Discursos 1980 455


AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO EN CASTELGANDOLFO


Sábado 6 de septiembre de 1980



456 Hermanos y hermanas queridísimos:

En esta ocasión gozosa que nos ha congregado en oración devota a Dios y a la Virgen Santísima, deseo manifestaros mi agradecimiento sincero por vuestra participación y dirigiros asimismo una palabra de saludo y buenos deseos.

A vosotros, jóvenes y muchachos de la parroquia de San Víctor mártir, de Várese, que habéis venido en peregrinación a Roma, centro de la catolicidad, para conmemorar el 80 aniversario de fundación de vuestro Oratorio, expreso mi viva complacencia y el augurio paterno de que sigáis madurando y aumentando en vosotros con nuevo afán y fervor, el gran "don de la fe cristiana" con la meditación continua de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia, y también con la frecuencia asidua de los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía.

Va igualmente mi saludo a vosotros fieles de la diócesis de Faenza, peregrinos a Tierra Santa, y a vosotros jóvenes y familias de la parroquia de San Antonino, de la misma diócesis. Sea siempre sereno y límpido vuestro testimonio de vida cristiana, fundado en el conocimiento y amor de Jesucristo.

Nos proteja y dirija nuestros pasos por el camino del bien, la Virgen Santísima que nos ha unido esta noche con el lazo espiritual de su Rosario.

Con mi bendición apostólica.





VISITA PASTORAL A VELLETRI

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS AUTORIDADES Y AL PUEBLO DE VELLETRI


Domingo 7 de septiembre de 1980



Señor Alcalde:

Deseo manifestarle mi sincero aprecio por las corteses expresiones con las que usted ha querido presentarme el cordial saludo, interpretando los devotos sentimientos de toda la ciudad que representa.

A usted, a sus colaboradores del consejo municipal, a las personalidades civiles y religiosas, y a cuantos están aquí presentes, mi afectuosa gratitud por esta acogida exultante, en la que quiero ver una prueba de la tradicional hospitalidad de las gentes del Lacio.

He venido para deciros cuánto os amo, y cómo admiro y estimo a vuestra antiquísima ciudad que, muchas veces en su historia, se ha convertido en epicentro de invasiones y sangrientos encuentros sobre su territorio; también sé que, en el último conflicto mundial, fue destruida en gran parte. Hoy, valerosamente reconstruida y engrandecida por vosotros, rodeada de estas sugestivas colinas florecientes, en la confluencia de grandes carreteras, Velletri demuestra ser uno de los más vitales centros de la región.

457 Mi consuelo mayor es saber lo ferviente y operante que es vuestra fe cristiana. De ello es testimonio elocuente la hermosa catedral, las muchas iglesias y sagradas instituciones que surgieron con la generosa contribución de vuestros padres, emulados por vosotros no sólo al dar vida a otras actividades benéficas en servicio de los hermanos más pobres, sino además participando con edificante interés en las diversas manifestaciones de culto, y especialmente en la vida sacramental. Mi visita tiene como finalidad animar vuestro testimonio de Cristo Redentor, oponiéndoos con la rectitud de vuestro pensamiento y con una conducta inspirada en las leyes del Evangelio a las corrientes de ideas y a las costumbres, por desgracia no conformes con el mensaje de Cristo y con las enseñanza de la Iglesia.

Os exhorto de todo corazón a no perder jamás este precioso patrimonio de fe y de sensibilidad religiosa de vuestra ciudad. Ella resplandece en la historia de la Iglesia por la eficaz aportación que han dado numerosas personalidades insignes que, habiendo sido Pastores de esta diócesis, se convirtieron en Sucesores de Pedro en su Cátedra, y en sus hijos espirituales encontraron los estrenuos defensores de la Sede Apostólica.

Otro título que distingue a vuestra ciudad: la piedad mariana. Vuestros antepasados hicieron con la Madre de Dios, venerada bajo la advocación de "Santa María de las Gracias", un pacto de devoción y de fidelidad, que vosotros habéis continuado lealmente. Por esto mi encuentro quiere ser unido a vosotros, un renovado tributo de fidelidad a ese pacto de amor. La fe nos ayuda al hacernos admirar en la Reina de la Misericordia a Aquella que no sólo nos obtiene con su poderosa intercesión las gracias necesarias para conseguir la salvación eterna, sino también a la Madre tierna y solícita que "...no sólo socorre a quien pide, sino que muchas veces libremente se anticipa a la petición" (Dante, Paraíso, XXXIII, 16-18).

Nosotros invocaremos juntos a la celeste Patrona, que ha estado siempre cerca de vosotros en los momentos más difíciles de vuestra historia y que, ciertamente, no dejará de estarlo, si a vuestras legítimas perspectivas de expansión y de progreso cultural e industrial, se une la obra de restauración moral, imprescindible premisa para una convivencia constante y pacífica. Descienda sobre todos vosotros mi bendición apostólica, prenda de los más generosos deseos.





VISITA PASTORAL A VELLETRI


A LOS JÓVENES DE VELLETRI


Domingo 7 de septiembre de 1980



Queridísimos jóvenes:

A vosotros va mi saludo particularmente cordial. Para vosotros la expresión de mi sentido afecto en el Señor.

Al venir a esta ciudad, he deseado ardientemente estar con vosotros, para manifestaros de modo especial el amor que sienten por los jóvenes el Papa y toda la Iglesia. Estoy contento al veros y poder hablaros; vuestra presencia me llena de consuelo y alegría, y os lo agradezco. En realidad sería bello y consolador poderos saludar uno por uno; pero no es posible. Por esto el Señor os ha confiado a vuestros sacerdotes, que deben ser vuestros guías, vuestros amigos, vuestros confidentes. Yo sólo puedo veros así, a todos juntos en esta asamblea tan vivaz y significativa, y saludaros de modo espiritual y comunitario. Pero sabed que el Papa os ama, os recuerda y se preocupa de vosotros, os quisiera a todos siempre buenos y felices, y por esto ofrece sus plegarías.

Mientras vosotros saludáis y aclamáis al Papa, que ha venido en nombre de Cristo, también yo levanto mi voz y grito: ¡"Vivan los jóvenes, viva toda la juventud de Velletri"!

En esta jornada tan singular quiero dejaros un mensaje, que pueda servir para vosotros y para todos los que se asoman a la vida, como programa y como norma para vuestras opciones.

Recordad, ante todo, que formáis parte de una ciudad y por lo tanto de la sociedad nacional e internacional. Amad, pues, a vuestra ciudad. Hacedla cada vez más bella, acogedora, simpática, alegre. Poned mucho interés en ser buenos ciudadanos, responsables y dignos de vuestros antepasados. No olvidéis a aquellos que durante la segunda guerra mundial murieron o tuvieron que sufrir tanto por la libertad y la fraternidad. Contribuid, en cuanto os sea posible, a resolver los problemas actuales de la sociedad con el estudio, el trabajo, el respeto a los ancianos y a los niños, el amor a los que sufren y a los enfermos, el compromiso por el mejoramiento en todos sus sectores, y también con ese sentido de honestidad, rectitud, reconocimiento, que hace amable y serena la vida social. Amando concretamente a vuestra ciudad, sintiéndoos células vivas y conscientes de este cuerpo delicado y esencial de la sociedad, llegaréis a amar realmente a la nación y a toda la humanidad.

458 Recordad, también, que formáis parte de una Iglesia local, es decir, de vuestra diócesis y cada uno de su parroquia y, mediante la Iglesia local, estáis insertos en la Iglesia universal. La ciudad de Velletri se distinguió en los tiempos pasados por su fidelidad a la religión cristiana y a la Iglesia católica. Sed fieles también vosotros: amad a la Iglesia. Ciertamente la fidelidad hoy resulta más difícil, más heroica y cuesta más: la civilización moderna está constituida por modelos de comportamiento que no siempre, o no del todo, se adhieren al mensaje de Cristo y de la Iglesia; más aún, a veces lo combaten decididamente. ¡No os dejéis perturbar! ¡No os deprimáis! ¡La Palabra de Dios es verdadera para siempre; Dios es fiel! (cf 1Co 1,9). ¡Permaneced firmes en la fe y vigilantes! (cf. 1P 5,8). Vivid el bautismo y la confirmación con la serenidad victoriosa de aquellos que estiman los valores que poseen. ¡Amad a vuestra Iglesia! Ayudad al obispo, ayudad a los sacerdotes. Colaborad con ellos para que vuestra ciudad se mantenga siempre cristiana y practicante. Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis nunca el encuentro con Cristo en la comunión eucarística. Ampliad después vuestra mirada a la Iglesia universal para poderos comprometer también en las grandes necesidades del apostolado y del testimonió, estando dispuestos a recibir la voz del Señor, si llama a la vida sacerdotal o religiosa.

Finalmente, recordad que formáis parte de una familia. Amad a vuestra familia. Amad a vuestros padres y a todos los que os aman. La familia, vosotros lo sabéis, es la expresión histórica y visible del amor de Dios que, de este modo, ha querido hacer a las personas capaces de amar y dar la vida, precisamente porque han sido creadas "a su imagen y semejanza". Es triste pensar que ciertas ideologías quieren destruir la familia, difundiendo el desamor y empujando a la contestación. Resulta angustioso pensar que muchos jóvenes se van de la propia casa, dejando a los padres en la amargura y en la desesperación ¡No! ¡no!. Amad a vuestra familia con generosidad, con paciencia, con delicadeza, soportando esas imperfecciones que no faltan a nadie. Haced de vuestra casa un oasis de paz y de confianza; orad con vuestra familia. Y preparaos también seriamente para formar vosotros una familia en el mañana: actuad de manera que vuestro amor se mantenga siempre puro y sereno, por medio de una amistad íntima con Jesús.

He aquí, queridos jóvenes, lo que deseaba sugeriros en este encuentro reservado a vosotros. La Virgen de las Gracias, a la que veneráis de modo especial, os asista y os proteja: ofrecedle vuestros corazones y vuestra juventud.

Os ayude mi bendición, que con afecto os imparto y gustosamente hago extensiva a todos vuestros seres queridos.
* * *


Al final de discurso añadió:

Sois jóvenes, y yo puedo decir que soy viejo. Cuando queréis dialogar conmigo me hacéis un regalo, pues venís con vuestra juventud y lozanía que se manifiestan en todo; en los gritos, los cantos, el modo de hablar, de ser, de estar juntos. He de confesaros que me agrada mucho estar con los jóvenes. Y asi ha sido durante muchos años de mi vida, y así continúa hoy porque los jóvenes quieren venir muchas veces a ver al Papa a Castelgandolfo, y hablarle y, sobre todo, cantar en torno a él. Lo que estamos haciendo esta noche es más o menos lo mismo que en Castelgandolfo, con un grupo más numeroso y amplio. He de deciros que los problemas presentados por vosotros, son los problemas de muchos jóvenes de Italia y de fuera de Italia. Es bueno que haya problemas porque así se hace la vida;. se debe coger la vida en las manos, hay que luchar no en son de guerra, sino de modo pacifico y espiritual. Claro que si un muchacho tiene de verdad ideales en la vida —y estoy convencido. de que vosotros tenéis ideales cristianos y humanos— debe luchar para hacer realidad estos ideales. Esta lucha significa Ser plenamente hombre cristiano. Así se lucha por un mundo mejor y no contra los demás, sino por los demás, por la humanidad, por el prójimo, por la patria, por la Iglesia, por cuanto constituye un conjunto de realidades y valores. Lo fundamental es no perder la visión de los valores. La vida merece vivirse y hay valores que dan sentido a la vida. Este es el problema central de vuestra edad.

Hace dos días me reuní con un grupo internacional presidido por mons. Gaetano Bonicelli, que estudiaban el problema de la tercera edad. Yo pertenezco ya a la tercera edad, pero vosotros estáis en la primera edad, y esta primera es la base de la segunda y la tercera, y hasta de la cuarta, si es que existe, y esto no queda excluido. Os deseo que construyáis esta base sólidamente, base de vuestra vida y también de vuestro ambiente, vuestro pueblo, vuestra patria, y de la sociedad y la Iglesia. Os habéis presentado como miembros de las distintas comunidades de esta benemérita diócesis de Velletri: grupos de Acción Católica, Movimiento "scouts", deportistas, parejas de novios. Se ve que la juventud se madura con los años y va asumiendo cada vez mayores responsabilidades. En esto consiste construir la base para la segunda y la tercera edad, para toda la sociedad humana que debe asentar buena convivencia entre las varias edades y entre las distintas generaciones; y estas generaciones deben ofrecerse unas a otras el don de su experiencia y de sus afanes. Esta es vuestra misión de jóvenes, y así os la deseo en este encuentro tan solemne y familiar a un tiempo. Quiero congratularme con vuestro obispo y vuestros sacerdotes por cuanto han realizado en la diócesis de Velletri y Segni. Jesucristo es una respuesta y quizá la respuesta más adecuada a los problemas que me habéis expuesto. Jesucristo es la respuesta porque está pronto a salir al encuentro de cada uno de nosotros a partir ya de la edad primerísima hasta la tercera y la cuarta edad. Jesús está siempre dispuesto a acompañarnos y ayudarnos a ser más hombres y más cristianos. Esto es lo qué quiero augurar a todos y cada uno de vosotros: ser más hombres, ser más italianos y cada vez más cristianos".

Quiero agradeceros otra vez los regalos qué me habéis traído; haré buen uso de ellos. Y agradezco todo lo que está detrás de estos dones visibles, el don de vuestro corazón que es el más grande de todos los dones visibles. Os doy las gracias de vuestra acogida, de la oración en común, de las canciones que hemos cantado, de vuestra realidad humana, de la comunión que hemos creado juntos. Haciéndolo asi con vuestro cardenal y vuestro obispo, hemos hecho un poco más de Iglesia. Auguro "a vuestra comunidad que sea siempre comunión, comunidad de Iglesia.





VISITA PASTORAL A VELLETRI

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA ESTACIÓN DE VELLETRI


Domingo 7 de septiembre de 1980



Ilustres señores, queridísimos hijos:

459 Al dirigiros mi saludo cordial unido al vivo agradecimiento por la acogida entusiasta que me habéis ofrecido, deseo expresar mi gozo por este encuentro que me permite recordar la parada que hizo aquí mi predecesor Pío IX, de venerada memoria, con ocasión del viaje de inauguración del trayecto de ferrocarril Roma-Velletri.

La visita pontificia a la ciudad de Velletri se debió precisamente a este acontecimiento de relevancia notable tanto tecnológica como socialmente. Me gusta interpretar la presencia en este lugar de aquel gran Papa en aquella circunstancia, como un testimonio significativo de la complacencia de la Iglesia en cada descubrimiento del ingenio humano y en toda realización de auténtico progreso. En efecto, la Iglesia trata de sostener y alentar el afán del hombre por la conquista del mundo en fuerza de la misión que le es propia, es decir, la misión de iluminar con la luz del Evangelio toda realidad de orden temporal. Así ha sido en el pasado, no obstante algunas incomprensiones momentáneas, y así es hoy.

Esta es la consideración rápida que me gusta dejaros en recuerdo de mi visita, visita que he incluido complacido en el programa de hoy, porque no he querido que faltase una prueba particular de estima y aprecio a vosotros y ni importante trabajo que desempeñáis diariamente.

En confirmación de estos sentimientos y en augurio de todo don celestial, os concedo de corazón la propiciado» bendición apostólica que extiendo a todos vuestros compañeros y a las familias.





VISITA PASTORAL A FRASCATI

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES


Oratorio salesiano de la Virgen de Capocroce

Lunes 8 de septiembre de 1980





Después de oír la ejecución de varias composiciones por parte de una banda formada por jóvenes el Santo Padre decidió no leer el discurso preparado, que, por otra parte, los chicos podrían leer en L'Osservatore Romano, e improvisó este discurso:

El obispo, que aquí es nuestro superior, al llegar a esta reunión me ha hecho pasar por el pasillo central para ver de cerca a esta juventud reunida para estar con el Papa. Y he de decir que he visto a jóvenes muy distintos, comenzando por los que sólo tienen unos meses de vida, hasta los que ya cuentan 60, 70 y 80 años de edad. Y os doy las gracias, porque es joven no sólo el que tiene pocos años, sino el joven de espíritu entre los más viejos, por ejemplo yo. También ellos pueden sentirse jóvenes y serlo, si son jóvenes de espíritu. Esta es la primera constatación, el primer punto de este discurso improvisado...

El segundo punto que quiero tratar concierne el tema tratado por el sacerdote responsable de la pastoral juvenil, por el obispo y también por los representantes de los grupos juveniles implicados en la pastoral de la diócesis. Han intervenido sólo tres, pero en el programa figuraban otros que iban a hablar de los campos de la cultura, enseñanza, liturgia, misiones, del Oratorio, etc. De los títulos de las intervenciones de esta juventud de Frascati deduzco que habéis entrado de verdad en la óptica del Concilio Vaticano II. El Concilio Vaticano II os dice en líneas generales que vivir la fe cristiana, ser creyente, ser cristiano quiera decir entrar en la misión de la Iglesia, compartir la misión de la Iglesia. No se puede ser cristianos ausentes, hay que estas presentes y responsabilizarse, como la juventud de Frascati. Y los títulos de las intervenciones dan a entender que los jóvenes de la diócesis están seriamente orientados según la definición de la fe y del ser cristiano enunciada por el Concilio Vaticano II. Esta es la segunda constatación.

Y después debo daros las gracias por los varios dones que me habéis traído; pero más que por los dones que pueden considerarse visibles, materiales, os agradezco el afecto manifestado a través de esos dones. Y éstos no son sólo los que habéis presentado, sino también los que integran nuestra reunión, es decir, vuestra presencia, la preparación del encuentro, los cantos y el gozo. Quiero subrayar los artísticos cantos del grupo "Mini-mini', después, los de la banda de música de la parroquia. Todo ello integra, como he dicho, la realidad de nuestro encuentro, de nuestra comunión, de la reunión espiritual —diría yo— de esta noche. Esta comunión espiritual es casi un fundamento para la Eucaristía. Sabéis ya que los primeros cristianos se reunían después de la Eucaristía en un ágape, o cena, o comunión fraterna, o mejor, expresión humana de la comunión fraterna. Pienso que esta reunión ha tenido el carácter del ágape de los antiguos cristianos, y de ello debo daros las gracias.

Las últimas palabras que deseo dirigiros nos remontan al comienzo de nuestra fiesta de boy que, como sabéis, es la fiesta de la Natividad de la Virgen María. Cuando nace un hombre, un niño, claro está que hay motivo de gozo; y en la fiesta de hoy se alegra la Iglesia, goza en su liturgia y su espíritu. Todos sentimos la fiesta, la vivimos. Yo estoy muy contento de haber celebrado y vivido esta fiesta con vosotros, tusculanos de Frascati. Es la fiesta del hombre, la fiesta de la Natividad, del nacimiento de un ser humano. A todos, pequeños y mayores, os deseo que seáis siempre jóvenes de espíritu; si somos jóvenes de espíritu, el Espíritu Santo trabaja en nuestros corazones y los visita, actúa en nosotros. De esta manera era siempre joven María y sigue siéndolo en la gloria de loa cielos. A todos deseo esta Juventud, también a los más viejos y a mí mismo. Jóvenes de Frascati: ¡Animo!".



460 (Texto del discurso preparado)

Queridísimos jóvenes:

Me siento feliz al encontrarme en medio de vosotros, queridos jóvenes de Frascati, que pertenecéis al Grupo Catequístico Diocesano, a la Acción Católica y a los Movimientos de GEN y de Comunión y Liberación. Os habéis reunido aquí para el ya acostumbrado diálogo con el Papa, acompañados de otros muchos jóvenes en representación también de tantos muchachos y muchachas que colaboran con vosotros en el esfuerzo de construir una sociedad viva, animada por el amor de Cristo. Y en el nombre y en el signo victorioso de Cristo os dirijo hoy mi saludo paterno y alegre a cada uno de vosotros, en esta plaza que se ha convertido en jardín de jubilosas esperanzas.

Recibid mi agradecimiento por este encuentro que, como en cada una de las otras ocasiones, ocupa un puesto central en mi visita a la comunidad eclesial de Frascati, y que en las circunstancias de hoy está animado también por vuestras sinceras y valientes intervenciones. Efectivamente, he escuchado con gran satisfacción las noticias que me habéis dado sobre vuestro compromiso de conocer y hacer conocer a Cristo en el ambiente que os rodea, a través de planes siempre renovados y actualizados de evangelización, proyectos de nuevos incrementos de vida cristiana en los diversos estratos del tejido social, y válidas aportaciones de concreto testimonio de fe. Gracias, queridos jóvenes, por todo lo que hacéis, con miras a ofrecer un mensaje de alegría y de confianza a una sociedad, a veces envilecida u obscuramente exasperada por sus mismas contradicciones interiores. Es una gran misión la vuestra, que la Iglesia quiere sostener, animar y estimular, en nombre del Evangelio que es la buena noticia y, por lo tanto, anuncio de salvación. y de perenne felicidad del corazón.

1. La Iglesia tiene el mandato, confiado a las débiles fuerzas de hombres frecuentemente frágiles e imperfectos, de comunicaros auténticamente a Cristo en su Palabra divina y en su vida, a través de la liturgia y de los sacramentos, a fin de que podáis asumir vuestras futuras responsabilidades, vuestras decisiones importantes, con el espíritu y con la actitud de Cristo. Así estaréis en disposición de influir, también mediante el ejercicio de vuestras tareas personales, sobre la actuación de los otros y en el deseado cambio de la convivencia civil..

Se os ha pedido aprender desde ahora el arte, difícil y a la vez apasionante, de afrontar los desafíos actuales, presentados por el compromiso terrestre cotidiano, a la luz de la cruz y de la resurrección de Cristo, con una entrega que tampoco excluye el sacrificio total de vosotros mismos, y que está abierta, simultáneamente, y con toda certeza, a una aurora luminosa de renovación, que no podrá faltar, porque la nuestra es una esperanza que no defrauda (cf. Rom
Rm 5,5).

Como ya dije, el pasado octubre, a los 20.000 jóvenes reunidos en el Madison Square Garden de Nueva York: "Cuando os preguntéis por el misterio de vosotros mismos, mirad a Cristo, que es quien os da el sentido de la vida. Cuando os preguntéis qué es lo que significa ser una persona madura, mirad a Cristo, plenitud de humanidad. Y cuando os preguntéis por vuestro papel en el futuro del mundo..., mirad a Cristo. Sólo en Cristo podréis realizar vuestra potencialidad de hombres y de ciudadanos" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de octubre de 1979, pág- 6).

2. Mientras la Iglesia tiene la misión de formar a Cristo en vosotros, para que podáis alcanzar la plena madurez del hombre en El, que es el Hombre perfecto y al mismo tiempo el Hijo de Dios, vosotros, por vuestra parte, acogiendo sus palabras de vida, encarnáis cada vez más a fondo en vosotros el misterio mismo de la Iglesia, entráis aformar parte de ella, asumís su suerte y sus destinos, y estáis así llamados a prestar un servicio a la Iglesia y, juntamente, a los hermanos. Sois interpelados, de las formas más diversas, en sintonía con las propensiones interiores de vuestro corazón, para servir, en la verdad y en la caridad, a cuantos sufren aún por su debilidad y por la fatiga del largo, incierto caminar.

Recordemos juntos a este respecto, cuanto dijo Jesús durante la última Cena, después del lavatorio de los pies: "Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho" (Jn 13,14-15). Y San Pablo traduce este mandato de Cristo con las siguientes palabras: "Los fuertes debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, sin complacernos a nosotros mismos..., que Cristo no buscó su propia complacencia" (Rm 15,1 Rm 15,3). Queridos jóvenes, vosotros y yo, y todos nosotros juntos formamos la Iglesia y estamos llamados a "complacer al prójimo para su bien, para su edificación" (Rm 15,2), ofreciendo a todos "el sublime conocimiento de Cristo Jesús" (Ph 3,8), en quien únicamente está el verdadero amor del hombre y la plenitud de la vida.

3. Y ahora mi invitación a mirar a Cristo para prestar un servicio a los hermanos, asume un significado preciso que someto a vuestra reflexión: la Iglesia tiene necesidad de vosotros.

Vosotros estáis convencidos de ello. La Iglesia espera mucho de vosotros, aún más, la Iglesia depende de vuestro compromiso en testimoniar a Cristo y en transmitir a los otros el Evangelio. Vosotros, que sois "Iglesia", no podéis sustraeros a la llamada, que se justifica por vuestra formación católica, a colaborar con todos los medios en la difusión del Evangelio. Se espera de vosotros este servicio. Pero servir a la Iglesia quiere decir aceptar su constitución jerárquica y espiritual a la vez, y por lo tanto, sentirse parte de una ordenada ensambladura cuyo gobierno ha sido confiado a los Pastores que Cristo elige incesantemente como Sucesores de los Apóstoles. No puede haber servicio auténtico, eficaz, duradero, sin unión de propósitos y de iniciativas con el obispo diocesano, a fin de cooperar a su obra pastoral en beneficio de toda la comunidad eclesial.

461 Esta obra impone particulares opciones prioritarias, exige un desarrollo coordinado en el tiempo y en el espacio, debe ser defendida de muchas insidias. Todo esto requiere la vigilancia, la protección y el gobierno del obispo, a quien debe corresponder vuestra confiada y obediente colaboración. Debéis servir a la Iglesia en la Iglesia, en comunión de amor y de disciplina con los Pastores legítimamente constituidos.

Hay además un servicio especialísimo, que es el que presta el sacerdocio ministerial, tarea sublime que asegura entre los hombres la continuidad de la obra redentora de Cristo. La Iglesia tiene necesidad de hombres que garanticen a los propios hermanos un servicio de vida, altísimo y exaltante, el de ser depositarios y administradores de los misterios de Dios, instrumentos vivos de perdón y de gracia, ministros de la Palabra que salva.

Queridos jóvenes, hoy Jesucristo os dirige, por medio de su Vicario, la llamada a seguirlo con entrega irrevocable y total, para ser sus representantes vivos y continuadores de su ministerio de redención entre las muchedumbres que anhelan la salvación. Es una llamada que se dirige a vuestra libertad y a vuestra generosidad. Yo confío firmemente que la voz de Jesús penetre en el corazón, se identifique con las esperanzas, anime las perspectivas interiores de los más generosos entre vosotros. Vuestra respuesta a su invitación no es sólo una prueba de valentía humana, sino también y sobre todo fruto auténtico de la eficacia de la gracia divina.

En la plegaria, pues, en la meditación, en el anhelo profundo de adheriros a Cristo Señor, es donde vosotros debéis confrontaros con esta vocación a prestar a la Iglesia, cuando el Señor llama, el sublime servicio del sacerdocio ministerial.

La Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, cuya Natividad festejamos hoy, esto es, la aurora radiante y prometedora de la gran obra de la redención del hombre, os asista en vuestra reflexión, abra vuestro corazón a una auténtica entrega y os dé la valentía de asumir con confianza y alegría responsabilidades fecundas en el servicio de la Iglesia.

Os acompañe siempre mi afectuosa bendición.



(L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de septiembre, 1980, pág- 8)








AL CLERO DE LA DIÓCESIS DE ALBANO


DESPUÉS DE CONCELEBRAR LA EUCARISTÍA



Sala de los Suizos, Castelgandolfo


Sábado 13 de septiembre






Os agradezco esta visita. El plan era reunimos en vuestra catedral o en vuestro seminario; pero por motivos de organización se decidió que vinierais a Castelgandolfo. Espero tener ocasión de ir en otro momento a vuestra catedral, al igual que fui a visitar las catedrales de Velletri y Frascati para encontrarme con la Iglesia tusculana. Nuestro amadísimo obispo mons. Gaetano Bonicelli ha aludido a la roca de que nos habla Jesús; estas palabras nos hacen pensar en la roca que es la Iglesia en su realidad particular; una roca que significa participación en la misión de Cristo, en su misión profética, sacerdotal y real. A partir de ella crece la Iglesia, crece el Pueblo de Dios, crece el Reino de Dios; de esta roca invisible que es Cristo, porque El nos hace participar en su misión. Y la Iglesia de Albano con toda su realidad humana y cristiana y, sobre todo, con su clero, es una "participación" en la misión de Cristo. Los sacerdotes son siempre la expresión más madura de la misión de la Iglesia, del Espíritu que les empuja a entrar en esa misión. Y también los sacerdotes están vinculados a los Apóstoles y a sus sucesores para dar consistencia a esta misión, para darle unidad visible, unidad jerárquica y sobre todo unidad apostólica; una unidad "viva y vivificante". Quiero auguraros que seáis así; es un augurio que dirijo al presbiterio de la diócesis de Albano y a su seminario, es decir, al futuro presbiterio de esta diócesis.






A LOS PARTICIPANTES EN EL VIII CONGRESO TOMISTA


INTERNACIONAL


Castelgandolfo

Sábado13 de septiembre de 1980



Venerados y queridos hermanos:

462 Estoy sinceramente contento de poder recibir hoy, en un encuentro cordial, a los participantes en el VIII Congreso Tomista Internacional celebrado con ocasión del centenario de la Encíclica Aeterni Patris de León XIII, y, además, de la fundación, por obra del mismo Sumo Pontífice, de la "Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino".

Saludo con afecto a todos los presentes y, en particular, al venerado hermano cardenal Luigi Ciappi, Presidente de la Academia, y a mons. Antonio Piolanti, vicepresidente.

1. Con la celebración del VIII Congreso Tomista Internacional organizado por la "Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino y de Religión Católica", concluyen las manifestaciones conmemorativas del centenario de la Encíclica Aeterni Patris, publicada el 4 de agosto de 1879, y de la fundación de la misma Academia, que tuvo lugar el 13 de octubre de 1879, por obra del gran Pontífice León XIII.

Desde el primer Congreso, celebrado en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, en noviembre del año pasado, hasta hoy, las celebraciones se han multiplicado en Europa y en otros continentes. Estas reuniones académicas finales, que han visto reunirse en Roma a ilustres y calificados maestros de todas las partes del mundo, atraídos por el nombre del Papa León XIII y de Santo Tomás de Aquino, han podido hacer simultáneamente el balance de las celebraciones habidas el año en curso y el del centenario de la Encíclica.

Desde el comienzo de mi pontificado no he dejado pasar ocasión propicia sin evocar la excelsa figura de Santo Tomás, como, por ejemplo, en mi visita a la Pontificia Universidad "Angelicum" y al Instituto Católico de París, en la alocución a la UNESCO y, de manera explícita o implícita, en mis encuentros con los superiores, profesores y alumnos de las Pontificias Universidades Gregoriana y Lateranense.

2. No han pasado en vano los 100 años de la Encíclica Aeterni Patris, ni ha perdido su actualidad ese célebre Documento del Magisterio. La Encíclica se basa en un principio fundamental que le confiere una profunda unidad orgánica interior. Es el principio de la armonía entre las verdades de la razón y las de la fe. Por esto tenía grandísimo interés León XIII. Este principio, siempre candente y actual, ha hecho notables progresos en el arco de estos 100 años. Basta tener en cuenta la coherencia del Magisterio de la Iglesia, desde el Papa León XIII a Pablo VI, y lo mucho que ha madurado en el Concilio Vaticano II, especialmente en los documentos: Optatam totius, Gravissimum educationis, Gaudium et spes.

A la luz del Concilio Vaticano II vemos, quizá mejor que hace un siglo, la unidad y la continuidad entre el auténtico humanismo y el auténtico cristianismo, entre la razón y la fe, gracias a las orientaciones de la Aeterni Patris de León XIII, el cual con este documento, que llevaba como subtítulo "De philosophia christiana... ad mentem Sancti Thomae... in scholis catholicis instaurando", manifestaba la conciencia de que había llegado una crisis, una ruptura, un conflicto o, al menos, un ofuscamiento acerca de la relación entre la razón y la fe. Dentro de la cultura del siglo XIX se pueden, en efecto, individuar dos actitudes extremas: el racionalismo (la razón sin la fe) y el fideísmo (la fe sin la razón). La cultura cristiana se movía entre estos dos extremos, pendiente de una o de otra parte. El Concilio Vaticano I había dicho ya su palabra a este respecto. Había llegado ya el tiempo de imprimir un nuevo curso a los estudios dentro de la Iglesia. León XIII se dispuso, con clarividencia, a esta tarea, representando —éste es el sentido de instaurar— el pensamiento perenne de la Iglesia, según la límpida y profunda metodología del Doctor Angélico.

El dualismo que ponía en oposición razón y fe, muy al contrarío de ser moderno, constituía una reanudación de la doctrina medieval de la "doble verdad", que amenazaba desde el interior a "la unidad íntima del hombre-cristiano" (cf. Pablo VI, Lumen Ecclesiae, 12). Habían sido los grandes Doctores Escolásticos del siglo XIII quienes habían vuelto a poner en buen camino la cultura cristiana. Como afirmaba Pablo VI, "al realizar la obra que marca el culmen del pensamiento cristiano medieval, Santo Tomás no estuvo solo. Antes y después de él, otros muchos ilustres doctores trabajaron con la misma finalidad: entre ellos hay que recordar a San Buenaventura y a San Alberto Magno, a Alejandro de Hales, Duns Scoto. Pero sin duda, Santo Tomás, por disposición de Ja divina Providencia, alcanzó el ápice de toda la teología y filosofía "escolástica", como suele llamársela, y fijó en la Iglesia el quicio central en torno al cual, entonces y después, se ha podido desarrollar el pensamiento cristiano con progreso seguro" (Lumen Ecclesiae, 13).

En esto radica la motivación de la preferencia que da la Iglesia al método y a la doctrina del Doctor Angélico. Nó es una preferencia exclusiva; al contrario, se trata de una preferencia ejemplar, que permitió a León XIII declararlo: "inter Scholasticos Doctores, omnium princeps et magister" (Aeterni Patris, 13). Y esto es verdaderamente Santo Tomás de Aquino, no sólo por la competencia, el equilibrio, la profundidad, la limpidez del estilo, sino aún más por el vivísimo sentido de fidelidad a la verdad, que también puede llamarse realismo. Fidelidad a la voz de las cosas creadas, para construir el edificio de la filosofía; fidelidad a la voz de la Iglesia, para construir el edificio de la teología.

3. En el saber filosófico, antes de escuchar cuanto dicen los sabios de la humanidad, a juicio del Aquinate, es preciso escuchar y preguntar a las cosas. "Tunc homo creaturas interrogat, quando eas diligenter considerat; sed tunc interrogata respondent" (Super Job, XII, lect. 1)." La verdadera filosofía debe reflejar fielmente el orden de las cosas mismas, de otro modo acaba reduciéndose a una arbitraria opinión subjetiva. "Ordo principalius inventiur in ipsis rebus et ex eis derivatur ad cognitionem nostram" (S. Th. II-IIae, q. 26, a. 1, ad 2). La filosofía no consiste en un sistema construido subjetivamente a placer del filósofo, sino que debe ser el reflejo fiel del orden de las cosas en la mente humana.

En este sentido, Santo Tomás puede ser considerado un auténtico pionero del moderno realismo científico, que hace hablar a las cosas mediante el experimento empírico, aun cuando su interés se limita a hacerlas hablar desde el punto de vista filosófico. Más bien, hay que preguntarse si no ha sido precisamente el realismo filosófico quien, históricamente, ha estimulado al realismo de las ciencias empíricas en todos sus sectores.

463 Este realismo, muy lejos de excluir el sentido histórico, crea las bases para la historicidad del saber, sin hacerlo decaer en la frágil contingencia del historicismo, hoy ampliamente difundido. Por esto, después de haber concedido la precedencia a la voz de las cosas, Santo Tomás se sitúa en respetuosa escucha de cuanto han dicho y dicen los filósofos para dar una valoración de ello, poniéndolos en confrontación con la realidad concreta. "Ut videatur quid veritatis sit in singulis opinionibus et in quo deficiant. Omnes enim opiniones secundum quid aliquid verum dicunt" (I Dist. 23, q. 1, a. 3). Es imposible que el conocer humano y las opiniones de los hombres estén totalmente privadas de toda verdad. Es un principio que Santo Tomás toma de San Agustín y lo hace propio: "Nulla est falsa doctrina quae non vera falsis intermisceat" (S. Th. II-IIae, q. 172, a. 6; cf. también Impossibile est aliquam cognitionem esse totaliter falsam, sine aliqua veritate" S. Th. II-IIae, q. 172, a. 6; cf. también S. Th. I, q. 11, a. 2, ad 1).

Esta presencia de verdad, aunque sea parcial e imperfecta y a veces torcida, es un puente que une a cada uno de los hombres a los otros hombres y hace posible el entendimiento, cuando hay buena voluntad.

En esta visual, Santo Tomás ha prestado siempre respetuosa escucha a todos los autores, aun cuando no podía compartir del todo sus opiniones; aun cuando se trataba de, autores precristianos o no cristianos, como, por ejemplo, los árabes comentadores de los filósofos griegos. De aquí su invitación a acercarse con optimismo humano incluso a los primeros filósofos griegos, cuyo lenguaje no resulta siempre claro ni preciso, tratando de llegar más allá de la expresión lingüística, todavía rudimentaria, para escrutar sus intenciones profundas y su espíritu, no cuidando de "ad ea quae exterius ex eorum verbis apparet", sino de la "intentio" (De Coelo et mundo, III, lect. 2, núm. 552), que los guía y anima. Luego, cuando se trata de grandes Padres y Doctores de la Iglesia, entonces busca siempre de encontrar el acuerdo, más en la plenitud de la verdad que poseen como cristianos, que en el modo, aparentemente diverso del suyo, con que se expresan. Es sabido, por ejemplo, cómo trata de atenuar y casi de hacer desaparecer toda divergencia con San Agustín, bien que usando el método justo: "profundius intentionem Augustini scrutari" (De spirit. creaturis, a. 10 ad 8).

Por lo demás, la base de su actitud, comprensiva para con todos, sin dejar de ser genuinamente crítica, cada vez que sentía el deber de hacerlo, y lo hizo valientemente en muchos casos, está en la concepción misma de la verdad. "Licet sint multae veritates participatae, est una sapientia absoluta supra omnia elevata, scilicet sapientia divina, per cuius participationem omnes sapientes sunt sapientes" (Super Job, I, lect. 1, núm. 33). Esta sabiduría suprema, que brilla en la creación, no encuentra siempre a la mente humana dispuesta a recibirla por múltiples razones. "Licet enim aliquae mentes sint tenebrosae, id est sapida et lucida sapientia privatae, nulla tamen adeo tenebrosa est quin aliquid divinae lucis participet,.. quia omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est" (ib., lect. 3, núm. 103). De aquí la esperanza de conversión para cada hombre, en cuanto extraviado intelectual y moralmente.

Este método realista e histórico, fundamentalmente optimista y abierto, hace de Santo Tomás no sólo el "Doctor communis Ecclesiae", como lo llama Pablo VI en su hermosa Carta Lumen Ecclesiae, sino el "Doctor Humanitatis", porque está siempre dispuesto y disponible a recibir los valores humanos de todas las culturas. Con toda razón puede afirmar el Angélico: "Veritas in seipsa fortis est et nulla impugnatione convelltiur" (Contra gentiles, III, c. 10, núm. 3460/b). La verdad, como Jesucristo, puede ser renegada, perseguida, combatida, herida, martirizada, crucificada; pero siempre revive y resucita y no puede jamás ser arrancada del corazón humano. Santo Tomás puso toda la fuerza de su genio al servicio exclusivo de la verdad, detrás de la cual parece querer desaparecer como por temor a estorbar su fulgor, para que ella, y no él, brille en toda su luminosidad.

4. A la fidelidad a la voz de las cosas, en filosofía, corresponde en teología, según Santo Tomás, la fidelidad a la voz de la Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia. Su norma es el principio que nunca viene a menos: "Magis standum est auctoritati Ecclesiae... quam cuiuscumque Doctoris" (S. Th. II-IIae, q. 10, a. 12). La verdad que propone la autoridad de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo es, pues, la medida de la verdad, que expresan todos los teólogos y doctores pasados, presentes y futuros. Aquí la autoridad de la doctrina del Aquinate se resuelve y se refunde en la autoridad de la doctrina de la Iglesia. He aquí por qué la Iglesia lo ha propuesto como modelo ejemplar de la investigación teológica.

También en teología el Aquinate prefiere, pues, a la voz de los Doctores, y a la propia voz, la de la Iglesia universal, como anticipándose a lo que dice el Vaticano II: "La totalidad de los fieles que han recibido la unción del Espíritu Santo no puede equivocarse cuando cree" (Lumen gentium
LG 12); "Cuando el Romano Pontífice o el Cuerpo de los obispos juntamente con él definen un punto de doctrina, lo hacen siempre de acuerdo con la misma Revelación, a la cual deben atenerse y conformarse todos (Lumen gentium LG 25).

No es posible reseñar todos los motivos que han inducido al Magisterio a elegir como guía segura en las disciplinas teológicas y filosóficas a Santo Tomás de Aquino; pero uno es, sin duda, éste: el haber puesto los principios de valor universal, que rigen la relación entre razón y fe. La fe contiene, en modo superior, diverso y eminente, los valores de la sabiduría humana, por esto es imposible que la razón pueda discordar de la fe y, si está en desacuerdo, es necesario revisar y volver a considerar las conclusiones de la filosofía. En este sentido la misma fe se convierte en una ayuda preciosa para la filosofía.

Siempre es válida la recomendación de León XIII: "Quapropter qui philosophiae studium cum obsequio fidei christianae coniungunt, ii optime philosophantur: quandoquidem divinarum veritatum splendor, animo exceptus, ipsam iuvat intelligentiam; cui non modo nihil de dignitate detrahti, sed nobiltiatis, acuminis, firmitatis plurimum addit" (Aeterni Patris, 13).

La verdad filosófica y la teológica convergen en la única verdad. La verdad de la razón se remonta desde las críaturas a Dios; la verdad de la fe desciende directamente de Dios al hombre. Pero esta diversidad de método y de origen no quita su unicidad fundamental, porque idéntico es el Autor tanto de la verdad que se manifiesta a través de la creación, como de la verdad que se comunica personalmente al hombre a través de su Palabra. Investigación filosófica e investigación teológica son dos direcciones diversas de marcha de la única verdad, destinadas a encontrarse, no a enfrentarse, por el mismo camino, para ayudarse. Así la razón iluminada, robustecida, garantizada por la fe se convierte en una compañera fiel de la fe misma y la fe amplía inmensamente el horizonte limitado de la razón humana. Santo Tomás es realmente un maestro iluminador sobre este punto: "Quia vero naturalis ratio per creaturas in Dei cognitionem ascendit; fidei vero in nos, e converso, divina revelatione descendit, est autem eadem via ascensus et descensus, oportet eadem via procedere in his quae supra rationem creduntur, qua in superioribus processum est circa ea quae ratione investigantur de Deo" (Contra gentiles, IV, 1, núm. 3349).

La diferencia del método y de los instrumentos de investigación diversifica bastante el saber filosófico del teológico. Incluso la mejor filosofía, la de estilo tomista, a la que Pablo VI definió muy bien como "filosofía natural de la mente humana", dócil para escuchar y fiel para expresar la verdad de las cosas, está siempre condicionada por los límites de la inteligencia y del lenguaje humano. Por esto, el Angélico no duda en afirmar: "Locus ab auctoritate quae fundatur super ratione humana est infirmissimus" (S. Th. I, q. 1, a. 8, ad 2). Cualquier filosofía, en cuanto es un producto del hombre, tiene los límites del hombre. Al contrarío, "locus ab auctoritate quae fundatur super revelatione divina est efficacissimus" (ib.). La autoridad divina es absoluta, por esto la fe goza de la firmeza y de la seguridad de Dios mismo; la ciencia humana tiene siempre la debilidad del hombre, en la medida en que se funda sobre el hombre. Sin embargo, también en la filosofía hay algo absolutamente verdadero, indefectible y necesario, como son los primeros principios, fundamento de todo conocimiento.

464 La recta filosofía eleva el hombre a Dios, como la Revelación acerca Dios al hombre. Para San Agustín: "verus philosophus est amator Dei" (San Agustín, De Civ. Dei. VIII, 1: PL 41, 225). Santo Tomás, haciéndose eco, dice, en otras palabras, lo mismo: "Fere totius philosophiae consideratio ad Dei cognitionem ordinatur" (Contra gentiles, I, c. 4, Nb 23). "Sapientia est veritatem praecipue de primo principio meditari" (Contra gentiles, I, c. 1, núm. 6). Amor a la verdad y amor al bien, cuando son auténticos, van siempre juntos. Para desautorizar la idea, sostenida por algunos, de que Santo Tomás es un intelectual frío, está el hecho de que el Angélico resuelve el conocer mismo en amor de la verdad, cuando pone como principio de todo conocimiento: "verum est bonum intellectus" (Ethic. I, lect. 12, Nb 139 cf. también Ethic. VI, Nb 1143 S. Th. q. , I-IIae, q. ). Por lo tanto, el entendimiento está hecho para la verdad y la ama como su bien connatural. Y puesto que el entendimiento no se sacia con verdad alguna parcial conquistada, sino que tiende siempre más allá, el entendimiento tiende más allá de toda verdad particular y se dirige naturalmente a la verdad total y absoluta que, en concreto, no puede ser más que Dios.

El deseo de la verdad se transfigura en deseo natural de Dios y encuentra su clarificación solamente en la luz de Cristo, la verdad hecha Persona.

Así toda la filosofía y la teología de Santo Tomás no se sitúan fuera, sino dentro del célebre aforismo agustiniano: "fecisti nos ad te; et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te" (San Agustín, Confesiones I, 1). Y cuando Santo Tomás pasa desde la tendencia connatural del hombre hacia la verdad y el bien al orden de la gracia y de la redención, se transforma, no menos que San Agustín, San Buenaventura y San Bernardo, en un cantor del primado de la caridad: "Charitas est mater et radix omnium virtutum in quantum est omnium virtutum forma" (S. Th. I-IIae, q. 62, a. 4; cf. también I-IIae, q. 65, a. 2; I-IIae q. 65, a. 3; I-IIae, q. 68, a. 5).

5. Hay aún otros motivos que hacen actual a Santo Tomás: su altísimo sentido del hombre, "tam nobilis creatura" (Contra gentiles, IV, 1, núm. 3.337). Es fácil advertir la idea que tiene de esta "nobilis creatura", imagen de Dios, cada vez que se dispone a hablar de la Encarnación y de la Redención. Desde su primera gran obra juvenil, el Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, en el prólogo al Libro Tercero, en el que se dispone a tratar de la Encarnación del Verbo, no duda en parangonar al hombre con el "mar", en cuanto que recoge, unifica y eleva en sí a todo el mundo infrahumano, como el mar recoge todas las aguas de los ríos que desembocan en él.

En el mismo prólogo define al hombre como el horizonte de la creación, en el que se juntan el cielo y la tierra; como vínculo del tiempo y de la eternidad; como síntesis de la creación. Su vivísimo sentido del hombre jamás decae en todas sus obras. En los últimos tiempos de su vida, al comenzar el tratado de la Encarnación, en la tercera parte de la Summa Theologica, inspirándose también en San Agustín, afirma que sólo asumiendo la naturaleza humana, el Verbo podía mostrar "quanta sit dignitas humanae naturae ne eam inquinemus peccando" (S. Th. III, q. 1, a. 2). E inmediatamente después añade: encarnándose y asumiendo la naturaleza humana. Dios pudo demostrar "quam excelsum locum inter creaturas habeat humana natura" (ib.).

6. En las sesiones de vuestro Congreso se ha observado, entre otras cosas, que los principios de la filosofía y de la teología de Santo Tomás no han tenido quizá en el sector moral una valorización, como la exigen los tiempos y como es posible recabar de los grandes principios puestos por el Aquinate de modo que empalmen sólidamente con las bases metafísicas para una mayor organización y vigor. En el sector social se ha hecho más, pero todavía hay mucho espacio que llenar, para salir al encuentro de los problemas más vivos y urgentes del hombre de hoy.

Puede ser éste un programa que comprometa a la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino para un futuro inmediato; teniendo la mirada atenta a los signos de los tiempos, a las exigencias de mayor organización y penetración, según las orientaciones del Vaticano II (cf. Optatam totius OT 16 Gravissimum educationis GE 10), y a las corrientes de pensamiento del mundo contemporáneo, en no pocos aspectos diversos de los del tiempo de Santo Tomás e incluso del período en que emanó de León XIII la Encíclica Aeterni Patris.

Santo Tomás ha marcado un camino, que puede y debe ser llevado adelante y actualizado, sin traicionar su espíritu y los principios de fondo, pero teniendo también en cuenta las conquistas científicas modernas. El verdadero progreso de la ciencia no puede contradecir nunca a la filosofía, como la filosofía nunca puede contradecir a la fe. Las nuevas aportaciones científicas pueden tener una función catártica y liberadora ante los límites impuestos a la investigación filosófica por la regresión medieval, por no decir por la no existencia, de una ciencia que nosotros poseemos hoy. La luz no puede ser oscurecida, sino sólo potenciada por la luz. La ciencia y la filosofía pueden y deben colaborar mutuamente, con tal que la una y la otra permanezcan fieles al método propio. La filosofía puede iluminar a la ciencia y liberarla de sus límites, como, a su vez, la ciencia puede proyectar nueva luz sobre la filosofía misma y abrirle nuevos caminos. Esta es la enseñanza del Maestro de Aquino, pero antes aún es la Palabra de la verdad misma, Jesucristo, que nos asegura: "Veritas liberabit vos" (Jn 8,32).

7. Como es sabido, León XIII, rico en sabiduría y en experiencia pastoral, no se contentó con dictar orientaciones teóricas. Exhortó a los obispos a crear academias y centros de estudios tomistas, y antes que nadie él mismo dio ejemplo de ello, al instituir aquí en Roma la "Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino", a la que se unió después, en 1934, la más antigua "Academia de Religión Católica". El Congreso que se ha desarrollado estos días tenía también la finalidad de celebrar el centenario de vuestra misma Academia. Y con toda razón, ya que han pertenecido a ella, como Presidentes o como socios, personajes ilustres, cardenales insignes, muchos de los mejores genios y maestros de las ciencias sagradas de Roma y del mundo. Una Academia, que fue siempre particularmente querida por todos mis predecesores hasta Pablo VI, que recibió en audiencia a sus miembros nada menos que dos veces, con ocasión de los Congresos precedentes, dirigiéndoles discursos y dándoles orientaciones memorables.

No se pueden pasar por alto las características principales que han permitido a vuestra Academia mantener la fe en los compromisos que, de vez en cuando, le han asignado los Sumos Pontífices: su Universidad Católica, por la que siempre ha contado entre sus socios a personalidades residentes en Roma y fuera de Roma —¿cómo no recordar a Jacques Maritain y a Etienne Gilson?—; a miembros del clero diocesano y a religiosos de todas las órdenes y congregaciones; y el estar al día en el estudio de los problemas contemporáneos, hechos objeto de análisis, a la luz de la doctrina de la Iglesia: "Ecclesiae Doctorum, praesertim Sancti Thomae vestigio premendo" (Gravissimum educationis GE 10), como preludiando al Concilio Vaticano II.

El testimonio más convincente son las obras de la Academia: los numerosos ciclos de conferencias, las publicaciones, los congresos periódicos que quiso el Papa Pío XI y celebrados con ejemplar puntualidad y con provecho de los estudios católicos.

465 Ni puedo menos de recordar, entre los alumnos que obtuvieron el doctorado en la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino, a mis dos ilustres predecesores: Pío XI y Pablo VI.

Venerados y queridos hermanos:

El Concilio Vaticano II que ha dado nuevo impulso a los estudios católicos con sus decretos sobre la formación sacerdotal y sobre la educación católica, bajo la guía del Maestro Santo Tomás (S. Thoma magistro: cf. Optatam totius
OT 16), sirva de estímulo y auspicio para una vida renovada y para más abundantes frutos, en el próximo futuro, para bien de la Iglesia.

Mientras os manifiesto mi más viva complacencia por el Congreso Tomista Internacional, que, en estos días, ha dado verdaderamente una notable aportación científica, tanto por la calidad de los participantes y relatores, como por la cuidadosa actualización de los varios problemas históricos y filosóficos, os exhorto a continuar realizando, con gran interés y seriedad, las finalidades de vuestra Academia; que sea un centro vivo, vibrante, moderno, en el cual el método y la doctrina del Aquinate se pongan en contacto continuo y en diálogo sereno con los complejos fermentos de la cultura contemporánea, en la que vivimos y estamos. inmersos.

Con estos deseos os renuevo mi sincera benevolencia y os imparto de corazón mi bendición apostólica.





Discursos 1980 455