Discursos 1980 390


VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD JUDÍA


Colegio de San Americo, São Paulo

Jueves 3 de julio de 1980



Mucho me alegro de poder saludar, en ustedes, a los representantes de la comunidad israelita de Brasil, tan viva y operante en São Paulo, en Río de Janeiro y en otras ciudades. Y les agradezco de corazón su gran amabilidad al querer encontrarse conmigo, con ocasión de este viaje apostólico a la gran nación brasileña. Para mí es una feliz oportunidad de manifestar y estrechar aún más los lazos que unen a la Iglesia católica y al judaísmo, reafirmando así la importancia de las relaciones que existen entre nosotros también aquí en Brasil.

Como saben ustedes, la Declaración Nostra aetate, del Concilio Vaticano II, en su cuarto párrafo afirma que la Iglesia, al estudiar profundamente su propio misterio, "recuerda el vínculo que la une espiritualmente a la descendencia de Abraham". De esa forma la relación entre la Iglesia y el judaísmo no es exterior a las dos religiones, sino que es algo que se funda en la herencia religiosa distintiva de ambas, en el propio origen de Jesús y de los Apóstoles, así como en el ambiente en que la Iglesia primitiva creció y se desarrolló. Si, a pesar de todo esto, nuestras respectivas identidades religiosas nos han dividido, a veces dolorosamente, a través de los siglos, eso no debe ser obstáculo para que, respetando esa misma identidad, queramos ahora valorizar nuestra herencia común y cooperar así, a la luz de esa misma herencia, en la solución de los problemas que afligen a la sociedad contemporánea, necesitada de la fe en Dios, de la obediencia a su santa ley, de la esperanza activa en la venida de su Reino.

391 Quedo muy contento por saber que esa relación y cooperación se dan ya aquí en Brasil, especialmente a través de la hermandad judaico-cristiana. Judíos y católicos se esfuerzan así en profundizar la común herencia bíblica, sin disimular, con todo, las diferencias que nos separan; y de esa forma, un renovado conocimiento mutuo podrá conducir a una más adecuada presentación de cada religión en la enseñanza de la otra. Sobre esta base sólida se podrá luego construir, como ya se viene haciendo, la tarea de cooperación en beneficio del hombre concreto, de la promoción de sus derechos, no pocas veces conculcados, de su justa participación en la prosecución del bien común, sin exclusivismos ni discriminaciones. Son estos, por otra parte, algunos de los puntos presentados a la atención de la comunidad católica por las «Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración conciliar "Nostra aetate"», publicadas por la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, en 1975, como también por los párrafos correspondientes del Documento final de la Conferencia de Puebla (Nb 1110,99).

Esto hará vivo y eficaz, para bien de todos, el valioso patrimonio espiritual que une a los judíos y a los cristianos.

Así lo deseo de todo corazón. Que sea ese el fruto de este encuentro fraterno con los representantes de la comunidad israelita de Brasil.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS REPRESENTANTES DE LA IGLESIA ORTODOXA


Colegio San Americo, Sao Paulo

Jueves 3 de julio de 1980



Amados hermanos en Cristo:

1. En nombre de Nuestro Señor Jesucristo y dando gracias por él a Dios Padre (cf. Col Col 3,17), vengo a este encuentro con vosotros, dignos representantes de la Iglesia ortodoxa en Brasil. No necesito deciros lo feliz que soy por esta oportunidad, en el cuadro de mi peregrinación apostólica en Brasil. Me alegra observar personalmente que en este país que os acoge, vuestras relaciones y vuestra colaboración con la jerarquía, el clero y el pueblo católico están creciendo tanto más cuanto que las dos Iglesias, católica y ortodoxa, se encuentran de nuevo a la luz de Cristo y se vuelven a descubrir cada vez más profundamente como Iglesias hermanas. Y descubren también las exigencias que este hecho trae consigo en la acción pastoral de una y otra.

2. Al regreso de mi visita fraternal al Patriarcado Ecuménico, tuve ocasión de resaltar el hecho de que la preocupación hacia lo que, muy acertadamente, es denominado diálogo de caridad, tenía que convertirse en un componente necesario de los programas pastorales de cada una de nuestras dos Iglesias, la católica y la ortodoxa. La profundización de esta actitud fraternal, la intensificación de las relaciones recíprocas y de la colaboración entre las Iglesias crean el ambiente vital, si así me puedo expresar, en el que puede nacer y debe desarrollarse el diálogo teológico hasta llegar a resultados que el pueblo cristiano estará preparado para acoger. Nadie está dispensado de este esfuerzo. El Concilio Vaticano II lo declaró con firmeza, por lo que concierne a los católicos (cf. Unitatis redintegratio UR 4). El mismo Concilio dedicó especial atención a la colaboración de los católicos con sus hermanos ortodoxos que, dejando el Oriente, se establecieran en países lejanos de su patria de origen (cf. ib.,18). Es precisamente lo que sucede aquí en Brasil; y por eso, católicos y ortodoxos son llamados a contribuir activamente para el buen resultado de esta nueva fase de nuestro camino hacia la comunión plena.

3. También en la situación brasileña, con una urgencia y una amplitud que exige la más estrecha colaboración entre las Iglesias, es necesario que éstas estén juntas al servicio del hombre. Estoy seguro de que no faltará esa colaboración. La luz y la fuerza de lo alto nos asistan siempre en este compromiso, nos hagan a unos y otros fervientes en la oración, asiduos en el conocimiento de la otra Iglesia, celosos en conservar la propia identidad religiosa, respetando la identidad de la otra. Sin esto, o no hay diálogo o el diálogo se revelará luego vacío e inconsistente, si no falsificado.

Aquí renuevo la expresión de mi admiración hacia las grandes y notables tradiciones de la Iglesia ortodoxa: la calidad de sus doctores, la belleza majestuosa de su coito, el valor de sus santos, el fervor de la vida monástica, como ya dijo adecuadamente el Concilio Vaticano II (cf. ib., 14-18).

Renuevo la expresión de mi gratitud por el encuentro de hoy, y os aseguro mi profunda caridad fraterna, mi respetuosa estima y mi unión en la oración.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

CONSAGRACIÓN DEL PUEBLO BRASILEÑO A SU PATRONA

ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


EN LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA APARECIDA


392

Aparecida, Brasil

Viernes 4 de julio de 1980



¡Nuestra Señora Aparecida¡

1. En este momento tan solemne, tan excepcional, quiero abrir ante Vos, oh Madre, el corazón de este pueblo, en medio del cual quisisteis morar de un modo tan especial —como en medio de otras naciones y pueblos— así como en medio de aquella nación de 1a que yo soy hijo. Deseo abrir ante Vos el corazón de la Iglesia y el corazón del mundo al que esa Iglesia fue enviada por vuestro Hijo. Deseo abriros también mi corazón.

¡Nuestra Señora Aparecida! ¡Mujer revelada por Dios, que habríais de aplastar la cabeza de la serpiente (cf. Gén Gn 3,15) en vuestra Concepción Inmaculada! ¡Elegida desde toda la eternidad para ser Madre del Verbo Eterno, el cual, por la Anunciación del ángel, fue concebido en vuestro seno virginal como Hijo del hombre y verdadero hombre!

¡Unida más estrechamente al misterio de la Redención del hombre y del mundo al pie de la cruz, en el calvario!

¡Dada como Madre a todos los hombres, sobre el calvario, en la persona de Juan, Apóstol y Evangelista!

¡Dada como Madre a toda la Iglesia, desde la comunidad que se preparaba a la venida del Espíritu Santo, la comunidad de todos los que peregrinan sobre la tierra, en el transcurso de la historia de los pueblos y naciones, de los países y continentes, de las épocas y de las generaciones!...

¡María! ¡Yo os saludo y os digo “Ave” en este santuario donde la Iglesia de Brasil os ama, os venera y os invoca como Aparecida, como revelada y dada particularmente a él! ¡Como su Madre y su Patrona! ¡Como Medianera y Abogada junto al Hijo de quienes sois Madre! ¡Como modelo de todas las almas poseedoras de la verdadera sabiduría y, al mismo tiempo, de la sencillez del niño y de esa entrañable confianza que supera toda debilidad y sufrimiento!

Quiero confiaros de modo especial a este pueblo y esta Iglesia, todo este Brasil, grande y hospitalario, todos estos vuestros hijos e hijas, con todos sus problemas y angustias, trabajos y alegrías. Quiero nacerlo como Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia universal, entrando en esa herencia de veneración y amor, de dedicación confianza que, desde hace siglos, forma parte de la Iglesia de Brasil y de cuantos la componen, sin mirar las diferencias de origen, raza o posición social y en cualquier parte que habiten de este inmenso país. Todos ellos, en este momento, mirando hacia Fortaleza, se interrogan: ¿a dónde vais?

¡Oh Madre! ¡Haced que la Iglesia sea para este pueblo brasileño sacramento de salvación y signo de la unidad de todos los hombres, hermanos y hermanas de adopción de vuestro Hijo, e hijos del Padre celestial!

393 ¡Oh Madre! Haced que esta Iglesia, a ejemplo de Cristo, sirviendo constantemente al hombre, sea la defensora de todos, en especial de los pobres y necesitados, de los socialmente marginados y desheredados. Haced que la Iglesia de Brasil esté siempre al servicio de la justicia entre los hombres y contribuya al mismo tiempo al bien común de todos y a la paz social.

¡Oh Madre! Abrid los corazones de los hombres y haced que todos comprendan que solamente en el espíritu del Evangelio y siguiendo el mandamiento del amor y las bienaventuranzas del sermón de la montaña, será posible construir un mundo más humano, en el que sea valorizada verdaderamente la dignidad de todos los hombres.

¡Oh Madre! Dad a la Iglesia, que en esta tierra brasileña realizó en el pasado una gran obra de evangelización y cuya historia es rica de experiencias, que realice sus tareas de hoy con nuevo celo y amor por la misión recibida de Cristo.

Concededle, a este fin, numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas, para que todo el Pueblo de Dios pueda beneficiarse del ministerio de los dispensadores de la Eucaristía y de las que dan testimonio del Evangelio.

¡Oh Madre! ¡Acoged en vuestro corazón a todas las familias brasileñas! ¡Acoged a los adultos y a los ancianos, a los jóvenes y a los niños! ¡Acoged también a los enfermos y a quienes viven en soledad! ¡Acoged a los trabajadores del campo y de la industria, a los intelectuales en las escuelas y universidades, a los funcionarios de todas las instituciones! Protegedles a todos.

¡No dejéis, oh Virgen Aparecida, por vuestra misma presencia, de manifestar en esta tierra que el amor es más fuerte que la muerte, más poderoso que el pecado!

No dejéis de mostrarnos a Dios, que amó tanto al mundo hasta el punto de entregarle su Hijo Unigénito, para que ninguno de nosotros perezca, sino que tenga la vida eterna (cf. Jn
Jn 3,16). Amén.









VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON EL CARDENAL CARLOS MOTTA


EN EL SEMINARIO DE «BOM JESUS»


Viernes 4 de julio de 1980

: Eminentísimo cardenal y amado hermano:

1. Mi visita a Aparecida no quedaría completa si faltase este encuentro, aunque sea breve. Vuestra Eminencia está ligado a este sagrado lugar no solamente por casi veinte años de pastoralidad, sino también por las numerosísimas obras que llevan el sello de su actividad, siendo ciertamente la mayor de ellas esa majestuosa basílica que, con emoción de todos nosotros he tenido la alegría de consagrar esta mañana. Con Vuestra Eminencia, doy gracias a la Providencia divina que le concede la satisfacción de coronar junto a un santuario mariano su vida de sacerdote, comenzada junto a otro santuario mariano, en la entonces humilde iglesia que, en lo alto de la sierra de la Piedad, sirve de escriño a la venerada imagen de la madre de los Dolores, Patrona del Estado natal de Vuestra Eminencia, el querido Minas Gerais.

2. En vísperas del 16 de julio, fecha en que, bajo la mirada de Nuestra Señora del Carmen, Vuestra Eminencia celebrará los noventa años de su fecunda existencia, me gustaría evocar su larga vida de hombre de Iglesia: rector del seminario de Belo Horizonte, obispo auxiliar de Diamantina, arzobispo de San Luis de Marañón, arzobispo de São Paulo durante dos decenios, cardenal de la Santa Iglesia, arzobispo de Aparecida.

394 Quiero, al menos, asociarme a Vuestra Eminencia y a los millares de personas que recibieron el beneficio de su acción de sacerdote y de obispo, en una fervorosa. acción de gracias. Que sea portadora de nuestro «Te Deum laudamos» la Virgen Aparecida, de cuya devoción Vuestra Eminencia fue ardiente y sincero alentador.

3. Que la presencia de estos jóvenes que se preparan al sacerdocio pueda renovar constantemente en su espíritu la alegría y el fervor de su ejemplar ministerio sacerdotal. Le doy las gracias en nombre de muchos, por el ejemplo que Vuestra Eminencia siempre dio de fidelidad a la Sede Apostólica, de piedad sacerdotal, de amor a Dios y a la Iglesia.

Enhorabuena, señor cardenal. Que sea prenda de serenidad, esperanza y consuelo a lo largo de los años que el Señor quiera concederle, la bendición apostólica que, de todo corazón, quiero dar a Vuestra Eminencia.









VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SEMINARISTAS


Seminario de «Bom Jesus», Aparecida

Viernes 4 de julio de 1980



Mis queridos seminaristas:

1. Al encontrarme con vosotros esta tarde, en el marco de mi peregrinación a Aparecida, mi memoria me lleva espontáneamente a mi propio seminario y al tiempo de mi formación para el sacerdocio. No me avergüenzo de decir que me acuerdo con nostalgia de aquellos años de seminario. Con emocionado homenaje para aquellos buenos sacerdotes que, con inmenso celo, entre no pocas dificultades, me prepararon para hacerme cura, pienso que fueron años decisivos para el ministerio que el Señor me reservaba en el futuro. Por eso precisamente, este encuentro aquí a la sombra del santuario de Nuestra Señora Aparecida, en esta atmósfera de cordialidad, de comunión y de viva esperanza, me trae emoción y alegría. No necesito muchas palabras para manifestaros mi gran afecto por vosotros y mi sincero deseo de alimentar y animar vuestras santas aspiraciones, vuestras certezas y vuestros propósitos. Ocupáis un lugar muy especial en el corazón del Papa como en el corazón de la Iglesia. En vosotros, quiero saludar a los aspirantes al sacerdocio de todo Brasil.

2. Al veros hoy en mi derredor, como vi antes muchos seminaristas en México, en Irlanda o en los Estados Unidos, mi pensamiento, iluminado por la fe, se dirige casi insensiblemente hacia la realidad, misteriosa y visible al mismo tiempo, de la Iglesia de Dios. Jesucristo, Pastor Eterno, realizando la redención de la humanidad, constituyó el pueblo de la Nueva Alianza. Para que a este pueblo no le faltasen guías ni Pastores, envió a sus Apóstoles, al igual que El mismo había sido enviado por el Padre. Por medio de los Apóstoles, Jesucristo, "Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,18), hizo participantes de su consagración y de su misión a los sucesores de aquéllos, es decir, a los obispos. Estos, a su vez, repartieron las funciones del propio ministerio y las confiaron en primer lugar a los presbíteros. Unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal, los presbíteros son consagrados por el sacramento del orden para anunciar el Evangelio, guiar al Pueblo de Dios, celebrar la liturgia, como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento (cf. Lumen gentium LG 18,28).

Meditando sobre esta disposición de la voluntad de Dios, que de tal modo constituyó su Iglesia, obra de sus manos y no invención de los hombres, comprendemos cada vez mejor que en la misma Iglesia, así como no puede haber Pastores sin Pueblo, tampoco puede haber Pueblo sin Pastores. La continuidad de la misión apostólica fue garantizada por Aquel que fundó la Iglesia con estas palabras: "Id, pues, enseñad a todas las gentes... Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,19 s.). Para convertir en realidad este perenne mandato, el propio Jesucristo continúa llamando a sus colaboradores en lo íntimo de sus conciencias, en cuanto que los Pastores de la Iglesia reconocen la legitimidad de esta vocación interior, como la vocación pública a las sagradas órdenes.

3. Pero la llamada divina, como la que el Ángel dirigió a la Virgen María el día de la Anunciación, respeta la libertad y espera la respuesta consciente: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Por eso, es necesario que la llamada personal sea esclarecida, para que la voz del Señor no pase inadvertida. Es necesario que sea estimulada y protegida, para que la respuesta libre no sea obstaculizada por las dudas interiores, ni sofocada por las dificultades del mundo. La realidad del misterio de la elección divina comprende, por tanto, la responsabilidad de la cooperación de cada uno y, al mismo tiempo, la actuación discreta de los que deben acompañar y ayudar a la formación de los jóvenes.

4. La llamada de Dios, mis queridos seminaristas, es verdaderamente sublime, pues se refiere al servicio más importante del Pueblo de Dios. Es el sacerdote quien hace sacramentalmente presente entre los hombres a Cristo, el Redentor del hombre. "De él depende tanto la primera proclamación del Evangelio, que reúne a la Iglesia, como la incesante renovación de la Iglesia reunida" (Sínodo de los Obispos, Documento sobre el sacerdocio ministerial). Si llegase a faltar la presencia y la acción de aquel ministerio que se recibe por la imposición de las manos, faltaría a la Iglesia la plena certeza de la propia fidelidad y de la propia continuidad visible. Anunciando el Evangelio, guiando a la comunidad, perdonando los pecados hace presente a Cristo-Cabeza en el ejercicio vivo de su obra redentora. El actúa "in persona Christi", hace las veces de Cristo, cuando derrama y renueva existencialmente en las almas la vida del Espíritu.

395 5. Para esa misión y función precisamente, vosotros os preparáis en el seminario. Os exhorto, pues, a que concedáis toda su importancia a esta etapa que estáis viviendo. Es importante para la formación doctrinal que debéis recibir, para ser realmente maestros de la verdad y educadores de la fe en el Pueblo de Dios. Pero importante, sobre todo, para la formación humana y espiritual. El "homo Dei" que vosotros deberéis ser (cf. 1Tm 6,11) o se va gestando en ese tiempo del seminario o no lo será jamás. Las virtudes evangélicas propias del sacerdote es aquí en el seminario donde las aprendemos a vivir. Que no sea para vosotros un tiempo vano, sino fructuoso.

Por otro lado, ante la grandeza de la vocación sacerdotal, vocación insustituible que compromete hasta lo más hondo a quien la recibe, os exhorto a tomar conciencia de la predilección que ella significa por parte de Cristo Jesús. Elevemos al "Señor de la mies" nuestra confiada oración, para que en este inmenso Brasil muchos jóvenes tengan la conciencia abierta para percibir, la disponibilidad para acoger y el entusiasmo para seguir la llamada amiga que El les dirige.

6. En los últimos seis años, se han abierto en Brasil quince nuevos seminarios mayores, del clero secular y regular. Sólo el año pasado, cinco seminarios mayores y cuatro menores. Este aumento actual del número de vocaciones es un fenómeno consolador, fruto de la acción de la Providencia y de la generosa correspondencia de los que son llamados. Pero el hecho es que el número de sacerdotes es apenas de uno por cada veinte mil habitantes, si se consideran solamente los sacerdotes del clero secular, y de uno por cada diez mil si se cuentan también los del clero regular. No hay duda que es todavía muy poco, ante las enormes y urgentes exigencias de los fieles. Por eso, es deber de todos nosotros rezar con fervor y perseverancia al Señor de todos los dones.

Encomiendo a Nuestra Señora Aparecida cada uno de vosotros y a todos los jóvenes de este querido Brasil llamados al sacerdocio. Pidiendo a la Madre de la Iglesia que os anime y fortalezca en el testimonio de una respuesta alegre, coherente y generosa, os doy de todo corazón la bendición apostólica.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CARDENAL ALFREDO VICENTE SCHERER


Y A LOS CIUDADANOS DE PORTO ALEGRE


Viernes 4 de julio de 1980



1. Agradezco de corazón al amado Pastor de esta archidiócesis, el carísimo cardenal Vicente Scherer, las nobles palabras que me ha dirigido y en las que encuentro las virtudes que ya conocía de él: sencillez, sinceridad, absoluta fidelidad al Sucesor de Pedro.

De esas palabras deduzco que todos esperabais este momento. Puedo deciros que yo también esperaba ansiosamente este día en que, a lo largo de mi peregrinación por Brasil, vendría a encontraros en Porto Alegre. Loado sea Dios por tal oportunidad.

Junto al Eminentísimo cardenal Scherer, saludo a sus obispos auxiliares. Saludo a mis hermanos los obispos de la provincia eclesiástica de Río Grande del Sur. Saludo a los sacerdotes, diáconos, religiosos, aquí presentes. Saludo a los fieles de todas las procedencias, edad y condición. Un saludo especial a quienes han venido de más lejos —del vecino Estado de Santa Catalina, que no he podido visitar esta vez, de Argentina y de Uruguay— para ver al Papa. Sé que no es mi persona lo que cuenta, sino la misión que el Señor quiso confiarme. Me siento feliz al saber que, por encima del Papa, es al Sucesor de Pedro y, por tanto, al propio Pedro, es al Vicario de Cristo y, por tanto, al propio Cristo, a quien se dirigen vuestros homenajes. A El por siempre el honor y la gloria por los siglos sin fin.

2. Vengo, pues, como Pastor de la Iglesia universal, para conocer de cerca a las ovejas que el Buen Pastor, en sus designios de amor, me confió. Vengo como Sucesor de Pedro, para dar continuidad a su misión de confirmar a los hermanos. Vengo como Vicario de Jesucristo, portador de su bendición y de su paz.

Sé que la fe se encuentra profundamente arraigada en vuestra tierra y es vivida con intensidad en vuestros corazones.

Sé también que el secreto de la gran vitalidad en esa fe reside en las familias cristianamente constituidas y en los misioneros, sacerdotes de gran valor, que hace más de un siglo evangelizaron en profundidad esta región.

396 Para que seamos testimonio convincente de Jesucristo, es necesario que adquiramos una autenticidad cada vez mayor, es necesario ser firmes en la fe. Ahora bien; pienso —y procuré explicarlo en mi Exhortación Apostólica Catechesi tradendae—, que en nuestros días no hay posibilidad de supervivencia e irradiación de la fe, sin tratar de ahondar en esa misma fe. Es decir, sin una catequesis adecuada a las circunstancias, pero siempre conforme con el sentir de la Iglesia. Por eso, no quiero dejar pasar esta oportunidad sin exhortaros a vosotros, Pastores, obispos y presbíteros; a vosotros, padres y madres de familia; a vosotros, educadores, a un valiente y perseverante esfuerzo de catequesis para niños, jóvenes y adultos.

3. Una palabra de amistad para el presbiterado, tan ampliamente representado aquí. No necesito muchas palabras para deciros que el Papa os lleva en el corazón, que reza siempre por vosotros y para vosotros pide al Señor la gracia de la fidelidad al don un día recibido, para hacer de cada uno de vosotros un "sacerdos in aeternum". Vivid el misterio de la unidad de la Iglesia, permaneciendo unidos a vuestros obispos, "como las cuerdas a la cítara", para seguir la expresiva comparación de San Ignacio de Antioquía. Ese es el secreto de la fecundidad apostólica del presbítero.

Y, ¿qué decir a los religiosos y religiosas? Ocupáis un lugar que es sólo vuestro en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Sois la expresión y debéis ser la concreción de su vocación de santidad. Dios bendice vuestra vida haciéndola fructificar en su amor, lo que redundará sin duda en beneficio de vuestros hermanos.

Aquí en vuestra ciudad pretendo encontrarme con un grupo de aspirantes a la vida religiosa y con sus formadores. En la grata espera de ese encuentro, me basta ahora deciros que la Iglesia debe tener siempre en el alma una profunda compasión, ya que hay una multitud "cansada y abatida como ovejas sin pastor", y una oración: "manda, Señor, operarios para tu mies" (cf. Mt
Mt 9,36-38).

Sé que vuestro Estado es rico en vocaciones y, con vosotros, doy gracias al Señor. Deseo que sepáis siempre apreciar este don, asumir esas vocaciones, ayudarlas a madurar en el amor de Dios y en la fidelidad incondicional a la Iglesia, para el bien de toda la comunidad.

Dios bendiga vuestras familias, portadoras de hermosas tradiciones, centro de irradiación de valores cristianos y graneros de nutridas vocaciones.

4. Por último, saludo a todo el pueblo de Porto Alegre y del Estado de Río Grande del Sur. Vivís aquí la armonía del encuentro de muchas razas, fundidas en auténtica brasilidad. Sois una lección viva de que es posible al hombre vivir en fraternidad con su semejante.

En esta archidiócesis, que nació con el título y bajo el patrocinio de San Pedro, el Sucesor del mismo Pedro saluda a todos y para todos invoca las bendiciones de Dios; pero sobre todo para los ancianos, los enfermos, los que sufren en el cuerpo o en el alma, para los niños... A todos abraza el Papa con sincero afecto; por todos el Papa reza, a todos el Papa les bendice.

Que la Virgen María, "Madre de Dios", como la invocáis con amor en vuestra catedral, os ayude y os conduzca a su Hijo amado.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL


DURANTE EL ENCUENTRO ECUMÉNICO EN PORTO ALEGRE


Viernes 4 de julio de 1980



Carísimos hermanos en el Señor:

397 "Oh, qué bueno y agradable es estar los hermanos reunidos" (Ps 133,1).

1. Es este el sentimiento que domina mi alma, al compartir con ustedes, señores, representantes de muchas comunidades evangélicas en Brasil, este momento espiritual de oración y de encuentro en el Señor. Es El, en efecto, quien nos une con su gracia, y quien, por su Santo Espíritu, nos da a unos y a otros la fuerza para proclamar delante del mundo y "públicamente a Jesucristo como Dios y Señor, único Mediador entre Dios y los hombres, para gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio UR 20).

Si muchas cosas nos separan todavía, en el plano de la fe y del obrar cristiano, ello, en lugar de dejarnos indiferentes o, peor todavía, encerrados en nosotros mismos, deberá llevarnos, y de hecho nos está ya llevando, a procurar más intensa y más fielmente la unión plena, a través de conversaciones y encuentros, a través del diálogo sincero y leal, a través del testimonio común dado en favor del Señor de todos y, sobre todo, a través de la oración constante. La Semana de la Unidad que, desde hace algunos años, se ha hecho usual en nuestras Iglesias, es un momento incluso para compartir esa oración. No en balde dijo el Señor: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" ().

2. Sabemos que en muchos cristianos de Brasil existe también esa conciencia de los elementos de unión ya existentes y esa voluntad ardiente de llegar a la unión que todavía esperamos. Gracias a eso, fue posible establecer aquí, entre algunas Iglesias y la Conferencia Episcopal de Obispos de Brasil un proyecto para crear un Consejo nacional de las Iglesias con la finalidad de mantener un marco estable para el diálogo y la colaboración, siempre con la intención de un incesante trabajo para el logro de la unión entre los cristianos.

Me congratulo por esa realización, que puede ser preludio de otras iniciativas en el mismo sentido. Pueden, así, los cristianos dar juntos un renovado testimonio de su fe en el Señor y de su común esperanza, esforzándose también en común, según la vocación específica de los discípulos de Cristo, para que las exigencias de esa misma fe, fuente de caridad y de justicia, se traduzcan en la vida concreta, particular y pública, de vuestra nación.

De ahí, que no pueda dejar de mencionar ahora lo que se ha hecho, en el ámbito de colaboración entre cristianos, en favor de los derechos humanos y de su plena vigencia. Y, al decir esto, me refiero no sólo a ciertas e importantes iniciativas en el plano de la presentación y fundamento evangélico de tales derechos, sino también en el trabajo cotidiano, en muchos lugares y circunstancias muy diversas, por la defensa y promoción de hombres y mujeres, especialmente de los más pobres y olvidados, que la sociedad actual tiende frecuentemente a abandonar a sí mismos y a marginar, como si no existiesen o como si su existencia no contase. "El camino de la Iglesia es, en verdad, el hombre", como pretendí explicar en mi primera Encíclica Redemptor hominis (Nb 14). De esa forma, se ponen también en práctica diversas orientaciones fundamentales del Documento de Puebla, recogidas en el capítulo sobre el diálogo y en otros textos.

3. No quiero concluir este encuentro fraterno sin recordar que, hace pocos días, se celebraron los 450 años de la publicación de la llamada "Dieta de Augsburgo". Conozco bien la importancia de ese texto para muchas comunidades eclesiales, nacidas de la Reforma, y son para mí motivo de sincera satisfacción el interés y la resonancia que esa celebración encontró en la Iglesia católica. Haga el Señor que ello contribuya aún más a aclarar los caminos para la unión, de que hablamos al comienzo.

Carísimos hermanos: nuestra responsabilidad como cristianos es muy grande, ante nuestro común Señor, ante los hombres concretos con los que tenemos que tratar, y ante nosotros mismos. No la podemos ignorar y, menos todavía, serle infieles. Pidamos juntos a Nuestro Señor la gracia de ser, también nosotros, "testimonios fieles y verdaderos" (cf. Ap Ap 1,5 Ap 3,14) para que podamos serlo plenamente algún día, en la unión perfecta, a imagen de la Trinidad divina (cf. Jn Jn 17,22-23) y para su gloria.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS ASPIRANTES AL SACERDOCIO Y A LA VIDA RELIGIOSA


Y SUS FORMADORES


Estadio del Gigantinho, Porto Alegre

Sábado 5 de julio de 1980



1. No os sorprenderéis, ciertamente, si os revelo que este encuentro era uno de los más deseados entre tantos que la Providencia me concede tener en esta gran nación. En efecto, es un consuelo poder encontrarme con vosotros, jóvenes, dispuestos a seguir a Jesucristo, que os llama para el don total de sí en el testimonio de amor a El y de servicio a los hermanos; con vosotros, sacerdotes y religiosos, que tenéis la responsabilidad de la formación de quienes se preparan para el sacerdocio, para la vida religiosa o para un compromiso directo en la actividad apostólica. De vosotros depende, en gran medida, el futuro de la Iglesia en Brasil.

398 "Gracia y paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (2Th 1,2).

Muchas gracias por el entusiasmo y cordialidad con que me habéis dado la bienvenida y que me emocionan. Es una manifestación más de la hospitalidad brasileña, que he comprobado a lo largo de estos días.

En cada momento de esta mi peregrinación pastoral por vuestra tierra, con el corazón dirigido hacia Fortaleza y sintonizado con el Pueblo de Dios en Brasil, yo me pregunto: ¿Hacia dónde vais? Y la boca habla de la abundancia de lo que hay en el corazón. En todas las etapas de mi romería hacia el Congreso Eucarístico Nacional, la pregunta fue y es actual: actual al encontrarme con las familias y los sacerdotes de Río de Janeiro; actual al encontrarme con los religiosos y religiosas en São Paulo; y actual al encontrarme con el mundo del trabajo, con los obreros, en São Paulo. Aquí, en fin, en este encuentro con vosotros, me parece de especial actualidad. Efectivamente, de vosotros depende, en gran medida, el futuro de la Iglesia en esta grande, bella y prometedora nación brasileña. En ella, el Pueblo de Dios peregrino y los hombres en general se sienten comprometidos y desean que alguien les indique las metas y el camino para responder con acierto a la pregunta: ¿Hacia dónde vais?

Y vosotros, ¿no sois o queréis ser ese alguien?

2. Es para vosotros mi primer mensaje, carísimos jóvenes, que guardáis en el corazón, como poderoso impulso, el secreto de la llamada particular que Cristo os dirige. Tened siempre conciencia de la predilección que significa esta iniciativa del Divino Maestro: toda vocación pertenece a un designio divino muy amplio, en que cada uno de los llamados tiene gran importancia. Cristo mismo, Verbo de Dios, el "Llamado" por excelencia, "no se arrogó por sí mismo la honra de hacerse Sumo Sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: "Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy" (Ps 2,7); y en otra parte, dice igualmente: "Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec" (Ps 110,4 Heb He 5,5).

La vocación es, pues, un misterio que el hombre acoge y vive en lo más íntimo de su ser. Don y gracia, depende de la soberana libertad del poder divino y, en su realidad plena, escapa a nuestra comprensión. No tenemos que exigirle explicaciones al Dador de todos los bienes —"¿por qué me hicisteis esto?" (cf. Rom Rm 9,20)— puesto que Quien llama es también "Aquel que es" (cf. Ex Ex 3 Ex 14).

Por otra parte, la vocación de cada uno se funde, hasta cierto punto, con su propio ser: se puede decir que vocación y persona se hacen una misma cosa. Esto significa que en la iniciativa creadora de Dios entra un particular acto de amor para con los llamados, no sólo a la salvación, sino al ministerio de la salvación. Por eso, desde la eternidad, desde que comenzamos a existir en los designios del Creador y El nos quiso criaturas, también nos quiso llamados, predisponiendo en nosotros los dones y las condiciones para la respuesta personal, consciente y oportuna a la llamada de Cristo o de la Iglesia. Dios que nos ama, que es Amor, es también "Aquel que llama" (cf. Rom Rm 9,11).

Por eso, ante una vocación, adoramos el misterio, respondemos con amor a la iniciativa de amor, decimos a la llamada.

3. Por lo demás, vosotros sabéis que en el origen de toda vocación está siempre Jesucristo, suprema encarnación del amor de Dios; en el amor de Cristo, la vocación encuentra su porqué. El mismo lo explicó: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto..." (Jn 15,16). Dejadme repetir, como dicho sólo para vosotros, lo que escribí hace poco: "Yo, el Papa, soy el humilde y apasionado servidor de aquel amor que movía a Cristo, cuando llamaba a los discípulos a su seguimiento" (Mensaje para el Día Mundial de Oración por las Vocaciones, 1980, Nb 4 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 20 20 de abril, pág. EN 20).

En el fondo, quien nos llama es el Padre, el agricultor (Jn 15,1) y nos atrae Aquel que El envió (cf. Jn Jn 6,44). Su llamada prolonga en nosotros la obra de amor comenzada con la creación. Pero es siempre Cristo —directamente o a través de su "sacramento universal de salvación" que es la Iglesia— quien hace perceptible la llamada divina a un trabajo que es colaboración personal con El. Eso hizo El con los primeros Apóstoles: "Subió a un monte y, llamando a los que quiso, vinieron a El" (Mc 3,13 cf. Mc 6,7).

La respuesta depende de la generosidad del corazón de quien es llamado, pues quien llama deja siempre la libertad de opción: "Si quieres..." (cf. Mt 19,21). En este encuentro con vosotros, agradecido, levanto el espíritu a Dios que siempre nos ama y nos da consuelo y esperanza (cf. 2Th 2,16) e imploro que "vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor" (Ph 1,9-10).No os dejéis perturbar, como el joven del Evangelio. Vale la pena trocar "muchos bienes" por "un tesoro en el cielo".

399 A estas alturas no puedo dejar de haceros a cada uno en particular la insistente invitación que suelo hacer en idénticas circunstancias a otros jóvenes que tienen el mismo ideal: poneros a la escucha del Señor, el gran Amigo. El quiere miraros a los ojos y hablaros al corazón, en la intimidad de la oración personal (cf. Ap Ap 3,20), de la oración comunitaria (cf. Mt Mt 18,20) y de la liturgia, pues El "está siempre presente en su Iglesia, especialmente en las acciones litúrgicas" (Sacrosanctum Concilium SC 7). Podéis estar seguros de que El os iluminará y ayudará a descubrir y amar el sentido y el valor de la vocación. Y quién sabe si hoy, en este encuentro "en su nombre", El no quiera deciros algunos de sus secretos. Si así fuera, "no endurezcáis vuestros corazones" (cf. Heb He 3,8). Sólo en la disponibilidad a la voz de Dios podréis encontrar la alegría de una total autorrealización.

4. A vuestro lado, como ministros de Cristo e intérpretes de vuestras inspiraciones interiores, están aquellos a quienes la Iglesia confió la delicada tarea de vuestra formación. Al dirigir mi pensamiento hacia ellos, me es grato recordar, antes que nada, la larga tradición en el empeño por la formación sacerdotal en tierras brasileñas, con algunas características conocidas por todos: se remonta a las incipientes experiencias en los colegios de Bahía, São Paulo y Río de Janeiro, pasando por el período que ya se designó como "Era de los conventos" y por los momentos alternos de prueba y florecimiento, hasta llegar a la primitiva organización eclesiástica. En el siglo dieciocho, aparecen los seminarios propiamente dichos, habiendo dejado un nombre famoso en la historia de Brasil, entre otros, los de Mariana, Olinda y Caraça.

A este respecto, ¿cómo no reconocer los méritos y manifestar aprecio por el importante papel desempeñado por las órdenes y congregaciones religiosas?

Después, ya con seminarios del tipo preconizado por el Concilio de Trento, instaurados en muchas partes del inmenso territorio, continuó desarrollándose la formación de sucesivas promociones de sacerdotes. Un buen número de ellos, en este último siglo, fue a perfeccionar los estudios y la formación en Roma, primero en el Colegio Pío Latino-Americano y, en un segundo tiempo, en el Colegio Pío-Brasileño o también en las casas romanas de los institutos religiosos, valiosos medios para mantener los tradicionales vínculos entre el Brasil católico y la Cátedra de San Pedro, en la comunión de la Iglesia universal.

5. Ante estas gloriosas tradiciones del pasado, se impone en el corazón del Papa, siempre preocupado por la "Sollicitudo omnium ecclesiarum" (2Co 11,28), una pregunta: en la hora actual, decisiva para su destino y para el mundo, ¿tendrá Brasil seminarios, casas religiosas u otras instituciones eclesiásticas, tendrá sobre todo directores y maestros capaces de preparar sacerdotes y religiosos a la altura de los problemas planteados por una población en continuo aumento y con exigencias pastorales cada vez más amplias y complejas?

La pregunta toca un punto fundamental de la vida eclesial. Me detengo por unos instantes a hablar de este asunto a vosotros, que tenéis, por diversos motivos, la responsabilidad de los seminarios y de las casas de formación. La experiencia secular y la ponderada reflexión de la Iglesia demuestran la absoluta necesidad de estas estructuras de formación para la preparación de los sacerdotes y los religiosos. El Concilio Vaticano II confirmó que el camino seguido por la Iglesia, a través de los siglos, es el camino cierto y que, por tanto, no puede ser abandonado.

No puede dejarse a la improvisación la formación de un sacerdote y de un religioso. Es la gracia de Dios la que inspira la vocación, y es la gracia de Dios la que hace al sacerdote y al religioso. Pero esa gracia es concedida en la Iglesia y para la Iglesia; corresponde, por tanto, a la Iglesia examinar y comprobar la autenticidad del llamamiento y acompañar su maduración hasta la meta de las órdenes y de los votos sagrados. Ahora bien, para la Iglesia, según su tradición y experiencia, todo esto no puede ser plenamente realizado sin una institución llamada con el nombre altamente significativo de seminario, y otras análogas instituciones para la formación religiosa.

6. El seminario y las otras instituciones educativas necesitan ciertamente una actualización. La Iglesia lo sabe y se preocupa continuamente por ello. No ignora que la realidad cambia según los tiempos y lugares. Reflexiona sobre la realidad y sigue la realidad que trae en sí los signos de la Providencia divina. Por eso, propone normas precisas y procura así ayudar a los responsables de la formación sacerdotal y religiosa en su arduo trabajo que, para ser eficaz, debe ser siempre desarrollado en la Iglesia, con la Iglesia y para la Iglesia.

Por tal motivo, mis venerados predecesores se preocuparon, con admirable solicitud por afrontar los temas de formación sacerdotal y religiosa, tal y como la exigían las necesidades pastorales modernas. Por el mismo motivo, la Santa Sede no ha dejado de evocar, comentar y concretar las exigencias apuntadas por el Concilio, mediante una serie de Documentos, en los cuales los responsables de la formación sacerdotal y religiosa deben ver un renovado testimonio de confianza, de comprensión y de amor.

7. Mientras os hablo, tengo en mi mente las dificultades que perturban el mundo moderno y repercuten en la vida de la Iglesia. Difícilmente podrían ser librados de ellas los seminarios y otras instituciones de formación eclesiástica. La misma propuesta de vida sacerdotal y religiosa encontró obstáculos, no pocas veces, incluso en quienes debían anunciarla valientemente o podían acogerla generosamente.

Aunque las dificultades fueran mayores de las que conocemos, nuestro sagrado deber continúa siendo el de evangelizar el Pueblo de Dios sobre la grandeza divina del sacerdocio ministerial y sobre el altísimo ideal de la vida consagrada. Por eso, carísimos sacerdotes y religiosos, os invito a meditar de nuevo sobre la Constitución Lumen gentium y los Decretos Presbyterorum ordinis y Perfectae caritatis del Concilio Vaticano II. Os invito de modo especial a releer la Carta que escribí a todos los sacerdotes de la Iglesia el Jueves Santo de 1979, para reafirmar la sagrada doctrina de la Iglesia sobre el sacerdocio ministerial, que es participación del sacerdocio de Cristo, mediante las órdenes sagradas, y don de Cristo a su comunidad y nuestra (cf. núms. Nb 3 y 4).

400 Si nos mostramos íntimamente convencidos de esta verdad, si la comunicamos integralmente al Pueblo de Dios, si damos testimonio de ella con nuestra vida, entonces las dificultades de nuestros tiempos no nos asustarán.'

8. Reafirmados estos principios fundamentales que nacen de la fe, permitidme una alusión a algunos aspectos prácticos, que merecen prudente consideración para el bien de la Iglesia y de la vida sacerdotal y religiosa.

La Iglesia desea que se busquen los medios y los métodos más adecuados para la formación del sacerdote y del religioso de hoy. Las directrices dadas por el Concilio y, después, por la Santa Sede, se orientan todas en éste sentido. El Concilio sugirió, con mucha razón, dividir las comunidades de los seminarios muy numerosas. Dispuso las cosas para que los aspirantes al sacerdocio pudieran mantener contactos con la comunidad y prestar ayuda a la actividad pastoral en los lugares donde se realiza su formación. No se puede dudar del valor pedagógico de esas orientaciones.

Con todo, transcurrido un periodo más que suficiente de experiencia, tenemos todos el deber de examinar nuevamente algunas iniciativas, tomadas ciertamente con buena intención, pero que pueden deformar las orientaciones del Concilio y llevar a resultados engañosos y perjudiciales. ¿Qué es lo que se debe ya corregir o completar, por ejemplo, en las varias fórmulas, no siempre felices, con que se pretenden sustituir los seminarios, especialmente en las llamadas "pequeñas comunidades"? ¿Cuáles son los eventuales resultados positivos y cuáles las deficiencias de una formación de futuros sacerdotes exclusivamente en el ámbito de las comunidades en que deberán después ejercer su ministerio? ¿Cómo evitar que se reduzca al mínimo el programa de estudios y del "curriculum" del seminario con evidente daño de la específica formación intelectual y espiritual que corresponde al nuevo ministro de Dios? Se necesita, sobre todo por parte de los obispos, lucidez y valentía para orientar claramente todos los puntos concernientes a la formación de los nuevos ministros, especialmente de los presbíteros. Podemos alegrarnos, al observar que las normas previsoras del Concilio Vaticano II vuelven a ser tomadas en la debida consideración, asumidas y puestas en práctica, mientras que son redimensionadas, relativizadas y, cuando es necesario, abandonadas, experiencias que no dieron fruto o se demostraron negativas.

9. Pero sobre todo me interesa poner de relieve qué en este trabajo continúa siendo fundamental la acción de los sacerdotes y religiosos, sean superiores, profesores o maestros de novicios. Vuestra misión es maravillosa, pero difícil. Los Pastores de las diócesis y los responsables para la vida religiosa habrán reflexionado y rezado antes de elegiros y confiaros uno de los ministerios más delicados que existen en la Iglesia: ¡Formar los futuros formadores del Pueblo de Dios!

Asumida esa misión, debéis sentiros responsables para vuestra preparación personal. El Concilio insistió en este punto (cf. Optatam totius
OT 5). El primer Sínodo de los Obispos dio orientaciones precisas. Vuestros obispos y superiores religiosos os ayudarán, pero vuestro continuo perfeccionamiento espiritual, intelectual y pastoral depende de vosotros, de la conciencia de vuestro deber.

Vuestra espiritualidad debe beber en la fuente pura que es Cristo, Maestro de maestros. Pastor de nuestras almas Modelo supremo de todo educador y de toda educación. .Vuestra preparación intelectual debe estar siempre al día con plena fidelidad al Magisterio de la Tradición viva de la Iglesia, con humilde y afectuosa acogida de la Palabra de Dios que supera toda sabiduría humana. Vuestra actualización pastoral sólo podrá fructificar con vuestra inserción en el presbiterado diocesano; la experiencia del mismo os enriquecerá y vosotros lo enriqueceréis con vuestra experiencia.

Con esta preparación completa, vuestra misión será desempeñada laboriosa pero también alegremente, bajo la bendición de Dios, que no deja sin auxilio a quien le ofrece su colaboración incondicional. Así preparados, encontraréis la luz y la fuerza para ejercer una acción de auténtica pedagogía evangélica.

Guiaréis a los aspirantes confiados a vosotros para que conquisten el primado de lo espiritual, ese primado que los sustentará después en las fatigas del ministerio apostólico y en la fidelidad a los compromisos adquiridos ante la Iglesia. Habéis de guiarlos para que descubran con claridad su vocación, para que fortalezcan el propio carácter y acepten el sacrificio de una vida totalmente consagrada a Dios y a la Iglesia. Habéis de guiarlos en la formación de una cultura sólida, sabia y abierta, como hoy se requiere de quien ha de ser a su vez maestro del Pueblo de Dios. Habéis de guiarlos en la adquisición de la ciencia y sabiduría pastoral, que es proclamación de la Palabra de Dios, celebración de los misterios divinos, cuidado espiritual de la comunidad y de las almas en particular. En una palabra: vuestros discípulos irán aprovechándose de vuestra riqueza, como vosotros habréis aprovechado la riqueza inagotable del Corazón de Cristo.

10. Esta es, hijos carísimos, la exhortación que me sale del fondo del alma, ésta la indicación que deseo confiar a cada uno de vosotros: poned generosamente a disposición de Cristo vuestra mente, vuestro corazón y vuestras energías. Os lo digo a vosotros, superiores y educadores, que en la dedicación cotidiana a vuestro delicado cargo sois llamados a ser signo e instrumento del servicio de Cristo que edifica su Cuerpo. Os lo digo a vosotros, jóvenes, que respondisteis al llamamiento y aceptasteis poneros en camino siguiendo las huellas de Cristo, para ser el día de mañana testimonio de su amor entre vuestros hermanos.

Pero mi pensamiento y mi exhortación se dirigen también a las familias cristianas, que el Concilio Vaticano II indicó como "primer seminario" de la vocación (cf. Optatam totius OT 2); os corresponde a vosotros orientar en vuestro propio seno ese clima de fe, de caridad y de oración que oriente a vuestros hijos para que se adapten, en una actitud de generosa disponibilidad, a la iniciativa de Dios y a su plan sobre el mundo. Al lado de la familia tiene un papel importante la escuela, en la que los profesores, especialmente católicos, deben sentir la obligación no sólo de enriquecer la inteligencia de los alumnos, con los conocimientos culturales, sino también de hacerles su alma sensible a la llamada de los valores éticos y a la fascinación entusiasta de los grandes ideales.

401 Una palabra especial para la parroquia, que a este respecto tiene un papel siempre determinante. En ella, de hecho, los jóvenes viven su experiencia cristiana, en ella oyen la proclamación de la Palabra de Dios y participan de la celebración de los signos de salvación, en ella se encuentran también con el testimonio de las diversas vocaciones y de los diversos ministerios. Es evidente, a este respecto, la importancia que revisten las asociaciones, los grupos y los Movimientos eclesiales, por no hablar de la persona de los sacerdotes que están al frente del cuidado pastoral de la comunidad, como normal instrumento de la llamada de Dios a un servicio más generoso para la venida del Reino. Exhorto, por tanto, a cada uno de los elementos de la comunidad cristiana a tomar en cuenta las propias responsabilidades en este sector esencial de la vida de la Iglesia.

Cristo tiene necesidad de la contribución de todos para hacer llegar a otros corazones la palabra que "no todos pueden comprender" (cf. Mt
Mt 19,11); la palabra de la invitación a entregarse sin reservas a la causa del Reino.

Al renovar a cada uno el testimonio de mi gratitud, de mi confianza y de mi afecto, encomiendo a la Virgen Santísima Aparecida vuestras intenciones y vuestros propósitos. A Ella pido, en particular, que tome bajo su maternal protección a vosotros, jóvenes, en este período decisivo de vuestras vidas y os conduzca, con mano segura, al encuentro con Cristo; con Aquel que os ama, que os llama, que espera y que será vuestra alegría, hoy y siempre.







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