Discursos 1980 332

332 No puedo, por tanto, dejar de animaros con interés a cada uno de vosotros y a todos vuestros colaboradores, para que prosigáis, con siempre renovado impulso, en la realización de esos nobles ideales humanitarios e implícitamente cristianos, que ya fueron propuestos por los fundadores y que constituyen el mejor patrimonio de vuestra específica identidad institucional.

Quiero también expresar mi deseo de que los católicos italianos aprecien siempre, como conviene, vuestra actividad asistencia y la sostengan con su amplio apoyo moral y material. En efecto, atender a los hombres necesitados, especialmente a los que sufren, es algo de altísimo valor, que no sólo cumple un mandato de Jesucristo (cf. Lc
Lc 10,9), sino que se coloca además sobre sus huellas (cf. Mt Mt 8,16-17); más aún, hace que nos encontremos incluso con El, que ha querido identificarse con aquellos, (cf. ib., 25, 40).

Y a la Cruz Roja Italiana en su conjunto le deseo de corazón que crezca y se consolide cada vez más en su noble función de servicio social; que permanezca siempre fiel a ella con generosidad y competencia, como a una misión; y que pueda constantemente gozar de la aprobación y estima de todos los ciudadanos.

En prenda de las necesarias y copiosas gracias divinas sobre vuestro precioso trabajo y como signo de mi segura benevolencia, imparto la apostólica bendición a toda la organización y en especial a usted, señor presidente, a vosotros, miembros del consejo directivo nacional y a todos cuantos aquí dignamente representáis, a las enfermeras voluntarias, a los voluntarios del socorro, a los pioneros y a los donadores de sangre.


DISCURSO DEl SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO


SOBRE LA COOPERACIÓN DE EUROPA PARA EL DESARROLLO


DE AMÉRICA LATINA Y DEL CARIBE


Viernes 20 de junio de 1980



Excelencias,
Señoras y Señores ilustrísimos,

Con verdadero placer he aceptado este encuentro con vosotros, que os habéis congregado en Roma para una reunión cuyo objetivo es reforzar el diálogo y la colaboración entre dos regiones del mundo, representadas aquí por dos organizaciones regionales: la Organización de los Estados Americanos, con su Secretario General al frente, y la comunidad Económica Europea. Deseo manifestaros ante todo mi sincera gratitud por vuestra deferente visita.

Permitidme que os exprese ahora mi complacencia por vuestra iniciativa, ya que considero que la existencia misma de organismos regionales es un factor muy positivo, porque ofrecen estructuras intermedias que sirven para promover, en el interior de una región cuyos diversos Estados reconocen su interdependencia y sus objetivos comunes, un progreso que se adecua más fácilmente a la diversidad específica de esa determinada región.

Por ello, cualquier iniciativa orientada a promover el diálogo y la búsqueda de soluciones en común entre esas organizaciones regionales, merece el apoyo de todos. En efecto, dada la complejidad y dificultades de la colaboración global, las relaciones e intercambios bilaterales a nivel regional ofrecen, precisamente por ser más limitados, un espacio de encuentro en el que les posibilidades de colaboración pueden ser examinadas con mayor realismo.

333 El tema de vuestro encuentro: “La colaboración de Europa al desarrollo de América Latina y del Caribe”, se sitúa en la perspectiva de la utilidad, o mejor, necesidad de reforzar los intercambios entre organizaciones regionales, a fin de definir les grandes líneas de una colaboración para el desarrollo.

Por parte mía os deseo que los trabajos iniciados en esta circunstancia sean una positiva contribución a les tareas de la próxima Sesión especial de la Asamblea General de les Naciones Unidas sobre la estrategia del III Decenio del desarrollo. Porque el desarrollo nunca es homogéneo, ni dentro de una misma nación ni en les diversas naciones de un continente o de la comunidad mundial.

¿No constituye un elocuente ejemplo de ello la situación existente en América Latina y el Caribe, donde se manifiesta un desarrollo industrial y urbano al lado de otro rural y agrícola, y donde se constata la existencia de dos tipos de sociedad, la del superconsumo y la de la indigencia?

Cuando les naciones tratan de definir sus relaciones mutuas, tanto en campo político como en el del desarrollo socio-económico del que vosotros os ocupáis ahora especialmente, ellas se inspiran en la realidad de la interdependencia y en la búsqueda de intereses comunes.

Pero hay un interés y un criterio que rebasa siempre todos los demás y que constituye el fundamento necesario de toda acción, si se quiere que ésta sea fructuosa: el interés por el hombre y el criterio del hombre. En efecto, el diálogo o la confrontación a cualquier nivel, entre los que tienen y los que no tienen, será estéril si no se tienen debidamente presentes las exigencias derribantes de un éthos basado sobre el hombre. En mi discurso a los representantes de la Organización de los Estados Americanos he insistido sobre este criterio: “¡El hombre! El hombre es el criterio decisivo que ordena y dirige todos vuestros empeños, el valor vital cuyo servicio exige incesantemente nuevas iniciativas” (6 de octubre de 1979,
Nb 5).

La solidaridad a la que vosotros queréis dar expresión, es una solidaridad determinada por “este único punto de vista fundamental que es el bien del hombre —digamos de la persona en la comunidad— y que como factor fundamental del bien común debe constituir el criterio esencial de todos los programas, sistemas, regímenes” (Redemptor hominis RH 17

En esta perspectiva, formulo los mejores votos de fecundo trabajo en vuestro encuentro e invoco sobre vuestras personal la constante asistencia del Altísimo.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS DIRECTIVOS Y MIEMBROS

DE LAS FEDERACIONES EUROPEAS DE FÚTBOL


Viernes 20 de junio de 1980



Señor Presidente:

Le agradezco vivamente las amables palabras que acaba usted de dirigirme y, por mi parte, me alegro de saludar, a la vez que al Presidente de la Federación Internacional de Fútbol, a los representantes de las Federaciones europeas, reunidas en Roma para celebrar su congreso, con motivo de esta fase final del campeonato de Europa que se está disputando actualmente en Italia. A todos, señoras y señores, doy la más cordial bienvenida.

El fútbol cuyas grandes competiciones organizáis, contribuyendo también a seleccionar los jugadores, ofrece cada semana, en casi todos los países, ocasión para concentraciones masivas, donde muchas familias de jóvenes —¡y de no tan jóvenes!— encuentran una sana diversión, un interés por el valor deportivo del juego, e incluso un apasionamiento de "hinchas" de su equipo. Es un hecho social que tiene su importancia para los millones de espectadores de los estadios y, ahora, también de la televisión. Pero la importancia es mayor todavía para los jugadores y, a este respecto, yo pienso ante todo, por encima de los grandes equipos que vosotros patrocináis, en la multitud de personas que practican el fútbol, desde la más corta edad, por el placer del deporte y en competiciones de aficionados. Por experiencia, he podido apreciar el gusto e interés de ese deporte, entre cuyos animadores me cuento.

334 Ante vosotros, no es necesario que subraye sus valores físicos y morales, pero cuando se practica como es debido, ya que estáis bien persuadidos de ello. El futbolista no solamente encuentra en el juego, desde el punto de vista corporal, la distensión que necesita, adquiriendo además un aumento de agilidad, habilidad y resistencia, un fortalecimiento de su salud, sino que aumenta también en fuerza moral y en espíritu de colaboración. Una sana emulación desarrolla también el sentido del equipo, la caballerosidad ante el adversario; y ensancha el horizonte humano de intercambios y encuentros entre ciudades y a nivel internacional. La unidad de Europa, por ejemplo —y hablo de ella porque casi todos sois de este continente—, no digo que se vaya a realizar precisamente en torno a un balón redondo, u ovalado, pues los problemas se sitúan en un nivel más complejo; pero el deporte puede ciertamente contribuir a hacer que los contendientes se conozcan mejor, se aprecien mutuamente y vivan una cierta solidaridad por encima de las fronteras, precisamente sobre la base común de sus mismas cualidades humanas y deportivas.

Sí: como tantos otros deportes, el fútbol puede elevar al hombre. Naturalmente que, para ello, debe conservar en la vida personal, familiar y nacional, el puesto que le corresponde, para no correr el peligro de relegar a segundo término los otros grandes problemas sociales o religiosos; así como tampoco los otros medios para desarrollar los valores del cuerpo, del espíritu del corazón, del alma sedienta de lo absoluto. El bien que Dios quiere para cada uno y para la sociedad se consigue con un equilibrio de conjunto.

Por otra parte, todos sabemos muy bien que los valores del deporte no están automáticamente asegurados. Como todas las cosas humanas, necesitan ser purificados, ser protegidos. Hoy en día, surge muy frecuentemente la tentación de desviar el deporte de su finalidad propiamente humana, que es el desarrollo óptimo de los dones del cuerpo y, por tanto, de la persona, en una emulación natural, por encima de toda discriminación; y así se puede llegar a perturbar el desarrollo leal de las competiciones deportivas o a utilizarlas para otros fines, con peligro de corrupción y decadencia. Quienes aman verdaderamente el deporte, pero también toda la sociedad, no sabrían soportar tales desviaciones, que de hecho se apartan del ideal deportivo y del progreso del hombre. También ahí la defensa del hombre exige vigilancia y noble lucha. Espero encontrar en esto una de vuestras preocupaciones. Y me parece que ese objetivo entra, en efecto, dentro del marco de las responsabilidades que os incumben, como dirigentes o miembros de vuestras federaciones europeas.

Yo deseo que los campeonatos se desarrollen siempre dignamente, en clima de alegría, de paz, de caballerosidad, de amistad. Formulo mis mejores votos para vuestra tarea y para vuestros equipos. (Y a tal respecto no me puedo permitir ser parcial, ante representaciones tan meritorias. Entonces, tengo que decir simplemente: ¡"Que gane el mejor"!).

No olvido tampoco que sois hombres y mujeres que tenéis también otras preocupaciones, concretamente que tenéis una familia. ¡Que Dios bendiga vuestras familias, vuestros hijos! Cada uno de vosotros, además, en el secreto de su conciencia, está en relación con Dios, que es el Autor de la vida y el fin de nuestra existencia. El Pastor de la Iglesia de Roma desea, por tanto, que esa relación se desarrolle, que Dios sea vuestra luz, vuestra esperanza, vuestra alegría. Ese es el sentido de la bendición que imploro sobre vosotros, de todo corazón.

Quisiera añadir ahora unas palabras en inglés de saludo a todos. Como otros deportes, el fútbol pasa por encima de las diferencias lingüísticas para expresar sentimientos de solidaridad en el juego limpio. El interés del público en este sector de sanas competiciones, muestra que están implicados en la preparación y organización de los partidos muchos aspectos del bien común. En vuestra actividad hay muchas oportunidades de contribuir a la causa total del progreso humano. Que la meta del servicio a la comunidad y del servicio a la fraternidad europea, os sostengan en todos vuestros contactos con jugadores y espectadores.

Confiando en que la mayoría de vosotros hayáis entendido ya mis precedentes palabras, desearía ahora saludaros brevemente en alemán, lengua también reconocida oficialmente en la liga europea de fútbol. Conozco bien el gran número de personas que en vuestro país son socios de un club de fútbol. Sí, casi se puede asegurar que todo pueblo que tiene su propia iglesia, tiene también su campo de fútbol. Como otras muchas asociaciones de vuestra patria, este deporte puede construir múltiples e importantes relaciones entre los hombres, contribuyendo a despertar y robustecer la solidaridad de un pueblo o de un barrio en una ciudad.

La Iglesia católica tiene en gran estima tales relaciones y elementos comunitarios, cuando ellos impulsan al individuo, no a masificarse, sino a preocuparse por los intereses de los demás, equilibrando constantemente las aspiraciones y opiniones particulares. Con este deseo, imparto mi cordial bendición a vosotros, a vuestras familias, a los deportistas y a todos los aficionados, a quienes vosotros representáis.

En este encuentro con los dirigentes de las Federaciones europeas de Fútbol, deseo tener un cordial pensamiento también para todos los futbolistas, que son los protagonistas de este deporte tan popular y, al mismo tiempo, tan fascinador. Vaya para ellos mi más afectuoso saludo, unido al deseo de que, conscientes siempre de las responsabilidades que tienen en relación con su numerosísimo público de aficionados y admiradores, den siempre un claro ejemplo de las virtudes humanas y cristianas que deben manifestarse en su comportamiento: lealtad, corrección sinceridad, honradez, respeto a los demás, fortaleza de ánimo, solidaridad.

Acompaño estos votos con una especial bendición apostólica, que extiendo a sus familiares y demás seres queridos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

Parque de la Villa Doria Pamphili, Roma

335

Sábado 21 de junio de 1980



Carísimos hermanos y hermanas:

1. Me da una gran alegría el hallarme hoy con vosotros entre el verde reparador de este parque romano, que es un espléndido marco para el festivo entusiasmo de este encuentro vuestro, detalladamente preparado en las respectivas sedes diocesanas y parroquiales y ahora magníficamente logrado, gracias a vuestro interés y el de los órganos centrales de la Asociación.

Vaya mi paterno y cordial saludo, en primer lugar, al presidente nacional, profesor Mario Agnes, al asistente general, mons. Giuseppe Constanzo, y a sus colaboradores; después, a los dirigentes y responsables que, a nivel diocesano y parroquial, derrochan generosamente sus energías en la animación de los diversos Movimientos en que se articula la Asociación; con ellos saludo también a los asistentes eclesiásticos y a todos cuantos habéis venido aquí en representación de tantos amigos que en toda Italia comparten vuestros mismos ideales. A todos quiero expresar mi estima y aprecio, por el testimonio valeroso, que cada uno se esfuerza por dar en su propio ambiente, tratando de responder a las consignas del Concilio, que os ha estimulado a "contribuir a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento, desempeñando la propia profesión guiados por el espíritu evangélico" (Lumen gentium LG 31).

2. Este encuentro romano constituye una de las etapas de la iniciativa más amplia y que se proseguirá con el tiempo, a la que habéis querido asignar un lema que sintetiza bien su programa: "Entre el Pueblo de Dios, con el Concilio". Objetivo de la iniciativa es, en efecto, el de volver a estudiar las enseñanzas del Vaticano II, para asimilar hondamente sus riquezas y poder difundirlas entre la gente, incluso la más sencilla, que forma el Pueblo de Dios.

Intención elogiable, no sólo porque en ella encuentra eco el programa competentemente indicado por el Episcopado italiano, sino también porque de su actuación puede venir la respuesta a la exigencia, muy sentida hoy, de una mejor comprensión de la fe y, por así decirlo, de una "personalización" de la misma fe, mediante la cual se facilite su coherente y operante expresión, tanto en la vida privada como en la social.

He examinado con interés el "plan de trabajo", en el que se exponen los objetivos que pretendéis alcanzar y las líneas fundamentales de la oportuna metodología, a la que los asociados han sido invitados a atenerse en el transcurso de las encuestas realizadas durante los últimos meses de actividad. Deseo que las acertadas sugerencias hayan dado sus frutos positivos. Uno de ellos debe ciertamente encontrarse en vuestra participación en el encuentro de hoy, con el que queréis expresar la orientación del empeño, que se persigue en las diversas Iglesias locales. Vuestra presencia en Roma en esta circunstancia quiere ser un modo de expresar públicamente y con fuerza las intenciones que guían vuestro camino de fe; quiere ser un gesto de testimonio coral, ofrecido dentro de la dinámica eclesial; quiere ser sobre todo una propuesta, brindada a cuantos están buscando con pasión sincera una razón válida para volcar en ella la propia vida.

3. Una respuesta segura y resuelta al interrogante sobre el hombre: esa es vuestra propuesta, madurada a la luz de las enseñanzas del Concilio. El hombre, especialmente en nuestra época, constituye el centro de muchas declaraciones, programas o manifiestos, así como también de numerosas ciencias y filosofías. Los puntos de vista en torno a él, a su origen, su destino, son, sin embargo, muy diferentes y con frecuencia contradictorios entre sí. El Concilio ha hecho una rápida exposición de ellos en la parte introductoria de la Constitución Pastoral Gaudium et spes.

Estoy seguro de que, hojeando esas páginas, también vosotros habéis tenido la clara impresión de que el hombre contemporáneo está amenazado por graves peligros. Esos peligros están ligados a la indiscutida primacía del orden económico y del proceso productivo. Cuando el hombre, que está "implicado" necesariamente en las estructuras económico-productivas, se deja dominar por la unilateral aceptación de esa primacía, termina fatalmente por caer en las redes de la llamada "sociedad de consumo", encontrándose consiguientemente envuelto en un proceso de creciente instrumentalización. Y no sólo existe el peligro de ser considerado por los demás únicamente como instrumento de producción y de consumo; sino que hay también el peligro, más sutil y mucho más insidioso de que uno mismo comience a considerarse, de modo más o menos consciente, como un "instrumento"; es decir, un elemento pasivo de los diversos procesos, sujeto a las más disparatadas "manipulaciones" (llevadas a cabo, por otra parte, con la ayuda de los mass-media), renunciando así a la responsabilidad y a la "fatiga" de las propias decisiones autónomas y recurriendo, incluso para la solución de los problemas más personales y profundos, a la ayuda expeditiva de cualquier hallazgo "técnico".

La mentalidad de la sociedad de consumo, por otra parte, está estrechamente ligada a una concepción hedonista de la vida, de la cual sólo puede originarse ese tipo de sociedad que hoy suele conocerse con la calificación de "permisiva". La actitud hedonista, en efecto, provoca una interpretación de la libertad que lleva sus aplicaciones hasta el abuso; y, viceversa, el abuso de la libertad se expresa socialmente en la tendencia a asegurar lo más posible las actitudes hedonistas.

4. ¿No se ve en todo esto la moderna edición de aquel "hombre carnal", del que San Pablo dice que "no comprende las cosas del Espíritu de Dios" (cf. 1Co 2,14)? A esta concepción reducida del hombre, vosotros respondéis proponiendo una visión integral de la verdad sobre el hombre, tal como ha sido reafirmada en las enseñanzas conciliares.

336 Al hombre moderno, que se interroga sobre su propio destino, vosotros le recordáis que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado", porque "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (Gaudium et spes GS 22). Y hacéis notar, especialmente, que "por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que, fuera del Evangelio, nos envuelve en absoluta oscuridad" (ib.).

La pregunta sobre el hombre desemboca así, necesariamente, en la pregunta sobre Cristo, porque sólo en la respuesta a esta segunda pregunta puede encontrar una respuesta satisfactoria la primera. Oportunamente, por tanto, vuestra búsqueda se ha polarizado sobre la Persona del Verbo encarnado, hombre perfecto además de Dios verdadero. Para nosotros los cristianos, en efecto, la única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es la que lleva a Cristo, Redentor del mundo. Lo he afirmado en mi Encíclica (cf. núm. Nb 7) y lo reafirmo aquí, seguro de encontrar vuestra consciente y convencida conformidad.

5. El pleno conocimiento de Cristo, por otra parte, no puede tenerse fuera de la Iglesia, ya que a ella —y no a otros— fue confiada la misión de anunciar el misterio, bajo la guía del Espíritu, a "todas las naciones... hasta el fin del mundo" (cf. Mt Mt 28,18 ss). Obediente a su Maestro y Señor, la Iglesia vive de Cristo y por Cristo, no deja de escuchar sus palabras, reconstruye con la máxima devoción cada detalle de su existencia; celebra con participación apasionada su muerte y su resurrección. La única ambición de la Iglesia es la de manifestar el misterio de Cristo al género humano, a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se suceden, a cada hombre en particular, como si repitiese siempre, a ejemplo del Apóstol: "Nunca, entre vosotros, me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Co 2,2 cf. Redemptor hominis RH 7).

A la Iglesia, por tanto, debéis dirigir vuestras preguntas, a sus palabras debéis prestar atención, tratando de penetrar, con filial intuición, su pensamiento y poner en práctica, con docilidad inmediata y leal, sus deseos. Ella os lleva de la mano en vuestro camino hacia Cristo; ella está con vosotros en vuestro compromiso para con el hombre. No hay posibilidad de duda: efectivamente, en su Esposo, que es el Verbo de Dios encarnado, la Iglesia abarca, en un único abrazo, tanto a Dios, descendido a la humildad de la carne por amor del hombre, como al hombre, elevado mediante la cruz de Cristo, a la dignidad de la filiación divina.

6. La Iglesia camina, por tanto, a través de los caminos del hombre. Caminad también vosotros con ella. Los cristianos tienen, hoy, la misión de representar a sus contemporáneos la imagen concreta de ese "hombre espiritual" (cf. 1Co 2,15), en el que San Pablo indicaba el punto de llegada de la redención: un hombre que sabe reconocer como "don de Dios" lo que es y lo que posee (cf. 1Co 2,12); que no reduce sus propias perspectivas a los estrechos horizontes de los bienes de la tierra, sino que sabe mirar hacia los bienes que no se perciben con los sentidos y que "Dios ha preparado para quienes le aman" (ib., vers. 9); un hombre, sobre todo, que "tiene el pensamiento de Cristo" (ib., vers. 16), porque, comprometiéndose al cumplimiento de su voluntad, ha merecido recibir de El una personal e íntima manifestación (cf. Jn Jn 14,21).

Hijos queridísimos, sabemos que también esta fase del desarrollo del mundo, a la que damos el nombre de "mundo contemporáneo", esconde en sí el único e irrepetible kairós de Dios; constituye también ella un paso hacia la realización de aquel acontecimiento, por el que cada día rogamos cuando decimos: "Venga a nosotros tu Reino".

Reavivad, por tanto, la confianza y asumid con renovado ímpetu vuestro compromiso de dar testimonio de Cristo y de amar al hombre, en plena sintonía de intenciones con vuestros obispos y en cordial colaboración con todos los componentes de la comunidad eclesial. El Señor Jesús, "que subió al cielo, donde se asienta a la diestra de Dios" (cf. Mc Mc 16,19) continúa también hoy actuando en la historia. Sostenidos por esta certeza, salid valientemente al encuentro de vuestros hermanos, para llevarles la "alegre noticia" que ha transformado vuestra existencia; es decir, el anuncio de que "tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16).

Con este augurio, que es también una ferviente oración, imparto a vosotros y a todos los miembros de la Acción Católica italiana una especial, paterna bendición apostólica.

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA PROCESIÓN DE ANTORCHAS

DE LA JUVENTUD DE ACCIÓN CATÓLICA


Plaza de San Pedro

Sábado 21 de junio de 1980



"Tened ceñidos vuestros lomos / y encendidas las lámparas; / y sed como hombres que esperan a su amo / de vuelta de las bodas..." (Lc 12,35-36).

337 ¡Queridos jóvenes! ¡Muchachos y muchachas! Habéis venido a la plaza de San Pedro, con antorchas encendidas, para manifestar la verdad fundamental sobre vosotros mismos.

Esas antorchas hablan de vuestros corazones.

Esas antorchas hablan de vuestra vida.

Dicen que no podéis y no queréis caminar en la oscuridad. Que tenéis necesidad de luz. Más aún; que queréis llevar la luz para iluminar los caminos de vuestra vida y de la vida de los demás.

Confesáis que esa luz es Cristo; que es El la luz de las almas humanas. El es la luz de vuestras almas jóvenes. Muestra Dios al hombre: quien ve a Cristo, ve al mismo tiempo al Padre (cf. Jn
Jn 14,9). Y muestra el hombre al hombre. El misterio del hombre —a veces tan oscuro y ofuscado— se esclarece en El. Cristo anuncia la Buena Nueva. La anuncia mediante Sí mismo, con la propia vida, con la cruz y la resurrección. Enseña cuán grande es la dignidad del hombre, cuán grande es su vocación.

Vosotros, que habéis descubierto esta verdad, debéis tomarla en vuestras manos como una linterna encendida. ¡Y debéis vigilar!

Ante todo debéis vigilar para que esa luz no se apague, en vosotros. Que no quede sofocada y mucho menos expulsada ni por algún soplo de viento contrario que venga de fuera, ni por falta de combustible en vosotros mismos, en vuestros corazones.

Debéis contemporáneamente vigilar en el puesto de los demás y por los demás. Desde hace muchas generaciones, desde hace muchos siglos, Cristo pasa por las calles de esta tierra, de Italia, y de esta ciudad, Roma...

Y viene siempre como Esposo, como Quien ha amado al hombre hasta la ofrenda total de sí mismo.

¡Que no pase en vano!

¡Que lo encuentren los hombres, cada vez más numerosos!

338 ¡Que lo encuentren vuestros coetáneos, cada vez más numerosos!

¡Que vosotros mismos podáis mostrarles el camino que lleva a Cristo!

Por eso, ruego hoy juntamente con vosotros. Y desde el corazón de esta plegaría, os mando mi bendición en nombre de la Santísima Trinidad.

¡Que se abran vuestros corazones!

¡Que se enciendan las linternas en vuestras manos!

¡Vigilad!

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE CICLISTAS ITALIANOS

Sábado 21 de junio de 1980



Carísimos jóvenes del grupo deportivo "Spumador" de Fagnano Olona:

Habéis querido tener este encuentro con el Papa, para manifestarle vuestra fe y vuestro afecto, para escuchar su palabra, para recibir su bendición.

Os agradezco cordialmente este vuestro gesto de devoción y dirijo a todos mi saludo más cordial. Mi predecesor Pío XII, de venerada memoria, hablando a los participantes en el XXIX "Giro" ciclista de Italia, describía así los beneficios del deporte que practicáis:

"La carrera supone y requiere esfuerzo, un esfuerzo armonioso de todo el cuerpo, un esfuerzo cuya energía se muestra menos con la violencia de las arrancadas o de los golpes que con el valor de la disciplina viril y de la constancia prolongada y sostenida hasta la meta (2 junio, 1946).

339 Os aliento, por tanto, en esta disciplina, exhortándoos a procurar siempre el desarrollo integral de vuestra persona. En particular, haced lo posible para que vuestras competiciones y vuestro ideal deportivo sirvan de ayuda para vuestra vida interior, para el cumplimiento de vuestros deberes sociales, familiares, religiosos, especialmente con la santificación del domingo, mediante el encuentro con Cristo y en la práctica de la caridad fraterna.

Que os guíe siempre un sincero interés por la auténtica vida cristiana, que sociedad de nuestros días tanto necesita.

Con estos votos, recibid mi aplauso, mi augurio y sobre todo mi bendición, que de corazón extiendo a todos vuestros seres queridos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR JIMMY CARTER,

PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS


Sábado 21 de junio de 1980



Señor Presidente:

1. Es un gran placer para mí recibirle hoy. Me siento feliz de poder corresponder a la calurosa acogida que recibí de usted en Washington. Los recuerdos de mi visita a la Casa Blanca y de todos los otros contactos con la gente de Estados Unidos, están fijos en mi corazón; los recuerdo con gozo y frecuentemente les doy expresión en mis oraciones por América.

2. Su visita de hoy al Vaticano como Presidente de Estados Unidos la aprecio grandemente. Me complazco en ver en ella un índice del respeto y estima profundos de su país hacia los valores éticos y religiosos, respeto y estima que son tan característicos de millones y millones de americanos de diferente fe.

En mi visita del pasado octubre fui testigo personal del modo en que estos valores espirituales encuentran expresión en la vida de su pueblo, de cómo forman la urdimbre moral de su nación y constituyen la fuerza del Estado civil, que no olvida haber sido fundado sobre principios morales firmes y desea conservar su herencia de "nación bajo Dios".

3. Todos los campos del esfuerzo humano quedan enriquecidos con los valores morales auténticos. En mi viaje pastoral tuve ocasión de hablar de estos valores y manifestar mi honda estima de cuantos los asumen en la vida nacional. No hay esfera de actividades que no resulte beneficiada cuando se procuran activamente los valores religiosos. El campo político, el social y el económico son refrendados y reforzados al aplicárseles las reglas morales, que deben incorporarse irrevocablemente a la tradición de cada uno de los Estados.

4. Los mismos principios que mueven los destinos internos de un pueblo debieran regir sus relaciones con otras naciones. Deseo expresar mi estima hacia todos cuantos han dado testimonio a nivel nacional e internacional de los valores de compasión y justicia, de interés personal por los demás y del compartir fraterno, tratando de promover creciente libertad, mayor igualdad verdadera, y una paz cada vez más estable en un mundo ansioso de verdad, unión y amor.

5. En el centro de todos los sublimes valores espirituales está el valor de toda persona humana, digna de respeto desde el primer momento de su existencia, dotada de dignidad y derechos, y llamada a compartir la responsabilidad en favor de cada hermano o hermana necesitados.

340 6. En la causa de la dignidad y los derechos humanos la Iglesia se propone brindar al mundo la aportación del Evangelio de Cristo, proclamar que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y está destinado a la vida perdurable. Si bien la Iglesia no es una entidad política, como pone de relieve el Concilio Vaticano II, sin embargo está al servicio de la vocación personal y social de unos mismos seres humanos juntamente con la comunidad política, aunque con títulos diferenciados (cf. Gaudium et spes GS 76). Y aunque sea diversa del dominio socio-económico, la Iglesia está llamada a ese servicio con la proclamación de que el hombre es "el autor, centro y fin de toda la vida económico-social" (ib., 63).

En este terreno y en otros muchos, la Iglesia se goza en hablar claro en favor de la persona humana y de cuanto es ventajoso para la humanidad. Además promete su apoyo a todo cuanto se hace por el bien de la humanidad según la diferenciación de aportación de cada uno. En este sentido, Iglesia y Estado están llamados a colaborar en la causa del hombre y en la promoción de la sacra dignidad humana. Esta colaboración es eminentemente útil y responde a la verdad sobre el hombre. A través de la formación ética de ciudadanos que trabajan codo a codo con los otros ciudadanos, la Iglesia cumple otro aspecto de su colaboración con la comunidad política.

7. Y en este contexto quiero asegurarle hoy, Sr. Presidente, el hondo interés que pongo en cada esfuerzo encaminado al mejoramiento de la humanidad y a la paz mundial. De modo particular ocupan nuestra atención común Oriente Medio y las regiones circundantes, por la inmensa importancia que tienen en el bien internacional. Ofrezco mis oraciones para que todos los esfuerzos dignos por la reconciliación y cooperación sean coronados de éxito.

La cuestión de Jerusalén que en estos días atrae de modo especial la atención del mundo, es crucial para la paz justa en esas regiones del mundo, desde el momento en que la Ciudad Santa es centro de intereses y aspiraciones de pueblos diferentes y de modo diferente también. Espero que el hecho de tener una misma tradición monoteísta ayude a conseguir la armonía entre todos los que invocan a Dios. Quisiera repetir de nuevo mi ruego apremiante a que se preste la atención debida a las cuestiones referentes al Líbano y a todo el problema palestino.

8. La Santa Sede conoce el matiz mundial de la responsabilidad que recae sobre Estados Unidos; es consciente también de los riesgos que entraña el afrontar esta responsabilidad. Pero no obstante los inconvenientes y problemas, y a pesar de las limitaciones humanas, los Gobiernos de buena voluntad deben seguir trabajando por la paz y la comprensión internacionales con el control y reducción de armamentos, la promoción del diálogo Norte-Sur y estimulando el progreso de las naciones en vías de desarrollo.

Precisamente hace poco en mi visita a África, pude percibir personalmente la importancia de este continente y la contribución que está llamado a prestar al bien del mundo. Pero todo ello requiere a su vez el interés, apoyo y ayuda fraterna de otros pueblos, a fin de que la estabilidad, independencia y recta autonomía africanas sean salvaguardadas y reforzadas.

9. La cuestión de la dignidad humana está particularmente vinculada a los esfuerzos en pro de la justicia. Toda violación de la justicia, sea donde fuere, es una afrenta a la dignidad humana; y todas las aportaciones efectivas a la justicia, son dignas verdaderamente del mayor elogio. La purificación de las estructuras en los campos político, social y económico no puede dejar de dar resultados provechosos.

Conozco el interés de Estados Unidos por la situación en América Central, especialmente en estos momentos. Se necesitan esfuerzos perseverantes que se han de mantener hasta que cada hermano y hermana de esta parte del mundo y de otros lugares, tenga garantizada su dignidad y esté libre de manipulaciones del poder que fuere, patente o disimulado, en cualquier punto de la tierra. Espero que Estados Unidos prestará su apoyo poderoso a los esfuerzos que elevan de verdad el nivel humano de los pueblos necesitados.

10. Como ya he dicho, mis contactos con el pueblo de Estados Unidos los tengo todavía vivos en la memoria. Entusiasmo y generosidad, voluntad de no caer en un materialismo esclavizador al procurar el bien común en la propia tierra y en el campo internacional, y para los cristianos la urgencia de comunicar la justicia y la paz de Cristo: éstas son las fuerzas que la Santa Sede alienta para el bien de la humanidad.
Sr. Presidente: Mis palabras de hoy quieren ser expresión de afecto por lo que se ha hecho, eco de las necesidades que todavía persisten en el mundo, y desafío de esperanza y confianza al pueblo americano a quien he conocido y amado tanto. Que Dios os sostenga y bendiga a la nación que representáis.


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