Discursos 1980 408


VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON UN GRUPO DE LEPROSOS


Patio del arzobispado de Bahía

Lunes 7 de julio de 1980



Hijos e hijas queridísimos:

1. Vuestra presencia despierta en mi alma un sentimiento particular, algo de aquella emoción y de aquel afecto que Nuestro Señor Jesucristo experimentó, durante el ministerio de la vida pública, para con los enfermos que de todas las partes acudían a oír su palabra de salvación y ser curados de sus enfermedades.

409 Entre tantos episodios de curación narrados por los cuatro Evangelistas, vosotros recordáis ciertamente aquel que describe San Lucas: el hombre enfermo que con la cara en tierra le suplicaba: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: "Quiero; queda limpio". Y desaparecieron todas las señales de la enfermedad (cf. Lc Lc 5,12-13).

El humilde Vicario de Cristo está hoy en medio de vosotros con la misma intensidad de afecto con que el Maestro divino acogía y bendecía a las multitudes y, de modo especial, a las personas afectadas por la enfermedad que aflige también a vosotros.

2. Comentan muchos que la purificación externa del cuerpo era símbolo de una transformación interior: el renacer de una pureza, de una confianza, de un valor que viene de lo Alto. Al Papa le gustaría que su contacto con vosotros os produjese estos inapreciables sentimientos interiores. El os exhorta a no dejaros abatir ni por el miedo ni por la falta de confianza. A que no cedáis a la tentación del aislamiento. A que unáis la confianza en los progresos de la medicina a una actitud de constante y confiada oración.

3. En nombre de aquel mismo Jesús, a quien hoy represento ante vosotros, os exhorto también a que utilicéis bien y valoréis el sufrimiento que lleváis impreso en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu. Recordad siempre que el dolor nunca es vano, nunca es inútil. Al contrario, precisamente en el momento en que hiere vuestra existencia, limitándola en su afirmación humana, si es elevado a una dimensión sobrenatural, puede al mismo tiempo sublimar y rescatar esa existencia para un destino superior que va más allá de los límites de la situación personal para afectar a la sociedad entera, tan necesitada de quien sepa sufrir y ofrecerse por su salvación. Si aplicáis vuestro dolor por estas grandes intenciones, que superan el nivel puramente humano, colaboraréis con Cristo en el plan de salvación y seréis capaces de difundir a vuestro alrededor maravillosos ejemplos de fuerza moral, que solamente quien sufre con esta fe en el alma puede comunicar a los otros.

4. Confío mucho en vuestro recuerdo, en vuestro auxilio y en vuestra oración, no sólo para el buen éxito de este viaje apostólico en Brasil, sino también para todas las solicitudes que llevo en mi corazón de Pastor de la Iglesia universal.

Con estos pensamientos, saludándoos con benevolencia y manifestándoos mi alto aprecio por los que cuidan de vosotros y os asisten, os confío a la materna protección de la Santísima Virgen, de quien sé que sois muy devotos, y os concedo de todo corazón la bendición apostólica.









VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL


DURANTE LA VISITA A LA «FAVELA DOS ALAGADOS»


Salvador de Bahía

Lunes 7 de julio de 1980



Queridísimos amigos, hermanos y hermanas en Cristo:

1. Este encuentro con vosotros, me proporciona gran alegría; el calor de vuestra acogida me impresiona y me conmueve. Al saludar a todos, con afecto en Cristo Señor, elevo a Dios un pensamiento agradecido, por haberme permitido venir hasta aquí, visitar el lugar donde vivís y sobre todo veros.

Cuando viajo en mis visitas pastorales, con la misión de representar a Cristo ante toda la Iglesia esparcida por el mundo, recuerdo siempre que el mismo Cristo exigió de San Pedro y, por consiguiente, de aquellos que llegasen a ocupar su lugar, en la "Iglesia que preside la asamblea universal en la caridad" (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, "Inscriptio", 1, 1-2, 2; Funk, 1, 213), una profesión de amor. Amor a ese Cristo, sin el cual es imposible apacentar bien a los fieles cristianos, que El llamaba los "corderos" y las "ovejas". Y amor al prójimo, y en primer lugar a los hermanos en la fe. Por este amor, todos sabrán que somos sus discípulos (cf. Jn Jn 13,35).

410 Por obedecer a este mandato, yo hago lo posible por encontrarme con todos: ricos y pobres, los que viven en comodidad, al menos relativa, y los que afrontan grandes dificultades para vivir. A todos quiero hablar y testimoniar el amor de Nuestro Señor Jesucristo, para que crean en El y puedan llegar a la salvación.

Pero los menos favorecidos de bienes de la tierra, porque tienen más necesidad de ayuda y consuelo, ocupan siempre un lugar especial en esta mi preocupación de ser fiel y continuar la misión de Cristo: "anunciar a los pobres la Buena Nueva" de la salvación de Dios (cf. Lc
Lc 4,18).

Considero como dicho a vosotros todo aquello que decía al visitar la "Favela de Vidigal" en Río de Janeiro. Me siento comprometido, así como también la Iglesia se siente comprometida, en la proclamación de las bienaventuranzas de Cristo Señor y me siento obligado a hacer algo para que todos los hombres se vean comprometidos en esa proclamación, movilizados por la gran tarea de promoción de una mayor justicia: la construcción de una sociedad cada vez más justa y consiguientemente más humana. Sin embargo la justicia, nuevo nombre del bien común, como ya he tenido la ocasión de decir, sólo se consolidará sobre la base de la conversión de las mentes y de las voluntades: hacer que cada hombre tenga un corazón de pobre: "Bienaventurados los pobres de espíritu" (Mt 5,3).

2. Por eso estoy aquí, porque quiero ser fiel al espíritu de Cristo y porque os amo, como sois y como os presentáis. Todos sois personas humanas y hermanos míos en Nuestro Señor Jesucristo. He pensado en tantos barrios pobres de Salvador y de todo Brasil, a los que les gustaría recibir la visita del Papa. El Papa tendría un placer espacial en hacer esta visita a cada casa o barraca donde viven familias o personas humildes, a veces en dura pobreza. No siendo posible hacerlo, quiero que la visita que ahora os hago sea también un símbolo, como si entrando aquí, estuviese penetrando en todos los barrios iguales a éste.

Decía que al aproximarme a vosotros encuentro personas humanas: seres que poseen una inteligencia sedienta de verdad y una voluntad que desea el amor, hijos de Dios, almas redimidas por Cristo, y por tanto seres ricos de una dignidad que nadie puede pisotear sin herir al mismo Dios. Así, vosotros apreciáis, ciertamente, a quien os da consuelo, aliento, ánimo, esperanza; a quien os ayuda a crecer y a desarrollaros en vuestras capacidades de personas humanas y a superar los obstáculos para la propia promoción; a quien os ayuda a amar en un mundo de odio y a ser solidarios en un mundo terriblemente egoísta. Pero no hay duda de que vosotros tenéis conciencia de no ser solamente objeto de beneficencia, sino personas activas en la construcción del propio destino y de la propia vida. Quiera Dios que seamos muchos a ofreceros una colaboración desinteresada para que os liberéis de todo cuanto en cierto modo los esclaviza, pero dentro del pleno respeto a aquello que sois, en pleno respeto a vuestro derecho de ser los primeros autores de la propia promoción humana. Mi mayor alegría fue la de saber, por diversas fuentes, que hay en vosotros, entre otras, dos grandes cualidades: tenéis, gracias a Dios, el sentido de familia, y poseéis un gran sentido de solidaridad para ayudaros unos a otros, cuando es necesario. Seguid cultivando esos buenos sentimientos, siendo muy amigos de todos, incluso de aquellos que, por cualquier motivo, parece que os cierran el corazón. ¡Vosotros sed corazones siempre abiertos!

3. Ved: Sólo el amor cuenta —no está de más repetir esto—, sólo el amor construye. Vosotros debéis luchar por la vida, hacer todo lo posible para mejorar las propias condiciones en que vivís, es un deber sagrado, porque ésa es también la voluntad de Dios. No digáis que es voluntad de Dios que vosotros permanezcáis en una situación de pobreza, enfermedad, en una mala vivienda contraria, muchas veces, a vuestra dignidad de personas humanas. No digáis: "Es Dios quien lo quiere". Sé que eso no depende sólo de vosotros. No ignoro que otros deberán hacer mucho para poner fin a las malas condiciones que os afligen o para mejorarlas. Pero vosotros debéis ser siempre los primeros en hacer mejor vuestra vida en todos los aspectos. Desear superar las malas condiciones, darse la mano unos a otros para buscar juntos mejores días, no esperar todo de fuera, sino comenzar a hacer todo lo posible, procurar instruirse para tener más posibilidades de mejorar: estos son algunos pasos importantes en vuestro camino.

Así, desde este lugar y en este momento, en vuestro nombre, como vuestro hermano en humanidad, sólo con el poder del amor y la fuerza del Evangelio de Jesucristo, pido a todos aquellos que pueden o deben ayudar que dejen entrar en el propio corazón el eco de las angustias de vuestros corazones, al ver faltar el alimento, la ropa, la casa, la instrucción, el trabajo, los remedios, en fin, todo aquello que es necesario para vivir como persona humana. Y que este grito mío suscite un diálogo, aunque sea silencioso, un diálogo de amor, que se exprese en actos de ayuda y de coparticipación entre hermanos. Dios, Padre de todos nosotros, verá con agrado y bendecirá tal bondad, como prometió Jesús: "Dad y se os dará" (Lc 6,38).

Con esta llamada a las conciencias, quiero alentar vuestro deseo, que es también el mío, de mejorar vuestro nivel de vida, para haceros cada vez más hombres, con toda vuestra dignidad; más hermanos de todos los hombres, en familia humana; y más hijos de Dios, sabiendo y practicando lo que esto quiere decir. Y con gran afecto os bendigo a todos, a vuestras familias y a todos los de aquí de Alagados, asá como a todos los presentes. El Papa reza por todos; rezad por él, principalmente estos días en que está en Brasil.





VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

PALABRAS DE SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL ESTADO DE PIAUÍ EN EL AEROPUERTO DE TERESINA


Martes 8 de julio de 1980



Venerables hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
411 amados hijos e hijas del Piauí y de los Estados vecinos:

1. Las circunstancias exigen que este nuestro encuentro sea breve, pero vosotros lo hacéis particularmente intenso. Intenso en los sentimientos de afecto filial, de alegría y entusiasmo que me estáis manifestando. Intenso en la emoción, satisfacción y gratitud que crecen dentro de mí. Por mi parte no tengo por qué esconder esos sentimientos y os digo por tanto que os considero hijos muy queridos y me siento felicísimo por estar, aunque sólo sea por unos momentos, entre vosotros.

2. Conozco la sinceridad y la seriedad de vuestra fe católica. Acojo, pues, el homenaje que me tributáis como dirigido al Apóstol de quien soy humilde Sucesor y que oyó de labios de Nuestro Señor las tremendas y significativas palabras: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (
Mt 16,18); como dirigido al propio Jesucristo, de quien soy indigno Vicario al frente de su Iglesia.

3. Mi misión como Pastor de la Iglesia universal, vosotros lo sabéis, es anunciar a los hombres de nuestro tiempo la Buena Nueva de la salvación de que la misma Iglesia es depositaría. Es un mensaje de paz y de esperanza, de justicia y de fraternidad, de solidaridad y de amor. Pero ese mensaje se revelaría bien pronto vacío e inconsistente si no proclamase finalmente que sólo en el Señor Jesús se realiza la salvación definitiva, pues de no ser en El, la paz y la esperanza, la justicia y la fraternidad, la solidaridad y el amor corren el riesgo de perder su propio contenido y de volverse contra el hombre. Es muy cierto lo que dice un importante Documento del Concilio Vaticano II: que el hombre es para sí mismo una pregunta sin respuesta, que sólo Dios da la respuesta a las cuestiones del hombre (cf. Gaudium et spes GS 21) y que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes GS 22). Para los problemas fundamentales del hombre, para sus incertidumbres y angustias, sus interrogaciones y sus búsquedas, la Iglesia tiene un camino. Nadie está obligado a abrazarlo y seguirlo, pero es mi deber indicarlo y proponerlo. Os agradezco por saber ver en mí principalmente eso: el mensajero de la salvación en Jesucristo.

4. Sé que vuestro Estado, por su peculiar situación geográfica y por las condiciones climáticas, padece de forma crónica el flagelo de la sequía. Esta es una de las razones, entre otras varias y complejas, por las que se encuentra entre los menos favorecidos y más desprovistos de Brasil. Vosotros conocéis el drama de la emigración en busca de mejores condiciones con los indescriptibles sacrificios, las dolorosas situaciones humanas, personales y familiares, los desequilibrios, el desarraigo que esta emigración suele ocasionar. (¡Quién sabe si muchos de los que aquí están no han sufrido alguna vez esta situación!). Vosotros experimentáis en muchas de vuestras casas las amarguras de la subalimentación, del dolor, de las muertes prematuras.

5. En mi paso entre vosotros, yo quisiera ser un pálido, pero auténtico reflejo del propio Señor Jesús que también pasó entre los hombres atento a todos, sin discriminaciones o exclusivismos, porque era portador de un mensaje de salvación para todos, pero especialmente solícito hacia los pobres y pequeños, hacia los que sufren.

A aquellos de entre vosotros que pudisteis conquistar los bienes espirituales del saber, que disponéis de posesiones materiales, de confort y bienestar, que, en uno u otro sector, ocupáis puestos de decisión, no puedo silenciar un ruego que viene del corazón: asumid plenamente, sin reserva y sin vueltas atrás, la causa de vuestros hermanos que se debaten en la pobreza. Esta es, a menudo, tan deprimente y paralizante que es imposible levantarse y huir de ella sólo con las propias fuerzas. Que no haya nadie, entre la multitud de los pobres de esta región, que pueda decir, pensando en hermanos más favorecidos, la frase impresionante del paralítico del Evangelio: "Yo no tengo a nadie" (Jn 5,7), nadie que me ponga de pie y me ayude a caminar. Ojalá que los poderes públicos de este Estado, junto con todas las fuerzas vivas en el campo de la iniciativa privada, con la ayuda específica de la Iglesia, proporcionen por fin a los pobres las posibilidades de escapar del círculo de la pobreza para acceder a ese bienestar propugnado por mis predecesores, sobre todo Juan XXIII y Pablo VI.

A los otros, oprimidos por la pobreza, quiero decirles, antes que nada, una palabra de consuelo: que se sientan amados y estimados por la Iglesia y, en la Iglesia, en modo especial por el Papa, así como los ama y estima el propio Jesús, Hijo de Dios, quien, al establecer las bases de su reino en este mundo, no dudó en proclamar "bienaventurados" a los que tienen un corazón de pobre (cf. Mt Mt 5,3).

Pero también una palabra de esperanza: que no se dejen abatir o destruir por las condiciones actuales, sino que conserven siempre encendida la esperanza de un mañana mejor. Y sobre todo una palabra de estímulo: seguros de la ayuda de muchos hermanos, pero sin abdicar de sus propias capacidades, hagan todo lo posible para superar la mala pobreza y su secuela de maldades, no para aspirar a la riqueza de la iniquidad, sino a la dignidad de hijos de Dios.

6. Y ahora, mis votos para vosotros, querido Piauí y piauienses: que pronto despunte para vosotros la aurora del desarrollo integral que, en cierto modo, ya se anuncia. Que venga el progreso, no el que amenaza con sofocar al hombre, sino el que lo eleva y dignifica. No el que corre el riesgo de aumentar las injusticias, sino el que instaura y consolida la justicia. Que, superada toda forma de aislamiento, vuestra tierra se inserte en los beneficios de una comunidad política, social y económicamente bien cualificada. Que, eliminados los desequilibrios, gocéis de los frutos de la equidad.

7. Con vuestro temperamento fuerte y carácter probado, sé que no os hacéis ilusiones pensando que la lucha contra las inclemencias del clima y de las condiciones sociales sea fácil: al contrario, es ardua y, a veces, ingrata. Los menos audaces pierden el ánimo. Deseo y espero que el esfuerzo convergente de muchos os ayude a vencer los obstáculos. Es para vosotros, de manera al mismo tiempo patética, desafiadora y estimulante, la palabra del Señor: "Dominad la tierra" (cf. Gén Gn 1,28).

412 8. Que vuestra fe y vuestra piedad sean un nuevo impulso en vuestro esfuerzo en vista de un pleno desarrollo. Esta fe nos dice que no es voluntad de Dios que sus hijos vivan una vida infrahumana. Voluntad de Dios es que cada hombre consiga lo mejor posible su plena estatura humana. Dirigíos a El, padre bueno y providente (cf. Mt Mt 6,25 y 7, II), para buscar en El no una coartada para la inercia y la pasividad, sino el valor para continuar vuestros esfuerzos. Aquel que en su Providencia hace crecer la hierba del campo y alimenta las aves del cielo (cf. Mt Mt 6,26 ss.) no dispensa de las providencias del hombre y de su trabajo, sino que los asocia constantemente al misterio de la creación. Es deber del hombre recurrir a medidas concretas y eficaces para la promoción y el desarrollo solidario de todos. La solidaridad que debe sustituir cada vez más a las ideologías del egoísmo, de la prepotencia y del interés de personas y grupos, conducirá a todos los que tienen una parcela de responsabilidad político-social a ir al encuentro de los que necesitan ayuda. Esta solidaridad, valiosa ya en el plano humano, crece en el plano cristiano al considerar que todos los hombres son iguales a los ojos de Dios: hijos de este Dios (Jn 3,2) a quien llaman Padre (Ga 4,6) y, por tanto, hermanos los unos de los otros (Mt 23,8), Dios les ama tanto que no dudó en entregar a su único Hijo para que no perezcan, sino que tengan la vida eterna (Jn 3,16).

9. Queridos hijos, vosotros sois estos hijos de Dios amados por El con un amor sin límites. Animados por ese amor, poned en acción todas las energías en vista a vuestro propio crecimiento sin odio, sin inútiles y estériles resentimientos, sin la violencia que no construye, pero con audacia y generosidad. Estoy seguro de que podéis contar, en este sentido, con la leal colaboración de esta Iglesia a la que vosotros mismos pertenecéis activamente.

¡Piauí!

Hombres del Estado de Piauí, a cuyo servicio se hallan varías estructuras a diversos niveles, en las que estáis insertos: conservad un "corazón de pobre", para acoger toda la ayuda que, estoy cierto, todo Brasil, todos los Estados de Brasil, todos los hombres de Brasil, unidos con vosotros en una única nación, no os dejarán de dar; el Señor Jesucristo, al igual que proclamó "bienaventurados los pobres de espíritu" (Mt 5,3), decía siempre: "vosotros sois todos hermanos" (Mt 23,8).

10. Ahora continúo mi peregrinación para encontrarme con otros hermanos vuestros. Piauí me ha gustado, y siempre me seguirá gustando. Llevo conmigo la nostalgia de este encuentro y el recuerdo de todos vosotros. Y, exhortándoos a vivir como hombres y como cristianos en la práctica del bien (cf. 1P 2,15) bajo la mirada de Dios y la protección de María Santísima, nuestra Madre, os doy mi bendición. De vuelta a vuestros hogares aquí en Teresina, en el interior del Piauí, en el Maranhão y, quién sabe si en otros Estados, llevad esta bendición del Papa a todas vuestras familias, especialmente a los ancianos, a los niños, a los enfermos, a los afligidos.

"Nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, (...) consuelen vuestros corazones y os hagan firmes en toda suerte de buenas obras" (cf. 2Th 2,16 ss.).









VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL


DURANTE LA VISITA A LA LEPROSERÍA DE MARITUBA


Belém

Martes 8 de julio de 1980



Queridos hijos:

1. Desde que anuncié mi viaje a Brasil y durante su preparación, recibí un buen número de cartas, procedentes de diversas colonias de leprosos de este país, en las que se me invitaba a visitarlas. Bien sabe Dios cuánto me hubiera gustado hacerlo. Al venir aquí a Marituba y encontraros y saludaros a vosotros con afecto de padre, es como si visitase en este momento todas las colonias de leprosos de Brasil. Llegue hasta ellos mi palabra para decirles cuánto los estimo, cuánto pienso en ellos y rezo por ellos.

Bendito sea Dios que nos concede la gracia de este encuentro. Es de hecho una gracia para mí poder, como el Señor Jesús, de quien soy ministro y representante, ir al encuentro de los pobres y enfermos, por los cuales tuvo El verdadera predilección. No puedo, como El, curar los males del cuerpo, pero me dará, por su bondad, capacidad para ofrecer algún alivio a las almas y a los corazones. En tal sentido deseo que este encuentro sea una gracia también para vosotros. En nombre de Jesús estamos aquí reunidos; que El esté en medio de nosotros, como prometió (cf Mt Mt 18,20).

413 2. Al encontrarse por primera vez y deseando hacer amistad, las personas acostumbran a presentarse. ¿Será necesario que yo lo haga? Ya sabéis mi nombre y tenéis muchas informaciones sobre mi persona. Pero ya que pretendo hacer amistad con vosotros, os hago mi presentación: vengo a vosotros como misionero mandado por el Padre y por Jesús para continuar anunciando el Reino de Dios que comienza en este mundo, pero sólo se realiza en la eternidad, para consolidar la fe de mis hermanos, para crear una profunda comunión entre todos los hijos de la misma Iglesia. Vengo como ministro e indigno Vicario de Cristo para velar sobre su Iglesia; como humilde Sucesor del Apóstol Pedro, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal.

A Simón Pedro, pese a ser débil y pecador como toda criatura humana, el Señor Jesús había declarado en un momento solemne que sobre él, como sobre una roca firme, habría de construir la Iglesia (
Mt 16,18). Le prometió también las llaves del Reino con la garantía de que sería atado o desatado en el cielo todo cuanto él atase o desatase en la tierra (cf. Mt Mt 16,19). Estando ya para volver al Padre, dirá todavía a Pedro: "Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos" (cf. Jn Jn 21,15 y ss.). Vengo como Sucesor de Pedro: heredero de la misteriosa e indescriptible autoridad espiritual que le fue conferida, pero también de la tremenda responsabilidad atribuida a él. Como Pedro, acepté ser Pastor universal de la Iglesia, deseoso de conocer, amar, servir a todos los miembros del rebaño a mí confiado. Aquí estoy para conoceros. Debo decir que es grande mi afecto por todos y cada uno de vosotros. Estoy seguro de que podré serviros de alguna manera.

3. Y vosotros, ¿quiénes sois? Para mí, sois ante todo personas humanas, ricas de una dignidad inmensa que la condición de persona os da, ricos cada uno de vosotros con la fisonomía personal, única e irrepetible con que Dios os hizo. Sois personas rescatadas con la Sangre de aquel a Quien me gusta llamar, como hice en mi Carta escrita a la Iglesia entera y al mundo, el "Redentor del hombre".

Sois hijos de Dios, por El conocidos y amados. Sois ya y seguiréis siendo de ahora en adelante para siempre mis amigos; amigos muy queridos. Como a amigos, me gustaría dejaros un mensaje con ocasión de este encuentro que la Providencia divina me permite tener con vosotros.

4. Mi primera palabra sólo puede ser de consuelo y de esperanza. Bien sé que, bajo el peso de la enfermedad, todos sentimos la tentación del abatimiento. No es raro preguntarnos con tristeza: ¿por qué esta enfermedad? ¿Qué mal he hecho yo para recibirla? Una mirada a Jesucristo en su vida terrena y una mirada de fe, a la luz de Jesucristo sobre nuestra propia situación, cambia nuestra manera de pensar. Cristo, Hijo de Dios, inocente, conoció en la propia carne el sufrimiento. La pasión, la cruz, la muerte en la cruz le probaron duramente; como había anunciado el Profeta Isaías, quedó desfigurado, sin apariencia humana (Is 53,2). No ocultó ni escondió su sufrimiento; por el contrario, cuando era más atroz, pidió al Padre que le apartase el cáliz (cf. Mt Mt 26,39). Pero una palabra revelaba el fondo de su corazón: "¡No se haga mi voluntad, sino la tuya!" (Lc 22,42). El Evangelio y todo el Nuevo Testamento nos dicen que la cruz, así acogida y vivida, se hizo redentora.

Así sucede también en nuestra vida. La enfermedad es realmente una cruz, a veces bien pesada, prueba que Dios permite en la vida de una persona, dentro del misterio insondable de un designio que escapa a nuestra capacidad de comprensión. Pero no debe ser mirada como una ciega fatalidad. Ni es forzosamente y en sí misma un castigo. No es algo que aniquila sin dejar nada de positivo. Por el contrario, aun cuando pesa sobre el cuerpo, la cruz de la enfermedad cargada en comunión con la de Cristo, se vuelve también fuente de salvación, de vida o de resurrección para el propio enfermo y para los demás, para la humanidad entera. Como el Apóstol Pablo, también vosotros podéis decir que completáis en vuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo en beneficio de la Iglesia (cf. Col Col 1,24).

Estoy seguro de que, vista bajo esa luz, la enfermedad, por muy dolorosa y humanamente mortificante que sea, trae consigo semillas de esperanza y motivos de consolación.

5. Mi segunda palabra es una petición, pero más todavía una invitación y un estímulo: no os aisléis con motivo de vuestra enfermedad. Todos cuantos, con dedicación, amor y competencia se interesan por vosotros, tal vez hasta consagrándoos todo su talento, tiempo y energías, insisten en que nada hay mejor que sentiros profundamente insertos en la comunidad de los otros hermanos y no separados de ella. A esos hermanos decimos con la fuerza de la convicción: procurad conocer a vuestros hermanos leprosos, estad próximos a ellos, acogedlos, colaborad con ellos, acoged y buscad su colaboración. Pero a vosotros tenemos también que deciros: no rehuséis, por ningún motivo, insertaros en el ambiente que os rodea y que se abre a vosotros. Sentíos miembros, lo más plenamente posible, de la comunidad humana, que cada vez toma más conciencia de que necesita de vosotros, como necesita de cada uno de sus miembros.

A esa comunidad podéis ofrecer, en el plano humano, la contribución de los dones que recibisteis de Dios. Dentro de los límites naturales, es bastante amplio y variado el campo de esa posible colaboración. En el plano sobrenatural, que es el de la gracia, quise recordaros hace poco que, en comunión con el misterio de la cruz de Cristo, la cruz de vuestra enfermedad se hace manantial de gracias; de vida y salvación. Sería una pena desperdiciar por cualquier motivo ese manantial de gracias de Dios. Que sirva para muchos, sobre todo para la Iglesia. Estando en la Amazonia, donde es intenso y fructuoso el trabajo de los misioneros cuyos frutos vosotros mismos recibís, me atrevería a pedir: haced de vuestra condición de enfermos un gesto misionero de inmenso alcance; transformándola en fuente de la cual los misioneros pueden sacar energías espirituales para su trabajo.

6. Mi tercera palabra es de confianza. El Papa, junto con toda la Iglesia, os estima y os ama. El Papa asume ante vosotros y con vosotros el compromiso de hacer todo cuanto pueda por vosotros y en vuestro favor. El Papa, aun partiendo para nuevas tareas en el marco de esta visita y de su exigente misión, permanece espiritualmente con vosotros. Quiera el querido hermano don Arístides Pirovano, vuestro gran amigo, quieran los médicos, enfermeros, asistentes que aquí trabajan, ser los representantes del Papa junto a vosotros, haciendo todo lo que él haría y como él lo haría si pudiese permanecer aquí. Por mi parte, quiero contar con vosotros: como pido ayuda de las oraciones de los monjes y de las monjas y de tantas personas santas para que el Espíritu Santo inspire y dé fuerzas a mi ministerio pontificio, así pido también la ayuda preciosa de poder vivir de la ofrenda de vuestros sufrimientos y de vuestra enfermedad. Que esta ofrenda se una a vuestras oraciones; mejor aún, se transformen en oración por mí, por mis directos colaboradores; por todos cuantos me confían sus aflicciones y penas, sus necesidades e intenciones.

Pero, ¿por qué no comenzar enseguida esta oración?

414 ¡Señor: con la fe que nos disteis, os confesamos
Dios Todopoderoso, nuestro Creador y Padre providente,
Dios de esperanza, en Jesucristo, Nuestro Salvador,
Dios de amor, en el Espíritu Santo, nuestro consolador!

Señor: confiando en vuestras promesas que no pasan,
queremos vivir siempre en Vos, buscar alivio en el dolor.
Con todo, discípulos de Jesús como somos; ¡no se haga lo que queremos,
hágase vuestra voluntad, en todo nuestro vivir!

Señor: agradecidos por la predilección de Cristo,
por los leprosos que tuvieron la dicha de entrar en contacto con El,
viéndonos en ellos... os agradecemos también los favores
415 en todo lo que nos ayuda, alivia y conforta:
os damos gracias por la medicina y los médicos,
por la asistencia y los enfermeros, por las condiciones de vida,
por los que nos consuelan y por los que son consolados por nosotros,
por los que nos comprenden y aceptan, y por los demás.

Señor: concedednos paciencia, serenidad y valor;
haced que vivamos una caridad alegre, por vuestro amor,
para con quien sufre más que nosotros y para con otros que,
aun no sufriendo, no tienen claro el sentido de la vida.

Señor: queremos que nuestra vida pueda ser útil, servir:
para alabar, agradecer, reparar e impetrar, con Cristo,
416 por los que os adoran y por los que no os adoran, en el mundo,
y por vuestra Iglesia, extendida por toda la tierra.

Señor: por los méritos infinitos de Cristo, en la cruz,
"siervo doliente" y hermano nuestro, al cual nos unimos,
os pedimos por nuestras familias, amigos y bienhechores,
por el buen resultado de la visita del Papa y por Brasil.

Amén.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL


A LOS REPRESENTANTES DE LA DIÓCESIS DE BELÉM


Martes 8 de julio de 1980



Señor arzobispo,
señor obispo auxiliar,
hermanos míos en el Episcopado,
417 amados hijos e hijas en Cristo Señor:

1. Saludo a todos, cordialmente, en la alegría de este encuentro en esta bella ciudad y antigua sede, fundada bajo la égida de Nuestra Señora de la Gracia y confiada todavía hoy al patrocinio de María Santísima.

Este saludo se extiende a todos vuestros seres queridos y a todos los habitantes de este Estado de Pará y territorios circunvecinos. Por mediación vuestra, hermanos míos obispos en estas tierras misioneras, a través de vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas, padres y madres de familia, personas adultas y jóvenes, aquí presentes, llegue mi saludo especial a todos cuantos, en vuestras comunidades, ya oyeron la Palabra de Dios y se esfuerzan por ponerla en práctica.

Los votos que hago por todos, se vuelven en esta hora una plegaria por quienes sufren en el cuerpo o en el alma, por los que no pudieron venir, por los niños pequeñitos, por las personas ancianas y por quienes, con dedicación y desinterés, les asisten. El Papa piensa en todos con gran benevolencia y le gustaría, si fuera posible, encontrarse con todos personalmente: como hermano en humanidad y "como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios" (cf. 1 Cor 4, 1). Tened al menos la certeza de que nadie queda al margen u olvidado en el afecto del Papa y en sus oraciones.

Sí; el Papa reza por todos, porque ama o todos; vengo aquí precisamente para conoceros y poder amaros todavía más. Y querría dejar a todos un recuerdo. ¿Cuál? Simbólicamente, después de la Eucaristía que acabamos de celebrar, desearía repartir aquí entre todos un pedazo del pan de la Palabra de Dios. Digo un "pedacito" por causa del poco tiempo de que disponemos.

2. "Dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (
Lc 11,28). Guardar la Palabra de Dios es sinónimo de vivir el mandamiento del amor: amor a sí mismo, esclarecido y ordenado, fuente de serenidad; amor a los hermanos en la fe y a todos los hombres, un amor operante —"tratad a los hombres de la manera en que vosotros queréis ser tratados" (Lc 6,31)—, fuente de paz; amor a Dios sobre todas las cosas, fuente de alegría.

3. Bienaventurados "los mansos y humildes de corazón" que en sí cultivan "los mismos sentimientos que había en Cristo Jesús" (cf; Ph 2,5); cultivad la verdad que El es (cf. Jn Jn 14,6), pues obedeciendo a la verdad, santificaréis vuestras almas para practicar un sincero amor fraterno; "honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios y respetad a la autoridad" (cf. 1P 2,17). Practicad la justicia, esa justicia del Reino de Dios que tiene siempre la prioridad en todo (cf. Mt Mt 6,33); hacer eso, explica el Apóstol San Juan, es permanecer en El, en Cristo, y no pecar, pues "el que practica la justicia es justo, según El es justo" (1 Jn 3, 7). Sí; es preciso vencer el mal con el bien, poner los dones recibidos al servicio unos de otros, y revestirse continuamente de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia, "pero por encima de todo, vestíos de la caridad que es vínculo de perfección" (Col 3,14).

4. "Qué hermosos son los pies de los que evangelizan, que anuncian buenas nuevas" (cf. Rom Rm 10,15) y, en especial, la Buena Nueva por excelencia, el amor de Dios revelado en Jesucristo: la alegría de tener un Salvador y de haber sido por El llamados a ser hijos de Dios y hermanos unos de otros... Sed heraldos de esta buena noticia a todos. Anunciadla en todos los ambientes, proponiéndola a la adhesión de los corazones de los hombres, con todo respeto a la libertad de las conciencias, y estaréis contribuyendo a transformar la humanidad desde dentro hacia fuera, haciéndola nueva con la perenne novedad de Jesucristo, Redentor del hombre.

5. En estas sencillas palabras, está mi mensaje para vosotros, hermanos y hermanas. Rezad por el Papa que reza por vosotros. Y para que nuestro encuentro sea más íntimo y nos deje un recuerdo duradero, comencemos ya a rezar unos por otros: un momento de oración silenciosa, con María Santísima, Madre de nuestra confianza... para que nuestra fe crezca fuerte e irradiadora, según la imagen evangélica del grano de mostaza (cf. Lc Lc 13,18 Lc 17,6). Como la fe de Nuestra Señora; Ella estuvo tan cerca de Dios que pudo acoger al Verbo, venido para que todos los que en El creen se hagan hijos de Dios (cf. Jn Jn 1,12). Implorando esta gracia para todos, os bendigo, en el nombre del. Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.









Discursos 1980 408