Discursos 1980 435


A LA COMUNIDAD DE NOMADELFIA


Y A LA OBRA PARA LA JUVENTUD "GIORGIO LA PIRA"


Castelgandolfo,

Martes 12 de agosto de 1980



436 Queridísimos hijos, hermanos y amigos:

Como conclusión de esta velada tan hermosa, quiero expresaros mi más cordial agradecimiento.

Habéis deseado mucho este encuentro particular con el Papa; pero yo también estoy muy contento por haberos tenido aquí conmigo, por haberos visto, conocido y escuchado, y por poder pensar en vosotros como en queridos amigos.

Antes que nada doy las gracias a los miembros de la Obra para la juventud "Giorgio La Pira" de Florencia, que se dedican de manera especial a la formación cristiana de los jóvenes de las diócesis de Toscana, con un intento particularmente ecuménico y con las típicas experiencias de "comunidad" mediante los campos-escuelas estivales. Sé que, en noviembre del año pasado, vuestro amado arzobispo guió a un numeroso grupo de vuestro Organismo a Londres para un encuentro con los jóvenes de la Iglesia anglicana. Os expreso, por tanto, toda mi complacencia por vuestras actividades de formación cultura] y de sensibilización para el bien de las diócesis y de las parroquias.

En segundo lugar, doy las gracias a Don Zeno y a su comunidad de Nomadelfia. ¿Quién no conoce a Don Zeno y sus varias vicisitudes para fundar "Nomadelfia" e intentar un experimento de vida humana y cristiana donde la ley sea sólo y totalmente la fraternidad y el amor? Esto sabemos con seguridad: que desde que comenzó el experimento, cuatro mil muchachos abandonados han encontrado una familia. Y gracias por el espectáculo que habéis representado también delante del Papa, después de haber alegrado tantas ciudades y comunidades. Vuestra alegría, vuestro entusiasmo sincero y apasionado son para mí un gran consuelo.

Y ahora, antes de dejaros, ¿qué puedo deciros, sino "perseverad"? Sí, queridos míos, perseverad con alegría y con fervor en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Se habla en estos días de un regreso a la religiosidad, de una nostalgia de valores auténticos y eternos, de una necesidad de certezas verdaderas y seguras que den un sentido a la vida y un significado a las propias elecciones. Es esta, sin duda, una realidad muy hermosa y consoladora, que debe llevar a la aceptación definitiva de la voluntad de Dios como única y verdadera salvación del hombre.

Pues bien, demostrad vosotros, concreta y prácticamente con vuestra vida, qué quiere Dios del hombre:

— Dios, quiere, sin duda, el conocimiento de Cristo, que se encarnó y se ha introducido en nuestra historia como hombre. "Esta es la vida eterna —decía Jesús— que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (
Jn 17,3). Y San Juan escribía: "Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por él... Nosotros hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" (1Jn 4,9 1Jn 4,14-15).Pero, ¿dónde encontrar hoy al Cristo auténtico, su palabra segura, sus medios de gracia y de salvación? Por divino mandato sólo los Apóstoles y por tanto sus sucesores, es decir la Iglesia pueden garantizar la fe segura en Jesús. Continuad, por tanto, conociendo cada vez más y mejor a Jesús, en la fidelidad doctrinal y disciplinar de la Iglesia, que quiere únicamente el bien y la salvación de la humanidad.

— Dios quiere, sin duda, la caridad; es el "mandamiento nuevo" dejado por Jesús a sus discípulos: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13,34). ¡Perseverad pues en la caridad! ¡Es un mandamiento nuevo que nos compromete continuamente a amar a los demás como Jesús nos ha amado! ¡Adelante, pues, con audacia y convicción! ¡Hay todo un mundo a quien ayudar, acoger, consolar! La preocupación del cristiano debe ser la caridad: seremos juzgados por la caridad ejercida hacia el prójimo. La funesta cizaña de la violencia, del odio, de la crueldad, del egoísmo, debe ser superada por el buen trigo de nuestro amor.

¡Carísimos!

Mientras nos preparamos a la gran solemnidad de la Asunción de María Santísima al ciclo, yo le confío vuestros propósitos de perseverancia. María, que es nuestra Madre, nos indica la meta del cielo hacia el que nos dirigimos, día a día. Rogadla con viva devoción: su tierno amor tiene el poder maravilloso de transformar los misterios dolorosos que a veces entristecen nuestra vida en misterios gozosos transfigurados por el amor. A todos imparto ahora mi afectuosa y propiciadora bendición.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA XI SESIÓN ESPECIAL


DE LA ASAMBLEA DE LAS NACIONES UNIDAS


DEDICADA A LA NUEVA ESTRATEGIA DEL DESARROLLO




437 (El cardenal Bernardin Gantin,
Presidente de la Pontificia Comisión "Iustitia et Pax",
leyó el 25 de agosto este mensaje del Papa
durante la inauguración de la XI sesión especial de la Asamblea).





Excmo. Sr. Don Salim Ahmed Salim,
Presidente de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.

1. La importancia de esta sesión especial, así como el tenor de sus trabajos me induce a presentar a esa distinguida Asamblea algunos pensamientos y reflexiones sobre un tema que ha sido constante preocupación de la Santa Sede, especialmente en las dos últimas décadas.

La Santa Sede quiere, además, poner en evidencia a través de este mensaje su constante interés en este campo.

Los trabajos de preparación de esta sesión han sido largos y laboriosos. Han empleado energías y recursos los mayores Organismos de la Organización de las Naciones Unidas y ha sido centro de muchos trabajos y de grandes expectativas de los diversos pueblos del mundo.

La Santa Sede ha seguido muy de cerca todo este esfuerzo y lo ha hecho con serio deseo de prestar un servicio.

Cualesquiera hayan sido los logros y deficiencias de anteriores intentos, esta sesión especial debiera considerarse una nueva oportunidad a causa del trabajo que se le ha dedicado, y sobre todo porque son muchas las necesidades y aspiraciones legítimas de gran número de personas que con razón aspiran a un futuro mejor y más humano para sí y para sus hijos.

438 2. Para ser de veras una nueva oportunidad, esta sesión de la Organización de las Naciones Unidas debe evitar quedar inmersa en el pasado. Más bien debe ser ocasión de que todos aprendan de ese pasado y efectúen nuevos progresos hacia adelante, conocedores de cuáles han sido las causas que anteriormente impidieron ese progreso, de forma que se eviten en el futuro estériles frustraciones. Este trabajo no puede permitirse quedar atrapado entre viejas polarizaciones. Debe transcenderlas. No puede permanecer cautivo de ideologías estancadas; por el contrario, las debe superar. Si quienes participan en esta reunión coinciden en la idea de buscar soluciones nuevas de los problemas comunes, se llegará a crear sin duda la atmósfera que convertirá a esta sesión especial en una de las más fructuosas de cuantas el sistema de las Naciones Unidas ha contemplado.

3. En estos debates la Iglesia católica tiene un papel propio que desempeñar. No tratará ciertamente de hablar sobre cuestiones meramente económicas y tecnológicas. Tampoco intentará dar soluciones concretas a las complejas realidades que no son de su peculiar responsabilidad. Pero esto no quiere decir que la Iglesia católica deje de ser consciente de la complejidad de los problemas que se plantean ante esta Asamblea. Tampoco ignora la Iglesia católica la esencia y el contenido de los temas que han de estudiar aquí expertos de varias partes del mundo. Pero la Iglesia habla aquí ante todo para dar testimonio de su interés por cuanto respecta a la condición humana. Muchos de vosotros sabéis que la Santa Sede ha tomado parte ya de diversas formas en la labor preparatoria de esta sesión especial, así como también participando en los trabajos de diversas organizaciones cuyos intereses están ampliamente representados en esta Asamblea.

A la vez que la Santa Sede deja con razón las materias puramente tecnológicas y económicas a aquellos que tienen como propia la responsabilidad de las mismas, mantiene su presencia en esta reunión con el fin de sumar su voz a las deliberaciones. Y eso lo hace con intención de ofrecer una visión de la persona humana y de la sociedad. Lo hace para proponer criterios provechosos que aseguren el que los valores humanos, valores del espíritu, valores de los pueblos y de las culturas, no queden supeditados insensiblemente a ciertos objetivos inferiores de meras ganancias económicas o materiales, lo que en último término significaría una desvalorización de la misma persona y de la misma sociedad que nosotros tratamos de hacer progresar.

4. Como ya se ha reconocido, cada vez se concede mayor importancia a los aspectos no económicos al instaurar estructuras nuevas en las relaciones internacionales. A este respecto, los factores religiosos y étnicos, y la educación y opinión pública desempeñan un gran papel. La paz en sí llega a ser fuerza motriz de muchísimos sectores de la comunidad global, paz que es inconciliable con las guerras militares y económicas.

Tal perspectiva se abre sin duda alguna ante esta sesión extraordinaria. Y si me dirijo a vosotros a partir de mi herencia cristiana y utilizo un vocabulario propio de quienes de entre nosotros son seguidores de Aquel a quien llamamos Príncipe de la Paz, lo hago con la convicción de que las palabras que digo pueden ser entendidas fácilmente por los hombres y mujeres de buena voluntad de todas partes, recibiendo beneficio de ellas.

5. Yo quisiera ante todo lanzar una llamada a cuantos aquí estáis y a todos los pueblos del mundo. Es una llamada a transcender toda posición estática perteneciente a una ideología particular. Cada sistema y cada parte del funcionamiento de un sistema debe mirar lo que concretamente es capaz de hacer, debe preguntarse cuál puede ser su contribución y debe tener ante su mirada la forma concreta de lograr los auténticos fines de la vida humana, dejando fuera de consideración toda posición que argumentos repetidos basados en prejuicios ideológicos tratan de imponer artificialmente. Posiciones y prejuicios que en lugar de promover el progreso auténtico y la colaboración fraterna, lo que pueden hacer es impedirlo.

Esta gran Asamblea está formada por hombres y mujeres de ideologías y sistemas diferentes e incluso opuestos. Pero no podemos permitir que las limitaciones de los prejuicios ideológicos nos impidan interesarnos por el hombre, el hombre en concreto, el hombre todo él, cada hombre (cf. Redemptor hominis
RH 13). No podemos permitir tampoco que esas categorías ideológicas nos aprisionen. No podemos permitir, en fin, que conflictos ya superados nos influyan de una forma tal que nos impidan responder a las verdaderas necesidades de todos los pueblos de la tierra.

6. En lugar del estancamiento ideológico que tal vez prevaleció en el pasado, quisiera sugerir un criterio que es actitud y principio conductor para evaluar las decisiones que vosotros, Estados miembros de esta Asamblea, habréis de tomar: se trata de la esperanza, una esperanza inquebrantable y realista para cada hombre, para cada mujer y para cada niño, y para la misma sociedad.

Esta esperanza no es simple deseo. No es sentimiento vago. Es categoría nacida de nuestra experiencia de la historia y alimentada por los deseos de todos para el futuro. Como tal, esta esperanza considera la historia como lugar privilegiado de su actuación y declara abiertamente y con pleno realismo que el futuro es la historia en acción, en acción, gracias a nosotros, con la ayuda de Dios Todopoderoso. Es un futuro a construir con los esfuerzos de todos para asegurar el bien común con la mutua cooperación y colaboración. Esta esperanza es, pues, el criterio conductor que nos mueve y enseña que si la historia ha de ser construida y nosotros somos los responsables del bien común ahora y en el futuro, debemos determinar juntos y poner en práctica aquellos cambios que ahora se imponen para que el futuro que anhelamos corresponda a la esperanza que compartimos en favor de todos los individuos, pueblos y naciones de este mundo.

7. Considerando esta actitud de esperanza como el punto de mira de todos y como principio rector de las actuaciones de esta Asamblea, permitidme subrayar unos cuantos puntos que merecen vuestra atención durante esta sesión y también después. Lo que propongo no es lo único de importancia decisiva. Pero figura entre las preocupaciones más apremiantes ya discutidas en varias reuniones de las Naciones Unidas, y reclaman nuestra atención, tanto por los trabajos que se les han dedicado como por la urgencia de la situación mundial actual.

Hay necesidad primordial de un mayor y más justo reparto de los recursos. Ello implica la aplicación de la ciencia y de la técnica, tema que fue objeto de la reunión de las Naciones Unidas en Viena el año pasado. Pero una técnica adaptada a las necesidades y a los intereses de los pueblos y de las naciones en cuestión. Esto implica mucho más que un simple compartir material. Existe urgente necesidad de compartir los recursos del pensamiento y del espíritu, del conocimiento científico y de la expresión cultural y artística. Este compartir no va en una dirección. Es mutuo y multilateral, e implica que los valores culturales, éticos y religiosos de los pueblos sean respetados siempre por las partes comprometidas en el compartir. Implica apertura mutua para aprender unos de otros y compartir unos con otros.

439 En este compartir es innegable que el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico hayan de comportar cambios en los modelos culturales y sociales de un pueblo. En cierta medida estos cambios son inevitables y hay que abordarlos con realismo en interés del crecimiento de un pueblo. Pero si creemos honradamente en lo que decimos cuando afirmamos que el hombre no puede quedar reducido al homo economicus, entonces cada uno de nosotros ha de empeñarse a limitar las transformaciones perniciosas en las que los valores positivos queden sacrificados y, por otra parte, en dar prioridad a los valores ético-morales, culturales y religiosos por encima de los índices de crecimiento meramente económicos.

En este compartir, finalmente, es bueno admitir y mantener los muchos modos nuevos de cooperación entre los pueblos y naciones. No sólo se ha de compartir entre grupos de naciones, sino que también los países en vías de desarrollo deben aprender a compartir entre sí, y los grupos regionales deben ayudarse unos a otros, para encontrar juntos los modos mejores de promover sus mutuos intereses.

Vosotros, Estados miembros de esta Asamblea, no podéis contentaros simplemente con altas perspectivas o ideales éticos. Tenéis la responsabilidad de negociar juntos en clima de buena fe plena y respeto mutuo. Las negociaciones que llevéis a cabo deben ser lo más amplias posible, teniendo en cuenta las ventajas a lograr en un acuerdo lo más completo y amplio posible en todos los temas objeto de vuestras negociaciones. Este tipo de realismo lúcido contribuirá enormemente a llevar a efecto las imprescindibles modificaciones para lograr un futuro común construido sobre una común esperanza.

Mi predecesor Pablo VI hizo un llamamiento a las naciones desarrolladas para que contribuyeran con el 1 por ciento de su producto nacional bruto (GNP) a la causa del desarrollo. La cantidad que actualmente se dedica a este fin parece ser muy inferior a dicho tanto por ciento. Reconozco que la inflación es un problema mundial que afecta tanto a las naciones industrializadas, como a las en vías de desarrollo. No obstante, la Santa Sede desea repetir la llamada de Pablo VI, pues este 1 por ciento no es una meta utópica. La aportación de ese tanto por ciento ayudaría mucho al Fondo Común, objeto de Un acuerdo a través de las negociaciones de la UNCTAD, lo mismo que a un posible Fondo de Desarrollo mundial.

Con el fin de que iniciativas de este género sean efectivas, ha de producirse un esfuerzo renovado por parte de todas las naciones, desarrolladas y en vías de desarrollo, para poner fin a todos los despilfarras tanto de materiales como humanos.

En el plano material las cuestiones planteadas por la UNEP y otras agencias merecen nuevos estudios y nuevas acciones. El problema total de la energía debe ser completado en este contexto de forma que se hagan visibles las más eficaces y apropiadas fuentes de energía, sin un despilfarro innecesario y sin explotación de los materiales.

En el plano humano, varias Conferencias de la ONU se han ocupado con acierto de los niños, las mujeres, los minusválidos y muchos sectores y pueblos cuyos recursos son explotados y no son empleados en su bien y en el de la sociedad. Una vez más el afán renovado en favor de los aspectos varios del desarrollo humano y el bien común. es capaz de reavivar la esperanza de los pueblos, volviendo a darles la posibilidad de una existencia más plena y fructífera.

Finalmente, sería yo infiel a mi misión si no llamara la atención hacia los pobres y hacia aquellos que se encuentran marginados de la sociedad a lo largo y ancho del mundo. Hay naciones ricas en recursos culturales, espirituales y humanos, pero que se hallan entre las más pobres económicamente y que sufren más a causa de la situación presente. Todos conocemos las estadísticas vertiginosas sobre el auténtico y horroroso flagelo del hambre que aflige a tantas familias en todo el globo. Los pueblos que lo padecen en diversas regiones claman hacia nosotros pidiendo ya ahora una ayuda que les permita sobrevivir.

¿No podemos al menos nosotros, que tenemos mucho, comprometernos a dar nueva esperanza a estos pobres del mundo, prometiendo aliviar primeramente su peso y luego proveer a sus necesidades más básicas, tales como el alimento, el agua, la salud y un techo para cobijarse? Aliviar estos sufrimientos inmediatos y dar todo lo que capacitará a los pueblos a ser más autónomos, sería una prueba de nuestra activa solidaridad en la esperanza que necesita este planeta y sus habitantes.

8. En muchos de estos terrenos se necesitará la voluntad política capaz de superar nuestros egoísmos acuciantes. Esa voluntad política condujo en el pasado a importantes realidades, tales como la Declaración universal de los Derechos del Hombre. Esa misma voluntad política ha de estar constantemente regida por criterios que den prioridad a lo humano y social, lo ético y cultural, lo moral y espiritual por encima de lo meramente económico y tecnológico.

Esta voluntad debe mover no sólo a los responsables del mundo, sino también a todos los pueblos en todos los niveles de la vida. Muchas soluciones únicamente pueden darse a nivel global, y este cometido está confiado a vosotros, miembros de esta Asamblea. Pero muchos otros problemas pueden y deben ser solucionados provechosamente a nivel de continente, región u otros niveles inmediatos. La necesidad de hallar soluciones globales para muchos problemas no debe impedirnos buscar la solución de algunas cuestiones y construir un futuro mejor a nivel más limitado. En efecto, aplicando la noción de subsidiaridad, podemos ver cómo hay muchos grupos y muchos pueblos que pueden resolver sus propios problemas mejor en un plano local o inmediato, y que esta actuación les da una directa sensación de participación en su propio destino. Este es un avance positivo al que debemos mostrarnos sensibles.

440 9. En mis visitas pastorales a Europa, a América del Norte y del Sur y a África, he hablado muchas veces y de diversas formas de la necesidad de la conversión del corazón. He urgido a la obligación que cada uno tenemos de convertirnos, de ver en las demás personas a un hermano o hermana unidos por el vínculo común de la humanidad en Dios. En su Encíclica Populorum progressio, documento que sigue siendo una de las aportaciones más duraderas y más válidas a la labor del desarrollo, decía mi predecesor Pablo VI: "El desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad... El hombre debe encontrar al hombre, las naciones deben encontrarse entre sí como hermanos y hermanas, como hijos de Dios. En esta comprensión y amistad mutuas, en esta comunión sagrada, debemos igualmente comenzar a actuar a una para edificad el porvenir común de la humanidad" (Populorum progressio, 43).

Permitidme completar este mensaje que os dirijo en este día volviendo a ofrecer éstas palabras y esta visión del mundo a vuestra reflexión. Permitidme rogaros que a la vez que tratáis de aportar cambios en las estructuras para que sirvan mejor al bien común en la justicia y la equidad, no olvidéis la educación y los ideales de vuestros pueblos que ayudarán a la conversión de los corazones. Solamente con la conversión del corazón pueden los hermanos y hermanas "construir el futuro de la especie humana" y construir la obra grandiosa y eterna de la paz. Y es a esa paz —cuyo nombre nuevo sigue siendo precisamente desarrollo (cf. Populorum progressio, 87)—, a donde deben encaminarse los esfuerzos de esta sesión especial. ¡Que así sea con la ayuda de Dios!

Vaticano, 22 de agosto de 1980.

IOANNES PAULUS PP. II








ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE RELIGIOSAS DE LA UNIÓN DE SANTA CATALINA


DE SIENA DE MISIONERAS DE LA ENSEÑANZA


Castelgandolfo

Lunes 25 de agosto de 1980



Queridísimas hijas, Misioneras de la Enseñanza:

Hemos celebrado juntos el Santo Sacrificio de la Misa. Hemos recibido en nosotros al Verbo de Vida, Jesucristo, nuestro Salvador, hermano y amigo. Y ahora deseáis también escuchar la palabra del Papa, para animaros y confirmaros en la fe y en el fervor.

Ante todo os quiero exhortar a mantener en vosotras siempre una grande y profunda alegría espiritual. Efectivamente, vuestra característica esencial es la enseñanza en las escuelas; el primer contenido de la enseñanza, que debe unificar todas las diversas materias de estudio, es la verdad salvífica; el móvil de vuestra actividad es el "mandato" recibido de la Iglesia en forma jurídica y pública. Siempre y para todos debe ser fuente de inmensa alegría y de consuelo encontrarse con la infancia y la juventud para enseñar la verdad, para llevar el sentido de Dios, para hacer conocer la "historia de la salvación" en la que estamos insertos, para descubrir a las mentes que se abren a la vida los sublimes ideales cristianos y los destinos eternos a los que nos ha llamado el Altísimo. Pero vosotras lo hacéis como "enviadas" por la Iglesia, participando así de la misión misma del Verbo, que se encarnó ante todo para revelar la Verdad.

En nombre de la Iglesia, vuestra primera y esencial raíz parte de la misión de Cristo redentor, que os manda a enseñar, a ejercitar la "caridad de la verdad" tanto que en vuestras Constituciones se lee acertadamente: "Debemos sentir la enseñanza como un ministerio sacerdotal, en el que consumamos nuestra ofrenda a Dios y comunicamos a las almas la palabra de la verdad, por mandato de la Iglesia y de Dios" (art. 186). Por ello estad siempre contentas con esta misión vuestra: la caridad primera es la de la verdad. "Testigos de la verdad y del amor" (Pablo VI), seguid adelante serenas y animosas: cada vez que entréis en vuestras aulas, llevad vuestra alegría convencida y agradecida.

Más aún: llevad siempre con vosotras un sentimiento de sentida responsabilidad. Recordad la exclamación de Jesús: "He venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda? (Lc 12,49)". Esta es la segunda raíz evangélica de vuestra consagración; debéis sentir, en cierto modo, el tormento de la salvación de la humanidad. Debéis estar totalmente iluminadas acerca de la verdad cristiana y católica, no cediendo jamás a ningún falso "esnobismo" ni a ninguna concesión irenista, bien convencidas de que los jóvenes que os han sido encomendados y sus padres tienen confianza en vosotras y ponen sus esperanzas en vuestro testimonio seguro. Recordad también lo que dice San Pablo: "Si evangelizo, no es para mí motivo de gloría, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizare! (1Co 9,16).

Finalmente deseo exhortaros a tener siempre confianza total en la acción de la gracia divina. También ésta puede llamarse una raíz evangélica de vuestra donación. Efectivamente, Jesús insiste en que permanezcamos en El, en permanecer en su amor, en que seamos sarmientos injertados en la Vid, para dar frutos abundantes; Jesús advierte claramente: "Sin mí no podéis hacer' nada" (Jn 15,5) e invita a orar siempre sin desfallecer jamás (Lc 18,1). En las varías crisis actuales de las ideas y de las costumbres a veces podemos sentirnos desilusionados y derrotados; sentir como la hora de Getsemaní, la hora de la cruz. Pero debe ser también la hora de la confianza suprema en la "gracia", que actúa de modo invisible, imprevisible, misterioso, precisamente también mediante el tormento de nuestra impotencia humana. Recordemos a San Pablo: "Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo «no nos ha de dar con El todas, las cosas?" (Rm 8,31-32). Por esto sed siempre y sobre todo almas que oran, que adoran, que aman. Santa Catalina en una de sus oraciones decía: "En tu naturaleza, Deidad eterna, conoceré mi naturaleza". Y se preguntaba:.; "¿Cuál es mi naturaleza? Es fuego".

441 Queridísimas hijas: La raíz de vuestra consagración es en verdad profundamente evangélica: se trata de vivir cada día este "radicalismo" particular siguiendo las huellas y el ejemplo de Santa Catalina de Siena. Sed como ella y con ella devotas de María Santísima, "Madre de la Sabiduría"; caminad con María por los caminos que os ha confiado vuestra misión; repetid frecuentemente la estupenda "Oración" a María pronunciada por la Santa en la fiesta de la Anunciación de 1379, que termina así: "A ti recurro, oh María, y a ti ofrezco mi petición por la dulce Esposa de Cristo, dulcísimo Hijo Tuyo, y por su Vicario en la tierra...".

Y os acompañe siempre a vosotras y a todas vuestras hermanas mi bendición apostólica.










A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL


ORGANIZADO POR LA CONFERENCIA MUNDIAL


DE INSTITUTOS SECULARES


Sala de los Suizos de Castelgandolfo

Jueves 28 de agosto de 1980



Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. "A vosotros la gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo". Estas palabras tan frecuentes en el Apóstol San Pablo (cf. Rom Rm 1,7 1Co 1,3 2Co 1-2, etc. ), me vienen espontáneamente a los labios para daros la bienvenida y expresaros mi agradecimiento por la visita que me hacéis con ocasión de vuestro congreso, que ha reunido a representantes de institutos seculares del mundo entero.

Este encuentro me proporciona un gozo profundo. Pues vuestro estado de vida consagrada constituye un don particular que el Espíritu Santo ha hecho a nuestro tiempo para ayudarle, como dijeron mis hermanos latinoamericanos reunidos en Puebla, "a resolver la tensión entre apertura real a los valores del mundo moderno (auténtica secularidad cristiana) y plena y profunda entrega de corazón a Dios (espíritu de la consagración)" (cf. Documento final de la Asamblea de Puebla, Nb 775). En efecto, os encontráis en el centro, por así decir, del conflicto que desasosiega y desgarra el alma moderna, y por ello podéis dar "un precioso aporte pastoral para el futuro y ayudar a abrir caminos nuevos de general validez para el Pueblo de Dios" (ib.).

Tengo gran interés, por tanto, en vuestro congreso, y pido al Señor os dé su luz y su gracia para que los trabajos de vuestra asamblea os lleven a analizar con lucidez las posibilidades y riesgos que comporta vuestra manera de vivir, y a tomar después decisiones que garanticen futuros desarrollos de vuestra opción de vida, de la que espera mucho la Iglesia hoy.

2. Al elegir el tema del congreso: "La evangelización y los institutos seculares a la luz de la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi", habéis seguido una sugerencia contenida en una alocución de mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, a quien profesáis gratitud por la atención que os dedicó siempre y por la eficacia con que llegó a conseguir que se acogiera en la Iglesia la consagración en la vida secular. Dirigiéndose el 25 de agosto de 1976 a los responsables generales de vuestros institutos, hizo notar: «Si permanecen fieles a su propia vocación, los institutos seculares serán como "el laboratorio experimental" en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo. Precisamente por esto deben escuchar, como dirigida sobre todo a ellos, la llamada de la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi: "Su tarea primera... es la de poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas, en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, las ciencias y las artes, la vida internacional, los medios de comunicación de masas"» (Nb 70 cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 5 5 de septiembre de EN 1976, pág. I).

En estas palabras, el acento puesto en la realidad eclesial de los institutos seculares en su ser y en su actuación, no habrá pasado desapercibido a nadie, ciertamente. También está desarrollado en otros discursos. Hay aquí un elemento que deseo subrayar. Pues, ¿cómo no darse cuenta de la importancia de que vuestra experiencia de vida, caracterizada y unificada por la consagración, el apostolado y la vida secular, se desenvuelven en auténtica comunión con los Pastores de la Iglesia y participando en la misión evangelizadora de todo el Pueblo de Dios a través, claro está, de un sano pluralismo?

Por otra parte, esto no daña a lo que caracteriza esencialmente el modo de consagración a Cristo propio de vosotros. Mi predecesor lo puntualizaba en la alocución citada, y en aquella ocasión recordaba una distinción de gran importancia metodológica: "Esto no significa, evidentemente, que los institutos seculares, en cuanto tales, deban encargarse de estas tareas. El deber, por tanto, de los institutos mismos es formar la conciencia de sus miembros con una madurez y apertura que les impulse a prepararse con celo para la profesión elegida, con el fin de afrontar después con competencia y espíritu de desprendimiento evangélico, el peso y las alegrías de las responsabilidades sociales hacia las que les oriente la Providencia" (cf. ib., pág. 4).

442 3. De acuerdo con estas indicaciones del Papa Pablo VI, vuestros institutos han profundizado de distintos modos en el tema de la evangelización estos últimos años, a nivel nacional y continental. Vuestro congreso actual quiere concretar los resultados y evaluarlos, a fin de orientar cada vez mejor los esfuerzos de cada uno en concordancia con la vida de la Iglesia, que procura por todos los medios "tratar de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano, el único en el que puede hallar la respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana" (Evangelii nuntiandi EN 3).

Me complazco en constatar el buen trabajo realizado, y exhorto a todos los miembros, sacerdotes y laicos, a perseverar en el esfuerzo por comprender cada vez mejor las realidades y valores temporales en relación con la evangelización en sí; el sacerdote, para estar cada vez más atento a la situación de los laicos y poder aportar al presbiterio diocesano no sólo una experiencia de vida según los consejos evangélicos y con ayuda comunitaria, sino también una sensibilidad justa de la relación de la Iglesia con el mundo; el laico, para asumir el papel particular que corresponde a quien está consagrado al servicio de la evangelización en la vida seglar.

Que a los laicos toca una obligación específica en este campo, he tenido ocasión de subrayarlo en distintos momentos, en correspondencia exacta con las indicaciones dadas por el Concilio. «Como pueblo santo de Dios —dije por ejemplo en Limerick en mi peregrinación a Irlanda—, estáis llamados a desempeñar vuestro papel en la evangelización del mundo. Sí, los laicos son llamados a ser también "sal de la tierra y luz del mundo". Su específica vocación y misión consisten en manifestar el Evangelio en su vida y, por tanto, en introducir el Evangelio como una levadura en la realidad del mundo en que viven y trabajan. Las grandes fuerzas que configuran el mundo (política, mass-media, ciencia, tecnología, cultura, educación, industria y trabajo) constituyen precisamente las áreas en las que los seglares son especialmente competentes para ejercer su misión. Si estas fuerzas están conducidas por personas que son verdaderos discípulos de Cristo y, al mismo tiempo, plenamente competentes en el conocimiento y la ciencia seculares, entonces el mundo será ciertamente transformado desde dentro mediante el poder redentor de Cristo" (Homilía pronunciada en Limerick el 1 de octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre de 1979 pág. 6).

4. Recordando ahora este discurso y ahondando en él, siento urgencia de atraeros la atención hacia tres condiciones de importancia fundamental para la eficiencia de vuestra misión:

a) Ante todo debéis ser verdaderos discípulos de Cristo. Como miembros de un instituto secular, queréis ser tales por el radicalismo de vuestro compromiso a seguir los consejos evangélicos de tal modo que no sólo no cambie vuestra condición (sois y os mantenéis laicos!, sino que la refuerce en el sentido de que vuestro estado secular esté consagrado y sea más exigente, y que el compromiso en el mundo y por el mundo, implicado en este estado secular, sea permanente y fiel.

Daos bien cuenta de lo que ello significa. La consagración especial que lleva a plenitud la consagración del bautismo y la confirmación, debe impregnar toda vuestra vida y actividades diarias, creando en vosotros una disponibilidad total a la voluntad del Padre que os ha colocado en el mundo y para el mundo. De esta manera la consagración vendrá a ser como el elemento de discernimiento del estado secular, y no correréis peligro de aceptar este estado como tal simplemente, con fácil optimismo, sino que lo asumiréis teniendo conciencia de la ambigüedad permanente que lo acompaña, y lógicamente os sentiréis comprometidos a discernir los elementos positivos y los que son negativos, a fin de privilegiar unos por el ejercicio precisamente del discernimiento, y eliminar los otros gradualmente.

b) La segunda condición consiste en que a nivel de saber y experiencia seáis verdaderamente competentes en vuestro campo específico, para ejercer con vuestra presencia el apostolado del testimonio y compromiso con los otros que vuestra consagración y vida en la Iglesia os imponen. En efecto, sólo gracias a esta competencia podréis poner en práctica la recomendación del Concilio a los miembros de los institutos seculares: "Tiendan los miembros principalmente a la total dedicación de sí mismos a Dios por la caridad perfecta, y mantengan los institutos su carácter propio y peculiar, es decir, secular, a fin de cumplir eficazmente y dondequiera el apostolado en el mundo y como desde el mundo, para el que nacieron" (Perfectae caritatis PC 11).

c) La tercera condición sobre la que quiero invitaros a reflexionar, la forma la resolución que os es propia, o sea, cambiar el mundo desde dentro. Pues estáis insertados del todo en el mundo y no sólo por vuestra condición sociológica; esta inserción se espera de vosotros como actitud interior sobre todo. Por tanto, debéis consideraros "parte" del mundo, comprometidos a santificarlo con la aceptación plena de sus exigencias, derivadas de la autonomía legítima de las realidades del mundo, de sus valores y leyes.

Esto quiere decir que debéis tomar en serio el orden natural y su "densidad ontológica", tratando de leer en él el designio querido por Dios, y ofreciendo vuestra colaboración para que se actualice gradualmente en la historia. La fe os da luces sobre el destino superior a que está abierta esta historia gracias a la iniciativa salvadora de Cristo; pero no encontráis en la revelación divina respuestas ya preparadas para los numerosos interrogantes que os plantea el compromiso concreto. Es deber vuestro descubrir a la luz de la fe, las soluciones adecuadas a los problemas prácticos que surgen poco a poco y que con frecuencia no podréis obtener si no es arriesgándoos a soluciones sólo probables.

Hay un compromiso, por tanto, a promover las realidades de orden natural, y hay un compromiso a hacer intervenir os valores de la fe, los cuales deben unirse e integrarse armónicamente en vuestra vida, a la vez que constituyen su orientación de fondo y su aspiración constante. De este modo llegaréis a contribuir a cambiar el mundo "desde dentro", siendo fermento vivificante y obedeciendo a la consigna que se os dio en el "Motu proprio" Primo feliciter: ser "fermento modesto y, a la vez, eficaz que actuando en todos los sitos siempre y mezclado a toda clase de ciudadanos, desde los más humildes a los más elevados, trate de llegar a ellas e impregnarlas a todas y cada una con su ejemplo y con toda clase de medios, hasta penetrar en toda la masa de modo que ésta sea elevada y transformada en Cristo" (Introducción).

5. El poner en evidencia la aportación específica de vuestro estilo de vida no debe inducir a infravalorar las otras formas de consagración a la causa del Reino, a las que también podéis estar llamadas. Quiero referirme aquí a lo que se dice en el núm. 73 de la Exhortación Evangelii nuntiandi cuando recuerda que "los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles".

443 No es nuevo, por cierto, este aspecto sino que corresponde por el contrario en la Iglesia a antiguas tradiciones; y concierne a un cierto número de miembros de institutos seculares y, principalmente mas no exclusivamente, a los que viven en comunidades de América Latina y otros países del III mundo.

6. Queridos hijos e hijas: Como veis, vuestro campo de acción es muy vasto. La Iglesia espera mucho de vosotros. Necesita vuestro testimonio para comunicar al mundo, hambriento de la Palabra de Dios aún en los casos en que no tiene conciencia de ello, el "anuncio gozoso" de que toda aspiración auténticamente humana puede encontrar cumplimiento en Cristo. Sabed estar a la altura de las grandes posibilidades que os ofrece la Providencia divina en este final del segundo milenio del cristianismo.

Por mi parte renuevo mi oración al Señor por la intercesión maternal de la Virgen María, para que os conceda en abundancia sus dones de luz, sabiduría y resolución en la búsqueda de los caminos mejores para ser entre los hermanos y hermanas que están en el mundo, testimonio viviente de Cristo o interpelación discreta y a la vez convincente para que acojan su novedad en la vida personal y en las estructuras sociales.

Que la caridad del Señor guíe vuestras reflexiones y deliberaciones durante este congreso. Así podréis caminar con confianza. Os animo dándoos mi bendición apostólica a vosotros y a cuantos y cuantas representáis hoy.








Discursos 1980 435