Discursos 1980 340


VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS VIETNAMITAS EN SU RESIDENCIA ROMANA

Convictorio vietnamita de Roma

341

Domingo 22 de junio de 1980



(El Papa, tras haber escuchado las palabras del cardenal Joseph-Marie Trinh van-Can, arzobispo de Hanoi, dirigió a los presentes, en francés, un improvisado discurso)

Habría mucho que hablar, pero quiero solamente explicaros por qué he venido aquí. No estaba previsto; pero después de vuestra visita "ad Limina", cuando me habéis dicho que quedaríais algún tiempo en Roma y teníais un Procura, entonces pensé: "Hay que hacer una visita a esa Procura y aprovechar la ocasión de que se hallan todos juntos, por primera vez, tantos obispos del Vietnam". Vivís lejos, muy lejos de Roma y no es fácil para vosotros viajar, venir hasta aquí. Por eso, cuando venís, conviene aprovechar la ocasión y veros las más veces posibles. Vuestro pueblo es un pueblo amabilísimo y eso yo ya lo sabía antes; pero ahora estoy totalmente convencido de ello. Antes de venir a Roma, conocía solamente a una mujer vietnamita que se había casado con un polaco y que vive en Cracovia, pero hoy he encontrado a muchas personas, mujeres y hombres, sobre todo hermanas y religiosas, sacerdotes y seminaristas; y al veros en vuestro ambiente, verdaderamente me doy cuenta de que sois un pueblo simpático y amable. Sé muy bien, y lo saben todos, que el pueblo vietnamita ha sufrido mucho, durante muchos años. Muchos de vuestros connacionales se encuentran fuera de vuestro país, también en Italia. Sé igualmente que vuestra Iglesia ha dado un excepcional testimonio, un testimonio de martirio, y creo que aquellas antiguas palabras que nos dicen "sanguis martyrum semen christianorum" se verifican en vuestro pueblo; porque con esa sangre de mártires de vuestro país y de vuestra Iglesia creció la fe de una generación y se conserva la fe de la generación actual y espero que se conservará la fe de las generaciones futuras. Admiro esa Iglesia, que es tan fiel, tan dinámica, aun teniendo muy pocos medios; medios que no pueden llamarse "ricos", porque de esos verdaderamente carecéis en efecto, pero incluso los medios "pobres" que tenéis son muy restringidos. Pero aun teniendo poquísimos medios, vuestra Iglesia sigue siendo tan fiel, tan dinámica, tan auténtica. Se ve hablando con vuestros obispos, se ve también hablando con los cristianos del Vietnam. Por eso, he querido venir a encontraros. Ha sido sencillamente una necesidad de mi corazón para con esta pequeña comunidad que se encuentra en Roma. Esto es señal de la comunión con toda la Iglesia que se encuentra en Vietnam y con todo el pueblo vietnamita. Para los obispos es una nueva señal de nuestra colegialidad no solamente efectiva, que se demuestra claramente, sino también de una colegialidad afectiva; y creo que se podrán buscar todavía otras circunstancias, otras ocasiones para demostrar estos dos tipos de colegialidad que deben estar unidos. Os agradezco mucho el que me hayáis recibido tan bien, tan cordialmente, tan calurosamente; creo que tras este encuentro estaré mucho más unido a vuestro pueblo, más ligado con la Iglesia que está en Vietnam. Tarea fundamental del Papa es la de estar ligado a las Iglesias, porque deben constituir un punto de enlace entre todas las Iglesias; y así veis que yo hago hoy esta visita en mi propio interés... De todos modos, debemos dar gracias al buen Dios, Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen y debemos continuar rezando por Vietnam y por la Iglesia que está en Vietnam. Sé que vosotros tenéis la costumbre maravillosa de reuniros en vuestra iglesia parroquial toda la comunidad, cada tarde, para la oración del anochecer; nuestro encuentro aquí hoy es un poco la imitación de esa vuestra costumbre; es una oración de la tarde con los vietnamitas, con los cardenales, arzobispos y obispos y con la comunidad vietnamita que se encuentra en Roma, representando a toda la comunidad católica del Vietnam.

Debemos agradecer al buen Dios y a la Virgen esta oportunidad imprevista. Creo que en este momento especialmente solemne podemos impartir la bendición, juntamente con los cardenales y obispos, a toda la comunidad aquí presente y, a través de ella, a toda la Iglesia que está en Vietnam y a todos los vietnamitas que están en Vietnam y a los esparcidos por todo el mundo.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS RELIGIOSAS URSULINAS DE LA UNIÓN ROMANA

Lunes 23 de junio de 1980



Queridas religiosas:

Al día siguiente de esa jornada tan importante y tan alentadora para el Canadá y para las religiosas ursulinas, me siento especialmente feliz al recibiros, procedentes de los diversos países donde está instalado vuestro Instituto. Habiendo proclamado Beata a una de vuestras hermanas más ilustres, me uno a vuestra alegría y deseo que vuestra congregación, que la vida religiosa de cada una de vosotras, reciban con ello un nuevo impulso.

1. María de la Encarnación es, en efecto, un ejemplo eminente de vida religiosa, tal como la Iglesia la vive desde hace muchos siglos y tal como el reciente Concilio nos la ha recordado. Fundada sobre las palabras y los ejemplos del Señor, la vida religiosa lleva a entregarse enteramente a Dios, amado por encima de todo, para dedicarse al servicio del Señor, de modo nuevo y peculiar; los consejos evangélicos unen, de manera especial, a quienes los practican, con la Iglesia y con su misterio (cf. Lumen gentium LG 43 y 44).

María de la Encarnación vivió ese ideal religioso de forma tal, que la Iglesia, al declararla Beata, afirma que constituye un ejemplo auténtico y que, siguiendo ese ejemplo, las religiosas de hoy no sólo no se equivocan, sino que marcharán por el camino de la perfección y del mayor servicio a la Iglesia. Huelga decir que este ejemplo, hermanas mías, vale especialmente para quienes aquí estáis, para vosotras que pertenecéis a la gran familia fundada por Santa Ángela de Mérici, de la que la nueva Beata es una de sus mayores glorias; y sobre todo, para vosotras, hermanas ursulinas de Canadá, ya que fue vuestra fundadora. Sor María de la Encarnación es denominada "la madre de la Iglesia en Canadá". No sólo porque es históricamente la primera, sino, sobre todo, por la orientación espiritual de su vida y de su obra. Por eso, es necesario seguirla, hoy más que nunca, dadas las dificultades de nuestro tiempo. Voy a limitarme esta mañana, queridas hermanas, a señalaros algunos puntos.

2. El primero, en el que tengo especial interés, es la unidad de vuestra vida. ¡Hay tal tendencia a oponer unas cosas a otras! Se oponen humanismo y religión, sentido de Dios y sentido del hombre, vida contemplativa y vida activa, etc. No es que estas distinciones no tengan algo de verdad; sin embargo, convendría encontrar las condiciones superiores que lograran la unidad. De esa unidad, es ejemplo de primer orden Sor María de la Encarnación. Se podría hablar largamente de la variedad de su experiencia humana, así como de su ahondamiento continuo en la vida mística. En ese sentido, sus biógrafos han destacado, con toda razón, la importancia de la etapa espiritual de 1653, señalada por la ofrenda total de sí misma para el futuro cristiano de Canadá. Cuando ella se esfuerza, para siempre, en "obedecer ciegamente" a la voluntad de Dios, la unidad de su vida aparece clara; en realidad, la intimidad mística con Dios forma un todo con la vida apostólica y el espíritu de servicio que no había dejado jamás de orientar su existencia, en su hogar o en el de su cuñado, hasta su decisión de entrar en las ursulinas, de las que solamente había oído hablar, "porque habían sido fundadas para ayudar a las almas, que era algo —escribe ella misma— a lo que yo sentía insistentes inclinaciones" (Autobiografía, cap. XXIX). Todas vosotras sabéis cuán eficaz fue su obra, aunque viviera prácticamente encerrada en su monasterio; todas sus cualidades de espíritu y de corazón estaban orientadas por su voluntad de hacer en todo únicamente la voluntad divina.

3. El segundo punto sobre el que quiero llamar vuestra atención debe constituir para vosotras, hermanas mías, un poderoso estímulo para vuestro apostolado. Se trata del predominio, en vuestra fundadora, de la vida interior, basada ante todo en la búsqueda de la voluntad de Dios y en la obediencia. Su fidelidad al Espíritu de Cristo es primordial. "Es ese espíritu el que hace correr por tierra y por mar a los operarios del Evangelio y les convierte en mártires vivientes antes de que el hierro o el fuego les consuman", escribía; y sus palabras adquirían un sentido bien concreto, al relacionarlas con los primeros mártires canadienses.

342 Conviene meditar y profundizar en este fundamento de la vida espiritual de nuestra Beata. Así se podrá evitar un grave obstáculo para la orientación y la eficacia de la vida religiosa y del apostolado en el mundo moderno. Bien sabemos, ciertamente, que la llamada de la gracia se inserta en nuestra naturaleza y también en las condiciones históricas particulares y, por tanto, cambiantes. De ahí, que ciertas modalidades de la vida de la madre María de la Encarnación no pueden ser ya, para vosotras, ejemplos que haya que imitar a la letra. Pero yo os he hablado de su fidelidad al "espíritu del Verbo Encarnado", que la llevó, como ella escribía en 1653, a ofrecerse "en holocausto a la divina Majestad para ser consumada del modo que El quiera ordenar por todo este desolado país". La meditación de su vida debe permitir a las hermanas ursulinas librarse de una tentación frecuente en nuestra época y dar prueba de verdadero discernimiento espiritual. Conviene procurar no atribuir a conceptos o circunstancias del pasado lo que es en realidad exigencia permanente de la vida religiosa según la Iglesia, así como de verdadero abandono en manos de Dios, de que es ejemplo María de la Encarnación. En efecto; el aspecto excepcional de las gracias místicas con que fue favorecida y que hacen de ella una maestra de vida espiritual a la altura de las más grandes, no debe hacer olvidar los sencillísimos principios que inspiraron su vida y su dedicación a la educación cristiana de la juventud, para servir a Cristo y a su Iglesia como El quería ser servido. Esos principios deben ser todavía ahora los vuestros, en vuestra vida religiosa así como en el apostolado que os sigue siendo confiado entre las jóvenes. Esto es lo que puede llamarse fidelidad al carisma de la fundadora. ¡Cuán peligroso sería que una adaptación indebida al espíritu de nuestra época llevase a ciertas almas consagradas a poner en primer plano de sus motivos explícitos la preocupación del desarrollo personal y los propios gustos! La madre María de la Encarnación, en su fidelidad, supo resistir a esa tentación de una "vocación equivocada", como le enseñaron sus directores jesuitas a ejemplo de San Ignacio. Seguidla con gozo y valentía por el camino de vuestra tan hermosa vocación, en el amor y en la dedicación sin reservas.

4. En los comienzos de su vida religiosa, María de la Encarnación vio en un sueño profético, "un grande y vasto país, lleno de montañas, de valles y de espesas nieblas que lo llenaban todo", como ella misma escribe (Autobiografía, cap. XXXVII). Más tarde, debía reconocer en ese país al Canadá, adonde ella contribuyó a llevar ¡entre no pocas dificultades! la luz del Evangelio. ¡Qué aliento y qué ejemplo! También hoy, hermanas mías, vivimos en un mundo que frecuentemente, muchas veces está como envuelto en la niebla; y desgraciadamente no se trata sólo de la ignorancia del Evangelio, sino muchas veces del abandono del Evangelio. En este mundo, nosotros estamos llamados a infundir luz y alegría. Que las fiestas de estos días sirvan para llenaros de consuelo espiritual y de decisión para rectificar lo que deba ser rectificado, para volcaros en el amor del Señor, a ejemplo de la Beata María de la Encarnación, y haceros cada vez más sus verdaderos testigos y apóstoles, especialmente entre la juventud. Me alegra haber podido festejar a esta nueva Beata con vosotras, con todas las religiosas ursulinas y con las que son especialmente hijas suyas y, en cierto modo, sus herederas espirituales. Sabed caminar fielmente tras sus huellas con la ayuda del Señor. A El os encomiendo a todas, diciéndoos que la Iglesia tiene necesidad de vosotras y cuenta con vosotras. Bendigo de corazón vuestras casas, vuestras obras, a todos vuestros seres queridos, impartiéndoos la bendición apostólica. (23 de junio)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE INDIOS DE NORTEAMÉRICA

PRESENTES EN ROMA CON MOTIVO


DE LA BEATIFICACIÓN DE CATALINA TEKAKWITHA


Martes 24 de junio de 1980



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Es un gozo para mí encontrarme hoy con todos vosotros, representantes de los indios norteamericanos de Canadá y Estados Unidos. Os saludo en la paz de Cristo y por vuestro medio deseo extender mi saludo a todos aquellos que representáis, al pueblo indio demuestro continente. Cuando volváis a vuestra tierra, decid por favor a vuestras familias y amigos que el Papa les ama y pide para ellos gozo y fuerza en el Espíritu Santo.

Habéis hecho este largo viaje a Roma para tomar parte en un momento especial de la historia de vuestro pueblo. Habéis venido a gozaros en la beatificación de Catalina Tekakwitha. Es el momento de hacer un alto y dar gracias a Dios por la cultura única y la rica tradición humana que habéis heredado, y por el don más grande todavía que habéis recibido, el don de la fe. Es evidente que la Beata Catalina se presenta ante nosotros como símbolo de lo mejor de vuestra herencia de indios norteamericanos.

Pero hoy es también día de felicidad grande para la Iglesia en todo el mundo. Todos estamos impresionados por el ejemplo de esta joven mujer de fe que murió ahora hace tres siglos. Nos edifica su confianza plena en la providencia de Dios, y nos estimula su fidelidad gozosa al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Junto con vosotros toda la Iglesia puede decir en su sentido verdadero las palabras de San Pablo: "Al que es poderoso para hacer que abundemos copiosamente más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, de generación en generación, por los siglos de los siglos" (Ep 3,20-21).

La Iglesia ha declarado al mundo que Catalina Tekakwitha es Beata, que vivió vida de santidad ejemplar en la tierra, y que ahora en el cielo es miembro de la Comunión de los Santos e intercede continuamente ante el Padre misericordioso por nosotros.

Su beatificación debiera recordarnos que estamos llamados a una vida de santidad, porque Dios ha elegido en el bautismo a cada uno de nosotros "para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad" (Ep 1,4). Santidad de vida —unión con Cristo por la oración y obras de caridad— no es algo reservado a unos pocos elegidos de entre los miembros de la Iglesia. Es la vocación de todos.

Hermanos y hermanas mías: Ojalá os mueva y aguijonee la vida de la Beata Catalina. Miradla como ejemplo de fidelidad; ved en ella un modelo de pureza y amor; volveos a ella en la oración en busca de ayuda. Os bendiga Dios como la bendijo a Ella. Bendiga Dios a todos los indios norteamericanos de Canadá y Estados Unidos.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

EN EL 450 ANIVERSARIO DE LA "CONFESIÓN DE AUGSBURGO"

Miércoles 25 de junio de 1980



343 Mi atención se dirige hoy a una fecha memorable en la historia de la cristiandad occidental. Hace 450 años, los predecesores de nuestros hermanos y hermanas de confesión luterana presentaron al Emperador Carlos V y a la asamblea nacional alemana un escrito, con la intención de dar testimonio de su fe en "la Iglesia una, santa, católica y apostólica". Este escrito ha entrado en la historia de la cristiandad con el nombre de "Confesión de Augsburgo" (o augustana). Como "documento confesional" constituye aún hoy un texto fundamental para la profesión de fe y la vida eclesial de los cristianos luteranos y no solamente para ellos.

Una mirada retrospectiva hacia las circunstancias históricas 450 años atrás y, todavía más, hacia la evolución posterior, nos llena de pena y dolor. Tenemos que reconocer que, a pesar del noble propósito y firme compromiso de todos los participantes, no se logró evitar la amenazante separación entre la Iglesia católica romana y los representantes de la Reforma evangélica. La última vigorosa tentativa de reconciliación en la asamblea de Augsburgo fracasó. Bien pronto se llegaría a la separación visible.

Con tanta mayor gratitud vemos hoy siempre más claramente que, si bien entonces la construcción del puente no pudo llegar a término, importantes pilares del mismo, en medio de la agitación de los tiempos, han permanecido incólumes. El ya no reciente e intenso diálogo con los luteranos, al cual el Concilio Vaticano II nos exhortaba a la par que mostraba el camino, ha permitido que descubriéramos nuevamente cuán profunda y sólidamente están planteados los fundamentos de nuestra fe común.

Al considerar la historia de las separaciones en la cristiandad, nos volvemos conscientes hoy más que nunca de las consecuencias trágicas y escandalosas que tienen los fracasos y las culpas humanas por un largo futuro, al oscurecer de tal manera la voluntad de Cristo y dañar en consecuencia a la credibilidad de la Buena Noticia. El Concilio Vaticano II nos ha recordado que existe una relación intrínseca entre la renovación permanente de la Iglesia por la fuerza del Evangelio y la realización y restauración de su unidad.

Querría animar a todos los fieles, y especialmente a los teólogos, y rogarles insistentemente, que, en fidelidad a Cristo y a su Evangelio, en fidelidad a la "antigua Iglesia", a los Padres y Concilios que nos son comunes, busquen lo que nos une con los hermanos y hermanas de confesión luterana y redescubran así la común substancia de la fe. El mundo de este siglo XX que concluye está marcado por el signo de un hambre indescriptible. El mundo tiene hambre y sed de una profesión de fe y de un testimonio de Cristo en palabras y en hechos. Hambre y sed de Aquel que solo puede saciar una y otra.

Saludo de todo corazón a los cristianos que hoy y en los próximos días estarán reunidos en Augsburgo para dar testimonio de Jesucristo como Salvador del mundo, como Alfa y Omega de toda realidad, ante una humanidad torturada por la angustia y el pesimismo. Y quiero saludar igualmente a todos los cristianos que, con la misma ocasión del 450 aniversario de la Confesión de Augsburgo, se reúnen en diversas partes del mundo, a fin de extraer nuevas fuerzas para una profesión de fe llena de esperanza, en el presente y en el futuro, del Evangelio de la creación divina, de la redención por Jesucristo y de la vocación para formar un solo Pueblo de Dios, La voluntad de Cristo y los signos de los tiempos nos impulsan a dar un testimonio común en la creciente plenitud de la verdad y el amor.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR LLOYD THOMSON

EMBAJADOR DE AUSTRALIA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 26 de junio de 1980



Sr. Embajador:

Me complazco en recibir de Vuestra Excelencia las Cartas que lo acreditan como Embajador de Australia ante la Santa Sede. Le doy la bienvenida y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre propio y en el del Gobierno y pueblo australiano.

La primera preocupación de la Iglesia es el bien espiritual de toda persona; y por ello siempre presta atención primaria al anhelo más profundo de la persona humana, el hambre de vida eterna del alma. Pero no quedan olvidadas las otras necesidades y aspiraciones de la persona humana. Porque en su deseo de ser siempre fiel a las enseñanzas y ejemplo de Jesucristo, la Iglesia no es indiferente a las esperanzas y gozos, necesidades y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestros días. Además, a través de las actividades religiosas, la Iglesia puede ayudar a los individuos a aumentar su empeño por estos valores humanos básicos que son tan importantes en toda sociedad y cultura. Al mismo tiempo estas actividades pueden coadyuvar a que exista unión y armonía entre pueblos y naciones.

Os habéis referido a estos objetivos que comparten Australia y la Santa Sede. La Iglesia ve con satisfacción el deseo de vuestro país de continuar colaborando en los esfuerzos de la comunidad internacional encaminados a liberar al mundo de la pobreza, la violencia, la ignorancia y la enfermedad, a estimular la justicia y la paz verdaderas, y a promocionar la dignidad fundamental de todo ser humano. A este respecto deseo expresarle mi aprecio sincero de todo cuanto su nación, fiel a su tradición de hospitalidad, ha hecho y sigue haciendo por los numerosos emigrados y refugiados a quienes habéis acogido en vuestras playas. La Iglesia desea ofrecer su apoyo moral a estos esfuerzos valiosos.

344 Quisiera rogarle tuviera la amabilidad de transmitir mi saludo cordial al Gobierno y pueblo de Australia. Aseguro a Vuestra Excelencia que la Santa Sede colaborará plenamente en el desempeño de su cargo, y le expreso mis deseos mejores de grandes frutos en el cumplimiento de su misión.

MENSAJE DE JUAN PABLO II A LOS COLOMBIANOS

A CONCLUSIÓN DEL AÑO CLAVERIANO

26 de junio de 1980



Venerables hermanos y amadísimos hijos de Colombia,

A conclusión del año claveriano, que ha significado para vosotros un nuevo enriquecimiento en la fe, os disponéis a celebrar solemnemente en Cartagena, junto a la Casa-santuario que guarda les reliquias del Santo, el Cuarto Centenario del nacimiento de San Pedro Claver.

Mucho me hubiera agradado poder acceder a vuestros deseos y encontrarme en medio de vosotros en esta ocasión, para unirme al homenaje tributado a esa insigne figura eclesial, a la que profesáis tanto cariño y devoción.

Las múltiples ocupaciones de mi servicio a la Iglesia universal no me han permitido, sin embargo, una presencia física; pero no por ello es menos intensa mi participación afectuosa y cordial en estas manifestaciones de fe, en les que estoy espiritualmente unido a vosotros y visiblemente representado por el amado Cardenal Bernardin Gantin, mi Enviado Especial.

Permitidme que os exprese ante todo mi profunda admiración por este ejemplar religioso de la Compañía de Jesús, un preclaro colombiano nacido en España, de quien mi predecesor León XIII dijo: “Después de Cristo es el hombre que más me ha impresionado en la historia”.

A pesar de los cuatrocientos años que nos separan de su nacimiento, su mensaje y ejemplo conservan una gran actualidad en nuestros días. El, animado por el amor sincero y universal que distingue al verdadero seguidor de Cristo, se hizo “el esclavo de los esclavos negros para siempre”, a ellos consagró sus mejores energías, en defensa de sus derechos como personal y como hijos de Dios consumió su existencia, y en una prueba heroica de amor al hermano entregó su vida.

Pero San Pedro Claver no limitó el horizonte de su labor a los esclavos, sino que lo extendió con prodigiosa vitalidad a todos los grupos étnicos o religiosos que sufrían la marginación. ¡Cuántos prisioneros, extranjeros, pobres y oprimidos, además de los trabajadores esclavos en la construcción, en les minas y haciendas recibieron su visita, su aliento y consuelo!

En un ambiente duro y difícil, en el que el derecho del ser humano era violado sin escrúpulos, San Pedro Claver gritó valientemente a los dominadores que aquellos seres oprimidos eran iguales a ellos en su dignidad, en su alma y en su vocación trascendente.

Con profundo sentido pedagógico, con facto de sociólogo integral, al marginado le infundió la conciencia de su dignidad, le hizo apreciar el valor de su persona y del destino al que Dios, Padre de todos, le llamaba. Así rompió les barreras de la desesperación; así sembró la esperanza; así fue trasformando una realidad injusta, sin predicar caminos de violencia física o de odio; así fue creando un lazo de unión entre dos razas y culturas.

345 En nuestro mundo de hoy, que proclama con insistencia el respeto de los derechos humanos y que tanto sigue necesitando la real observancia de los mismos en muy diversos campos, el ejemplo de San Pedro Claver ofrece un luminoso punto de referencia, como eminente defensor de esos derechos y por los medios empleados en ello.

A vosotros, amados hermanos de Cartagena y de Colombia entera, que tenéis la dicha de poder considerarlo como especialmente vuestro, os sirva él de aliento y guía, de inspiración en la vida personal, profesional y social.

Quiero señalaros además otra faceta particularmente significativa de su vida; él es el hombre de la entrega, en una vocación sacerdotal para los demás. En efecto, ante les necesidades apremiantes que descubre en torno a sí, él no se reserva, sino que se ofrece enteramente a los otros. Para tratar de aliviarlos y liberarlos de su opresión y para darles la dimensión completa de su existencia.

Viendo los resultados estupendos conseguidos, con frutos que sólo un amor ilimitado y sólidamente fundado en Dios es capaz de alcanzar, nos damos cuenta de hallarnos ante una vida plenamente realizada, fecunda, digna de ser imitada.

Por ello os propongo ese ejemplo de hombre y de religioso sacerdote, para que sirva de modero a quienes no se contentan con ideales pequeños y quieren realizarse en una generosa entrega a los demás. ¡Ojalá que, como fruto particular de este Centenario, el ejemplo de San Pedro Claver sea seguido por numerosos jóvenes, dispuestos a consagrarse a Dios y a los hermanos en una vocación de entrega total!

Os diría muchas otras cosas, pero no es posible hacerlo en esta ocasión. Sabed que os acompaño con la plegaria, para que seáis siempre auténticos cristianos, fuertes en la fe y en la caridad, promotores de paz y desarrollo en la sociedad, artífices de entendimiento mutuo, a imitación de vuestro Santo. A su intercesión os encomiando, mientras de corazón otorgo a los queridos Hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes y religiosos —especialmente a los que atienden su Casa-santuario— a les religiosas, seminaristas y pueblo fiel de Colombia una especial Bendición Apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS REPRESENTANTES Y DIRIGENTES

DE LA SOBERANA ORDEN MILITAR DE MALTA


Jueves 26 de junio de 1980



Ilustres señores:

Me alegra recibiros y saludaros a todos en vuestra calidad de representantes y dirigentes de la Soberana Orden Militar de Malta, que habéis venido a expresar vuestro respetuoso homenaje al Papa y a la Sede Apostólica, la cual ha tenido desde siempre palabras de estima y de aliento por vuestra incansable y benemérita actividad en el amplio campo asistencial y sanitario.

Os doy gracias por la iniciativa de este encuentro y expreso mi reconocimiento al Gran Maestro Fra Angelo de Mojana por las nobles y acertadas palabras que, haciéndose intérprete de los sentimientos de todos los presentes, ha querido tan gentilmente dirigirme.

Este encuentro me es además muy grato porque me da ocasión para renovaros, ahora que estáis aquí reunidos, mi aprecio por la múltiple, activa y cristiana solicitud que mostráis hacia quienes se encuentran en estado de necesidad a causa de la enfermedad, la pobreza, las guerras y toda clase de calamidades naturales. Conozco bien las ingeniosas iniciativas que vuestra Orden lleva adelante desde hace siglos, en los diversos continentes, con coherente fidelidad a la propia vocación humanitaria y en loable colaboración con las competentes autoridades locales.

346 Estad seguros de que ese servicio desinteresado e inspirado en las hermosas páginas del Evangelio, donde el Señor se identifica con los más humildes y los más pequeños (cf. Mt Mt 10,42 Mt 25,40 Mc Mc 9,41 Lc Lc 9,48), no sólo sirve de ayuda y de consuelo a vuestros asistidos en los hospitales, en los asilos para ancianos, en los orfanatos, en las cárceles y en los barrios más abandonados, sino que tales obras de caridad van en beneficio vuestro porque estimulan a amar al prójimo, a olvidarse de uno mismo y de las propias exigencias, las cuales, muchas veces, si se comparan con las de los demás, muy fácilmente quedan rebajadas de dimensión. La caridad, en efecto, desarrolla y agudiza la inteligencia del dolor y de las necesidades de los demás, dando alas al sentido de la solidaridad. Pero cuando además se llega realmente a descubrir a Cristo en el hermano, que sufre o está necesitado y a hacerse su cirineo, entonces la caridad llega a su vértice y se ilumina de luz sobrenatural, porque resulta partícipe de la misma misión redentora de Cristo.

Vuestra Orden celebró hace dos días la festividad litúrgica de San Juan Bautista, a quien veneráis como vuestro celestial patrono. Pues bien, ¿no es quizá la misma caridad cristiana, a la que acabo de referirme, la manera más elocuente de anunciar hoy los caminos del Señor, del cual vuestro patrono fue valiente precursor? Tened siempre en vosotros el espíritu del Bautista, llevando por dondequiera que paséis su coherente testimonio de fe en el Señor, que por vuestro medio quiere llegar a tantas almas que no lo conocen todavía. Haced siempre brillar "vuestra luz ante los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

Con estos sentimientos en el corazón, os renuevo mi benevolencia y deseo feliz éxito a todas vuestras empresas, mientras os encomiendo a la protección de la Virgen Santísima, invocada por vosotros con el título de "Consoladora de los Afligidos", y os imparto la propiciadora bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR ALBERT SATO,

PRIMER EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA CENTROAFRICANA


ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 27 de junio de 1980



Señor Embajador:

Con gran alegría le recibo a usted que va a representar de ahora en adelante a la República Centroafricana ante la Santa Sede, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario. Es, en efecto, la primera vez que este acontecimiento se produce en la historia de su país. Por lo demás, conozco las cualidades humanas y cristianas con las que piensa usted cumplir sus funciones y me siento profundamente impresionado por la nobleza de sus palabras, llenas de estima por la Iglesia católica y de satisfacción por lo que ha realizado en su país.

Le agradeceré que tenga a bien manifestar de mi parte al Excelentísimo Señor David Dacko, Presidente de la República, mi gratitud por sus corteses saludos y mis votos cordiales para su persona y para el desempeño de su alto cargo al servicio de todos sus compatriotas.

Saludo, a través de él, a todo el pueblo Centroafricano, al que deseo una era de paz y de prosperidad. Los católicos allí son muy numerosos, aunque la obra de evangelización comenzó apenas hace un siglo; por esta solemne ocasión, me complazco en expresar mis sentimientos de afecto y votos especiales, sobre todo a sus Pastores, a los sacerdotes centroafricanos y a los misioneros, a los religiosos y religiosas, a los catequistas, por su serenidad cristiana, por el vigor y la irradiación de su fe. Ya me encontré con los obispos y fieles en Brazzaville, durante mi reciente viaje al centro de África, que me familiarizó con ese continente y me lo hizo todavía más cercano. Pero hoy, el pensamiento y el corazón del Papa se dirigen a todos los ciudadanos de Centroáfrica.

La Santa Sede, en efecto, se interesa por todo lo que marca la vida de sus compatriotas, por todo lo que representa para ellos un valor y una posibilidad. No ignora las dificultades que encuentra su país para dar a cada uno de sus hijos dignas condiciones de vida, en el campo de la alimentación, de la instrucción, de la salud. Deseo que la nación centroafricana pueda consagrar todas sus fuerzas a las duras tareas del desarrollo, apoyándose en los esfuerzos de todos, en un clima de confianza, de paz, de justicia, contando también con la solidaridad internacional que respete su libertad y su personalidad. La Iglesia, que no ha dejado de dar su contribución en el campo social, en el caritativo y en el educativo, con vistas principalmente a las personas menos favorecidas, está evidentemente dispuesta a continuar realizando, en la medida de sus posibilidades, lo que es parte integrante de su testimonio de amor que es el corazón del Evangelio.

El desarrollo cultural, moral y espiritual no es menos necesario al bienestar y a la dignidad de la vida, al futuro de la nación. Las conciencias necesitan ser formadas en el sentido de sus derechos y sus deberes dentro de las tareas familiares y cívicas, así como también para responder, de modo personal y comunitario, a las exigencias de la destinación en Dios. Es un servicio que la Iglesia se siente especialmente llamada a hacer. Usted mismo ha hablado de su "misión salvífica". Eso quiere decir que la Iglesia aprecia las garantías de libertad y de benevolencia que son necesarias a su misión y de las que se muestran solícitas las actuales autoridades. Quiere decir también que la Iglesia desea proseguir su obra educadora y, en particular, poder dar, de modo adecuado a los jóvenes estudiantes, la formación religiosa que corresponde a las necesidades de las conciencias y a la vida de fe de los cristianos.

Sí; la Iglesia tiene mucho interés por el desarrollo humano y espiritual de su país. Y está segura que el ideal, enseñado y vivido, del respeto al hombre el ideal de la justicia, el ideal de la fraternidad, basados sobre la misma dignidad de hijos de Dios, preparan las condiciones de un futuro mejor para la República Centroafricana, un futuro de estabilidad y de verdadero progreso-y no olvido tampoco la contribución que ese país puede aportar a la paz en el continente africano, que vive horas a la vez sembradas de insidias y llenas de promesas, así como a nivel de los grandes problemas internacionales.


Discursos 1980 340