Discursos 1980 424


VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA DIÓCESIS DE MANAUS


Catedral de Manaus

Jueves 10 de julio de 1980



Señor arzobispo administrador apostólico de Manaus,
señores arzobispos y obispos,
queridísimos hermanos y hermanas en Jesucristo:

1. La Providencia divina ha sido bien generosa una vez mas con el Papa, reservándole, después de tantas alegrías, el gozo complementario de venir a concluir aquí, en Manaus, en el corazón del fabuloso Amazonas, el intenso programa de esta visita pastoral. Yo le estoy profundamente agradecido de encontrarme con vosotros, en este escenario que habla del Creador y proclama que es "El el único que hace grandes maravillas" (Ps 135,4) y elevo al Dios uno y trino, en nombre del cual aquí me encuentro, loor y homenaje.

Me siento feliz por poder encontrarme con la Iglesia —tan marcadamente misionera— de esta región, con la sociedad civil, sus gobernantes y representantes. Doy las gracias a todos por la buena acogida, bien expresada en las bondadosas palabras del señor arzobispo administrador apostólico.

2. Presente en todas partes, el Señor ha querido estar presente aquí en medio de nosotros de varias maneras particulares: realmente presente en Cuerpo, Sangre, alma y divinidad en la Santísima Eucaristía que celebramos; presente en su Palabra, confiada a la Iglesia como depósito y patrimonio, palabra de vida y de verdad, que el Papa desea anunciar también aquí; presente en el Vicario de Cristo, al cual fue dado el poder de "apacentar sus ovejas y sus corderos" (cf. Jn Jn 21,15 ss.); presente en cada uno de sus "Santos", es decir, de aquellos que viven la vida divina; presente en la comunidad de los que aquí nos congregamos en su nombre; y presente, en fin, en los "pequeños", en aquellos "pobres de espíritu" que el Señor proclama bienaventurados (cf. Mt Mt 5,3), porque están vacíos de sí mismos para acoger el reino y porque con ellos el Señor de algún modo se identifica: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

Presentes ante El y en El unidos por el vínculo de la caridad, que sea el Señor a hablaros por "Pedro": a El presto mi voz y mi visible afecto para que a todos llegue una señal de su amor.

3. Un saludo, antes de nada, a mis amados hermanos en el Episcopado, que colegialmente unidos conmigo participan en la solicitud de todas las Iglesias. Con ellos saludo a la corona de sacerdotes, diocesanos y religiosos. Vosotros sois un don que Dios hace a su Iglesia. Por el sacramento del orden, el Señor que os escogió y llamó os consagra con un nuevo título para ser servidores de su Evangelio de salvación (cf. Gál Ga 1,7). Nos ilumina a todos la visión de la Iglesia, como Cristo la quiso, universal, y, si bien revistiendo en cada parte del mundo aspectos y expresiones exteriores diversas, siempre una y única. Por eso, mientras procuráis estar bien próximos al pueblo y a sus problemas, hacéis bien en cultivar la unidad eclesial "arraigados y fundados en la caridad" (cf. Ef Ep 3,17).

425 4. Os saludo también —sabéis con cuánta afectuosa estima— a vosotros, queridos religiosos y religiosas. Por vuestra consagración entregasteis vuestra vida en las manos del Señor. Dejaos moldear por El, en la intimidad que se alimenta con la oración y la adoración "en espíritu y en verdad" como el Padre quiere a sus adoradores. Que el Espíritu de amor os conduzca siempre, por los caminos de la subida espiritual, con sencilla pobreza, generosa obediencia y transparente castidad.

5. Igualmente, a todos vosotros, queridos hijos, bien que ocupéis cargos de responsabilidad, bien que os entreguéis a los trabajos más sencillos como cristianos, a todos se extiende mi afectuoso saludo. En unión directa con vuestros Pastores y en la comunión de toda la Iglesia, sois quienes realmente, día a día, dais en vuestro ser y obrar, testimonio de la Buena Nueva, traduciéndolo en la vida. Mirad hacia Cristo, nuestro modelo y maestro: El pasó "obrando y enseñando" (cf; Act
Ac 1,1): Y nos recuerda a todos el deber de la fidelidad a la vocación recibida de Dios y a los compromisos personalmente asumidos en el bautismo. Para cumplirlos, nos vemos continuamente enriquecidos con gracia sobre gracia.

Os recuerdo, en esta circunstancia, que una sola cosa es necesaria: la coherencia con el ser cristiano, la fidelidad al amor con que Dios nos amó primero y espera nuestro amor. La verdad es que todos estamos llamados —no tengamos miedo de la palabra— a la santidad (¡y el mundo tiene hoy mucha necesidad de santos!), una santidad cultivada por todos, en los diversos géneros de vida y en las diferentes profesiones, vivida según los dones y las funciones que cada uno ha recibido, emprendiendo sin vacilación el camino de la fe viva, que suscitó la esperanza y actúa en la caridad (Lumen gentium LG 41).

El último, pero cordialísimo saludo, vaya para mis amados indios, a quienes voy a encontrar dentro de un momento.

6. Envío, también desde esta catedral saludos cordiales a toda la población de esta hospitalaria ciudad y de todo el Amazonas y territorios y Estados vecinos, pensando especialmente en las comunidades católicas de las diócesis y prelaturas de esta parte de Brasil. En un pensamiento afectuoso abrazo también a cuantos sufren en el cuerpo o en el alma. ¡Que Cristo sea su esperanza y su paz!

Y que la paz de Dios descienda sobre todos vosotros, sobre cada habitante de esta ciudad y sobre todos los que viven y trabajan en estas maravillosas tierras brasileñas.

Con mi bendición apostólica.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL


A LOS INDIOS DE LA AMAZONIA



Arzobispado de Manaus


Jueves 10 de julio de 1980




Mis amados hijos:

Un saludo, ante todo, para todos vosotros y para cuantos aquí representáis. Vuestra presencia es muy grata al Papa, en este viaje que está realizando por Brasil, y ahora por la querida Amazonia. Está realizando este viaje especialmente para encontrarse con vosotros. Y, ¿qué os voy a decir? ¿Qué os puedo decir?

Comienzo por repetir lo que tal vez ya habéis oído decir aquí a vuestros amigos los misioneros: que la Iglesia y el Papa os estiman, os estiman mucho, por lo que sois y por lo que representáis. Representáis personas humanas y "llamados a ser de Jesucristo" (cf. Rom Rm 1,6), representáis también a los hijos de Dios. La Iglesia procura dedicarse hoy a vosotros, como se dedicó desde el descubrimiento de Brasil a vuestros antepasados. El Beato José de Anchieta es, en ese sentido, el adelantado y, en cierto modo, el modelo de generaciones y generaciones de misioneros jesuitas, salesianos, franciscanos, dominicos, misioneros del Espíritu Santo o de la Preciosísima Sangre, capuchinos, benedictinos y tantos otros, totalmente dedicados a vosotros. Con meritoria constancia, han procurado comunicaros, con el Evangelio, toda ayuda posible en orden a vuestra promoción humana.

Confío a los poderes públicos y a otros responsables los votos que, en este encuentro con vosotros, hago de todo corazón en nombre del Señor: que a vosotros, cuyos antepasados fueron los primeros habitantes de esta tierra, al tener sobre ella un especial derecho adquirido a lo largo de generaciones, os sea reconocido ese derecho de habitar en ella en paz y serenidad, sin el temor —verdadera pesadilla— de ser desalojados en beneficio de otros, antes bien estéis seguros de un espacio vital, que será base no solamente para vuestra supervivencia, sino para la preservación de vuestra identidad como grupo humano, como verdadero pueblo y nación. Deseo grandemente que a esta cuestión compleja y espinosa se dé una respuesta ponderada, oportuna, inteligente, para beneficio de todos. Así se respetará y se favorecerá la dignidad y la libertad de cada uno de vosotros como persona humana y de todos vosotros como un pueblo y una nación.

426 Que Dios os bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.









VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto Brigadeiro Eduardo Gomes, Manaus

Viernes 11 de julio de 1980



Queridos amigos brasileños,
mis hermanos y hermanas en Nuestro Señor Jesucristo:

1. Ha llegado, con mucha pena para mí; la hora de decir adiós.

Antes de dejar el suelo brasileño, quiero expresar mi gratitud profunda a todos: a Su Excelencia, el Señor Presidente de la República, al Episcopado de Brasil, a los miembros del Gobierno, al señor Ministro aquí presente, y a las demás autoridades y responsables de los destinos de este país.

Imposible citar, ni siquiera genéricamente, a todas las personas y grupos con quienes tuve contactos estos días benditos y, por otra parte, no quisiera olvidar a nadie. Llegue mi sentido agradecimiento a todo el pueblo de este país y a cada uno de los brasileños; a los fieles católicos y a los no católicos; a todos los hombres y mujeres, nacidos o radicados en esta tierra, sea cual fuere su origen étnico, desde los primitivos habitantes de la "Tierra de Santa Cruz", los indios de Brasil, a los últimos establecidos en esta patria hospitalaria; en fin, a todos cuantos tuve el gusto de ver y saludar personalmente, así como a cuantos en estos días me acompañaron gracias a la maravilla de los medios audiovisuales. A todos ¡muchas gracias! Desearía que ese muchas gracias llegase especialmente a todos cuantos participaron de manera activa en la preparación y en el desarrollo de esta mi visita pastoral. Ya me he dado cuenta de lo grande que ha sido esa tarea y de lo exigente que fue ese trabajo. No tengo otro modo de expresar toda mi gratitud sino recordándolo en mis oraciones, pidiendo que el mismo Dios recompense a todos y cada uno. A todos sin excepción. Tanto a los representantes de la autoridad y de la administración como a las instituciones de la Iglesia y también a toda la comunidad de la nación brasileña.

2. Mi estancia en Brasil me ha permitido enriquecer mi conocimiento de la lengua portuguesa con algunas palabras y expresiones. He aprendido, por ejemplo, que "quem parte, leva saudades" (quien se va, lleva nostalgias). Debo confesar que ya estoy experimentando lo que significa ese proverbio. Pero con la nostalgia de Brasil llevo también en el corazón una inmensa alegría y la más grata satisfacción por todo lo que pude ver, comunicar y vivir con vosotros, en estos días de mi permanencia en este país.

Permanencia larga y breve, pero suficiente para una intensa e indeleble experiencia humana y religiosa, que quedará como cimiento de una profunda amistad.

¡Dios sea loado por todo y por todos! Y ya que "toda dádiva y todo don viene de lo alto" (Jc 1,17), quiero "adorar y dar gracias a Dios, a quien sirvo" (cf. 2Tm 1,3) por las muchas alegrías y consolaciones que su infinita bondad me quiso proporcionar, a lo largo de este viaje pastoral.

427 3. Llevo en los ojos y en el corazón tantas imágenes de vida y belleza, que me impresionaron en este dinámico y prometedor país; las últimas y más importantes serán las imágenes portentosas de estos ríos y bosques del Amazonas. Con todo, más todavía que las imágenes de las innumerables maravillas, tanto naturales como creadas por el hombre es la imagen de ese hombre brasileño la que llevo conmigo. Del hombre concreto e histórico que es en este momento protagonista de una hora importante para el país.

Cuando el 22 de octubre de 1978 inicié solemnemente mi ministerio en la Sede de San Pedro, me dirigí a todos con una ferviente exhortación. Abrid las puertas a Cristo; abrid completamente los corazones a Cristo.

Abriré las puertas a Cristo hoy cuando, después de 12 días de peregrinación por tierras brasileñas, ha llegado la hora de despedirme de vosotros. Mi corazón está lleno de gratitud precisamente porque vosotros habéis abierto las puertas a aquel que, como Sucesor de San Pedro vino de Roma para cumplir entre vosotros su ministerio, el servicio del Evangelio. Que Dios os recompense a todos vosotros, que habéis acogido este mi ministerio. El Evangelio es la palabra de la verdad. Es cierto que esta palabra nos coloca ante no pocas exigencias. Recordad que tales exigencias están siempre dictadas por el amor para con el hombre y dictadas por motivo del bien del mismo hombre. Todo el servicio, el ministerio de la Iglesia tiende siempre a contribuir para que la vida humana también aquí sobre la tierra se vuelva cada vez más digna del hombre y, por eso, la palabra del Evangelio tiene siempre como finalidad el bien de todas las sociedades y de todas las naciones. ¡Oh, cuánto desearía yo que mi servicio apostólico en tierras brasileñas contribuyese al bien de toda vuestra gran sociedad nacional, que la reforzase y la hiciese cada ver más patria común de todos los hombres que habitan aquí por generaciones sucesivas desde los comienzos y de todos los otros que, en el transcurso de los tiempos encontraron aquí las condiciones de vida, de existencia. Plazca a Dios que en esta patria se constituya la gran comunidad en la que reine la fraternidad, el amor, la justicia y la paz. Esta fue también la finalidad de mi ministerio ejercido entre vosotros.

4. Y ahora, ¿puedo confiaros un deseo? Que vuestras puertas, las cuales se abrieron para mí con amor y confianza, permanezcan largamente abiertas para Cristo. Será mi mayor alegría. En la fuerza redentora de la cruz, en la energía vivificadora de la Eucaristía y en la indefectible protección de María, Madre de la Iglesia, quede la iniciativa del viaje que ahora está a punto de terminar. En la cruz, en la Eucaristía y en Nuestra Señora se basa mi esperanza de que la semilla de salvación que aquí he tratado de lanzar, germine, crezca y dé frutos de amor, de fraternidad y de vida cristiana.

Tengo plena confianza en que, para la evangelización auténtica y total, la Buena Nueva del amor al Padre, manifestado en su Hijo, Jesús, llamando a los hombres a la vida eterna, por la continua acción del Espíritu Santo, ha de penetrar en el corazón de las masas, pues la salvación también es "levadura" destinada a "fermentar toda la masa" del querido pueblo brasileño.

Al dejar Brasil, tras estas intensas jornadas de fe y de calor humano, y también de calor climático, vosotros los brasileños continuaréis bien presentes en mi oración. Pediré siempre a Dios que los grandes principios cristianos, arraigados desde siempre en vosotros y, sobre todo, el sentido de Dios y la solidaridad humana continúen marcando la fidelidad de Brasil a sí mismo y a su identidad histórica.

¡Muchas gracias a todos! ¡Mis mejores votos de prosperidad! ¡Dios os lo pague y bendiga a Brasil bajo la continua protección de Nuestra Señora Aparecida!

Os dije que era la hora de decir adiós. Pero no; os digo solamente hasta luego. ¡Hasta luego! ¡Hasta luego!, si Dios quiere.





VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II AL REGRESAR A ROMA

Aeropuerto de Fiumicino,

Sábado 12 de julio de 1980



1. Gracias, mil gracias, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, por las corteses expresiones que ha tenido a bien dirigirme, en nombre también del Sr. Presidente de la República italiana y del Gobierno al volver yo a pisar suelo italiano, después de un viaje colmado de encuentros, coloquios, e imborrables emociones. Con un sentido de profundo reconocimiento hacia el Señor, mi pensamiento vuelve hacia las intensas jornadas transcurridas entre las poblaciones de esa tierra inmensa y estupendamente variada, que es Brasil. Tengo todavía ante mis ojos los panoramas sin límites, que se ofrecían a la mirada atónita durante los viajes de una localidad a otra; pero mucho más grabado tengo en el corazón el espectáculo conmovedor de las imponentes multitudes, de las personas, de la realidad humana, que han salido al encuentro del humilde Sucesor de Pedro, para manifestarle su saludo y el testimonio de su fe.

428 He ido a ellos como misionero del amor de Cristo por el hombre. Con mi visita he querido manifestar mi voluntad de comunión con mis hermanos en el Episcopado y con los fieles de aquella noble Iglesia, con sus esfuerzos, sus penas, sus esperanzas. Al mismo tiempo he querido expresar a las almas religiosas de otras confesiones y a todos los hombres de buena voluntad el gran deseo de la Iglesia católica de ofrecer su colaboración, dentro del respeto y la recíproca estima, en toda iniciativa tendente a la promoción de los valores humanos fundamentales.

2. Quiero ahora expresar nuevamente mi reconocimiento al Señor Presidente de la República brasileña y a las demás autoridades políticas, civiles y militares, que tantas atenciones me han reservado en las diversas etapas de mi peregrinación.

De delicadas atenciones me han colmado también los excelentísimos obispos, por cuyas Iglesias he pasado y también a ellos deseo aquí renovar la expresión de mi gratitud. Y no puedo tampoco dejar de decir una palabra sobre las pruebas de afectuosa adhesión recibidas de los sacerdotes, religiosos y religiosas, de los exponentes de las organizaciones católicas y, en general, de los fieles, con los que me ha sido posible tomar contacto. Son recuerdos hermosísimos, sobre los cuales volveré, con ánimo agradecido, en el recogimiento de la oración. Los más de 30.000 kilómetros recorridos en estos pocos días, me han permitido, aun con la restricción del tiempo, hacerme una idea bastante concreta de la realidad humana y cristiana de aquel vastísimo país, de las graves dificultades que debe afrontar, pero también de los extraordinarios recursos de que dispone para construir su futuro. Hay allí abajo una Iglesia viva, rica de fermentos evangélicos auténticos, que estimulan su camino hacia un compromiso cada vez mayor en relación con Dios y en relación con el hombre.

3. Y ahora que estoy de vuelta en mi sede de Roma, tras un largo vuelo, que la pericia de los pilotos y la diligencia del personal han hecho especialmente agradable —vaya para cada uno de ellos una palabra especial de aprecio y reconocimiento—; tengo el placer de ser acogido con vuestra exquisita cortesía. Al renovar al Sr. Presidente del Consejo de Ministros la expresión de mi gratitud, extiendo esos sentimientos a las personalidades presentes, tanto civiles como eclesiásticas y a cuantos han querido darme su bienvenida. Me complace ver en este delicado y espontáneo gesto el testimonio de una íntima participación en las finalidades de ese mi viaje apostólico. También yo he tenido un pensamiento para vosotros, ilustres señores, en los momentos más significativos de mi peregrinación: os he recordado especialmente a los pies de la Virgen "Aparecida", entre la multitud del pueblo en oración; y os he recordado también allí donde la Iglesia brasileña adoraba, en un cántico coral de alabanzas, a Cristo viviente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Confío en que esta nueva fatiga pastoral haya acarreado frutos consoladores para el bien de las almas, para la mutua comprensión entre las personas y las clases sociales, para la cooperación internacional. Así lo quiera Dios, sin cuya ayuda de nada sirven los esfuerzos humanos. A El le pido copiosos dones de cristiana prosperidad también para todos vosotros, para vuestras familias y para los habitantes de esta querida nación italiana, de esta Ciudad Eterna y del mundo entero.









AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SECRETARIO GENERAL PARA ASUNTOS EXTERIORES


DE LA REPÚBLICA SOCIALISTA FEDERAL DE YUGOSLAVIA*


Domingo 13 de julio de 1980



Excelentísimo Señor:

Doy bienvenida cordial a usted, Sr. Vrhovec, a su señora y a las distinguidas personalidades que le acompañan. Me complace recibir a un miembro tan eminente del Gobierno de Yugoslavia. Desde la visita de su predecesor Don Milos Minie al Papa Pablo VI en noviembre de 1977, la República Socialista Federal de Yugoslavia ha estado representada en los acontecimientos tristes y alegres que se han sucedido de agosto a octubre de 1978; y últimamente, este mismo año, la Santa Sede envió su pésame asimismo cuando falleció el Presidente Tito. Todo ello es confirmación del aumento de buenas relaciones entre la Santa Sede y Yugoslavia y apunta a mayor incremento. Yo también tendré el gusto de impulsarlas como lo hizo mi predecesor el Papa Pablo VI.

Los esfuerzos de su país en el campo de las relaciones internacionales tienen reflejo positivo en este proceso. Me complazco en reiterar los sentimientos expresados por el Papa Pablo VI cuando habló del aprecio de la Santa Sede hacia la acción de Yugoslavia en favor de mejor cooperación entre las naciones, particularmente en las cuestiones referentes a la paz, el desarme y la ayuda a los países en vías de desarrollo. La Santa Sede atribuye gran importancia a estas cuestiones, de las que algunas se han agudizado actualmente ante los muchos obstáculos que parecen interponerse en el camino del diálogo para solucionar las serias disputas concernientes las relaciones entre los pueblos y el desarrollo de los pueblos, garantizándoles al mismo tiempo el respeto de su independencia y dignidad. He aludido repetidamente a dichos problemas en especial ante la Asamblea General de las Naciones Unidas y en la sede de la UNESCO, y también en mis viajes a mi Polonia natal y a muchos otros países del mundo, incluido el viaje a Brasil que acabo de terminar; y he expresado mí preocupación porque cada país pueda experimentar el desarrollo requerido por su dignidad, a la vez que se le garantizan su independencia y sus características y tradiciones propias en clima de respeto de los derechos y libertades de cada pueblo e individuo en todos los sitios.

Otra razón del interés por el desarrollo constructivo de nuestras relaciones reside en los efectos que aquél ha de producir en la vida y actividad de la Iglesia en Yugoslavia. Como usted bien sabe, sin pedir privilegios la Iglesia necesita que se le garanticen las demandas de su trabajo y el de sus instituciones, de modo que le sea posible desarrollar las potencialidades contenidas en los recursos de la fe cristiana. Esto permitirá a los católicos desempeñar de manera cada vez mejor su propio papel de ciudadanos leales, que están crecientemente deseosos de contribuir con desinterés a la prosperidad de su patria; y ello redundará en provecho del bienestar y progreso de todos los demás ciudadanos y de toda Yugoslavia.

Buena voluntad y espíritu de comprensión lograrán que se colmen estas esperanzas venciendo. dificultades de cualquier tipo. Dios nos conceda que esta cooperación siga creciendo dentro del país y en el amplio campo de las relaciones internacionales para bien de todos.

429 Yugoslavia y sus gentes me interesan hondamente. Pido a Dios que los bendiga y les ayude a impulsar su progreso material y moral y a asegurar su prosperidad y felicidad. Permítame manifestarle mis mejores deseos para usted y para los distinguidos dirigentes de su país.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 36 p.8 (p.632).







SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA POBLACIÓN DE CASTELGANDOLFO


Domingo 13 de julio de 1980



Parece que estáis contentos por verme; esto quiere decir que Castelgandolfo no está superpoblada, puesto que hay lugar para otro ciudadano. Deo gratias.También yo estoy muy contento de estar nuevamente entre vosotros y esta vez para quedarme durante un período de tiempo más largo. En efecto, durante el año he venido otras veces, pero casi sólo como huésped. Pero esta vez voy a ser vuestro conciudadano y, por tanto, también un poco diocesano de la diócesis de Albano, cuyo obispo se encuentra aquí, a nuestro lado, y también parroquiano de vuestra parroquia. Y en este clima quisiera pasar las semanas de mis vacaciones entre vosotros. Espero que, sobre todo el domingo, para rezar el "Angelus", vengan otros huéspedes, como el año pasado".

Tengo que deciros que esta vez vengo aquí aún un poco "brasileño". Por tanto, tendré que reeducarme en la lengua italiana y espero que vosotros me ayudéis en esto: creo que Castelgandolfo es el lugar adecuado para esta reeducación. Por mi parte, os prometo una cierta internacionalización de Castelgandolfo durante las vacaciones. Creo que todos los fieles de otros países que vengan aquí deberán sentirse como en su casa; por tanto, con el permiso de las autoridades locales, del señor alcalde, podremos proclamar Castelgandolfo como una "ciudad abierta". Así los irlandeses que hoy están aquí, podrán pensar que están en Galway; estas religiosas españolas, en España; y también todos los demás, como los franceses que están aquí como si estuvieran en su casa, en Chartres o París. O sea que procuremos estar a gusto todos juntos, bajo la protección de la Virgen que aquí se venera. Os quiero y me recomiendo a vuestra benevolencia y a vuestra oración.







ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON LOS JÓVENES DE LA COMUNIDAD ROMANA DE SAN EGIDIO


Castelgandolfo

Domingo 20 de julio de 1980



Ya nos encontramos el año pasado, por primera vez. Entonces, quizá erais menos numerosos que ahora. Me hablasteis de vosotros con canciones, danzas y testimonios. Luego, nos hemos vuelto a encontrar en otras varias ocasiones, sobre todo durante mis visitas a las parroquias de Roma, donde vosotros desarrolláis vuestra misión, vuestro apostolado. Es decir que he podido conocer más de cerca vuestra actividad en los barrios romanos y en las parroquias. Y finalmente tuvo lugar el encuentro, llamémosle central, en Sant'Egidio. Había sido previsto para el 9 de marzo, un día muy significativo para la parroquia de "Santa María in Trastevere" porque era la festividad de Santa Francisca Romana, una parroquiana de esa zona. Pero aquel día no fue posible porque yo me encontraba ligeramente indispuesto. Así la visita fue pospuesta al último domingo de abril. Y después de la visita a la basílica, pude hacer la experiencia única de encontraros en San Egidio. Estuve entre grupos de jóvenes trabajadores, estudiantes, ancianos, sacerdotes, también. generales de familias religiosas, rectores y superiores de colegios romanos, y enseguida comprendí que la comunidad de San Egidio no es una comunidad "homogénea" sino "pluralista", es decir, diversificada y creo que esto es muy hermoso porqué acogéis a personas diversas: jóvenes y ancianos. Y quiero subrayar sobre todo este bellísimo aspecto: la compartición de vuestra vida joven con la de los ancianos. Vosotros los hacéis jóvenes y tengo que decir que es una experiencia que ha dado buen resultado, puesto que los ancianos entre vosotros parecen más jóvenes que los jóvenes. Siguiéndoos, intento conocer la fórmula, el principio de vuestra comunidad, de vuestra actividad, de vuestro apostolado. Después de nuestros repetidos contactos, hoy puedo deciros que la he encontrado y puedo empezar a expresarlo un poco mejor que hace un año y algunos meses.

Vosotros tenéis conciencia de que el hombre, joven, maduro, adulto o anciano, el hombre como la mujer, sufre por diversos motivos. Motivos externos, como la situación social, política, las amenazas que pesan sobre el mundo. Pero sufre también interiormente, en su íntimo, por una especie de resignación, por la falta de un sentido de la vida. Vosotros habéis encontrado el camino, un camino muy sencillo y puramente evangélico, para vencer esta resignación a la falta de un punto de referencia central para la vida humana: habéis entendido que es necesario buscar otro hombre, que hay que encontrar una comunidad que dé la esperanza y la solidaridad. Esperanza y solidaridad: son dos palabras que parecen muy significativas para vuestra espiritualidad, para vuestra vida sencillamente, y también para vuestros cantos. He seguido atentamente vuestros cantos de esta noche; las palabras que en ellos se repiten con mayor frecuencia son precisamente estas dos: esperanza y solidaridad. Y esto corresponde al designio divino: el hombre ha sido creado para encontrarse a si mismo a través de la comunión, la solidaridad. Esperanza y solidaridad, si queremos, son dos palabras muy parecidas; el hombre esta llamado a encontrarse a sí mismo a través de una comunión con los demás, a través de la solidaridad con los demás. Vosotros habéis encontrado esta fórmula, que es la más antigua; la encontramos ya en el libro del Génesis, los primeros capítulos, que yo he comentado durante tantas semanas. Sobre esta fórmula vosotros habéis formado vuestra experiencia de vida, vivida por diversas personas en diversos ambientes aquí en Roma y fuera de Roma. Y habéis buscado otros caminos también fuera de Italia porque vuestra experiencia se ha revelado interesante también para los demás, las otras Iglesias, para los obispos y sacerdotes, y también para los laicos-

Se trata de una fórmula muy sencilla, muy evangélica, muy humana. Después de un año de encuentros con vosotros, en diversas circunstancias, y también después de haber visto este filme sobre vuestras experiencias concretas, he comprendido que ésta es la fórmula, el principio, el fundamento de vuestra comunidad. Y es una fórmula muy eficaz y muy profunda precisamente porque es evangélica, sencilla y humana.

Sin duda vosotros sois capaces de romper el aislamiento, la autodestrucción de tantos jóvenes y tantos ancianos. Entre los jóvenes, esta autodestrucción se manifiesta también con la droga. Vosotros sois capaces, habéis sido capaces de vencer esta autodestrucción porque habéis descubierto la solidaridad con otro hombre y con él habéis buscado la solidaridad, o más bien la unión con el Señor, con la Palabra de Dios, más simplemente, con Dios. Vosotros vivís la comunión humana en la misma dimensión llevada por Cristo, quien nos ha dado la grandísima posibilidad de vivir la vida humana, personal y comunitaria, en la dimensión de la comunión con Dios. Y esta es la propuesta evangélica. Y cuando esta propuesta se convierte en fórmula de vida, se ha ganado para sí mismos y para los demás. Así se convierte uno en cristiano verdadero, consciente del porqué del propio ser cristiano y se convierte también en apóstol, porque una cosa deriva de la otra. Como Obispo de Roma tengo que decir que, tras un año de encuentros con vosotros y con vuestra experiencia, estoy muy contento de teneros aquí en Roma, porque pienso que vuestro Movimiento, vuestra experiencia y vuestra realidad, todo lo que se encuentra bajo el titulo "Comunidad de San Egidio", constituye una cierta levadura evangélica, la levadura que debe hacer crecer la masa de esta realidad que se llama Iglesia de Roma, o Roma, sencillamente.

430 Mi augurio es que vosotros seáis siempre esa levadura, y que seáis cada vez más levadura evangélica para la Iglesia de Roma y para Roma como tal. Recientemente, en Río de Janeiro (Brasil), donde he sido huésped hace aproximadamente dos semanas, acogido fraternalmente por el cardenal arzobispo Eugenio Araújo Sales, me he encontrado en un ambiente parecido a alguno que quizá también exista en Roma, pero típicamente brasileño en ciertos aspectos. He visitado las llamadas "favelas", en particular la de "Vidigal". He hablado a los habitantes de las "favelas", dirigiéndoles un discurso sobre el tema de las bienaventuranzas, "bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos". Creo que vuestra experiencia, vuestro método, este camino o Movimiento que se llama comunidad de San Egidio, podría cambiar también la vida de estos "favelados" que son los habitantes de las favelas, es decir, de los ambientes más pobres y marginados de las grandes ciudades brasileñas. Quizá en Roma no haya favelas en el sentido brasileño; pero hay muchas en el sentido más romano, más italiano, más europeo. Pero sin duda en cualquier lugar, tanto en Italia, en Roma, como en Río de Janeiro y en Brasil, se puede cambiar de todas formas la vida con esa fórmula que es propia de vuestro Movimiento. Una fórmula que, al proceder del Evangelio, de la Palabra de Dios, tiene la fuerza de renovar la persona humana, el ambiente humano. La comunidad que de ahí nace hace nueva la vida de los hombres. Sea ésta la síntesis de la velada transcurrida con vosotros y sea la respuesta a todo lo que he aprendido de vosotros durante este año como Obispo vuestro. Por eso os estoy muy agradecido a todos vosotros y a toda la comunidad de San Egidio.










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