Discursos 1980 449


VISITA PASTORAL A L'AQUILA

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES


Basílica de San Bernardino (L'Aquila)

Sábado 30 de agosto de 1980



Señor Gobernador,
Señor Alcalde de Aquila:

450 Les agradezco mucho las corteses y gentiles palabras con las que han querido manifestarme, en nombre de todos los ciudadanos, tan queridos para mí, sentimientos cordiales de bienvenida, de aprecio por mi persona y por mi magisterio de Pastor de la Iglesia universal; doy las gracias a sus colaboradores y colegas, como también a las autoridades civiles y militares de la provincia y de la región, presentes en esta manifestación en honor de San Bernardino de Siena, en el VI centenario de su nacimiento; agradezco también la ocasión que, con la invitación a venir aquí, se me ha ofrecido de admirar el vario, amplio y sugestivo paisaje en que se halla situada esta ciudad. Efectivamente, al sobrevolar este centro geográfico de Italia, he podido observar con placer cómo la ciudad está magníficamente circundada, de un lado, por los escabrosos macizos del Terminillo y del Gran Sasso y, de otro, por las fluentes cordilleras de Velino y de Sirente: lugares maravillosos que le dan tanto atractivo y sugestión.

1. Sé que ya desde el primer anuncio de esta visita mía, todos los habitantes de Aquila, por ese sentido de hospitalidad que caracteriza tanto al pueblo abruzo, a quien se aplica con toda justicia el epíteto de "fuerte y gentil", se han apresurado generosamente, no sin sacrificios personales, para asegurar una preparación minuciosa y un éxito feliz a esta peregrinación mía para venerar los restos mortales de San Bernardino, guardados en la homónima iglesia de la ciudad, que se gloría de reconocerlo como celeste Compatrono. Y hoy puedo ver personalmente cómo la magnífica y jubilosa acogida, que se me reserva, corresponde de lleno a las costumbres tradicionales de cortesía y gentileza de las antiguas gentes de Abruzo, tal como me las han descrito. También por esto expreso mi complacencia y mi gratitud.

Al hablar a quienes tienen la responsabilidad de la cosa pública, y a todos vosotros habitantes de Aquila, deseo añadir que mi presencia quiere ser un signo manifiesto de mi benevolencia y un gesto de ánimo para cuantos están solícitos y deseosos del bien común. Esta ciudad, como tantas otras, espera desde hace tiempo interés, estudio y entrega por la solución de múltiples y a veces graves problemas. Se trata de problemas de orden social y económico, como la emigración, la escasez de mano de obra especializada, la calidad de la vida en las familias menos acomodadas; pero entre ellos no deben olvidarse o infravalorarse las dimensiones e implicaciones morales y religiosas, que siempre se deben respetar y promover como premisas de las que no se puede prescindir, si se quiere alcanzar realmente un progreso auténtico que revierta verdaderamente en beneficio de cada uno de los hombres, tanto si se le considera singularmente, como en su coexistencia en la comunidad.

2. Y, ¿no fueron precisamente estos valores sociales, éticos y religiosos los que movieron y animaron la elocuencia ardiente y vigorosa de Bernardino de Siena? En el nombre de Jesús, sintetizado en el conocido monograma que vosotros, los de Aquila, habéis querido grabar en la fachada del Palacio Viejo y en los portales de tantas casas, él no cesó de predicar la paz y el bien, según el espíritu del lema franciscano "Pax et bonum", entendiéndolo en su sentido más amplio de paz interior y exterior, y de bien espiritual y material, esto es, de bondad y de bienestar. Solía repetir: "Daría una libra de sangre para que se consiguiera la paz". Habiendo llegado aquí, a Aquila, in limine vitae, quiso hacerse con su presencia instrumento de paz y de pacificación entre las partes entonces en contienda, reconciliándolas en el nombre del Señor. Efectivamente, como escribe su biógrafo Piero Bargellini: "Aquila entera era un grito de bronce que clamaba por todo el círculo de los montes y por la amplitud de los valles. Al sonido de las campanas de las iglesias se había unido el de todas las torres. También la campana del ayuntamiento... para Bernardino sonó con las otras. De todas las partes de Abruzo corrió la gente" (P. Bargellini, San Bernardino, pág. 229).

3. Una multitud igual de gente se apiña hoy en torno a los restos mortales de San Bernardino para recibir con mayor plenitud su mensaje que, después de tantos años, no ha perdido la actualidad ni la urgencia. Os sirva él de ánimo en este compromiso social y cristiano, os sirva de ayuda su patrocinio, bajo el cual no dudaron de ponerse vuestros antepasados para su tranquilidad, igual que para la defensa de las tradiciones de fe, de cultura y de arte, de las que tan ufana y orgullosa se siente esta ciudad.

Que acompañe a estos deseos de progreso y de prosperidad la propiciadora bendición apostólica, que ahora imparto de todo corazón a todos los presentes.







VISITA PASTORAL A L'AQUILA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES Y A LAS RELIGIOSAS


Basílica de San Bernardino (L'Aquila)

Sábado 30 de agosto de 1980



Queridísimos hermanos e hijos:

Al llegar al momento culminante de mi peregrinación y después de haber elevado fervientes plegarias por las intenciones más urgentes de la cristiandad en la hora presente, me complace pasar unos momentos con vosotros, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y dirigentes de las Asociaciones católicas de las iglesias de Abruzo y Molisa, aquí, ante la urna de San Bernardino con sus restos incorruptos y venerados, en esta espléndida basílica que la piedad y el amor del pueblo de Aquila erigieron en su honor a los 30 años solamente de su feliz tránsito.

Antes de dirigiros mi saludo, quiero confiaros la emoción espiritual que me invade el corazón al pensar que la construcción de este templo, signo de devoción ininterrumpida al santo religioso, fue iniciada e impulsada por otro santo, Juan de Capistrano, gran apóstol y defensor de Europa, muy venerado en Polonia por su actividad pastoral profunda y reformadora. Pues, como ya sabéis, desde Cracovia hizo un llamamiento apremiante a los ciudadanos de Aquila para que erigieran un monumento digno a su hermano y maestro, elevado al honor de los altares por el Papa Nicolás V en 1450, a los seis años de la muerte. San Bernardino y San Juan de Capistrano están íntimamente unidos entre sí en la veneración y fe de los polacos.

451 Y ahora expreso mi agradecimiento y complacencia al reverendísimo p. John Vaughn, ministro general de la Orden de Frailes Menores, que me ha acogido en el umbral de esta basílica en nombre de las cuatro grandes familias franciscanas, con palabras de ferviente bienvenida; al mismo tiempo y con igual afecto y satisfacción sincera, expreso mi gratitud a mons. Vincenzo Fagiolo, arzobispo de Chieti y Presidente de la Conferencia Episcopal de Abruzo y Molisa, que con palabras cordiales y animadas de fe profunda ha querido presentar la adhesión y comunión espiritual de vuestros corazones y de vuestras preocupaciones y propósitos con los del humilde Vicario de Cristo.

Gracias, sacerdotes y religiosos, por vuestro trabajo, afanes y servicio, que mantienen la acción pastoral de evangelización y testimonio indispensables al crecimiento de la Iglesia de Cristo. Desempeñáis vuestra misión con dedicación intensa y ejemplar, conscientes de estar al servicio de una causa sublime para la qué Cristo Señor elige incesantemente continuadores suyos. Mantened viva la conciencia de la grandeza de la misión recibida y de la necesidad de responder a ella constantemente. Es un servicio elevado y entusiasmante que exige honda convicción sobre la propia identidad sacerdotal, es decir, de hombres depositarios y administradores de los misterios de Dios, instrumentos insustituibles de perdón y gracia, ministros de un Reino eterno que brindan la palabra, la mano y el corazón a Jesús Redentor del hombre.

Al abrazar con igual afecto y participación personal a cada uno deseándoos madurez espiritual cada vez más rica con entrega alegre y bondad, consentidme que dirija un saludo particular de felicitación a tres familias religiosas femeninas notoriamente beneméritas de esta ciudad. Pues han sido fundadas para responder a exigencias y necesidades determinadas y, además, reciben motivación y orientación de los ideales franciscanos del caudal reformador bernardiniano, que ha ofrecido siempre a Aquila aguas puras y refrescantes de ejemplaridad evangélica y recuperación espiritual. Por ello y con especial sentimiento de cordialidad, dedico un saludo a las religiosas Misioneras Franciscanas del Niño Jesús, que celebran este año el primer centenario de fundación, a las religiosas Misioneras Catequistas de la Doctrina Cristiana y a las religiosas Celadoras del Sagrado Corazón. No puedo tampoco dejar de mencionar con afecto a las Clarisas, presentes aquí en gran parte, del monasterio del Santísimo Sacramento, erigido en Aquila por el mismo San Juan de Capistrano.

Ahora invito a todos a dirigir la atención y admiración a la figura sacerdotal y apostólica del gran "decidor" del Renacimiento, fascinante —según opinión asimismo de los expertos— por su idioma italiano inimitable y lleno de color, que llevó a la conversión y a las bienaventuranzas evangélicas a tantas muchedumbres de fieles, a la vez que poma la paz en familias y ciudades en nombre de Jesús Salvador: en él encontramos motivos de consuelo y aliento para nuestra misión particular de consagrados, evangelizadores y testigos cualificados; a él dirigimos los latidos de nuestro corazón de hijos convencidos y gozosos de la Iglesia.

Por inescrutable designio de la Providencia, San Bernardino terminó su activa jornada terrena entre las murallas de esta ciudad, la víspera serena de la Ascensión del Señor de 1444, mientras sus hermanos cantaban a coro la antífona "Pater manifestavi nomen tuum hominibus quos dedisti mihi" (
Jn 17,6), como para sellar con lema expresivo una vida enteramente gastada en el anuncio de la salvación. Esta frase evangélica que el Santo acostumbraba repetir cada día y que ha sido acertadamente recogida por la iconografía insertándola en la aureola que le rodea la cabeza, asume valor emblemático y encierra en sí todo el significado de la acción apostólica del gran predicador.

El, que quería hablar con claridad suma y con valentía en toda circunstancia (cf. San Bernardino da Siena: Prediche, libr. ed. Fior., 1964, pág. 219), nos da ejemplo de fidelidad a la verdad y adhesión a la Palabra revelada, actitud que debe resplandecer de manera prioritaria en todo el que quiera desempeñar la tarea eclesial de transmitir —también en el silencio del claustro y en el ejercicio diario de la consagración escondida— el designio amoroso de Dios respecto del hombre.

Mucho gustaba al Santo la frase del Salmo "Declartaio sermonum tuorum illuminat et intellectum dat parvulis" (Ps 119 [118], 130), y señalaba como deber ineludible la obligación de hablar abiertamente "para que quien escuche se vaya contento e iluminado, y no confuso" (op. cit., pág. 45). Un tal amor a la la verdad y claridad en la exposición debe sostener nuestro servicio catequético y evangelizador, para no desviarnos por senderos de interpretaciones humanas y concesiones acomodaticias al espíritu del mundo, que nos alejan así de la fe, única que asegura la victoria (cf. 1Jn 5 1Jn 4).

Claro está que la verdad debe garantizarse y acreditarse con el testimonio de la vida. "Es necesario —afirmaba el Santo— que vayas en pos de Cristo tú que quieres ser predicador" (op. cit., pág. 46). Tal ejemplaridad de comportamiento exigida al "decidor" de la palabra revelada, no puede separarse de la adhesión humilde y sincera al Magisterio eclesiástico que obliga "a abandonar la herejía y sostener lo que sostiene la Iglesia y los Santos Doctores, y no oponerse jamás a aquello que ha sido establecido" (op. cit., pág. 47). Sin obediencia de corazón a quien —a pesar de estar cubierto de debilidad y fragilidades— ha recibido el mandato de garantizar la pureza de la doctrina, no puede haber ejercicio auténtico del ministerio de la Palabra en el seno de la Iglesia. Hoy en día es urgente la exigencia de tal obediencia confiada, que no tiene su justificación en una adhesión a la voluntad de los hombres, sino sólo en la entrega confiada al Señor y a su acción en la Iglesia.

Nuestra obra de evangelizadores, en fin, la debe dictar y sostener el amor a Cristo Señor y a las almas. No es posible empeñarse a fondo en esta tarea sublime, sin la fuerza que nace del amor generoso, espiritual, totalitario que resplandezca ante el mundo como luz vivísima. En este sentido, San Bernardino es de una actualidad grande y vigente, tanto por su ejemplo como por su límpida enseñanza.

Queridos hermanos: Confiemos totalmente nuestro servicio, que tiene el objetivo supremo de convencer a los hombres del amor del Padre celestial, a la Madre de Dios y Madre nuestra, tan amada y celebrada por nuestro santo, que .tiene para Ella expresiones de ternura singular y la exalta de modo admirable en su misión de dispensadora de la gracia.

Con esta perspectiva de esperanza., y confianza invoco sobre vosotros la. plenitud de dones celestes e imparto de corazón a vosotros y a cuantos amáis, mi bendición afectuosa.
* * *




452 Seguidamente rezó la plegaria siguiente:

Oh Dios que nos has dado en San Bernardino de Siena un modelo de predicador de tu Palabra: Concede que en todos los lugares a donde va a volver renazca, con su presencia, la vida cristiana, se aplaquen las violencias y sea acogido el «Evangelio de la paz» Te lo pedimos en el Nombre Santísimo de Jesús, Redentor del hombre, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Y al final y añadió:

Imparto esta bendición a todas vuestras comunidades, a las familias religiosas femeninas y a los varios grupos de apostolado seglar. Si bien es verdad que he hablado de la misión del predicador, todos sabemos que se trata de una misión universal compartida por todo el Pueblo de Dios, sacerdotes, religiosos, religiosas y también seglares. Que esta bendición dé fruto en la misión de toda la Iglesia de Abruzo, de toda la Iglesia italiana en sus distintas dimensiones de actuación sacerdotal, ministerio sacerdotal, profesión religiosa y apostolado de los religiosos, y sobre todo de las familias franciscanas, y también en la misión apostólica tan fundamental e indispensable de los laicos. Con estos deseos invito a mis hermanos en el Episcopado a impartir la bendición apostólica, pidiendo la intercesión de nuestro Santo, cuya memoria celebramos hoy a los seis siglos de su nacimiento.









                                                                                  Septiembre de 1980




A 60 ALCALDES DE LAS CIUDADES MÁS POPULOSAS DEL MUNDO


Sala de los Suizos\i, \ICastelgandolfo

Jueves 4 de septiembre de 1980



Señoras, señores, queridos amigos:

1. Me siento complacido en poder dispensar una calurosa acogida a cuantos, provenientes de diferentes países, habéis acudido a participar en la Conferencia Internacional sobre población y futuro urbanístico que se está celebrando en Roma. Os saludo no como un experto en los aspectos económicos, sociales y políticos del objeto de vuestras discusiones, sino como una persona interesada vitalmente en todas las dimensiones humanas de vuestro tema, como quien ansia proclamar junto con vosotros, desde la perspectiva del hombre y su inviolable dignidad, la enorme relevancia del asunto que os ha traído acá.

2. Hace casi ya una década que mi predecesor Pablo VI, en un conocido documento de su pontificado, hizo la siguiente reflexión: "Un fenómeno de gran importancia atrae nuestra atención, tanto en los países industrializados como en las naciones en vías de desarrollo: la urbanización". A continuación se hizo las siguientes preguntas: "El surgir de la civilización urbana..., ¿no es, en realidad, un verdadero desafío lanzado a la sabiduría del hombre, a su capacidad de organización, a su imaginación prospectiva?... Etapa sin duda irreversible en el desarrollo de las sociedades humanas, la urbanización plantea al hambre difíciles problemas: ¿cómo frenar su crecimiento, regular su organización, suscitar el entusiasmo ciudadano por el bien de todos?" (Octogésima adveniens, 8-10).

3. Hoy, movidos por un interés humanitario, os estáis dedicando a compartir experiencias útiles y a iluminar numerosos puntos involucrados en este vasto tópico del futuro urbano; más aún, esperáis centrar vuestra atención en programas y planes de acción e ir discerniendo los medios que mejor se adapten a vuestros propósitos.

453 La atención que dedicáis a este asunto queda plenamente justificada en virtud misma de su importancia. ¿Quién puede negar que el fenómeno de la urbanización, y en consecuencia del urbanismo mismo, está íntimamente ligado al progreso del mundo del mañana? Por razón de su poder de efectuar cambios sociales, económicos y políticos, y de influir en el hombre, la urbanización debe ser considerada como uno de los factores más significativos de este siglo concernientes a los asuntos humanos. Permitidme, pues, expresar la convicción de que obráis bien al examinar de cerca, desde el punto de vista del bienestar humano total (un punto de vista que respeta en el hombre una escala de valores espirituales y materiales), las diferentes ramificaciones del fenómeno, tales como salud, educación, empleo, alimento y vivienda. Por su parte, la Iglesia católica considera la cuestión desde un punto de vista religioso, que nunca puede prescindir (sino que más bien debe tener en cuenta) de todas las demás dimensiones auténticamente humanas, dimensiones de un problema que es eminentemente humano.

4. En el documento mencionado anteriormente, Pablo VI habló también explícitamente de los muchos y variados males que se desprenden de un "crecimiento desordenado" de la ciudad: "Detrás de las fachadas se esconden muchas miserias...; otras aparecen allí donde la dignidad del hombre zozobra: delincuencia, criminalidad, droga, erotismo. Son, en efecto, los más débiles las víctimas de las condiciones de vida inhumana, degradantes para las conciencias y dañosas para la institución familiar" (ib., 10-11). Dada su comprensión de las consecuencias del desorden urbanístico, Pablo VI no podía concluir de otro modo: "Es un deber grave de los responsables tratar de dominar y orientar este proceso" (ib., 11).

5. El reto, desde luego, es tremendo, pero la ingenuidad del hombre es muy grande. Incluso las predicciones para el futuro, basadas en proyecciones del pasado, se hallan sujetas a la causalidad del hombre y a sus concretas intervenciones. En razón de este principio nos vemos confirmados en la importancia de las discusiones que habéis emprendido en la esperanza de promover el verdadero bien del hombre. Para aquellos de entre nosotros que somos herederos de la tradición judeo-cristiana o de otras tradiciones religiosas, ahí emerge también el importante elemento de la Providencia divina sobre el mundo y la realidad de su acción. El antiguo Salmista expresó esto diciendo: "Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los que la construyen" (
Ps 127,1).

6. El bien del hombre (del hombre visto en la totalidad de su naturaleza y en la plena dignidad de su persona) constituye de hecho un factor determinante de todas las intervenciones humanas en este campo. Los que traten de servir al hombre deben verse motivados por un amor y una compasión fraterna que tomen en cuenta eficazmente al hombre en su origen, en su composición, en las leyes que rigen su naturaleza, en el incomparable papel que le compete en el momento actual, así como en la grandeza de su destino. Es precisamente este último factor el que, lejos de negar el valor del momento presente o del futuro, trata de situarlo en una perspectiva final plena. El carácter sagrado de la vida humana y su transmisión, la inviolabilidad de todos los derechos humanos, la importancia de cada persona individual: todo esto unido constituye la perspectiva desde la que hay que evaluar justamente cualquier intervención en el campo de la población y del futuro urbano; estos son los criterios de su utilidad y de su éxito.

7. La sociedad, hoy y mañana, existe para el hombre y para el progreso de su dignidad personal. Una contribución, ante el testimonio de la historia, a una auténtica y genuina ciudad del hombre es una gran contribución, y debe llevarse a cabo con el auxilio de Dios. Es una contribución digna de todos vosotros. Vuestro congreso asume ciertamente una espléndida iniciativa y una grave responsabilidad al dedicarse a promover el futuro urbano en la ciudad del mañana. Deseo que, a través de vuestros esfuerzos y de una contribución justa y culta de innumerables hombres y mujeres de buena voluntad que hayan comprendido lo que arriesgamos en este asunto, la ciudad del mañana sea una ciudad en la que se patentice la dignidad humana y el servicio fraterno, una ciudad de justicia, de amor y de paz.






A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL DE DIÁLOGO


ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA Y LA COMUNIÓN ANGLICANA


Castelgandolfo

Jueves 4 de septiembre de 1980



Queridos hermanos en Cristo:

Sed bienvenidos. Es para mí un honor saludaros a vosotros, veteranos y maduros trabajadores de una gran causa: la unidad por la que Cristo oró de modo tan solemne en vísperas de su muerte sacrificial.

Sabemos que esta causa es responsabilidad de cuantos nos comprometemos con Cristo (cf. Unitatis redintegratio UR 5). Se la puede servir de muchas maneras; la asignada a vosotros por la Declaración común de Pablo VI y el arzobispo Michael Ramsey fue la de un "serio diálogo teológico basado en las Escrituras y en la antigua tradición común". Os dais cuenta de que las palabras mismas de este programa son reveladoras. La unidad es un don de nuestro Señor y Salvador, fundador de la Iglesia. Aunque fue dañada por el pecado de los hombres, nunca se perdió del todo. Tenemos un tesoro común, que debemos recobrar y compartir en su plenitud, pero sin abandonar ciertos dones y cualidades características, que han sido nuestros incluso en nuestra condición de separados.

Vuestro método ha sido el de rastrear el hábito de pensamiento y expresión nacido y nutrido en la enemistad y la controversia, el de escudriñar juntos el gran tesoro común, el de revestirlo de un lenguaje a la vez tradicional y expresivo del estilo de percepción de una época que ya no se gloría en las contiendas, sino que trata de agruparse en la escucha de la tranquila voz del Espíritu.

454 No necesito deciros (vosotros más bien me lo podéis decir a mí) que la tarea no es fácil. No es una tarea a realizar sin ayuda. Al buscar la unidad, el hombre debe primero imitar a Cristo rezando por ella. Vosotros ya lo habéis entendido, y habéis practicado la oración en común; y también habéis reflexionado juntos, tomando parte en las respectivas liturgias y oficios en la medida en que lo permite nuestra condición de separados. Este apoyo a vuestro trabajo de estudio, reflexión y formulación fue ya previsto desde el principio, hace ya catorce años. Vosotros habéis rezado, pero otros muchos lo han hecho con vosotros y por vosotros.

La tarea que os ha sido encomendada toca ahora a su fin. Sin duda, volvéis la vista atrás, con amor y espíritu de hermandad, hacia esos años de trabajo. Algunos de sus frutos son bien conocidos, han sido estudiados por muchos otros y han influido en no pocos. Se acerca el momento en que tenéis que elaborar el informe final, informe que las respectivas autoridades eclesiásticas deben evaluar.

Nos hallamos ante una gran responsabilidad. Vuestro trabajo será tomado en serio, sopesado con todo el cuidado y benévola atención que requiere. Doy gracias a Dios por cuanto se ha llevado a cabo; y también os doy las gracias a vosotros, que habéis trabajado en su nombre con el deseo de ser sumisos a su Espíritu.

Como bien advirtieron las dos personas que os dieron este encargo, a la base de todo se halla la unidad en la fe, capaz de fertilizar la vida cristiana. Dado esto por supuesto, podemos hallarnos ante una rica variedad en período de crecimiento. En tres grandes campos doctrinales, habéis buscado consenso en aquellas materias en que la doctrina no admite diversidad. Este esfuerzo merece una cálida acogida.

Pero vosotros mismos os dais cuenta que queda todavía mucho por hacer. Comprender el misterio de la Iglesia de Cristo, sacramento de salvación, en su plenitud, es un reto constante. Muchos de. los problemas prácticos con los que todavía nos enfrentamos (asuntos de órdenes sagradas, de matrimonios mixtos, de vida sacramental compartida, de moralidad cristiana) sólo pueden encaminarse hacia una solución cuando se haga más profunda nuestra comprensión de ese misterio.

Pero aquí y ahora debemos pensar con gratitud en todo lo que habéis hecho. Vuestro trabajo y sus frutos son ya, en sí mismos, manifestaciones del (y una contribución al) "gran testimonio común" del que Pablo VI habló en la Evangelii nuntiandi (
Nb 77) y constituye un valioso instrumento para todos los cristianos que sienten cada vez con más fuerza la llamada al testimonio común. Esto nos ayuda a comprender que tal testimonio no es asunto de sentimientos, sino que debe ser fruto de la oración y del trabajo constante, de la honestidad y del deseo de manifestar la verdad en el amor.

Con alegría os bendigo y os doy las gracias a todos. Os prometo mi interés por vuestro trabajo y mi apoyo a quienes puedan continuarlo, y me uno en oración a vosotros, pidiendo al "Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de alteración" (Jc 1,17), que derrame su luz sobre nosotros mientras tratamos sin descanso de alcanzar la plena unidad en su Hijo Jesucristo.






A LOS PARTICIPANTES EN EL FORO INTERNACIONAL


SOBRE LA TERCERA EDAD



Castelgandolfo

Viernes 5 de septiembre de 1980



Venerables hermanos y queridos hijos:

1. Con gran alegría os doy la bienvenida a todos cuantos formáis parte del Foro Internacional sobre la tercera edad celebrado en Castelgandolfo. Se me ha informado que la vuestra es una iniciativa patrocinada por la Obra Pía Internacional para la Tercera Edad, en cooperación con el Fondo de las Naciones Unidas para las Actividades entre los Pueblos, con la ayuda consultiva del Centro para el Desarrollo Social y Asuntos Humanitarios y con el concurso de algunos obispos.

455 Todos vosotros tratáis de rendir homenaje a la humanidad en sus representantes de mayor edad, en los ancianos. El interés y amor que manifiesta la Iglesia por esta categoría de personas le invita a tomar nota de vuestra celosa iniciativa. Con gusto aprovecho hoy la ocasión de ofreceros algunas consideraciones parciales sobre un tópico que vosotros tratáis justamente de explorar en profundidad.

2. La mayor conciencia que va tomando la sociedad de la existencia de las personas mayores y de su condición de vida supone ya algo bueno en sí mismo. El percibir la situación real de millares de seres humanos, prójimos nuestros, debe disponernos sin pérdida de tiempo a percatarnos de la necesidad de promover una mejora en sus vidas; todo ello nos ayuda a discernir el tipo de intervenciones que deben llevarse a cabo y la clase de medios a utilizar para que todas esas personas puedan vivir de un modo plenamente humano.

3. Dirigir nuestra atención a las personas mayores es percatarnos de la gran importancia que tienen como parte integrante del plan de Dios sobre el mundo, con su misión de cumplir, su peculiar contribución que aportar, sus problemas que resolver, sus cargas que llevar. El concretar la atención sobre las nobles dimensiones de las vidas de los mayores nos ayuda a descubrir las áreas en las que puede llevarse a cabo un auténtico progreso humano; nos hace ver lo que es necesario resaltar en orden a crear una atmósfera de progreso en el actual estado de vida de la gente de edad.

4. La Iglesia católica ofrece con agrado su apoyo a todos los esfuerzos por animar a la gente mayor misma a que estimen con realismo y serenidad el papel que Dios les ha asignado: con la sabiduría y experiencia de sus vidas han penetrado en un período de gracia extraordinaria, con nuevas oportunidades para la oración y la unión con Dios, dotados como han sido con nuevos recursos espirituales con los que servir a los demás y con los que ofrecer con fervor sus vidas al Señor y Dador de vida. Diría aún más: los esfuerzos desplegados por fomentar y patrocinar programas dedicados a nuestros mayores son dignos del más alto honor. La enseñanza de Cristo es clara: lo que se hace por sus hermanos se hace por El (cf. Mt
Mt 25,40), y en esta perspectiva hay que apreciar su valor.

Ayudar a que se movilicen fuerzas en favor de los mayores es otra de las meritorias metas que debemos perseguir: apoyar las iniciativas dirigidas a que la ciencia alivie los sufrimientos de los ancianos; defender su derecho a la vida y a la plenitud que de él se desprende: servir a sus necesidades. Todo esto forma parte del horizonte que se abre ante los hombres y mujeres de nuestros días.

5. Proclamar la misión de los mayores y promover en consecuencia su especial papel en la familia humana constituye una tarea de gran importancia. La gente mayor está destinada a formar parte de la escena social; su misma existencia nos proporciona una clara percepción de la creación de Dios y del funcionamiento de la sociedad. La vida de los ancianos ayuda a clarificar la escala de valores humanos; muestra la continuidad de las generaciones y demuestra maravillosamente la interdependencia del Pueblo de Dios. Los ancianos tienen a menudo el carisma de servir de puente entre los intersticios generacionales antes de que se produzcan: ¡Cuántos niños no habrán hallado comprensión y amor en los ojos, palabras y caricias de los ancianos!, y ¡cuánta gente mayor no habrá subscrito con agrado las palabras inspiradas "la corona de los ancianos son los hijos de sus hijos" (Pr 17,6)1

Resaltar los recursos propios de la vejez es sensibilizar a los ancianos mismos y poner de manifiesto las riquezas inherentes a la sociedad, riquezas que la misma sociedad no sabe apreciar. La vejez es capaz de enriquecer el mundo mediante la plegaria y el consejo; su presencia enriquece el hogar; su inmensa capacidad de evangelización por la palabra y el ejemplo, y por actividades eminentemente adaptadas a los talentos de la vejez, constituye para la Iglesia de Dios una fuerza todavía no del todo comprendida o adecuadamente utilizada. Nos extenderíamos demasiado si tratásemos de describir todos los factores positivos de la vejez.

6. Vuestro noble objetivo, contemplar una "tercera edad activa", es compartido por hombres y mujeres en todo el mundo. El interés engendra interés. Las actividades creativas para, con y por los ancianos redundarán en fructíferos resultados para una sociedad más humanizada y una civilización renovada que sabrá conservar una mayor confraternidad de amor y comunión de esperanza y paz.

Es mi ferviente deseo que vuestra iniciativa y otras similares puedan hacer presente en el mundo un interés más consolidado por los ancianos en todas partes. Saludo anticipadamente, con entusiasmo y con sentimientos de particular esperanza, a la Asamblea mundial de las Naciones Unidas sobre la Ancianidad. prevista para 1982 y a la que este Foro tiene en el punto de mira y trata de ayudar mediante sus presentes deliberaciones.

En el contexto de la fe católica, mis pensamientos van dirigidos ahora a todos los ancianos de la Iglesia que, con serenidad y alegría, dan ejemplo de una sincera vida cristiana, y al mismo tiempo manifiestan una profunda valoración del misterio de la muerte humana, que hay que aceptar en forma realista, pero que queda radicalmente transformada en el misterio pascual del Señor Jesús. Mis pensamientos se dirigen también a cuantos se hallan oprimidos bajo el peso de la enfermedad o la incapacidad, a cuantos tienen que arrastrar las cargas de la soledad, del rechazo o del miedo. Los confío, en la oración y con fraternal amor, al Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo, al Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra. Pido a Dios, mediante la intercesión de su bendita Madre María, que os sostenga en vuestros esfuerzos y que os bendiga a vosotros y a cuantos manifiestan su amor y su asistencia a los ancianos.






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