Discursos 1980 378

378 4. La Iglesia es para el creyente objeto de fe y de amor. Uno de los signos del real compromiso con la Iglesia es acatar sinceramente su Magisterio, fundamento de la comunión. No es aceptable la contraposición que se hace a veces entre una Iglesia “oficial”, “institucional”, con la Iglesia-Comunión. No son, no pueden ser, realidades separadas. El verdadero creyente sabe que la Iglesia es pueblo de Dios en razón de la convocación en Cristo y que toda la vida de la Iglesia está determinada por la pertenencia al Señor. Es un “pueblo” elegido, escogido por Dios.

5. Atención particular merece el trabajo de los teólogos. Ese ministerio es un noble servicio, que la inmensa mayoría cumple fielmente. Su labor entraña una firme actitud de fe. Junto con la libertad de investigación, la comunicación oral o escrita de sus investigaciones y reflexiones debe hacerse con todo sentido de responsabilidad, de acuerdo con los derechos y deberes que competen al Magisterio, puesto por Dios para la guía en la fe de todo el pueblo fiel.

6. La Conferencia de Puebla ha querido ser también una gran opción por el hombre. No se puede oponer el servicio de Dios y el servicio de los hombres, el derecho de Dios y el derecho de los hombres. Sirviendo al Señor, entregándole nuestra vida al decir que “creemos en un solo Dios”, que “Jesús es el Señor” (
1Co 12,3 Rm 10,9 Jn 20,28), rompemos con todo lo demás que pretenda erigirse en absoluto, y destruimos los ídolos del dinero, del poder, del sexo, los que se esconden en las ideologías, “religiones laicas” con ambición totalitaria.

El reconocimiento del señorío de Dios conduce al descubrimiento de la realidad del hombre. Reconociendo el derecho de Dios, seremos capaces de reconocer el derecho de los hombres.“Del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión... de cada hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo para siempre...” (Redemptor hominis RH 13).

7. Dada la realidad de tan vastos sectores golpeados por la miseria y ante la brecha existente entre ricos y pobres — que señalé al comienzo de las históricas jornadas de Puebla — justamente invitando a la opción preferencial por los pobres, no exclusiva ni excluyente (cf. Puebla, 1145, 1165). Los pobres son, en efecto, los predilectos de Dios (cf. Puebla, 1143). En el rostro de los pobres se refleja Cristo, Servidor de Yahvé. “Su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús” (cf. Puebla, 1142). Oportunamente habéis indicado que “el mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente” (cf. Puebla, 1145). Es, pues, una opción que expresa el amor de predilección de la Iglesia, dentro de su universal misión evangelizadora y sin que ningún sector quede excluido de sus cuidados.

Entre los elementos de una pastoral que lleve el sello de predilección por los pobres emergen: el interés por una predicación sólida y accesible; por una catequesis que abrace todo el mensaje cristiano; por una liturgia que respete el sentido de lo sagrado y evite riesgos de instrumentalización política; por una pastoral familiar que defienda al pobre ante campañas injustas que ofenden su dignidad; por la educación, haciendo que llegue a los sectores menos favorecidos; por la religiosidad popular, en la que se expresa el alma misma de los pueblos.

Un aspecto de la evangelización de los pobres es vigorizar una activa preocupación social. La Iglesia ha tenido siempre esta sensibilidad y hoy se fortalece tal conciencia: “Nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo” (Puebla, 476). A este propósito, en obsequio a las directrices que os di al iniciar la Conferencia de Puebla, habéis hecho hincapié, amados hermanos, en la vigencia y necesidad de la Doctrina Social de la Iglesia cuyo “objeto primario es la dignidad personal del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables” (Puebla, 475).

Una faceta concreta de la evangelización y que ha de orientarle sobre todo hacia quienes gozan de medios económicos — a fin de que colaboren con los más necesitados — es la recta concepción de la propiedad privada, sobre la que “grava una hipoteca social” (Discurso inaugural , III, III 4,0). Tanto a nivel internacional como al interior de cada País, quienes poseen los bienes deben estar muy atentos a las necesidades de sus hermanos. Es un problema de justicia y de humanidad. También de visión de futuro, si se quiere preservar la paz de las naciones.

Manifiesto por ello mi complacencia por el mensaje enviado desde Puebla a los pueblos de América Latina y confío asimismo en que el “Servicio operativo de los derechos humanos”, del CELAM, se hará eco de la voz de la Iglesia donde lo reclamen situaciones de injusticia o de violación de los legítimos derechos del hombre.

8. Tema importante en la Conferencia de Puebla ha sido el de la liberación. Os había exhortado a considerar lo específico y original de la presencia de la Iglesia en la liberación (Discurso inaugural , III, III 1,0). Os señalaba cómo la Iglesia “no necesita, pues, recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre” (Discurso inaugural , III, III 2,0). En la variedad de los tratamientos y corrientes de la liberación, es indispensable distinguir entre lo que implica “una recta concepción cristiana de la liberación” (Discurso inaugural , III, III 6,0), “en un sentido integral y profundo como lo anunció Jesús” (ib.), aplicando lealmente los criterios que la Iglesia ofrece, y otras formas de liberación distantes y hasta reñidas con el compromiso cristiano.

Dedicasteis oportunas consideraciones a los signos para discernir lo que es una verdadera liberación cristiana, con todo su valor, urgencia y riqueza, y lo que toma las sendas de las ideologías. Los contenidos y las actitudes (cf. Puebla 489), los medios que utilizan, ayudan para tal discernimiento. La liberación cristiana usa “medios evangélicos, con su peculiar eficacia y no acude a ninguna clase de violencia ni a la dialéctica de la lucha de clases...” (cf. Puebla 486) o a la praxis o análisis marxista, por “el riesgo de ideologización a que se expone la reflexión teológica, cuando se realiza partiendo de una praxis que recurre al análisis marxista. Sus consecuencias son la total politización de la existencia cristiana, la disolución del lenguaje de la fe en el de las ciencias sociales y el vaciamiento de la dimensión trascendental de la salvación cristiana” (cf. Puebla 545).

379 9. Una de las aportaciones pastorales más originales de la Iglesia Latinoamericana, como fue presentada en el Sínodo de los Obispos de 1974 y asumida en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, han sido las comunidades eclesiales de base.

Ojalá estas comunidades sigan mostrando su vitalidad y dando sus frutos (cf. Puebla 97, 156), evitando a la vez los riesgos que pueden encontrar y a los que aludía la Conferencia de Puebla: “Es lamentable que en algunos lugares intereses claramente políticos pretendan manipularlas y apartarlas de la auténtica comunión con los obispos” (Puebla 98). Ante el hecho de la radicalización ideológica, que en algunos caves se registra (cf. Puebla 630), y por el armonioso desarrollo de estas comunidades, os invito a asumir el compromiso suscrito. “Como Pastores queremos decididamente promover, orientar y acompañar las comunidades eclesiales de base, según el espíritu de Medellín y los criterios de la Evangelii Nuntiandi” (cf. Puebla 648)

10. La Conferencia de Puebla ha querido dar impulso a “una opción más decidida por una pastoral de conjunto” (cf. Puebla 650), necesaria para la eficacia de la evangelización y para la promoción de la unidad de las Iglesias particulares (cf. Puebla 703). Articúlense, pues, en ella los distintos aspectos de la pastoral, con dinámica unidad de criterios teológicos y pastorales. Mucho puede hacer el CELAM a este respecto.

11. En esa perspectiva de una adecuada pastoral de conjunto, permitidme que os insista en las prioridades pastorales que indiqué en Puebla y que con tan marcado interés asumisteis. Conservan toda su vigencia y urgencia. Me refiero a la pastoral familiar, juvenil y vocacional.

Hacer que la familia, en América Latina, cohesionada por el sacramento del matrimonio, sea verdadera Iglesia doméstica, es una tarea urgente. La civilización del amor debe construirse sobre la base insustituible del hogar. Esperamos del próximo Sínodo un fuerte estímulo para esta prioridad.

La juventud, lo compruebo a menudo en mis contactos ministeriales y en mis viajes apostólicos, está dispuesta a responder. No se ha agotado su generosa capacidad de entrega a ideales nobles, aunque exijan sacrificio. Ella es la esperanza del mundo, de la Iglesia, de América Latina. Sepamos pues transmitirle, sin recortes ni falsos pudores, los grandes valores del Evangelio, del ejemplo de Cristo. Son causas que el joven percibe como dignas de ser vividas, como modo de respuesta a Dios y al hombre hermano.

La pastoral vocacional ha de merecer una especialísima atención, como he indicado repetidamente a los Obispos latinoamericanos durante su visita ad Limina. Las vocaciones al sacerdocio han de ser el signo de la madurez de las comunidades; y han de manifestarle también como consecuencia de la floración de los ministerios confiados a los laicos y de una oportuna pastoral escolar y familiar, que prepare a escuchar la voz de Dios.

Póngase por ello toda diligencia en la sólida formación espiritual, académica y pastoral en los Seminarios. Sólo con esa premisa podremos tener fundada garantía para el futuro. Necesitamos sacerdotes plenamente dedicados al ministerio, entusiastas de su entrega total al Señor en el celibato, convencidos de la grandeza del misterio del que son portadores.

Y ojalá que pudierais un día incrementar el envío de misioneros que ayuden en zonas desprovistas, en vuestras propias naciones y en otros continentes.

IV. CONCLUSIÓN


Quiero ahora concluir estas reflexiones haciendo una apremiante llamada a la esperanza. Ciertamente no es poco el camino que falsa por recorrer en la construcción del reino de Dios en este continente. Muchos son los obstáculos que se interponen. Pero no hay razón para la desesperanza. Como lo prometió, Cristo está con nosotros hasta el fin de los tiempos, con su gracia, su ayuda, su poder infinitos. La Iglesia por la que luchamos y sufrimos, es su Iglesia, en la que el Espíritu Santo continúa viviendo y derramando las maravillas de su amor. En fidelidad a sus inspiraciones, vayamos adelante con renovado entusiasmo, en la tarea de evangelizar a todos los pueblos.

Esta invitación a la esperanza la extiendo, hecha cordial gratitud por tantos desvelos consagrados a la Iglesia, a todos los Obispos de América Latina, a cuantos trabajan en el CELAM, a los sacerdotes, a los miembros de los distintos Institutos de vida consagrada y del laicado, que en formas tan diversas manifiestan de modo admirable, con frecuencia oculto, la magnífica variedad del amor al Señor y al hombre.

380 Asocio en este sentimiento de merecida gratitud a todos aquellos organismos de Europa y de Norteamérica, que tan valiosamente colaboran, con personal apostólico y con medios económicos, en la vida de numerosas Iglesias particulares. El Señor les recompense con creces esta solicitud eclesial.

Que la Virgen Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, a cuyos pies depositasteis con inmensa confianza el Documento de Puebla, os acompañe en el camino, os alivie maternalmente la fatiga, os sostenga en la esperanza, os guíe hacia Cristo, el Salvador, el premio imperecedero.

Con la Bendición y afecto del Sucesor de Pedro, con dilatado amor a la Iglesia, llevad a Cristo a todas las gentes. Así sea.









VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL


A LOS REPRESENTANTES DEL CLERO, RELIGIOSAS


Y LAICADO CATÓLICO


Catedral de Río de Janeiro

Miércoles 2 de julio de 1980



Amados hermanos y hermanas en Cristo:

En este mi peregrinar por Brasil, he tenido ya la alegría de ver muchas cosas de vuestro bello país, de la bondad, nobles sentimientos y espíritu de fe de su gente. Y aquí estoy viendo lo mismo. ¡Dios sea loado!

Agradezco a mi querido hermano, el señor cardenal don Eugenio de Araújo Sales y, mediante él, a todos, esta buena acogida que ahora se me dispensa y la que he tenido aquí en la archidiócesis de Río de Janeiro, desde el Comité de preparación a todas las entidades y personas que han intervenido.

Con el señor cardenal arzobispo, quiero saludar a los obispos auxiliares y a todos los sacerdotes diocesanos y religiosos, que componen el presbiterio local y de modo especial e íntimo comparten con el Pastor diocesano las responsabilidades de mensajeros y distribuidores de los bienes de salvación. Mirad: como "sal de la tierra" y "luz del mundo", vosotros procuráis edificar aquí la Iglesia, con planes de pastoral bien elaborados. Sed siempre presencia visible de lo sagrado en esta gran metrópoli, viviendo y actuando cada uno de vosotros como lo que verdaderamente es: un "alter Christus", que pasa haciendo bien.

Igualmente saludo a las religiosas aquí presentes y representadas. Sé que estáis bien organizadas aquí en Río y conozco vuestra ayuda en el trabajo pastoral, además de la esencial ayuda de vuestra vida de oración. Vivid vuestra consagración con generoso interés, adhesión y disponibilidad para el Señor; vividla en la Iglesia y al servicio de la misión de la Iglesia. ¡Fuertes en la fe, sed también alegres en la esperanza!

Y a todos los fieles diocesanos —desde los asesores del señor cardenal arzobispo a los funcionarios de la diócesis y a los que se dedican a actividades de caridad y asistencia, pasando por los seminaristas, padres y madres de familia, jóvenes y niños, hasta "los más pequeños", los que sufren en el cuerpo o en el alma— a todos, en fin, sin querer olvidar a nadie, llegue mi cordial saludo y la certeza de mi estima en Cristo.

381 A todos dejo este recuerdo del encuentro con el Papa: "Todo lo que hiciereis, hacedlo de todo corazón, como quien lo hace por el Señor". Y, en todas las cosas y siempre, "servid al Señor Jesucristo" (Col 3,23-24). ¡Con mi bendición apostólica!







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DESDE LA MONTAÑA DEL CORCOVADO


Río de Janeiro

Miércoles 2 de julio de 1980



¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo!

1. ¡Cristo! ¿Desde qué otro lugar, dentro o fuera de Brasil, se puede hacer resonar ese nombre —el único que nos puede salvar (cf. Act Ac 4,12) y que tiene un especial derecho de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad (cf. Redemptor hominis RH 10)— mejor que desde lo alto de este inmenso peñasco hecho altar, entre maravillas naturales creadas por El, el Verbo de Dios (cf. Jn Jn 1,3), en pleno corazón de Río de Janeiro? Aquí, la estatua que, hace justamente 50 años quiso erigir todo un pueblo en la cima del pedestal natural, se hace a un tiempo símbolo, llamada e invitación.

¡Redentor! ¡Los brazos abiertos abrazan la ciudad que está. a sus pies! Hecha de luz y color y, al mismo tiempo de sombras y oscuridad, la ciudad es vida y alegría, pero es también un entramado de aflicciones y sufrimientos, de violencia y de desamor, de odio, de mal y de pecado. Radiante a la luz del sol, silueta luminosa suspendida en el aire por la noche, el Redentor, en oración muda pero elocuente, continúa proclamando aquí que "Dios es luz" (1Jn 1,7), "es amor" (1Jn 4,8). Un amor más grande que el pecado, que la flaqueza y que "la caducidad de lo que fue creado" (cf. Rom Rm 8,20), más fuerte que la muerte (cf. Redemptor hominis RH 9).

2. Sí; en la cumbre de estos montes, nadie puede dejar de contemplar su imagen, en actitud de acoger y abrazar, ni de imaginarlo como es, siempre dispuesto al encuentro con el hombre, deseoso de que el hombre venga a su encuentro. Ahora bien; esta es la única finalidad que la Iglesia —y con ella el Papa en este momento— tiene ante sus ojos y en su corazón: que cada hombre pueda encontrar a Cristo, a fin de que Cristo pueda recorrer con cada hombre los caminos de la vida (cf Redemptor hominis RH 13).

Símbolo de amor, llamada a la reconciliación e invitación a la fraternidad, Cristo Redentor proclama aquí continuamente la fuerza de la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, de la verdad contenida en el misterio de su Encarnación y Redención (cf. ib., 13). En esta hora, iluminados por la mirada de Cristo, los ojos del Papa se dirigen a cada habitante de esta metrópoli y la voz del Papa, sencillo eco de resonancia de la voz de Cristo, querría hablar, de corazón a corazón, con todos y cada uno; querría, como una breve visita, llegar a cada hogar y también hasta quienes no lo tienen; a los lugares de reunión y a los lugares de trabajo, donde hay alegría y también donde hay dolor, especialmente donde se sufre y padece: hospitales, prisiones, calles de los sin-hogar, sin pan y sin amor...

3. Con esa breve visita, al Papa, con Cristo, le gustaría consolar, infundir esperanza y animar a todos, sin olvidar a ninguno: niños, jóvenes, padres y madres de familia, ancianos, enfermos, detenidos, desalentados y angustiados. Para todos desearía ser portador de confianza, de amor y de paz. Ese es el sentido y la intención de la bendición sobre la ciudad y sobre todos sus habitantes, que daré seguidamente, en nombre de Cristo Redentor, Redentor del hombre en la plenitud de la verdad.

Antes, sin embargo, para confirmar una amistad, mejor, para afirmar una fraternidad —porque Dios cuida paternalmente de todos y quiere que los hombres constituyan todos una sola familia humana— invitaría a rezar juntos la oración que Cristo Redentor nos enseñó.

Dirijo esta invitación a todos, dondequiera que estén: en la calle, en casa, en el automóvil, en el lugar de trabajo o de reunión, en el hospital, en prisión... A toda la ciudad invito a rezar conmigo:

382 El Papa se dispone a dar la bendición, desde el Corcovado la célebre montaña en la que está la grandiosa imagen del Redentor.

Padre nuestro que estás en los cielos santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal. Amén.

Y que este momento de encuentro y de encanto perdure en nuestros corazones y en nuestra memoria y se transforme para todos en fuente de paz y de gracia: ricos y pobres, débiles y poderosos y, de modo especial "los más necesitados", que sufren en el cuerpo o en el alma. Con el valioso auxilio de la Madre de nuestra confianza, Nuestra Señora Aparecida.









VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LAS RELIGIOSAS DE BRASIL


Parque Ibirapuera, São Paulo

Jueves 3 de julio de 1980



¡Queridas hijas en Cristo!

1. Es motivo de gran alegría para mí este encuentro con vosotras. Sois, como religiosas, riqueza y tesoro de la Iglesia y, al mismo tiempo, una base sólida para la evangelización y un punto de referencia importante para el pueblo cristiano, estimulado en su fe por la forma en que vivís la vuestra. En vosotras, saludo cordialmente a todas las religiosas de Brasil.

Mi alegría aumenta en el contacto con vuestro entusiasmo contagioso, propio de una nación de jóvenes, y coherente con las características del optimismo brasileño, vivo y generoso. Me alegra también saber que la historia de la Iglesia en Brasil está ligada por lazos muy profundos a la actividad constante y variada de un gran número de religiosas. Al agradeceros vuestra presencia aquí, os invito a dar gracias conmigo a "Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo que, desde lo alto de los cielos, nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo... y que nos eligió para ser santos e inmaculados ante sus ojos" (cf. Ef Ep 1,34).

2. Mi mayor deseo es que el presente encuentro con el Papa pueda constituir para vosotras y vuestras familias religiosas un incentivo y un consuelo en vuestra sublime vocación y en vuestro compromiso por profundizar su valor esencial de testimonio privilegiado de caridad, en adhesión a Dios y a las exigencias de su Reino.

Huelga deciros que la Iglesia deposita una grande y sincera confianza en vosotras, en vuestro estado de religiosas, en vuestra presencia y en vuestra misión. Conocéis los motivos de esa confianza: por vuestra vida de oración, sois testimonio de lo Absoluto de Dios y de la importancia de la contemplación; por vuestra disponibilidad siempre diligente, sois una punta de lanza para las urgencias misioneras; por vuestra vida en hermandad, sois afirmación de comunión y participación, siguiendo el llamamiento para vivir la dimensión comunitaria de la Iglesia. Sois una expresión particular del misterio de la Iglesia misma, en su inserción en el tiempo, vital, concreta y adaptada, y en su universalidad.

3. Vosotras sabéis que, para mantener bien clara la percepción del valor de la vida consagrada, es necesaria una profunda visión de fe, que apoye vuestra generosidad e ilumine vuestro continuo perfeccionamiento en la caridad. Y para ello es preciso el diálogo con Dios en la oración. Sin la oración, la vida religiosa pierde su significado y no alcanza sus objetivos. Es necesario orar siempre para vivificar el don de Dios.

383 Sobre este punto, el mismo Señor nos ha prevenido. Para inculcarnos bien esa verdad, usó imágenes expresivas: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Y otra vez, después de decir que los que le siguen han de ser "sal de la tierra", concluía: "Buena es la sal; pero si la sal se vuelve insípida... no es útil ni para el estercolero. La tiran fuera" (Lc 14,35). Todos sabemos que lo mejor de nosotros mismos, el gusto de Dios que debemos difundir en la suavidad del testimonio de caridad, pasa por Cristo y es discreta y continuamente fortalecido en nosotros por la presencia y acción del Espíritu Santo, solicitada y secundada conscientemente sin desfallecimientos, en la oración, bajo todas sus formas: individual, comunitaria y litúrgica. Esto es muy importante para que seamos eficaz "signo" de Dios.

4. Es aquí muy oportuno, dada la naturaleza de Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (cf. 1Co 12,12), destacar el papel desempeñado en la evangelización por las religiosas consagradas a la oración, al silencio al sacrificio escondido y a la penitencia. Su vida tiene un maravilloso y misterioso poder de fecundidad apostólica (cf. Perfectae caritatis PC 7). Me complazco en repetiros hoy lo que decía hace un mes en el carmelo de Lisieux, en Francia, y lo repito pensando en todas las religiosas contemplativas de Brasil: "Vuestra oblación de amor está integrada por el propio Cristo en su obra de Redención universal, un poco como las olas que se funden en las profundidades del océano". ¡Vivid la dimensión misionera de vuestra consagración, a semejanza de Santa Teresita del Niño Jesús!

Por lo demás, todas las formas de vida religiosa tienen un espacio para la contemplación, necesario para que sus miembros puedan captar de modo profundo los llamamientos, las necesidades y dificultades de los hermanos, en la caridad genuina de Cristo.

5. Haciendo brillar la luz del testimonio con una caridad así entre los hombres, no hay que olvidar que la religiosa está siempre revestida de un carácter particular: vosotras estáis en el mundo sin ser del mundo; y es precisamente vuestra consagración lo que, lejos de empobrecer, caracteriza vuestro testimonio cristiano. Vuestro compromiso de vivir los consejos evangélicos os hace más disponibles para ese testimonio. Efectivamente; no sois menos libres por obedecer, ni menos capaces de amar por haber elegido la virginidad consagrada, sino todo lo contrario; y por el voto de pobreza, que os compromete a seguir a Cristo pobre, podéis comprender mejor y compartir los dramas dolorosos de quienes se hallan desprovistos de todo.

Importa mucho, entre tanto, que la pobreza sea genuinamente evangélica para que Cristo se reconozca en los "más humildes"; importa saber identificarse con el hermano necesitado, siendo "pobre de espíritu" (cf. Mt Mt 5,3). Ahora bien; eso exige sencillez y humildad, amor a la paz, libertad con relación a compromisos o apegos que distraen, disposición para una total abnegación, libre y obediente, espontánea y constante, dulce y fuerte en las certezas de la fe.

6. Vivís vuestra consagración vinculadas a un instituto y una comunidad fraterna, elementos muy importantes de vuestra vida religiosa en el misterio de la Iglesia, que es siempre misterio de comunión y participación. Elegisteis "una existencia regulada por normas de vida libremente aceptadas", en un mundo y en una civilización que tienden a desterrar las personas de sí mismas y dispersarlas hasta tal punto qué, algunas veces, queda comprometida su unidad espiritual, condición para su unión con Dios.

Dios no permita que un excesivo deseo de adaptabilidad y de espontaneidad lleve a alguien a tachar de rigidez anticuada o, lo que sería peor aún, a abandonar ese mínimo de regularidad en las costumbres y en la convivencia fraterna, exigido normalmente por la vida en comunidad y por la maduración de las personas (cf. Evangelica testificatio, 32). La fidelidad a ese mínimo da la medida de la identificación personal con la consagración por amor.

Así, todas tienen obligación de mantener la fidelidad a la vida comunitaria y contribuir para que ella sea lugar de encuentro fraternal, ambiente de ayuda recíproca y de consuelo espiritual, un ambiente que cada una desea y procura, para hacer, como decía un autor espiritual, una "peregrinación" al propio corazón y para acrisolarse en Dios.

Incluso fuera de la comunidad, todas las actividades y contactos de las religiosas tienen siempre una dimensión comunitaria y pública: la vida religiosa es siempre un signo visible de la Iglesia. Por eso, yo os exhorto a ser siempre y en todas partes, personalmente, testimonios visibles de la misma Iglesia y de su Señor, en un mundo que, so pretexto de ser moderno, va cada vez más adelante en la "desacralización". Que todas las personas puedan ver en vuestro comportamiento, presentación y modo de vestir una señal con la que Dios se dirige a ellos.

7. En la hora actual, en este bello país al igual que en otros, muchas son las solicitaciones para que las religiosas abracen nuevas actividades y lancen experiencias de nuevas inserciones en la vida y actividades de la Iglesia, o incluso en actividades temporales dentro de sectores diversificados.

Puede suceder que aparezcan descuidadas las obras y actividades a las que se dedican tradicionalmente vuestras familias religiosas. No quiero silenciar una cosa muy sencilla que todas sabéis: esas obras y actividades necesitan oportunamente ser renovadas, para corresponder mejor a la realidad actual de Brasil. Nunca se ha de olvidar, sin embargo, que las escuelas, los hospitales, los centros de asistencia y otras muchas iniciativas existentes desde hace mucho tiempo para el servicio de los hermanos, y en especial de los más pobres, o para el desarrollo cultural y espiritual de las poblaciones, conservan toda su actualidad.

384 Más aun; si son debida y oportunamente renovadas, siguiendo sanos criterios, tales obras y actividades continúan demostrándose lugares privilegiados de evangelización, de testimonio de caridad auténtica y de promoción humana. Es obvio que el fundamental criterio prudencial que ha de seguirse en las adaptaciones a las nuevas exigencias es siempre el del Evangelio: saber sacar "cosas nuevas y viejas" del rico tesoro de un pasado hecho de experiencias, a la luz de los "signos de los tiempos", enfocados desde la debida perspectiva.

8. Se hace necesario, con todo, abandonar algunas veces obras o actividades para poder dedicarse a otras, incluso de carácter más pastoral; y para ese fin, se crean comunidades más restringidas, que necesitan adoptar nuevas formas de presencia en el mundo de los hombres. Conozco el esmero que ponéis en la búsqueda y realización de esas nuevas formas de presencia y no puedo dejar de apreciar ese interés vuestro. Sin embargo, quisiera recordar aquí con vosotras algunas de las condiciones que deben observarse en esas nuevas experiencias de vida religiosa:

a) Tales experiencias deben ser conducidas siempre en un clima de oración. El alma que vive en un habitual contacto-presencia con Dios y se deja invadir del calor de su caridad, podrá fácilmente:

— huir de la tentación de particularismos y de oposiciones, que en sí mismas comportan el riesgo de conducir a penosas divisiones;

— interpretar, a la luz del Evangelio, la opción por los pobres y por todas las víctimas del egoísmo de los hombres, sin ceder al radicalismo socio-político que, tarde o temprano, se demostrará inoportuno, producirá efectos contrarios a los deseados y engendrará nuevas formas de opresión;

— acercarse a las personas e insertarse en el ambiente, sin poner en cuestión la propia identidad religiosa ni esconder o disimular la originalidad específica de su vocación: seguir a Cristo pobre, casto y obediente.

b) Aparte del clima de oración en que han de realizarse, esas experiencias de nuevas inserciones deben ser preparadas mediante un estudio serio, en colaboración íntima con los superiores responsables y en diálogo constante con los obispos interesados. Así, se buscarán soluciones acertadas, se procederá a la preparación de planes y programas relacionados con lo que se ha elegido y con la actuación de las iniciativas, "calculando" y "examinando" primero, como dice el Señor, las posibilidades de éxito (cf. Lc
Lc 14,28 ss.); todo ello, sin temer los riesgos, como nos enseñan las "parábolas del reino de los cielos" (cf. Mt Mt 13) y actuando siempre en conformidad con las exigencias más urgentes y según el carácter del Instituto.

c) Por último, en todas esas nuevas fundaciones, conviene obrar siempre de acuerdo con las normas y orientaciones dadas por la jerarquía, valorando objetivamente y equitativamente las experiencias realizadas y aplicándose humilde y valientemente, cuando sea necesario, en corregir, suspender u orientar del modo más conveniente las experiencias que se están haciendo.

9. En todo y siempre, en la vida religiosa, para un seguro discernimiento, es necesario comportarse como hijas que aman a la Iglesia, siguiendo sus criterios y directrices, mediante una adhesión generosa y fiel al Magisterio auténtico. Así se logra la garantía de fecundidad de la vida y de la actividad en la consagración. Así se logra una condición indispensable para la adecuada interpretación de "los signos de los tiempos". Viene a mi mente, al tocar este punto, lo que decía mi predecesor Pablo VI: la Iglesia universal debe estar presente en cada comunidad eclesial, que tiene siempre necesidad de respiración universal para no morir de asfixia espiritual. La prometida fidelidad a Cristo nunca puede ser separada de la fidelidad a la Iglesia: "El que a vosotros oye, a Mí me oye" (Lc 10,16).

En este aspecto, hay un amplio campo de acción abierto a las superioras y formadoras de Institutos y de comunidades. Su función las llevará a procurar los medios mejores para promover aquello que garantice con seguridad la unión de los espíritus y de los corazones. Nada de ello se verificará sin rezar y actuar para que todas las religiosas encuentren en la consagración la realización más alta de su condición de persona y de mujer, para que los Institutos y comunidades superen eventuales dificultades de crecimiento o de perseverancia, v para que el ideal de la vida consagrada ejerza una verdadera atracción sobre la juventud.

10. Una palabra final a las carísimas religiosas que consagran su vida a la contemplación y viven en el recogimiento y en la clausura su vida religiosa. Vuestra forma de vida, queridas hijas, os coloca en el corazón del misterio de la Iglesia. Vuestra vida personal se centra en el amor esponsal a Cristo. Por eso, modeladas por su Espíritu, debéis darle todo vuestro ser, haciendo vuestros sus sentimientos, sus proyectos y su misión de caridad y de salvación. Ahora bien; esto no queda confinado dentro de las cuatro paredes de los monasterios, sino que se proyecta hacia la gran historia de los hombres, donde se construye la justicia, donde se crea la comunión y participación de los bienes materiales y espirituales, donde se procura instaurar la civilización del amor, donde, en fin, ha de llegar, con la Buena Nueva del Evangelio, la salvación de Dios.

385 Por eso, vuestra vida contemplativa es absolutamente vital para la Iglesia y para la humanidad, no obstante la incomprensión o incluso la oposición que a veces se transparenta en el pensamiento moderno, en la opinión pública y quién sabe si en ciertas zonas mal iluminadas del cristianismo. Con esa certeza, vivid en alegría la radicalidad de vuestra condición absolutamente original: el amor exclusivo del Señor y, en El, el amor de todos vuestros hermanos en humanidad. Aplicando vuestra capacidad de amar en la adoración y en las plegarias, vuestra propia existencia grita silenciosamente el primado de Dios, testimonia la dimensión trascendente de la persona humana y lleva a los hombres, a las mujeres, a los jóvenes a pensar y a interrogarse sobre el sentido de la vida.

Que vuestros monasterios sigan siendo lugares de paz y de vida interior, sin dejar que presiones del exterior vengan a demoler vuestras sanas tradiciones y a anular vuestros medios de cultivar y promover el recogimiento. Y orad, orad mucho por los que también rezan, por los que no pueden rezar, por los que no saben rezar y por los que no quieren rezar. ¡Y tened confianza! Con estas palabras, el Papa desea estimular la generosidad de todas las religiosas contemplativas de Brasil, sea cual fuere su familia espiritual.

11. Carísimas hermanas:

Traigo en el corazón muchas otras cosas que me gustaría comunicaros, si no fuese por la escasez de tiempo. Renuevo, pues, a todas mi estima y confianza. Y a todas os expreso el deseo de "que vuestra caridad vaya aumentando cada vez más, en ciencia perfecta y en inteligencia, a fin de que el discernimiento de las cosas útiles os haga puras e irreprensibles" (cf. Flp
Ph 1,9-10).

Esa "ciencia perfecta" que de vosotras se espera, la indicó el Espíritu Santo en las palabras del Apóstol: "no saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Co 2,2). Sólo El, Cristo, es principio estable y centro permanente de la misión que Dios os confió en un mundo de contrastes: la de vivir y testimoniar su amor, sumergiéndoos en aquel misterio de la economía divina que unió la salvación y la gracia con la cruz (cf. Redemptor hominis RH 11).

Al bendeciros a todas, de corazón bendigo vuestras familias religiosas, vuestra vida de generosa inmolación, confiándoos a María Santísima, Madre de la Iglesia y modelo de vuestra vida consagrada. Contad con las oraciones del Papa. Acompañadle también con vuestras oraciones sobre todo en estos días de su peregrinación apostólica por vuestro querido Brasil.







Discursos 1980 378