la antigua Grecia, no nos hace olvidar la parte activa que la Grecia moderna ha tenido, desde que adquirió la independencia, y sigue teniendo en el concierto de las naciones.

Actualmente Grecia se distingue, al mismo tiempo que por sus esfuerzos en orden a la modernización y desarrollo del país, por su apertura hacia los países de diversas tendencias y por su adhesión al proceso de la unidad europea. Esas perspectivas hacen presagiar la influencia benéfica que podrán obtener de ello la comunidad internacional y los pueblos que están más directamente interesados en ella. Dentro de ese contexto, quisiera renovar el auspicio que la Santa Sede ha formulado en otras ocasiones, en orden a una solución justa del doloroso problema de la República de Chipre, al que, con toda razón, Grecia concede gran importancia.

2. La Iglesia de Roma ha mirado y mira con atención y respeto, como podéis fácilmente imaginar, el patrimonio que el helenismo representa en sus diferentes épocas: antigua, bizantina y moderna. Sabe que le es deudora de riquezas que ha recibido de él y expresa la viva esperanza de que las relaciones diplomáticas, recientemente establecidas, marcarán un proceso decisivo en la colaboración y entendimiento mutuo entre la Santa Sede y Grecia, al servicio de la difusión de los más altos valores del humanismo y para el progreso de la paz entre los pueblos.

3. Esta acción común deberá ir acompañada de una comprensión más amplia y profunda, y de la amistad entre la Sede de Roma y de la Iglesia greco-ortodoxa. Vuestra Excelencia sabe que el diálogo entre el catolicismo y la ortodoxia, esforzándose en olvidar las dolorosas incomprensiones del pasado, se estrecha de modo cada vez más firme, y la reciente reunión de Patmos y Rodas no es más que una nueva manifestación tangible. Yo estoy convencido también de que el intercambio de relaciones oficiales entre la Santa Sede y Grecia podrá contribuir a hacer más abiertos y cordiales esos contactos ecuménicos entre católicos y greco-ortodoxos.

4. En Grecia, como bien sabéis, los católicos están lealmente apegados a su patria y desean, sin buscar privilegio alguno, ejercer libremente sus actividades, tanto en el plan religioso como en el plan social y personal, para el mayor bien de la nación. No puedo dejar de alegrarme por la buena reputación de que gozan, ni de desear que su acción sea cada vez más profunda y fructuosa para todos sus compatriotas, sin distinción alguna.

5. Señor Embajador, deseo agradeceros las palabras de estima y amistad y los votos que me habéis formulado en nombre del Presidente de la República y de la nación griega. Y os agradeceré también que os dignéis transmitir mi saludo deferente a Su Excelencia el Señor Constantino Karamanlis, que goza de una gran consideración en el ámbito internacional, y al que los representantes del pueblo griego acaban de confiar las más altas funciones nacionales.

Deseo a Vuestra Excelencia que pueda cumplir felizmente la misión que su Gobierno le ha confiado; y puedo asegurarle desde ahora que los diversos dicasterios de la Santa Sede le ofrecerán, con este fin, su comprensión y colaboración.

Para el noble pueblo de Grecia y sus dirigentes deseo, rogando al Señor por esa intención, toda prosperidad y progreso, así como una irradiación cada vez más extendida por el mundo y el don divino de la paz.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE BECARIOS DEL INSTITUTO

PARA LA RECONSTRUCCIÓN INDUSTRIAL DE ITALIA


Jueves 12 de junio de 1980



Señor presidente,
ilustres señores,
327 queridos hermanos y hermanas:

Me complazco en recibiros y dirigiros mi cordial saludo. Sé que la mayor parte de los aquí presentes, constituye el grupo de becarios, que han frecuentado el curso de perfeccionamiento para cuadros técnicos y directivos de países en vías de industrialización, promovido y organizado por el Instituto para la Reconstrucción Industrial de Italia. A todos os doy mi calurosa bienvenida, así como a vuestros profesores y familiares, a la vez que agradezco sinceramente al presidente del IRI sus corteses palabras.

Ante todo, no puedo dejar de expresar mi más viva complacencia por la iniciativa del grupo IRI, en sí misma, y por los buenos frutos que anualmente produce, desde hace ya casi dos decenios. Me parece, en efecto, que hay en ello una concreta y loable expresión de empeño a nivel de cooperación internacional, que subraya y exalta la belleza, la unidad e incluso la necesidad de un mutuo intercambio entre los pueblos. Se trata de un modo muy provechoso de recíproca comunión entre las tradiciones culturales diversas, que hoy no pueden ya vivir aisladas y que también la técnica industrial, junto a las diversas formas de servicio social, contribuye a acercar; no por mezquinos intereses económicos o políticos, sino con el fin primordial de elevar el tenor de vida y favorecer el progreso de las varias comunidades nacionales y promover verdaderamente al hombre, prescindiendo de sus características de raza, sexo, cultura y religión. Por tanto, forzosamente debo estimular los esfuerzos realizados en tal sentido, tanto más válidos cuanto más acompañados van de competencia y dedicación. Por lo demás, debemos estar ciertos de que todo servició hecho al hombre está también dirigido a la mayor gloria de Dios, de quien es imagen.

Y para vosotros, queridos becarios, que representáis casi todos los continentes, quiero formular un sincero y sentido deseo. Al volver a vuestra patria, para trabajar en diversos puestos de responsabilidad, comprometeos seriamente a ser siempre dignos, no sólo de cuanto habéis aprendido en esta tierra italiana, sino también, y sobre todo, de vuestra innata nobleza de hombres, para ser también cada vez más dignos de vuestro país de origen y de lo que cada país espera de vosotros. Como he dicho muchas veces durante la inolvidable visita realizada en el continente africano el mes pasado, y como más recientemente he repetido en París ante la Asamblea de la UNESCO, miro con gozo, admiración y esperanza a todas aquellas naciones que han tomado con sus propias manos la construcción de su identidad y de su destino, sabiendo defender la soberanía fundamental de su propia cultura "contra las influencias y las presiones de los modelos propuestos desde el exterior" (Discurso a la UNESCO , núm.
Nb 14). Por eso os digo también a vosotros: "No permitáis que esa soberanía fundamental se convierta en presa de cualquier interés político o económico. No permitáis que sea víctima de los totalitarismos, imperialismos o hegemonías, para los que el hombre no cuenta sino como objeto de dominación y no como sujeto de su propia existencia humana" (ib.,15). Quienes, entre vosotros, son cristianos, saben que estas palabras y, más todavía, ese empeño, derivan naturalmente del vínculo tan íntimo que existe entre el Evangelio de Jesucristo y el hombre en su real dignidad de base, de modo que nada de lo que es auténticamente humano puede ser extraño al cristianismo, y viceversa.

Sólo me queda, por tanto, desearos desde lo más profundo del corazón, todo bien posible a vosotros personalmente, a vuestros seres queridos y más en general a los países a que pertenecéis, los cuales son para mí igualmente queridos. Y deseo confirmar estos votos invocando los más abundantes favores divinos, de los que es prenda la bendición apostólica que de buen grado imparto al señor presidente del IRI, a los profesores del curso que está terminando y a todos los becarios de dicho curso, con sus familiares, en señal de mi estima y benevolencia.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS DIRIGENTES DEL "MOVIMIENTO ECLESIAL

DE EMPEÑO CULTURAL"


Sábado 14 de junio de 1980



1. Le agradezco, señor presidente, las corteses palabras que ha tenido a bien dirigirme y le saludo de corazón, así como a los demás participantes en la Asamblea del Movimiento eclesial de Empeño Cultural.

Hace cincuenta años, el asistente eclesiástico nacional de la FUCI, mons. Giovanni Battista Montini, sentaba las bases de vuestro Movimiento con un artículo publicado en "Azione Fucina" (Nb 36,14 diciembre 1930), bajo el título "El problema del graduado".

El 5 de septiembre de 1932, con ocasión del Congreso nacional de la FUCI, presidido por Igino Righetti y bajo la inspiración de ese llorado apóstol de la Acción Católica universitaria, se fundaba el Movimiento de Graduados que años después tomaba el nombre de Movimiento "Laureati di Azione Cattolica", cambiado ahora, como consecuencia de la aprobación de vuestro nuevo estatuto por el consejo permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, en el de "Movimento. Eclesiale di Impegno Culturale".

Con el compromiso expresado por vuestra nueva denominación, queréis continuar la tradición de apostolado y de servicio cultural, que ha sido peculiar de vuestro Movimiento desde el principio, respondiendo además, por lo que a vosotros respecta, a la responsabilidad cada vez mayor de los católicos que actúan en el mundo de la cultura, conscientes dé que "en este campo vital se juega el destino de la Iglesia y del mundo en esta etapa final de nuestro siglo" (Discurso al Sacro Colegio, 9 noviembre 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 noviembre 1979, pág. 20).

2. Ante todo, vuestro Movimiento quiere contribuir, en unión de otros grupos y asociaciones, a ofrecer "un específico servicio intelectual en la Iglesia", para un provechoso encuentro entre fe y cultura, así como a instaurar un constructivo diálogo "con cuantos, aun moviéndose en diversas posiciones religiosas y culturales, tratan de contribuir a la promoción de la persona humana" (Reglamento del MEIC, artículo, 4).

328 Este propósito corresponde a cuanto he expresado en mi reciente discurso a la UNESCO: "El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura (Nb 6 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 15 junio EN 1980, pág. EN 11). Por eso, vosotros, como cristianos y como hombres de cultura, debéis dirigiros al hombre, principio y término de la acción cultural, en la perspectiva de un humanismo plenario, que lo abarca en su total dimensión, caracterizada por una doble trascendencia: la trascendencia del hombre sobre el mundo y de Dios sobre el hombre (cf. Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 10 de noviembre 1979).

3. La cultura debe, por tanto, realizar al hombre en su trascendencia sobre las cosas, impedir que se disuelva en el materialismo de cualquier índole y en el consumismo, o que sea destruido por una ciencia y una tecnología al servicio de la codicia y de la violencia de poderes tiránicos, enemigos del hombre. Es necesario que los hombres de cultura estén dotados no sólo de una comprobada competencia, sino también de una iluminada y fuerte conciencia moral, con lo cual no tendrán que subordinar su propia acción, en las diversas formas de concupiscencia que mandan en el mundo, a los "imperativos aparentes", hoy dominantes; sino que sirvan con amor al hombre, "al hombre y su autoridad moral, que proviene de la verdad de sus principios y de la conformidad de sus actos con esos principios" (Discurso a la UNESCO , núm. Nb 11 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 15 junio EN 1980, pág. EN 12).

Vuestro Movimiento deberá, por tanto, promover entre vuestros asociados y entre cuantos se acerquen a vosotros, una comprobada profesionalidad, fundada sobre los valores de la competencia, de la moralidad, del amor social.

Deberá también hacer lo posible para que el bien humano fundamental de la cultura no se quede en privilegio de unos pocos, sino que alcance círculos de personas cada vez más amplios, favoreciendo su elevación al conocimiento liberador de la verdad en sus múltiples aspectos.

4. La cultura que profesáis debe además reconocer y vivir la trascendencia de Dios sobre el hombre; es decir, debe estar animada por una inspiración cristiana. Es esa la tarea que os confía el Concilio: "Es propio de los laicos buscar el Reino de Dios ocupándose de las cosas temporales y ordenándolas según Dios" (Lumen gentium LG 31). Las cosas temporales, cuando no están ordenadas a Dios, tarde o temprano dejan de estar referidas al hombre, y entran en oposición con él. Vuestra profesionalidad, como la de todo profesional cristiano, deberá, por tanto, estar también repleta de una fuerza interior, que procede de la espiritualidad cristiana. El espíritu cristiano deberá orientar a todo laico, y especialmente a quien ejerce función de búsqueda o discernimiento cultural, a penetrar, realizar y desarrollar los valores que el Evangelio ha difundido en la historia; a intentar "poner en práctica —como escribió mi venerado predecesor Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi— todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo" (Nb 70 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 21 diciembre EN 1975, pág. EN 11).

Fieles a las exigencias culturales y espirituales de vuestras profesiones, podéis lograr esa "maduración de la conciencia civil en el espíritu evangélico" a que os invitan las normas estatutarias de vuestro reglamento (Nb 2) y vuestra historia, obrando con coherencia en todas las circunstancias para inscribir "la ley divina en la vida de la ciudad terrena" (Gaudium et spes GS 45); es decir, en las costumbres y en las leyes que se refieren especialmente a la persona humana en sus derechos y valores fundamentales, según las enseñanzas del Magisterio eclesiástico.

5. Pero vuestra acción no persigue solamente un itinerario cultural. En virtud de la vocación cristiana, os proponéis contribuir, de modo peculiar, al fin general de apostolado de la Iglesia; de esa forma estáis llamados a poner en práctica la enseñanza conciliar según la cual "la obra evangelizadora es un deber fundamental del Pueblo de Dios" (Ad gentes AGD 8,35). Es decir, vuestro Movimiento ha de ser uno de los instrumentos de presencia y de animación cristiana en el mundo de la cultura, así como de evangelización de quienes en él trabajan, para su salvación eterna.

Vuestro empeño eclesial será auténtico si recorréis el camino de fe viva y operante en la caridad al que estáis llamados, en plena adhesión a las enseñanzas y directrices del Magisterio del Papa y de los obispos, sin dejaros llevar de interpretaciones y métodos propios, que no resultaran objetivamente conformes con ese Magisterio y, por tanto, lesionaran la comunión eclesial, a cuya edificación y consolidación todos deben contribuir.

Pero vosotros sois y queréis ser también Movimiento de Acción Católica Italiana, llamado desde el comienzo, aun con una fisonomía especial, a participar en la misión apostólica designada por la jerarquía a la Acción Católica italiana y, por tanto, a compartir sus finalidades y sus decisiones fundamentales, a aceptar sus principios y normas estatutarias, a estar insertos orgánicamente en ella, a actuar con ella en unidad de perspectivas y en síntoma de decisiones, con vistas a una eficaz acción pastoral de toda la Asociación.

El empeño cultural, tan necesario para la Iglesia y para la sociedad civil, es ciertamente muy arduo, especialmente en esta época de la historia, con motivo de la crisis cultural por la que atraviesa. Yo os animo en vuestros buenos propósitos. Y deseo que. con la ayuda de vuestros obispos, en fiel colaboración con cada uno de ellos en las respectivas diócesis, sepáis colaborar en la acción, tan urgente, de reconciliar la cultura con Cristo y, mediante Cristo, con el hombre. La Iglesia os acompaña, queridos hijos míos, en la obra que tratáis de realizar con el ejercicio cristiano de vuestras profesiones y con la acción unitaria de vuestro Movimiento. Y el Papa os bendice con efusión de corazón y con los más paternos votos por vuestro empeño eclesial y cultural.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA UNIÓN ITALIANA DE PELUQUEROS DE SEÑORA

Lunes 16 de junio de 1980



329 Con mucho gusto os recibo esta mañana, carísimos socios de la Unión Italiana de Peluqueros de Señoras, que aprovechando la tradicional jornada de descanso de vuestra categoría, habéis organizado una especial peregrinación a Roma y tan vivamente habéis deseado el presente encuentro. He dicho "peregrinación", como ha escrito vuestro presidente nacional, para subrayar la intención propiamente religiosa que ha movido vuestros pasos; no es una excursión turística ni una visita de cortesía, sino una iniciativa de piedad para venerar los sacros lugares de la Urbe y para recibir, sobre vuestras personas y vuestro trabajo, la bendición del que os habla y tiene la formidable responsabilidad de ser el Sucesor de Pedro.

Por otra parte, en la denominación de vuestro sodalicio, he leído un añadido que es también muy significativo: "por el culto del Santo Patrono". Sé que, en efecto, organizáis cada año una digna celebración en honor a San Martín de Porres, en la iglesia de los padres dominicos de Milán.

Quiero, por tanto, no sólo agradeceros vuestra presencia, sino expresaros mi satisfacción por el arraigo que de ese modo demostráis tener en la fe cristiana, es decir, por la fidelidad a la fe, en una época en que los peligros y las tentaciones de incredulidad se han hecho, desgraciadamente, muy graves. Por parte de la Santa Iglesia, merece efectivamente elogio y estímulo esta importancia que el elemento religioso asume dentro de vuestra Asociación. Además de preocuparos por tutelar los legítimos intereses de vuestra profesión, tenéis a gala la formación cristiana de todos sus componentes, a fin de que en la vida se advierta positivo y ejemplar, el influjo de la fe. La misma elección de una figura humilde y grande, como es la de San Martín, que brotó en el nuevo mundo como una flor perfumada de virtud, os recuerda y al mismo tiempo os recomienda que debéis tener siempre una conducta de coherente y transparente fidelidad a los valores cristianos. Os recuerda, sobre todo, que vuestra profesión es esencialmente un servicio. Así como vuestro celestial patrono, en la variedad de sus ocupaciones (fue "cirujano", lo que según la costumbre del tiempo, quiere decir a la vez barbero, enfermero, médico y farmacéutico) tuvo como objetivo un gran amor a su "prójimo", según la insuperable lección de la parábola del buen samaritano (
Lc 10,25-37), así también vosotros, en las diarias relaciones que tenéis con los hermanos, procurad servirles con sencillez, con amabilidad de trato y, sobre todo con esa fundamental actitud que respeta las supremas razones del bien y de la honestidad.

Cada uno de vosotros, dentro de la variedad de circunstancias, modos y formas en que concretamente desenvuelve su típico trabajo profesional, debe tener la constante preocupación de seguir esa línea de moral rectitud y ofrecer así una personal contribución a la elevación de las costumbres. También de vosotros —de cada uno individualmente y de todos como miembros de esa Unión— espera mucho la Iglesia; espera una demostración convincente de cristianismo vivido. Mejor diría: espera un claro testimonio de amor a Cristo y, por eso mismo, de amor a los hermanos.

Para que todo esto se cumpla felizmente, invoco sobre cada uno de vosotros y sobre vuestra Asociación, sobre vuestros colaboradores y familiares las mayores gracias del Señor, en cuyo nombre, de muy buen grado, os bendigo.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE VIETNAM

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 17 de junio de 1980



Hoy es para mí un día de gran gozo. Me siento efectivamente muy feliz al poder recibir aquí un grupo importante de obispos del Vietnam. Venís principalmente del norte de vuestro país, pero también del centro y del sur. Al querido y celoso cardenal Joseph-Marie Trinh van-Can, arzobispo de Hanoi, a mons. Philippe Nguyen-Kin-Dien, el activo arzobispo de Hué y a todos vosotros. Pastores del pueblo cristiano del Vietnam, os doy la bienvenida más fraternal y afectuosa. Hacía bastante tiempo que un número tan considerable de obispos no había venido a aportar el testimonio de la fidelidad y adhesión de los católicos del Vietnam al Sucesor de Pedro. Algunos de vosotros realizan su primera visita a Roma y, para muchos, es el primer encuentro con aquel que tiene la misión "de servir más que de presidir" (San León Magno, Sermo 5, 5, S.C. 200).

Son muchas las cosas que quisiera deciros en esta ocasión tan importante de la visita "ad Limina Apostolorum". Venís a venerar las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo que confesaron aquí la fe hasta el martirio. Venís a visitar al actual Sucesor de Pedro. Venís a ver a Pedro.

De ese modo, cumplís una práctica que se remonta a los orígenes de la Iglesia. Fue el Apóstol Pablo quien hizo el primer viaje para encontrar a Pedro: "Subí a Jerusalén para visitar a Cefas y me quedé quince días con él" (Ga 1,18). Con ese espíritu, los cristianos y sus Pastores peregrinan a Roma para "ver a Pedro".

Venís a ver a Pedro porque él es, ante todo, el testigo y custodio de la fe apostólica. Porque confesó la fe en Jesús, en el Mesías, Hijo de Dios vivo, pudo escuchar del propio Jesús: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Pero Pedro confirma también la fe de sus hermanos en Cristo: "He rogado por tí, para que tu fe no desfallezca jamás. Y tú, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32).

Tal es el ministerio de servicio y de autoridad que es propio de Pedro, el cual os confirma hoy en el encargo que habéis recibido del Señor. Porque los obispos son los doctores de la fe. "Por el Espíritu Santo que les ha sido dado, los obispos han sido constituidos verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores" (Christus Dominus CD 2). He ahí vuestra primera misión. Vosotros la cumpliréis anunciando lo mejor posible a los hombres el Evangelio de Cristo.

330 Para hacer eso, es necesario que el obispo visite con regularidad a sus diocesanos, al servicio de la fe. Confirmaréis así en la fe a los que han sido confiados a vuestro cuidado pastoral.

Con todos los obispos, habéis podido reuniros, en los meses precedentes a esta visita, por provincias eclesiásticas y luego todos juntos en la Conferencia Episcopal del país. De ese modo, habéis podido rezar juntos, habéis intercambiado vuestras experiencias pastorales, habéis preparado este encuentro. Las reuniones de obispos son el signo de la colegialidad, justamente puesta de relieve por el Concilio Vaticano II, y una forma concreta de ejercitarla. Yo deseo vivamente que esas asambleas puedan celebrarse con regularidad.

Mi pensamiento va ahora hacia vuestros sacerdotes, "vuestros auxiliares y consejeros" (Presbyterorum ordinis
PO 7). Ellos deben ocupar un sitio de honor en vuestro corazón. Sólo el Señor conoce sus dificultades y sus méritos. Son pobres y trabajan en condiciones a veces precarias. ¡Que se beneficien cada vez más del afecto de las comunidades cristianas y que encuentren la comprensión y la estima de todos! Expresadles de mi parte los más sinceros alientos.

Pero los sacerdotes son pocos y, por lo general, ancianos. El relevo de operarios para la mies es indispensable, es urgente. La acción de la Iglesia depende de ello. Las comunidades católicas del Vietnam han dado tantas pruebas de valor, de generosidad y de fidelidad singular a Cristo y a su Iglesia, que han suscitado y siguen suscitando la admiración del mundo entero; lo cual pone más de relieve todavía el derecho que les corresponde, como por otra parte lo exige fundamentalmente la libertad religiosa, de tener sus sacerdotes, todos los sacerdotes que sean necesarios para mantener su fe y hacerles beneficiarios de la acción de su ministerio sacerdotal, indispensable para su vida cristiana, según las exigencias de su conciencia. Conviene, por tanto, que los candidatos —ya numerosos— puedan recibir la formación intelectual y espiritual en sus seminarios tal como lo entiende la Iglesia. A ese respecto, me causa gran alegría la buena noticia que me dais de la reapertura del seminario de Hanoi. Deseo además que los sacerdotes estén cada vez más consagrados a su ministerio espiritual, sin mezclar en su propia misión religiosa iniciativas de otra índole, que son extrañas a la Iglesia. Su celo religioso, su espíritu de sacrificio al servicio de las comunidades eclesiales, ¿no constituyen ya precisamente una contribución al bien de su propio país?

Vuestro pueblo ha vivido largos años de guerra y devastaciones. Encuentra todavía muchas dificultades. Yo sé que los católicos del Vietnam tienen a gala tomar parte en la tarea de reconstrucción. No es necesario recordar la atención y el cuidado constantes que en ello pone la Santa Sede. Las organizaciones católicas de diferentes países continuarán igualmente prestando en el futuro su generoso concurso, tanto para remediar calamidades como para ayudar en la obra de desarrollo económico y social emprendida.

Aprovecho esta privilegiada ocasión para decir que aprecio el hecho de que las autoridades de vuestro país hayan favorecido la realización de vuestra visita. Cuando se presente la ocasión, me alegrará, así como a mis colaboradores, tener con ellas contactos que no dejarán de ser útiles al bien del Vietnam y también al de toda la Iglesia.

Vuestro cardenal, al tomar posesión el año pasado de su título cardenalicio, decía que la Iglesia en el Vietnam ha encontrado siempre en María "la mano poderosa de una Madre". Yo confío a su protección vuestra misión eclesial y la de todos los cristianos de vuestro país. A la vuelta de mi peregrinación a Lisieux, séame permitido invocar también a la humilde carmelita, Santa Teresa del Niño Jesús, a la que tantos lazos unen con el Vietnam. Su carmelo es el origen de la vida carmelitana en vuestro país y si su salud se lo hubiera permitido, ella misma hubiera ido allí de buen grado. ¡Que los ciento diecisiete bienaventurados mártires vietnamitas, símbolo de la fidelidad intrépida de vuestro pueblo en la fe, os acompañen en los caminos tan frecuentemente difíciles como son los vuestros!

Al final de este encuentro, dirijo a todos aquellos sobre los que ejercéis vuestra misión pastoral, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas, padres y madres de familia, adolescentes y niños, mi paternal bendición apostólica, con mis más fervientes deseos de aliento, de gozo y de paz en Cristo.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR FRANCIS A. COFFEY

EMBAJADOR DE IRLANDA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 19 de junio de 1980



Sr. Embajador:

Doy cordial bienvenida a Su Excelencia como Embajador de Irlanda y le manifiesto mi aprecio del amable saludo que me ha transmitido de Su Excelencia el Presidente Hillery. Recuerdo con gusto las numerosas gentilezas de que me rodeó durante mi visita pastoral a su país, y renuevo mis oraciones por su prosperidad.

331 Los tres días que pasé en Irlanda figuran entre mis recuerdos más felices. Visité centros vinculados a un pasado glorioso y también a un presente próspero. Tuve contactos con sus autoridades civiles y con personas de todos los puntos del país, incluidos los líderes de otras Iglesias cristianas, y con obispos, clero, religiosos, misioneros, seminaristas y jóvenes católicos.

Estos contactos me dieron oportunidad de conocer mejor Irlanda. Es una nación antigua y joven al mismo tiempo. Posee una herencia de tradiciones espléndidas en cuya formación jugó un papel importante la fe cristiana. Es una herencia que incluye apertura a otros países y conciencia de pertenecer a una gran comunidad que no está limitada por los confines de una sola nación.

Me da alegría ver que Irlanda contribuye con una aportación importante al avance religioso de los pueblos e impulsa el progreso económico, cultural y social, a través de su pertenencia activa a organizaciones continentales y globales, y a través de la respuesta del Gobierno y el pueblo a la llamada de éstos en momentos de necesidad espiritual y material. Según dije ya al Presidente Hillery en Dublín: "Irlanda ha heredado una noble misión cristiana y humana, y su aportación al bienestar del mundo y al nacimiento de una Europa nueva puede ser hoy tan grande como lo ha sido en los días más luminosos de la historia de Irlanda".

Puesto que la felicidad y el progreso verdaderos dependen de los valores morales y espirituales, espero confiadamente que Irlanda seguirá salvaguardando y alentando estos valores dentro de la patria y en el resto del mundo en la medida en que pueda. El mundo necesita que se reconozcan y respeten los derechos humanos, la dignidad eminente de cada persona individual, la libertad de buscar y abrazar la verdad y el deber de cooperar con los demás al bien de todos con comprensión, hermandad y paz. Estos son algunos de los valores que ha impulsado la actuación de hombres y mujeres irlandesas, incluidos los celosos misioneros que tanto hoy como en el pasado han sido heraldos de la dimensión espiritual del hombre y de su relación con Dios sin la que no puede ser plenamente entendida la dignidad humana.

Su Excelencia ha hablado de la oposición de su Gobierno a la violencia y su empeño en lograr soluciones justas y durables por medios pacíficos. También yo pido por la reconciliación y la paz, que no pueden conseguirse por la violencia ni en clima de terror, sino sólo a través de la justicia, el perdón y el amor.

En esta ocasión reitero mi oración y buenos deseos para los irlandeses de todos los sitios. Sobre Su Excelencia y sus compatriotas invoco copiosas bendiciones de Dios.



DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DE LA CRUZ ROJA ITALIANA

Viernes 20 de junio de 1980



Señor presidente:

Mientras le agradezco vivamente sus corteses palabras, expreso mi sincera alegría al dar la bienvenida y saludar a usted y a todos los ilustres componentes del consejo directivo de la Cruz Roja Italiana, aquí reunidos.

Este encuentro me ofrece la ocasión propicia para decir unas palabras de alto aprecio por vuestra institución, tan benemérita. La Cruz Roja, ya universalmente difundida a escala internacional, de hecho nació precisamente en Italia, y vosotros, los aquí presentes, sois los herederos directos de una tradición ya más que secular, dirigida toda ella a aliviar las penas de los que sufren, no sólo en tiempo de guerra, sino también, y más todavía, en tiempo de paz.

¿Cómo no manifestar complacencia por vuestra múltiple actividad, que fundamentalmente es una digna expresión del espíritu evangélico? ¿Cómo no ver en el empeño de generosa dedicación, desplegado por vosotros, una imagen del buen samaritano?


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